LUNES

Lunes por la mañana


La voz de Martine Sitbon, que era amiga de Aimée desde la clase de álgebra en el instituto, sonaba cansada. Le quedaban quince minutos para terminar su turno de noche en Le Figaro.

– Ça va? Martine ¿Tienes unos minutos?-dijo Aimée

– Vaya Aimée. Cuánto tiempo-contestó la penetrante voz-. ¿Se trata de la llamada de una amiga en apuros o de una amiga en apuros o de una amiga de verdad?

– Podríamos decir que te debo una cena por todo lo alto-respondió Aimée riéndose

Martine bostezó con ganas

– Cuéntamelo antes de que me desintegre; me estás manteniendo alejada del calor de alguien que me espera en la cama, sobre el cual ya te contaré más en la cena. Iremos a La Grande Vefour: el paté y la veal d’agneau son soberbios.

Aimée se estremeció. Una comida sin vino costaba mínimo seiscientos francos. Pero Martine, excelente gurmet, siempre dictaba el restaurante.

– De acuerdo. No hay duda de que te ganarás la cena con este asunto. Lo primero: ¿todavía tienes a ese amigo en la seguridad social?

Bien sûr! Yo fomento y cuido mis relaciones. Soy periodista

– Estupendo. Necesito todo lo que puedas conseguir sobre unos miembros de Les Blanc Nationaux. Quiero saber de dónde sale su dinero.-Dio a Martine los nombres de Thierry e Yves.

Martine se detuvo a pensar

– ¿De qué va todo esto, Aimée?

– Un caso

– Aimée, los tipos que creen en la supremacía de la raza aria no siguen las reglas del juego. Esta cumbre europea de comercio está haciendo que muchas de esas ratas salgan a la superficie. Solo te digo que tengas cuidado

Merci. Una cosa más. Mira a ver qué encuentras sobre un asesinato a una persona que no era judía en 1943 en la rue des Rosiers, fuera o no denunciado. Y ya que estás en ello, sobre los colaboracionistas en al Marais.

– ¿Te refieres a los colaboracionistas nazis?-dijo Martine-. ¡Una materia muy delicada! A nadie le gusta hablar de ellos. Husmearé por ahí si me prometes tener cuidado

– Tanto como los piojos que se quedan atontados mirando la loción insecticida-dijo Aimée

– Mantén esa ingeniosa boquita a raya. Sé que durante la ocupación se confiscaron todos los periódicos, que se convirtieron fundamentalmente en propaganda alemana. Algunos distritos publicaron sus propias notas ilegales de una sola página con información local tal como nacimientos, defunciones y las tasas de electricidad. Pero lo comprobaré y te llamo. Una cosa más.

– Te escucho, Martine.

– Reserva para tres, por si mi novio quiere venir

Aimée soltó un gruñido. De verdad que esto le iba a salir caro


– Monsieur Javel, se acuerda de mí, ¿verdad?-Aimée mostró al zapatero la mejor de sus sonrisas-. ¿Le apetece algo de beber? Hablemos de nuestros intereses comunes.- Le mostró una botella verde de Pernod.

– Esto… ¿de qué se trata?- Félix emitió un gruñido balanceando sus arqueadas piernas.

– El asesinato de Arlette-repuso ella-. Puede que si compartimos información, las cosas resulten beneficiosas para ambos.

Antes de que él pudiera dudarlo, ella se abrió paso entre él y la puerta que llevaba a la trastienda. Estaba determinada a averiguar lo que realmente vio en 1943. A pesar del genio galo para la evasión, contaba con el Pernod para aflojarle la lengua.

El se encogió de hombros

– Cómo quiera. No tengo mucho que decir.-Se frotó la nuca con un trapo de franela grisácea mientras la conducía a través del estrecho distribuidor, un pasillo iluminado por una bombilla amarilla. Se quitó los zapatos y le indicó que hiciera lo propio antes de entrar en una salita de estar. La habitación, en la que hacía un calor sofocante debido a un moderno radiador de aceite, olía a arena usada para gatos. Una mecedora de estilo victoriano con ajados cojines de chintz estaba situada frente a un televisor verdoso de los sesenta. Sobre él se encontraba una antena con los cuernos doblados. Filas de cuentas de cristal azul en cascada formaban una cortina opaca que colgaba desde el marco de la puerta hasta el suelo y separaba así la pequeña zona de la cocina. Javel regresó de la cocina haciendo equilibrios con una bandeja en la que sostenía dos copas y una jarra de agua. Aimée se tuvo que contener para no levantarse y ayudarle, mientras laboriosamente dispuso la bandeja sobre una pulida mesa de roble. Junto con la botella, sacó una pequeña lata de paté y la mirada de él se iluminó.

– Tengo justo algo que le va perfectamente-dijo

Volvió a traspasar las sonoras cuentas a un desportillado cuenco de porcelana de Sèvres lleno de rancias galletitas saladas. Aimée lo observó mientras extendía unas servilletas bordadas con el borde de encaje y cogió una.

– Son casi demasiado bonitas para usarlas-dijo, al tiempo que se fijaba en las decoradas letras A y F entrelazadas.

– Las hizo Arlette. Todo el juego sigue guardado en el armario de nuestro ajuar. No tengo muchos invitados, y he pensado que podía utilizarlas.

– Usted conocía a Lili Stein-dijo ella-. ¿Por qué lo mantuvo en secreto?

El mezcló despacio el agua con el Pernod hasta que se tornó lo suficientemente lechoso. Extendió un poco de paté sobre una galletita.

– ¿Por qué anda fisgando?-dijo.

– Hago mi trabajo.- Se acercó con su silla-. El asesinato de Lili tiene relación con el de Arlette

El se rió y se sirvió más Pernod

– la absenta de Pernod de antes de la guerra se hacía con ajenjo y te consumía el cerebro

– ¿Quién mató a Arlette?-dijo ella

El bebió la copa y se sirvió otra

– ¿No es usted la detective?-dijo

– Pero usted tiene su propia teoría-repuso ella-. ¿Algo que usted vio y los flics no?

