CAPITULO VEINTISEIS

A bordo del vapor OZYMANDIAS,
río Mississippi,
octubre de 1857

Abner Marsh esperaba encontrar oscuridad pero, cuando Sour Billy le hizo cruzar la puerta del camarote del capitán, ]a habitación estaba iluminada por la suave luz de las lámparas de aceite. Había más polvo del que Marsh recordaba. Aparte de esto, estaba como la solía tener Joshua. Sour Billy cerró la puerta y Marsh se quedó a solas con Damon Julian. Agarró con fuerza su bastón de nogal —Billy había arrojado al agua el fusil, pero le había permitido conservar el bastón— y lo miró con altivez.

—Si va a matarme, venga a intentarlo —dijo—. No estoy de humor para juegos.

—¿Matarle, capitán? —dijo Julian sonriendo—. ¡Vaya, si había preparado una buena cena para usted!

Sobre la mesilla, entre los dos grandes sillones de cuero, había dispuesta una cazuela de plata. Julian alzó la tapa y le presentó un plato de pollo frito con guarnición de verduras, nabos y cebollas, así como un pedazo de pastel de manzana con queso por encima.

—También hay vino. Siéntese, capitán, por favor.

Marsh se adelantó con cautela. No tenía idea de qué se proponía Julian, pero tras un momento de vacilación decidió que no le importaba gran cosa. Quizá la comida estaba envenenada, aunque no le encontraba mucho sentido a eso, pues disponían de otras formas de eliminarle más sencillas. Se sentó y se sirvió una pechuga de pollo. Todavía estaba caliente. Empezó a comer con fruición y recordó cuánto tiempo hacia que no tomaba una comida decente. Quizá no le faltaba mucho tiempo para morir, pero al menos lo haría con el estómago lleno.

Damon Julian, magnífico con su traje marrón y su chaleco dorado, obsercó cómo comía Marsh con una divertida sonrisa en el rostro.

—¿Vino, capitán?—fueron sus únicas palabras. Llenó dos vasos y tomó un trago del suyo.

Cuando Abner Marsh hubo terminado el pastel, se echo hacia atrás en su sillón y eructó. Después, torció el rostro en una mueca.

—Una buena comida —dijo de mala gana—. Y bien, Julian, ¿por qué estoy aquí?

—La noche de su apresurada partida, capitán, intentaba explicarle que sólo quería hablar con usted, pero decidió no hacerme caso.

—Naturalmente que no —dijo Marsh—, y sigo en las mismas. Sin embargo, ahora no puedo hacer gran cosa al respecto, así que usted dirá.

—Es usted valiente, capitán. Y fuerte. Le admiro.

—No puedo decir lo mismo de usted.

Julian se echó a reír, con una risa que era verdadera música. Sus ojos oscuros brillaron.

—Sorprendente —comentó—. Vaya carácter.

—No sé qué se propone hacer conmigo, pero no le servirá de nada. Ni todo el pollo frito del mundo conseguiría hacerme olvidar lo que hizo usted con aquel condenado bebé, ni con el señor Jeffers.

—Parece que no recuerda usted que Jeffers me atravesó con su puñal —contestó Julian—. Eso es algo que nadie puede tomarse a la ligera.

—Pero el niño no tenía ningún puñal.

—Era un esclavo —dijo Julian en tono ligero—. Legalmente, quiero decir. Según las leyes de su propio pueblo capitán. Un ser inferior, según sus compatriotas. Le ahorré una vida de esclavitud, capitán.

—¡Váyase al infierno! —replicó Marsh—. Era sólo un bebé, y usted le cortó la mano como si estuviera degollando un pollo, y luego le aplastó la cabeza. Y él no le había hecho nada.

—No —reconoció Julian—. Pero tampoco le había hecho ningún mal a usted o a su gente Jean Ardant, y sin embargo usted y su primer oficial le aplastaron el cráneo mientras dormía.

—Pensábamos que era usted.

