29 La doctora Xiang toma el mando

Günberk, Keiko y Alfred disponían de sus propios equipos de analistas. Diez segundos antes, esos analistas se habían puesto de acuerdo: como amenaza activa, Conejo había desaparecido, tanto en la superficie como en la milnet. Alrededor de esa opinión flotaban cúmulos contrarios a ella, pero estaban relacionados con la predicción de daños colaterales.

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Gracias a Dios, hemos detenido al monstruo.‹/ms›

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Y tenemos los datos de inspección que buscábamos. ¡Es hora de salir pitando!‹/ms›

Mostró una imagen ampliada del árbol de contingencia. Estaban casi al final de una rama que conducía a una pérdida total de la posibilidad de negar la operación. Y, sin embargo, hasta que conociesen con seguridad el resultado de la investigación, necesitaban que los norteamericanos siguiesen ignorándolo todo.

Alfred presentó su más reciente estimación de extracción, con el tiempo ajustado para ocultar sus envíos desde el laboratorio.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms›¡Ocho minutos! ¿Tanto?‹/ms›

Keiko todavía lo tenía todo cubierto en el lado norte del laboratorio y las vistas del disturbio seguían enseñando al equipo de Bollywood en la biblioteca… pero el disturbio se estaba convirtiendo en algarada de las que provocan una respuesta directa de la policía. Volver a integrar a Alfred en el grupo de Bollywood todavía era fácil; pero no tardaría en resultar imposible.

Vaz —› Braun, Mitsuri: ‹ms› Recortaré todos los segundos que pueda, Keiko.‹/ms›

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms›¡Será mejor que lo hagas! Lo máximo que puedo garantizar son cinco minutos.‹/ms›

Alfred sonrió al ver el pánico desatado de Keiko. Ella y Günberk lo darían todo. Y en cierta forma, aquel caos le ayudaba. Engañar a Keiko y Günberk siempre había sido el mayor problema de Alfred. El envío habría sido imposible de no estar aquellos dos tan distraídos con otras cosas.

Pasaron dos minutos. Tres. Su equipo secreto había hecho la mayor parte de las falsificaciones. Habían actualizado los registros para satisfacer tanto a la Alianza corno a futuros investigadores de Estados Unidos. Estaban trabajando con una pequeña parte de la selección de Mus musculus, su verdadero modelo animal. Alfred saltaba de un punto de vista a otro, pasando sobre armarios que parecían bloques de oficinas de una ciudad aburrida y utilitaria. No podía llevarse más que unos cuantos ratones, sólo unos pocos de los concebidos desde la última actualización. Su equipo ya había abortado los experimentos en curso e iniciado la destrucción de las operaciones. Estaban retirando los especímenes seleccionados y preparándolos para el lanzamiento. Otros miembros del equipo ya mandaban cartuchos de envío al puerto neumático de encima del armario. Podía encajar un módulo de veinte por treinta, seiscientos ratones, en cada cartucho.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms›¡Alfred! La red pública está fallando.‹/ms›

Vaz soltó un juramento y miró en análisis de la superficie. Ni siquiera estaban todavía cerca de la hora límite de Keiko.

Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Es un fallo completo del sistema. El señor Conejo nos ha jodido.‹/ms›

Los analistas eran un hervidero de opiniones contrarias. En algún lugar de mundo se producían fallos corno aquél un par de veces al año: era el precio que la civilización pagaba por la complejidad. Pero sospechaban algo más siniestro: que aquel fallo era un daño colateral de la revocación. Quizá la magia del disturbio de Conejo dependiese de su control de los sistemas informáticos empotrados en el entorno público. Ahora que sus certificados estaban revocados, una cascada de fallos lo recorría todo a medida que los certificados iban fallando en cadena.

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› ¡Alfred! ¡Recoge y sal de ahí!‹/ms›

En un momento estarían preparados los cartuchos dos y tres. Alfred miró el estado del UP/Express. El lanzador estaba cerca de la zona MCog. El control era local, por lo que no le afectaba el fallo exterior. Entró una dirección de Guatemala… y seleccionó un vehículo de lanzamiento que había situado unas semanas antes. Era lo suficientemente invisible como para salir del espacio aéreo de Estados Unidos.