Un breve asomo de sorpresa cruzó su rostro

– ¿Qué vio usted?-dijo ella animada por la expresión de su mirada

Un eructo largo y sonoro emergió de las profundidades de su estómago

– Hijos de puta-dijo-. Me machacaron

– ¿Por qué? ¿Por qué le agredieron, Javel?

El entrecerró los ojos

– Usted es judía, ¿no?

Aimée negó con la cabeza

– ¿Y qué si lo fuera?

– No me gustan las de su tipo-dijo él-. Cualquiera que sea

– Entonces no me vote en la pasarela de miss Mundo-dijo ella

El extendió paté sobre más galletitas rancias y las empujó hasta colocarlas sobre el plato

Tenía que haber una manera de llegar hasta este hombrecillo de cabeza dura como el cemento.

– ¿No tiene usted miedo, Javel? Es decir, usted mencionó ataques y violencia gratuita de los neonazis en el Marais. Pero a mí no me parece que esté usted muy nervioso.

– ¿Por qué iba a estarlo?-espetó. Se sirvió otra copa.

– Exacto. Especialmente si supiera que el asesinato de Lili tuviera algo que ver con el pasado

– Déjeme en paz-dijo él-. Váyase.- Se dio la vuelta y torció el morro

– Dígame lo que vio.

El agitó el puño en el aire, pero seguía sin mirarla

En ese momento ella hubiera querido sacudirlo para que lo soltara

– Mire, sé que no le gusto, pero ¡guardárselo! ¡No va a hacer que Arlette vuelva! Usted quiere justicia, yo también. Y los dos sabemos que la tenemos que encontrar nosotros mismos. ¿No es así? ¿Hicieron los flics otra cosa que golpearle?

No podía ver su rostro. Finalmente él habló, aún dándole la espalda

– Todo empezó con ese maldito salmón en conserva

– ¿Qué quiere decir?-preguntó sorprendida

– Estaba metido en el armario de su ropa. Por todos los sitios-dijo él

– ¿Mercado negro?

Javel se volvió y alcanzó su copa. Ella le sirvió otra despacio. Las palabras de Rachel Blum daban vueltas en su cabeza

– Arlette vendía comida del mercado negro. Era una BOF, ¿verdad?-dijo

El levantó la mirada aturdido

– Hace años que no oigo esa palabra- suspiró-. Pasó gasolina, relojes, hasta medias de seda. Yo le dijo a Arlette que era demasiado peligroso

– ¿Le ayudaba Lili?-dijo ella

La saliva formaba burbujas en las comisuras de sus labios

– ¿Dónde estaba Lili? ¿La vio usted?

– Intenté disculparme-dijo encogiéndose de hombros-, pero había tantas huellas de sangre… Por todos los sitios

– ¿Por qué tenía usted que lamentar algo? ¿Discutieron usted y Arlette?

El asintió

– ¿Subían las huellas escaleras arriba?-preguntó Aimée-. ¿Pensó usted que eran de Lili?

Enarcó las cejas

– Javel: Lili vio lo que ocurrió ¿Por qué no se lo preguntó?

El movió la cabeza

– Había desaparecido. Había muchas huellas junto al fregadero

– ¿Lili no estaba allí? ¿Estaría escondida en algún sitio?

Entrecerró los ojos hasta formar pequeñas ranuras. Aimée tenía miedo de que estuviera a punto de desmayarse. Tomó un trago de Pernod para combatir el persistente olor a amoníaco de la arena para el gato

– Javel-dijo con voz sonora y cansada-, dígame por qué

– Se lo dijo al inspector.- Hablaba con mayor lucidez, sin ser consciente de las lágrimas que recorrián sus pómulos formando finas líneas de plata- Me golpearon con saña en la Double Mort. Me llamaron inválido. Dije que no podía levantarme y se rieron de mí. El primer inspector mostraba demasiado interés por un estraperlista colaboracionista.

– ¿Cómo se llamaba?-preguntó Aimée

– lartigue. Dicen que lo atropelló un camión nazi accidentalmente

– Lili sabía quién mató a Arlette, ¿no es así?-dijo ella

Empujó la copa vacía hacia ella y Aimée le sirvió más Pernod con un generoso chorro de agua

– Rachel dijo que Lili lo sabía-dijo Aimée-. Vamos, Javel, ¿quién más podría saberlo?

El se encogió de hombros y se inclinó hacia adelante

– Esa colaboracionista judía que se acostaba con un boche (asno)-susurró achicando los ojos-. Con su bebé bastardo.-Hundió los hombros-. Tenían los mismos ojos.

¿De quién hablaba?

– ¡Unos ojos demasiado azules para un judío!-repuso él

– ¿Cuándo la vio por última vez?-preguntó Aimée interesada

Su cabeza aterrizó pesadamente sobre la mesa. Se había desmayado. Cuando se puso a roncar, Aimée le arropó con la manta de ganchillo. Puso leche en un cuenco para el gato ausente, aclaró las copas en el mugriento fregadero y cerró la puerta tras ella sin hacer ruido.


Lunes por la noche


Le Renard, “el zorro”, era una reliquia de Les Halles de los cincuenta. De alguna manera se había escapado de la grúa y de la excavadora que habían campado a sus anchas en la rue du Bourg Tibourg cuando arrasaron el viejo mercado central de Les Halles. Allí, Violette y Georges servían su famosa soupe à l’oignon gratinée a las cinco de la mañana para los pocos pescaderos que aún ejercían su oficio en las cercanías.

Aimée había quedado en encontrarse con Morbier en ese lugar. Después de la información de Javel, contaba con conseguir la aprobación de Morbier para poner en marcha su plan.

