09 Hojas de zanahoria

Que nadie se llame a error, eso de dedicarse a salvar el mundo no era un camino de rosas.

Alfred miró con furia el último informe de Günberk Braun: «Búsqueda secreta del Gran Terror en San Diego.» Las cosas ya estaban lo bastante difíciles antes de que Günberk diese con el proyecto TQC de Alfred, pero, desde la reunión de Barcelona, la duplicidad de Alfred se había vuelto, poco a poco, más difícil de mantener. No había esperado que Braun fuese capaz de seguir tan de cerca los laboratorios de San Diego. Alfred había tenido que paralizar casi todas sus actividades allí, incluso cancelar sus envíos regulares de muestras; ese asunto le había retrasado varios meses.

Lo único positivo era que Günberk y Keiko iban a seguir con el Plan Conejo. Más todavía, Conejo había reaparecido una semana antes con su valoración inicial y exigiendo el pago. La exigencia era ridícula, básicamente una lista completa de drogas mejoradoras, justo lo que se suponía que un señor de la droga de Suramérica podía suministrar a un joven y astuto emprendedor. En cuanto a la valoración: Conejo había presentado una lista de contactos en San Diego y un plan complicado para introducir equipos de vigilancia directamente en los laboratorios. Günberk y Keiko se habían sentido el uno irritado y la otra divertida por el plan, pero los tres estaban de acuerdo en que podían llevarlo a cabo. Los americanos sabrían que los habían sondeado, pero, a menos que las cosas saliesen muy mal, ellos podrían negar estar al tanto de la operación.

Claro que lo que Günberk y Keiko veían era lo fácil. Lo difícil era lo que Alfred ocultaba bajo el Plan Conejo. Cuando acabara esa intrusión/inspección no habría ni rastro de su programa de investigación. Actuando como líder de confianza de la operación, Alfred estaba seguro de lograrlo. El triunfo consistía en dejar pruebas fidedignas que dirigiesen al perro de presa de Günberk al otro lado del mundo… dejando las operaciones de Alfred intactas en San Diego. Si eso no era posible, Alfred tendría que llevar su organización de investigación —y sus medidas de seguridad— a lugares de segunda categoría. Perdería un año o dos de tiempo de desarrollo.

¿Qué importaba realmente ese retraso? Ya había hecho lo más difícil. La prueba del guirlache demostraba que tenía un modo de dispersión. De hecho, su virus pseudomimi era más robusto de lo que Günberk creía. Si el Gran Terror hubiese sido la meta de Alfred, ya habría estado en la casilla ganadora; podía disparar psicosis devastadoras, incluso ajustadas a blancos concretos. Estaba clara la forma de desarrollar controles mentales superiores. Pero, mientras tanto, la especie humana seguía cayendo cuesta abajo sin nadie al volante. Las nucleares pequeñas, los sistemas de envío baratos, las epidemias… siempre había un precipicio delante, el Siguiente Gran Desastre. ¿Y si el Siguiente Gran Desastre fuese el Desastre Absoluto y Definitivo? ¿Y si sucedía antes de que pudiese tomar el control?

Por tanto, sí, valía la pena hacer cualquier cosa que le ahorrase unos meses. Dejó a un lado el informe de Günberk y siguió planeando lo que haría durante las breves horas en las que aquella operación los situase a él, a Günberk y a Keiko al control de los laboratorios de San Diego.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que casi no oyó el sonido a su espalda: un estallido débil y una corriente de aire, el típico efecto de un juego. Un sonido que no tendría que haberse oído allí. Alfred hizo una mueca y se volvió.

Conejo había crecido.

—¡Hola, hola! —dijo—. Se me ha ocurrido pasarme a darte un informe especial, incluso a pedirte ayuda con algunos detalles. —Conejo le dedicó a Alfred una sonrisa dentuda y se sentó a disfrutar de una zanahoria en el sillón de cuero para las visitas que había al otro lado de la mesa de Alfred. En el despacho de Alfred. Su espacio, el que estaba en las catacumbas a prueba de bombas, bajo Mumbai, en el corazón de la Agencia de Inteligencia Exterior de la India.

Alfred llevaba casi setenta años dirigiendo operaciones secretas.

Hacía décadas que no se sentía tan contrariado. Era como volver a ser joven… no era una sensación agradable. Miró a Conejo un momento, asimilando las terribles implicaciones de la presencia de la criatura. Quizá sea mejor que no lo piense ahora. Y dio por respuesta un palo de ciego.

