Xiu Xiang miró las colinas oscuras.
—Me siento muy inútil, Lena.
—¿Tú te sientes inútil? —Lena Gu se rebulló irritada en la silla de ruedas.
El plan consistía en ser la presencia móvil en cualquier lugar donde pudiera aparecer Robert. Esa noche estarían sobre el terreno y nadie podría impedírselo. Pero la acción estaba en otra parte. Ni siquiera el transporte cooperaba, porque obedecía las «reglas de situaciones especiales» en todas las zonas cercanas a la UCSD. El coche se movía tan despacio como podían hacerlo ir, pero faltaban sólo treinta segundos para que alcanzara el extremo sur de aquel antiguo pedazo de asfalto, momento en el que, por mucho que protestasen, giraría a la izquierda en el cruce en T alejándose de la colina para llevarlas de vuelta a la autopista. Luego, si ellas lo deseaban, iría al norte hacia la autopista Ted Williams, giraría y volvería de nuevo al mismo punto.
Xiu miró las laderas oscuras. Y no vio nada.
—Tanto como he practicado y no consigo que las lentillas funcionen bien.
Lena dijo:
—La verdad es que no hay mucho que ver. Esas laderas deben de ser el terreno público menos inteligente cercano al campus.
Había algunas luces de verdad. Perfilaban las colinas e iluminaban las nubes bajas; todavía reinaba la locura alrededor de la biblioteca.
Unos minutos antes, Lena había guiado a Xiu por algunas de las vistas. Celebración o disturbio, fuese lo que fuese, las estadísticas de red eran impresionantes. Xiu ya no podía ver nada.
Vale, admito la derrota. Metió la mano en la mochila que tenía junto a los pies. Contenía sus proyectos de taller. Se había dicho que esa noche podrían serle de utilidad. Lo cierto era que no imaginaba de qué modo, pero esos cacharros eran la prueba de que Xiu Xiang todavía podía crear. En la mochila había algo útil, aunque no fuese uno de sus cacharros. Sacó la página visor y disfrutó de la aparatosa comodidad de la interfaz antigua. Recurrir a ella era como haber perdido el favor de los dioses… pero en aquel momento estaba demasiado nerviosa para usar Epifanía.
De pronto Lena dijo:
—¡Tenernos más audio de Juan!
La voz del chico era casi un susurro.
—Seguimos en Pilchner Hall. Estamos esperando a que el abuelo de Miri vuelva del sótano.
La voz de Miri llegó lejana al micrófono.
—No hacen nada.
—Déjame hablar con Miri —dijo Lena.
Xiu prestó atención un momento. No podía recibir vídeo y la Epifanía de Miri había sufrido un error 3030. (Xiu lo había consultado; el «3030» era un código genérico para un punto muerto del sistema producido por un conflicto de licencias.) Así que de momento sólo recibían mensajes de voz muy breves de Juan.
—Tengo que irme —susurró Juan, y la sesión terminó.
Lena guardó silencio, limitándose a mirar el ya familiar paisaje oscuro que pasaba.
—Quiero ver a los chicos. Les hace falta un buen interrogatorio… ¿Hay alguna probabilidad de que el enlace fuese falso?
—Juan es un chico cuidadoso. Sería casi imposible falsificar su certificado de Epifanía…
Lena se aclaró la garganta.
—Me parece que eran sus voces, pero hablaban en susurros y no decían mucho aparte de que todo es aburridamente seguro.
Era raro que si los niños necesitaban pasar desapercibidos y usar una tasa de transferencia baja no utilizaran la mensajería silenciosa. A lo mejor alguien creía que podía engañar a un par de ancianas. Más todavía, teniendo el vestible de Juan, ¡yo podría falsificar sesiones como ésta!, pensó Xiu. Miró a Lena.
—Quizá deberías llamar a los marines. —Se refería a Bob ya Alice.
—Sí, pero, si se trata de un pequeño contratiempo, ellos no pueden hacer más que tú o que yo. Y si se trata de una verdadera emergencia… bueno, podrían verse obligados a hacer algo terrible. —Lena tarareó nerviosa algunas notas de una melodía—. Y Miri ha dicho que todo iba bien. Verdaderamente bien.
—Quizá deberíamos llamar a la policía.
—¡Ja! Hoy en día no hace falta llamar a la policía; la policía te cae encima. —Lena miraba las laderas con los dedos temblorosos sobre los labios.
