14 El extraño misterioso

A pesar de que habían pasado tres semanas, Robert y Juan seguían estudiando juntos justo después de clase. Iban a las gradas y un ignorante hacía lo posible por enseñar al otro.

De vez en cuando Fred y Jerry Radner los acompañaban, tercer y cuarto ignorantes oficiosos. Los gemelos formaban grupo en la clase de composición de Chumlig, pero parecían sentir un placer inocente observando los progresos de Robert, dando consejos más vistosos que los de Juan pero rara vez más útiles.

Y quedaba la quinta ignorante. Xiu Xiang se había acobardado y había abandonado composición creativa, pero seguía asistiendo a las otras clases de Fairmont. Y al igual que Robert, aprendía a vestir; últimamente vestía una blusa de volantes y cuentas… otro tipo de prenda Epifanía de iniciación. Allí estaba la tarde en que Robert y Juan se toparon con los chilenos. Fue en la pista que bordeaba el campo de atletismo. No parecía haber nadie más por las inmediaciones; pasaría un buen rato hasta que llegasen los equipos.

Miri —› Juan: ‹ms›¡Eh! Despierta, Orozco. Aviso ‹enum!›.‹/ms›

Juan —› Miri: ‹ms› Lo siento, no los había visto.‹/ms›

Miri —› Juan: ‹ms› También te los pasaste ayer. Responde antes de que cambien a los Radner. Te dije que pueden ser una buena práctica.‹/ms›

Juan —› Miri: ‹ms› ¡Vale, vale!‹/ms›

—Eh —dijo Juan de pronto—, doctores Gu i Xiu. ¡Miren! —Envió un permiso enum a la Epifanía de Robert. Era igual que los blancos con los que habían estado trabajando en días anteriores. El chico afirmaba que, si practicabas, esa interacción resultaba tan natural como mirar a una persona que te señalaban. A Robert Gu no le resultaba tan fácil. Se detuvo y miró el icono con los ojos entornados. Era un gesto que, por defecto, concedía el acceso. Nada. Tecleó en el teclado fantasma. Se dio cuenta de que Xiang, a unos pasos de distancia, hacía lo mismo.

Y de pronto había media docena de estudiantes, todos hablando en español.

Miri —› Juan, Lena, Xiu: ‹ms› Vale, creo que Robert los ve.‹/ms›

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› ¡Los veo! ¿Los ves tú, Xiu?‹/ms›

Xiu —› Juan, Lena, Miri: ‹rns› Todavía no, debo… ‹/ms›

Miri —› Juan, Lena, Xiu: ‹ms› No intente responder a los mensajes, doctora Xiang. Todavía no tiene la velocidad suficiente; Robert sospechará. Simplemente hable en voz alta, como si hablase con él o Juan.‹/ms›

Xiang guardó silencio un momento, todavía tecleando. Vestir se le daba todavía peor que a Robert. Luego dijo:

—¡Sí, los veo! —Miró de soslayo a Juan Orozco—. ¿Quiénes son?

—Amigos de Fred y Jerry. Muy del sur. De Chile.

Miri —› Juan: ‹ms› Diles que jueguen a monstruo sincronizado.‹/ms›

Juan —› Miri: ‹ms› Vale.‹/ms›

Juan habló en español a los visitantes, tan rápido que Robert no entendió casi nada. Los visitantes se echaron atrás y el espacio despejado quedó ocupado por algo color púrpura.

Xiang rio.

—Yo también lo veo. Pero la criatura… ni siquiera pretende ser realista.

Robert se inclinó para acercarse a la visión desigual.

—Pretende ser un animal de peluche. —Tenía las costuras toscas y el relleno se escapaba entre las puntadas. Pero medía más de dos metros de altura y, cuando Robert se acercó, se alejó de él arrastrando los pies.

Robert rio.

—He leído acerca de estas cosas.

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› Lo he buscado, Xiu. Tú te mueves y él se mueve. Pero cada uno de vosotros sólo controla una parte.‹/ms›

—Oh —Xiu Xiang avanzó bloqueando la retirada de la criatura. Las patas traseras se detuvieron pero las delanteras siguieron empujando, por lo que casi se cayó.

Miri —› Juan: ‹ms› Diles que el objetivo es hacer que baile con elegancia. ‹/ms› Juan dijo:

—La idea es cooperar para que se mueva. Baila a su alrededor, Xiu. Lo hizo. La música fue siguiendo sus movimientos. Las patas traseras de la criatura volvieron a ponerse en marcha y el trasero seguía los movimientos de la mujer. A los niños de Chile les pareció muy gracioso.

Cuando Robert inclinó la cabeza y se meneó, la música aumentó de volumen. Juan se puso a dar palmas y los hombros de la bestia se agitaron al ritmo de la música. Los chilenos observaban en silencio. Parecían tan sólidos como Juan y Xiu Xiang, pero no eran más expertos que la mayoría de los usuarios de San Diego. Las sombras iban en sentido contrario y sus pies sólo mantenían un precario contacto con la hierba del prado. Pero al cabo de un instante oyeron la música, también se pusieron a dar palmas, y la cola del bicho, tal vez en eso eran hábiles en aquel juego, comenzó a saltar de arriba abajo.

