Bill y yo ya nos habíamos peleado otras veces. Ya me había hartado, estaba cansada de todo lo que tuve que aprender acerca de la cultura vampírica para lograr encajar, y también estaba asustada de meterme tan dentro en todo eso. A veces, quería estar rodeada de humanos.
Así que durante tres semanas eso fue lo que hice. No llamé a Bill; él tampoco a mí. Sabía que había vuelto de Dallas porque dejó mi maleta en el porche delantero. Cuando la abrí, encontré un joyero de terciopelo negro en una de las bolsas laterales. Habría deseado tener la suficiente fuerza de voluntad como para no abrirlo, pero no la tenía. Dentro había un par de pendientes de topacio y una nota que decía: «Van a juego con tu vestido marrón». Se refería al vestido que había llevado en el cuartel general de los vampiros. Le saqué la lengua a la caja, y esa misma tarde me acerqué a su casa para dejar el joyero en su buzón. Por fin se había animado a comprarme un regalo, y ahora iba yo y se lo devolvía.
Ni siquiera traté de «pensar antes de actuar». Imaginé que mi cabeza se aclararía en breve, y entonces sabría qué hacer.
Leí los periódicos. Los vampiros de Dallas y sus amigos humanos eran ahora mártires, lo que probablemente obligara a Stan a esconderse por un tiempo. La Masacre nocturna de Dallas fue referida en todos los periódicos como el ejemplo perfecto de un crimen aborrecible. Se presionó a las cortes para que aprobaran toda clase de leyes que nunca jamás serían recogidas en un código, pero a la gente le hacía sentirse bien el hecho de plantear tales absurdos. Por ejemplo, leyes que proporcionaban edificios protegidos por los federales a los vampiros, leyes que permitían a los vampiros ser elegidos para ciertos cargos políticos (aunque nadie sugería que un vampiro pudiera presentarse a senador o congresista). Incluso había una propuesta en la Cámara de Texas para designar a un vampiro como verdugo del estado. Un tal senador Garza había dicho: «la muerte por mordisco de vampiro se supone que es indolora, y además el vampiro se alimenta».
Tenía noticias para el senador Garza: los mordiscos de los vampiros solo son indoloros si así lo desean. Si el vampiro no te hechiza primero, un mordisco que no sea de broma (como podría serlo un mordisquillo juguetón) duele como el mismísimo Infierno.
¿Estaría relacionado el senador Garza de alguna manera con Luna? Lo más seguro es que no; Sam me dijo que «Garza» era un nombre común entre los mexicanos, como «Smith» lo era entre los americanos de ascendencia inglesa.
Sam no me preguntó por qué quería saberlo. Eso me hizo sentir un tanto desamparada, ya que creía ser alguien importante para él. Pero esos días estaba preocupado, fuera y dentro del trabajo. Arlene decía que en su opinión estaba saliendo con alguien, lo que era una total sorpresa, ya que nadie recordaba cuándo fue la última vez. Nadie la había visto, lo que nos resultaba extraño de por sí. Traté de hablarle sobre los cambiaformas de Dallas, pero solo sonrió y encontró una excusa para ponerse a hacer otra cosa.
Mi hermano, Jason, se pasó por casa a comer un día. No era lo mismo que cuando vivía mi abuela. La abuela siempre tenía preparada una comida excelente a todas horas, y ahora cenábamos sándwiches. Por aquel entonces, Jason venía más a menudo; la abuela era una cocinera fuera de serie. Preparé sándwiches de carne y ensalada de patata (aunque no le dije que era comida precocinada), y para terminar algo de té de melocotón. Tuvo suerte de que me quedara.
– ¿Qué os pasa a Bill y a ti? -preguntó de sopetón. Había tenido el buen gusto de no hacer preguntas en el camino de vuelta del aeropuerto.
– Estamos enfadados -dije.
– ¿Por qué?
– Rompió una promesa -respondí. Jason se esforzaba por actuar como un hermano mayor, y yo debería aceptar su preocupación en lugar de enfadarme. Se me ocurrió pensar, y no por primera vez, que igual tenía un temperamento muy fuerte. En determinadas circunstancias. Apagué mi sexto sentido para oír solo lo que Jason me decía.