Durante los últimos meses, Lena Gu había sido una fuente constante de seguridad. ¿Y si las dos nos acobardamos?, pensó Xiu. Eso sí que era una idea aterradora. Intentó pensar en algo contundente que decir.
—Tu ex lleva «sin hacer nada» casi media hora. ¿No te parece que es demasiado tiempo?
Lena agachó la cabeza y habló en voz muy baja, casi como para sí misma.
—Oh, Robert. Estás tramando algo tremendamente estúpido, ¿no es así? —Miró hacia la oscuridad—. Vamos a darle cinco minutos más a Miri. Luego llamaremos al servicio de emergencia.
—Vale.
Recorrieron el valle, tan despacio que podían bajar las ventanillas. Penetró el olor resinoso de la gayuba. A la izquierda tenían la Autopista 5 dirección sur, un torrente oscuro de vehículos rápidos, bordeado por el resplandor de los carriles manuales. A la derecha tenían colinas oscuras, en cuyas cumbres parpadeaba la luz violeta. Xiang invocó una vista local de red, mirando alternativamente la vista y el mundo real.
El pequeño automóvil volvía a acelerar. Una agradable voz masculina les habló.
—Esta zona de autopista funciona mal. Pueden regresar a partir de las diez de mañana.
—¿Qué? ¡Ahora ni siquiera podernos volver en círculo! Tiene que haber alguna forma de anular esto, Xiu.
Xiang negó con la cabeza. Ésa sería la última vez que pasarían por allí esa noche. Xiu había ayudado a diseñar la capa de seguridad de hardware. Resolvía muchos problemas. Convertía Internet en un sistema seguro y productivo. Y ella se había convertido en su víctima… Pensó nuevamente en la bolsa de trucos colocada entre sus pies. Había invertido todo el semestre en construir aquellos dispositivos, sus sueños mecánicos. Quizá…
—¡Xiu! ¡Tráfico! —Lena señalaba la ladera.
Xiu se inclinó y miró por el lado de Lena. Vio dos rayos de luz que se apartaban de ellas.
—Parece un coche en modo manual. —Quizás estuviese en automático, pero sobre una carretera sin mejorar.
—Debe de estar en una vía de servicio. —Lena hizo una pausa yen la página visor de Xiu apareció un mapa con la carretera a la que no habían podido ir, la que llevaba a la vieja entrada trasera de Huertas.
Las luces volvieron hacia ellas para desaparecer tras un saliente. En la página visor de Xiu ni siquiera salía un marcador de navegación para el otro vehículo.
—¿Qué pretenden? —dijo Lena.
Su coche ya casi había llegado al cruce.
—¡Coche! —exclamó Lena—. Gira a la derecha.
—Lo siento. Esa carretera no existe. El único giro legal es a la izquierda.
—¡Gira a la derecha! ¡Gira a la derecha!
—Lo siento. Las llevaré al tráfico seguro en menos de cinco minutos. Por favor, ¿pueden darme un destino final? —Xiu apostó a que la empresa había decidido por lógica que se trataba de un cliente borracho. Si no se les ocurría nada razonable, el vehículo las llevaría de vuelta a Al Final del Arco Iris.
Lena tomó aliento.
—Estamos tan cerca… Espero. Tengo una respuesta al pingo Es del traje de Thomas Parker. ¡Están ahí! —Luego dijo, en voz mucho más alta—: Eh, coche, quiero hablar con tu supervisor… ¡y me refiero a un ser humano!
—Por supuesto, espere veinte segundos, por favor. —Al cabo de veinte segundos ya habrían pasado el cruce.
Lena Gu pareció hundirse en la silla de ruedas. Sus ojos iban alternativamente de las laderas al cruce que se aproximaba.
—Debemos detenerlos, Xiu. Apuesto a que podrían decirnos qué está pasando.
—¿Te descubrirás? ¿Dejarás que Ya-Sabes-Quién te vea?
—Me quedaré en segundo plano.
Pero la pregunta era retórica. El cruce estaba a cincuenta metros. En unos segundos girarían a la izquierda y el coche se las llevaría lejos ignominiosamente.
O… quizá no. Xiu levantó la mochila para colocarla en el asiento, a su lado. Tomó el tubo curvo y la lata de copos de diamante; había mejorado tanto su primer proyecto de taller que ya no se parecía nada a la bandeja de transporte original. El nuevo modelo estaba diseñado explícitamente para la destrucción; a veces una tenía que llamar la atención de las máquinas. Se arrodilló en el asiento encarado hacia la parte posterior del vehículo y apoyó el extremo del cortador en el salpicadero. Gracias al ejemplo de Robert Gu, se hacía una idea bastante acertada de qué cabía esperar.
