Capítulo 19

Dos días

– Deberíamos parar a coger gasolina -dijo Jane-. Hay un área de servicio para camiones un poco más adelante. Suelen dar bien de comer en sus restaurantes.

– Sí. -Jock echó un vistazo a la gasolinera brillantemente iluminada-. Y un café muy bueno. -Sonrió-. Es extraño lo bien que recuerdo las cosas pequeñas, y los problemas que tengo con las importantes. De una manera u otra se me deben de escapar por los pelos.

– ¿Cuánto tiempo estuviste con Reilly?

– Es difícil de recordar. Los días se me mezclan. -Arrugó la frente pensativamente-. Tal vez… un año, dieciocho meses…

– Eso es mucho tiempo. -Jane entró en la gasolinera-. Y eras bastante joven.

– No lo pensaba así en su momento. Creía que era lo bastante mayor para hacer cualquier cosa, para ser cualquier cosa. Era un gallito. Muy gallito. Por eso no tuve problemas en aceptar el trabajo que Reilly me ofreció. No podía imaginarme que pudiera equivocarme. -Hizo una mueca-. Pero Reilly me lo demostró, ¿verdad?

– Se supone que Reilly es muy bueno en lo que hace. -Jane salió del coche-. Echaré la gasolina. Entra y trae café para los dos. Va a ser un viaje muy largo.

– No cojas demasiada. -Jock salió del coche-. Sólo lo suficiente para llegar a la siguiente ciudad.

– ¿Qué?

– Tenemos que abandonar este coche y alquilar otro. El señor estará haciendo averiguaciones para conseguir la matrícula de éste.

– Muy astuto por tu parte.

Jock meneó la cabeza.

– Adiestramiento. Nunca te quedes en el mismo coche de alquiler durante mucho tiempo. -Sonrió socarronamente-. A Reilly no le gustaría, y eso significaba castigo.

– ¿Qué clase de castigo?

Jock se encogió de hombros.

– No me acuerdo.

– Creo que sí te acuerdas. Creo que te acuerdas de más de lo que me dices. Siempre que no quieres contestar, lo «olvidas» convenientemente.

Jock la miró con preocupación.

– Lo siento. No lo recuerdo -repitió-. Traeré el café.

Jane no volvió a hablar hasta que estuvieron de nuevo en la carretera.

– No era mi intención hacerte sentir incómodo. Supongo que estoy un poco nerviosa. Nos estamos acercando tanto. ¿Estás seguro de que sabes dónde se encuentra Reilly?

– Todo lo seguro que puedo estar. -Jock se llevó el café a los labios-. Iremos al lugar donde me entrenó. Él estaba tan seguro de que no incumpliría mi entrenamiento básico, que apostaría a que nunca lo ha abandonado. Sería admitir el fracaso, y el ego de Reilly no se permitiría tal cosa.

– ¿Y si estás equivocado?

– Tengo algunos lugares más donde buscar que él ignora que conozco.

– ¿Y cómo lograste saberlo?

– Yo no logré nada. Esa no era una opción en aquel tiempo. Su ama de llaves, Kim Chan, dejaba caer la información sobre esos lugares entre entrenamiento y entrenamiento conmigo.

– ¿Qué clase de entrenamiento?

– Sexual. El sexo es una fuerza motivadora. Reilly utilizaba el sexo, junto con todo lo demás, para mantener el control. Y Kim era una mujer muy versada en todo tipo de dolor sexual. Lo disfrutaba.

– Me sorprende que Reilly tolerara en su entorno a alguien que dijera cosas fuera de lugar.

– Kim no se atrevería a permitir que él se enterara de que había cometido algún error. Puede que ni siquiera recordara haberlo hecho. Confiaba plenamente en la estabilidad del condicionamiento de Reilly y en que no tendría que tener cuidado conmigo. Lleva con él más de diez años.

– ¿Una relación personal?

– Sólo en el sentido de que se retroalimentan. Él le permite tener un cierto poder, y ella hace todo lo que él le dice que haga.

– Pareces recordarlo muy bien -dijo Jane con sequedad-. Ahí no tienes lagunas.

– A Kim le gustaba que estuviera bien despierto y limpio de drogas cuando le tocaba el turno de trabajar conmigo.

– Pero ahora podrás ajustarle las cuentas.

– Sí.

– ¿Sin entusiasmo? Me dijiste que odiabas a Reilly.

– Y lo odio. Aunque ahora no puedo pensar en ello.

– ¿Por qué?