– Lo han visto en Monroe.
Suspiré.
– ¿Con alguien más?
– Sí.
– ¿Quién?
– No te lo vas a creer. Con Portia Bellefleur.
No me hubiera sorprendido más que si me hubiera asegurado que Bill estaba saliendo con Hillary Clinton (aunque Bill fuera demócrata). Miré a mi hermano como si de repente hubiera reconocido ser Satanás. La única cosa que Portia Bellefleur y yo teníamos en común era el lugar de nacimiento, los órganos femeninos y el pelo largo.
– Bueno -dije por decir algo-. No sé si reír o llorar. ¿Tú qué piensas?
Si alguien sabía de mujeres, ese era Jason. Al menos, desde el punto de vista de los hombres.
– Es todo lo contrario a ti -sentenció sin pensárselo dos veces-. En todos los aspectos. Tiene estudios, proviene de la aristocracia y es abogada. Además, su hermano es poli. Y van a conciertos sinfónicos y esas mierdas.
Las lágrimas me escocieron los ojos. Hubiera ido a uno de esos conciertos con Bill si me lo hubiera pedido.
»Por otro lado, tú eres lista, guapa, y encajas con él. -No sé qué quería decir Jason con eso, y decidí que sería mejor no preguntar-. Pero no somos aristócratas. Trabajas en un bar, y tu hermano en una grúa. -Jason me ofreció una sonrisa torcida.
– Llevamos aquí tanto tiempo como los Bellefleur -respondí, sin dejar que trasluciera mi malhumor.
– Lo sé, y tú lo sabes también. Y Bill, porque por aquel tiempo aún estaba vivo. -Cierto-. ¿Qué ocurre con el caso de Andy? -preguntó.
– No se han presentado cargos aún, pero los rumores acerca de ese club sexual se extienden con rapidez. Lafayette estaba encantado de que le hubieran aceptado; evidentemente se lo mencionó a muy poca gente. Dicen que ya que la primera regla del club es guardar silencio, Lafayette encontró su final debido a su entusiasmo.
– ¿Qué es lo que opinas tú?
– Pienso que si cualquiera creara uno de esos clubes en Bon Temps, me hubiera llamado -aseguró sin una pizca de humor.
– Pues tienes razón -dije, impresionada por lo sensible que Jason podía ser-. Serías el número uno de la lista. -¿Por qué no había pensado en ello antes? No solo Jason tenía una reputación como don Juan, sino que además era atractivo y soltero.
– Aunque puede que… -dije despacio-, como Lafayette era gay…
– ¿Qué?
– Que igual ese club, si existe, solo admite gente a la que esas cosas no les importan.
– Puedes estar en lo cierto -convino Jason.
– Sí, Sr. Homófobo.
Jason sonrió y se encogió de hombros.
– Todo el mundo tiene un punto débil -reconoció-. Además, como sabes, Liz me ha atado en corto. Creo que cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta de que si Liz no comparte ni una servilleta, mucho menos un novio.
Correcto. La familia de Liz era conocida por llevar al extremo la frase: «ni prestar ni dejar que me presten».
– Hay muchas cosas peores que ser gay.
– ¿Cómo qué?
– Ladrón, traidor, asesino, violador…
– De acuerdo, de acuerdo, pillo la idea.
– Confío en que sí -dije. Nuestras diferencias me sacaban de quicio. Pero quería a Jason de todas formas; era lo único que me quedaba.
Vi a Bill con Portia esa misma noche. En el coche de Bill, conduciendo hacia Claiborne Street. Portia tenía la cabeza girada en dirección a él; estaban hablando. Bill miraba hacia delante, inexpresivo. No me vieron. Volvía del cajero automático, de camino al trabajo.
Oírlo y verlo en directo eran dos cosas muy diferentes. Sentí una abrumadora sensación de ira, y comprendí lo que Bill sintió cuando vio morir a sus amigos. Quería matar a alguien. Solo que no estaba segura de a quién.