—Lena, ¡agáchate!
Lena miró el tubo que Xiu tenía en las manos.
—¡Sí! —Se reía mientras intentaba aplastarse para quitarse de en medio.
Xiu le dio al botón (¡un botón físico de verdad!) y un rugido atravesó la cabina. Su bandeja de transporte, ahora un excelente acelerador, lanzó tres mil motas de diamante por segundo contra el salpicadero. El retroceso no era más que un ligero empujón continuo. Era fácil mantener la puntería. Algunos diamantes rebotaron y se clavaron en el techo, pero la mayoría penetraron directamente en el salpicadero. Movió el extremo del tubo y el agujero se ensanchó. Ya destruía los elementos internos.
El coche frenó poco a poco hasta detenerse, aparcando casi en el cruce.
—Fallo de sistema —dijo—. Activado sistema de emergencia. Por favor, salgan del vehículo y esperen la ayuda de emergencia.
Todas las puertas se abrieron.
—¡Ja! —dijo Lena—. Tenía la esperanza de que chocásemos y tuviésemos que cortar las puertas. —Pero ya salía del coche.
Xiu se había quedado sin habla.
¿De verdad lo he hecho yo? ¿La timidita X. Xiang?
Lena empujó la silla para ponerse delante del coche. —Tenemos que subir —dijo.
Para Alfred Vaz, varias noticias eran buenas. Había terminado la investigación falsa de los laboratorios GenGen y suministrado a los inteligentes analistas de Günberk pruebas que con el tiempo los desviarían mucho. Y al fin Alice Gu se había desmoronado, muy tarde, pero de un modo más espectacular de lo que Alfred había esperado; la gente de Keiko afirmaba que la vigilancia del DSI estaba cegada, en un caos. Dicho caos era un golpe de suerte inesperado para ella y Günberk. Para Alfred, significaba el triunfo completo. Unos minutos más y su programa privado de investigación estaría a salvo no sólo de Günberk y Keiko, sino también de la inevitable investigación norteamericana.
Y entonces las cosas se torcieron.
Miri Gu había encontrado a los tontos. Él había perdido a su único robot en el laboratorio y también la conexión de fibra con los tontos. Y ahora…
Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› El señor Conejo ha entrado en nuestra milnet.‹/ms›
Era una afirmación fantástica… y cierta. Durante los últimos diez minutos se habían producido pequeños fallos de comunicación, reintentos de enviar paquetes debido a errores que se sucedían un poco demasiado a menudo. Las estadísticas estaban muy por debajo del nivel para despertar sospechas cuando, en un gesto grandilocuente de típica megalomanía, Conejo había enviado un jumbograma de dos megabytes directamente por la milnet al extremo de la fibra.
Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Justo antes de que cortasen la fibra por lo visto los tontos locales pretendían escapar. ¿Cuánto tiempo nos queda?‹/ms›
Aparecieron cifras estimadas para «Tiempo para que los tontos puedan llamar a la policía» y «Tiempo para que responda el DSI». Pero la gente de Keiko tuvo una idea.
Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Por ahora, el DSI está ocupado con otra cosa. Puedo ser todo lo burda que quiera. Puedo engañar a los tontos para que crean que yo soy la policía local.‹/ms›
Semejante mascarada implicaría secuestrar una buena parte de la red local. Teniendo en cuenta la naturaleza altamente regulada de las redes del mundo moderno, esa acción era tan sutil corno un asalto de infantería. El DSI estaba realmente sumido en el caos.
Durante varios minutos no hubo tráfico administrativo. Alfred era consciente de que Keiko se hacía pasar por la patrulla de autopistas de California. Él prestaba atención a varias tareas que no se había atrevido a ejecutar mientras Alice Gong estuviese por allí. Los analistas de Günberk valoraban hasta dónde llegaba el entrometimiento de Conejo. Sus conclusiones venían marcadas con un verde tranquilizador.
Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› ¿Qué estaría haciendo Conejo?‹/ms› Había formas más fáciles de sabotear la operación. Por lo que podían determinar los analistas de red, Conejo había logrado poco más que sacudir el pomo metafórico de su milnet. Los psicólogos tenían una explicación: Conejo era famoso por su ego infantil. Simplemente no podía dejar pasar la oportunidad de demostrar de lo que era capaz… de ahí el jumbograma. Algo así no se podía considerar realmente como un acto de traición. Después de todo, Conejo seguía haciendo una magnífica labor con el disturbio de la biblioteca.
