15 Cuando las metáforas se hacen realidad

Durante la siguiente semana Robert evitó la UCSD sólo para comprobar si el Extraño Misterioso reaccionaba de alguna forma.

Empezaba a confiar en el uso de Epifanía, aunque era posible que jamás alcanzase el grado de habilidad de los niños que habían crecido vistiendo. Xiu Xiang iba más atrasada, principalmente porque dudaba constantemente de sí misma. Se había negado a vestir durante tres días después de que un gesto erróneo la hiciese caer en… se negaba a revelar en qué, pero Robert sospechaba que en alguna vista pornográfica.

El lenguaje del proyecto Gu/Orozco, aunque no era poesía, había superado el nivel de ruido egregio. Robert se lo había pasado sorprendentemente bien trabajando con efectos de vídeo y fluctuación de red. Si aquel proyecto se hubiese presentado en la década de los noventa del siglo XX habría sido considerado la obra de un genio, tal era la potencia de las bibliotecas de tópicos y trucos visuales que tenían a su disposición. Razonablemente, Juan temía que no fuese suficiente para Chumlig.

—Necesitamos más elementos añadidos o nos machacarán. —Buscó en Google algunos institutos con programa de música manual—. Esos chicos creen que es una forma trágica de juego —dijo. Al final, Robert charló con estudiantes de música de Bastan y el sur de Chile… lo suficientemente alejados como para poner en práctica sus ideas en la red.

Sharif había vuelto a Corvallis, pero habían mantenido varias entrevistas más. Algunas de las preguntas del tipo eran mucho más inteligentes de lo que Robert había supuesto que serían en el momento de conocerse.

Navegaba mucho por la web, estudiando sobre seguridad y, a veces, para ver qué había sido de la literatura. ¿Qué se consideraba arte ahora que la perfección superficial era posible? Ah, la literatura seria seguía allí. En su mayoría no daba dinero, incluso con el sistema de micropagos. Pero había hombres y mujeres capaces de encadenar palabras casi tan bien como el viejo Robert. ¡Malditos sean!

El Extraño seguía guardando silencio. O había perdido el interés o comprendía el poder que tenía sobre Robert. Es fácil ganar cuando tu víctima está desesperada. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Robert Gu había perdido en un combate de miradas… pero un sábado se saltó la sesión con Juan y tomó un coche a la UCSD.

Sharif se presentó de camino.

—Gracias por aceptar mi llamada, profesor Gu. —La imagen se sentó en el asiento del coche, con parte del trasero hundido en el acolchado—. Últimamente ha sido difícil contactar con usted.

—Me pareció que el jueves cubrimos mucho terreno.

Sharif puso cara de dolor.

Robert alzó una ceja.

—¿Te quejas?

—¡En absoluto, en absoluto! Pero verá, señor, es posible que quizá yo haya permitido que mi vestible se corrompiese. Es posible que esté sometido a cierto grado de… secuestro.

Robert pensó en sus lecturas recientes.

—Eso es corno estar un poquito embarazada, ¿no?

La imagen de Sharif se hundió aún más en el asiento.

—Efectivamente, señor. Comprendo lo que quiere decir. Pero, francamente, en ocasiones mis sistemas sufren un cierto grado de corrupción. Apuesto a que les pasa a la mayoría de los usuarios. Creía que se trataba de una situación que podía asumir, pero las cosas han llegado a un punto en el que… bien, verá, no le entrevisté el jueves. En absoluto.

—Ah. —Así que el Extraño Misterioso sabía nadar y guardar la ropa: le golpeaba con el silencio mientras simultáneamente interpretaba a otro personaje.

Sharif esperó un momento a que Robert dijese algo más y luego se deshizo en ruegos.

—Por favor, profesor, ¡deseo de corazón continuar con estas entrevistas! Ahora que sé que hay un problema, podemos resolverlo con facilidad. Le ruego que no me deje en la calle.

—Podrías limpiar tu sistema.

—Bien, sí. En teoría. En una ocasión lo tuve que hacer cuando estudiaba. De alguna forma acabé convertido en el zombi de una conspiración para copiar en los exámenes. No fue culpa mía, pero la Universidad de Calcuta me obligó a freír toda mi ropa. —Alzó las manos en una plegaria con las palmas abiertas—. Nunca se me han dado bien las copias de seguridad; la debacle me costó más de un semestre de estudio para lograr la licenciatura. Por favor, no me obligue a hacerlo otra vez. Ahora sería todavía peor.

Robert miró el tráfico. El coche había entrado en la Autopista 56 y se dirigía hacia la costa. Delante se encontraba el primero de los laboratorios biológicos. Quizás el Extraño Misterioso también estuviese allí. En comparación, Sharif era una magnitud conocida. Volvió a mirar al joven y dijo con amabilidad:

—Vale, señor Sharif. Sigue en tu estado ligeramente corrupto. —Le llegó un recuerdo del pasado, de los técnicos informáticos de Stanford repitiéndole que debía mantener actualizado el antivirus—. Simplemente nos elevaremos por encima de ese vandalismo menor.

—¡Así será, señor! Muchas gracias. —Sharif hizo una pausa, tremendamente aliviado, y siento más deseos que nunca de seguir adelante. Por aquí tengo una pregunta. —Vacilación y una mirada vacía al cambiar mentalmente de marcha—. Ah, sí. ¿Ha avanzado con la revisión de Secretos de las edades?

—No —respondió Robert con demasiada brusquedad. Pero era el tipo de preguntas que cabía esperar del verdadero Zulfi Sharif. Robert suavizó la respuesta con algunas verdades a medias—: Todavía me encuentro en la fase de planificación. —Se lanzó a una larga disquisición explicando que, a pesar de que la poesía de Gu era escasa, su creación requería infinita planificación. Antaño ya decía cosas así, pero nunca lo había exagerado de tal forma. Sharif se lo tragó entero.

»Así que durante las próximas semanas voy a visitar a mis viejos amigos… ya sabes, en la biblioteca, lo que me permitirá entender mejor la grave situación de la, eh, era vencida. Estás invitado. Sí observas con atención, podrías aprender detalles de cómo trabajo y posteriormente estaré encantado de revisar tus conclusiones.

El joven asintió ansioso.

—Maravilloso. ¡Gracias!

Era asombrosa la emoción de tener a alguien que le respetase, aunque se tratase de la clase de persona sin talento de la que se había aislado durante toda la vida. Así es como debió de hacerlo el pobre Winnie, usando palabras grandilocuentes y pomposidad para engañar a los que tenían menos talento. Robert apartó la vista de la imagen de Sharif e intentó evitar que sus labios formasen una sonrisa de depredador. Y cuando Sharif se vuelva más listo, sabré que es el Extraño.

Aquel día no había manifestantes frente a la biblioteca, pero, sorpresa, había muchos estudiantes en persona. Era enternecedor, como sus recuerdos de años pasados, con la biblioteca en el centro de la vida intelectual de la universidad. ¿Qué de bueno había pasado en la última semana? Él y el Sharif virtual cruzaron las puertas de vidrio y tornaron el ascensor al sexto piso. Robert no veía el interior del edificio, a pesar de sus nuevas habilidades de acceso. Vale, busquemos noticias recientes… pero para entonces ya estaban en el quinto piso.