Andy estaba en el bar esa noche, sentado en la sección de Arlene. Me alegré, ya que no parecía estar en un buen momento. No se había afeitado, y sus ropas tenían un aspecto horrible. Se acercó a mí cuando salía y pude oler la borrachera.
– Vuelve con él -me dijo. Su voz despedía furia-. Vuelve con el puto vampiro para que deje a mi hermana en paz.
No sabía qué decirle. Lo contemplé mientras salía del bar. Se me pasó por la cabeza que ahora la gente no estaría tan sorprendida como hace unas semanas de saber que se había encontrado un cadáver en su coche.
A la siguiente noche, las temperaturas descendieron. Era viernes y estaba cansada de sentirme sola. Decidí ir a ver el partido de fútbol americano. Se trata de un pasatiempo habitual en Bon Temps, y los partidos se discuten durante la mañana entera del lunes en todas las tiendas de la ciudad. El partido se televisa dos veces en un canal local, y las jóvenes promesas, embutidas en el uniforme de piel de cerdo, son tratadas como auténticos nobles, vaya estupidez.
No vas al partido sin arreglarte un poco.
Me recogí el pelo con una goma elástica y me ricé el resto, por lo que los bucles me colgaban por encima de los hombros. Ya no tenía ningún moratón. Me maquillé al completo, hasta utilicé perfilador de labios. Me puse unos pantalones holgados negros y un jersey de color negro y rojo. Me calcé las botas de cuero negras, y mis pendientes de aro dorados. Luego me puse una diadema roja y negra para ocultar la goma elástica (adivina cuáles son los colores de nuestro equipo).
– Perfecto -dije, tras ver el resultado en el espejo-. De puta madre. -Cogí la chaqueta negra y el bolso y conduje hasta la ciudad.
Las tribunas estaban llenas de gente que conocía. Una decena de voces me llamó, otra decena me dijo lo guapa que estaba, y el problema era… que me sentía miserable. En cuanto me di cuenta, pegué una sonrisa en mi rostro y busqué alguien con quien sentarme.
– ¡Sookie! ¡Sookie! -Tara Thornton, una de mis mejores amigas, me llamaba desde lo alto. Empezó a hacer gestos para que me acercara y yo le sonreí y comencé a escalar en su dirección, sin dejar a saludar a gente por el camino. Mike Spencer, el director de la funeraria, estaba allí, con su traje favorito estilo vaquero, y también la buena amiga de mi abuela, Maxine Fortenberry, y su nieto Hoyt, que era amigo de Jason. Vi también a Sid Matt Lancaster, el viejo abogado, cubierto de ropa y al lado de su esposa.
Tara estaba acompañada por su prometido, Benedict Tallie, al que de forma inevitable se le llamaba «Huevos». Junto a ellos se encontraban el mejor amigo de Benedict, J.B. du Rone. Cuando vi a J.B. me empecé a animar, así como también mi libido reprimida. J.B. podía ser perfectamente portada de una novela rosa; era encantador. Una pena que careciera de cerebro, como descubrí tras unas cuantas citas con él. Con J.B. no hacía falta levantar el escudo mental; no había ningún pensamiento que leer en su cabeza.
– ¡Hey, qué tal estáis!
– ¡Estupendo! -dijo Tara, con cara de felicidad-. ¿Y tú? ¡No te veo desde hace un montón! -Llevaba el pelo corto, a lo gargon, y el color de su barra de labios sería capaz de encender un fuego de lo intenso que era. Vestía de blanco deslucido y negro, con un pañuelo rojo para demostrar su pasión por el equipo. Ella y Huevos compartían una bebida comprada en el propio estuario. La habían aderezado; pude oler el bourbon desde donde estaba.
– Déjame un hueco a tu lado, J.B. -dije con una sonrisa.
– Claro, Sookie -respondió. Parecía muy contento de volver a verme. Ese era uno de los encantos de J.B. Entre los otros estaban una dentadura blanca perfecta, una nariz rectilínea y una cara tan masculina y tan atractiva que te daban ganas de pellizcarle las mejillas; por no hablar de su amplio pecho y pequeña cintura. Quizá no estuviera tan bien como antes, pero J.B. era humano, y eso era un gran punto a su favor. Me acomodé entre Huevos y J.B., y Huevos se giró con una sonrisa en la cara.