—¿Informe de progreso? Hemos visto tus progresos. Personalmente estoy un poco decepcionado. Has logrado muy poco…

—Que puedas ver.

—… aparte de crear una neblina de estupidez, habitualmente contraproducente. Los «agentes locales» que has reclutado son incompetentes. Por ejemplo… —Alfred abrió el informe con exagerado énfasis. Mientras, los analistas de la AIE examinaban la intrusión de Conejo. Abrieron una ventana gráfica sobre la cabeza de la criatura. Conejo llegaba a través de tres enrutadores de tres continentes.

»Por ejemplo —dijo Alfred escogiendo un nombre al azar—, tenemos a este «Winston Blount». Hace años fue un importante administrador de la UCSD. Pero nunca mantuvo contactos personales con los fundadores de los laboratorios biológicos y hoy en día… —Hizo un gesto de rechazo con la mano—. Esa persona tiene tan poca relación con los laboratorios de San Diego que bien puedo preguntar qué estamos obteniendo a cambio de nuestro dinero.

Conejo se apoyó sobre la mesa de caoba de Alfred. Su reflejo en el barniz se movió en perfecta sincronía.

—Podrías preguntarlo. Y cuánta ignorancia demostraría esa pregunta. Sabes lo que debes buscar y aun así eso es todo lo que has descubierto. Piensa en lo invisible que debe de resultar para los americanos. Yo soy un fantasma que se manifiesta como movimiento browniano hasta que, voila!, las mandíbulas de mi operación se cierran. —Una sonrisa cruzó el rostro de Conejo. Agitó las orejas e hizo un gesto hacia el refugio de Alfred—. En cierta forma, en realidad es una simple demostración de principios… esas mandíbulas se cierran hoy sobre ti. Tú, la japonesa y el europeo creíais que me habíais engañado. ¿Qué queda ahora de vuestro anonimato, eh? ¿Eh?

Alfred miró furioso al animal. No hacía falta disfrazar su disgusto. Pero rezo porque eso sea todo lo que ha descubierto.

Conejo apoyó las patas delanteras en la mesa de Alfred y siguió charlando.

—No te preocupes, no estoy siendo tan comunicativo con tus amigos de las agencias japonesa y europea. Les daría un ataque de pánico… y éste es un proyecto con el que estoy disfrutando. Conozco gente nueva, aprendo cosas nuevas. Ya sabes. —Inclinó la cabeza, como si esperase alguna confidencia a cambio.

Alfred fingió pensárselo y finalmente le dedicó a Conejo un asentimiento juicioso.

—Sí. Si supiesen que la tapadera ha fallado, aunque sea ante alguien de dentro, probablemente abortarían la misión. Has hecho lo correcto.

Los números sobre la cabeza de Conejo iban cambiando. La información de enrutamiento era en su mayoría falsa, pero la latencia de la red —el retraso— hacía que los analistas tuviesen un ochenta por ciento de seguridad de que Conejo procedía de Norteamérica. Sin la ayuda de la gente de señales de la inteligencia europea, no iban a lograr una estimación mejor. Pero contarle a Günberk lo de aquella visita era algo que Alfred no quería hacer.

Así que tengo que tratar a este hijo de puta como si fuese un respetable colega. Alfred se recostó y adoptó una pose amable.

—Entonces, entre nosotros, ¿cuáles han sido tus progresos? Conejo lanzó lo que le quedaba de la zanahoria a la mesa de Vaz y cruzó las patas detrás de la cabeza.

—Eh. Casi he terminado de reunir el equipo de la operación. Ese archivo probablemente incluye algunos de sus miembros, incluido el estimado decano Blount. Puedo pagar a la mayoría de esa gente usando mis propios recursos. Uno de ellos podría participar guiándose sólo por su espíritu bondadoso de aventura. Los otros precisan incentivos que la riqueza de las naciones puede satisfacer. Y si hay algo que posee la Alianza Indoeuropea es la riqueza de las naciones.

—Siempre que no se pueda rastrear su origen y no parezca la riqueza de las naciones.

—Confía en mí. Si esos chalados se lo piensan, llegarán a la conclusión de que somos realmente señores de la droga de Suramérica. En cualquier caso, te tendré preparada su lista de los deseos dentro de una semana más o menos. Si todo sale según lo planeado, tendréis completo acceso a los biolaboratorios de San Diego durante casi cuatro horas, en algún momento a finales de diciembre.

