20 El oficial de guardia

Los exámenes finales de Roben ya habían terminado. Había sacado un bien de media y un notable en búsqueda y análisis. Había trabajado más que en toda su vida. De no ser por la irrelevancia inminente de todo aquel esfuerzo se habría sentido orgulloso de sí mismo.

Era lunes por la tarde y Robert contaba las horas, casi los minutos. El Extraño Misterioso no había aparecido mucho recientemente. El conciliábulo se había reunido en un par de ocasiones, y Tommie les había dado exclusivamente la información que necesitaban tener. Tommie había leído demasiadas novelas de espías. De momento, Robert sólo sabía que a las cinco y media se reunirían en la biblioteca.

Mientras tanto, en algún punto bajo el campamento Pendleton… En teoría, ser el oficial de guardia para el suroeste del territorio continental de Estados Unidos no era muy diferente a cualquier operación de fisgar-y-abalanzarse en cualquier parte del mundo. En teoría, allí mismo podría estar tramándose una conspiración para acabar con el mundo. En realidad, era el hogar, con algunos de los terrenos mejor relacionados del mundo. Las posibilidades de que tuviesen que abalanzarse eran casi nulas. Aun así, durante las cuatro horas siguientes, el teniente coronel Robert Gu Jr. sería el responsable de proteger de la destrucción masiva a unos cien millones de sus vecinos.

Gu llegó con veinte minutos de antelación, habló con el oficial que estaba de guardia en ese momento y luego comprobó los fallos del DSI.

Eso solía ser lo peor de esas guardias. Por un milagro de la burocracia virtual, el grupo expedicionario de marines de Gu formaba esa noche parte del Departamento de Seguridad Interior. Era así como el DSI mantenía su prepuesto tan, ejem, a raya. «Como las corporaciones modernas, el DSI se integra con facilidad en la organización donde hace falta en cada momento.» Eso decían. Y aquella noche, gloria divina, no había a la vista ni un solo fallo de autorización.

Bob recorrió el búnker transformando las paredes de plástico verde en ventanas que daban a la noche del sur de California. El aire se llenó de abstracciones: la situación de sus hombres y el equipo, la reorganización de su parte del grupo de análisis. Se sirvió un poco de café en la máquina situada junto a la puerta y se sentó a una mesa muy corriente, a poca distancia de la zona de lanzamiento.

—¿Patrick?

Su segundo al mando se colocó al otro lado de la mesa.

—¿Señor?

—¿Qué tenemos esta noche? —Una pregunta innecesaria, pero Patrick Westin le enseñó la lista oficial. El grupo expedicionario de marines estaba compuesto por cuatro equipos de maniobra de doce hombres cada uno. Se los podía llamar pelotones; todo el mundo lo hacía. En el siglo XX, el «puesto» de Bob lo habría ocupado un teniente. Por otra parte, el grupo controlaba miles de vehículos (aunque casi todos tan pequeños como un avión de aeromodelismo) y suficiente potencia de fuego como para acabar con cualquier guerra de la historia. Lo que a Bob Gu le parecía más importante: todos los miembros de su grupo habían superado un entrenamiento de combate tan duro como el de otros tiempos. Eran marines. Patrick los llamó a todos para celebrar una breve reunión. La habitación se amplió alrededor de la mesa de Bob y durante unos momentos tuvo aspecto de auditorio. Todos parecían tranquilos; había pasado mucho tiempo desde la última vez que algo había Salido Mal en el suroeste del territorio continental de Estados Unidos. «Y nosotros somos en buena parte la razón de que no haya pasado.»