– ¿Una bebida, Sookie?
No suelo ser muy amiga del alcohol, ya que veo sus resultados todos los días.
– No, gracias -contesté-. ¿Cómo te va, Huevos?
– Bien -dijo, tras pensarlo. Había bebido más que Tara, había bebido demasiado.
Hablamos sobre amigos mutuos y convencionalismos hasta la patada inicial, momento a partir del cual el único tema de conversación fue el partido. El partido en términos generales, ya que cada uno de los jugados en los últimos cincuenta años estaba grabado en la memoria colectiva de Bon Temps, por lo que se comparaba con el resto de los juegos, y estos jugadores con los que habían pasado por el equipo. En esta ocasión sí que pude disfrutarlo algo, ya que había desarrollado mi escudo mental y no «escuchaba» lo que estaban pensando, solo lo que en verdad querían decir.
J.B. se acercó más y más, después de dedicarme una ristra de piropos sobre mi pelo y mi cuerpo. La madre de J.B. le había enseñado de bien joven que las mujeres halagadas son mujeres felices, y era esta sencilla filosofía la que había mantenido a flote a J.B. cierto tiempo.
– ¿Recuerdas a la doctora del hospital, Sookie? -me preguntó de sopetón, en el segundo cuarto.
– Sí. La doctora Sonntag. Viuda. -Era joven para ser viuda, y también para ser doctora.
– Estuvimos saliendo juntos durante una temporada. La doctora y yo -aclaró.
– Genial. -Me lo esperaba. Me había dado la impresión de que la doctora Sonntag sabría aprovecharse bien de lo que J.B. tenía que ofrecer, y J.B. necesitaba…, bueno necesitaba que alguien se ocupara de él.
– Pero la destinaron a Baton Rouge -me dijo. Pareció un tanto afligido-. La echo de menos.
Una compañía de seguros médica había comprado nuestro hospital, y los doctores de urgencias rotaban con rapidez. Me echó el brazo por encima del hombro.
– Pero es genial volver a verte -me aseguró.
Dios lo bendiga.
– J.B., ¿por qué no vas a verla a Baton Rouge? -sugerí.
– Es una doctora. No tiene mucho tiempo libre.
– Te hará un hueco.
– ¿De verdad lo crees?
– A menos que sea una completa idiota -le dije.
– Supongo que sí. Hablé con ella por teléfono anoche. Me dijo que desearía que estuviera con ella.
– Es una buena pista, J.B.
– ¿Seguro?
– Seguro. Se alegró al oírme.
– Entonces lo arreglaré todo para ir a Baton Rouge mañana mismo -dijo de nuevo. Me besó en la mejilla-. Me haces sentir bien, Sookie.
– Bueno, J.B., lo mismo te digo. -Le di un besito en los labios, uno muy rápido.
Entonces vi a Bill, que me taladraba con la mirada.
Él y Portia estaban en la sección de al lado, cerca del final. Se había dado la vuelta y me estaba mirando.
Si lo hubiera planeado no me hubiera salido mejor. Era un momento «que-le-jodan» estupendo.
Pero no funcionó.
Yo solo lo quería a él.
Aparté los ojos y sonreí a J.B., aunque en todo momento lo único que anhelaba era reunirme con Bill bajo las tribunas y echar un buen polvo allí mismo. Quería bajarme los pantalones y tenerlo dentro de mí. Quería que me hiciera gemir.
Estaba tan traumatizada por mis pensamientos que no sabía lo que hacer. Sentí mi cara arder como una tea. Ni siquiera podía forzar mi sonrisa.
