CAPITULO VEINTE

A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE,
río Mississippi,
agosto de 1857

Raymond y Armand sostenían entre ellos a Damon Julian cuando Sour Billy saltó del tambor de las palas. Julian tenía el aspecto de haber estado degollando un cerdo, pues sus ropas estaban empapadas de sangre.

—Le has dejado escapar, Billy —dijo Julian en un tono frío que puso nervioso a Sour Billy.

—Está liquidado —insistió Billy—. Las palas le arrastrarán y le destrozarán, o se ahogará. Debería haber visto el golpe que se dio contra el agua, con su gran panza por delante. Ya no tendrá que ver sus verrugas nunca más.

Mientras hablaba, Sour Billy miró a su alrededor y no le gustó ni un ápice el panorama. Julian estaba todo ensangrentado, un reguero rojo bajaba los escalones de la cubierta superior y aquel elegante sobrecargo en el porche de la cubierta, se veía medio colgado de la barandilla y aún sangrando por la boca.

—Si me fallas, Billy, nunca serás como nosotros —le dijo Julian—. Espero, por tu bien, que esté muerto. ¿Comprendes?

—Sí —asintió Billy—. ¿Qué ha sucedido, señor Julian?

—Me atacaron, Billy. Nos atacaron, más bien. Según el bueno del capitán, han matado a Jean. Le redujeron a pulpa su maldita cabeza, creo que fue esa la frase que utilizaron —dijo con una sonrisa—. Marsh, el infeliz de su sobrecargo y alguien llamado Mike son los responsables.

—Hairy Mike Dunne —dijo Raymond Ortega—. Es el primer oficial del Sueño del Fevre, Damon. Un tipo grande, estúpido y grosero. Se ocupa de gritarles a los negros y golpearles.

—Ah —murmuró Julian. Después, se volvió a Raymond y Armand—. Dejadme. Ya me encuentro mejor y puedo sostenerme solo.

La luz del crepúsculo se había convertido en plena oscuridad.

—Damon —le advirtió Vincent—, la guardia cambiará a la hora de la cena y los tripulantes vendrán a sus camarotes. Debemos hacer algo. Debemos abandonar el barco, o nos descubrirán.

Mientras hablaba, Vincent tenía la mirada puesta en la sangre y en el cuerpo de Jeffers.

—No —dijo Julian—. Billy lo limpiará todo, ¿verdad, Billy?

—Sí —respondió éste—. Y al sobrecargo lo enviaré a reunirse con su capitán.

—Hazlo pues, Billy, en lugar de decirme que lo harás —replicó Julian con una sonrisa helada—. Y luego ve al camarote de York. Me retiraré allí ahora. Necesito cambiarme de ropa.

Sour Billy Tipton tardó veinte minutos en eliminar todo rastro de la lucha en la cubierta superior. Trabajaba con precipitación, consciente de la posibilidad de que alguien saliera de su camarote o subiera las escaleras. Sin embargo, la oscuridad se había intensificado, lo cual era una ayuda. Dejó el cuerpo de Jeffers sobre la cubierta, después lo puso sobre el tambor de las palas con ciertas dificultades —el sobrecargo era más pesado de lo que Billy hubiera imaginado nunca— y lo lanzó. La noche y el río lo engulleron y el ruido que hizo al chocar contra el agua no tuvo la menor similitud con el que había hecho el capitán; se fundió simplemente con el poderoso rugido de las palas. Sour Billy acababa de quitarse la camisa y empezaba a limpiarse la sangre cuando la suerte llegó en su ayuda: la tormenta que se venía preparando desde la tarde estalló al fin. Los truenos retumbaron en sus oídos, los relámpagos surcaron el aire, como navajas, hasta el río y la lluvia empezó a caer con fuerza. Una lluvia limpia, fría, martilleante, que se estrellaba contra la cubierta empapando a Billy hasta los huesos y limpiando todos los restos de sangre.