Robert expandió sus gestos, tomando el control de las garras blandas de la criatura. Por un momento el monstruo bailó al son de la música manteniendo la sincronización de todos los gestos. Pero el retraso de la red era de medio segundo más o menos y, lo que era peor, variaba aleatoriamente desde una diminuta fracción de segundo hasta un segundo entero. El baile fue cada vez más caótico a medida que se compensaban y se hipercompensaban los errores, hasta que la cola golpeó las garras traseras. La criatura giró y agitó las patas en todas direcciones.

Lena —› Juan, Miri, Xiu; ‹ms›¡Ha sido divertido!‹/ms›

—¡Maldita sea! —dijo Robert.

Pero todos reían sin que hubiese ninguna víctima en concreto para las risas. Uno a uno, los niños distantes fueron desapareciendo, hasta que sólo quedó la gente real: Robert, Juan y Xiu Xiang.

—¡Podríamos haberlo hecho mejor, Juan! —dijo Robert.

Lena —› Xiu: ‹ms›¿Ves? Siempre se está quejando. Dale un minuto más y estará dando a entender sibilinamente que eres la culpable de todo lo que ha salido mal.‹/ms›

Juan seguía riendo.

—Lo sé, lo sé. Pero el enlace de red era una completa porquería. Hay empresas de juego que te dan gratis red mala porque te vuelves tan loco que pagas por mejorarla.

—Bueno, ¿por qué lo intentamos entonces?

—Eh, para practicar. Porque es divertido.

Robert recordó el inepto coro internacional de la UCSD.

—Deberíamos haber usado un metrónomo. ¿Puedes hacer que vuelvan los chicos?

—No, simplemente… ha sido una especie de saludo. Ya sabe, al pasar uno junto al otro.

Al pasar.

—Yo no los veía hasta que no me los has enseñado. ¿El éter está atestado? —Robert atravesó el aire con la mano. ¿Cuántas realidades burbujeaban inmanentes?

—Un espacio público como éste está demasiado atestado para intentar verlo todo simultáneamente. En la línea de visión de tu Epifanía probablemente habrá unos trescientos o cuatrocientos nodos. Cada uno de ellos puede soportar decenas de superposiciones. En una multitud podría haber centenares de realidades activas e incontables potenciales de…

Miri —› Juan: ‹ms› No sigas por ahí. Mi abuelo es lo suficientemente inteligente como para ir sumando pequeñas pistas y deducir la presencia de los que estamos invisibles.‹/ms›

Juan —› Miri: ‹ms› ¿En serio? Bien, tú misma le estás dando una pista. Estás mostrando a la señora Gu de forma que sea visible para Xiu, lo que le está confundiendo. Mira cómo evita el punto donde has situado a Lena.‹/ms›

El chico pareció perder el hilo de las ideas.

—Claro está, cuando sólo hay dos o tres personas, el tráfico láser es en su mayoría simplemente potencial.

Avanzaron un poco más mientras el muchacho les enseñaba cómo navegar por las vistas públicas. Robert y Xiu Xiang practicaban siguiendo sus indicaciones, logrando alguna que otra vez una vista consensuada. Xiang parecía más relajada que al comienzo del paseo; al menos ya caminaba un poco más cerca de Juan y Robert.

Pero Xiu no respondió cuando Robert bromeó.

—Yo diría que empiezas a ser realmente desastrosa.

Lena —› Xiu: ‹ms› ¿Qué te había dicho?‹/ms›

A Robert le parecía que la tal Xiang era un bicho de lo más raro.

Xiu Xiang era rara en muchas otras cosas. Aunque había dejado la clase de composición porque era demasiado tímida para representar delante de los otros, le encantaba el taller. Cada día jugaba con un elemento nuevo del inventario. Era el único momento en que se la veía feliz, sonriendo y tarareando. Para el nuevo Robert algunos de sus proyectos eran obvios, pero con otros tenía que hacer suposiciones. Ella estaba encantada de explicárselos.

—Quizá no contenga «user-serviciable parts» —dijo—, pero ¡entiendo lo que he construido!

Cada día realizaba el equivalente a un proyecto estudiantil semestral y disfrutaba de cada minuto.

Xiu no estaba completamente loca; normalmente no aparecía mientras Robert Gu enseñaba cosas a Juan. Robert jamás había enseñado a niños y no le gustaban los incompetentes. A pesar de sus buenas intenciones, Juan, el pobre, era ambas cosas. y Robert fingía enseñarle a escribir.

—Es fácil, Juan —se oyó decir Robert. ¡Además de fingir, mientes! Bien, quizá no fuese una mentira: escribir basura era muy fácil Veinte años de dar clases en seminarios de poesía para graduados se lo habían demostrado. Escribir bien era una cosa completamente diferente. Escribir belleza sonora era algo que no se podía enseñar por mucho que uno quisiera. Los genios debían aprender por sí solos. Juan Orozco era mucho menos capaz que los antiguos alumnos de Robert. Para los parámetros del siglo XX era casi analfabeto… excepto cuando precisaba palabras para acceder a datos o interpretar resultados. Vale, no era casi analfabeto. A lo mejor existía algún otro término para describir a esos niños lisiados. ¿«Paraalfabetizados»? Y estoy seguro de que también puedo enseñarle a escribir una porquería.