Después de un minuto, caí en la cuenta de que aquello era casi divertido. Había sido educada de forma bastante convencional, dada mi discapacidad poco usual. No tardé en aprender los misterios de la vida a edad muy temprana, ya que era capaz de leer mentes (y de niña no tenía forma alguna de controlar lo que absorbía). Siempre pensé en lo interesante que se me antojaba la idea del sexo, aunque la misma discapacidad que me había llevado a aprender tanto sobre la teoría había representado un serio problema en cuanto a la práctica. Después de todo, es complicado estar a lo que estás cuando sabes que tu pareja desea estar con Tara Thornton (por ejemplo) en lugar de contigo, o cuando espera que te hayas acordado de traer un condón, o cuando está criticando partes de tu cuerpo. Para practicar el sexo en condiciones has de concentrarte en lo que tu pareja hace, no en lo que piensa.
Con Bill, no oigo nada. Y es tan experimentado, tan dulce, tan dedicado… Creo que soy tan adicta como Hugo.
Me senté durante el resto del partido y sonreí y asentí cuando debía, esforzándome por no mirar abajo a la izquierda. Una vez que acabó el espectáculo del intermedio me di cuenta de que no había escuchado ni una de las canciones de la banda.
Ni tampoco las cabriolas del primo de Tara. Cuando la multitud comenzó a moverse despacio hacia el aparcamiento tras la victoria de los Halcones de Bon Temps por 28-18, accedí a llevar a J.B. a su casa. Huevos se había recuperado para entonces, así que no creí que tuvieran problemas en volver; aunque me alejé más aliviada cuando vi a Tara sentarse al volante.
J.B. vivía cerca del centro, en un dúplex. Me invitó a que entrara con toda la dulzura del mundo, pero le dije que tenía que regresar a casa. Le di un gran abrazo y le recomendé que llamara a la doctora Sonntag. Aún no sabía cuál era su nombre.
Dijo que lo haría, pero cuando se trata de J.B. nunca estás segura.
Entonces me paré para echar gasolina en la única gasolinera que abre por la noche, en la que tuve una larga conversación con el primo de Arlene, Derrick (que era lo suficientemente valiente como para trabajar en el turno de noche), así que llegué más tarde de lo que tenía pensado.
En cuanto abrí la puerta, Bill salió de la oscuridad. Sin decir una palabra, me agarró del brazo y me obligó a mirarlo; luego me besó. En cuestión de instantes me tenía apoyada contra la pared, con su cuerpo moviéndose rítmicamente contra el mío. Metí la mano detrás de mí hasta llegar a la cerradura, y tras intentarlo un par de veces, la llave terminó por girar. Nos metimos en la casa y él me puso en dirección al sofá. Lo agarré con las manos y, justo como había imaginado, me bajó los pantalones y en un segundo lo tuve dentro.
Grité con voz enronquecida como jamás antes había hecho. Bill emitía sonidos igual de primitivos. Aunque hubiera querido, me hubiera resultado imposible decir algo. Sus manos se metieron bajo mi jersey y mi sujetador se rompió. Era implacable. Casi me vengo abajo después de correrme la primera vez.
– No -gruñó cuando flaqueé, y no se paró. De hecho, aumentó la velocidad hasta que estaba a punto de sollozar, y entonces mi jersey se rasgó cuando hincó los dientes en mi hombro. De su garganta brotó un sonido horroroso, grave, y luego, tras unos segundos, todo terminó.
Yo boqueaba como si hubiera recorrido cinco kilómetros a toda carrera, y él también estaba exhausto. Sin molestarse en volver a vestirse, se dio la vuelta para mirarme e inclino la cabeza de nuevo sobre mi hombro para lamer la herida. Cuando dejó de sangrar y comenzó a curarse, me quitó todo lo que tenía, muy despacio. Me limpió debajo, y luego me besó.
– Hueles como él -fue lo único que dijo. Procedió a borrar ese olor y reemplazarlo con el suyo.
Luego fuimos al dormitorio. Me alegré, justo en el momento en que su boca se reconciliaba con la mía, de haber cambiado las sábanas por la mañana.
Si había tenido dudas hasta entonces, se disiparon de inmediato. No había dormido con Portia Bellefleur. No sabía lo que él tramaba, pero no era una relación seria. Deslizó los brazos bajo mí y se apretó contra mi cuerpo tan fuerte como era posible; me acarició el cuello con la nariz, me amasó las caderas, recorrió los muslos con sus dedos y besó la parte trasera de mis rodillas. Se estaba bañando en mí.