Aimée había quedado en encontrarse con Morbier en ese lugar. Después de la información de Javel, contaba con conseguir la aprobación de Morbier para poner en marcha su plan

Penetró en la neblina formada por el humo de los cigarros y las sonoras carcajadas. Georges le guiño un ojo cuando se alisó el vestido negro, acomodó los dedos de los pies en el interior de sus zapatos negros de tacón y se ajustó el único collar de perlas bueno que tenía. Se deslizó al otro lado de la esquina de la barra para besarlo en las mejillas.

– ¡Eh! ¿Dónde has estado? El fisgoneo te ha mantenido demasiado ocupada como para darle a la lengua con los viejos flics?-bromeó Georges con cara seria

– En algún momento tenía que elevar mi nivel, Georges. Mi reputación estaba siendo mancillada- respondió ella con afecto

Morbier se encaramó junto a la barra mientras rebuscaba en los bolsillos del pantalón. Encontró un paquete vacío de Gauloises, estrujó el celofán y buscó en el abrigo

– ¿Hay alguna posibilidad de que este y yo recibamos algo de la cassoulet de Violette? Mientras hablaba dio un codazo a Morbier

– Voy a ver -dijo Georges con una sonrisa

Aimée se dirigió a Morbier

– Yo invito.-El fingió indiferencia

– ¿Y eso?

– Paga la empresa-dijo ella-. Bajo compra de información

El se rió y encendió un Gauloise sin filtro

Se abrieron paso hacia un reservado con asientos de ajado cuero marrón. Sucio pero cómodo, se trataba de una guarida de policías, con buena comida. Varias personas más de la comisaría inclinaron la cabeza y levantaron sus vasos de vino tinto a modo de burlón saludo cuando pasaron. Ella reconoció a algunos de la época de su padre. Una mesa de hombres con traje de raya diplomática discutía animadamente mientras sorbían el plato característico de George. Banqueros, agentes de bolsa, incluso algún que otro diseñador de moda famoso,se dejarìa caer por aqu… Muchas veces, Aimée había visto el Renault con chofer del primer ministro fuera, mientras {el entraba a comer algo. Así de bueno era

– No hay nada sobre el informe forense. La ficha de Lili Stein ha desaparecido.-Cortó un pedazo de crujiente baguette

– Necesito saber cuándo la mataron

– ¿Estás formulando una teoría que yo debiera conocer?

– Es solo una teorá-dijo Aimée

– ¿Cómo qué?-Levantó el borde del mantel y se limpió el bigote. Ella frunció el ceño y le tiró una servilleta de lino

– Nada apunta directamente a Les Blancs Nationaux. Las esvásticas que ví en la reunión, eran diferentes de la que había en…-Aimée hizo una pausa. Recordó las líneas carentes de sangre grabadas sobre la frente de Lili y escuchó la anodina voz del video sobre Auschwitz. Sintió que la invadía la ira

– ¿Ocurre algo?-dijo él

Ella se contuvo. La ira no le conduciría a ningún sitio

– No. El ataque más próximo, que aparecía en los videos que cogí prestados era quemar una estrella de David delante del Centro Judío

Solange Goutal, la recepcionista del Centro Judío, lo había adivinado

– ¿Qué cogiste prestados?- dijo él

Después de ver los videos, le alivió ver que Les Blancs Nationaux no habían grabado el asesinato de Lili. Pero eso no quería decir que no lo hubieran hecho. Solo que no había encontrado la cinta, si es que existía. No solo se ha acostado con Yves, sino que en lo más profundo de su ser, quería volver a hacerlo

– Como de una biblioteca-dijo ella. Todavía le dolía la espalda como si la hubieran pasado por encima grandes troncos rodando.

Morbier soltó un bufido

– Lo único que sé seguro es que son unos morbosos inadaptados-dijo él

– Inadaptados. Qué pintoresco-asintió Morbier-. Se imaginaron que eras un topo, y no están seguros de para quién

– Me apellido “misterio”, Morbier-repuso ella-. ¿Pillasteis a alguien en el control de alcoholemia?

– Cogimos a una de esas cucarachas por violación de la condicional. Eso es todo-dijo él

– Por lo menos no destruyeron una sinagoga a golpes-No hay duda de que los has hecho salir de su escondrijo, Leduc

Justo en ese momento apareció Georges con dos humeantes platos de soupe a l’oignon gratinée de fragante olor. Grandes y gruesos trozos de queso a medio fundir, colocados sobre un trozo de baguete, flotaban perezosamente en el centro. Desde hacía muchísimos años, esos enormes cuencos azules habían alimentado al amanecer a carniceros, pescadores, vendedores de verduras, de queso y de frutas.

Durante un rato el único sonido entre ellos fue el de los trozos de pan al mojarlos en la sopa

– Quiero los informes de un asesinato de 1943-dijo ella

Georges estaba de pie junto al mostrador con un trapo de cuadros azules y blancos sobre el brazo. Ella le hizo un gesto con la cabeza

– Café solo

El le guiñó un ojo por toda respuesta

Morbier se encogió de hombros

– ¿Podría tener este asesinato alguna relación?

– Un inspector llamado Lartigue lo investigó en 1943.-Aimée dejó caer un terrón de azúcar moreno en su café-. La víctima se llamaba Arlette Mazenc

– Antes de mi época. ¿Qué tiene eso que ver?-preguntó él

Tenía que tener cuidado con lo que le contaba, ya que sus sospechas se derivaban de información obtenida ilegalmente de su ordenador. Demasiado ilegal como para contárselo a Morbier

– Tengo otra teoría-contestó ella

– En 1943 mucha gente desapareció y no se realizaron lo que se dice investigaciones detalladas-dijo Morbier

– Ella no desapareció, Morbier. La asesinaron. Dame ese gusto, compruébalo-dijo ella

Su vos cambió

– ¿Por qué?