Lena —› Juan, Miri, Xiu: ‹ms› ¡Eh! ¡He perdido la vista!‹/ms›

Juan —› Lena, Miri, Xiu: ‹ms› Hoy el sexto piso está cerrado a las búsquedas públicas.‹/ms›

Miri —› Juan, Lena, Xiu: ‹ms› Quizá simplemente le pida a Robert que redireccione.‹/ms›

Sharif se transformó en una masa rojiza luminiscente.

—Ya no veo nada —dijo— Y apuesto a que sólo le oigo a usted. Robert vaciló para luego agitar permisos en dirección a Sharif. Veamos qué opina el conciliábulo de todo esto.

Winnie y Carlos Rivera estaban sentados junto a la cristalera. Tommie permanecía inclinado sobre el portátil.

—¡Ni ho, profesor Gu! —dijo Rivera—. Gracias por venir.

Tommie levantó la vista.

—Pero no estoy seguro de que queramos a tu amiguito. Sharif recibió un apoyo inesperado. Winston Blount dijo: —Tommie, creo que Sharif podría sernas útil.

Tommie cabeceó.

—Ya no. Ahora que la UCSD ha sido troceada…

—¿Qué? —Los estantes seguían repletos de libros. Robert dio un paso atrás y pasó la mano por los lomos—. A mí me parecen muy reales —dijo.

—¿No has visto la propaganda en los pisos de abajo?

—No. He subido en ascensor y por ahora no se me da bien ver a través de las paredes.

Tommie se encogió de hombros.

—Nos encontramos en el último piso sin trocear. Como suponíamos, la administración simplemente esperaba a que se calmase el jaleo. Luego, una noche, llegaron con troceado ras adicionales. Habían acabado con dos pisos antes de que nos diésemos cuenta.

—¡Maldita sea! —Robert se acomodó en una silla— ¿Qué sentido tiene seguir protestando?

Winnie dijo:

—Es cierto que no podemos salvar la UCSD. De hecho, esos astutos hijos de puta han tergiversado las cosas de forma que el Proyecto Bibliotoma es más popular entre los estudiantes que antes. Pero, hasta ahora, la UCSD es la única biblioteca que ha sido troceada.

Rivera pasó al mandarín.

—Duì, dnshì tmen xyo huì dio quítde túshügun, yìnnwi… —Vaciló, aparentemente notando las miradas de incomprensión— Lo siento. Quería decir que todavía necesitan destruir otras bibliotecas. Para las comprobaciones cruzadas. La reducción de daños y el reensamblado virtual serán proyectos consecutivos, tendiendo «asintóticamente hacia la reproducción perfecta».

Robert se dio cuenta de que Tommie Parker le miraba con una ligera sonrisa en el rostro.

—¿Tienes un plan?

—No voy a decir nada mientras Sharif siga aquí.

Winnie suspiró.

—Vale, Tommie. Adelante, apágale.

El resplandor rosado de Sharif se desplazó un poco hacia los estantes.

—No hay problema. No quiero ser una moles… —El resplandor desapareció.

Tommie alzó la vista del portátil.

—Se ha ido. Y he convertido el sexto piso en zona muerta. —Indicó el LED del borde del portátil de aspecto antiguo.

Robert recordó lo que Bob le había dicho.

—¿Incluso para el hardware de Seguridad Interior?

—No lo vayas contando por ahí, Robert. —Tocó el ordenador—. En el interior, genuino hardware paraguayo, enviado justo antes de que cerrasen los talleres de allá abajo. —Les dedicó una sonrisa fugaz—. Ahora estamos solos, a menos que uno de vosotros lleve los calzoncillos sucios.

Blount miró directamente a Robert.

—O a menos que uno de nosotros sea un chivato.

Robert suspiró.

—No estamos en Stanford, Winston. —Pero ¿y si el Extraño Misterioso era en realidad un policía? Debería haberlo pensado antes. Descartó la idea—. Bien, ¿cuál es tu plan?

—Hemos estado leyendo The Economist —dijo Rivera—. Huertas Inernational se encuentra en una situación financiera muy delicada. Los retrasos en la UCSD podrían obligarle a desestimar todo el proyecto. —Miró a Robert a través de las gruesas gafas. Se veía que en las lentes aparecían y desaparecían imágenes.

—¿A pesar de que ya casi lo han troceado todo?

—Duì. —El joven se inclinó hacia delante, y en su camiseta apareció un torrente de caras preocupadas—. La cosa es así. El Proyecto Bibliotoma no consiste sólo en la captura en vídeo de libros anteriores al nuevo milenio. No es sólo la digitalización. Va más allá de Google y compañía. Huertas tiene la intención de juntar todo el conocimiento clásico en una única base de datos objetosituacional, con una estructura de pagos transparente.

¿Base de datos objetosituacional? Eso quedaba más allá del reciente encaprichamiento por la tecnología de Robert. Miró por encima de la cabeza de Rivera, intentando buscar el término adecuado. No recibía nada. La zona muerta de Tommie, claro.

Rivera interpretó la mirada como incredulidad.

—Realmente la cantidad de datos no es tan grande, doctor Gu. Unos pocos petabytes. Lo importante es que son muy heterogéneos comparados con conjuntos de datos de similar tamaño en otros campos. —Por supuesto. ¿Adónde quieres llegar? —Con el rabillo del ojo vio que en la cara de Winnie aparecía una sonrisa. Sabía que Robert estaba fingiendo saber más de lo que realmente sabía.

—Por tanto —añadió Rivera—, la colección Huertas contendría casi todo el conocimiento humano hasta hará unos veinte años. Todo correlacionado y conectado. Ésa es la razón para que Huertas pague al estado de California por permitirle cometer esta atrocidad. Incluso la primera compilación inicial podría ser una mina de oro. Desde el comienzo del proyecto, hace seis semanas, Huertas International tiene seis meses de monopolio sobre el Bibliotoma que está creando. Eso son seis meses con acceso exclusivo a la verdadera comprensión del pasado. Un recurso así podría responder decenas de preguntas: ¿quién acabó realmente con la Intifada? ¿Quién está detrás de las falsificaciones de arte de Londres? ¿Adónde iba realmente el dinero del petróleo a finales del siglo pasado? Algunas respuestas sólo tendrán interés para sociedades históricas poco conocidas. Pero algunas valdrán mucha pasta. Y Huertas tendrá durante seis meses acceso exclusivo a ese oráculo.

—Pero primero debe combinar los datos —dijo Winnie—. Si Huertas pierde algunas semanas, habrá cientos de organizaciones que decidirán que es mejor esperar a que el monopolio acabe, momento en que podrán obtener gratuitamente una respuesta mucho más completa. Peor aún. Informágica China tiene grupos en el Museo Británico y la Biblioteca Británica que emplean un equipo mucho mejor que el de Huertas. Los británicos han demostrado tener más sentido común que la UCSD, pero está previsto que su digitalización comience en cualquier momento. Si Huertas se retrasa más, él y los chinos se encontrarán enfrascados en una batalla por el precio de dar los primeros vistazos.

