Introducción

Juan Bonilla

La primera novela de Félix J. Palma tenía, en su primera edición, un defecto aun antes de comenzar a leerla: venía después de su primer libro de relatos, El vigilante de la salamandra, y como suele suceder entre nosotros, cuando alguien publica un muy buen primer libro de cuentos parece exigírsele que dé el paso a la novela, y que la novela que escriba deje en pañales a Fortunata y Jacinta. Cuando el pobre cuentista publique su primera novela y se vea que pueden respirar tranquilas Fortunata y Jacinta, caerá sobre él el plomo de una convicción que era previa: ah, no es tan novelista como cuentista.

Vaya manera de empezar un prólogo, me dirán. Sí, no hemos venido aquí a hacer publicidad. He aceptado escribir este prólogo por dos razones: la primera, porque la novela, releída ahora, me sigue pareciendo lo que me pareció cuando la leí. La segunda: porque Palma es amigo desde hace ya demasiados años.

Basta internarse en las páginas de la novela para percatarse de que el dominio de la prosa de Palma es tan brillante como en sus relatos. Se demora en detalles cuando cree necesario rascar en ellos para traer a colación imágenes deslumbrantes. Y a pesar de ese demorarse en los detalles, su pulso firme de narrador sabe que nos ponemos a contar cosas para contarlas: perdón por la tautología, pero lo primero es lo primero. No se balancea el prosista en su facilidad para la página bella, que diría el insoportable Azorín, no se conforma con pintar cromos: Palma quiere contar historias, y que lo haga dándole una importancia extraordinaria al estilo no significa que no sepa cómo construir historias, personajes, que abducen al lector.

La novela que viene a continuación padeció incluso de la excesiva timidez del propio autor, que quiso clasificarla como novela juvenil. Tendría sus razones. Desde luego sus protagonistas son jóvenes, pero nada hay en ella que pudiera merecer que se colocase en las estanterías donde arrebatan hoy crepúsculos y amaneceres de vampiros pesadísimos. Palma dibuja el sinsentido, el absurdo, el milagro del amor con un humor que nos hará reír a carcajadas, en una novela que apenas se esfuerza en correr, dar brincos alegres de un capítulo a otro, tomarse a broma una de las cosas más serias de este mundo. Y tiene momentos impagables. Mis preferidos son el momento en que el protagonista decide armarse caballero, y ese genial comienzo de capítulo en el que el narrador hace de guía futuro que enseña a unos turistas el lugar del crimen.

Después de esta novela Palma se consolidó como autor de relatos, y probó suerte de nuevo con el género largo obteniendo recientemente un imponente resultado: El mapa del tiempo. Antes había ganado el premio Berenguer con Las corrientes oceánicas. Permítanme detenerme un momento en esta novela, porque es curiosa. Aunque termina en el mundo tan poético y absurdo de las sectas absurdas y poéticas, su comienzo es estremecedor, una prueba de la hondura que puede alcanzar la prosa de Palma. Puede que sea una novela fallida, no lo sé, pero sus cien primeras páginas son antológicas. Puede que en algunos tramos eso mismo le pase a La hormiga…, que sea antológica a veces, y otras se destense, como es habitual en las primeras novelas. Pero no quiere ello decir que deba leerse como una especie de mero documento histórico, por ser la primera novela de un autor tan personal como Palma. Quien no lea por mero placer, no tiene mucho que hacer aquí.

Lírica y disparatada, La hormiga… es un catálogo de mujeres, desde luego, y también un retrato de la impotencia: la impotencia de elegir. Este imponente homenaje al amor -aunque se salde paradójicamente con la evidencia de que el amor es un invento que, como los martillos, pueden servir para colgar cuadros en las paredes o para descalabrar a alguien- proporciona, además de una lectura vertiginosa y muy divertida, la sensación impagable de estar ante un excelente narrador que se atreve, en épocas de telegramas más o menos cursis, a ser un auténtico estilista.

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