Ella hizo un geto a Georges para pedirle la cuenta

– Porque me pediste ayuda, ¿te acuerdas? Es terriblemente extraño que otra mujer muriera a palos en el mismo edificio que Lili. De alguna manera está relacionado

Morbier resopló

– ¿Relacionado? Ni siquiera es una coincidencia, Leduc. Si existe alguna conexión, es solo en tu mente

– A esta mujer, a Arlette, la sesinaron bajo la ventana de Lili…

Morbier la interrumpió

– Y cincuenta años más tarde un nazi se carga a Lili. ¿Dónde está la relación?

– Los forenses tendrían que decirlo

Georges les trajo a cada uno de ellos, junto con el cambio de Aimée, un chupito de un líquido ambarino.

– Calvados de mi hermano. Casero-dijo orgulloso

Aimée lo bebió de un trago y sintió que el áspero y fuerte sabor del licor de manzana le quemaba la garganta

– No me extraña que nunca veamos a tu hermano, Georges.-Aimée sonrió abiertamente. El ácido ardor se convirtió poco a poco en un cálido regusto

Morbier continúo

– Olvídalo. Estoy fuera del caso

– Pero tienes autoridad para conseguir viejos archivos. Morbier: todavía no puedo probar nada; necesito explorar las posibilidades

– Todavía no me has explicado la posible relación-dijo él levantando la vista. Dejó caer la ceniza en el mantel blanco de papel, salpicado de migas de pan

– Creo que Lili vio quién mató a Arlette-dijo ella

– ¿Y qué? Eso no explica lo de la esvástica

– No explica nada, Morbier, pero tengo que comenzar por algún sitio. Consígueme la ficha, déjame demostrar que el asesinato de Lili…

El la hizo callar

– Estoy fuera del caso, ¿te acuerdas? Leduc, limítate a los ordenadores. Aquí estás completamente fuera de onda

Ella puso los codos sobre la mesa y juntó los dedos mientras comenzaba a hablar

– Morbier: nunca has oído esto de mí y si dices algo, yo lo negaré todo

El se inclinó hacia adelante

– Pero tengo una idea. Es algo muy básico, pero quizá nos diga algo-dijo ella- Necesito Luminos para demostrar una teoría sobre los restos de sangre del tragaluz de Lili. Alguno de esos restos podría conducirnos al asesino

Al final se mostró de acuerdo


Más tarde, mientras se despedían de Georges, ella se dio cuenta de que Morbier se encontraba muy callado

– Quizá tendría que jubilarme-dijo, metiendo las manos en los bolsillos

Una vez fuera, en la rue du Borg Tibourg, ella buscó el pase del metro dentro de su bolso.

– ¿Qué pasa, Morbier?-preguntó distraídamente-. Lo que ocurre es que has bebido demasiado esta noche.- Entonces se fijó en su expresión de desamparo

– Nunca antes me habían expulsado de un caso-dijo él

– ¿Quién te echó exactamente?-preguntó ella

Se encogió de hombros

– Me informó mi superintendente cuando se marchaba

– ¿Se marchaba? ¿Lo han retirado del puesto?-Miró directamente a Morbier

– Lo han ascendido. Ahora informo directamente al jefe de la unidad antiterrorista. En la comisaría, en lugar de hablar de si ir hacia adelante o hacia arriba, hablamos de caprichos o de cuántos francos. Lo entiendes, ¿verdad?

– ¿Me estás hablando de sobornos?-inclinó la cabeza hacia un lado incrédula-. ¿El superintendente general de todo París?

Morbier volvió a encogerse de hombros

– Bueno, a decir verdad, de todos modos estaba en la lista de los ascensos para dentro de unos pocos meses. Solo ha ocurrido antes de lo esperado

– Entonces, ¿qué es lo que me estás diciendo, Morbier?

– Que podría ser una coincidencia o…- Miró la luminosa luna, en forma de uña, que permanecía suspendida en el frío cielo-. Caprichos de la naturaleza debidos a los ciclos de la luna. No lo sé

– ¿Por qué tendría que pasar por encima de ti alguien de la oficina antiterrorista?-preguntó ella

– Ciertas cosas ocurren y se trata de “o lo tomas o lo dejas”. Eso es todo. Vamos a dar un paseo

Ella se agarró de su brazo y comenzaron a caminar. Caminaron en silencio durante un tiempo. Como solía hacerlo con su padre. París era una ciudad para pasear cuando las palabras nos fallaban

Pasaron junto al Hôtel de Ville con las banderas tricolores ondeando en sus balcones, cruzaron el pont d’Arcole en dirección a la iluminada Notre Dame, camuflada por andamios cubiertos por una tela y puesto que le estaban lavando la cara, bajaron por la île de la Cité hasta el pont Neiuf junto al Louvre envuelto en las sombras y por su oscura oficina, y cruzaron el Sena por el pont Royal hasta la orilla izquierda.

Caminaron con brío por la elegante rue du Bac, así como por el abarrotado Boulevard Saint Germain, en el cual las terrazas estaban llenas de clientes fumando y bebiendo, haciendo gestos y riéndose, y de gente que los contemplaba. Modelos, estudiantes, turistas y grupos pegados al teléfono móvil.

En la rue St. Lous, a la vuelta de su apartamento, se detuvieron a tomar un sorbette en Berthillon, famoso por ser el mejor helado de París. Aimée escogió uno de mango y lima, y Morbier de vainilla. Finalmente se detuvieron delante de su oscuro edificio.

Lo besó en las mejillas. Morbier le apretó los brazos reteniéndola. Ella trató de retirarse, incómoda

– ¿No me invitas a subir?-le susurró al oído

– Tenemos una bonita amistad, Morbier, dejémoslo así. No te olvides de nuestro plan-dijo ella. Cruzó la puerta antes de que él pudiera realizar otro intento del que pudiera sentirse avergonzado por la mañana

Miles Davis la saludó en la puerta con entusiasmo. Ella se rió y lo tomó en los brazos

Cogió el teléfono en cuanto lo oyó sonar

– ¿Luna?-Era la voz de Yves

Aimée se quedó sin aire antes de por responder

– Te marchaste sin despedirte

¿Qué hago?