—¡Una espiral mortal típica! —La diversión de Tommie no estaba exenta de malicia. Siempre se había sentido fascinado por el desmoronamiento de los sistemas. Robert recordaba que, en los incendios forestales de 1970, el Tommie adolescente se encontraba sobre el terreno, ayudando con las comunicaciones… pero también disfrutando de todos los minutos del desastre.

—Bien, eh… —¿Por qué el Extraño me quiere enfrascado en esto?

Blount rio.

—¿Confundido, Robert?

En Stanford, Winnie jamás se habría atrevido a lanzarle una pulla tan directa, al menos no a partir del segundo año. Pero en aquel momento las respuestas que se le ocurrían a Roben no eran más que sarcasmos de adolescente. Así que se limitó a decir:

—Sí, sigo a oscuras.

Blount vaciló, presintiendo una de las viejas trampas de Roben.

—En resumen: estamos hablando de causar un daño serio a Huertas y al Proyecto Bibliotoma. Hemos pasado el límite de los recursos legales, así que cualquier acción que tenga como intención retrasar al enemigo será criminal ¿Lo entiendes?

—Sí. En realidad estamos conspirando.

Rivera asintió.

—Lo que ya es un delito en sí mismo.

Tommie rio.

—¿Y qué? ¡Acabo de subvertir la capa del DSI! Eso es meterse con la seguridad nacional.

—¡No me importa si estamos hablando de alta traición! —dijo Robert. Si puedo recuperar la música… —. Es decir, ya sabéis que amo los libros.

Los otros asintieron.

—Por tanto, ¿cuál es el plan?

Blount le hizo un gesto a Tommie. El hombrecito dijo:

—¿Recuerdas nuestros paseos bajo tierra?

—¿En los setenta? Sí, eran divertidos. Divertidos si uno sufre daños cerebrales.

Tommie sonrió aún más.

—¿Me estás diciendo que los túneles de mantenimiento siguen usándose?

—Sí. En los años noventa esa forma de construir pasó de moda. Había muchos edificios nuevos que no estaban conectados. Pero a principios de siglo la gente quería comunicaciones de alta velocidad. y la gente de biociencias quería el transporte automatizado de muestras. Tenían mucha pasta.

—Y hoy en día tienen todavía más —dijo Carlos.

Tommie asintió.

—Nada de láseres de infrarrojo cercano para ellos. Quieren xlaser y material graser, billones de colores por camino y billones de caminos. Hoy en día, la red de «túneles de mantenimiento» no es para la electricidad y la calefacción. Ahora hay ramas que se extienden bajo Torrey Pines hasta Scripps y Salk. He oído que puedes internarte un poco bajo el océano, aunque nadie sabe qué hacen allí. Hacia el este, llegas a todos los laboratorios de biotecnología.

De pronto, Robert comprendió por qué el Extraño Misterioso estaba tan interesado en el Conciliábulo de Ancianos. En voz alta dijo:

—¿Qué tiene esto que ver con el proyecto Bibliotoma, Tommie?

—¡Ah! Bien, ya sabes que Max Huertas logró su fortuna con la biotecnología. Es propietario de algunos de los laboratorios más grandes de Norteamérica… incluido uno situado a unos cientos de metros al oeste de aquí. Para él fue fácil modificar su software genómico para dar servicio a Bibliotoma. Por tanto, almacena el troceado en cámaras bajo el lado norte del campus.

—¿Y?

—¡Y todavía no ha acabado de usarlo! El troceado le ha ofrecido imágenes de sobra, pero la cobertura no es completa. Tiene que escanear y volver a escanear aquello con lo que hubo problemas en la primera pasada. Bien, si no tuviese ese límite temporal, su mejor opción sería esperar a destrozar la siguiente biblioteca desdichada y usar ese material para una comprobación cruzada, pero tiene prisa.

—El almacenamiento también forma parte de la propaganda de Huertas —dijo Winnie—. Cuando hayan terminado con los escaneados, el troceado se «conservará seguro en las bóvedas Huertas, para beneficio de los arqueólogos de generaciones futuras». ¡Algunos profesores de la universidad se lo tragaron!

—Bien —dijo Rivera—, tiene cierta parte de verdad. El papel durará mucho más en nitrógeno frío que en los estantes de una biblioteca.

Winnie agitó la mano para rechazar la idea.

—Lo importante es que Huertas ha destruido los libros y que va a destruir más bibliotecas si no le detenemos. El plan es… —Miró a su alrededor y pareció darse cuenta de que estaba al borde de pasar una temporada en prisión—. Nuestro plan es entrar por los túneles y llegar hasta donde Huertas almacena el troceado. Tommie ha pensado en una forma de hacer que sea ilegible.

—¿Qué? ¿Vais a protestar por la destrucción de la biblioteca destruyendo lo que queda?

—¡Sólo temporalmente! —dijo Tommie—. He encontrado una cola increíble en aerosol. La usamos y el troceado será como un enorme tablero prensado. Pero tras unos meses la cola se sublimará por sí sola.

Rivera asentía.

—Por tanto, no estamos empeorando la situación. Yo no estaría aquí si pensase que íbamos a destruir lo que queda de los libros. El plan de Huertas es una brutalidad innecesaria porque quiere hacer de golpe lo que sería igual de efectivo hacer despacio. Quizá podamos retrasarle lo suficiente para que los digitalizadores amigos de los libros puedan ponerse a su altura… y no se destruyan más bibliotecas. —Su camiseta hacía publicidad de la Asociación Americana de Bibliotecas.

Robert se echó atrás y fingió reflexionar sobre lo que le habían dicho.

—¿Dices que los chinos están a punto de trocear la Biblioteca Británica?

Rivera suspiró.

—Sí, y también van a cargarse el museo. Pero la UE busca una excusa para detenerlos. Si hacernos que Huertas quede mal…

—Comprendo —dijo Robert juiciosamente. Evitó los ojos de Winnie. Blount ya sospechaba lo suficiente de él—. Vale. El plan no parece muy sólido… pero supongo que es mejor que nada. Me apunto.

Una sonrisa iluminó el rostro de Tommie.

—¡Eh, Robert!

Al fin Robert miro a Winston Blount.

—Ahora la pegunta es: ¿para qué me queréis a mí?

Blount hizo una mueca.

—Otro par de manos. Algunos recados…

Tommie puso los ojos en blanco.

—El hecho es que ni siquiera habría soñado hacerlo antes de que aparecieses.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Ja. Piensa en el plan: meterse en los túneles de mantenimiento, recorrer una buena distancia para entrar en uno de los laboratorios biológicos mejor protegidos del planeta. Apuesto a que yo sería capaz de conseguir entrar. Pero ¿podría atravesar los laboratorios biológicos sin ser detectado? Ni de coña. Eso sólo pasaba en Star Trek, donde el «sistema de ventilación» tenía como propósito principal el desarrollo de las tramas más idiotas. Estarnos en el mundo real… y los encargados de seguridad del mundo real también saben dónde están los túneles.

—Sigo sin tener respuesta. ¿Por qué yo?