—Vamos a estar aquí cuatro horas —dijo Bob—. Con suerte, pasaremos una noche de fisgoneo muy aburrida. Y mientras sea así, sois libres de permanecer en la zona de personal adyacente a vuestros vehículos. Pero la mayoría de vosotros ya habéis estado en mis guardias. Sabéis que quiero que mantengáis los ojos abiertos. Seguid con los análisis. —Señaló al grupo de análisis, que para una guardia del suroeste del territorio continental de Estados Unidos eran unos mil quinientos especialistas dedicados, pero con conexiones a cientos de miles de servicios y millones de procesadores integrados. Esa noche Alice se ocupaba del conjunto, y los cambios ya eran evidentes: el nido de ratas tradicional se transformaba con una claridad que habitualmente sólo se veía en los sueños de los administradores. Aparte de su maravillosa reorganización, la representación era totalmente convencional. Entre los humanos con permiso de seguridad y que se podían comunicar directamente había cientos de líneas de asociación codificadas por color. La masa de niveles inferiores mutaba continuamente, a medida que pesos, valoraciones y conexiones cambiaban de un segundo a otro.

Bob señaló los rojos de las amenazas que siempre formaban parte de la mezcla.

—¿De qué tenemos que preocuparnos durante las próximas cuatro horas? —Los analistas que había tras los nodos rojos escupieron su lista consensuada y los punteros de apoyo.

Aunque esa noche ni siquiera los paranoicos tenían mucho que decir.

Acciones

Posible protesta contra Bibliotoma en la UCSD

Casi seguro que una revuelta de círculos de opinión

Posibles participantes organizados

Círculo de opinión de Jerzy Hacek.

Valoración de la CIA de conexiones indoeuropeas

Círculo de opinión Scooch-a-mout

Valoración de la CIA de conexión con África central

Valoración de la CIA de conexión subsahariana

Valoración de la CIA de conexión con Paraguay

Informe de la RIAA al Congreso

Entidades comerciales

Posible daño a la infraestructura

Proximidad a puntos importantes para la seguridad nacional

General Genomics

Huertas International

Incremento de la importación de computación ilegal

Condado de Orange

Condado de Los Ángeles

Probabilidad por debajo de la escala relacionando los puntos anteriores

Asuntos policiales

Es casi seguro un asalto del FBI a Splendor Farm en Las Vegas

Posible petición de información sobre espionaje

Asalto por drogas mejoradoras de la DEA en el condado de Kern

Posible petición de información sobre espionaje

Posible actividad fuera de zona

Asentamientos en Alberta de isleños del Pacífico

Personas de interés

Arizona

California

Condado de San Diego

Incremento de visitantes asiáticos en viajes cortos Otros

Nevada

Consideración de recusaciones

Bob la dejó un momento.

—Ja —dijo uno de los artilleros—. Al menos los policías no causarán problemas. —Aquella noche sería fácil rechazar las peticiones policiales, lo que no era tan fácil en caso de secuestro o para evitar un asesinato.

Una sargento técnico remarcó lo de la UCSD.

—Eso nos mantendrá ocupados. —Una pausa, expandiendo las definiciones—. ¿Qué? ¿Es una lucha entre círculos de opinión? Nunca había oído nada parecido.

Uno de los marines más jóvenes rio.

—Te haces vieja, Nancy. Las luchas entre creencias son trágicamente recientes.

Bob no se molestó en intentar entenderlo, pero sabía lo suficiente por su padre y Miri para comprender de qué iba. Expandió la descripción del disturbio esperado.

—Parece una mezcla de protesta del siglo XX con juegos modernos. Debería ser tan seguro como la mayoría de los acontecimientos públicos. El problema es el lugar. —Se realizaban tantas investigaciones biológicas cerca de la UCSD que cualquier inestabilidad resultaba preocupante—. Esto merece buena parte de vuestra atención. Tened en cuenta la información sobre intereses extranjeros. —Fue a los enlaces sobre Personas de Interés. Como era habitual, la expansión produjo decenas de miles de nombres. En un momento u otro, casi todo el mundo, a menos que estuviese muerto, en cuyo caso todavía contaba para la paranoia bioterrorista, acababa siendo examinado—. No os voy a pedir que repaséis la lista de PDI o esta guardia duraría lo que queda de año. —Esto último era sabiduría clásica, con efectividad demostrada en decena de desastres y en desastres evitados en lo que iba de siglo. Los analistas siempre tenían un millón de sospechosos, pero cuando llegaban al mundo duro y frío del tiempo real, el éxito dependía de que los encargados de la operación hubiesen prestado atención.