Vaz —› Braun, Mitsuri: ‹ms› Un minuto. ¿Me lo puedes dar?‹/ms›

Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Lo intentaré.‹/ms›

Los analistas de la superficie estaban enfrascados en la planificación de contingencias y la estimación de probabilidades. Un millar de pequeños cambios se producían en el paisaje de la UCSD, allí donde la operación indoeuropea tenía influencia. La asistencia de Bollywood duraría más que ninguna.

Alfred se obligó a prestar atención a los laboratorios. El segundo cartucho se estaba cargando. El primero recorría los tubos neumáticos, llevando a los pequeños pasajeros hasta el lanzador.

Alfred se quedó helado. Los Gu habían abandonado la zona de la mosca de la fruta. Había movimiento en otra ventana, cerca de los ratones. Una niña y un hombre corrían hacia la cámara. Las moscas de la fruta no los habían engañado.

Alfred se inclinó hacia delante. Un minuto. ¿Qué podían hacer en ese tiempo?

La silla de ruedas de Lena no era una máquina para ir por el campo. Funcionaba bastante bien sobre el asfalto, incluso cuesta arriba; Xiu tenía que apretar el paso para no quedar rezagada. Pero si el asfalto estaba lleno de grietas la silla tenía que ir despacio. El avance se frenaba mucho.

—¿Al menos puedes ver la carretera, Lena? —La página visor de Xiu estaba tan oscura como la vista natural.

—No. Creo que alguien ha apagado las laderas. Supongo que es un efecto secundario del disturbio. —Se colocó en el centro de la carretera—. ¡Silencio! Todavía se acercan. —Le hizo un gesto a Xiu para que se acercase—. ¿Cómo podemos detenerlos? De una forma u otra debemos descubrir qué pasa.

—Roben te verá.

—¡Maldita sea! —Lena dudaba, atrapada en un dilema.

—Ponte a un lado de la carretera. La verdad es que yo puedo detenerlos mejor.

Lena refunfuñó, pero se apartó.

Xiu se quedó inmóvil un momento. Se oía el ruido distante de la autopista. Al otro lado de las colinas sonaba lo que podían ser cánticos. Pero cerca sólo se oían los insectos, se tenía la sensación del aire enfriándose en la noche, se veía la estrecha carretera llena de baches. Vio la luz que recorría los salientes.

—Puedo oírlos, Xiu.

Xiu también podía. Escuchó el crujido de las ruedas y el gemido distante de los motores eléctricos. El coche misterioso apareció al fin, saliendo de la última curva, y Xiu se tensó para apartarse de un salto.

Pero en esa carretera los coches no podían acelerar. Los faros la iluminaron lentamente.

—Apártese, apártese. —Las palabras sonaban con fuerza y la página visor se iluminó con advertencias sobre las consecuencias de entorpecer la labor de la policía de carreteras de California.

Xiu se disponía a apartarse cuando pensó; Pero si quiero hablar con la policía.

Hizo un gesto para detener el coche. El vehículo redujo todavía más la velocidad, para luego desplazarse e intentar pasar por su izquierda.

—Apártese, apártese.

—¡No! —gritó, y saltó para ponerse frente al coche—. ¡Para!

El coche se movió todavía más despacio.

—Apártese, apártese. —Intentó pasar por el otro lado. Xiu volvió a situarse delante, en esa ocasión blandiendo la mochila como un arma.

El auto retrocedió un par de metros y se dio la vuelta furtivamente, como si se estuviese preparando para salir disparado. Xiu se preguntó si realmente quería saltar delante de lo que sucedió a continuación.

Con cada latido, el dolor recorría a Tommie. Después de un momento comprendió que era una buena noticia. Levantó la cabeza, vio que estaba tendido en el asiento trasero de un coche de pasajeros. En los asientos delanteros iban Winston y Carlos.

—¿Dónde están Robert y la niña?

Winston Blount hizo un gesto con la cabeza.

—Se han quedado allí.