Como si leyera sus pensamientos, Yves habló de nuevo

– Vuelve. La contraseña de entrada es 2223. Te espero- Y colgó

Parecía tan seguro de sí mismo que eso hizo que se enfadara. Bueno, no iría. ¿Cómo iba a querer acostarse voluntariamente con un miembro de un grupo a favor de la supremacía de la raza aria, una mujer coherente y racional?

Rápidamente, Aimée desabrochó la cremallera de su vestido, dejó el collar de perlas en el cajón y se puso sus vaqueros rasgados y la cazadora de cuero negro

– Vas a quedarte con el tío Maurice-le dijo Miles Davis. Cogió la bolsa del perro y lo metió en ella unas cuantas galletas más-. Ayúdale a cuidar del quiosco. Te gusta Bizou, su caniche, ¿verdad?- El perro se metió de un salto dentro de la bolsa moviendo la cola con ganas-. Eso es lo que yo pensaba-.volvió a bajar las escaleras corriendo y paró un taxi.


Lunes por la noche


Hartmuth estaba sentado esperando en un banco de la plaza Georges-Cain contemplando como las sombras se alargaban. Había comprado caramelos de La Ptrovenza, los mismos calissons de frutas que solía llevar a Sarah. Pero lo que de verdad quería entregarle a ella era su corazón

¿Qué aspecto tendría? La última vez que se vieron él tenía dieciocho años y ella catorce. Ahora ambos tenían sesenta y tantos, y se preguntó por un instante si todavía se sentiría atraído por ella. La única mujer que había penetrado en su ser.

Tenía que aprovechar su segunda oportunidad, pasara lo que pasara. Se negaba a morir lleno de arrepentimientos. Escribiría una carta de renuncia al ministro de comercio y simularía tener problemas de salud. Se escaparía de los Hombres Lobo. Acamparía en el umbral de su puerta hasta que le aceptara.

Se produjo un ligero crujir de hojas y un golpe en los arbustos junto a él. Se acercó9 a investigar y solo vio la gravilla. Cuando regresó al banco había una figura envuelta en una capa. Saludó con la cabeza y volvió a sentarse. En ese momento Hartmuth giró la cabeza para mirar

Esos ojos, estanques de un azul cerúleo, tan profundo que comenzó a morderse de nuevo y los años se desvanecieron. No había duda

Durante un momento se sintió tan tímido y torpe como la primera vez que lo habían tocado. Un joven desgarbado y tartamudo de dieciocho años.

Las arrugas formaban una fina red en las comisuras de sus ojos. Oscuras ojeras los rodeaban y su piel pálida brillaba translúcida a la tenue luz de la farola. Exactamente como él la recordaba: reluciente como una perla. Una capa con caperuza lo cubría todo excepto sus ojos y los prominentes pómulos. Todavía era hermosa.

El sabía que la cirugía plástica no la había engañado. Ella se daría cuenta de las profundas arrugas que surcaban su rostro y de los pliegues de su cuello. Y su pelo, que una vez fue oscuro, se había vuelto completamente blanco.

Ella le escrutó el rostro y habló en voz baja.

– Estás distinto, Helmut

Nadie lo había llamado Hermut durante cincuenta años

– Tu cara ha cambiado, pero tienes los mismos ojos. Podía asegurar que eras tú

– Sarah-murmuró él, hipnotizado una vez más por sus ojos-. Te he b-buscado

– Me mentiste, Helmut. Deportaste a mis padres.- Saltó a la mezcla de francés y alemán que hablaban entre ellos-. Estaban muertos, y tú lo supiste todo el tiempo.

El se había esperado todo menos esto. En sus sueños, ella estaba tan ansiosa como él. Se dio cuenta de que ella esperaba que le dijera algo

– D-deportamos a todos en aquella época. Más tarde averigüé que ya no estaban, pero t-te salvé. Seguí buscándote después de la guerra, pero siempre era un c-callejón s-sin salida, porque yo mismo b-borré tu f-ficha.-Intentó tomarle de las manos.

Ella las retiró y movió la cabeza

– ¿Eso es todo lo que puedes decir?

– Eres la única-dijo él suavemente intentando volver a cogerle las mano-. Ja, no te dejaré m-marchar de nuevo. N-nunca.- Le temblaba la voz

– Me arruinaste la vida-repuso ella con voz ronca-. Me quedé aquí. Vi las palabras “puta de los nazis” escritas en la mirada de todos. Tenía quince años y di a luz sobre un suelo de madera mientras la portera utilizaba unas pinzas de hielo de metal como si fueran fórceps para sacar a nuestro bastardo. El día de la liberación, nos echaron a la calle. La muchedumbre trató de lincharme mientras yo abrazaba al bebé y ellos gritaban “bastardo boche”. Hasta Lili.

Hizo una pausa y tomó aire

– De todos los colaboracionistas, yo era a la que más odiaban, aunque hubiera compartido mi comida con ellos

Sus ojos relucían a la pálida luz de la distante farola

– Estuve en pie sobre el pedestal de una estatua durante dieciocho horas. Me marcaron la frente con una esvástica. Se burlaban de mí y me preguntaban cómo podía acostarme con un nazi mientras quemaban a mi familia en los hornos de Auschwitz

El movió la cabeza con incredulidad

– ¿Tuvimos un hijo? ¿Qué ocurrió?-dijo él dolorido con voz rasposa

– Murió cuando se me secó la leche. Sabes, Helmut, he tenido tantas razones para odiarte que es difícil escoger una crucial. Después de la liberación, me escondí en el gélido sótano de una granja y luché por mi comida contra los cerdos porque una colaboracionista con la cabeza rapada se tenía que esconder. Después de un año, la esvástica de mi frente comenzó a curarse. Pero durante años tuve constantes infecciones. Tuve que dejar Europa, marcharme. Aquí no había nada para mí. Nada. Nadie. El único barco que zarpaba de Marsella se dirigía a Argelia, así que yo, que una vez fui una estricta judía kosher, acabé cocinando en Orán para pieds-noir, que es como llaman a los franceses de las colonias. Gente buena y decente. Pasé a formar parte de su hogar. Se marcharon después del golpe de los sesenta. Más tarde me casé con un argelino de sangre francesa que trabajaba en la Michelin. Me comprendía y vivíamos bien, mejor de lo que yo pude imaginar. Pero la vida tenía para mí un hueco que no podía llenar.