—¿Qué? Oh. ¡A eso voy! Después de que nuestra táctica de protesta fracasase, me puse a investigar. —Tommie acarició el portátil—. Grupos de noticias, chats, motores de búsqueda… Lo usé todo, incluso algo demencial que se parece más a un sistema de apuestas online que a cualquier otra cosa. Quizá lo más complicado fue hacerlo sin alertar a los federales. Eso me retrasó, pero finalmente logré una imagen bastante buena de la seguridad del laboratorio. Es lo que cabe esperar de una instalación importante para la seguridad nacional. Material bueno, pero poco eficaz. Es un sistema orientado a claves y usuarios, en su mayoría automático. El aspecto intrínseco es biométrica estándar… de ciertos oficiales del servicio de protección de los Estados Unidos. Adivina a quién conocemos que aparece en la lista de acceso.

—Mi hijo.

—No exactamente. Tu nuera.

Alice.

—Eso es ridículo. Es experta en asuntos asiáticos. —Cuando no está loca de atar. Luego pensó en el Extraño Misterioso—. Todo esto es demasiado fácil.

Winnie.

—¿Desde cuándo eres experto en seguridad, Robert?

Debería mantener la boca cerrada. ¡Van en la dirección que me conviene! Pero había perdido su vieja capacidad para las maniobras verbales y avanzó a trompicones:

—Información como ésa no aparece en una búsqueda de Google.

Tommie cabeceó mirándolo con tristeza.

—El mundo ha cambiado, Robert. Hoy en día, puedo obtener respuestas por métodos imposibles hace veinte años. Cientos de miles de personas de todo el mundo colaboraron en mi búsqueda, cada una centrándose en una parte pequeñita que ninguna reconoció. El mayor riesgo es que mis resultados sean falsos. Hoy en día gobierna la desinformación. Incluso cuando las mentiras no son deliberadas, ahí fuera hay varios grupos de fantasía intentando doblegar la realidad según el último juego de aventura al que estén enganchados. Pero si nos están engañando con esto, no se trata de un engaño normal. Hay detalles y corroboraciones provenientes de múltiples fuentes independientes.

—Oh. —Robert logró parecer impresionado. Lo cierto era que lo estaba. Quizás el Extraño pudiese cumplir su parte del trato.

Hablaron media hora más, pero no se dijo nada específico sobre la traición que esperaban de Robert. Tommie tenía otras tareas para ellos. Precisaban algunas claves de la universidad y falsificar algunas voces. La entrada al túnel de mantenimiento estaba tapada con cemento. No tenía la entrada en la planta baja como cincuenta años antes, cuando se estaba construyendo. Y había un problema con la «cola en aerosol» de Tommie.

—¿La cola? —Tommie parecía un poco avergonzado— Todavía no existe. Pero está casi inventada. —Tommie había presentado la idea en un foro sobre jardinería ornamental, que puso en contacto con algunos inversores. En aquellos momentos la Sociedad de Arbustos Ornamentales de Japón trabajaba con unos biólogos argentinos para crear la forma definitiva del aerosol. El producto sería una realidad al cabo de menos de dos semanas. Se presentaría por primera vez en la exposición de floral de Tokio. Tommie recibiría poco después un litro del producto por UP/Ex. Robert lo miraba incrédulo—. Eh, en eso consiste ser un hacker hoy en día.

Eran más de las tres de la tarde. La sombra de la biblioteca se había alargado y bañaba los edificios cercanos. Los cuatro conspiradores habían acabado por aquel día.

Tommie se puso en pie.

—¡Podemos hacerlo! Es incluso posible que no nos pillen. Pero, si nos pillan, ¿qué más da? Será como antaño.

Carlos Rivera se puso en pie más despacio.

—Y no es que estemos causando daño alguno.

Tommie se llevó un dedo a los labios.

—Caballeros, voy a retirar la zona muerta. —Tecleó en el portátil y el LED de la carcasa se apagó.

Guardaron silencio un momento, intentando encontrar algo seguro que decir.

—Ah, vale. —Rivera miró a Robert—. ¿Te gustaría ver lo que hemos… lo que la biblioteca ha hecho con los estantes vacíos?

—¿Te refieres a lo que Tommie definió como propaganda?

Rivera sonrió.

—Sí, pero en cierta forma es hermoso. De haberse realizado tras una digitalización benigna, me encantaría sin reservas.

Los guió, dejando atrás los ascensores.

—La entraba de la escalera es la que tiene mejor atmósfera. Winnie Blount hizo una mueca, pero Robert comprobó que los seguía.

La escalera no estaba muy bien iluminada. A simple vista las paredes eran de cemento, grabado aquí y allá con las líneas plateadas que había visto desde el exterior. Cuando cruzaron la puerta, la vista de Roben pasó a una especie de visualización estándar: la iluminación provenía de lámparas de gas empotradas en las paredes. Robert alargó la mano para tocar la pared y la apartó cuando tocó la piedra resbaladiza. ¡No era de cemento!

Rivera rio.

—Esperaba usted la decepción habitual, ¿no, doctor Gu? —Se refería a cuando el tacto contradecía la ilusión visual.

—Sí. —Robert pasó la mano sobre los bloques de piedra, deteniéndose en las zonas más blandas de líquenes.

—La administración de la universidad ha sido muy lista. Pidió ayuda a la comunidad de círculos de opinión… y los animaron a instalar pintadas sensotáctiles. Algunos de los dispositivos son impresionantes incluso sin las superposiciones visuales.

Bajaron dos tramos de escalera. Debía de ser el descansillo para la entrada del quinto piso, pero la puerta era de madera tallada, que relucía con la luz de gas. Rivera tiró del pomo de bronce y la puerta de más de dos metros se abrió; la luz al otro lado era azul actínico, un paso de lo tenebroso a lo dolorosamente brillante. Se oía el sonido de chispas. Rivera metió la cabeza y pronunció un encantamiento ininteligible. La luz mejoró y los únicos sonidos eran los de voces distantes.

—Está bien —dijo el bibliotecario—. Vamos.

Robert cruzó la puerta entreabierta y miró a su alrededor. Aquello no era el quinto piso de la biblioteca Geisel, planeta Tierra. Había libros, pero eran descomunales y estaban dispuestos en estantes de madera hasta el techo. Robert se inclinó hacia atrás. Las luces violeta seguían los estantes hacia arriba. Era como uno de esos bosques fractales de los gráficos de antaño. Al borde del campo de visión apreciaba más libros, diminutos debido a la distancia.

«Guau». Resbaló y sintió que Tommie lo sostenía con una mano en la base de la espalda.

—Genial, ¿no? —dijo Parker—. Casi me gustaría estar vistiendo.

—Sí. —Robert se afianzó agarrándose a un estante. La madera era real, gruesa y sólida. Miró el suelo a lo largo del pasillo. El camino entre los estantes era torcido… y no terminaba en la pared externa, que tenía que estar allí, a sólo diez o doce metros de distancia. En lugar de ventanas había escalones hundidos de madera. Era la típica carpintería a medida que tanto le gustaba de las librerías de segunda mano. Más allá de los escalones, los estantes parecían inclinarse, como si la gravedad apuntase en otra dirección.

—¿Qué es todo esto?

Los tres guardaron silencio un momento. Robert se dio cuenta de que vestían armaduras oscuras. El atuendo de Rivera tenía una especie de insignia muy elegante. Además, sus prendas se parecían sospechosamente a una camiseta y unas bermudas fabricadas con placas de acero ennegrecidas.

