CAPITULO SIETE

San Luis, julio de 1857

El Sueño del Fevre estuvo amarrado en San Luis doce días. Fue un período de tiempo muy agitado para toda la tripulación, menos para Joshua York y sus extraños acompañantes. Abner Marsh se levantaba muy temprano cada mañana. A las diez ya estaba en la calle para visitar a exportadores y propietarios de hoteles y hablarles de su barco e intentar establecer contactos comerciales. Tenía un puñado de carteles impresos de la “Compañía de paquebotes del río Fevre”, ahora que volvía a tener más de un barco, y contrató a unos muchachos para que los pegaran por toda la ciudad. Bebiendo y comiendo en los mejores lugares, Marsh contaba una y otra vez cómo el Sueño del Fevre había ganado al Sureño, para asegurarse de que el hecho se conociera. Incluso puso anuncios en tres de los periódicos locales.

Los pilotos que Abner Marsh había contratado para la parte inferior del río subieron a bordo en cuanto el Sueño del Fevre tocó San Luis, y recogieron la paga correspondiente a todo el tiempo que habían pasado sin hacer nada, esperando el barco. Los pilotos no eran baratos, especialmente aquellos, pero Marsh no puso muchos reparos al precio ya que buscaba lo mejor para su barco. Una vez pagados, los nuevos tripulantes reanudaron su inactividad; los pilotos cobraban su sueldo, pero no hacían el más mínimo trabajo hasta que el vapor se hallaba en el río. Todo lo que no fuera pilotar era una ofensa a su dignidad.

Los dos pilotos que Marsh había buscado tenían, sin embargo, sus propios estilos individuales de holgazanear. Dan Albright, delgado, taciturno y elegante, subió a bordo del Sueño del Fevre el día que atracó, revisó el barco, los motores y la cabina del piloto, asintió satisfecho e inmediatamente tomó posesión de su camarote. Se pasaba los días leyendo en la bien provista biblioteca del vapor y jugó unas partidas de ajedrez con Jonathon Jeffers en el salón principal, aunque Jeffers le ganaba invariablemente. Karl Framm, por su parte, era fácilmente localizable en los salones de billares junto al río, sonriendo con gesto taimado bajo su sombrero de fieltro de ala ancha, ufanándose de que él y su nuevo barco iban a ganar a cualquier otro barco del río. Framm tenía una reputación impresionante, y solía contar, en broma, que tenía una esposa en San Luis, otra en Nueva Orleans y una tercera en Natchez.

Abner Marsh no tenía mucho tiempo para preocuparse de lo que hacían los pilotos; estaba demasiado ocupado con una tarea u otra. Tampoco veía mucho a York ni a sus amigos, aunque sabía que Joshua York se dedicaba a pasear con frecuencia de noche por las calles de la ciudad, acompañado a menudo de Simon, el silencioso. Simon estaba aprendiendo también a preparar combinados, pues Joshua le había dicho a Marsh que tenía previsto utilizarle como camarero de barra durante la noche en el trayecto a Nueva Orleans.

Marsh solia ver a su socio durante la cena, que Joshua tenía por costumbre compartir con los oficiales en la cabina principal. Una vez acabada la cena York se retiraba a su propio camarote o a la biblioteca para leer los periódicos, que recibía a montones todos los días de los vapores recién llegados. En una ocasión, anunció que iba a la ciudad para ver actuar un grupo de actores de teatro. Invitó a Abner Marsh y a los demás oficiales a que le acompañaran, pero Marsh no estaba dispuesto, y York consiguió que Jonathon Jeffers, le acompañara.

—Poemas y comedias —murmuró Marsh a Hairy Mik Dunne mientras se levantaban de la mesa—. Esto hace que me pregunte adónde irá a parar este maldito río.

Después, Jeffers empezó a enseñarle a jugar al ajedrez a York.

—Tiene una mente prodigiosa, Abner —le dijo Jeffers al cabo de unos días, la mañana del octavo de su estancia en San Luis.

—¿Quién?

—Joshua, naturalmente. Hace un par de días le enseñé a mover las piezas. Pues bien, anoche lo encontré en el Salón intentando resolver una de las partidas de Morphy, aparecida en uno de esos periódicos de Nueva York que él tiene. Es un hombre extraño. ¿Qué sabes de él?

Marsh frunció el ceño. No quería que sus hombres se mostraran curiosos en exceso respecto a Joshua York; era su parte del trato.

—A Joshua no le agrada mucho que se hable de él. Yo no le hago preguntas. Supongo que no es asunto mío su pasado. Usted debería tomar esa misma actitud, señor Jeffers. Más aún: procure hacerlo.

El empleado enarcó sus cejas negras y delgadas.

—Si usted lo dice, capitán —replicó. Sin embargo, mostró en el rostro una sonrisa fría que inquietó a Abner Marsh.

Jeffers no era el único en hacer preguntas. Hairy Mik acudió también a Marsh y le dijo que los mozos de cuerda y los marineros de cubierta estaban divulgando algunos rumores acerca de York y sus cuatro amigos.

—¿Qué tipo de rumores?

Hairy Mike se encogió de hombros, elocuentemente.

