CAPITULO VEINTISIETE

A bordo del vapor OZYMANDIAS,
río Mississippi,
octubre de 1857

Amanecía ya cuando Abner Marsh fue conducido fuera del camarote de Julian. La niebla matutina cubría pesadamente el río, en jirones que se estiraban y retorcían sobre las aguas y se enredaban en las pasarelas y columnatas del barco, serpenteando como seres vivos prontos a arder y perecer bajo la luz del sol matutino. Damon Julian vio el resplandor rojizo por el este y permaneció en la oscuridad del camarote. Empujó a Marsh al otro lado de la puerta.

—Lleva al capitán a su camarote, Billy —le dijo a éste—. Y manténlo vigilado hasta el amanecer. ¿Será tan amable de acompañarnos a cenar esta noche, capitán? —prosiguió con una sonrisa—. Sé que lo será.

Billy estaba aguardando justo a la puerta del camarote. Sour Billy, con un traje negro y un chaleco a cuadros, estaba sentado en una silla recostada hacia atrás contra la pared de la cubierta principal, limpiándose las uñas con el cuchillo. En cuanto la puerta se abrió, se puso en pie y guardó con destreza el arma en la mano.

—Sí, señor Julian —contestó con sus ojos del color del hielo fijos en Marsh.

Acompañaban a Sour Billy otros dos tipos. Los seres de la noche que habían ayudado a Billy a llevarse a Marsh del Eli Reynolds se habían retirado ya a sus camarotes para escapar al toque de la mañana, y Sour Billy había mandado llamar algunos de sus rebanacuellos, según parecía. Cuando Julian hubo cerrado la puerta, los tipos se adelantaron. Uno de ellos era un joven gordo de descuidado bigote castaño, que lucía al cinto una cachiporra de roble. El otro era un gigante, el tipo más horrendo que Abner Marsh había visto nunca. Debía medir más de dos metros y diez centímetros, pero tenía una cabecita minúscula, ojos bizcos, dientes como de madera, y carecía totalmente de nariz. Abner Marsh se quedó mirándolo.

—No mires así a Desnarizado —dijo Sour Billy—. No es de buena educación, capitán.

Desnarizado, como para darle la razón a Billy, asió a Marsh con rudeza por el brazo y se lo puso a la espalda, retorciéndolo hasta que le hizo daño.

—Un caimán se le comió la nariz —añadió Sour Billy—. No fue culpa suya. Mantén bien sujeto al capitán Marsh, Desnarizado. Al capitán Marsh le encanta tirarse al río, y no queremos que haga nada de eso —se acercó a Marsh y le puso la navaja en el estómago, sólo para que Abner notara la presión del arma—. Nada usted mejor de lo que pensaba, capitán. Debe ser toda esta grasa, que le hace más fácil flotar.

Giró la navaja de repente e hizo saltar un botón de plata del tabardo de Marsh. El botón cayó sobre la cubierta con estrépito y rodó una y otra vez en un círculo hasta que Sour Billy lo detuvo.

—Nada de baños hoy, capitán. Vamos a acostarnos como buenos chicos, ¿de acuerdo? Hasta dispone usted de su antiguo camarote. Supongo que tampoco intentará escapar, ¿verdad? Quizás los seres de la noche estén todos dormidos, pero Desnarizado y yo estaremos aquí afuera todo el día. Andando, vámonos.

Billy tiró el cuchillo al aire con gesto perezoso, lo recogió, lo guardó. Condujo a Abner hacia la proa, y Desnarizado se encargó de empujar al capitán desde atrás, cerrando la marcha el tercer tipo. Dieron la vuelta a una esquina de la cubierta y casi toparon con Toby Lanyard.

—¡Toby! —exclamó Marsh. Intentó seguirlo pero Desnarizado le retorció el brazo. Marsh gruñó de dolor y se detuvo. Sour Billy también se detuvo y contempló al cocinero.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí arriba, negro? —le soltó.

Toby no le miró siquiera. Se quedó donde estaba, con un traje marrón a rayas, las manos unidas a la espalda y la cabeza inclinada, rascando nerviosamente el suelo de la cubierta con una bota.