– Ábrete de piernas para mí, Sookie -susurró, con su voz fría y grave, y yo lo hice. Estaba preparado una vez más, y estaba decidido a continuar, como si deseara demostrar algo.
– Sé dulce -le rogué. Era la primera vez que yo decía algo.
– No puedo. Hace mucho tiempo que no estamos juntos. Pero la próxima vez sí seré dulce, te lo prometo -me dijo, mientras recorría con su lengua mi mentón. Sus dedos atenazaron mi cuello. Colmillos, lengua, boca, dedos, virilidad; era como estar haciendo el amor con el diablo de Tasmania. Estaba en todas partes, y en todas partes no se detenía más que unos segundos.
Cuando se me derrumbó encima yo ya estaba exhausta. Se apoyó contra mí, con una pierna encima de la mía, y un brazo encima de mi pecho. Lo único que le quedaba era sacar un hierro de marcar para utilizarlo conmigo, pero no creo que eso me resultara muy divertido.
– ¿Estás bien? -murmuró.
– Sí, excepto por el hecho de haber tropezado contra una pared de ladrillos unas cuantas veces -comenté sin pensar.
Ambos nos dormimos a la vez, aunque Bill se despertó primero, como siempre hacía por la noche.
– Sookie -dijo despacio-. Cariño. Despierta.
– Ooh -contesté, mientras me despejaba. Por primera vez en semanas, me desperté con la convicción de estar en paz con el mundo. Poco a poco me di cuenta de que las cosas no pintaban tan bien. Abrí los ojos. Bill estaba justo sobre mí.
– Tenemos que hablar -dijo a la vez que me apartaba el pelo de la cara.
– Hablemos. -Me había despejado del todo. De lo que me quejaba no era del sexo, sino de no haber hablado sobre nuestra situación.
– Me dejé llevar en Dallas -dijo de inmediato-. También les pasa a los vampiros. Sobre todo cuando una caza se presenta de forma tan obvia. Fuimos atacados. Tenemos el derecho de cazar a los que desean acabar con nosotros.
– Eso es volver al «ojo por ojo» -repliqué.
– Pero los vampiros cazan, Sookie. Está en nuestra naturaleza -dijo todo serio-. Como los leopardos, como los lobos. No somos humanos. Podemos parecerlo, en especial cuando tratamos de vivir junto al resto de la gente… en tu sociedad. A veces recordamos lo que era estar entre vosotros, ser uno de vosotros. Pero no somos de la misma raza. No estamos hechos de la misma pasta.
Me había dicho esto mismo una y otra vez, con diferentes palabras, desde que nos conocíamos.
O tal vez, era él el que me conocía, y yo a él no; al menos no del todo. No importa lo a menudo que pensara que había asumido sus «diferencias», me di cuenta de que aún esperaba que reaccionara como si fuera J.B. du Rone, o Jason, o el pastor de mi iglesia.
– Creo que acabo de comprenderlo -dije-. Pero has de darte cuenta de que a veces no logro distinguir la diferencia. A veces tengo que alejarme y dejar que se me pase. Voy a intentar tomármelo todo con más calma. Te quiero. -Tras comprometerme a este propósito de enmienda, recordé el agravio cometido contra mí. Lo agarré del pelo y lo hice rodar hasta que me puse encima. Lo miré a los ojos-. Ahora dime lo que estabas haciendo con Portia.
Las grandes manos de Bill descansaban sobre mis caderas mientras me lo contaba.
– Vino a verme después de lo de Dallas, la primera noche. Había leído lo que había sucedido allí, y se preguntaba si sabía de alguien que hubiera estado allí ese día. Cuando le dije que yo mismo, no te mencioné, Portia me aseguró que había averiguado que parte de las armas utilizadas en el ataque provenían de un lugar de Bon Temps, la tienda de deportes de Sheridan. Le pregunté cómo se había enterado; replicó que era abogada y no lo podía decir. Quise saber por qué estaba tan preocupada; me respondió que era una buena ciudadana y no le gustaba que persiguieran a las personas. Cuando le pregunté que por qué me fue a ver, me contestó que era el único vampiro que conocía.