—Sobre que sólo aparece de noche, igual que esos extraños amigos suyos. ¿Conoce a Tom, el marinero que se ocupa de la parte central de babor? Ha estado explicando cosas… Dice que la noche que dejamos Louisville… Bueno, ya sabe usted lo enormes que son allí los mosquitos, ¿no? Pues bien, dice que vio a Simon en la cubierta principal, dando una vuelta, cuando un mosquito se le posó al tipo en la mano, y Simón alzó la otra y lo aplastó. Ya sabe cómo son a veces esos mosquitos, que están llenos de sangre y, cuando los aplastas, te dejan una mancha. Tom dice que así sucedió con el mosquito que Simon aplastó sobre su mano. Entonces, según Tom, ese Simon se quedó inmóvil, mirándose la mano durante un largo momento, y luego la levantó, se la llevó a la boca, y lamió la sangre hasta no dejar rastro.

Abner Marsh se enfureció.

—Dile a Tom que deje de contar chismes, o va a tener que cuidarse de la mitad del lado de babor en otro barco.

Hairy Mike asintió, y se volvió para irse. Pero Marsh le detuvo.

—No —dijo—. Aguarda. Dile que no vaya extendiendo rumores pero que, si ve algo más que le sorprenda, te lo comunique a ti, o a mí. Dile que le daré medio dólar.

—Por medio dólar, le contará cualquier mentira.

—Bueno, olvida entonces lo del medio dólar, pero dile todo lo demás.

Cuanto más pensaba Abner en el relato de Tom, más preocupado se sentía. Estaba tan satisfecho como Joshua York con la idea de tener en la barra del bar a Simon, donde estaría en público y podría vigilarlo. A Marsh no le habían gustado nunca los empleados de pompas fúnebres, y Simon todavía le traía el recuerdo de uno especialmente tenebroso, cuando no un verdadero cliente de una funeraria. Sólo deseaba que Simon no empezara a lamer mosquitos mientras servía una copa en el salón a los pasajeros de los camarotes. Era precisamente el tipo de cosas que podían arruinar la reputación de un barco con toda rapidez.

Pronto Marsh apartó de su mente este asunto y se sumergió de nuevo en sus negocios. La noche anterior a la fecha señalada para partir, sin embargo, algo le preocupó. Joshua York le había citado en su camarote para revisar unos detalles del viaje. York estaba sentado en su escritorio, con el pequeño cuchillo de mango de marfil en la mano, recortando un articulo de un periódico. York y Marsh charlaron brevemente de los asuntos que había que resolver, y Marsh se disponía ya a salir cuando vio un ejemplar del Democrat sobre el escritorio.

—Se supone que aquí tiene que salir hoy uno de nuestros anuncios —dijo Marsh, cogiendo el periódico—. ¿Ha terminado usted con él, York?

Joshua le indicó que si con un gesto de la mano.

—Lléveselo si quiere —dijo.

Abner se llevó el periódico bajo el brazo a la cabina principal y lo hojeó mientras Simon le preparaba una copa. Estaba sorprendido, pues no conseguía encontrar el anuncio. Naturalmente, podía no ser una omisión; York había recortado un artículo de la página a cuyo dorso venían las noticias navieras, por lo que había un agujero precisamente en dicha página. Marsh se quitó las gafas, plegó el periódico y se dirigió a la oficina del sobrecargo.

—¿Tiene el último ejemplar del Democrat?—le preguntó a Jeffers—. Creo que ese condenado Blair ha dejado fuera mi anuncio.

—Aquí lo tiene —contestó Jeffers—, y el anuncio está. Mire en la página de actividades portuarias.

Efectivamente, el anuncio estaba allí, en un recuadro en medio de una columna de recuadros similares:


COMPAÑIA DE PAQUEBOTES DEL RIO FEVRE

El espléndido vapor de carga y pasaje Sueño del Fevre parte el jueves para Nueva Orleans, Louisiana y todos los puntos intermedios, con los mejores promedios de velocidad, manejado por la tripulación más experimentada. Para carga y pasaje, preguntar a bordo o en las oficinas de la compañía, al pie de Pine Street.

Abner Marsh, presidente


Marsh revisó el anuncio, asintió y volvió la página para ver qué había recortado Joshua York. El artículo parecía ser un resumen recogido de algún otro periódico de aquel sector, sobre un hombre desconocido, leñador, que había sido encontrado muerto en su choza, junto al río, al norte de Nueva Madrid. El primer oficial de un vapor que había bajado a tierra para comprarle leña lo había encontrado. Algunos pensaban que habían sido los indios y otros hablaban de los lobos, pues el cuerpo estaba totalmente desgarrado y medio devorado. Aquello era todo.

—¿Algo va mal, capitán Marsh? —preguntó Jeffers—. Tiene usted una mirada muy extraña.

Marsh plegó el Democrat de Jeffers y se lo colocó bajo el brazo, junto con el de York.

—No, nada; ese maldito anuncio, que ha salido con un par de faltas de ortografía.

—¿Está seguro?—inquirió Jeffers con una sonrisa—. Yo sé que la ortografía no es precisamente su fuerte, capitán.