Por tanto, se sentaban en la grada de más arriba lanzando palabras al cielo. Juan Orozco no prestaba atención a los corredores del campo ni a los partidos. Llegó un momento en que ni siquiera jugaba con los tipos de letras.

Llegó un día en que escribió algo que producía efecto y creaba una imagen. No era una absoluta porquería. Casi tenía la calidad de un tópico gastado. El chico miró al cielo durante medio minuto, boquiabierto.

—Tiene tanta… garra. Las palabras me hacen ver imágenes. —Miró a un lado, hacia Robert. Sonrió—. Tú con el vestir, yo con la escritura. ¡Estamos mejorando mucho!

—Quizás estemos a la misma altura. —Pero Robert no pudo evitar devolverle la sonrisa.

Pasó una semana. La mayoría de las noches Robert se entrevistaba con Zulfi Sharif. Después de clase y a veces los fines de semana, Juan y él trabajaban juntos, casi siempre en remoto. Todavía buscaban un proyecto para el semestre. Robert estaba cada vez más intrigado por el problema de la coordinación remota. Juegos, música y deportes fluctuaban a más de algunos miles de kilómetros y un par de decenas de enrutadores. El chico tenía un plan estrafalario para usarlo todo a la vez.

—Podríamos hacer algo con música, música manual. Es mucho más fácil que la sincronización de juegos.

Robert pasaba horas seguidas sin pensar en su estado desquiciado e impotente. Para el nuevo Robert Gu, esos proyectos escolares eran más interesantes que la entrevistas aduladoras de Sharif… y mucho más interesantes que sus visitas ocasionales a la UCSD. Habían suspendido temporalmente el troceado de la biblioteca, aparentemente debido a la manifestación y su dramática aparición casual. Pero sin los manifestantes, la biblioteca estaba muerta. Los estudiantes modernos no la usaban demasiado. Sólo quedaba el Conciliábulo de Ancianos de Winnie, en el sexto piso, rebeldes con una causa súbitamente suspendida.

Robert y Xiu Xiang ya dominaban la mayor parte de los elementos por defecto de Epifanía. Ahora, cuando miraba «justo de esa forma» un objeto real, las explicaciones iban apareciendo. Mirando o entrecerrando los ojos de la forma adecuada a los iconos de apoyo, obtenía los detalles adicionales que deseaba. Si miraba el objeto de una forma diferente, ¡a menudo veía a través y más allá! A Xiu los visuales no se le daban tan bien como a Robert. Por otra parte, si no se ponía nerviosa, se le daban mejor las búsquedas de audio: si al oír una palabra desconocida lograbas marcarla, entonces los resultados de la búsqueda aparecían automáticamente. Eso explicaba el vocabulario maravilloso, y los errores igualmente maravillosos, que había oído a los niños.

Miri —› Juan: ‹ms› Deberías decirle que las avanzadas son mucho más difíciles.‹/ms›

Juan —› Miri: ‹ms› Vale.‹/ms›

—¿Sabe?, doctor Gu, a Xiu ya usted se les dan realmente bien las opciones por defecto. Pero también deberían trabajar con las avanzadas.

Xiang asintió. Aquel día también estaba en visión remota, aunque no tenía un aspecto tan realista como Juan Orozco. La imagen de la mujer era perfectamente sólida, pero sus pies se fundían con el banco que tenía justo delante y, en ocasiones, Robert entreveía… ¿el fondo? ¿Su apartamento? Bromeó con ese asunto, pero, como sucedía habitualmente cuando hacía un chiste, sólo logró que se cerrara más.

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› ¡Qué! ¿Qué ha visto?‹/ms›

Miri —› Juan, Lena, Xiu: ‹ms› No te preocupes. Xiu dispone de un buen filtro de fondo. Además, tú estás en la cocina y ella sentada en el cuarto de estar.‹/ms›

Robert le habló a Juan.

—Bien, ¿cuáles son las avanzadas más útiles?

—Bien, está la mensajería silenciosa. La tasa de bits es tan reducida que funciona incluso cuando falla todo lo demás.

—¡Sí! He leído acerca de la mensajería silenciosa. Es como la mensajería instantánea de antaño, pero nadie te ve comunicarte.

Juan asintió.

—Así es como lo usa la mayoría de la gente.

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› ¡No! ¡Que el hijo de puta aprenda mensajería silenciosa por sí solo!‹/ms›

Miri —› Juan, Lena, Xiu: ‹ms› ¡Por favor, Lena!‹/ms›

Juan —› Lena, Miri, Xiu; ‹ms› Es algo que usa todo el mundo, señora.‹/ms›

Lena —› Juan, Miri, Xiu; ‹ms› ¡Yo digo que no! Ya es lo suficientemente artero.‹/ms›

El chico vaciló.

—… pero hace falta mucha práctica para usarla con fluidez. Puede dar muchos problemas si te pillan. —Quizá recordase encontronazos con profesores.