—He dicho que qué diablos haces aquí arriba, negro —repitió Sour Billy en tono peligroso—. ¿Por qué no estás encadenado en la cocina? O me contestas en seguida, o vas a lamentarlo durante mucho tiempo.

—¡Encadenado! —exclamó Marsh.

Entonces, Toby Lanyard levantó por fin la cabeza y asintió.

—Sí. El señor Billy dice que vuelvo a ser esclavo y que no importa que tenga los papeles de la emancipación. Cuando no trabajamos, nos encadena a todos.

Sour Billy Tipton se llevó la mano a la espalda y sacó la navaja.

—¿Cómo te has soltado?—preguntó.

—Yo rompí la cadena, señor Tipton —dijo una voz desde encima de ellos. Alzaron la mirada. En la cubierta de arriba estaba Joshua York, mirándoles. Su camisa blanca brillaba contra el sol de la mañana y una capa gris ondeaba al viento—. Y ahora, hagan el favor de soltar al capitán Marsh.

—Es de día —dijo el joven gordo apuntando al sol con su cachiporra de roble. Tenía en la voz un tono temeroso.

—Apártese de ahí —le dijo Sour Billy a Joshua, con el cuello vuelto hacia arriba en extraña posición para ver a su interlocutor—. Si intenta algo, llamaré al señor Julian.

Joshua York se echó a reír.

—¿De veras? —dijo después, señalando el sol, claramente visible ahora como un ojo amarillo ardiente entre una explosión de nubes rojas y anaranjadas—. ¿Crees que vendrá?

Sour Billy se pasó la lengua por los labios en gesto nervioso.

—No me asustas —dijo, alzando la navaja—. Es de día y estás solo.

—No es cierto —dijo Toby Lanyard. El cocinero había sacado las manos de la espalda. Tenía una cuchilla de carnicero en una mano y un trinchante de filo mellado en la otra. Sour Billy lo vio y dio un paso atrás.

Abner Marsh miró por encima del hombro. Desnarizado todavía observaba a Joshua. Su apretón había cedido un poco, y Marsh comprendió su oportunidad. Se lanzó con todas sus fuerzas hacia atrás, sobre el gigante, y Desnarizado cayó al suelo. Abner Marsh se tiró encima de él con sus ciento cincuenta kilos y el gigante gruñó como si le hubiera caído una bala de cañón sobre el estómago. Se quedó sin respiración y Marsh liberó su brazo y rodó por la cubierta. Esto último fue muy oportuno, ya que al instante una navaja se clavó en la cubierta y se quedó allí, temblando, a apenas un centímetro de su rostro. Marsh tragó saliva y sonrió. Asió la navaja, la arrancó del suelo y se puso en pie.

El hombre de la cachiporra había dado dos rápidos pasos hacia adelante, pero lo pensó mejor. Ahora retrocedía y Joshua saltó con tal rapidez que Marsh no le vio hacerlo, se quedó justo detrás del individuo, esquivó un golpe furioso de la cachiporra de doble y, de repente, el muchacho gordo estaba sobre la cubierta, sin sentido. Marsh ni siquiera se apercibió del golpe.

—¡Déjame! —decía Sour Billy, retrocediendo ante Toby. En su retirada, fue hacia el lugar donde estaba Marsh, quien le asió, le hizo girar y le incrustó de un golpe en una puerta. —¡No me mate! —gritaba Billy. Marsh le apretó el brazo contra la garganta y se apoyó en él, presionando con la navaja contra las costillas magras de Billy, por encima del corazón. Los ojos de Sour Billy, helados un instante antes, estaban ahora abiertos y llenos de miedo.

—¡No! —musitaba.

—¿Por qué diablos no?