– Se interpondría en mi camino. Cuando pienso en Reilly, se me hace difícil pensar en otra cosa. Tengo que encontrarlo y asegurarme de que no hace daño al señor. -Cambió de tema-. Según el mapa, la siguiente ciudad es Salt Lake. Si dejamos el coche en el aeropuerto, tal vez tarden varios días en encontrarlo. Cogeremos otro coche y haremos lo mismo en…

– Lo tienes todo planeado. -Un atisbo de sarcasmo moduló las palabras de Jane-. Me siento como un chófer.

Jock la miró con inseguridad.

– ¿No crees que debamos hacerlo así?

Ella torció el gesto.

– Por supuesto que sí. Estoy un poco nerviosa. Es una buena idea. Pararemos en Salt Lake. Lo cierto es que me siento un poco más optimista acerca de todo esto, pero sigo sin aprobar tu chantaje. Aunque tengas puesto el automático, tienen muchísima más experiencia en esto que yo. Es algo así como volver las armas de Reilly en contra de él.

Jock sonrió con satisfacción.

– Lo es, ¿verdad? Me hace sentir mejor cuando me acuerdo de eso. -Volvió a bajar la vista al mapa-. Tal vez deberíamos coger un todoterreno con tracción a las cuatro ruedas la próxima vez. En la radio han pronosticado ventiscas en el Noroeste para los próximos días. A la zona donde vamos, las carreteras se ponen difíciles con el mal tiempo.


Un día

– ¿Cuánto falta? -Jane aguzó la vista para ver a través del parabrisas-. Ni siquiera puedo ver la línea blanca de la carretera. -La nieve se arremolinaba sobre el asfalto por delante del todoterreno como un derviche en trance.

– No mucho. -Jock miró el mapa que tenía sobre el regazo-. Unos pocos kilómetros más.

– Esta zona es muy desolada. Llevo más de treinta kilómetros sin ver una gasolinera.

– Así es como le gusta a Reilly. Que no haya vecinos. Que no haya preguntas.

– Trevor me dijo lo mismo sobre la Pista de MacDuff. -Echó un vistazo a Jock-. Pero el otro lado de la moneda es que es difícil encontrar ayuda en sitios tan asilados como este. Me dijiste que me dejarías llamar a la policía o a cualquiera con quien quisiera ponerme en contacto en cuanto llegáramos hasta Reilly. No me dijiste que tendrían que hacerle frente a una tormenta de nieve y a este paisaje inhóspito para llegar hasta aquí.

– No estás siendo justa. No sabía que iba a haber una tormenta. Aunque esto todavía no es una ventisca. Pero las ráfagas han estado yendo y viniendo. Dale otro par de horas. -Sonrió-. Y, por más inteligente que sea, no creo que Reilly tuviera la tecnología para provocarla. Es sólo mala suerte.

– No parece que eso te inquiete. -Jane estudio la cara de Jock a la luz del salpicadero. Su expresión era de tensión, de atención y, ¡vaya por Dios!, de impaciencia. Los ojos le brillaban de excitación, y parecía un niño que fuera a correr una gran aventura, advirtió Jane muerta de miedo.

– ¿Por qué habría de inquietarme? No me importa la nieve. Reilly me enseñó a realizar mi función con todo tipo de condiciones atmosféricas. Siempre decía que nadie esperaba el ataque de un enemigo cuando ya estaba siendo atacado por la naturaleza.

– Aunque Reilly sí que lo esperaría.

– Tal vez. Pero sigue creyendo que seguimos en la Pista. Ahí justo delante hay una bifurcación de la carretera a la derecha. -Entrecerró los ojos, intentando ver a través del parabrisas-. Cógela. Al cabo de un kilómetro y medio más o menos verás una choza.

Jane se puso tensa.

– ¿Reilly?

– No, es una antigua cabaña de caza. El lugar está en ruinas, pero hay una estufa de propano, y podrás calentarte hasta que consigas que venga alguien. También hay una chimenea, pero no la enciendas. No creo que nadie pudiera ver el humo con esta tormenta, pero no querrías correr ese riesgo.

Jane ya podía ver la choza, que estaba tan ruinosa como Jock había dicho que estaría. Las ventanas estaban cegadas con tablas y al porche le faltaban varios tablones.

– ¿Y aquí es donde me vas a dejar?

– Es el lugar más seguro que conozco. Y sólo es seguro, si tienes mucho cuidado.

Jane detuvo el coche delante de la choza.

– ¿A qué distancia estamos de la casa de Reilly?

Jock no respondió.

– Jock, me lo prometiste. Tengo que poder decirle a Trevor dónde está él. Ya tienes tu ventaja. Ahora, ¡maldita sea!, dame la información que necesito.

Jock asintió con la cabeza.