Eso tenía la misma credibilidad que asegurar que Portia hacía el baile del vientre por las noches.
Estreché los ojos mientras reflexionaba sobre ello.
– A Portia no le importan una mierda los derechos de los vampiros -dije-. Lo que quería era llevarte al huerto, pero los problemas legales de los vampiros se la sudan.
– ¿Llevarme al huerto? Vaya frases gastas.
– Oh, si ya la has oído antes -dije un tanto avergonzada.
Sacudió la cabeza, y un brillo divertido relumbró en su cara.
– Llevarme al huerto -repitió, pronunciándolo despacio-. Iría a tu huerto si tuvieras uno.
Apretó las manos contra mis caderas y luego las soltó, moviéndome de delante atrás. Comencé a tener problemas para formar ideas.
– Para, Bill -ordené-. Escucha, creo que Portia quiere ser vista contigo para que le pidan que se una a un supuesto club sexual, aquí en Bon Temps.
– ¿Club sexual? -preguntó Bill con interés, sin pensar.
– Sí, no te había dicho… Oh, Bill, no… Bill, aún estoy reponiéndome de la última vez… Oh. Oh, Dios. -Me había agarrado muy fuerte con las manos y me manejaba con tozudez hacia donde quería. Comenzó a agitarme de nuevo, hacia atrás y hacia delante-. Oh -dije, abrumada por el momento. Comencé a ver colores flotar enfrente de mis ojos. Llegó un momento en que me movía tan rápido que apenas era consciente del propio movimiento. Terminamos ambos a la vez y nos enroscamos jadeantes durante varios minutos.
– Nunca nos tuvimos que separar -sentenció Bill.
– No lo sé, esto merece la pena.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
– No -replicó-. Esto es maravilloso, pero preferiría dejar la ciudad unos días antes que pelearme contigo de nuevo. -Abrió los ojos de par en par-. ¿De verdad extrajiste una bala del hombro de Eric con la boca?
– Sí, dijo que tenía que hacerlo antes de que la carne se curara.
– ¿Te dijo que tenía una navaja de bolsillo?
Me quedé desconcertada.
– No. ¿La tenía? ¿Por qué hizo eso?
Bill levantó las cejas, como si hubiera dicho algo ridículo.
– Imagina.
– ¿Para que le chupara el hombro? Qué va.
Bill mantuvo la misma mirada de escepticismo.
»Oh, Bill. Espera un momento… ¡Le dispararon! Esa bala me podía haber matado, pero fue él quien resultó herido. Me protegió.
– ¿Cómo?
– Poniéndose encima de mí…
– Me rindo. -Aunque Bill había perdido ese aire de anticuado, su mirada retenía cierto toque.
– Pero Bill… ¿Crees que es tan pervertido?
De nuevo alzó las cejas.
– Ponerse encima de mí no es tan genial como para recibir una bala a cambio -protesté-. Ergh. ¡Es una locura!
– Bebiste algo de su sangre.
– Solo una gota o dos. Escupí el resto -dije.
– Una o dos gotas bastan cuando eres tan viejo como Eric.
– ¿Bastar para qué?
– Ahora sabrá unas cuantas cosas sobre ti.
– ¿Cómo mi talla de vestido?
Bill sonrió, pero no pareció relajarse.
– No, más bien sabrá cómo te sientes. Enfadada, cachonda, enamorada.
Me encogí de hombros.
– Tampoco le servirá de mucho.
– No creo que sea muy importante, pero ten cuidado a partir de ahora -me advirtió. Parecía muy serio.