—Excelente.

—Y luego quizá me digas qué buscáis en esos laboratorios.

—Creemos que los americanos traman algo.

Conejo alzó las cejas.

—¿Una Gran Potencia traicionando a los suyos?

—Ya ha sucedido antes. —Aunque no desde la primera mitad de siglo, en la confusión Sinoamericana.

—Ajá. —Durante un breve momento Conejo pareció incluso pensativo—. Confío en que me comunicarás lo que descubráis.

Alfred asintió.

—Si podemos mantenerlo entre los dos. —De hecho, que Conejo descubriese lo del proyecto TQC de Alfred le daría un nuevo significado a la expresión «peor resultado posible».

Por suerte, Conejo no siguió por ese camino.

—Hay una cosa —dijo la criatura—. Un último contacto, un tipo interesante… En cierta forma lo encuentro más interesante que todo vuestro espionaje de secretitos.

—Muy bien. —Alfred decidió aceptar todas las tonterías que soltase su interlocutor.

En el aire flotó la imagen de un chino de aspecto juvenil. La mirada de Vaz recorrió la biografía adjunta. No, el tipo no era joven.

—¿Ése es el padre de Bob Gu? Vas a juguetear… —Guardó silencio, recordando lo recientemente sucedido en Paraguay. Por un momento olvidó la necesidad de tomárselo con calma; algunas tonterías eran difíciles de tragar— Vamos a ver, la operación tiene que ser discreta. ¿Cómo vas a…?

—No te preocupes. Junior no me interesa en absoluto. Simplemente se trata de una de esas caprichosas coincidencias. Verás, el padre de Bob Gu es el suegro de Alíce Gu.

¿Cómo? Alfred intentó entenderlo. Luego se dio cuenta de que Conejo hablaba de Alice Gong. Oh. Conejo había abandonado la tierra de la estupidez y caminaba por las profundidades de la locura. Alfred se quedó mudo.

—Ah, ¿sabes quién es Alice? ¿Sabes que se está entrenando para realizar una auditoría completa de la seguridad de los laboratorios biológicos de San Diego? ¡Piénsalo! Muy pronto, los americanos le pedirán a Alice que refuerce la seguridad. Tenerla controlada es muy importante, viejo.

—Sí… —La Unión Europea y Japón lo dejarían de inmediato si se enteraban de que Alice Gong Gu se ocupaba del caso. Y es seguro que Alice detectará lo que estoy haciendo en esos laboratorios— ¿Qué propones?

—Quiero asegurarme de que Alice no esté protegiendo los laboratorios cuando entremos. Tengo a papá Gu en el sedal desde hace días. Pero la cosa va lenta. —Otra mirada dentuda de desafío—. Además… me muero por hablar directamente con él. Necesitamos un contacto zombi. —Apareció otra combinación de imagen y biografía.

—¿Un ciudadano indio?

—Soy de n sutil, ¿verdad? Sí, aunque los dos últimos años el señor Sharif ha vivido en Estados Unidos. No tiene ninguna relación con los servicios de inteligencia indoeuropeos. Me pondré en contacto con él como la ligera nube de coincidencias que soy. Si los americanos le identifican, será el señuelo perfecto. Tus amigos europeos y japoneses son demasiado cobardes para aceptar un plan así. Creo que tienes más arrojo. Así que he venido a avisarte. Cúbreme en esta situación. Mantén a tu gente alejada de Sharif. En ocasiones realmente seré yo.

Vaz guardó silencio un buen rato. No sabía que Alice Gong Gu se preparaba para una auditoría de los laboratorios de San Diego. Era una mala noticia. Una noticia muy mala. No era suficiente mantener a Gong alejada una noche. Entones tuvo una idea brillante. El genio de Alice era producto de un sacrificio horrible. Había dado con su secreto unos años antes; a su modo, ella arriesgaba más que Alfred. Y mi arma, incompleta como está, podría pararla en seco. Miró a Conejo.

—Efectivamente, tienes mi apoyo. Aunque sólo debemos saberlo nosotros dos.

Conejo se acicaló.

—Pero, sí puedo hacer una sugerencia —añadió Alfred, de un colega a otro—, es mejor que lo programemos todo para que Alice Gu esté de guardia la noche que entremos. Con la preparación adecuada sería posible sacar ventaja de su presencia.