—¡Ah! —suspiró Julian con una sonrisa en los labios—. Fue un error, entonces. Bueno, pero fuera o no una equivocación, lo cierto es que mataron a un inocente. Y, sin embargo, no parece consumido hasta el fondo de su alma por la culpa.

—No era un hombre lo que matamos. Era uno de los suyos, un vampiro.

—Por favor —le interrumpió Julian frunciendo el ceño—. Comparto con Joshua el desagrado por esa palabra.

Marsh se encogió de hombros.

—Se contradice usted, capitán Marsh. Me toma por el diablo por hacer lo mismo que a usted le parece totalmente correcto: arrancar la vida de los que son distintos a usted. No importa. Usted defiende a su propia raza, e incluye en ella incluso a los de piel oscura. Le admiro por ello, ¿comprende? Usted sabe quién es y comprende su lugar y su naturaleza, tal como debe ser. Usted y yo somos iguales en eso.

—Yo no soy igual que usted en nada —contestó Marsh.

—¡Sí que lo es! Tanto usted como yo aceptamos cuál es nuestra naturaleza, no hemos buscado ser lo que somos ni pretendemos ser lo que no somos. Me disgustan los débiles, esos tipos que se odian tanto a sí mismos, que pretenden convertirse en alguien distinto. Y usted piensa como yo.

—No.

—¿De verdad? Entonces, ¿por qué odia tanto a Sour Billy?

—Porque es un ser despreciable.

—¡Naturalmente! —asintió Julian, que parecía extraordinariamente divertido—. El pobre Billy es débil y ansía ser fuerte. Hará lo que sea por convertirse en uno de nosotros. Lo que sea. He conocido a otros como él, a muchos. Resultan útiles y a veces divertidos, pero nunca respetables. Usted desprecia a Billy porque imita a nuestra raza y pertenece a la de usted, capitán. El querido Joshua siente de la misma manera, sin darse cuenta de que encuentra en Billy su propio reflejo.

—Joshua y Billy Tipton no se parecen en nada —insistió Marsh, tozudo—. Billy es una maldita comadreja. Joshua quizá haya hecho algunas maldades, pero está intentando compensarlas. Podría haberles ayudado a todos ustedes.

—No. Nos hubiera hecho como son ustedes, capitán Marsh. Observe que incluso su país está muy dividido en el tema de la esclavitud, una esclavitud basada únicamente en el color de la piel. Suponga que se pudiera poner término a esas diferencias. Suponga que hubiera un modo de volver a todos los hombres blancos de este país en hombres negros de la noche a la mañana. ¿Le gustaría esa perspectiva?

Abner Marsh meditó un momento. No le gustaba ni un ápice la idea de volverse negro, pero vio por dónde quería ir Julian y no quiso seguirle el juego; por tanto permaneció callado.

Damon Julian tomó un sorbo de vino y sonrió.

—¡Ah! —dijo—. ¿Ve usted? Incluso los abolicionistas que hay entre ustedes reconocen que los negros son una raza inferior. No tendrían ningún tipo de consideración con un negro que pretendiera pasar por blanco, y les desagradaría mucho que un blanco tomara una pócima para volverse negro. Yo no le hice daño al bebé aquel por maldad, capitán Marsh, pues no hay maldad en mí. Lo hice para hacer reaccionar a Joshua, al querido Joshua. Es un hombre hermoso, pero me pone enfermo.

“Usted, es otro caso. ¿De verdad temió que le atacara aquella noche de agosto? Bueno, quizás lo hubiera hecho, con el dolor y la rabia que sentí tras su comportamiento, pero antes de eso, no. Me atrae lo bello, capitán Marsh, y usted no tiene un gramo de esa cualidad —se echó a reír—. No creo haber visto nunca a un hombre más feo. Es usted gordo, lleno de grasa, cubierto de pelo hirsuto y de verrugas, apesta a sudor, tiene la nariz chata, los ojos de cerdo y los dientes mellados y amarillentos. No despertaría la sed en mí más de lo que la despierta Sour Billy. En cambio, es usted fuerte, tiene un valor muy apreciable y sabe cuál es su lugar. Yo admiro esas cualidades. Además, sabe usted dirigir un barco. Capitán, no deberíamos ser enemigos. Unase a mí. Lleve el Sueño del Fevre, o como se llame ahora —sonrió—, por mí. Billy decidió que había que cambiarle el nombre, y Joshua sacó este no sé de dónde. Puede volverlo a cambiar, si lo desea.