Y luego estaba el último punto, consideración de recusaciones, es decir, recusar a los miembros del equipo que por alguna razón podían comprometer la guardia. Normalmente era la lista más paranoica de todas… pero su gente no veía la nube de detalles sobre ese punto, ni siquiera enlaces. Las recomendaciones eran sólo para él y su sustituto. En la práctica, de haber habido algún problema importante se habría ocupado de él antes de la reunión.

—¿Preguntas?

Miró a su alrededor. Hubo un momento de silencio. Los marines asimilaban los detalles, respondiendo ellos mismos a muchas preguntas. Un joven habló.

—Señor, ¿el equipo es el mismo que para las misiones de amenazas técnicas en ultramar?

Bob miró a los jóvenes ojos.

—El equipo de lanzamiento es más ligero de lo habitual… Es la única diferencia, cabo. Aquí estamos para proteger, pero el fin último es proteger a todo el país. —A todo el mundo, dirían algunos—. Por tanto, sí, vamos con la carga estratégica completa. —Se apoyó en el respaldo y miró a todos—. No espero problemas. Si prestamos atención y hacemos nuestro trabajo, esta noche la gente de California pasará otra velada agradable.

Terminó la reunión y la habitación recuperó sus dimensiones reales. Patrick Westin tenía algunas preguntas más sobre el despliegue de los pelotones, y luego también se fue. Bob Gu desactivó las mejoras y durante un breve instante sólo vio su mesa y su silla, junto a la máquina de café. A la derecha había una puerta que llevaba a hardware real. Con suerte, esa noche no lo vería.

Bob —› Alice: ‹ms› ¿Estás tranquila?‹/ms›

Alice —› Bob: ‹ms› Tranquila y despejada. Lo de la UCSD será una buena práctica para mi auditoría del laboratorio. Lo hablamos luego. ‹/ms›

Es decir, después de terminar la guardia. Esa noche Alice era la jefa de analistas; si no hubiese estado entrenando para la auditoría, podría haber sido la jefa de toda la operación. Era una de las pocas personas capacitadas para ocupar ambos puestos. En cualquiera de ellos era una delicia trabajar con ella… siempre que Bob no pensara en los sacrificios necesarios para lograr el rendimiento de Alice.

Se terminó el café e hizo que la visual regresase, ahora completamente personalizada. Volvió a hablar con Cheryl Grant. Estaba lista. Vale, que conste.

Gu —› Grant: ‹ms› Me hago cargo de la guardia, señora.‹/ms›

Él y Grant intercambiaron saludos. El reloj se puso en marcha. Sus pelotones pasaron a alerta máxima. Tendrían que estar así cuatro horas… no era mucho tiempo, pero sí lo más que podía alguien permanecer en guardia sin tomar drogas.

El trabajo de Bob era diferente. Él era como un perro ovejero que corría alrededor del rebaño, pasando de un tema a otro. Comprobaba a qué dedicaban el tiempo los marines y los analistas: en parte para adelantarse a los puntos calientes, en parte para detectar lagunas de atención. Miró por un punto de vista de la prensa popular la UCSD. En aquel… acto iban a reunirse muchos manifestantes, la mayoría presentes físicamente. Y según las estadísticas de la red una multitud espontánea era posible. Se preguntó si Miri estaría viendo aquello.

La idea lo devolvió a la realidad. Repasó las consideraciones de recusación. La mitad de sus marines tenían algún familiar matriculado en la UCSD. Ése era el gran problema de una operación local. Tres de ellos eran alumnos a tiempo parcial de la UCSD. Uno era aficionado a la decoración scoochi en la que participaban varios fans de Bangalore. Si no hubiese estado de servicio aquella noche, el chico habría estado en el campus. Pero los analistas habían comprobado minuto a minuto del chico durante los últimos catorce meses. Había hecho algunas cosas ilegales, abusos de drogas mejoradoras, pero nada que pudiese perjudicar la misión.