Sour Billy chorreaba todavía cuando al fin entró en el camarote de Joshua York sosteniendo en una mano su camisa, antes tan lujosa y ahora convertida en una pelota de trapo.

—Solucionado —dijo .

Damon Julian estaba sentado en el cómodo sillón de cuero. Se había cambiado de ropa y llevaba ahora unas más ligeras. Tenía una copa en la mano y parecía tan fuerte y saludable como siempre. Raymond estaba de pie a su lado, Vincent tenía una pierna sobre el escritorio, Armand ocupaba el otro sillón, Kurt estaba sentado en la silla del escritorio y Joshua York sobre la cama, con la vista fija en sus pies, la cabeza agachada y la piel blanca como polvo de yeso. Sour Billy pensó que parecía un perro apaleado.

—¡Ah, Billy! —dijo Julian—. ¿Qué haríamos sin ti?

—Mientras permanecía ahí fuera he estado pensando, señor Julian —dijo Sour Billy—. Según lo veo, tenemos dos posibilidades. Este barco cuenta con una yola, una barca pequeña para lanzar sondas y cosas así. Podemos meternos en ella y desaparecer. O bien, ahora que la tormenta ha estallado, podríamos esperar simplemente a que el piloto decida amarrar y entonces bajamos a tierra. No estamos lejos de Bayou Sara, y quizá nos detengamos allí.

—No tengo ningún interés en Bayou Sara, Billy. No tengo ningún interés en deshacerme de este excelente vapor. El Sueño del Fevre es nuestro ahora. ¿No es cierto, Joshua?

El aludido levantó la cabeza.

—Sí —dijo, con una voz tan débil que apenas resultó audible.

—Es muy peligroso —insistió Sour Billy—. Han desaparecido el capitán y el sobrecargo. ¿Qué van a pensar los demás? Cuando los echen en falta, habrá que responder a más de una pregunta. Y para que eso suceda ya casi no falta nada.

—Billy tiene razón, Damon —le apoyó Raymond—. Yo he estado a bordo de este barco desde Natchez. Los pasajeros vienen y van, pero la tripulación… Aquí estamos en peligro. Nosotros somos los extraños, los desconocidos, y todos sospechan de nosotros. Cuando se echen de menos a Marsh y Jeffers, seremos los primeros a quienes investigarán.

—Y además está ese primer oficial —añadió Billy—. El ayudó a Marsh, él lo sabe todo, señor Julian.

—Mátale, Billy.

Billy tragó saliva, inquieto.

—Supongamos que lo mato, señor Julian. No creo que eso sirva de mucho. Se darán cuenta de que falta él también, y hay más gente a sus órdenes, todo un ejército de negros y de estúpidos alemanes y de grandes suecos. Nosotros, en cambio, sólo somos veinte, y durante el día sólo estoy yo. Tenemos que salir del barco, y cuanto antes mejor. No podemos enfrentarnos a la tripulación y, si lo hiciéramos, seguro que yo solo no podría. Tenemos que irnos.

—Nos quedamos. Son ellos quienes deben tenernos miedo, Billy. ¿Cómo quieres llegar a ser uno de los amos si todavía piensas como un esclavo? Nos quedamos.

—¿Qué haremos cuando se descubra que Marsh y Jeffers no están?—preguntó Vincent.

—¿Y qué hay del primer oficial? Es una amenaza —añadió Kurt.

Damon Julian se quedó mirando a Sour Billy y sonrió.

—¡Ah! —exclamó. Tomó un trago y continuó—. Bueno, dejaremos que Sour Billy se encargue de esos pequeños problemas por nosotros. Billy nos mostrará lo listo que es, ¿verdad, Billy?

—¿Yo?—Sour Billy Tipton se quedó boquiabierto—. Yo no sé…

—¿Verdad, Billy? —insistió Julian.

—Sí —respondió enseguida Billy—. Sí.