—¿No lo pilla? —dijo Rivera al fin— Ustedes son Caballeros Guardianes. Y yo soy un Bibliotecario Militante. De las historias Conocimiento peligroso de Jerzy Hacek.

Blount asintió.

—No las llegaste a leer, ¿verdad, Robert?

Robert recordaba vagamente a Hacek de la época de su jubilación. Tomó aire.

—Yo leía lo importante.

Recorrieron despacio el estrecho pasillo. Los senderos laterales no sólo llevaban a izquierda y derecha, sino también arriba y abajo. De algunos surgían siseos de serpientes. En otros, vio a Caballeros Guardianes inclinados sobre mesas llenas de libros y pergaminos, con el rostro bañado por la luz que emitían los libros abiertos. Eran verdaderos manuscritos iluminados. Robert se detuvo para echar un vistazo más de cerca. El texto era en inglés, impreso en una letra gótica demencial. El libro era de economía. Uno de los lectores, una joven de cejas espesas, miró brevemente al visitante y luego hizo un gesto al aire. Muy arriba sonó un golpe y una losa de un metro de anchura de cuero y pergamino cayó sobre él. Robert retrocedió de un salto y casi pisó a Tommie. Pero el libro acabó flotando al alcance de la estudiante. Las páginas se abrieron por sí solas.

Oh. Roben salió de allí con mucho cuidado.

—Ya entiendo. Esto es la digitalización de lo destruido hasta ahora.

—La primera pasada de la digitalización —dijo Blount—. Los cabrones de la administración moderna han logrado más publicidad favorable con esto que con todo lo demás. La gente lo encuentra ingenioso y mono. Y la semana próxima van a trocear la sexta planta.

Rivera los guió hacia los escalones de bajada.

—No todo el mundo está tan feliz. Los herederos de Geisel, del doctor. Seuss, no comparten el criterio de la universidad en este punto. —¡Bien por ellos! —Blount dio una patada a los muebles de madera—. Los estudiantes bien habrían podido ir a Pyramid Hill.

Robert hizo un gesto que se suponía que debía devolver la visión a la realidad sin mejorar, pero seguía viendo luz púrpura y manuscritos encuadernados en piel. Tecleó la señal explícita de reversión. Seguía sin tener realidad.

—Estoy pillado en esta vista.

—Sí. A menos que te quites las lentillas y declares una emergencia no puedes ver lo que hay realmente aquí. Y ésa es otra razón más para no usar Epifanía. —Tommie agitó su portátil abierto como si fuese un talismán—. Yo veo la ilusión, pero sólo cuando quiero. —El hombrecito tomó por otro sendero lateral, golpeando un libro que gemía en el suelo para luego meterse en una sala y ver qué hacían los visitantes—. ¡Este lugar es fantástico!

Cuando llegó a los escalones de madera, Rivera dijo:

—Con cuidado. Son un poco complicados. —Como a medio camino, los escalones se inclinaban y la perspectiva se deformaba. Winnie iba delante, vacilante.

—Lo he hecho antes —gruñó, hablando para sí más que nada— Puedo hacerlo. —Avanzó, hizo como si diese un traspié, y luego se irguió… pero inclinado en relación a Robert y compañía.

Cuando Robert llegó al portal, cerró los ojos. Lo normal era que Epifanía abandonara todas las superposiciones cuando «los ojos se cerraban», así que brevemente fue inmune a los trucos visuales. Dio un paso… ¡y en realidad no había inclinación, sólo un simple giro!

Tommie le siguió de inmediato. Reía como un loco.

—¡Bienvenido al Ala Escher! —dijo—. A los chicos les encanta. —Al pie de la escalera había otro giro de noventa grados. Parker dijo—: Vale, ahora caminamos hacia la zona de servicio del edificio, sólo que tenemos la sensación de seguir recorriendo pasillos de libros interminables.

Libros por delante y por detrás, y también a los lados, ocultos en pasadizos. Libros por encima de ellos, corno chimeneas perdiéndose en una luz púrpura. Incluso veía libros por debajo, allí donde las escaleras desvencijadas se hundían en las profundidades. Si Robert los miraba ligeramente de reojo, los textos de tomos y portadas emitían en violeta, casi demasiado oscuro para ser visible pero muy claro, los códigos crípticos de la Biblioteca del Congreso como si fuesen runas. Los libros eran los fantasmas —o quizá los avatares— de lo que había sido destruido.

Emitían sonidos: gruñidos, susurros, siseos. Conspirando. En las profundidades de los callejones, algunos libros estaban encadenados.

—Hay que tener cuidado con El capital —dijo Rivera.

Robert vio uno de los volúmenes tirando de sus cadenas. Los eslabones resonaban con fuerza.

—Sí. El Conocimiento Peligroso ansía la libertad.

Algunos de los libros debían de ser reales, artículos sensotáctiles. Los estudiantes de un callejón amontonaban libros. Se apartaron, y los textos se acariciaron en una orgía de páginas agitándose.

—¿Eso es la síntesis bibliográfica?

Rivera siguió su mirada.

—Eh, sí. Todo esto empezó siendo lo que comentaba el decano Blount, algo para que el público aceptase el proyecto de troceado. Representamos los libros como objetos casi vivos, criaturas para servir y hechizar a sus lectores. Terry Pratchett y luego Jerzy Hacek llevan años jugando con ese tema. Pero realmente no apreciamos todo su potencial. En este caso tenemos la ayuda de los mejores círculos de opinión de Hacek. Toda acción sobre la base de datos tiene aquí una representación física, como pasa en las historias Bibliotecario Militante de Hacek. La mayoría de nuestros usuarios creen que es mejor que el software de referencia estándar.

Winnie los miró. Se había alejado tanto que se le veía achatado, como a través de una gran distancia usando un telescopio. Agitó la mano asqueado.

—Eso es una traición, Carlos. Los bibliotecarios no estáis de acuerdo con el troceado, pero mirad lo que habéis hecho. Esos chicos le perderán el respeto al registro permanente de la herencia humana.

Tommie Parker, que iba detrás de Robert, dijo con malicia:

— Winnie, los chicos ya le han perdido el respeto.

Rivera bajó la vista.

—Lo siento, decano Blount. Es trocear lo que está mal, no la digitalización. Por primera vez en la vida, nuestros estudiantes disfrutan de un acceso moderno al conocimiento anterior al cambio de siglo. —Señaló a los estudiantes—. Y no sólo aquí. Se puede acceder a la biblioteca desde la red, sin los trucos sensotáctiles. Huertas permite el acceso limitado gratuito, incluso durante el periodo de monopolio. N o es más que la primera pasada de la digitalización, y sólo de HB a HX, pero en la última semana hemos recibido más visitas a nuestros fondos anteriores al cambio de siglo que en los cuatro años anteriores. ¡Y gran parte de esas visitas son de profesores!

—Cabrones hipócritas —dijo Winnie.

Robert miró a los estudiantes. El sexo entre libros ya había concluido, pero flotaban sobre la cabeza de los estudiantes y las páginas llamaban con vocecita aguda a volúmenes todavía por consultar. «Metáfora encarnada.»