– Tienes razón. -Salió del todoterreno y se dirigió a la puerta delantera-. Entra. Tengo que coger una cosa y no tengo mucho tiempo. -Le dedicó una leve sonrisa-. No estropees esa ventaja.

El mobiliario de aquella madriguera consistía en una desvencijada mesa de madera, dos sillas, la estufa de propano que le había mencionado Jock y, tirado en un rincón, un saco de dormir apolillado. Jock encendió la estufa, tras lo cual desplegó un mapa del estado sobre la mesa. Señaló un punto en la esquina central occidental del estado.

– Aquí es donde estamos ahora. -Se sacó los guantes y paseó el dedo, casi rozando el mapa, hasta un lugar cercano a la frontera con Montana-. Aquí es donde está situado el cuartel general de Reilly. Es un antiguo almacén rural, pero Reilly lo compró, lo remodeló y le añadió otros ciento ochenta metros cuadrados. El nuevo añadido está medio soterrado, y ahí es donde están situados los aposentos personales de Reilly. Tiene un dormitorio y un despacho con un cuarto especial para archivar la documentación. Al lado de éste está su lugar favorito, el cuarto de las antigüedades.

– ¿De las antigüedades?

– Tiene un despacho con estanterías que contienen todo tipo de objetos procedentes de Herculano y Pompeya. Archivos, documentos antiguos, libros, monedas… Y montones y montones de libros sobre monedas antiguas. -Dio unos golpecitos con el dedo sobre otro punto-. Aquí está la puerta trasera que conduce desde su despacho a la plataforma de aterrizaje del helicóptero.

– ¿Cuántos hombres tiene allí?

– Por lo general, sólo un guardia, dos a lo sumo. El campo de entrenamiento principal está al otro lado de la frontera de Montana. Las únicas personas que habitan la casa son Reilly, Kim Chan y el pupilo más prometedor del momento. -Sus labios se curvaron en una sonrisa de amargura-. Su favorito.

– Como tú.

– Como yo. -Jock señaló el campamento al otro lado de la frontera-. Si tiene la oportunidad de avisar al campamento, un enjambre de sujetos podría atravesar la frontera del estado como una nube de abejas asesinas. Dile a Trevor que no le permita hacer esa llamada.

– ¿Pillarlo desprevenido?

– Es difícil sorprenderlo. Tiene instaladas cámaras de vídeos en los árboles a lo largo del bosque que rodea el comercio y minas de tierra plantadas a intervalos regulares. En la casa hay una sala de seguridad desde donde se controlan las cámaras y se pueden activar las minas. Cualquier extraño que se acercara sería un blanco fácil.

– ¿Pero podría verlos llegar con esta tormenta?

– No del todo bien. Pero quizá lo suficiente.

– ¿Y sólo hay un par de centinelas?

– Cuando estaba allí, a veces ni siquiera eso. Con las cámaras de vídeo no es necesario. -Se dirigió a la pared de paneles del otro lado de la habitación, colocó las manos en dos puntos, apretó y una sección de la pared de casi dos metros se deslizó hacia atrás para dejar a la vista una cavidad que contenía una gran caja rectangular de madera-. Esa es la distribución. Que tengan buena suerte.

– La tendrían mejor, si esperases y los condujeras hasta Reilly.

Él negó con la cabeza.

– Te he dado todo lo que puedo. -Levantó la tapa de la caja-. Ven aquí.

Jane cruzó la habitación hasta donde se encontraba Jock y miró el interior de la caja.

– ¡Dios bendito!, aquí tienes suficientes armas para empezar una guerra. -La caja estaba llena de fusiles automáticos, granadas de mano, cuchillos, pistolas…

– A Reilly siempre le gustó que estuviera preparado. Tenía alijos de armas por todo el estado. Este era el más cercano a su cuartel general. En cada misión me enviaba aquí para que escogiera el arma adecuada. No estaba seguro de si el alijo seguiría aquí. -Sonrió sin alegría-. ¿Pero por qué deshacerse de él, cuando él estaría seguro de que yo nunca podría volver a actuar como un ser humano pensante? Probablemente lo ha utilizado para entrenar a su favorito actual. -Cogió una pistola, un fusil, cable, dinamita y explosivos plásticos de la caja-. ¿Sabes utilizar una pistola? -Cuando Jane asintió con la cabeza, le entregó la pistola y metió la mano en la caja para coger otra para él-. No te separes de ella. No la dejes ni un minuto.

– No te preocupes.

Jock le devolvió el móvil.

– Te quedas sola.

– Y tu también. No tiene por qué ser así.