—¡Abner! —se oyó gritar a Joshua en tono de advertencia. Marsh volvió la vista justo a tiempo de ver a Desnarizado alzarse rápido sobre sus pies y lanzarse hacia delante con un grito animalesco. En ese momento, Toby se movió más veloz de lo que nunca hubiera imaginado Marsh y el gigante cayó de rodillas, ahogándose en su propia sangre. Toby había dado una sola cuchillada con el trinchante y le había abierto la garganta. La sangre salía a borbotones y Desnarizado parpadeó un par de veces con sus ojos bizcos, se llevó las manos al cuello como para impedir que se le cayera. Por último, rodó por el suelo, y quedó inmóvil.

—Eso no era necesario, Toby —dijo tranquilamente Joshua—. Yo podía haberle detenido.

El educado Toby Lanyard se limitó a fruncir el ceño y recoger sus dos cuchillos, uno de ellos ensangrentado.

—Yo no soy tan buena persona como usted, capitán York —dijo. Después se volvió hacia Marsh y Sour Billy—: Rájelo, capitán Marsh —le instó—. Apuesto a que Sour Billy no tiene corazón en el pecho.

—No, Abner. Una muerte basta.

Abner Marsh les escuchó a ambos. Adelantó el cuchillo lo suficiente para pincharle a través de la camisa y hacer manar un pequeño reguero de sangre.

—¿Te gusta esto?—le preguntó a Billy. El sudor le aplastaba a éste el cabello sobre la frente—. Te gusta cuando eres tú quien tiene el cuchillo, ¿verdad?

Billy se atragantó al responder y Marsh cedió un poco en la presión sobre su cuello sin músculos para dejarle hablar.

—¡No me mate!—decía con voz débil y temblorosa—. No es cosa mía, sino de Julian. El me obliga a hacer esas cosas. Si no hiciera lo que me ordena me mataría.

—El fue quien mató a Hairy Mike y a Whitey, y a un montón de gente más —dijo Toby—. Quemó vivo a un tipo en el horno, y todos oímos al pobre diablo gritando ahí dentro. Y a mí me dijo que volvía a ser un esclavo, capitán. Cuando le enseñé la carta de emancipación, la hizo trizas y la tiró al río. Acabe con él, capitán.

—¡Miente! —contestó Billy—. ¡Todos esos malditos negros mienten siempre!

—Abner —insistió Joshua—, déjele. Ya tiene su cuchillo, así que ahora no puede hacer nada. Si le mata, se pondrá a su altura. Puede sernos útil si alguien intenta detenernos en nuestra huida. Todavía hemos de llegar a la yola y escapar.

—¿La yola? —dijo Abner Marsh—. Al diablo con la yola. Lo que quiero es recuperar el barco. Supongo que Billy nos podrá llevar al camarote de Julian, ¿verdad? —añadió, sonriendo en dirección a Sour Billy. Este tragó saliva con dificultad y Marsh notó el bulto de la nuez contra su brazo.

—Si quiere atacar a Julian, tendrá que hacerlo solo —dijo Joshua—. Yo no le ayudaré.

Marsh volvió la cabeza y miró a York, atónito.

—¿Después de todo lo que le ha hecho?

De repente, Joshua parecía terriblemente débil y cansado.

—No puedo —susurró—. Es demasiado fuerte, Abner. Es un maestro de sangre y me domina. Incluso atreverme a esto va contra toda la historia de mi gente. Me ha sometido a él una docena de veces y me ha obligado a alimentarle con mi sangre. Y cada vez que lo ha hecho, yo he quedado más… débil, más en su poder. Abner, compréndalo, por favor. No podría hacerlo. Me haría mirarle a esos ojos suyos y, antes de que usted diera dos pasos, yo caería en sus redes y, más que probablemente, sería usted el muerto, y no Julian.

—Entonces, lo haremos Toby y yo —dijo Marsh.

—Abner, no tendría ninguna posibilidad. Escúcheme. Podemos escapar ahora. Yo corro grandes riesgos para salvarle, no lo menosprecie.

Marsh volvió a mirar al indefenso Sour Billy y pensó en lo que Joshua decía. Quizás tuviera razón. Además, ahora no tenía ya el fusil, y por tanto carecía de un arma con la que herir a Julian. Los cuchillos, aunque fueran como los de Toby, tampoco servirían, y Marsh no tenía ningunas ganas de enfrentarse con Julian cara a cara.