—Nos hemos separado, profesor Parker.

Los recuerdos horribles volvían.

—Oh… sí. ¿Dónde está mi portátil? Debemos llamar a la policía.

—Ya la hemos llamado, Tommie. Todo va bien, esto es un vehículo de la policía de carreteras.

Estaba un poco mareado, pero aquello no tenía sentido.

—La verdad es que no lo parece.

—Lleva todas las insignias, Tommie. —Pero había un poco de incertidumbre en la voz de Winston.

Tommie bajó las piernas del asiento y se sentó. El dolor le aferraba el pecho, recorriéndole también los brazos. Estuvo a punto de volver a desmayarse, y se habría caído hacia delante de no haber sido por Carlos.

—¡Sostenme… sostenme! —Tommie miró al frente. El coche tenía los faros encendidos. De la carretera, empinada y estrecha, sobresalían restos dispersos de asfalto; era una de esas carreteras tan comunes en East County o en tramos cortos de la costa: restos desconectados de asfalto. Redujeron la marcha. Los arbustos pasaban cerca. Y al frente vio a alguien de pie en medio de la carretera. El coche se arrastró a cinco metros de… una joven.

—Apártese, apártese —dijo el coche una y otra vez, intentando pasarle por un lado y luego por el otro.

La mujer saltó de derecha a izquierda, bloqueándoles el paso. Gritaba y agitaba una mochila de buen tamaño.

El coche retrocedió un poco y Tommie oyó el gemido de un capacitor preparándose para una acción drástica. Las ruedas giraron unos grados… y la mujer volvió a saltar delante del vehículo. Su rostro quedó bien iluminado por los faros. Era un bonito rostro asiático… El de la última persona que hubiese esperado ver jugando a «bloquear los tanques en la plaza de Tiananmen».

Los faros se apagaron. El coche dio una sacudida. Luego los frenos se activaron y se encajó en la cuneta. Se oyó una explosión apagada, que podría haber sido el capacitar quemándose. Las puertas de ambos lados se abrieron y el cuerpo de Tommie se deslizó a medias hacia la fría noche.

—¿Estás bien, profesor Parker? —Era la voz de Carlos, cerca.

—Todavía no estoy muerto. —Oyó pisadas en la carretera. Una luz destelló en una mano pequeña y la mujer dijo en voz alta:

—Son Winston Blount y Carlos Rivera… —luego, añadió en tono coloquial—: y Thomas Parker. Usted probablemente no me conozca, doctor Parker, pero admiro su trabajo.

Tommie no supo qué decir.

—Déjanos pasar —dijo Winston—. Es una emergencia.

Le interrumpió el sonido de ruedas… pero no eran de un coche. Una voz habló desde la oscuridad.

—¿Dónde está Miri? ¿Dónde está Robert?

Carlos dijo:

—Siguen dentro. Intentan detener el… Nos temernos que alguien intenta hacerse con el control de los laboratorios.

Gimieron los motores. Era una silla de ruedas. El cuerpo de su ocupante estaba encorvado, pero hablaba fuerte, con irritación.

—Maldita sea. La seguridad del laboratorio lo impediría.

—Quizá no. —Parecía que Winnie estuviese masticando vidrios rotos—. Creemos que alguien ha… burlado la seguridad. Hemos llamado a la policía. Es en eso en lo que estáis interfiriendo. —Señaló al coche aparcado en la cuneta.

Tommie miró el espacio oscurecido para pasajeros.

—No —dijo—. Es un engaño. Por favor. Llama a la policía.

La silla de ruedas se les acercó.

—¡Lo intento! Pero estamos en una especie de zona muerta. Deberíamos bajar la colina y encontrar algo a lo que aferrarnos.

Duì! —dijo Carlos. Miraba hacia todos lados, como hacen los chicos cuando les fallan las lentillas.

La temible doctora Xiang agitó la linternita, moviendo luz y sombra a su alrededor. Era extraño. La mujer vacilaba continuamente. X. Xiang era una de las grandes Malvadas de la era moderna, al menos una de las personas que habían hecho posibles los regímenes de los Malos. Nadie lo hubiese dicho viéndola. Apagó la luz y permaneció en silencio un momento.