– Sí, sí que tiene. Porque lo he escogido así. Y, ¡por Dios!, es bueno poder tener la voluntad para escoger mi propio camino. -Se dirigió a la puerta-. Quédate aquí y no hagas ruido y estarás a salvo. La puerta se abrió, dejando que entrara una ráfaga de viento frío humedecido por la nieve. Al instante siguiente Jock había desaparecido.

Tenía que ir a por Reilly. Tenía que aprovechar su ventaja y darse prisa. Que Dios lo ayudara.

Jane abrió su móvil y marcó el número de Trevor.


– Quédate dónde estás -dijo Trevor-. Estamos en Boise. Llegaremos allí lo antes posible.

– No voy a ir a ninguna parte sola. Vagaría por la nieve y probablemente haría estallar alguna de las bombas trampa o me grabarían las cámaras de vídeo. Jock ya está corriendo suficiente peligro para que alerte a ese bastardo. -Miró la nieve que caía fuera. Parecía estar haciéndose más intensa-. ¿No puedes llamar a Venable y conseguir que haga que la CIA o el Departamento de Seguridad Nacional acordonen toda esta zona?

– No, hasta que sepas que estás a salvo.

– Ya estoy a salvo.

– Y un cuerno lo estás. Estás sentada en la puerta de Reilly. Además, no podrían organizar una operación de esa envergadura en un abrir y cerrar de ojos. Sobre todo con los conflictos que hay entre ellos. Podrían meter la pata, poner sobre aviso a Reilly y hacer que éste llamara a ese campo de entrenamiento de Montana del que te habló Jock. Y si Reilly tiene tantos refugios como afirma Jock, se les podría escapar. -Jane le oyó decir algo lejos del teléfono-. MacDuff está mirando el mapa. Parece que podrías estar a una hora por carretera. Quince minutos por aire. Vamos para allí. MacDuff dice que dispondremos de un helicóptero, si este maldito tiempo lo permite. -Jane oyó más conversaciones al fondo-. Mario ha alquilado un todoterreno urbano con neumáticos para nieve y se pone en camino ahora mismo. De una manera u otra, llegaremos hasta ti. -Colgó.

Jane se sintió un poco más reconfortada y animada mientras apretaba el botón de desconexión. No estaba realmente sola; podía marcar el número de Trevor y oír su voz.

¿A quién estaba engañando? No había estado más sola en su vida de lo que lo estaba en aquella desvencijada choza situada a pocos kilómetros de la guarida de Reilly.

De acuerdo, tenía un arma. Agarró la culata del Mágnum calibre 357 con más fuerza.

Apuntaló el pomo de la puerta delantera poniéndole debajo una silla, se acurrucó en la esquina más cercana a la estufa y se abrazó a sí misma para mantenerse caliente. Aquella estufa de propano tal vez la salvara de la congelación, aunque era lamentablemente inadecuada para dar calor.

Vamos, Trevor, pensó. Atrapemos a ese bastardo.


Había alguien cerca.

Jock se quedó inmóvil, escuchando.

Había recorrido sólo unos cuantos cientos de metros desde la choza, cuando notó… algo.

En ese momento también podía oírlo. El crujido de la nieve bajo unos pies.

¿Dónde?

Procedía de la carretera, de donde había venido él.

¿Quién era? Los centinelas siempre se apostaban alrededor de la casa, nunca tan lejos. Pero podría ser que Reilly se hubiera vuelto más cauteloso desde que se había implicado con Grozak.

Pero si fuera un centinela, Jock no debería de poder oírlo; el silencio era primordial en el entrenamiento de Reilly. El ruido era de torpes, y Reilly no permitía la torpeza.

Otro paso que hizo crujir la nieve.

Y se movía hacia la choza donde había dejado a Jane.

¡Joder!, no tenía tiempo para aquello.

Tenía que darse prisa.

Giro en redondo y avanzó en silencio sobre la nieve.

La torrencial nieve le impidió ver nada hasta que estuvo sólo a unos pocos metros de distancia.

Allí adelante, una mancha oscura. Alta, muy alta, piernas largas…

Tenía que calcular a qué distancia se encontraba.

Silencio.

Silencio, no podía olvidarlo.


¿Dónde estaban? Sin duda había transcurrido una hora desde que llamara a Trevor. Jane consulto su reloj: una hora y quince minutos. No era el momento de dejarse llevar por el pánico. Las carreteras estaban fatal, y en la última media hora la nieve se había intensificado. En ese momento la nevada era fortísima. Tal vez el cálculo de Trevor había pecado de optimista.

Un golpe en la puerta.

– ¡Jane!

Ella se incorporó con una sacudida. Conocía la voz. Gracias a Dios estaban allí. Se levantó de un salto, atravesó la estancia corriendo y quitó la silla de debajo del pomo.