—Está bien, nos iremos —dijo al fin—, pero después de que mate a éste.

—No —se agitó Billy—. Déjeme ir, les ayudaré —tenía el rostro carcomido por la viruela casi mojado—. Para usted es muy sencillo ser honrado, con este barco y todo lo demás; en cambio yo nunca he tenido una oportunidad, nunca he tenido nada, ni familia ni dinero, y he tenido que hacer siempre lo que me ordenaban.

—No eres el único que ha nacido pobre —contestó Marsh—. Eso no es excusa. Fuiste tú mismo el que decidió ser lo que eres —le temblaba la mano. Deseaba clavarle el cuchillo más que nada en el mundo, pero por alguna razón no podía hacerlo, al menos de aquel modo—. ¡Maldita sea! —dijo con un gruñido. Liberó el cuello de Billy y dio un paso atrás, mientras Billy caía de rodillas a sus pies. —Vamos —le conminó Marsh—, nos vas a llevar sanos y salvos a esa maldita yola.

Toby emitió un gruñido de disgusto y Sour Billy le dirigió una mirada llena de temor.

—Mantengan a ese maldito cocinero negro lejos de mí. Bien lejos, él y sus cuchillos.

—De pie —dijo Marsh, al tiempo que dirigía una mirada a Joshua que tenía una mano sobre la frente—. ¿Está bien?

—El sol —contestó York pesaroso—. Tenemos que darnos prisa.

—Hay más gente —dijo Marsh—. ¿Y Karl Framm? ¿Está vivo todavía?

Joshua asintió.

—Sí, él y otros, pero no podemos liberarlos a todos. No tenemos tiempo, ya llevamos demasiado aquí.

—Quizás sí —frunció el ceño Abner—, pero no me iré sin el señor Framm. El y usted son los únicos capaces de pilotar el barco. Si desaparecen los dos, el barco tendrá que quedarse aquí hasta que podamos regresar.

Joshua asintió y dijo:

—Framm está bajo vigilancia. Billy, ¿quién está con él ahora?

Sour Billy había logrado ponerse en pie a duras penas.

—Valerie —contestó. Marsh recordó la pálida forma y sus irresistibles ojos violeta que le atraían a la oscuridad.

—Bien —murmuró Joshua—. De prisa.

Al instante, todo el grupo se movía. Marsh mantenía la vista atenta sobre Sour Billy. Toby escondía sus cuchillos entre los pliegues y bolsillos de su traje. El camarote de Framm estaba en la cubierta principal, pero al otro extremo del barco. La ventana estaba cerrada y las cortinas corridas. La puerta cerrada con llave. Joshua la hizo saltar de un solo golpe de su mano fuerte y blanca, y abrió. Marsh se introdujo en el interior tras York, empujando delante a Sour Billy.

Framm estaba totalmente vestido, recostado con el rostro contra la cama y muerto para el mundo exterior. Sin embargo, próximo a él, había una silueta pálida, sentada, que los miraba con ojos abiertos y furiosos. Era Valerie.

—¿Quién…? ¡Joshua!—se levantó de la cama rápidamente y el camisón le rodeó el cuerpo de pliegues—. Es de día. ¿Qué quieres?

—A Framm —dijo Joshua.

—Es de día —insistió Valerie. Sus ojos se posaron en Marsh y en Sour Billy—. ¿Qué estáis haciendo?

—Nos vamos —continuó York—. Y el señor Framm viene con nosotros.

Marsh le pidió a Toby que vigilara a Billy y se inclinó sobre la cama. Karl Framm no se movió. Marsh le dio la vuelta. Tenía señales en el cuello y sangre seca en la camisa y la barbilla. Empezó a moverse de manera inconsciente y pesada, sin dar señales de despertarse. Sin embargo, todavía respiraba.

—Tenía la sed —dijo Valerie con voz frágil, pasando la vista de Marsh a York—. Después de la cacería… No tenía otra opción… Damon me lo entregó.