Bob ya había repasado todo el árbol de recusaciones y fue a los punteros, profundizando. Su padre no aparecía. Y yo que estaba seguro de su implicación en lo de Bibliotoma. Eso sí que habría sido un buen motivo de recusación. Estaba echando un vistazo muy por encima, un problema habitual de los comandantes con muchas obligaciones…

¿Xiu Xiang? El nombre le sonaba, pero no le habría llamado la atención si su propio apellido no lo hubiese acompañado. Xiang era una de las trescientas mil personas del suroeste del territorio continental de Estados Unidos a las que se consideraba interesantes porque manipulaban hardware. Muchas de esas situaciones eran ilegales, claro; esa gente se podía denunciar al FBI. Pero resultaba más productivo limitarse a seguirlas. La mayoría eran aficionados inofensivos o tramposos de la propiedad intelectual. Algunos eran las manos de sectas terroristas. Y algunos eran la inteligencia analítica que se ocultaba tras esas sectas. Xiang poseía la inteligencia y el entrenamiento para encajar en esa última categoría, pero lo más llamativo que había hecho de momento eran unos juguetes que había construido, un museo de electrónica extraña. Y asistía a una de las clases de su padre. La relación estaba calificada como «superficial».

También había una referencia al asilo Al Final del Arco Iris… ¡Esa mujer era la compañera de su madre! y durante todo aquel tiempo se había estado preocupando de lo aburrida que debía de ser la vida para su madre. Vaya equipo: la científica loca y su madre, la loquera y… ¿Qué es esto? Semanas de espionaje amateur de Miri, su madre y esa Xiang a su padre. Se le ocurrieron una docena de conjeturas y… La misión, la misión, concéntrate en la misión. Descartó con decisión todos los asuntos personales. Lo único que demostraba aquello era la estupidez de realizar guardias con personal local.

Bob se sirvió otro café y se sentó a contemplar las vistas de la UCSD y los otros puntos conflictivos de la noche. En el Ejército moderno, perder la concentración era el mismo pecado que quedarse dormido en el puesto. Era hora de entrar en la rutina.

Y aun así, una vocecita interna hacía lo posible por distraerle: Por todos los cielos, ¿a qué se habrán estado dedicando Miri y mamá?

Lunes, cinco de la tarde. Por fin.

El crepúsculo seguía teñido de colores sobre La Jolla cuando Robert entró en el bucle de tráfico al norte de Warschawski Hall. Fue al este a pie, camino de la biblioteca Geisel.

—¿Preparado para la gran noche, amigo mío? —Era Sharif Extraño el que caminaba a su lado. Los peatones no parecían ver a su compañero de cara verdosa.

Robert dirigió una mirada agria al Extraño.

—Estoy preparado para verte cumplir tu parte.

—No te preocupes. Si esta noche sale bien, recuperarás todo tu genio. Tienes mi palabra.

Robert gruñó. No por primera vez, reflexionó sobre la locura de los desesperados terminales.

—Y no pongas esa cara de desánimo, profesor. Ya has hecho la tarea más dura. Esta noche es Tommie Parker el principal responsable de que las cosas funcionen.

—¿Tommie? Me extraña.

—¿Te extraña? —El Extraño sonrió—. Así que has logrado identificar el tablero de diseño de milagros de Tommie. Pobre Tommie. Es el único de vosotros que cree que va por libre. Es más, cree que yo sólo soy uno de sus mejores colaboradores. Ya ves, puedo ser agradable cuando resulta absolutamente necesario.

Había más gente de la que Robert hubiese visto nunca en una noche de campus durante sus días de universidad. Delante, hacia la biblioteca, una luz colgaba del cielo, más brillante que el crepúsculo que tenían detrás. Mirando hacia abajo desde las copas de los eucaliptos, Robert veía una multitud en las explanadas sur y este de la biblioteca. Parecía que había varios grupos que no se mezclaban.