– ¿Por qué habéis tardado? Empezaba a temer…

El canto de una mano cayó sobre su muñeca, y su mano entumecida soltó el revólver, que cayó al suelo.

– Lo siento, Jane. -La voz de Mario era de pesar-. Habría preferido no hacer esto. La vida puede ser una mierda. -Mario se volvió hacia el hombre que estaba a su lado-. La entrega según lo pactado, Grozak.

Grozak. Durante un instante Jane se quedó mirando sin comprender al hombre en cuestión. Pero aquellos eran los rasgos del hombre de la foto que Trevor le había enseñado aquel día en el estudio.

– ¿Mario?

Él se encogió de hombros.

– Era necesario, Jane. Tú y el oro de Cira parecéis compartir la prioridad como los trofeos más codiciados por Grozak, y tuve que…

– Para ya de quejarte -dijo Grozak-. No vine aquí para que me hagas perder el tiempo. -Levantó la mano y apuntó a Jane con una pistola-. Fuera. Tenemos que ir a visitar a Reilly. Ni te imaginas con qué entusiasmo te espera.

– ¡Que te jodan!

– Te quiero viva, pero la verdad es que no me importa que sufras algún daño. O me acompañas o te pego un tiro en la rodilla. Estoy seguro de que a Reilly no le importaría tu incapacidad para lo que tiene en mente.

Jane seguía mirando con incredulidad a Mario. ¿Era un traidor?

– Mario, ¿de verdad has hecho esto?

Él se encogió de hombros.

– Haz lo que te dice, Jane. No tenemos mucho tiempo. Temía que Trevor se me adelantara, pero aterrizaron con su helicóptero en un aeropuerto de mala muerte cerca de aquí, y está haciendo lo que pueden para alquilar un coche.

– He sufrido una decepción -dijo Grozak-. Estaba deseando entregaros a ambos a Reilly. Habría sido un buen seguro.

– Si Trevor aparece y no estoy aquí, llamará a las autoridades.

– Si Trevor aparece, se dará de bruces con Wickman, y Wickman estará encantado de despacharlo antes de que tenga oportunidad de llamar a alguien.

– ¿Wickman está aquí?

– Estará aquí. Se supone que tenía que reunirse conmigo hace diez minutos. La nieve debe haberlo retrasado. -Grozak sonrió-. Ahora deja de intentar retrasarme. Hoy tengo muchas cosas que hacer. Mañana es el día del espectáculo.

– No puedes salir de esta. Vas a caer, Grozak.

Grozak se rió entre dientes.

– ¿Has oído, Mario? La estoy apuntando con un arma, pero soy yo el que va a caer.

– La he oído. -Entonces apuntó a Grozak con el revólver que le había quitado a Jane-. La verdad, Grozak, es que vas a caer.

Y disparó a Grozak entre los ojos.

– ¡Dios mío! -Jane vio como Grozak se desplomaba sobre el suelo-. Lo has matado…

– Sí. -Mario bajó la vista hacia Grozak sin mostrar ninguna emoción-. ¿No es extraño? Pensé que sentiría alguna satisfacción, pero no la siento. No debería haber matado a mi padre de aquella manera. Le dije a Grozak que no sentía ningún afecto por él, y que podía liquidarlo, si tenía necesidad de hacerlo. Pero no debería haberlo hecho de aquella manera. Me afectó. Lo convirtió en algo… muy personal.

Jane lo miró fijamente con incredulidad.

– Sí, el parricidio es algo muy personal.

– Nunca lo consideré mi padre. Quizá de niño. Pero se marchó, y nos dejó a mi madre y a mí en aquel apestoso pueblo donde los dos tuvimos que trabajar de sol a sol sólo para sobrevivir.

– El abandono no es igual a la pena de muerte.

Mario se encogió de hombros.

– No lo tenía planeado así. Grozak ni siquiera estaba seguro de que tuviera que hacerlo. Sólo si creía que mi situación precisaba de algún refuerzo. Pero él no podía tocar a ninguno de los del castillo, y yo no estaba haciendo los progresos con los pergaminos que él necesitaba para encontrar el oro. Era el único del castillo que podía lograr lo que él necesitaba. Así que tenía que estar absolutamente libre de sospechas.

Jane meneó la cabeza.

– Pero sé que quedaste consternado cuando ocurrió. Nadie podría ser tan buen actor.

– Y estaba consternado. Tenía órdenes de no ponerme en comunicación con Grozak, a menos que fuera para decirle que sabía dónde encontrar el oro. Él no quería que hiciera saltar por los aires mi tapadera. Era un plan plausible, y supongo que eso hizo que mi reacción ante la muerte de mi padre fuera más realista. Hijo de puta.