Despacio, se retiró la capucha hasta que cayó formando pliegues sobre sus hombros. El erizado cabello corto y blanco le rodeaba la cabeza como un halo, haciendo que resaltara la irregular cicatriz rosada de la esvástica sobre su frente. Brillaba a la tenue luz.

Hartmuth ahogó la respiración

Le temblaba la voz cuando volvió a hablar

– Nunca me gustó que me tocaran los hombres, después de ti y del bebé. Al principio, resultó duro hasta con mi marido. Era un hombre bueno y paciente, y me esperó hasta que estuve preparada. Me habían hecho una carnicería en las entrañas con aquellas pinzas, así que no pude tener más hijos.

Hartmuth la escuchaba angustiado. La tomó de la mano y la acaricio, pero ella parecía absorta y resuelta a terminar.

– Argelia cambió y yo no había echado raíces allí. Pero tenía papeles y algo de dinero. Después de que mi pobre marido muriera este año, me sentía tan sola que regresé a Francia. En París sentía que, por lo menos, los fantasmas serían fantasmas conocidos. Quería volver al Marais, el único hogar que conocí. Podría pasar junto a la casa de mis padres todos los días, allí viviría otra generación nacida después de la guerra. Pero todo es demasiado caro aquí. Con mis referencias encontré un trabajo. Descubrí lo que le ocurrió a mi familia. Descubrí lo que hiciste con los inquilinos que vivían en nuestro edificio.

Hartmuth comenzó a tartamudear

– T-todo lo q-que p-pude hacer f-fue salvart-te la vida y amarte, no pude salvar al resto, cumplíamos órd-denos, era una guerra. Yo tenía dieciocho años y tú eras el ser más hermoso que yo t-toqué nunca. Después de verte escribía poesía. Los sueños inundaban mi cabeza. Quería llevarte a Hamburgo a vivir

– Has estado viviendo en el pasado- repuso ella

El le tomó la cara entre sus manos

– Te amo, Sarah.

Ella retiró la cabeza por primera vez. ¿Cómo podía hacer que se sintiera de nuevo así? ¡Semejante anhelo! Casi intentó acercarse a él, pero los rostros de sus padres flotaban ante ella. Negó con la cabeza

– Tu mente permanece en un pasado que nunca tuvimos.

– No necesitas hablar. Conozco tu corazón. Te sientes culpable porque sigues amando al enemigo-dijo-. Lo que tenemos no entiende de fronteras o religiones

– ¿Revolcándonos sobre el suelo}’-dijo ella.- ¿Comiendo como cerdos mientras otros morían de hambre? Escondiéndonos en las catacumbas, siempre escondiéndonos, temerosos de que nos vieras… ¿Qué era eso?

El bajó la cabeza

– Nunca quise que sufrieras, n-nunca. Incluso cuando no había esperanza de que siguieras viva, me perseguías.

A ella se le quebró la voz

– Quiero matarte. Había planeado hacerlo, pero…- dijo derrotada, con la cabeza gacha-. No puedo.

– Sarah, ¿podrás perdonarme?-Hartmuth sollozaba con la cabeza entre sus manos. Cuando por fin levantó la vista, ella se había ido. Nunca se había sentido más solo.


Lunes por la noche


Sarah echó el cerrojo a la puerta de la buhardilla y se acurrucó en la cama. La quedaban varias horas hasta que comenzara su turno de mañana. Apretó con fuerza la zona en la que había estado la estrella amarilla y trató de no recordar. Trató de olvidar, pero no pudo

Era 1942, el día más bochornoso y húmedo registrado en septiembre en los últimos treinta años. No se movía una brizna de aire. La escuela ya había comenzado, con deberes que hacer, se había convertido en una tediosa rutina. Tediosa rutina como permitía la ocupación nazi. Solo ella y Lili Stein lucían estrellas amarillas bordadas sobre sus uniformes escolares.

– ¿Quieres ver una cosa?-le preguntó Lili, esa chica zamba y sosa, después de clase.

Sorprendida al ver que una chica de dieciséis años se dignara dirigirse a ella, asintió fervientemente y la siguió. A sus catorce años, se sentía orgullosa de que una chica mayor buscara su compañía. El aire fresco emanaba de oscuros patios cuando pasaron por la tranquila rue Payenne. Cortinas de encaje colgaban sin vida de ventanas que habitualmente permanecían cerradas para hacer frente al calor.

En la plaza Georges-Cain, se sentaron en un banco a la sombra de los plátanos, junto a las columnas romanas. No había nadie en las calles, hacía demasiado calor. No había gasolina para los coches y en la distancia se oía el repique sobre los adoquines de los cascos de los caballos que guiaban los carros. Un aire denso y fétido flotaba sobre el Sena.

Se quitaron las batas blancas y las sumergieron en la fuente en forma de urna. Riendo, refrescaron sus cuellos y rostros sudorosos con agua fresca y cristalina. Lili se sentó y apoyó la espalda, con sus pequeños ojos llenos de preocupación.

– Se te ha caído algo de la bolsa antes de la clase de matemáticas-dijo Lili-. Pero lo he cogido para que nadie pudiera verlo.