—Yo puedo resolver esto sin más derramamiento de sangre —intervino Joshua York con un asomo de su anterior firmeza en la voz—. Todavía soy capitán a bordo de este barco. Déjeme despedir al señor Dunne y a todos los demás tripulantes que puedan constituir un peligro. Es posible lograr que abandonen el Sueño del Fevre sin violencias. Ya ha habido bastantes muertes.

—¿De veras?—preguntó Julian.

—No servirá de nada despedirles —dijo Sour Billy a York—. Preguntarán por qué motivo y exigirán hablar con el capitán Marsh.

—Sí —asintió Raymond—. No obedecerán a York. No confían en él. Hace unos días, tuvo que salir a plena luz antes de que accedieran a acompañarle en su viaje hacia el delta. Ahora que no están ni Marsh ni Jeffers, no tiene modo de controlar a esos hombres.

Sour Billy Tipton miró a Joshua York con sorpresa y un nuevo respeto.

—¿Hizo usted eso?—preguntó—. ¿Salió de día?

Los demás se atrevían a veces a salir durante el anochecer, o se quedaban unos minutos después del amanecer, pero nunca había visto a ninguno de ellos salir al exterior con el sol en lo alto. Ni siquiera Julian lo hacía.

Joshua York le dedicó una mirada helada y no contestó.

—Al querido Joshua le encanta jugar a ser ganado —dijo Julian divertido—. Quizá esperaba que la piel se le volviera morena y curtida.

Los demás rieron moderadamente. Mientras reían, Sour Billy tuvo una idea. Se rascó la cabeza y esbozó una sonrisa.

—No los despediremos —le dijo de repente a Julian—. Les haremos salir a escape. Sé exactamente cómo lograrlo.

—Bien, Billy. ¿Qué podríamos hacer sin ti?

—Señor Julian, ¿puede usted lograr que él haga lo que yo le diga?—preguntó Billy, señalando a Joshua con el pulgar.

—Yo haré lo que sea para proteger a mi gente —respondió Joshua—, y también para proteger a mi tripulación. No hay necesidad de coacciones.

—Bien, bien, maravilloso —dijo Sour Billy. Iba a ser más sencillo de lo que había imaginado. Julian quedaría realmente impresionado—. Voy a ponerme una camisa limpia. Usted vístase, señor capitán York. Tenemos que buscarnos un poco de protección.

—Sí —añadió Julian en voz baja—. Kurt irá también, por si acaso —dijo, levantando su copa hacia York.

Media hora después, Sour Billy condujo a Joshua York y a Kurt a la cubierta de calderas. La lluvia había amainado un poco y el Sueño del Fevre había atracado en Bayou Sara y estaba amarrado junto a una docena de vapores de menor tamaño. En el salón principal ya se había servido la cena. Julian y los suyos estaban mezclados con los demás, comiendo sin recato. Sin embargo, la silla del capitán estaba vacía y alguien iba a empezar a hacer comentarios en cualquier momento. Por fortuna, Hairy Mike Dunne estaba abajo, en la cubierta principal, gritándoles a los estibadores que cargaban algunas mercancías y una docena de grandes cajas de madera. Sour Billy le había estado observando con atención desde arriba antes de decidir su plan. Dunne era el más peligroso.

—Primero el cuerpo —dijo Billy, llevándoles directamente a la puerta exterior del camarote donde Jean Ardant había encontrado su final. Kurt rompió la cerradura con un solo golpe de la mano. Dentro, Billy encendió la lámpara y echaron un vistazo a lo que había en la cama. Sour Billy lanzó un silbido.

—Vaya, vaya. Esos amigos suyos hicieron un buen trabajo con el pobre Jean —le dijo a York—. Tiene la mitad del cerebro en la almohada y la otra mitad en la pared.

Los ojos de Joshua estaban cargados de disgusto.

—Vamos allá —dijo—. Supongo que quiere usted que le echemos por la borda.