Xiang se inclinó sobre el banco. Se estaba apoyando sobre un mueble invisible.

—Bien, ¿qué más hay?

—¡Ah! Muchas cosas. Si anulas las opciones puedes ver en cualquier dirección. Puedes acotar búsquedas por defecto… para hacer una consulta sobre algo situado en una superposición, por ejemplo. Puedes mezclar vídeos de múltiples puntos de vista, de forma que puedas «estar» donde no hay punto de vista físico. Eso se llama hacer el fantasma. Si lo haces realmente bien, eres capaz de ejecutar simulaciones en tiempo real y emplear los resultados como asesoramiento físico. Por eso a los Radner se les da tan bien el béisbol y luego está el problema de falsificar resultados si das con un punto blando de red, o si quieres que un emisor parezca más realista… —El chico siguió hablando, pero a esas alturas Robert ya era capaz de grabar lo que decía; tendría que repasar aquella conversación.

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› El monstruo empieza a perder el interés. Creo que se ha distraído, Juan.‹/ms›

Xiu dijo:

—Vale, vamos a empezar con lo más fácil, Juan.

—Eso sería desplazar la atención del frente adelante. —El chico les indicó algunos ejercicios simples. Robert no tenía ni idea de lo que veía Xiu Xiang. Después de todo, ella ya estaba en vista remota. Para él, mirar directamente desde atrás era fácil, especialmente si tomaba la vista desde su propia camisa. Pero Juan no quería que usasen orientación especular; decía que los confundiría cuando pasasen a otros ángulos.

Sin las opciones por defecto, era tedioso.

—Me pasaré toda la vida tecleando órdenes, Juan.

—Quizá si usas los menús oculares… —dijo Xiang.

Robert le dedicó una mirada furibunda.

—¡Lo estoy haciendo, lo estoy haciendo!

Lena —› Xiu: ‹ms› Nunca le critiques. Te la devolverá cuando te pueda hacer más daño.‹/ms›

Xiang apartó la vista de Robert. Éste miró a Juan.

—Nunca te veo teclear con los dedos.

—Soy un niño; crecí con la codificación colectiva. Incluso mi madre casi siempre usa el teclado fantasma.

—Bien, Xiu y yo somos recauchutados, Juan. Tenemos plasticidad de aprendizaje y todo eso. Enséñanos las órdenes gestuales, los guiños o lo que sea.

—¡Vale! Pero no son como los gestos estándar que ya habéis aprendido. Lo bueno es que todo es personal entre vosotros y el vestible. Los sensores dérmicos detectan estremecimientos musculares que los demás no notan. Tú le enseñas a tu Epifanía y ésta te enseña a ti.

Robert lo había leído. Resultó ser tan extraño como parecía, ¡un cruce entre aprender a hacer malabarismos y enseñar a un animal estúpido a que te ayudase con los malabarismos! Él y Xiu Xiang tuvieron unos veinte minutos para quedar como tontos antes de que los equipos de fútbol se pusieran a jugar. Pero fue tiempo de sobra para que Robert aprendiese a mirar a su alrededor simplemente con un ligero encogimiento.

Juan sonreía.

—Se os da realmente bien, para…

—¿Para ser viejos? —dijo Xiu.

Juan sonrió aún más.

—Sí. —Miró a Robert—. Si tú puedes aprender a hacer esto, quizá yo pueda aprender a encadenar palabras… Bueno, tengo que ir a ayudar a mi madre. Esta tarde hace un tour. Nos veremos mañana, ¿vale?

—Vale —dijo Xiang—. Yo también tengo que irme. ¿Cuál es la forma más elegante de lograrlo?

—¡Ah! La más elegante exige práctica… pero yo prefiero que sea chula para cualquiera que esté mirando. —Señaló a los equipos que ocupaban el campo de fútbol—. Quiero decir, para ellos. Por tanto, ¿qué tal si la convierto en icono y la guío, doctora Xiang?

—Muy bien.

La imagen de Xiang se convirtió en un punto de luz color rubí. El chico se puso en pie y le sonrió a Robert.

—Me parece que tengo la geometría lo suficientemente bien controlada para que nadie tenga que cooperar en la recepción. —Su imagen bajó por las gradas. Su ajuste de sombras era mucho mejor de lo que Sharif solía lograr. El icono de Xiang le acompañó encima del hombro. Llegó hasta la hierba y caminó siguiendo las gradas, con la figura acortándose por el efecto de la perspectiva.

Y de pronto, letras doradas colgaron sobre la visión de Robert.

Xiang —› Gu: ‹ms›¡Hasta mañana!‹/ms›

Ja. Así que ése era el aspecto de un mensaje silencioso. Robert contempló a Juan y a Xiang hasta que desaparecieron.