—¿Qué está pasando? —Debía de ser la maniobra de distracción que Tommie había prometido; era una manifestación mucho más numerosa que la de Bibliotoma de Winnie.

—Je. Para esta noche he planeado grandes celebraciones alrededor de la biblioteca; casi todo el mundo está invitado, sobre todo el personal de los laboratorios General Genomics. Pero tú no. Te sugiero que demos un rodeo.

—Pero ése era el punto de encuentro…

—Hay demasiada gente. Iremos directamente a Pilchner Hall. Por aquí, por favor. —El Extraño señaló hacia la derecha, hacia los tenebrosos eucaliptos.

Mientras tanto, en los laboratorios GenGen…

Sheila Hanson se presentó media hora después del comienzo del turno de noche.

—¿Estás listo, Tim?

Tim Huynh se apartó de la mesa e hizo un gesto a sus pequeños ayudantes.

—Estamos listos, jefa. —En el pasillo siguió las flechas que Sheila marcaba sobre el suelo. Ella y el resto del personal del laboratorio ya estaban reunidos alrededor de la entrada superficial. Cuatro o cinco recién graduados, y el resto, como el propio Timothy Huynh, estudiantes que trabajaban—. ¿Estás segura de que no vamos a perder el trabajo? —Los juegos de círculos de opinión estaban muy bien fuera del trabajo, pero a Huynh jamás se le habría ocurrido aquella aventura si su propia supervisora no la hubiese sugerido.

Hanson rio.

—Ya te lo dije. GenGen considera esta batalla un servicio público. Además, será una vergüenza para Huertas International. —La mirada de la mujer los incluía a todos, a todo el equipo nocturno de GenGen excepto los de regulómica. A Tim le bastaba con la explicación de Sheila. En otra época había ansiado trabajar en GenGen. ¿Cuánta gente lograba ver con sus propios ojos el equipo de laboratorio sobre el que se sustentaba su carrera universitaria? Sin embargo, lo habitual era que su trabajo se redujese a desbloquear robots de limpieza demasiado entusiastas y a transportar carga. Sí, a veces había problemas y había que hablar con los usuarios y ayudarlos a seguir las especificaciones para su montaje experimental. Pero a continuación se pasaba días inventando sistemas automáticos para evitar que precisamente eso volviese a pasar. Todos los miembros del equipo, incluso los que no eran unos fanáticos de los Scooch-a-mollt, parecían encantados de tener una distracción esa noche.

—Vale, todo el mundo —dijo Sheila—, vamos a formar como es debido. —Todos adoptaron sus formas de scoochis. Había pofu-longs y dewlbs y un enorme shima-ping. El shima-ping era Sheila. Dio una ojeada a Huynh—. Tú no puedes ser Grandioso Scooch-a-mollt, Tim. Está reservado.

—Pero los bichos están a mi mando. —Indicó los robots ayudantes que le habían seguido escaleras arriba.

—Tú los guías, Tim. Puedes ser Pequeño Scooch-a-out.

—Vale. —Cambió de forma. Eran todos diseños de primera nunca vistos. Dudaba mucho de que alguno siguiese siendo privado durante mucho tiempo, pero, si Sheila quería jugar a creencias estrictas, él no iba a romper el círculo.

Salieron en tropel por la puerta hacia la noche. Todavía había cierto color por encima de los eucaliptos. Al sur, al otro lado de los barrancos, la meta era una enorme pirámide doble, con la parte superior de vidrio y oscura y cubierta de enredaderas por abajo. ¡Y era así a simple vista! La biblioteca Geisel. Mientras avanzaban, Sheila y los otros fueron superponiendo su visión al mundo. No lo habían practicado. Tenía que ser una sorpresa para los hacekeanos, pero aún más para el mundo que pronto acudiría a mirar. Uno a uno, los eucaliptos, en pequeños estallidos, se transformaron en dondiegos de noche con las hojas fluorescentes a la luz del crepúsculo.

—Nos han detectado —dijo alguien.