—No, diablos —contestó Sour Billy—. Mire, vamos a quemar ese cuerpo. Aquí mismo, en uno de los hornos del barco, capitán. Y no vamos a hacerlo a hurtadillas. Vamos a presentarnos en pleno salón con el cuerpo, y lo bajaremos por la escalinata principal.

—¿Y eso, Billy? —dijo fríamente York.

—¡Hágalo y basta! —replicó Sour Billy—. Ah, capitán: para usted, soy el señor Tipton.

Envolvieron el cuerpo de Jean con una sábana, de modo que no pudiera verse nada en absoluto. York fue a ayudar a levantarlo a Kurt, pero Sour Billy le apartó y tomó él mismo el otro extremo.

—¿Le parece indicado que un hombre que posee la mitad de un barco y que es su capitán vaya por ahí transportando un cadáver? Limítese a caminar junto a nosotros con expresión preocupada.

A York no le resultó difícil poner cara de preocupación. Abrieron la puerta del camarote que daba al gran salón y salieron cargando el cuerpo de Jean envuelto en la sábana entre Billy y Kurt. Aún quedaban pasajeros cenando. Alguien dio un grito sofocado y las conversaciones cesaron.

—¿Puedo ayudarle, capitán York? —preguntó un hombrecillo de blancos bigotes y manchas de aceite en el chaleco—. ¿De qué se trata? ¿Ha muerto alguien?

—¡Apártese! —le gritó Sour Billy cuando el hombre dio un paso hacia ellos.

—Haga lo que dicen, Whitey —añadió York. El hombre se detuvo.

—Claro, capitán, pero…

—Sólo es un difunto —dijo Sour Billy—. Ha muerto en su camarote. El señor Jeffers le encontró. Subió a bordo en Nueva Orleans, y ya debía estar enfermo. Cuando Jeffers le oyó quejarse tenía una fiebre altísima.

Todos los comensales parecieron preocupados. Un hombre se puso muy blanco y salió corriendo hacia su camarote. Sour Billy hizo esfuerzos por no reír.

—¿Dónde está el señor Jeffers? —preguntó Albright, el piloto.

—Descansa en su camarote —respondió rápidamente Billy—. No se sentía muy bien. Marsh le hace compañía. El señor Jeffers estaba un poco amarillo. Supongo que ver morir a un hombre no va mucho con su carácter.

Sus palabras produjeron el efecto que se había figurado, especialmente cuando Armand se inclinó sobre la mesa para susurrarle a Vincent, en voz lo suficientemente alta para que se oyera —tal como le había indicado Sour Billy—: “Bronce John”. Inmediatamente, ambos se levantaron de la mesa y se fueron apresuradamente, dejando los platos a medio terminar.

—No es “Bronce John” —dijo Billy en voz alta.

Tuvo que decirlo en voz alta porque de repente todos los que estaban allí se pusieron a hablar, y la mitad se levantaban, con expresión asustada.

—Vamos, tenemos que quemar este cuerpo —añadió Billy, y él y Kurt empezaron a descender la gran escalinata. Joshua York se quedó ligeramente rezagado, con las manos levantadas, intentando apaciguar el temor de cien preguntas. Tanto los pasajeros como la tripulación evitaron acercarse a Kurt y a Billy y a su carga.

Abajo, en la cubierta principal, sólo había un par de extranjeros de aspecto pobre y algunos estibadores que iban y venían con cajas y leña. Los hornos estaban apagados, pero todavía conservaban el calor y Sour Billy se quemó los dedos cuando él y Kurt introdujeron el cuerpo envuelto en una sábana en el más próximo a ellos. Billy todavía agitaba la mano entre juramentos cuando llegó Joshua York.

—Se van —dijo York, con sus pálidos rasgos en gesto de confusión—. Casi todos los pasajeros están preparando ya las maletas, y más de la mitad de los tripulantes ya han venido a pedirme sus salarios. Fogoneros, camareros, doncellas, incluso Jack Ely, el segundo maquinista. No lo comprendo.