– ¿Has trabajado para Grozak desde el principio?

– Desde el día que Trevor me contrató. Tenía que partir hacia la Pista a la mañana siguiente, pero Grozak vino a verme aquella noche y me hizo una oferta que no pude rechazar.

– ¿El oro?

Mario asintió con la cabeza.

– Pero no tardé en averiguar que era mentira. ¿Por qué habría de darme el oro, cuando podía utilizarlo como moneda de cambio?

– En efecto, ¿por qué?

– La verdad es que aquella noche fui muy popular. Reilly también me llamó y me dijo que me daría una bonificación, si podía avisarle cuando Jock abandonara el castillo. Según parece no confiaba en Grozak. Yo tampoco confiaba en este vil hijo de puta. Así que tuve que empezar a hacer planes por mi cuenta.

– Un pequeño doble juego.

– A todas luces era la forma de jugar el partido. Después de marcharnos de la Pista llamé a Grozak, y le dije que te dirigías a Estados Unidos. También llamé a Reilly para cerrar mi propio acuerdo. Reilly quería asegurarse de que Jock no hablara, y te quería a ti o al oro. O ambas cosas.

– Y por eso quisiste pasar ese tiempo con Jock. ¿Estabas planeando matarlo?

Mario frunció el entrecejo.

– No, si estaba seguro de que no iba a recordar. No soy como Grozak o Reilly. No mato de manera indiscriminada. Y si Jock recordaba, Wickman estaba en los alrededores, vigilando el chalé, y podría haberlo llamado para que se hiciera cargo.

– Pero Jock te engañó. No te dijo que había recordado. ¿Se enfadó Grozak contigo?

– Sí, pero Wickman os estaba siguiendo. Le dije a Grozak que debía dejar que Jock te metiera en la jaula de los leones, y que ya le notificaría cuándo y dónde atraparte.

– Y eso lo que hiciste.

Mario meneó la cabeza con tristeza.

– No lo entiendes. No quiero hacer esto. Pero no soy como tú. Necesito tener cosas bonitas: una casa excelente, libros antiguos y cuadros bonitos. Es un deseo vehemente.

– Es corrupción.

– Tal vez. -Hizo un gesto con el revólver-. Aunque probablemente te pareceré de una limpieza inmaculada después de que conozcas a Reilly. Creo que es un hombre sumamente desagradable.

– ¿De verdad me vas a entregar a Reilly?

– Por supuesto, y a toda prisa. -Consultó su reloj-. Trevor y MacDuff no perderán tiempo. Deben de estar pisándome los talones.

– ¿Por qué estás haciendo esto? No podrás salirte con la tuya.

– Pero sí que puedo. Te entregaré a Reilly. Le daré la información sobre el oro que había en ese último pergamino de Cira y dónde encontrar la transcripción en la Pista. Él me da el dinero que me prometió y me abro. Si me tropiezo con Trevor y MacDuff, les digo que estás en poder de Reilly y que me dirigía a avisar a la policía.

– Yo les diré exactamente lo que hiciste.

– Dudo que vayas a tener oportunidad de hacerlo. Reilly escapará, y probablemente te lleve con él. Se ha pasado media vida preparando guaridas y refugios, y la CIA no ha sido capaz de dar con él durante los últimos diez años. No hay razón para pensar que vayan a tener éxito en esta ocasión. -Volvió a hacer un gesto con el arma-. No hay tiempo para hablar. Tenemos que movernos.

– Y si no lo hago, supongo que también me amenazarás con pegarme un tiro en las rodillas, ¿no es así?

– Detestaría tener que hacerlo. Me gustas mucho, Jane.

Pero lo haría. Un hombre que se había mantenido al margen mientras masacraban a su padre realmente no tendría ningún reparo en hacerlo. Probablemente Jane tendría más posibilidades con Reilly. En todo caso, no tenía nada que ganar allí parada, con el revólver de Mario apuntándola. Empezó a dirigirse a la puerta.

– Vamos. No querría hacer esperar a Reilly.

Sintió el escozor helado de la nieve cuando abrió la puerta. Mario la hizo pasar junto a los tres coches aparcados delante de la choza.

– ¿No vamos a ir en coche?

Mario negó con la cabeza.

– Reilly me dijo que a menos que tuvieras los códigos de desactivación del camino de acceso, el coche haría detonar los explosivos. Y es imposible que vaya a darte esos códigos. Dijo que atravesáramos el bosque. Debería llamarlo en cuanto lleguemos a la espesura, para que desconectara las bombas trampas cuando las cámaras de vídeo nos localicen atravesando la arboleda.