Fueron en pelotón hacia la zona de mantenimiento. Resultó estar mucho más lejos de lo que Robert recordaba. Los pasillos escalonados debían llevarlos al centro del cuarto piso.

Por fin llegaron a las puertas de dos metros y medio. Después de todo lo visto, la madera tallada era pura realidad cotidiana. Incluso el suelo se había aplastado para formar un terreno sólido de aspecto normal. Pero, a continuación, se movió bajo sus pies.

—¿Qué…? —Robert agitó los brazos y cayó contra la pared. Los libros se movieron en los estantes y recordó que algunos eran tan reales y pesados como parecían.

Se disparó un rayo formando arcos pulsantes.

Rivera gritaba en mandarín algo sobre un terremoto falso.

Fuese lo que fuese, el vaivén y el cambio eran reales.

De abajo llegó un gruñido y los murciélagos corrieron de un lado a otro. El vaivén disminuyó, como un bailarín ejecutando una giga.

Y se terminó. Las paredes y el suelo volvían a ser tan firmes como cuando Robert estudiaba.

Tommie se incorporó y ayudó a Winston Blount a levantarse.

—¿Todos bien? —dijo.

Blount asintió atontado, demasiado agitado para recurrir al sarcasmo.

—No había pasado nunca —dijo Tommie.

Carlos asintió.

Ãiya, duìbùq, w gng xing qlái tmen jntin shì xn dngx —dijo, algo sobre probar cosas nuevas.

Tommie tocó el hombro del bibliotecario.

—Chico, hablas en chino.

Rivera lo miró fijamente y luego le respondió, otra vez en mandarín, pero más rápido y más alto.

—Da igual, Carlos. No te preocupes. —Tommie guió al joven escaleras abajo.

Rivera seguía hablando, pero a ráfagas, repitiendo:

W zi shu yngy ma? Shì yngy ma? —¿Hablo en inglés? ¿Hablo en inglés?

—No te pares, Carlos. Estarás bien.

Robert y Winnie formaban la retaguardia. Blount entornaba los ojos con aquel gesto suyo tan exagerado.

—¡Ja! —dijo—. Los cabrones han usado los servos de estabilidad para agitar el edificio. ¿Lo ves?

Y, maravilla de las maravillas, por una vez Robert lo vio; tanto practicar daba sus frutos.

—¡Sí! —La biblioteca Geisel era uno de los pocos edificios que no habían sido reemplazados tras el terremoto de Rose Canyon. En lugar de eso habían instalado estabilización activa en la vieja estructura.

—Nos podríamos haber matado —dijo Blount.

Se encontraban en el tercer piso. Se acercaba un grupo de estudiantes; al menos, Robert dio por hecho que lo eran, porque se reían y la mayoría había escogido una forma monstruosa. Los dos grupos se cruzaron y los viejos guardaron silencio hasta que los estudiantes desaparecieron.

Tommie dijo:

—¿Qué ha provocado el terremoto, Carlos?

Rivera esquivó un armario empotrado. Gritó:

—¿Ya hablo en inglés?… ¡Sí! Oh, gracias a Dios. A veces sueño que me quedo atrapado para siempre. —Dio varios pasos, casi llorando de la alegría. A continuación las palabras fluyeron en torrente—. Sí, sí. Comprendo la pregunta: no estoy seguro de qué ha provocado el falso terremoto. Asistí a la reunión en la que decidieron usar de esa forma el sistema de estabilización. Se suponía que el detonante debía ser cualquier intento de «abrir» un libro que contuviese conocimiento «que la humanidad no debe saber». Claro está, es broma… menos cuando va tan en serio que Seguridad Interior llama a tu puerta. Así que creo que, simplemente, lo hemos provocado por casualidad. —Rivera siguió hablando mientras bajaban—. La bibliotecaria jefa es completamente fiel a esta idea. Ocupa una posición muy importante en el círculo local de creencia de Hacek. Quiere imponer penalizaciones tipo Hacek a los usuarios que violen las reglas de la biblioteca.

La mirada de preocupación de Tommie quedó reemplazada por una de interés técnico.

—Vaya —dijo—. ¿Los pozos de tortura de Hacek?

En el primer piso pisaron la moqueta estándar del vestíbulo de la biblioteca. Una hora antes, Robert y Sharif habían cruzado esa zona camino de los ascensores. Entonces Robert apenas había prestado atención al espacio abierto y limpio, a la estatua de Theodor Seuss Geisel. En aquel momento era un agradable símbolo de cordura. Atravesaron las puertas de vidrio hacia la luz del atardecer.

Winnie se volvió para mirar los pisos de la biblioteca.

—Han convertido este lugar en una amenaza. El terremoto ha sido, ha sido… —De pronto bajó la mirada—. ¿Estás bien, Carlos?

El bibliotecario agitó la mano.

—Sí. A veces quedarse atrapado es un poco como un ataque de epilepsia. —Se limpió la cara; estaba sudoroso—. Vaya. Éste ha sido de los peores…

—Debería verte un médico, Carlos.

—Ya está. ¿Ves? —Indicadores médicos surgían alrededor de su cabeza—. Me he asustado en la escalera. Al menos ahora hay un doctor de verdad vigilándome. Yo… —Vaciló, escuchando—. Vale, me quieren en la clínica. Me van a hacer un escáner cerebral. Ya nos veremos. —Vio la expresión de sus caras—. Eh, nos os preocupéis, chicos.

—Iré contigo —dijo Tommie.

—Vale, pero en silencio. Me están preparando para el escáner. —Los dos caminaron hacia la rotonda.

Robert y Winnie los miraron. Blount habló con una incertidumbre impropia de él.

—Quizá no debería haberme metido con él por lo de Hacek.

—¿Va a ponerse bien?

—Probablemente. Cada vez que un veterano se bloquea permanentemente, el VA queda en muy mal lugar. Harán todo lo que puedan.

Robert reflexionó sobre todos los aspectos extraños de Rivera. Normalmente no decía en mandarín más que monosílabos, casi por esnobismo. Pero aquella vez…

—¿Qué le pasa, Winnie?

La mirada de Blount andaba perdida. Se encogió de hombros.

—Carlos es un ESR.

—¿Qué es eso?

—¿Eh? ¡Portados los ciclos, Gu! Búscalo. —Miró la plaza—. Vale. Vale. —Le dedicó una sonrisa forzada—. Lo lamento, Robert. ESR es fácil de buscar. Encontrarás muchas discusiones de calidad sobre eso. Lo importante es que no perdamos de vista nuestro objetivo. Vamos, es lo que Carlos querría. Muchas cosas dependen de que tú hagas lo correcto.

— Pero ¿qué es? ¿Qué…?

Winnie alzó la mano.

—Trabajamos en ese asunto. Pronto te daremos detalles.