—“Bronce John” está haciendo un viaje río arriba en su barco, capitán —le interrumpió Sour Billy—. Al menos, eso es lo que creen.

—¿”Bronce John”?—inquirió Joshua York frunciendo el ceño. Sour Billy sonrió.

—La fiebre amarilla, capitán. Se ve que no ha estado usted nunca en Nueva Orleans cuando la ha visitado “Bronce John”. Nadie va a quedarse en este barco más tiempo del imprescindible, ni va a echarle una mirada a ese cadáver, ni querrá hablar con Jeffers o Marsh. Les quiero hacer creer que el capitán y el sobrecargo tienen la fiebre, ¿comprende? Esa fiebre es muy contagiosa. Y rápida. Uno se pone amarillo, escupe una cosa negra y le coge una fiebre del demonio, y luego muere. Ahora sólo nos queda quemar aquí al viejo Jean, y así creerán que todo va en serio.

Tardaron diez minutos en avivar otra vez el horno, y al final tuvieron que llamar a un enorme fogonero sueco para que les ayudara, pero no lo hizo. Sour Billy vio al sueco observar atentamente el cuerpo mezclado con la leña y sonrió al ver lo rápido que se alejaba después. Al poco rato Jean ardía perfectamente. Sour Billy lo vio humear y después se volvió, aburrido. Advirtió los toneles de grasa próximos a los hornos.

—¿Se utiliza para las carreras, verdad?—le preguntó a Joshua.

York asintió. Sour Billy se echó a reír.

—Por aquí, cuando un capitán se mete en una carrera y necesita un poco más de vapor, introduce en el horno a algún negro bien gordo y ya está. La grasa es demasiado cara. Ya ve, yo también sé algo sobre vapores. Qué lástima que no podamos guardar a Jean para una carrera.

Kurt sonrió ante el chiste, pero Joshua sólo se quedó mirándole, preocupado. A Sour Billy no le gustó ni un ápice aquella mirada, pero antes de que pudiera decir nada escuchó la voz que estaba esperando.

—¡Tú!

Hairy Mike Dunne apareció fanfarrón por el castillo de proa, con todo su impresionante físico. La lluvia resbalaba por el amplia ala de su sombrero de fieltro negro y algunas gotas lo hacían de sus negros mostachos. Tenía las ropas pegadas al cuerpo, completamente empapadas. Sus ojos eran pequeñas canicas verdes, muy duras, y llevaba en la mano su barra de hierro, que hacía restallar amenazadoramente sobre la palma abierta de la otra mano. Detrás de él había una docena de marineros, fogoneros y estibadores. Estaba el enorme sueco y un negro aún más impresionante, con una sola oreja, y un mulato de músculos de acero y un par de tipos con navajas. El primer oficial se acercó y los demás le siguieron.

—¿A quién estáis quemando ahí? —rugió Hairy Mike—. ¿Qué demonios es eso de la fiebre amarilla? No hay tal fiebre en este barco.

—Haga lo que le dije —murmuró Sour Billy en voz muy baja a Joshua, con cierto tono de urgencia. Retrocedió apartándose del horno conforme Hairy Mike avanzaba. Joshua se situó entre ambos y alzó las manos.

—Alto —dijo—. Señor Dunne, aquí y ahora, queda despedido. Deja de ser primer oficial del Sueño del Fevre.

Dunne le observó con suspicacia.

—¿Ah, sí? —dijo, haciendo una extraña mueca—. ¡Diablos!, ¿está despidiéndome en serio?

—Sí. Yo soy aquí el amo y el capitán.

—¿De verdad? Mire, yo recibo órdenes del capitán Marsh. Si él me dice que me vaya, me iré, pero hasta entonces, me quedo. Y no me cuente mentiras respecto a que le ha comprado su parte, porque esta mañana me he enterado perfectamente de que eso no era cierto —dio un paso más hacia adelante—. Y ahora, apártese de mi camino, capitán. Voy a pedirle unas cuantas explicaciones a ese señor Sour Billy.