Sacó de su bolsillo un calisson con forma de almendra, una especialidad de Aix-en-Provence.

Sarah se revolvió, culpable

– ¿De dónde ha salido esto?- preguntó Lili

– Mira, Lili…- dijo Sarah.

– Calla-la interrumpió Lili-. No me lo digas porque entonces tendré que delatarte. ¡Quizá tenga que hacerlo de todos modos, Sarah Strauss!

Sarah sacó una caja de la bolsa y la puso sobre la palma de la mano de Lili

Lili chilló de placer

– ¡No me lo puedo creer!-Abrió la caja y se metió un dulce en la boca con un gemido- ¡Exquisito!- Cogió unos cuantos más mientras lo saboreaba-. Los que mejor saben son los rosas

Sarah dejó que Lili se terminara los dulces de la caja de metal de la Provenza pintada con frutas y viñedos. Sus piernas colgaban dentro del agua fresca y burbujeante. Las libélulas zumbaban en el verde seto. Todo parecía tranquilo, en paz, como si no existiera una guerra.

Lili achicó la mirada.

– ¿Qué más tienes?

– Puedo conseguir más si no se lo dices a nadie-dijo Sarah-. ¿Estás dispuesta a dejar París si madame Pagnol encuentra la forma de ayudarnos a escapar a la zona no ocupada?

– Por supuesto. Estoy esperando a que dé la orden. Dijo que quizá sería la semana que viene-le confió Lili-. Madame me dijo que todavía hay trenes que van hacia el sur, pero hay que andar por el monte para llegar a la zona libre. Guías del pueblo están dispuestos a llevarnos, pero quieren de esto.- Lili se frotó las puntas de los dedos y le dirigió una mirada de complicidad.

– ¿Dinero?-preguntó Sarah inocentemente.

– Claro. O joyas. Puede que hasta comida-dijo Lili

Sarah tiró de su bolsa, nerviosa. Nunca había salido del Marais, ni siquiera de París.

– ¿Iremos juntas?

– ¿Dos estrellas amarillas a la vez? Es difícil saberlo.- Lili la miró-. Trae más de éstos. Necesito mantenerme a buenas con mi portera

– Pero podrían llamar la atención.- Sarah negó con la cabeza, incómoda-.Y yo no quiero que eso ocurra

– ¡Sarah Strauss, lo que harás es llamar la atención de la Gestapo si no puedo mantenerla callada!

Al día siguiente en la escuela, su maestra, madame Pagnol las informó de que, de un momento a otro, podría existir la oportunidad de escaparse. Así que durante varias semanas, tras las clases, se juntaban en la plaza Georges-Cain para hacer planes.


A Lili le habían emitido el carnet de identidad, con la “J” judía, al cumplir los dieciséis años, tal y como era costumbre en Francia. Sarah sabía que si Lili reclamaba cupones de racionamiento, los nazis le pedirían el carnet de identidad y la enviarían directamente a la cárcel de Drancy. También se dio cuenta de que Lili subsistía a base de la comida que podía compartir con ella.

Cada noche, Helmut la aseguraba que había comprobado los campos de retención en busca de sus padres. Le prometió que los encontraría y que haría todo lo posible por encontrar comida. Pero era tan generoso que ella se sentía culpable. Culpable por aceptar la comida aunque alimentaría a Lili y a otras personas de su edificio.

La mayoría de las veces conseguía ignorar sus emociones enfrentadas, su culpa contra sus crecientes sentimientos hacia él. No le gustaba admitir lo atractivo que le resultaba, con el brillo de sus oscuros y relucientes ojos a la luz de la caverna iluminada por velas, como esas estrellas de cine que había visto en las revistas de su hermana mayor antes de la guerra. Se dijo que él lo entendería cuando escapara. Como judía, su deber era escapar.

La mayoría de la comida de Helmut era bastante exótica, especialmente para los judíos educados en la tradición kosher. Ella no apreciaba demasiado el foie gras en las latas de Fauchon.

– Mi portera dice que Fauchon es la mejor tienda de comida de París-dijo Lili un día mascando con fruición-. El rabino nos perdonará que no comamos comida kosher, ¿verdad?

Por primera vez, pudo presentir la duda en el tono de voz de Lili.

– No tenemos mucho donde escoger. De todos modos, es hígado de oca, no de cerdo

Lili desvió la mirada, pero no antes de que Sarah pudiera ver en su rostro una expresión de alivio

Esa noche se produjo otra redada en el Marais. El ruido de los autobuses de color verde botella con la parte trasera descubriera, llenos de judíos que se agarraban a bebés llorando y a sus maletas, retumbaba por las oscuras calles. Lili y ella se pusieron nerviosas. Cada día era más peligroso andar por la calle con una estrella amarilla.

Recordaba que el cielo estaba pintado por la inusual luz de un atardecer naranja, a finales de octubre. Una tarde, después de despedirse de Lili, Sarah regresó a la catacumba. Siempre le gustó regresar a aquella seguridad fría y oscura. Incluso había descubierto otra salida a la plaza Georges-Cain y unos cuantos bustos de mármol de gran tamaño que sobresalían de entre la porquería. Uno era como la imagen de César Augusto que madame Pagnol había señalado en el libro de historia. Como el busto que habían visto en el parque en una excursión con la clase el día en el que madame hizo la foto.

Escuchó un ruido detrás de un poste de madera y levantó la vista. Ahí estaba Lili, escondida en un nicho de huesos de fémur.

– ¿Sobre quién pasas información?-dijo como si la cosa no fuera con ella, con la boca llena de turrón

Sarah se incorporó de golpe, sorprendida, y al hacerlo se golpeó la cabeza con el techo de tierra

– ¿Cómo has entrado?