—¿En serio? —A Conejo literalmente se le salían los ojos de las órbitas—. ¿Cómo es eso?

—Tendré los detalles dentro de unos días. —De hecho, ya sabía muchos detalles, pero no estaban destinados a los oídos de Conejo. Alfred ya estaba enviando los requisitos de la misión a su equipo interno. ¿Cuánto tiempo llevaría fabricar un pseudomimivirus apropiado para la debilidad concreta de Alice? ¿Cuál era el método de envío más seguro? Probablemente en aquel caso la infección indirecta no fuese lo más práctico. ¿Y cuál sería el mejor cuento para contar a ese maldito Conejo?

Conejo seguía mirándole expectante.

—Claro está —dijo Vaz—, hay aspectos de la cuestión que es mejor no revelar.

—Je. Claro. ¿Planes para conmocionar al mundo y todo eso? No importa, me contento con seguir siendo tu Gran Cortacircuitos Caído del Cielo. Mantendré el contacto. Mientras tanto… —De pronto vestía un uniforme gris con charreteras tachonado de medallas. Levantó el brazo en un saludo hitleriano—. ¡Larga vida a la Alianza Indoeuropea! —Con lo que la imagen de Conejo desapareció como el truco barato que era.

Alfred permaneció sentado, inmóvil, casi dos minutos, sin responder a los gritos de alarma que recorrían la red de la oficina, sin responder a los distintos análisis del personal que se iban generando. Alfred estaba reordenando sus prioridades. No se había enterado antes de lo de Alice Gong Gu, pero ya lo sabía y disponía de tiempo suficiente para sacar ventaja de su presencia. Era muy triste tener que hacer daño a una mujer que en realidad luchaba de su lado, que había hecho más que casi cualquier otra persona por mantener la seguridad del mundo.

Volvió a concentrarse. Además de lidiar con Alice, tenía otra prioridad nueva: saber más sobre Conejo, descubrir cómo destruirle.

Alfred Vaz no tenía una posición oficial en la Agencia de Inteligencia Exterior, pero sí un poder inmenso. Incluso haciendo uso de las técnicas modernas de compartimentalización, jamás habría podido ocultar sus programas de investigación de no haber tenido tanto poder. Ahora bien… se podía argumentar que la visita de Conejo al cuartel general de la AIE era el fallo de seguridad más espectacular de la década, ¡sólo si alguien de fuera se enteraba! Alfred empleó todo su poder en la agencia y todos los resortes políticos secretos que había acumulado en más de setenta años para lograr que sólo sus equipos lo supiesen. Si el inspector general de la AIE se lo olía, los planes de A1fred se vendrían abajo. Era un hecho triste que probablemente su propio gobierno le considerara un traidor si descubría sus planes para salvar el mundo.

Lo que convertía en una maniobra delicada investigar la broma de Conejo. De alguna forma, su enemigo había superado el cortafuegos de aislamiento más seguro conocido por el hombre. Conejo incluso había controlado el soporte de localización de alta resolución (no cabía duda puesto que su imagen había estado perfectamente emplazada). La explicación evidente era que Conejo había logrado manipular el Entorno de Hardware Seguro. Si era así, entonces la base de toda la seguridad moderna quedaba en entredicho… y la visita de Conejo era el primer trueno de la destrucción.

¿Era posible que un conejo tonto anunciase el Apocalipsis? Se sucedieron ochenta horas de incertidumbre mientras los equipos internos de Alfred intentaban descifrar el misterio. Finalmente, sus analistas de la AIE descubrieron la verdadera explicación, simultáneamente tranquilizadora y muy vergonzosa. Conejo, demostrando una inteligencia extraordinaria, había que admitirlo, había explotado una combinación de software fallido y entradas erróneas de registro, uno de esos problemas que tienen tan a menudo los usuarios descuidados. En resumen: Conejo era mucho más peligroso de lo que Alfred había pensado en un principio, pero no era el Siguiente Gran Desastre.

Vaz sufrió mientras duró el suspense. Pero, al final, lo más frustrante del incidente fueron las hojas de zanahoria que Conejo le había dejado sobre la mesa. Usando todos los recursos y conocimientos del moderno Estado indio, a la AIE le llevó casi tres días eliminar la lógica que inyectaba esa imagen en la red de la oficina.

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