Algunos analistas proponían teorías más paranoicas. La favorita era que Conejo era China; de ser cierto esa noche sería la perfecta comedia de los Keystone Kops, con todas las Grandes Potencias persiguiéndose mutuamente. Pero también hacían elucubraciones de pesadilla: quizá Conejo hubiese engañado a los analistas de red y a los menos paranoicos. Después de todo, el jumbograma se había enviado justo antes de que se interrumpiese el enlace de fibra. Quizá Conejo fuese un Gran Terrorista que había manipulado a la Alianza para que fueran sus tontos e introducido a los suyos en el laboratorio para convertir rápidamente el establecimiento en una fábrica de muerte. Y quedaba el lanzador UP/Express en la zona de GenGen, que a todos los efectos era un sistema para lanzar cualquier arma.
Alfred suspiró. A la larga, temía a Conejo tanto corno le temían los paranoicos más extremos, pero esa noche… Bueno, si prestaban demasiada atención verían la operación de Alfred acechando en la sombra. Era mejor calmar las cosas.
Vaz —› Braun, Mitsuri: ‹ms› Estoy con los verdes. Sí, Conejo ha superado nuestras estimaciones más pesimistas. Ha entrado en la milnet de la operación, pero tenemos límites estrictos en el ancho de banda y mi gente todavía controla los cambios. No tenéis más que mirar las comprobaciones de consistencia. Aparte de no tener tropas físicas sobre el terreno, nosotros controlamos la zona MCog.‹/ms›
Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› También tenemos un buen control de la operación en la superficie. No hay ni rastro de nada raro por parte de Conejo. Lo importante‹/rns› ‹wait-on-message-pause/›
En el equipo de analistas había una hemorragia roja que partía del grupo de análisis estadístico en Moscú—Ciudad del Cabo. Eran los mismos que habían tenido razón sobre la trama del mercado de futuros de soja. Tenían credibilidad… y afirmaban que las vistas del lado none de la zona GenGen habían sido manipuladas. No eran las vistas que Alfred había manipulado. Para bien o para mal, sus colegas habían descubierto otro engaño.
Tenían prioridad los encargados de señales y estadística de todos los equipos de analistas. Un millar de especialistas, que un segundo antes podrían haber estado examinando una docena de problemas diferentes, analizaban de pronto los mismos datos. Una enorme cantidad de tareas monótonas fueron abandonadas para correlacionar datos procedentes de los sensores accesibles de los laboratorios. Era corno si la inteligencia indoeuropea fuese un gato inmenso en alerta, escuchando y observando para atrapar una presa.
Sólo una de las cámaras de la zona estaba desactivada, pero las otras estaban sutilmente mal registradas. Las inconsistencias estaban dispersas por toda la zona que la Alianza controlaba, pero el análisis hacía que la suposición de Moscú—Ciudad del Cabo fuese cada vez más un hecho. Una masa de engaño se movía por la zona Gen Gen a toda prisa.
¡Ahí! Una visión rápida de Miri Gu. Los analistas atacaron esa posición, extrayendo dos conjuntos de pasos del silencio fraudulento. Así que Conejo sí que tenía tropas sobre el terreno.
Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Maldito conejo. No podemos detenerle. No hace más que volver, volver y volver.‹/ms›
Un silencio. Luego:
Braull —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Yo puedo detenerle. Puedo cerrar la Crédit Suisse.‹/ms›
Otra larga pausa. Sí. Günberk había descubierto que Conejo dependía de una única autoridad certificadora de alto nivel. Todo en el mundo moderno, desde pilotar un avión grande hasta mover bytes entre componentes de un mismo procesador, se reducía en el fondo al intercambio de los marcadores de confianza adecuados, como exigía el Entorno de Hardware Seguro. Y muy por encima de las operaciones de Conejo, por medio de miles de millones de caminos diferentes, había una única fuente, la Crédit Suisse AC. Revocar esa autoridad desarmaría a Conejo. Probablemente destruiría el acceso del tipo a sus archivos más personales, dejándole sólo lo que la criatura pudiese almacenar en su cerebro natural (a menos que Conejo fuese realmente una IA, en cuyo caso no quedaría nada). Pero los daños colaterales serían enormes. Cerrar una entidad certificadora de alto nivel era un arma metafórica de destrucción masiva. Y en aquel momento era la única opción que les quedaba.