Lili ignoró la pregunta

– Tienes que ser una confidente para conseguir toda esta comida. Vamos, no diré nada.-Hizo una pausa-. Seré mejor que tengas cuidado: ya no estás tan delgada

– Me has seguido… ¿Por qué? Lili, no seas avariciosa. Yo comparto con otros. Tú ya tienes suficiente-añadió entonces Sarah

– Mi portera es avariciosa. Se ha mudado otra familia a mi apartamento-dijo Lili jugueteando con las piedras incrustadas en la pared-. Si no le doy más, no podré quedarme

Sarah se fijó en las oscuras sombras bajos los ojos de Lili, en sus mejillas hundidas y las remendadas suelas de sus zapatos

– Intentaré conseguir más. Pronto funcionarán de nuevo los trenes. ¡Nos escaparemos!

Lili la miró fijamente

– ¿Sobre quién informas?

– ¡Sobre nadie! Un soldado es el que comercia conmigo-dijo Sarah a la defensiva

– ¿Qué tipo de soldado? ¿Qué es lo que haces para él?

– ¿A ti que te importa, Lili? Comes gracias a mí.- Intentó no sentirse avergonzada-. Déjalo estar

Se cayeron algunos terrones de tierra. Muerta de miedo, vio que Helmut descendía y bloqueaba la débil luz al hacerlo. Lili comenzó a chillar y se apoyó contra la pared. Un Helmut vestido con uniforme negro sonrió interrogante mirándolas a ambas. Entonces puso suavemente la mano sobre la boca de Lili, hizo que se sentara y le hizo un gesto a Sarah para que se acercara.

– No pasa nada, Lili. No te hará nada-balbuceó

La expresión aterrorizada de Lili alternaba miradas acusadoras ante la aplastante realidad de que un nazi visitaba a Sarah. Helmut sacó del bolsillo salmón envasado en una bonita lata y lo puso en las manos de Lili.

Ja, ja, cógelo, s´il te plaît-dijo posando un dedo sobre sus labios-. Ssss… ¿Ça va?

Achicó los ojos. El rojo rostro abotargado de Lili mostraba a un tiempo hambre y miedo. Abrió los puños y con mucho cuidado cogió las latas de salmón sin tocarle los dedos. Helmut se encogió de hombros

– Sarah-dijo, rodeándole la cintura con el brazo-, ja, tu invitada no tiene buena educación.

Ella notaba fuego en sus mejillas. Lili los miraba celosa. Se dio cuenta de que Lili los veía como amantes

– Dale las gracias y vete sin hacer ruido-dijo Sarah, evitando mirar a Lili a la cara

– Merci-fue lo que salió de la boca de Lili en forma de un agudo chillido. Rápidamente subió con dificultad escalera arriba

– ¿Quién es?-preguntó Helmut

Sarah puso los ojos en blanco

– Una compañera de clase, tonta, estúpida. Lleva una estrella amarilla. No te preocupes.- Intentó expulsar de su mente la expresión de Lili

Helmut miró el reloj

– Solo he venido a decirte que tengo que coger una cosa y volveré luego.-Había cambiado el turno porque odiaba dejarla sola por la noche.

Sacó una grasienta salchicha de la bolsa del uniforme de las SS y le guiño un ojo

.La contribución al esfuerzo de la guerra de algún carnicero de Hannover. Más tarde volvió con terrina de pato recubierta de hierbas y gelatina. Comieron mientras la cera de las velas goteaba perezosa sobre la caja de té. Después de comer, ella le enseño francés, como hacía siempre. Su amplio jersey de lana le resbalaba de los hombros cuando le corregía las conjugaciones verbales con un grueso lapicero.

Très bien, Helmut. Buen trabajo.-Sonrió-.Bravo.

Posó el cuaderno y la atrajo hacia él. Con una mano se desabrochó el uniforme y extendió la chaqueta formando una almohada sobre la tierra. Ella se alarmó y hundió sus dedos en la mugre del suelo. No tenía hermanos, y ni siquiera había visto nunca a su propio padre sin camisa. Helmut mostraba tensos músculos sobre su pecho carente de grasa y su piel relucía.

Dividida entre el miedo y la gratitud, se sintió paralizada. ¿No buscaba a sus padres? ¿No le daba comida? Los nazis que habían supervisado las redadas policiales en su vecindad no eran como él. Helmut siempre era divertido y generoso con la comida. A la oscilante luz de la vela, él hizo que se acostara y su negro cabello se enredó con la insignia de guardia de asalto que destellaba en su guerrera. Se puso rígida.

– Non, Helmut-dijo negando con la cabeza

El recorrió su rostro con el dedo al tiempo que se lo sostenía con la otra mano. Sarah hizo un gesto de dolor cuando él abrió la boca para hablar. Quería que se detuviera

– No te preocupes, Sarah. No te haré d-daño.-Se acercó más y le acarició la nacarada mejilla con la suya

Ella inhaló su aroma a humo mientras él posaba la cabeza en su cuello. Le rozó suavemente el costado del cuello con los labios y sus besos descendieron por la garganta

Se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué lo hacía? Sus labios recorrían el camino hacia su ombligo y ella sintió oleadas de calor que la recorrían. La besó bajo el pezón y en el costado del pecho, sin dejar de acariciarle el rostro. Durante largo tiempo, acarició sus hundidas mejillas y la besó detrás de las orejas y en los ojos, solo abrazándola. Ella gimió. Ahora no quería que se detuviera. Finalmente, sus sombras se entrelazaron y oscilaron hacia adelante y hacia atrás en los muros de la caverna de la vieja catacumba romana

De camino a la escuela a la mañana siguiente, pensó que todo el mundo se fijaría en las manchas de su uniforme. Demasiada comida. Pero solo se fijaron en la estrella. Entró en la “sinagoga”, el último vagón del metro y el único en el que se permitía subir a los judíos. Se sentía agotada. No se había quedado dormida hasta el amanecer, cuando Helmut se marchó. En su clase había una nueva profesora y también un pupitre vacío. Madame Pagnol se había ido. Lili también.

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