Jane apenas veía a un metro por delante de ella a través de la nieve. ¿Cómo demonios podría Reilly ver algo en la cámara?

– Cambia de idea, Mario -le dijo por encima del hombro-. Hasta ahora el único delito que has cometido es matar a un asesino.

– Y convertirme en cómplice de un terrorista. Por eso o te pegan un tiro o te meten entre rejas y tiran la llave. Tomé una decisión la noche que Grozak me contrató. Iba a ser rico. Todavía puedo hacer que funcione. -Se detuvo-. Para. Casi hemos llegados a los árboles. -Marcó un número en su teléfono-. Soy Mario Donato, Reilly. La tengo. Vamos a entrar. -Escuchó un instante-. De acuerdo. -Cortó la comunicación-. Vamos a tener un comité de bienvenida cuando lleguemos a la casa. Kim Chan y el último protegido de Reilly, Chad Norton. -Hizo una mueca-. Otro Jock. Otro pelele.

– Jock no es ningún pelele. Es una víctima.

– Ha de tener un defecto básico en su personalidad para ser manipulado de esa manera.

– ¿Crees que no te podría ocurrir a ti?

– De ninguna manera. -Hizo un gesto con el arma-. Y dudo que te pueda ocurrir a ti.

– Pero estás dispuesta a dejar que Reilly lo intente.

– Si resultas ser de la misma raza de peleles, entonces te lo tendrás merecido. -Sonrió-. Puede que tengas suerte y que ese tonto de Jock te salve. -Hizo un gesto con la cabeza hacia el bosque que tenían delante-. Muévete.

Jane titubeó. En cuanto llegara a aquellos árboles, las cámaras de vídeo la detectarían y estaría en el campo de Reilly.

– Jane.

– Ya voy. -Empezó a dirigirse hacia él bosque-. Le tengo respeto a esa pistola. No estoy dispuesta a dejar que dispares… -Entonces se giró y, levantando su pierna izquierda, lanzó una patada de molinete. Jane golpeó el arma con la bota, y a continuación soltó otra patada contra la entrepierna de Mario.

– ¿Pelele? ¡Hijo de puta!

Mario cayó de rodillas soltando un gruñido.

Jane le golpeó en la nuca, y Mario se desplomó sobre el suelo.

– Y tu egocéntrica excusa para…

¡Joder!, Mario había caído demasiado cerca del arma. ¡Y estaba tratando de cogerla!

Jane se arrojó sobre la nieve. Su mano se aferró a la culata. Estaba fría, mojada, resbaladiza.

Mario estaba encima de ella, tratando de quitarle el revólver.

– ¡Zorra! Eres una pelele. Reilly estará…

Jane apretó el gatillo.

Él se incorporó con una sacudida, como si fuera una marioneta, mirándola fijamente con una expresión de incredulidad.

– Me… has… disparado. -Un diminuto hilillo de sangre se deslizó por la comisura de su boca-. Esto duele… -Mario se desplomó sobre ella-. Hace frío… frío. ¿Por qué voy…? -Tuvo una sacudida, y se quedó inmóvil.

Jane se lo quitó de encima y lo miró. Tenía los ojos abiertos de par en par con una expresión de incredulidad… y muerte. Jane se estremeció mientras se incorporaba sobre la nieve. Parecía no poder moverse. Debía salir de allí; estaba sólo a unos pocos kilómetros del cuartel general de Reilly. Tal vez hubieran oído el disparo.

Todo había sucedido muy deprisa. Había matado a un hombre, y adquirir conciencia de lo que había hecho fue un duro golpe. No dejaba de acordarse de la primera vez que había visto a Mario, al hombre que ella había pensado que era. En la muerte, sus rasgos eran más suaves, infantiles, como habían sido aquella noche.

Todo fingido. Todo, un engaño.

Tenía que controlarse, salir de allí.

Se levantó.

– ¿Qué demonios ha ocurrido…? -dijo una voz detrás de ella.

Jane se giró instintivamente con el arma levantada.

– ¡Quieta!

MacDuff. Jane dejó caer el arma al costado.

– Gracias. -Él se adelantó para observar a Mario-. ¿Grozak o Reilly?

– Yo.

MacDuff se giró para mirarla.

– ¿Por qué?

– Estaba a sueldo de Grozak y aparte había hecho un trato con Reilly. Me iba a entregar a Reilly.

MacDuff esbozó una sonrisa.

– Y decidió que no iba. -Su sonrisa se desvaneció-. ¿Qué noticias hay de Jock?