—No me gaste ese tipo de bromas otra vez, o le aseguro que lo tiro por la borda, señor Jeffers —contestó Marsh—. Me llevaré el periódico, si no le importa.

—Está bien —dijo Jeffers—. Ya lo he leído.

De nuevo en el bar, Marsh releyó el relato del leñador. ¿Por qué había recortado Joshua York una noticia sobre un pobre diablo muerto por los lobos? Marsh no podía imaginarse una respuesta, pero se sintió inquieto. Alzó la mirada y advirtió los ojos de Simon fijos en él a través del espejo del bar. Marsh dobló rápidamente el Democrat y se lo metió en el bolsillo.

—Sírveme una whisky corto —dijo.

Marsh bebió el whisky de un solo trago e hizo un largo “aaaaah” cuando el ardor se extendió por su pecho. Esto aclaró un poco su cabeza. Tenía medios para profundizar más en aquel asunto, pero estaba fuera de sus atribuciones el interesarse por el tipo de relatos periodísticos que Joshua York gustaba de leer. Además, había dado su palabra de no meterse en los asuntos de York, y Abner Marsh se consideraba a sí mismo un hombre de honor. Resuelto, dejó la copa y salió del bar. Bajó la gran escalinata curva hasta la cubierta principal y lanzó ambos periódicos a uno de los oscuros hornos. Los estibadores le miraron con extrañeza, pero Marsh se sintió inmediatamente mucho mejor. No debía ir por ahí alimentando sospechas acerca de su socio, especialmente de uno tan generoso y con buenos modales como Joshua York.

—¿Qué miráis?—les gritó a los estibadores—. ¿No tenéis nada que hacer? Voy a buscar a Hairy Mike para que encuentre algo para vosotros.

Al momento, los hombres volvieron a sus tareas. Abner Marsh regresó a la cabina principal y se tomó otra copa.

A la mañana siguiente, Marsh fue a Pine Street, a la oficina central de su compañía, y trabajó durante varias horas. Almorzó en el Albergue de los Plantadores, rodeado de viejos amigos y rivales, sintiéndose importante. Marsh fanfarroneó a fondo de las maravillas de su barco y tuvo que soportar que Farrell y O’Brien batieran las mandíbulas respecto a los suyos, pero era natural. Se limitó a sonreír y dijo:

—Bien, muchachos, quizá nos encontremos en el río. ¿No sería estupendo?

Nadie se atrevió a mencionar su pasado infortunio, y tres hombres se acercaron uno a uno a su mesa para preguntarle si necesitaba un piloto para el bajo Mississippi. Pasó un par de magníficas horas.

De vuelta al río, Marsh pasó casualmente ante una sastrería. Dudó un instante, mesándose la barba pensativo mientras maduraba la idea que acababa de ocurrírsele. Después, entró con una sonrisa y pidió un nuevo tabardo de capitán. Uno blanco, con doble hilera de botones de plata, igual que el de Joshua. Dejó dos dólares a cuenta y quedó en que recogería el tabardo cuando regresara a San Luis. Al salir de la tienda, se sentía muy satisfecho de sí mismo. La ribera era un caos. Una carga de frutos secos había llegado tarde y los estibadores sudaban de lo lindo para cargarla a tiempo. Whitey había dado ya el vapor; unos hilillos de humo blanco se elevaban de las floridas chimeneas. El vapor situado a la izquierda del Sueño del Fevre daba marcha atrás con un gran despliegue de humo y sirenas y gritos. El gran vapor de ruedas laterales situado a la derecha descargaba las mercaderías en una barcaza portuaria, un viejo y decrépito casco de vapor atado permanentemente al embarcadero. Arriba y abajo del río habían vapores hasta donde alcanzaba la vista en ambas direcciones, más de los que Marsh podía contar. Nueve barcos más arriba estaba el lujoso John Simonds, de tres cubiertas, embarcando pasajeros. Antes que éste se hallaba el Luz del Norte, con una pintura que representaba la aurora en colores chillones sobre el tambor de palas; se trataba de un vapor novísimo del tramo superior del Mississippi, del cual la compañía propietaria decía que era el más rápido de todos los barcos que habían surcado aquella zona. En la parte de abajo del río estaba el Aguila gris, con el que tendría que competir el Luz del Norte para demostrar si eran ciertas sus afirmaciones. También estaban el Norteño, el rudo y poderoso St. Joe, de palas en popa, y el Die Vernon II y el Natchez.

Marsh los miró a todos, uno por uno, y observó los intrincados aparatos suspendidos entre sus chimeneas, y sus lujosas maderas labradas y sus brillantes pinturas, y su humo ondulante, y sus poderosas palas. Y después miró a su barco, el Sueño del Fevre, todo blanco, azul y plata, y le pareció que su humo se elevaba más que el de cualquier otro, que su sirena tenía un tono más dulce y claro, que su pintura estaba más limpia y que sus palas eran más potentes, que era más alto que ninguno, salvo tres o cuatro, y que medía de eslora tanto como el que más.

—Les ganaremos a todos —se dijo a sí mismo, y subió a su sueño.

Загрузка...