—Claro que sí. Estamos por todas partes. Hay s'nices y got-a-runs viniendo desde el edificio de literatura.

—¡Hay fweks y liba-loos que salen volando del sótano de la biblioteca!

Y cada aparición enviaba una diminuta fracción de penique que subía por el árbol de creación de Scoochi. Por una vez, a Tim no le importó el gasto excesivo. La afiliación Scooch-a-mout era de las grandes. Incluso el hardware ilegal del fin del mundo se beneficiaría de las regalías.

Hanson —› Turno de noche: ‹ms› Ocultad el material tanto como podáis.‹/ms›

La imagen real de las cámaras locales revelaría que algunos de los scoochis ocultaban bichos de verdad. Así que por el momento Sheila quería toda la intimidad posible. Que los hacekeanos se enterasen sólo de lo que provenía de los puntos de vista públicos y de sus ojos. Huynh dejó que Rick Smale y los demás se encargasen de eso. Se concentró en controlar los bichos: todos los robots con autonomía y flexibilidad suficientes para ir hasta la biblioteca. Aquellos aparatos se ocupaban de la limpieza rutinaria y el recambio de módulos. No estaban diseñados para correr alocadamente por el exterior.

Pero GenGen había dado permiso para que saliesen y Timothy Huynh se lo estaba pasando de fábula. Primero, decidió la apariencia de los robots. Había queeps y chirps, echando chispas y disparando en todas direcciones. En realidad, se trataba de sus cuatrocientos manipuladores móviles… que en el negocio se conocían como «robots prensiles». Apenas eran lo suficientemente rápidos para mantenerse a la altura de los humanos. También había megamunches, xoroshows y salsipueds… en este caso robots limpiadores y portadores de muestras. Detrás acechaban los robots más grandes del laboratorio de Huynh, combinaciones de elevadores e instaladores de equipo pesado, que de momento iban disfrazados de ionipods azules de asta gris. Él mismo había suministrado las especificaciones físicas dos semanas antes, cuando la posibilidad de que esa aventura se materializara había empezado a difundirse por el laboratorio. Los diseños resultantes eran espectaculares y se ajustaban a la realidad física de los robots y los dispositivos sensotáctiles que Huynh había instalado en las carcasas. Si acariciabas el xoroshow en los cuartos traseros, notabas los músculos moviéndose bajo el pelaje suave, justo lo que tus ojos te decían. Siempre que sólo tuviesen que responder a un solo par de manos humanas, los sistemas hápticos tenían la capacidad de mantener la ilusión. Eran mejor que cualquier cosa que hubiese tocado en Pyramid Hill. Claro está, el público remoto no se beneficiaría demasiado de aquello, pero daría moral a los scoochis presentes y desanimaría a los hacekeanos.

El enemigo ya estaba formando. En la terraza este de la biblioteca había cinco Caballeros Guardianes y un Bibliotecario acechaba en el camino de la serpiente.

—¿Eso es todo lo que tienen?

—Por ahora —dijo Sheila, el shima-ping—. Sólo espero que no estemos demasiado fragmentados.

—Sí. —Ésa era la virtud y la debilidad de la visión del mundo scoochi. Scooch-a-mout se distribuía en fragmentos, a trocitos. Se adaptaba a los deseos de los niños, no sólo en las Grandes Potencias, sino también en los estados fracasados del fin del mundo. Los scoochis tenían innumerables creaciones diferentes. Los hacekeanos abrazaban la creencia del conocimiento extendiéndose hacia el exterior, una visión que exigía la consistencia de todas las cosas. y en aquel momento lo consistente era su control casi absoluto de la biblioteca.

El shima-ping dio saltos sobre sus tres patas. Sheila le gritaba al enemigo con lo que debía de ser un altavoz externo, ya que Huynh notaba la potencia del sonido a su alrededor.

—¡Apartaos de nuestro camino!

—¡Queremos nuestro espacio!

—¡Queremos nuestra biblioteca!

—¡Y sobre todo, queremos libros de verdad! —Esa última exigencia era un buen eslogan, aunque no se correspondía muy bien con el trasfondo fin-del-mundo scoochi.