—Ahora es Billy quien dirige el barco, ¿no?

—Sour Billy es un capataz, no un marinero —contestó Julian encogiéndose de hombros—. Puedo eliminar a Billy. ¿Le gustaría eso, capitán? Esta puede ser su primera recompensa, si se une a mí: la muerte de Billy. Yo me encargaré de matarlo por usted, o dejaré que lo haga usted mismo. El mató a su primer oficial, ¿lo sabía?

—¿A Hairy Mike? —dijo Marsh, con un escalofrío.

—Sí —prosiguió Julian—. Y al jefe de máquinas también, pocas semanas después. Le descubrió intentando forzar las calderas para que estallaran. ¿Le gustaría vengar a los suyos, capitán? Está en sus manos.

Julian se inclinó hacia adelante apasionadamente, excitadamente, con un fulgor en sus ojos oscuros, y prosiguió:

—Puede conseguir también otras cosas. Riqueza. A mí no me preocupa. Puede quedarse con todo el dinero.

—Todo el que usted le robó a Joshua.

—Los maestros de sangre reciben muchos regalos —dijo con una sonrisa—. También le ofrezco mujeres. He vivido entre su raza muchos años y conozco sus impulsos, sus instintos lujuriosos. ¿Cuánto hace que no ha estado con una mujer, capitán? ¿Le gustaría Valerie? Puede ser suya. Es más adorable que cualquier mujer de su raza y nunca se hará vieja y horrible, al menos mientras usted viva. Puede conseguirla, capitán. Y también a las demás. No le harán daño. ¿Qué más desea? ¿Comida? Toby sigue viviendo, así que podrá usted disfrutar de sus comidas seis, siete veces al día si lo desea.

“Es usted un hombre práctico, capitán. No comparte las fantasías religiosas de su raza. Piense en todo lo que le ofrezco. Tendrá poder para castigar a sus enemigos y para proteger a sus amigos, el estómago lleno, dinero y mujeres. Y todo ello a cambio de eso que ansía con desesperación: gobernar este barco, su Sueño del Fevre.

—Ya no es mío —replicó Abner—. Usted lo ha manchado con su presencia.

—Mire a su alrededor, Marsh. ¿Tan mal está el barco? Hemos hecho el recorrido entre Natchez y Nueva Orleans con regularidad, el barco sigue en buen estado y cientos de pasajeros han ido y venido sin advertir siquiera que faltara algo. Algunos de ellos han desaparecido, la mayor parte en tierra, en las ciudades que hemos visitado, pues Billy insiste en que de esta manera es más seguro. A bordo del barco sólo han muerto unos pocos, aquellos cuya belleza y juventud eran demasiado excepcionales. Más son los esclavos que mueren cada día en Nueva Orleans, y en cambio no actúa usted contra la esclavitud. El mundo está lleno de malvados, Abner. No le pido que esté de acuerdo conmigo ni que participe en mis acciones. Limítese a llevar el barco y cuídese de sus asuntos. Necesitamos su experiencia. Billy ahuyenta los pasajeros, y en cada viaje perdemos dinero. Ni siquiera los fondos de Joshua son inagotables. Vamos, Marsh, déme la mano. Acceda. Lo desea usted, se le nota en los ojos. Desea usted recuperar este barco, pues para usted es un sueño, una sed. Bien, tómelo entonces. El bien y el mal son cosas sin sentido, ideadas para trastornar a los hombres débiles y sensibles. Yo le conozco, Abner y puedo darle lo que desea. Únase a mí, sírvame. Déme la mano, y juntos venceremos al Eclipse.