—¿Vive aún?—preguntó Joshua.

—Sí —confirmó Marsh—, pero tenemos que llevárnoslo. —Se levantó e hizo una señal—. Toby, Billy, bajadlo a la yola.

—Joshua, por favor —suplicó Valerie. Allí de pie, dentro del camisón, parecía desamparada y temerosa. Era difícil imaginarla como la había visto Marsh en el Eli Reynolds, o bebiendo la sangre de Framm—. Cuando Damon se entere de que ha desaparecido, me castigará. Por favor, no os lo llevéis…

Joshua dudó un instante, pero respondió:

—Tenemos que hacerlo, Valerie.

—¡Entonces, llévame a mí también, por favor!

—Es de día.

—Si tú puedes arriesgarte, yo también. Soy fuerte y no tengo miedo.

—Es demasiado peligroso —insistió Joshua.

—Si me dejas aquí, Damon creerá que te he ayudado —dijo Valerie—. Me castigará. ¿No me ha castigado ya lo suficiente? Me odia, Joshua… Me odia porque te he amado. Ayúdame. Yo no quiero tener más sed… ¡Por favor, Joshua, déjame ir contigo!

Abner Marsh podía ver el miedo de la muchacha y, de repente, ya no le pareció una de ellos, sino sólo una mujer, una mujer humana suplicando ayuda.

—Déjela venir, Joshua —dijo al fin.

—Está bien, vístete —dijo York—. Date prisa. Ponte algo del señor Framm. Es más práctico que tu ropa y te cubrirá mejor la piel.

—Sí —asintió ella. Se quitó el camisón dejando a la vista un cuerpo esbelto y pálido. Sacó de un cajón una camisa de Framm y se la puso. En menos de un minuto estaba vestida; pantalones, botas, chaleco y gabán, y un sombrero gacho. Todo ello era demasiado grande para sus medidas, pero no parecía impedirle los movimientos.

—¡Vamos!—soltó Marsh.

Billy y Toby llevaban a Framm entre ellos. El piloto seguía inconsciente y sus botas arrastraban por la cubierta mientras se apresuraban hacia la escalera. Marsh iba justo detrás de ellos, con la mano en el cuchillo, que mantenía escondido bajo la manga de la chaqueta. Valerie y Joshua cerraban la marcha.

El gran salón estaba lleno de pasajeros, alguno de los cuales les miraron curiosos, pero nadie dijo nada. Ya en la cubierta principal, tuvieron que pasar frente a unos estibadores adormilados, a ninguno de los cuales pudo reconocer Marsh. Cuando se aproximaban a la yola de sondeos, un par de hombres se les acercaron.

—¿Dónde van? —preguntó uno.

—No te importa —dijo Sour Billy—. Llevamos a Framm a tierra a que le vea un médico. Parece que no se siente bien. Vosotros dos, ayudadnos a bajarle a la yola.

Uno de los hombres dudó y se quedó mirando a Valerie y Joshua. Evidentemente, era la primera vez que los veía de. día.

—¿Sabe Julian algo de esto? —dijo el hombre. Marsh vio que varios hombres más contemplaban la escena desde diferentes partes de la cubierta. Asió la navaja con fuerza, dispuesto a rebanarle la garganta al condenado Sour Billy si decía algo inconveniente.

—¿Ahora me vienes con insolencias, Tim?—le respondió Sour Billy en tono helado—. Será mejor que recuerdes lo que le sucedió a Caiman George. Vamos, muévete como te dijo.

Tim se acobardó y se apresuró a obedecer. Otros tres corrieron a ayudarle, y en apenas un instante la yola estaba en el agua al costado del vapor, y Karl Framm reposaba en su fondo. Joshua ayudó a Valerie a saltar la borda y Toby saltó también detrás de ellos. La cubierta estaba llena ahora de trabajadores curiosos. Abner Marsh se acercó hasta estar a cortísima distancia de Sour Billy y le susurró:

—Hasta ahora lo has hecho muy bien. Ahora, salta a la yola.