– No lo he visto desde que me dejó en la choza. ¿Dónde está Trevor?

– Aquí. -Trevor caminaba hacia ellos-. Iba más atrás que MacDuff. Me encontré con un estorbo. -Miró a Mario y apretó los labios con todas sus fuerzas-. Ojalá estuviera vivo este bastardo para que pudiera matarlo yo mismo. ¿Te ha hecho daño?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Con qué estorbo?

– Con Wickman. Su cuerpo estaba bajo un montón de nieve, cerca de la choza. -Miró a Jane-. Encontré a Grozak en la cabaña. ¿Mario?

Jane asintió con la cabeza.

– ¿Y Wickman?

– No lo sé. Creo que no. Se suponía que Grozak tenía que reunirse con él. Supongo que Mario pudo haberlo matado. -Meneó la cabeza-. No lo sé. Pero tenemos que salir de aquí. Alguien puede haber oído el disparo.

MacDuff meneó la cabeza.

– Yo apenas lo oí, y estaba cerca de usted. Puede que la nieve haya amortiguado el ruido. -Echó un vistazo a Trevor-. ¿Usted qué piensa?

– Yo lo oí. Pero muy débilmente. -Miró a Jane-. Bueno, cuéntanos lo que ha ocurrido mientras volvemos al coche.

– Volver al… -Jane se quedó inmóvil con la mirada fija en los árboles-. No voy a retroceder. -Se giró rápidamente hacia Trevor-. Mario acordó con Reilly que me llevaría a la casa atravesando los árboles. Reilly iba a desactivar las bombas trampas, cuando las cámaras de vídeo captaran nuestro paso. Todavía podemos hacerlo. -Levantó la mano cuando Trevor empezó a protestar-. Con esta tormenta de nieve las cámaras de vídeo no detectarán ninguna diferencia entre tú y Mario. Medís y pesáis más o menos lo mismo. Si mantienes la cabeza cubierta y agachada y el revólver a la vista, yo iré delante para que sea lo primero que vean.

– ¿Y qué hará cuando llegue a la casa? -preguntó MacDuff.

– Improvisar. Se supone que nos vamos a encontrar con Kim Chan y otro de los protegidos de Reilly, Norton, en la puerta. Si podemos dejarlos atrás, dudo que haya ninguna bomba trampa en la casa. Puede que consigamos llegar al mismísimo gran hombre enseguida. -Empezó a dirigirse hacia los árboles-. Vamos.

– De ninguna manera -dijo Trevor bruscamente-. Vuelve al coche de una puñetera vez y sal de aquí.

Jane negó con la cabeza.

– Es un buen plan, teniendo en cuenta las circunstancia. Podemos trincar a Reilly y conseguir la información que necesitamos para detener el ataque de Grozak.

– Es un plan de mierda -dijo Trevor.

Jane se volvió hacia MacDuff.

– ¿Vendrá conmigo? No se parece tanto físicamente, pero podría funcionar. Probablemente Jock esté apostado en algún lugar cerca de aquí. Podrá ponerse en contacto con él. Eso es lo único que le importa, ¿no es así?

El escocés sonrió.

– Eso es lo único que me importa. Adelante.

– No. -Trevor respiró hondo-. De acuerdo, iré contigo. -Se subió la capucha del anorak-. Vamos. En los primeros cien metros deberíamos saber si pueden detectar alguna diferencia entre yo y Mario.

MacDuff se encogió de hombros.

– Parece que estoy sin trabajo. Supongo que tendré que buscar a Jock yo solo.

– ¿Y cómo?

– Se me dan bastante bien las bombas trampa. Adquirí mucha experiencia con las minas terrestres en Afganistán. Me llevará mucho tiempo neutralizar las cámaras y desactivar las minas, pero con el tiempo llegaré allí.

– Si antes no salta por lo aires -dijo Jane.

MacDuff asintió con la cabeza.

– Pero piense en la distracción que les proporcionaría. -Se dirigió hacia los árboles, torciendo a la izquierda-. Esperaré cinco minutos desde que empiecen a atravesar el bosque. Con un poco de suerte, concentrarán toda su atención en ustedes en cuanto la cámara de vídeo los detecte.

– Podría ir con él -dijo Trevor mientras observaba a MacDuff alejarse de ellos-. Deberías volver al coche y dejarnos hacerlo a nosotros, ¡maldita sea!

Jane negó con la cabeza.

– Nos están esperando. Si no nos ven, vendrán a ver qué pasa. -Empezó a dirigirse hacia los árboles-. Prefiero ir a buscarlos, que no intentar esconderme en ese bosque con una tormenta de nieve.


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