De camino a casa, en el coche, Robert buscó «ESR». Había millones de resultados en medicina, en asuntos militares, sobre drogas. Escogió el resumen de Seguridad Global en «opinión en contra respetada»:

ESR, ((entrenamiento para la situación requerida» (también «entrenado para la situación requerida» cuando se refiere a una víctima del procedimiento). Terapia combinada de adresina y exposición intensiva a datos que imbuye de extensos conocimientos en menos de cien horas. Especialmente famoso por su uso en el ‹link› Conflicto sinoamericano ‹/link›, cuando 100.000 reclutas americanos recibieron entrenamiento en mandarían, cantonés…

Seguía a continuación una lista de cosas de las que Robert no había oído hablar nunca. En menos de noventa días los americanos habían resuelto sus problemas de idiomas. Pero luego habían aparecido los problemas:

Ese talento fue decisivo sobre el terreno; sin embargo, el precio humano del procedimiento quedó claro incluso antes del final de la guerra.

Robert Gu (y quizá todo estudiante) había soñado con los atajos. ¡Aprender ruso, latín, chino o alemán en una noche y sin esfuerzo! Pero ten cuidado con lo que deseas… Leyó las secciones sobre efectos secundarios: aprender idiomas o una especialidad profesional, cambia a la persona. Atiborra de esos conocimientos a alguien por las buenas y distorsionarás su personalidad. Un pequeño número de ESR no sufrían efectos secundarios. En algunos casos poco habituales, esas personas podían pasar otra vez por el proceso, e incluso una tercera, antes de que se manifestasen los daños. El rechazo consistía en una especie de batalla interna entre los nuevos puntos de vista y los antiguos, que se manifestaba en forma de ataques epilépticos y estados mentales alterados. A menudo, el ESR quedaba bloqueado de forma atenuada en uno de sus conjuntos de habilidades… Después de la guerra, había quedado el legado de los veteranos afectados por el ESR y del abuso continuo del mismo por parte de estudiantes estúpidos de todo el mundo.

Pobre Carlos.

¿Y eso es lo que me promete el Extraño Misterioso?

Definitivamente aquel día había sido uno de esos días de conmoción por el futuro. Robert bajó la ventanilla y disfrutó de la brisa. Iba en dirección norte por la 1–15. Le rodeaba por completo un barrio denso muy similar a las zonas más edificadas de la California del siglo XX, sólo que las casas eran un poco más sosas y los centros comerciales parecían más bien zonas de almacenes. Curiosamente, incluso en ese mundo del futuro quedaban centros comerciales reales. Había ido de compras a un par de ellos. En algunos comercios había mucha arquitectura sólida. Compras para «los que tienen el corazón en el pasado» era su lema; un lema que no habría funcionado en absoluto en el año 2000.

Robert descartó los misterios (y los miedos) y practicó con Epifanía. Veamos los adornos mínimos. Robert ejecutó el gesto ya familiar. Bien, de momento. Veía etiquetas simples. En todo, incluso en la planta de hielo situada al borde de la carretera, había pequeños rótulos alfanuméricos. Otro movimiento de los hombros y vio lo que los objetos que pasaban querían que viese, o más bien, para ser exactos, lo que los dueños de dichos objetos querían que viese. Publicidad. Los centros comerciales habían descubierto que era un viejo y habían adaptado los anuncios en consonancia. Pero no recibió el spam directo de algunas de sus primeras sesiones. Era posible que finalmente hubiese logrado configurar bien los filtros.

Robert se apartó de la ventanilla y buscó universos más amplios. Frente a sus ojos aparecieron mapas de colores. Había realidades geográficamente muy distantes que no se correspondían en absoluto con San Diego. Aquello debía de ser como la porquería de ciberespacio de los ochenta y los noventa. Finalmente dio con una ventana que le prometía «únicamente realidad pública local». Ya. Sólo que había doscientas mil opciones en esa parte del condado de San Diego. Escogió al azar. En el exterior del coche, las laderas de North County se desnudaron de edificios. La carretera sólo tenía tres carriles y los coches eran modelos de los sesenta. Vio que en el parabrisas de su coche (ahora un Ford Falcon) ponía: «Sociedad Histórica de San Diego.» Poco a poco iban reconstruyendo el pasado. Las personas que ansiaban tiempos menos complicados tenían a su disposición grandes trozos del siglo XX.

Robert estuvo tentado de quedarse en esa vista. Era de una época muy cercana a sus años de estudiante universitario. Era tan… consoladora. También se le ocurrió que aquellos aficionados a la historia podían ser partidarios del Proyecto Bibliotoma. Usando la base de datos de Huertas podrían avanzar todavía más rápido en su reconstrucción del pasado.

Hizo surgir la ventana de control. Había algo llamado «transversales continuas de paratiempo». Quizá debiera escoger a un escritor en particular. Jerzy Hacek, por ejemplo. Pero no, por un día ya había tenido bastante de Un poco de conocimiento.

¿Qué tal Terry Pratchett? Vale. Los edificios eran de adobe. El coche se había convertido en una alfombra exquisita, que descendía una ladera herbosa que un momento antes había sido la carretera de Mountain Meadow. En el valle que tenía delante había tiendas de colores con carteles en cursiva, una caligrafía que daba al alfabeto latino un aspecto vagamente árabe. Se veía una franja de océano al fondo del largo valle, al oeste. ¿Y aquello eran barcos?

Robert Gu había leído una novela de Pratchett. Lo que recordaba era que la acción transcurría en una ciudad similar al Londres medieval. Aquello era diferente. Intentó ver mejor la ciudad de tiendas…

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› ¡Le he recuperado! ¿Veis?‹/ms›

Xiu —› Miri, Lena: ‹ms› ¿Estás conduciendo a su lado?‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› No, es una vista que combina lo que se ve desde las colinas y desde varias cámaras de coche.‹/ms›

Xiu —› Miri, Lena: ‹ms› No parece que haga otra cosa que mirar a su alrededor.‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› Tengo bloqueado a Sharif. Tenemos a Robert para nosotras solas.‹/ms›

Lena —› Miri, Xiu: ‹ms› Esto es ridículo.‹/ms›

Miri —› Lena, Xiu: ‹ms› Bien, ahora soy Sharif y estoy sentada junto a Robert… Oh, ¡maldita sea!‹/ms›

Alguien tosió educadamente para llamar su atención. Robert se giró.

Era Sharif, sentado en el asiento del pasajero.

—No pretendía darle un susto, profesor. —La visión sonrió disculpándose—. He intentado reaparecer antes, pero había dificultades técnicas.

—No pasa nada —dijo Robert, preguntándose vagamente si Tommie seguiría interfiriendo.

Sharif señaló el paisaje.

—Bien, ¿qué le parece?

Era San Diego con un poco más de agua. Y gente diferente, una civilización diferente.

—Creía haber entrado en una de las historias de Terry Pratchett.

Sharif se encogió de hombros.

—Ha entrado en el círculo de opinión principal de Pratchett. Al menos en San Diego.

—Sí, pero… —Robert señaló la hierba—. ¿Dónde está Ankh-Morpork? ¿Dónde están los barrios bajos, los antros y la guardia de la ciudad?

Sharif sonrió.

—En Londres y en Beijing, profesor. Es mejor adaptar las fantasías para que se correspondan un mínimo con la geografía subyacente. Pratchett escribe sobre todo un mundo. Esto de aquí es lo que se ajusta a San Diego. —Sharif lo miró un momento—. Sí, esto es Abu Dajeeb. Ya sabe, el sultanato situado al sur de Sumarbad en El cuervo en llamas.