Lena —› Miri, Xiu: ‹ms›¡Guau[No soy capaz de distinguir la imagen de Juan de la gente real. Ese chico es listo.‹/ ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› No lo hace mal.‹/ms›

Roben ya no tenía más clases. También se podía ir a casa. Había muchas opciones; los coches llenaban la rotonda porque los chicos volvían a casa. Pero a Roben no le apetecía mucho regresar de inmediato a Fallbrook. Vio que Miri llegaría a casa al cabo de unos minutos. Bob estaba de guardia esa noche… no sabía lo que eso significaba. Cualquier encuentro con Miri haría que Alice actuase. Roben se asombraba de haber considerado en su época a su nuera tranquila y diplomática. De forma muy sutil, daba hasta miedo. O quizá fuese simplemente que Robert había comprendido que, si Alice tomaba la decisión, Robert acabaría exiliado en Al Final del Arco Iris. No había logrado decidir si aquel nombre era puro azar u obra de alguien que realmente entendía ese lugar.

Por tanto, a quedarse por allí a mirar. Había dinámicas que no habían cambiado desde su niñez, que posiblemente no hubiesen cambiado desde el comienzo de la historia de la humanidad. Reconstruiría su sensación de superioridad. Trepó por la esquina sur de las gradas, muy por encima de los jugadores de los equipos de fútbol e incluso lejos de los niños tímidos sentados al otro extremo riéndose de todos.

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› Ahora debería volver a casa.‹/ms›

Lena —› Miri, Xiu: ‹ms› Mi monstruo no. ¿Aprecias esa mirada perdida en sus ojos? Está pensando en todo lo sucedido, buscando la forma de hacer daño a Xiu.‹/ms›

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› Parece bastante normal desde que se volvió loco en el taller.‹/ms›

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› No, Lena, por favor, usa la mensajería silenciosa. Sé que me acabo de sentar a tu lado en la mesa de la cocina. Pero quiero practicar.‹/ms›

Lena —› Miri: ‹ms› Bueeeno. Xiu es un encanto, pero llega a ser obsesiva.‹/ms›

Xiu —› Lena: ‹ms› ¡Eh, Lena! ¿Qué le estás tecleando a Miri? ‹/ms›

El sol se ponía y las sombras de las gradas se extendían a medio camino del campo de fútbol. Robert podía ver con sus propios ojos casi todos los terrenos del instituto. Los edificios parecían casetas provisionales, como lo que antes pedías por correo si te hacía falta un poco de espacio de almacenamiento en el jardín. Pero no todo eran casetas. El auditorio principal era de madera, reparado aquí y allá con plástico.

Según las etiquetas que había solicitado, ¡había sido un pabellón para exhibiciones ecuestres!

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› Creo que simplemente está entrenando su Epifanía.‹/ms›

Se concentró en el campo de fútbol. Parecía sacado de los años escolares de Bobby… prescindiendo del hecho de que no tenía líneas ni porterías. Robert solicitó la vista deportiva y vio la disposición habitual del campo. Los jugadores entraron. Vestían protecciones y cascos de verdad, muy diferentes a los que recordaba. Las voces agudas de los chicos le llegaban directamente sin necesidad de la magia de la tecnología moderna. Daban vueltas a campos de minas, aparentemente escuchando a alguien.

Con un grito, los equipos se abalanzaron el uno contra el otro, persiguiendo… ¿qué? ¿Un balón invisible? Robert buscó frenéticamente entre opciones, vio un desfile parpadeante de superposiciones posibles. «¡Ajá!» De repente los equipos vestían uniformes espectaculares y había árbitros. En las gradas se sentaban algunos adultos, profesores o padres, como cabía esperar en un encuentro que era más una tarea escolar que un deporte profesional.

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› ¿A qué juegan?‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› A fútbol Egan.‹/ms›

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› Robert simplemente mira el partido, Lena.‹/ms›

Lena —› Miri, Xiu: ‹ms› Quizá.‹/ms›

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› Creo que Juan tiene razón con respecto a Robert, Lena. Déjame hablar con él. Seguirás estando a salvo.‹/ms›

Xiu —› Lena: ‹ms› No te pongas así.‹/ms›

Robert seguía sin ver el balón de fútbol. El campo de juego estaba cubierto de una neblina dorada que en algunos puntos casi llegaba a la cintura de los jugadores. En la neblina flotaban números diminutos que cambiaban según el grosor y el brillo del resplandor. Cuando jugadores de los dos equipos se acercaban, el resplandor destellaba brevemente y los niños daban vueltas unos alrededor de otros como si intentasen prepararse para chutar. y entonces la luz estallaba por todo el campo como un arco de fuego incontrolado.

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› ¿Qué hay de Sharif, Miri? Lo empleas para hablar con Robert, ¿no?‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› Sí. Creía que Sharif sería el primo perfecto. Posee el pasado académico adecuado para hablar con Robert. ¡Y una higiene personal horrible! Fue fácil apoderarse de él. El problema es que también lo hizo alguien más. En general uno estorba al otro. ¡Eh!‹/ms›

Xiu —› Lena, Miri: ‹ms› He perdido todos los primeros planos de tu abuelo.‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› También hemos perdido todo el audio local. No sabía que Robert fuese tan rápido.‹/ms›

Lena —› Miri, Xiu: ‹ms› Os lo advertí.‹/ms›

Una niña se alejó de los otros y corrió siguiendo el fuego dorado, sabiendo de alguna forma dónde y cuándo volvería a saltar. La chica dio una extraña patada… y cayó de culo. Hubo un instante de luz en la portería más cercana, tan luminosa e intensa que fue como si de pronto toda la niebla hubiese formado la imagen difusa de un balón de fútbol. Todos gritaban, incluso los adultos fantasma de las gradas.