Sus ojos oscuros giraron y ardieron, inmundos pero seductores, como simas insondables, llegando a lo más hondo de Marsh, conmoviéndole, llegando a sus pensamientos íntimos, atrayéndole, atrayéndole… Tenía la mano extendida. Abner Marsh empezó a adelantar la suya. Julian sonreía de tal forma, y sus palabras tenían tanta lógica… No le estaba pidiendo hacer nada terrible, sólo conducir el barco, ayudar a protegerle y cuidar de sus amigos. ¡Qué diablos! Ya ha protegido a Joshua, y Joshua es un vampiro, ¿no? Y quizás haya algunas muertes en el barco, pero ya en el 54 un hombre había sido estrangulado a bordo del Dulce Fevre, y dos jugadores profesionales habían sido muertos a tiros en el Nick Perrot, bajo su mando. Naturalmente, ninguna de aquellas muertes podían achacárseles a usted, pues estaba atendiendo a sus asuntos, dirigiendo sus vapores, etcétera. Y no podía haber matado personalmente a nadie. Un hombre tenía que proteger a sus amigos, pero no al mundo entero, y también debía conseguir que Sour Billy obtuviera su merecido. Todo aquello sonaba bien, condenadamente bien. Los ojos de Julian eran negros y hambrientos, y su piel estaba helada, como la de Joshua, como la de Joshua aquella noche en el embarcadero…

… Y Abner Marsh retiró la mano.

—¡Joshua! —dijo en voz alta—. Eso es, claro. No ha conseguido derrotar a Joshua todavía, ¿verdad? Le ha castigado usted, pero todavía sigue con vida y no ha conseguido hacerle beber sangre ni cambiar de idea. Claro, esta es la razón —Marsh notó que su circulación se normalizaba—. A usted no le importa el dinero que se pueda ganar con el barco. Si mañana se hundiera, seguiría usted tan indiferente como está ahora. Simplemente, se cambiaría de lugar. Y respecto a Sour Billy, quizás quiera usted librarse de él y hacer que yo ocupe su lugar, pero no será así. No, se trata de Joshua. Si yo acepto su propuesta, cederá en él la fuerza de voluntad que le queda y le tendrá que dar la razón a usted. Joshua confiaba en mí y usted quiere mi colaboración sólo porque sabe el daño que eso le haría a él.

Julian tenía todavía la mano extendida, con varios anillos brillando débilmente en sus largos y blancos dedos.

—¡Maldito sea! —rugió Marsh al tiempo que asía el bastón de nogal y lo blandía, dándose golpecitos con él en el costado de la pierna—. ¡Maldito sea, Julian!

La sonrisa de los labios de Damon Julian se difuminó y su rostro se hizo inhumano. No había en sus ojos más que oscuridad y años, y unas débiles llamitas que ardían con ancestral perversidad. Se levantó, dominando con su estatura a Abner Marsh, y asió de un golpe el bastón que éste blandía ante su rostro. Lo rompió con las manos con la misma facilidad que si se tratara de una cerilla, y lo apartó a un lado. Los pedazos fueron a dar contra el tabique y cayeron sobre la alfombra.

—Abner, pudo usted pasar a la historia del río como el hombre que superó al Eclipse —le dijo Julian con una malvada frialdad—. En cambio, acaba de sentenciarse a muerte. Y va a tardar mucho en morir, capitán Marsh. Me resulta demasiado feo y desagradable. Temo que servirá para enseñarle a Billy cuál es el sabor de la sangre. Quizás el queridito Joshua tenga que tomar también una ración. Creo que le irá muy bien —añadió con una sonrisa—. En cuanto a su barco, capitán Marsh, no tiene que preocuparse. Me cuidaré mucho de él cuando usted ya no esté. Nadie en este río olvidará nunca el Sueño del Fevre.

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