—Oh— ¿El cuervo en llamas?

—Fue escrita después de que usted, ah…

Después de que perdiese la cabeza, sí.

—Es… es enorme. Puedo imaginarme a alguien escribiendo sobre un lugar como éste, pero ningún hombre ni ningún estudio cinematográfico sería capaz de reunir todo lo que… —Robert se apartó rápidamente de la ventanilla cuando pasó volando una mujer montada en una iguana alada. (Pasó a vista real y vio un coche de la policía de tráfico adelantándolo.)

Sharif rio.

—No es obra de un solo hombre. Probablemente sea el resultado de las contribuciones de millones de admiradores. Como pasa con muchas de las mejores realidades, fue también una empresa comercial, el cine externo de más éxito en 2019. Con los años ha ido mejorando. Una demostración de amor de los fans.

—Ya. —A Robert siempre le había parecido fatal que se dedicaran tantos millones a la industria cinematográfica y que los escritores se hicieran ricos con las películas—. Apuesto a que Pratchett se llevó un buen pellizco.

Sharif sonrió con satisfacción.

—Más que Hacek. No tanto como Rowling. Pero los micropagos acaban acumulándose. Pratchett es propietario de una buena parte de Escocia.

Robert abandonó la imagen Pratchett. Había otras: vistas de Tolkien y cosas que no podía reconocer ni siquiera leyendo las etiquetas. ¿Qué era SCA? Oh, en la visión SCA los suburbios se convertían en aldeas extramuros y había castillos en la cima de las colinas más altas. Las zonas verdes tenían un aspecto salvaje de bosque tupido.

Por lo visto, Sharif lo seguía en su paseo virtual. Señaló el parque del valle de Los Pumas, a la derecha.

—Debería ver las ferias renacentistas. Ocupan todo el parque, a veces se representan batallas entre los barones de las colinas. Es estupendo, amigo mío, verdaderamente maravilloso.

Ah. Robert se volvió y miró atentamente a Sharif. Era exactamente igual que sus apariciones anteriores, excepto por la sonrisa de listillo que tenía en la cara.

—y tú no eres Sharif.

La sonrisa se ensanchó.

—Me preguntaba si llegarías a darte cuenta. La verdad es que deberías aprender a ser más paranoico con las identidades, profesor. Lo sé, has visto a Zulfi Sharif en persona. Ése es el estudiante graduado que crees que es, y el pelota que aparenta ser. Pero no tiene demasiado control. Puedo aparecerme como Sharif siempre que me dé la gana.

—No es lo que has dicho hace un momento.

Sharif frunció el ceño.

—Eso ha sido por otra cosa. Tienes más admiradores. Uno de ellos no es totalmente incompetente.

¿Eh? Robert pensó un segundo y luego forzó una sonrisa.

—Entonces será mejor que acordemos una clave, no vaya a ser que le suelte tus secretos al Sharif equivocado, ¿verdad?

El Extraño Misterioso no parecía contento.

—Muy bien. Cuando diga «amigo mío» por primera vez se iniciará un intercambio de certificados. No tendrás que hacer nada. —El rostro de Sharif estaba verdoso y sus ojos poco tenían que ver con los asiáticos. Sonrió—. Verás a tu geniecillo de la lámpara y sabrás que soy yo de verdad. ¿Qué te parece el plan de Parker?

—Ah…

Sharif, el Sharif-Extraño, se inclinó hacia él, pero no hubo ninguna sensación de movimiento en el asiento de cuero falso.

—Estoy en todas partes y aparezco donde me da la gana para obtener el resultado que deseo. A pesar del ingenio de Tommie, yo estaba allí. —Miró fijamente a los ojos a Roben—. Eh. Te has quedado sin habla, ¿verdad, profesor? y ése es precisamente el problema, ¿no? Quiero ayudarte en ese asunto, pero antes tendrás que ayudarme a mí.

Robert se obligó a sonreír tranquilamente. No daba con una buena respuesta. Lo mejor que se le ocurrió decir fue:

—Me prometes un milagro sin mostrarme ninguna prueba. Y si me ofreces ESR, no me apetece. Eso no es creatividad.

Sharif se inclinó hacia atrás con una carcajada franca y agradable. —Muy cierto. El ESR es un milagro terrible. Pero hoy en día es posible lograr milagros felices. Y yo puedo hacerlos.

El coche había abandonado la autopista. Se encontraban a pocos minutos de West Fallbrook y la casa de Bob. El Extraño Misterioso pareció admirar el paisaje un rato. Luego dijo:

—La verdad es que quería avanzar hoy mismo, pero si insistes en tener pruebas sólidas… —Hizo un gesto y entre ellos saltó un destello. Normalmente eso indicaba el traspaso de datos—. Echa un vistazo a estas referencias. y aquí tienes la prueba de que fui yo el principal responsable del descubrimiento.

—Le echaré un vistazo y volveremos a hablar.

—Por favor, no tardes mucho, profesor. Lo que tus alegres camaradas están planeando será imposible sin tu ayuda. Y yo lo necesito para ayudarte.

El coche entró en Honor Court y se detuvo un poco más allá, frente a la casa de Bob. Todavía no eran las cuatro y media de la tarde, pero la neblina oceánica ya se había levantado y empezaba a oscurecer. Aquí y allá jugaban grupos de niños, a lo largo de la calle. Sólo Dios sabía lo que estarían viendo. Roben salió al aire frío y… allí estaba Miri pedaleando hacia él en bicicleta. Se miraron incómodos. Al menos Robert se sintió incomodo. Normalmente no se veían, a no ser en compañía de Bob y Alice. Antes no habría sentido ni un instante de malestar por haber machacado a esta niña. Pero, por alguna razón, la furia simultánea de Bob y Alice y la rígida cortesía de Miri le hacían sentirse incómodo. No puedo quedarme aquí, debiéndole algo a una niña que tendría que debérmelo a mí.

Miri se apeó de la bici y se quedó a su lado. Observaba el coche. Robert miró alejarse el vehículo. Veía a Sharif todavía sentado en el asiento trasero; quizá ella también le viese.

—Es Zulfikar Sharif —dijo Robert, apresurándose a dar una explicación, como el alma culpable que era—. Me entrevista sobre el pasado.

—Oh. —Perdió el interés.

—Eh, Miri, no sabía que tuvieras bici.

Miri pasó a su lado empujando la bici.

—Sí —respondió muy seria—. No es buena como medio de transporte, pero Alice dice que el ejercicio me sienta bien. Me gusta recorrer Fallbrook y probar las últimas realidades.

Gracias al milagro de Epifanía, Robert suponía a qué se refería

—De hecho, en realidad no es mi bici. Es la de Bob, de cuando era más pequeño que yo.

Las llantas parecían nuevas, pero… sus ojos recorrieron el cuadro de aluminio, la pintura verde y amarilla que empezaba a desconcharse. Dios. Lena había insistido en que le comprasen la bicicleta. Le asaltaron los recuerdos del pequeño Bobby, de cuando intentaba con todas sus fuerzas aprender a montar. Había sido un verdadero incordio.

El resto del camino hasta la puerta lo hicieron en silencio. Robert caminaba un paso por detrás de su nieta.

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