—dijo que me dejaría ir —respondió Billy, mirándole.

—Te he mentido —contestó Marsh—. Te quedarás con nosotros hasta que hayamos salido de aquí.

—No —dijo Billy retrocediendo—. Quiere matarme.

—¡Detenedles! ¡Me han tomado prisionero! ;Se escapan, detenedles ! —gritó .

Saltó hacia atrás, fuera del alcance de Marsh. Este maldijo y trató de apuñalarlo, pero era demasiado tarde y todos los marineros de cubierta y los estibadores iban hacia él. Vio en sus manos un par de cuchillos, por lo menos.

—¡Matadles! —gritaba Sour Billy—. ¡Llamad a Julian! ¡A todo el mundo! ¡Matadles!

Marsh asió el cabo que unía la yola al barco, lo cortó de un diestro toque de navaja y lanzó ésta contra la boca aulladora de Sour Billy. Sin embargo, fue un mal lanzamiento y Billy consiguió esquivarlo. Alguien agarró a Marsh de la chaqueta. Abner le golpeó con fuerza en el rostro y lo lanzó contra el grupo que tenía detrás. Maldijo al ver que la barca se alejaba ya con la corriente. Marsh inició la acción de abordarla antes de que se distanciara demasiado. Joshua le gritaba que se apresurara, pero otro brazo volvió a agarrar a Marsh por la garganta e intentó detenerle. Abner empezó a pegarle furiosas patadas pero el hombre seguía sujetándolo, y Marsh pensó que todo había terminado para él. En ese instante, la maldita cuchilla de carnicero de Toby Lanyard pasó silbando junto a su oreja, llevándose unos milímetros de la misma, y el brazo que le rodeaba la garganta cedió, al tiempo que Marsh notaba un borbotón de sangre que le salpicaba el hombro. Se lanzó hacia adelante, hacia la yola, y con un salto cubrió casi la mitad de la distancia, cayó al agua pesadamente. El frío del agua le produjo una fuerte impresión, y dejándolo casi sin respiración. Marsh se debatió y se sacudió, y tragó una bocanada de agua y fango del río antes de salir de nuevo a la superficie. Entonces vio que la barca se alejaba rápidamente corriente abajo, y empezó a nadar hacia ella. Una piedra o un cuchillo o algo similar se estrelló en el agua junto a su cabeza, y un nuevo proyectil lo hizo a un metro delante suyo, pero Toby ya había colocado los remos en posición y estaba frenando algo la marcha de la yola, por lo que Marsh pudo alcanzarla y pasar un brazo por su costado. Casi hizo que se volcara al intentar subir a ella, pero Joshua le ayudó y tiró de él y, casi antes de advertirlo, Marsh yacía en el fondo de la barca, escupiendo agua. Una vez recuperado, observó que ya habían veinte metros de distancia entre ellos y el Sueño del Fevre y que avanzaban rápidamente, empujados por la corriente. Sour Billy Tipton había conseguido una pistola en alguna parte y estaba en el castillo de proa disparándoles, pero tenía muy pocas posibilidades de acertar.

—Maldito sea —dijo Marsh—. Debería haberle matado.

—Si lo hubiera hecho, no habríamos conseguido escapar.

—Quizás, diablos —reconoció Marsh contrariado—. Pero quizás hubiera merecido la pena de todas maneras.

Echó una mirada a la yola. Toby remaba con apariencia de necesitar ayuda urgente. Marsh tomó el otro remo. Karl Framm seguía inconsciente. Se preguntó cuánta sangre le habría extraído Valerie. Esta tampoco tenía muy buen aspecto. Enfundada en las ropas de Framm, con el sombrero gacho tapándole el rostro, parecía apergaminarse por momentos bajo la luz. Su piel tan pálida tenía un ligero sonrosado, y sus grandes ojos violeta parecían pequeños, mortecinos y angustiados. Se preguntó si habrían logrado escapar realmente, y hundió el remo en el agua, concentrándose en su tarea. Le dolía el brazo, le sangraba la oreja y el sol estaba alzándose con su poderoso brillo.

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