La banda de Sheila se lanzó al ataque gritando, pero decenas de hacekeanos se unieron a los cinco Caballeros Guardianes. Por supuesto, la mayoría eran virtuales, pero el ajuste a la realidad era perfecto. No era ninguna sorpresa: ambos bandos sabían que aquella situación se produciría. Era un combate de círculos de opinión. Se trataba de convencer a todo el mundo por medio de imágenes de que Scooch-a-mout era una visión más importante.

Ambos bandos creían saber lo que se avecinaba. La verdad era que Tim había preparado algo especial.

Los hacckeanos aullaron sus amenazas al ejército scoochi, a los chirps y queeps ya las moles apenas visibles que venían detrás. Creían que sólo eran jugadores humanos e imágenes ingeniosas. Luego el primero de los ionipods de asta gris aplastó el asfalto y la gente de Hacek comprendió que el sonido que emitía era real. Al mismo tiempo, uno de los salsipueds, un transporte de muestras, salió corriendo y le mordió el tobillo a un Caballero. En realidad no fue más que una pequeña descarga eléctrica, pero los hacekeanos se echaron atrás, aullando:

—¡Tramposos! ¡Tramposos!

Y, cierto, era trampa, pero Huynh veía en las estadísticas de red que el apoyo a su bando se había duplicado. Además, es por una buena causa. Timothy Huynh tampoco usaba demasiado la biblioteca física, pero lo que allí había pasado le dolía.

La terraza quedó momentáneamente despejada, pero Sheila vaciló.

Hanson —› Turno de noche: ‹ms› No me gusta que sea tan fácil. Creo que nos tienen preparado algo.‹/ms›

—¡Sí! ¡Mirad! —gritó Smale a todo pulmón, y señaló a las vistas por encima de la entrada de la biblioteca. Esas cámaras mostraban seres como arañas que protegían el último tramo hasta la puerta de la biblioteca. Eran criaturas tan gruesas que casi tapaban el mosaico. Luego las vistas se desactivaron.

—Vaya, ¿estas criaturas son reales?

—Creo que algunas lo son —dijo Sheila.

—No puede ser. Ni siquiera ingeniería eléctrica dispone de tantos robots. En esta contienda, ¡nosotros tenemos superioridad numérica!

Pero ¿y si el enemigo se había traído muchísimos robots construidos por aficionados? Si sólo la mitad de esos mecanismos eran reales…

Sheila se detuvo, atendiendo a los consejos que podían estar llegando desde todos los puntos del globo. Rugió.

—¡A los árboles!

Emitieron un grito cacofónico. Lo que surgió de los sintéticos fue un rugido de respuesta, potente, barroco y totalmente scoochi. Fueron hacia los arbustos, al sureste de la biblioteca. Las imágenes virtuales se convirtieron en artísticos difuminados para ocultar el hecho de que la cobertura de red no era del todo completa.

Los robots más pequeños, limpiadores, transportes de muestras y prensiles, no tuvieron demasiados problemas para avanzar sobre el terreno cubierto de materia orgánica. Los elevadores sí. Se hundieron en la tierra blanda. Los monstruos avanzaron lentamente. Aquello se parecía bastante a algunas de las tareas que tenían que realizar en el laboratorio. Pero era el momento de quejarse un poco.

Huynh —› Hanson: ‹ms› Esto no servirá de nada, Sheila. Los robots araña se limitarán a seguirnos hasta aquí.‹/ms›

Hanson —› Huynh: ‹ms› Ten fe en mí. Esto saldrá bien. Mira lo que… ‹/ms›

Sheila soltó un chillido de sorpresa y la frase quedó incompleta. Los scoochis virtuales avanzaron un par de pasos más, dependiendo de las distintas latencias, pero al final el turno de noche de GenGen al completo se detuvo. Todos se congregaron y las imágenes mejoraron y salieron de la espesura.