—No creo que estemos en una zona muerta local.

—¡Claro que sí! —dijo Winnie—. Yo visto y no veo más que la vista real. Tenemos que llegar a la autopista o al menos donde podamos verla. y entonces Tommie recordó lo que había dicho la nieta de Gu. Quizás hubiesen tomado todos los nodos locales. Xiang tenía otra hipótesis. —Quiero decir que la zona muerta no es sólo ésta. Escuchad.

—No oigo nada… oh.

Había algunos sonidos débiles, quizá de insectos. Al otro lado de las colinas se oían gritos. Seguramente era la distracción del círculo de opinión. ¿Qué más? El ruido de la autopista era… extraño: no era el palpitar constante de ruedas sobre el asfalto. Sólo se oía un sonido muy débil, un último suspiro. Tommie nunca había oído nada parecido, pero sabía cómo funcionaban las cosas.

—Cierre por fallo —dijo.

—¿Todo? ¿Detenido? —Carlos estaba aterrorizado.

—¡Sí! —El dolor del pecho de Tommie iba en aumento. Tranquilo, ¡me gustaría vivir lo suficiente para descubrir qué está pasando!

La voz de la silla de ruedas dijo:

—Incluso si no podernos llamar, alguien se dará cuenta.

—Quizá no. —Tommie se esforzó por respirar. Si el apagón era extenso y desigual, con la apariencia de un desastre natural… bien, podría estar ocultando algo realmente importante que sucedía bajo tierra.

—Y no podemos hacer nada —dijo Winston.

—Quizá no. —Xiang repetía las palabras de Tommie, pero su voz era pensativa, distante. Iluminó la mochila—. Me lo he pasado muy bien en la clase de taller. Hoy en día se pueden fabricar cosas muy interesantes.

Tommie logró decir:

—Sí. Y todas cumplen la ley.

X. Xiang soltó una risita.

—Hecho que puede volverse en su contra, sobre todo si las partes desconocen la situación del todo.

Muchos de los viejos amigos de Tommie decían lo mismo; sólo solía ser hablar por hablar. Pero lo estaba diciendo X. Xiang.

Sacó un aparato de aspecto tosco. Parecía una lata de café de antaño, abierta por un lado. Sostuvo la lata de café encarada a la página visor. —Muchos dispositivos siguen funcionando, pero no encuentran nodos suficientes para seguir una ruta. Sin embargo, hay una enorme base militar justo al norte de aquí.

Desde la silla de ruedas, Lena intervino:

—El campamento Pendleton está a unos cincuenta kilómetros de distancia en esa dirección. —Quizás había hecho un gesto, pero Tommie no pudo verlo.

Xiang pasó la lata de café por el cielo sin estrellas.

—Esto es una locura —dijo Winston—. ¿Cómo puedes saber que hay nodos en tu línea de visión?

—No lo sé. Vaya lanzar una señal contra la neblina del cielo. Estoy llamando a los marines. —Luego le habló a su página visor.

Bob Gu y sus marines pasaban más tiempo entrenándose que en combate o de guardia. Los directores de entrenamiento eran famosos por idear emergencias imposibles… para luego superarlas con algo todavía más increíble.

Esa noche, el mundo real era el entrenador más loco.

Alice había pasado a cuidados intensivos. Bob podría haber ido con ella… pero fuera lo que fuese que la había afectado era una acción enemiga, y no sería la última.

La pantalla de análisis había producido nodos nuevos y una docena de asociaciones lejanas: la Crédit Suisse AC acababa de colapsarse, un importante desastre para Europa. Las revocaciones de certificados incluso tendrían consecuencias en California. Bob prestó más atención. El colapso de la Crédit Suisse había sido tan repentino que tenía que tratarse de un ataque sofisticado. Bien, ¿de qué se suponía que nos distraía?