Braun —› Mitsuri, Vaz: ‹ms› Hay que detener al señor Conejo… he iniciado el procedimiento. Dentro de quince segundos la Crédit Suisse comenzará a emitir revocaciones.‹/ms›
Mitsuri —› Braun, Vaz: ‹ms› Lo siento, Günberk.‹/ms›
Durante la media hora siguiente el diez por ciento del aparato de confianza de Europa se sumiría en el caos. Las repercusiones sacudirían el mundo. Independientemente del resultado final de la misión, para Günberk Braun era un fracaso que acabaría con su carrera.
A Alfred Vaz le amenazaba otro tipo de fracaso. Acabar con Conejo había sido una de sus mayores esperanzas, pero ¡no en aquel mismo momento! Alfred regresó a los puntos de vista de GenGen. Ahogar a Conejo había consumido todo el margen de tiempo. Y me hacía falta ese tiempo para cubrirme. Estaba limitado a las medidas de emergencia: Alfred puso online a otros dos equipos secretos. Uno emplearía el truco de la mosca de la fruta para distraer a lo que quedase de Conejo. El otro destruiría el laboratorio dentro del laboratorio, destruiría el trabajo de años de Alfred. Pero también enviaría el gran premio del laboratorio a través del lanzador UP/Ex de GenGen.
Para Alfred Vaz, todavía era posible lograr algunos éxitos.
Gu el Mayor y Gu la Más Joven salieron de la caverna de Huertas en dirección sur. Tras ellos, la oscuridad se tragaba la entrada norte y los contenedores de troceado. La luz que viajaba sobre ellos brillaba unos pocos metros en todas direcciones.
—¿Cuánto falta para entrar en territorio enemigo? —preguntó Robert.
Miri se llevó un dedo a los labios. Hizo un gesto y un mensaje silencioso corrió por la visión de Robert.
Miri —› Robert: ‹ms› Tu pdf dice que los malos sólo controlan una pequeña parte de GenGen. Pero apuesto a que pueden oírnos. Ciñámonos a los mensajes silenciosos.‹/ms›
Robert jugueteó con la caja del cinturón. La visualización del teclado ayudaba, pero teclear resultaba tedioso. Sin Epifanía, casi todos los trucos que le había enseñado Juan eran prácticamente inútiles.
Robert —› Miri: ‹ms› Ok.‹/ms›
Miri caminaba en casi absoluto silencio y Robert intentó imitarla. De hecho, sin Winston y los otros, en el territorio de Huertas todo estaba muy silencioso. Quizás estuviesen tan solos como había afirmado el Extraño Misterioso, aislados tanto de los amigos como de los enemigos.
Miri leía mientras caminaban. Aparecieron más mensajes silenciosos.
Miri —› Robert: ‹ms› No sabía nada de «Alfred».‹/ms›
Era curioso que no preguntase por el Extraño Misterioso.
Robert tecleó algunas palabras comprimidas.
Robert —› Miri: ‹ms›¿ Ke pdms hcr?‹/ms›
Miri —› Robert: ‹ms› Bien, tenernos la lista del señor Listillo.‹/ms›
Agitó una mano en el aire y apareció flotando una página del pdf del Extraño.
Página 17
Qué hacer para derrotar a Alfred
Primero, incluso yo, vuestro misterioso amigo, no estoy exactamente seguro de qué trama Alfred (pero me consume la curiosidad). Éstas son algunas posibilidades:
(1) Volar los laboratorios biológicos, el terrorismo clásico de toda la vida. Pero ¿no os parece que se ha tomado muchas molestias si eso era lo único que pretendía? Sería una forma bastante tonta de malgastar nuestros talentos.
Si ésa es la situación, vosotros seréis los héroes de la velada, mis manos para desactivar esas cajitas que instalasteis… pero lo más probable es que vuestra fama sea póstuma. ¡Mis condolencias!
(2) Sabotear algún componente del laboratorio, quizá de una forma que no se hará evidente hasta que se produzcan desastres muy posteriormente. Un plan casi tan estúpido como el (1).
(3) Instalar (o enmascarar) algún diabólico software Intermediario que a Alfred propietario de hecho de la investigación realizada en la zona del laboratorio que tú, Robert, infestaste para él. Sería fantástico y es personalmente mi teoría favorita (ved mi proposición sobre las moscas de la fruta en el capítulo 3). Por desgracia para Alfred, esta broma se ha desmadrado de tal forma que dudo de que sobreviva a las auditorías que, con toda seguridad, le lloverán encima. En ese caso, los dos podéis ayudar pillando lo que Alfred no haya ocultado todavía.