Pero ésa no era la razón de la parada súbita. Todos miraban a… un hombre y un conejo. El primero era real, el segundo virtual. No se ocultaban precisamente; estaban de pie en el claro, pero completamente rodeados de maleza. Hasta que los scoochis no habían llegado allí no tenían ningún punto de vista en aquella zona.

El conejo no tenía nada de particular, un dibujo animado. La mirada descarada estaba muy lograda, había que admitirlo.

Sheila el shima-ping vaciló un segundo para luego dar un par de pasos amenazadores hacia el conejo.

—Estás fuera de lugar.

El bicho le dio un mordisco a la zanahoria y movió las orejas.

—¿Qué te importa a ti, doctora?

—No soy doctora… todavía —dijo el shima-ping.

El conejo rio.

—Entonces, sueñas que lo eres. Estoy aquí para recordaros que esta noche no sólo combatís vosotros y los de Hacek. También actúan otros poderes superiores. —Gritó la última palabra y levantó la pata blanca con la zanahoria.

Huynh —› Turno de noche: ‹ms› Vamos, Sheila, siempre hay mirones.‹/ms›

Smale —› Turno de noche: ‹ms› Con pararnos aquí sólo conseguimos que se resienta nuestra reputación.‹/ms›

Pero Sheila hizo caso omiso de las objeciones. Esquivó diestramente al conejo descarado y se acercó al humano presente físicamente. Aquel tipo… era descaradamente normal: de unos cincuenta años, quizás hispano, vestido con gruesas prendas de faena. Era la imagen perfecta de un profesor de la UCSD, aunque excesivamente abrigado. Vestía, pero hasta cotas muy bajas: ni siquiera enseñaba información de cortesía. Sus ojos siguieron con tranquilidad al shima-ping, lo que, Huynh se dio entonces cuenta, resultaba un poco desconcertante.

Luego Huynh vio lo que Sheila veía. El extraño proyectaba una imagen. Era muy sutil, de un tono lavanda que casi no se veía. Una neblina surgía de los zapatos del extraño y se volvía brillante a medida que fluía hacia los árboles.

Hanson —› Turno de noche: ‹ms› Pasad a la vista de mantenimiento.‹/ms›

Los diagnósticos de mantenimiento de GenGen eran difíciles de usar fuera del laboratorio, pero mucho más sofisticados que los que venían con las prendas Epifanía. En la vista de mantenimiento… el tipo estaba muy bien equipado. El color lavanda lo daba a entender, pero ahora Huynh podía ver el centelleo del enlace láser de alta capacidad que surgía de la ropa de aquel individuo.

Sin la pista del lavanda, tal vez jamás se hubiesen dado cuenta. La máxima expresión de teatralidad consistía en fingir haber fingido sin éxito ser inocuo.

Smale —› Turno de noche: ‹ms›¡Eh! Este tipo… está conectado a la gente de BolIywood desde aquí mismo, en el campus.‹/ms›

Se miraron con alegría. Tenía que ser un verdadero magnate de Bollywood. Los círculos de opinión eran el combustible que mantenía en funcionamiento la industria del cine.

Hanson —› Turno de noche: ‹ms› Os lo había dicho, enfrentándonos a los hacekeanos nos haremos famosos.‹/ms›

Echar a los hacekeanos de la biblioteca era más importante que nunca.

—¡Adelante! —gritó Hanson, en voz alta y para todo el mundo—. ¡Abajo Hacek! ¡Abajo la Amenaza Bibliotoma!

Los virtuales y casi todo el turno de noche siguieron avanzando por el bosque. Huynh se retrasó unos segundos, asegurándose de que ningún queep o chirp se quedara atrapado en las hojas y de que los elevadores tuvieran espacio suficiente para pasar entre los árboles. Y luego todos avanzaron.

—¡Queremos nuestro espacio!

—¡Queremos nuestra biblioteca!

—Y, sobre todo, ¡queremos libros de verdad!

Huynh no esperaba sorprender a los robots araña. ¿Qué se guardaba Sheila en la manga de shima-ping?

Загрузка...