Robert gruñó. Incluso algo tan simple como un juego escolar carecía por completo de sentido. Se tiró del puño, intentando obtener una vista más clara.

—No es culpa tuya, amigo. Lo estás viendo como corresponde.

—La voz parecía provenir de su espalda. Robert miró, pero no había cuerpo que acompañara la voz—. Mira el marcador. Todo lo relativo a este deporte es impreciso, incluso el resultado. —En el enorme marcador de las gradas el gol había quedado registrado corno 0,97—. Creo que deberían redondearlo a uno. La chica chutó un excelente gol casi seguro. —En el campo, ambos equipos habían vuelto a sus posiciones. Se desarrollaba otro saque inicial fantasma.

Robert mantuvo la vista fija en la acción. No respondió a la voz.

—No reconoces el juego, ¿verdad, profesor? Es fútbol Egan. Mira… —En su visión flotó una referencia, todo lo que alguien pudiera querer saber sobre el fútbol Egan. En el campo, tres chicos se habían caído y dos habían chocado—. Evidentemente —añadió la voz—, no es más que una aproximación.

—Ya me lo supongo —dijo Robert casi sonriendo. El tono del extraño era de confianza y afectación… y casi cada frase era una pequeña pulla. Resultaba agradable encontrarse con una persona a la que fuese capaz de comprender tan bien. Se volvió y miró el espacio vacío—. Vete de aquí. Te queda mucho para poder jugar psicológicamente conmigo.

—No juego, amigo. —Empezó iracundo, pero recuperó el buen humor paternalista—. Eres un caso interesante, Robert Gu. Estoy acostumbrado a manipular a la gente, pero normalmente lo hago por medio de intermediarios. Estoy demasiado ocupado para hablar directamente con los ocupantes de las capas más bajas. Pero tú me llamas la atención.

Robert fingió ver el partido, pero la voz siguió hablando.

—Sé lo que te reconcome. Sé hasta qué punto te molesta ser incapaz de escribir poesía.

Robert no pudo evitar el gesto de sorpresa. El extraño invisible soltó una carcajada; de algún modo había distinguido ese movimiento de los temblores naturales de Robert.

—No hay necesidad de que seas discreto. Aquí no puedes disimular tus reacciones. Los sensores médicos en terreno escolar son tan buenos que bien podrías estar enchufado a un detector de mentiras.

Debería irme de aquí. En lugar de hacerlo continuó mirando el partido de «fútbol». Cuando estuvo seguro de poder controlar adecuadamente la voz, dijo:

—Entonces, estás confesando un delito.

Otra carcajada.

—Más o menos, aunque es el delito de ser más hábil con la red. Puedes pensar que soy una especie de ser superior que obtiene su poder de todas las herramientas con las que los mortales han decidido volver inteligente el entorno que los rodea.

Debe de ser un chico. O quizá no lo fuese. Era posible que el visitante fuese invisible porque incluso su presencia virtual en los terrenos de la escuela atentara contra la ley. Robert se encogió de hombros.

—Estaré encantado de denunciar tu «habilidad con la red» a las autoridades pertinentes.

—No lo harás. Primero, porque la policía jamás podría identificarme. Segundo, porque puedo devolverte lo que has perdido. Puedo entregarte tu voz poética.

En esta ocasión, Robert se controló y logró reír de un modo convincente.

—Ah —dijo el otro—, cuánta suspicacia. Pero ¡también es el comienzo de la credulidad! Deberías leer las noticias o rebajar un poco tus filtros de anuncios. Antaño los atletas tomaban esteroides y los estudiantes anfetaminas. En gran parte eran falsas promesas. Hoy en día disponemos de sustancias que funcionan de verdad.

¡Un traficante de drogas, por Dios! Roben casi se río de verdad. Pero luego pensó en sí mismo, en su piel lisa, en su capacidad para correr y saltar sin apenas perder el aliento. Lo que ya me ha sucedido seria magia según los parámetros de mi vida pasada. Sí, podría tratarse de un traficante de drogas, pero ¿y qué?

—¿Qué beneficios tienen las drogas para recuperar una voz poética de gran categoría? —Robert pronunció esas palabras con el adecuado desenfado y luego se dio cuenta de lo mucho que revelaban. Quizá no Importase.

—¡Qué chapado a la antigua, profesor! —El extraño hizo una pausa—. ¿Ves esas colinas al sur? —Eran colinas cubiertas de casas—. A unos pocos kilómetros más allá se encuentra uno de los pocos lugares sobre la Tierra donde la presencia física sigue siendo importante.

—¿La UCSD?

—Casi. Me refiero a los laboratorios biotecnológicos que rodean el campus. Lo que hacen en esos laboratorios no se parece en absoluto a la investigación médica del siglo XX. Las curas modernas son asombrosas, pero a menudo específicas para cada paciente.