La guardia terrestre combinada del DDD/DSI había entrado en acción. La acción de esa noche podría ser algo nuevo, un Gran Terror que recorría simultáneamente Estados Unidos y la Alianza Indoeuropea, aprovechando los huecos creados por las soberanías nacionales. Mirando el análisis, Bob sólo veía los perfiles más claros, pero era evidente que las agencias de inteligencia de Estados Unidos, la Alianza y China colaboraban para cazar la fuente de la amenaza.

En el suroeste del territorio continental de Estados Unidos, su nueva jefa de analistas hacía lo que podía. Su equipo de analistas seguía cojo, pero los chicos hablaban mucho. Las estructuras de conjeturas y conclusiones crecían. La nueva jefa habló.

—Coronel, la tormenta de revocación es muy intensa en la UCSD. La pantalla de tráfico mostraba que la manifestación alrededor de la biblioteca se había detenido por completo. Los nuevos fallos no se debían a la saturación de la ruta troncal. Los participantes perdían la certificación a millares. Millones de programas de soporte habían sido obstaculizados. Aunque sólo fuese por aquel hecho, quedaba demostrado que la masiva implicación extranjera en la fiesta de aquella noche no había sido un espejismo de los analistas. Lo que fuera que hubiese golpeado Europa tenía mucho que ver con lo que sucedía en el campus.

Pero los laboratorios biológicos todavía aparecían en verde. Incluso la participación del turno de noche en la manifestación de la biblioteca había sido para mejor. Quizá la productividad y el rendimiento bajasen durante aquel turno, pero eso no era más que un asunto comercial. Lo cierto era que la salida del personal humano había simplificado la situación del laboratorio. Allí sólo quedaban sistemas automáticos… y todo funcionaba bien.

—El FBI vuelve a solicitar permiso para ocuparse de la situación.

Bob cabeceó, irritado.

—Denegado. Como antes.

Mmm. Cada vez más participantes en el disturbio perdían la certificación. Tres analistas del servicio de mantenimiento del sur de California informaban de fallos de infraestructura en la zona del campus. ¿Por qué iba la infraestructura local a depender de certificados de la Crédit Suisse?

—La correlación de los fallos de sistemas con la tormenta de revocación es del noventa y cinco por ciento, coronel.

No me digas. Incluso si los laboratorios estaban limpios, allí se estaba produciendo una interferencia mortal. Bob tecleó la orden que llevaba sopesando desde hacía varios minutos.

alerta de lanzamiento.

—Que los analistas actualicen la contingencia nueve y que me den un punto de lanzamiento —dijo.

Hubo una pausa mientras la guardia mundial combinada DDD/DSI revisaba su petición. Desde el desmoronamiento de Alice, su guardia estaba siendo vigilada muy de cerca.

Pero cinco segundos después tenía el permiso.

Bob apenas se dio cuenta de que la protección antiaceleración se inflaba. Él sería el último en salir, así que tendría mucho que mirar.

lanzamiento lanzamiento lanzamiento.

—Lanzados los vehículos sin tripulación.

Su visión mostraba treinta cargadores de munición de red disparados hacia el cielo nocturno del sur de California. Los vehículos sin tripular habían salido del lado norte de la base, a veinte kilómetros de distancia. Más al norte, desde MCAS Edwards, armas más primitivas se alzaron al cielo. Un catálogo de posibilidades extremas: lanzas de rescate (500), neblinas de supresión de daños (100), láseres IRAE (10), dardos térmicos/variantes de aislamiento (100)… y las tres últimas, las pesadillas: dispensadores de neblina esterilizadora (10 por 10), munición de área RFAE (20 por 20 por 4), munición nuclear estratégica (10 por 10 por 2). A los analistas se les paga para que piensen lo peor… pero Dios… Los laboratorios biológicos eran la única excusa para todo aquello.

Pero lo cierto, al margen de no tener equipo de seguimiento, era que se trataba de una carga razonablemente convencional para una fuerza expedicionaria moderna. Durante la carrera de Bob, en tres ocasiones esos lanzamientos habían acabado en combate real. Pero esos combates se habían producido a medio mundo de distancia, en Almaty, en Ciudad General Ortiz y en Asunción. Las armas más terribles no se habían usado nunca, aunque en Asunción habían estado muy cerca de hacerlo.