—Señor Dunne, a bordo de este barco hay una enfermedad. Le despido y le ordeno que baje a tierra, por su propia seguridad —Joshua York mentía con una apariencia de sinceridad verdaderamente notable, pensó Sour Billy—. El señor Tipton será el nuevo primer oficial, pues ya está expuesto a la enfermedad.

—¿El? —contestó Hairy Mike, golpeando de nuevo con la barra de hierro en la palma abierta de la mano—. Si no es siquiera marinero.

—He sido capataz —dijo Billy—. Sé manejar a esos negros.

Billy dio un paso hacia adelante y Hairy Mike Dunne se echó a reír.

Sour Billy sintió un frío intenso. Si había algo que no podía soportar, era que se rieran de él. En aquel preciso instante decidió no asustar más a Dunne, después de todo. Sería mucho más agradable matarle.

—Muy valiente, con todos esos negros y esa basura blanca a tu espalda —le dijo Sour Billy al primer oficial—. Me parece que tienes miedo a pelear conmigo tú solo.

Los ojos verdes de Dunne se estrecharon peligrosamente y dio un nuevo golpe de barra, más fuerte que los anteriores. Dio dos rápidos pasos hacia adelante, hasta entrar de lleno en el resplandor del horno y se quedó allí, bañado por el infernal resplandor, contemplando el cadáver que se consumía. Por último se volvió hacia Sour Billy.

—Solamente hay un cadáver aquí —dijo—. Eso es bueno para ti. Si hubiera estado el capitán Marsh o Jeffers, te iba a romper todos los huesos del cuerpo antes de acabar contigo, pero ahora creo que voy simplemente a matarte.

—No —dijo Joshua York. Se plantó de nuevo ante Dune—. Salga de mi barco. Le repito que está despedido.

Hairy Mike Dunne le empujó para que se apartara.

—Quédese al margen, capitán. Una pelea limpla, sólo él y yo. Si me gana, el puesto es suyo, pero voy a aplastarle la cabeza y luego usted y yo iremos a ver al capitán Marsh y veremos quién se marcha de este barco.

Sour Billy se llevó la mano a la espalda y sacó la navaja. Joshua York miró a uno y a otro con desesperación. Los demás se habían retirado un poco y daban voces de ánimo a Hairy Mike. Kurt se adelantó sin altererarse y apartó a York para evitar que se interpusiera.

Bañado por la luz del horno, Hairy Mike Dunne parecía salido directamente del infierno, con el humo formando volutas a su alrededor, la piel enrojecida y húmeda, el agua secándosele en el cabello y la barra de hierro asida con fuerza mientras avanzaba. Tenía una sonrisa en los labios.

—Ya he peleado con navajeros otras veces —dijo, remarcando sus palabras con golpes de la barra sobre la palma de la mano libre—. Muchos tipejos como tú. —Golpe. Pero las cabezas aplastadas, eso es otra cosa.—Golpe. Golpe. Golpe.

Billy había retrocedido lentamente, hasta que su espalda chocó con una pila de cajas. El cuchillo permanecía en su mano. Hairy Mike le vio acorralado y sonrió, alzando su barra de acero por encima de la cabeza. Se lanzó hacia adelante con un rugido.

Y Sour Billy Tipton asió con firmeza el cuchillo, y con un ágil movimiento, lo lanzó cortando el aire. Le fue a dar a Hairy Mike justo sobre la barbilla, atravesándole la boca hasta el mismo cerebro. Hairy Mike cayó de rodillas, empezó a sangrar por la boca y cayó tendido a la cubierta.

—Bueno, bueno —dijo Sour Billy, saltando tranquilamente sobre el cuerpo. Le dio un golpe con la bota en la cabeza y sonrió a los negros, a los extranjeros y a Kurt, pero sobre todo a Joshua York.

—Bueno, bueno —repitió—. Creo que esto me convierte en primer oficial.

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