—Así no se puede financiar la investigación.

—No me malinterpretes. Las curas universales siguen dando mucho dinero. Pero incluso ésas emplean análisis personalizados para evitar los efectos secundarios. Sí, tú eres un caso aislado. La curación del Alzheimer a veces no es completa, pero los fracasos son idiosincrásicos. No hay otro gran poeta que tenga tu problema. Hoy, no hay cura. —Aquel payaso sabía combinar las pullas brutales con los halagos—. Pero vivimos en la era de las drogas mejoradoras, profesor, y muchas son aciertos únicos. Hay una posibilidad, bastante posibilidad de lograr que los laboratorios te encuentren una cura.

Magia. Pero ¿y si puede hacerlo? Esto es El Futuro. Y yo vuelvo a vivir y quizá… Robert sintió cómo la esperanza crecía en su interior. No podía evitarlo. Este hijo de puta me ha pillado. Sé que me manipula, pero no importa.

—Por tanto, ¿con quién estoy tratando, Oh, Extraño Misterioso? —Era una pregunta estúpida, pero se le escapó.

—¿Extraño Misterioso? Mmm… —Una pausa, sin duda mientras aquel paraalfabetizado buscaba la referencia—. ¡Vaya, sí, has pillado mi nombre a la primera! Extraño Misterioso. Es bueno.

Robert apretó los dientes.

—Y supongo que aceptar tu ayuda exige hacer algo peligroso o ilegal.

—Sin duda ilegal, profesor. Y quizá peligroso… para ti, claro. Lo que pueda curarte forzará los límites del territorio médico. Pero al mismo tiempo, vale mucho la pena, ¿no crees?

¡Sí!

—Quizá. —Robert evitó que su voz delatase la tensión y miró tranquilamente el espacio vacío a su lado—. ¿Cuál es el precio? ¿Qué quieres de mí?

El extraño rio.

—Oh, no te preocupes. Simplemente quiero cooperación en un proyecto en el que ya participas. Sigue viendo a tus colegas de la biblioteca de la UCSD. Participa en sus planes.

—¿Y te mantengo informado?

—Ah, no será necesario, amigo. Soy una nube omnisciente de sabiduría. No, son tus manos las que necesito. Considérate un robot que antes era poeta. Bien, profesor, ¿trato hecho?

—Me lo pensaré.

—Una vez que lo hagas, estoy seguro de que firmarás el acuerdo.

—Con sangre, supongo.

—Oh, qué chapado a la antigua eres, profesor. Nada de sangre. Todavía no.

El teniente coronel Robert Gu Jr. se había traído trabajo de la oficina. Al menos, como tallo consideraba cuando trabajaba durante los periodos de tiempo que tanto él como Alice creían que debían ser para ellos y Miri. Pero esa noche Miri tenía que estudiar por su cuenta y Alice… bueno, su última misión era la peor de todas. Vagaba por ahí con el rostro pétreo, tensa. A esas alturas cualquier otra persona en su situación habría estado muerta o loca de atar. Ella conseguía aguantar por algún método desconocido, incluso simulando en ocasiones algo parecido a su yo natural, y realizaba con éxito las tareas de su última misión. Es por eso que el Cuerpo de Marines le exige cada vez más.

Bob rechazó la idea. Tanto sacrificio tenía su razón de ser. De lo de Chicago había pasado casi una década. Hacía más de cinco años que no se producía un ataque nuclear con éxito sobre Estados Unidos ni cualquiera de los países de la organización del tratado. Pero la amenaza estaba siempre presente. Todavía tenía pesadillas con los lanzadores colocados bajo el orfanato de Asunción y lo que había estado a punto de hacer para eliminarlos y como siempre, la web estaba llena de rumores sobre nuevas tecnologías que harían que las armas clásicas quedasen obsoletas. A pesar de la seguridad presente en todas partes, a pesar de los esfuerzos de América, China y los indoeuropeos, los riesgos iban en aumento. Habría lugares que acabarían brillando en la oscuridad.

Bob fue repasando las últimas valoraciones de amenaza. Flotaba algo en el aire y podía estar más cerca que Paraguay. Las noticias realmente malas se encontraban dos párrafos más adelante: un grupo de analistas de la CIA creía que los indoeuropeos estaban colaborando con los malos. ¡Dios! Si las Grandes Potencias no pueden permanecer unidas, ¿cómo va a sobrevivir la humanidad a este siglo?

Un movimiento a su espalda. Era su padre, de pie en la puerta.

—Papá. —Fue el reconocimiento cortés.

El anciano le miró un segundo. Bob hizo que su trabajo fuese visible.

—Vaya. Lo lamento, hijo. ¿Estás trabajando? —Miró la mesa de Bob entornando los ojos.

—Sí, trabajo de la oficina. No te preocupes si se ve borroso; no está en el menú de la casa.

—Ah. Yo… me preguntaba si podría hacerte unas consultas.

Bob esperaba no tener cara de excesiva sorpresa; aquella aproximación insegura era nueva. Le indicó a su padre que tomase asiento.

—Claro.