(4) En caso de fallo del plan (3), o quizá sea éste el plan original, Alfred podría aprovecharse de los esfuerzos de vuestro conciliábulo para enviar fuera del laboratorio material biológicamente interesante.
[Diagrama del sistema de tubos de transporte neumático]
[Imagen del lanzador UP/Ex de GenGen]
¿Con qué fin? Oh, el habitual de los ataques terroristas… o, lo más probable, puede que se trate de algo extraño e interesante. Me creo capaz de identificar esa actividad. Vosotros, mis leales manos, podréis evitar físicamente la carga y el envío.
De momento, no sabemos mucho. Pero una vez que entréis en la zona Gen Gen alterada yo debería poder recuperar el contacto. Tened cuidado, guardad silencio y ¡buscadme en el cielo!
Las palabras de Miri sobrescribían el texto incluso antes de que Robert hubiese terminado de leerlo.
Miri —› Robert: ‹ms› Este tipo es siempre muy modesto.‹/ms›
Robert sonrió. Luego leyó el mensaje por segunda vez. Y pensó en todas sus conversaciones con Sharif, en el misterio de Sharif Real, Sharif Extraño y… Sharif Ciencia ficción. Oh, Dios mío.
Robert —› Miri: ‹ms›¿Cuánto de Sharif eres tú?‹/ms›
Ella le miró de reojo y por un instante su seriedad se transformó en una sonrisa deslumbrante.
Miri —› Robert: ‹ms› No estoy segura. En ocasiones estábamos todos mezclados con el verdadero Zulk Resultaba divertido oír lo que preguntaban los otros y lo que tú respondías. Pero lo más habitual es que yo estuviese congelada y sólo fuese el señor Listillo.‹/ms›
Robert —› Miri: ‹ms› El Extraño Misterioso.‹/ms›
Miri —› Roben: ‹ms› ¿En serio le llamas así? ¿Por qué?‹/ms›
Robert —› Miri: ‹ms› Sí.‹/ms›
Por la magia que me prometió. Pero eso no lo tecleó.
Miri —› Roben: ‹ms› Bien, creo que no es nada sin nosotros.‹/ms›
Más allá del pequeño charco de luz todo seguía oscuro, pero las paredes estaban más cerca. Casi estaban ya en el túnel elevado.
Robert —› Miri: ‹ms› ¿Cúando llegarán pp y mm?‹/ms›
Niños espiando a sus familiares e informando al Gobierno… Aquel aspecto de la tiranía era francamente mucho menos complicado si casi toda la familia estaba formada por agentes gubernamentales.
Miri —› Robert: ‹ms› No lo sé. No les he dicho nada.‹/ms›
¿Dónde está la tiranía cuando hace falta? Por un momento a Robert no se le ocurrió nada que decir.
Robert —› Miri: ‹ms› Pero ¿por qué?‹/ms›
Miri se detuvo un segundo, le miró con su terquedad patentada.
Miri —› Robert: ‹ms› Porque eres mi abuelo. Sabía que no habías tenido intención de hacerme daño. Sabía que sufrías interiormente. Sabía que Bob se equivocaba contigo. Pensé que si podía ayudarte en otras cosas mejorarías. Y has mejorado, ¿no?‹/ms›
Robert logró asentir. Miri se volvió y siguió avanzando.
Miri —› Robert: ‹ms› Pero la he fastidiado. Creía que sólo tenía que preocuparme de Listillo. Allí donde entrases ilegalmente, seguro que las alarmas saltarían al instante… y la presencia de Juan y mía mejorarían la situación para ti. Ahora Juan está…‹/ms›
Miri vaciló y luego le agarró la mano.
Miri —› Roben: ‹ms› Juan está malherido. ‹/ms›
Le tenía los dedos atrapados. No importaba. Robert no podía responder más que apretándole la mano.
Miri —› Robert: ‹ms› Pero la doctora Xiang anda por ahí fuera. Pedirá ayuda. Y a estas alturas el señor Blount estará hablando con la policía de verdad. Mientras tanto, todo depende de nosotros dos aquí abajo.‹/ms›
Casi cada una de las frases de Miri era una sorpresa, y si hubiese podido hablar o teclear libremente le habría planteado mil preguntas. ¿Juan? ¿Xiu Xiang? ¿Miri? ¿Tantos amigos haciendo lo posible por ayudar a un viejo tonto y a sus compañeros estúpidos?
El suelo respondía elásticamente bajo los pies. Estaban atravesando el túnel elevado hacia territorio GenGen.