Esa noche apuntaba con todo a su propio vecindario, a sólo cincuenta kilómetros al sur del campamento Pendleton. La fuerza total usada en una zona urbana era corno cazar las ratas de la cocina usando una ametralladora. Mantén la cabeza gacha, Miri.

—El FBI vuelve a pedir permiso para tomar el control.

—Denegado. La situación ha empeorado. —De momento, si tenían suerte sólo de momento. Si la policía y los servicios de rescate lograban controlar la situación, entonces todo el material que Bob había lanzado sobre el sur de California sería simplemente parte de un ejercicio caro. Pero el aspecto positivo de entrar en acción era que podía solicitar muchos más recursos: Gu requisó equipos de analistas de todos los turnos nacionales y les mandó los datos que tenían hasta el momento. Las preguntas prioritarias: ¿los laboratorios de San Diego están seguros? ¿Cuál es la predicción para los fallos actuales del sistema?

Mientras tanto, los lanzamientos de Bob habían alcanzado el punto de inflexión de sus trayectorias. Modificó las de las municiones de Edwards para que fuesen más altas y quedaran rezagadas, con respecto al material de Pendleton. Si no se resolvía nada pronto, tendría que encender los motores de los vehículos sin tripular. ¡Necesito respuestas, chicos!

Pero los analistas seguían muy ocupada conectando miles de millones de puntos, buscando patrones y conspiraciones. Luego, una sola observación lo cambió todo. Una experta en clima que cumplía con sus obligaciones mensuales con la reserva emitió una prioridad muy alta.

—Hace veinte segundos. Veo una señal improvisada en la retrodispersión sobre este punto. —Trazó una elipse sobre el North County de San Diego, cubriendo gran parte del campamento Pendleton. Alguien se estaba montando su propio sistema de comunicación, ¡simplemente iluminando el cielo nocturno! El eje largo de la elipse de dispersión apuntaba a la UCSD. Las palabras del mensaje interceptado pasaron por la vista de Bob.

Xiu Xiang —› A alguien con la inteligencia suficiente para detectarme en la retrodispersión: ‹ms› Los sistemas automáticos de GenGen han sido manipulados. El sistema ataca a cualquiera que se le oponga. Esto no es un juego. No es una broma. ¿Qué? Sí, se lo diré. Todavía hay dos personas en los laboratorios. ¡Son de los buenos! Intentan ayudar.‹/ms›

La analista meteorológica habló.

—El mensaje es un pulso de un segundo, retransmitido doce veces. Lo que ve es la versión reconstruida y depurada.

Estaba más que claro. Los dedos de Bob Gu teclearon en los guantes, lanzando a sus marines.

A continuación la protección de aceleración se tensó y…

… y Bob Gu dejó de prestar atención. Momentáneamente, no pudo prestar atención. Siguiendo el orden de batalla, el comandante de la operación quedaba situado en medio de la contienda. En aquel caso, el lanzamiento sacó su lanzadera de aterrizaje de Pendleton. Quizás esto no sea una buena idea, pensó embotado. Pero siempre pensaba lo mismo después de salir disparado por el extremo de un lanzador de 20 g.

Tenía que volver a pensar con claridad. Sus hombres y el equipo iban según lo previsto. Los impensables Últimos Recursos seguían en las alturas, disponibles hasta el final. Las municiones de red ya estaban en la UCSD. Y los laboratorios biológicos seguían en verde, seguros y tranquilos.

Su propio dardo de aterrizaje se encontraba a pocos segundos de la UCSD.

Había otro detalle importante, algo que había sucedido en los últimos segundos. ¿Xiu Xiang? Bob logró recordarlo justo cuando los analistas del DSI exponían sus propias ideas: Xiu Xiang. No era un nombre poco común. Pero en todo el sur de California probablemente no hubiese más de tres o cuatro personas con ese nombre. y una vivía en Al Final del Arco Iris con Lena Gu.

De pronto tuvo una idea muy precisa de quién estaba en el punto de mira de todas las armas que comandaba.

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