—Hoy en la escuela he hablado con alguien. Sólo voz. El interlocutor podría haber estado al otro lado del mundo, ¿verdad?

—Sí —dijo Bob—. Si era de muy lejos te habrías dado cuenta.

—Cierto. Fluctuación y latencia.

¿Simplemente repite la jerga? Antes de perder la cabeza, su padre había sido un ignorante en cuestiones técnicas. Bah recordaba una ocasión, en los días de los teléfonos muy estúpidos, en que su padre había insistido en que su nuevo teléfono inalámbrico no era más que un sustituto del teléfono móvil. Su madre le había demostrado que se equivocaba pidiendo a Bob que se llevase el inalámbrico calle abajo para intentar llamar al teléfono del negocio doméstico de su madre. Ella rara vez cometía un error como ése; el viejo la había tratado fatal durante semanas.

Papá asentía para sí.

—Supongo que el análisis de tiempos podría dejar claras muchas cosas.

—Sí. Al estudiante medio de instituto se le dan bien todos los aspectos de ese juego. —Si no la hubieses tratado de esa forma, podrías estar preguntándoselo a Miri.

El anciano apartó la vista pensativo. ¿Preocupado?

—¿Alguien te está molestando en el instituto, papá? —La idea le dejaba boquiabierto.

Robert soltó una de sus risitas malévolas.

—Alguien intenta molestarme.

—Vaya. Quizá deberías comentárselo a los profesores. Podrías enseñarles tu registro Epifanía del incidente. Es un problema con el que suelen encontrarse.

No hubo fuego de respuesta; el anciano Gu se limitó a asentir gravemente.

—Sé que debería. Lo haré. Pero es difícil, ya sabes. y considerando tu trabajo, bien, tú llevas años enfrentándote a versiones de vida o muerte de estos problemas, ¿no es así? Tú tendrás una respuesta de experto.

Era la primera vez en la vida que su padre decía algo positivo sobre su carrera. ¡Debe de ser una trampa!

Un momento de silencio mientras su padre aguardaba con paciencia aparente y el hijo intentaba pensar en qué decir. Finalmente, Bob rio.

—Vale, pero una respuesta militar sería excesiva, papá. N o porque seamos más inteligentes que mil millones de adolescentes, sino porque controlamos el Entorno de Hardware Seguro. En el fondo, controlamos todo el hardware. —Menos a los fabricantes personales ilegales ya los corruptores de hardware.

—El tipo con el que he hablado se ha descrito corno «una nube omnisciente de sabiduría». ¿Es una trola? ¿Cuánto puede saber sobre mí?

—Si el imbécil está dispuesto a violar un par de leyes, puede descubrir muchas cosas. Probablemente incluso tu historial médico, quizás hasta lo que hablaste con Reed Weber. En cuanto a espiarte en cada momento: puede verte en los lugares públicos, aunque eso depende de tus opciones por defecto y la densidad de la cobertura local. Si dispone de cómplices o zombis, se entera de lo que haces incluso en zonas muertas, aunque no podría recibir esa información en tiempo real.

—¿Zombis?

—Sistemas corruptos. ¿Recuerdas cómo eran las cosas cuando yo era niño? Casi todos los problemas que teníamos en los ordenadores caseros los tenernos ahora en los vestibles. Sin el EHS la situación sería absolutamente intolerable. —Su padre permanecía inexpresivo, o quizás estuviese googleando—. No te preocupes, papá. El material de Epifanía es tan seguro corno cómodo de vestir. Simplemente recuerda que los demás no son tan de fiar.

Robert parecía estar digiriendo lo que le había dicho su hijo. —Pero ¿no hay otras posibilidades? Por ejemplo, aparatitos que un chico te pueda pegar.

—¡Sí! Los gamberros de hoy no son muy diferentes a como era yo, pero tienen más formas de portarse mal. —El semestre anterior habían sido las cámaras espía que metían bajo las faldas. Durante una temporada esos cacharros habían sido una infección mecánica molesta. Miri estuvo furiosa durante días y luego se olvidó del terna tan de repente que Bob sospechaba que había pertrechado alguna terrible venganza—. Es por eso que siempre debes entrar en casa por la puerta delantera. Allí tenemos una buena trampa comercial para bichos. Tú y yo hablando aquí tenemos tanta intimidad como se puede tener con Epifanía… Bien, ¿qué te dice exactamente ese tipo? Tú estás tan lejos del mundo escolar que no imagino que te pueda acosar con éxito.

¡Por Dios, papá parece reacio a contármelo!

—No estoy del todo seguro. Creo que es sólo la novatada al chico nuevo. —Sonrió—. Aunque el chico nuevo resulte ser un carroza. Gracias por los consejos, hijo.

—Cuando quieras.

El anciano se fue. Bob le siguió con la mirada por el pasillo y escaleras arriba hasta la intimidad de su cuarto. Estaba claro que su padre era un hombre con muchas preocupaciones. Bob miró fijamente la puerta cerrada del dormitorio, considerando las inversiones de situación que traía la vida y deseando que él y Alice fuesen corno otras personas, de las que espían a los parientes que dependen de ellas.

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