Prólogo

La mujer que iba a morir salió con cautela del portal y miró rápidamente a un lado y otro de la calle. La escalera, a su espalda, se perfilaba en la penumbra; no había encendido la luz al bajar. Su abrigo claro flotaba como un espíritu contra la oscura madera. Dudó antes de salir a la calle, como si se sintiera observada. Respiró profundamente y durante unos segundos el blanco aliento perduró a su alrededor como un aura. Se acomodó la correa del bolso sobre el hombro y agarró con fuerza el asa del maletín. Se encogió de hombros y caminó con apresurados y silenciosos pasos hacia Götgatan. Hacía un frío riguroso; el viento cortante penetraba a través de sus finas medias de nailon. Esquivó una placa de hielo y trastabilló sobre el bordillo de la acera. Luego siguió alejándose del farol rápidamente, adentrándose en la oscuridad. El frío gélido y las sombras atenuaban los sonidos de la noche: el zumbido de una instalación de ventilación, los gritos de unos jóvenes borrachos, una sirena a lo lejos.

La mujer caminó presurosa y resuelta. Desprendía seguridad y perfume caro. Cuando de repente sonó su teléfono móvil, se quedó totalmente perpleja. Petrificada en medio de un paso, se detuvo y miró de nuevo a su alrededor. Se agachó, apoyó el maletín en su pierna derecha y comenzó a buscar en el bolso. Toda ella emanaba irritación e inseguridad. Sacó el teléfono móvil y se lo acercó a la oreja. A pesar de la oscuridad y las sombras, sus reacciones no podían engañar. La irritación se trocó en sorpresa seguida de rabia y, por último, de miedo.

Cuando la conversación terminó, la mujer se quedó algunos segundos con el teléfono en la mano. Inclinó la cabeza como si pensara. Un coche de policía pasó lentamente, la mujer lo miró, expectante, lo siguió con la vista. No hizo ningún ademán de detenerlo.

Evidentemente se había decidido. Dio la vuelta y regresó por el mismo camino por el que había venido, pasó de largo el portal de madera oscura y llegó al paso de peatones del cruce de Katarina Bangata. Mientras esperaba a que llegara el autobús nocturno levantó la cabeza y siguió con la mirada toda la longitud de la calle, más allá de la Vintertullstorget, siguiendo el canal de Sickla. Por encima flotaba el estadio olímpico, el estadio Victoria, donde al cabo de siete meses se inaugurarían los Juegos Olímpicos de verano.

El autobús pasó, la mujer cruzó los carriles de Ringvägen y comenzó a caminar por Katarina Bangata. Su rostro era inexpresivo, la rapidez de sus pasos denotaba que tenía frío. Cruzó el puente sobre el canal de Hammarby y entró en el recinto olímpico a través de la villa de prensa.

Con movimientos cortos y tensos se apresuró hacia el estadio olímpico. Eligió el camino junto al agua a pesar de ser más largo y frío. El viento del Saltsjön era glacial. La oscuridad era compacta y tropezó varias veces.

Junto a la oficina de Correos y la farmacia giró hacia arriba en dirección a la zona de entrenamiento y aceleró el paso los últimos cien metros hasta el estadio. Cuando alcanzó la entrada estaba jadeante y enfadada. Abrió la puerta y penetró en la oscuridad.

– Di lo que quieres y que sea rápido -dijo y miró con frialdad a la persona que apareció entre las sombras.

Vio cómo ésta levantaba el martillo, pero no se asustó.

El primer golpe le alcanzó en el ojo izquierdo.

Загрузка...