– Aún no me puedo creer que alguien reciba una bala por mí con la esperanza de que yo ingiera parte de su sangre al extraerla de la herida. Es ridículo. Me da la impresión de que has metido a este individuo en la conversación para que deje de quejarme de lo de Portia, pero no lo has logrado. Sigo pensando que Portia cree que si sale contigo alguien le pedirá que acuda a su club sexual, ya que si está dispuesta a tirarse a un vampiro estará dispuesta a tirarse a cualquier otra cosa. O eso es lo que creen -dije rápidamente después de ver la expresión de Bill-. Portia se imagina que desde dentro aprenderá lo suficiente como para enterarse de quién mató a Lafayette, y que así Andy quede libre de culpa.
– Qué retorcido.
– ¿Puedes refutar mis argumentos de algún modo? -Me enorgullecí de utilizar la palabra «refutar», que era la palabra de hoy según mi calendario «aprenda una nueva palabra cada día».
– No. -Se quedó quieto, los ojos fijos y sin parpadear, las manos relajadas. Ya que Bill no respira, se puede quedar inmóvil del todo.
Volvió a parpadear.
– Hubiera sido mejor si me hubiera contado la verdad desde el primer momento.
– Menos mal que no te lo has montado con ella -dije. Por fin admití para mí misma que el mero hecho de que tal posibilidad existiera me había vuelto ciega de celos.
– Ya tardabas en preguntármelo -dijo con calma-. Como si me fuera a acostar con alguna Bellefleur. No, no tiene el más mínimo deseo de practicar sexo conmigo. Incluso tiene problemas para aparentar que le gusto. Portia no es buena actriz. Siempre que estamos juntos habla sobre las armas que la Hermandad esconde aquí, y de que los simpatizantes de la Hermandad son los que las ocultan.
– ¿Y por qué seguiste con la farsa?
– En el fondo, su comportamiento es honorable. Y quería ver si te ponías celosa.
– Oh, ya veo. ¿Y cuál ha sido el resultado?
– El resultado es que…, mejor que no te vuelva a ver a menos de un metro de ese ceporro guaperas de nuevo.
– ¿J.B.? Si soy como su hermana -aseguré.
– Te olvidas de que tienes mi sangre en tu interior, y que sé lo que sientes -replicó Bill-. No creo que te consideres su hermana.
– Eso explicaría por qué estoy aquí en la cama contigo, ¿no?
– Me quieres.
Me reí, pegada a su cuello.
»Amanecerá en breve -dijo-. He de irme.
– De acuerdo, cariño. -Le sonreí mientras recogía su ropa-. Hey, me debes un jersey nuevo y un sujetador. Dos sujetadores. Gabe me rompió uno, y estaba en horas de trabajo. Y tú te cargaste el otro la noche pasada, y también mi jersey.
– Por eso es por lo que compré una tienda de ropa femenina -dijo con suavidad-. Así puedo romperlo todo si estoy lanzado.
Me reí y me dejé caer. Dormiría un par de horas más. Aún estaba sonriendo cuando se marchó de casa, y me desperté a mitad de mañana con una sensación en mi corazón que llevaba mucho tiempo sin experimentar (bueno, a mí me pareció mucho tiempo). Anduve despacio hasta el baño y me sumergí en la bañera llena de agua caliente. Cuando empecé a lavarme, noté algo en las orejas. Me levanté y miré en el espejo que había sobre el lavabo. Me había puesto los pendientes de topacio mientras dormía.
El Sr. Última palabra.
Debido a que nuestra reconciliación había sido secreta, fue a mí a quien invitaron al club primero. Nunca pensé que algo así podría ocurrirme; pero después me di cuenta de que si Portia pensaba que la invitarían si salía con un vampiro, era lógico que yo fuera la primera elección.
Para sorpresa y disgusto mío, el sujeto en cuestión era Mike Spencer. Mike era el director de la funeraria y el juez de instrucción de Bon Temps. No siempre habíamos mantenido una buena relación. Sin embargo, lo conocía desde pequeña y estaba acostumbrado a respetarlo, un hábito difícil de romper. Mike llevaba el traje que vestía en el trabajo cuando entró en Merlotte esa noche, ya que venía del velatorio de la señorita Cassidy. Un traje oscuro, camisa blanca, corbata a rayas y zapatos brillantes. Tal atuendo lo alejaba bastante de su habitual imagen con corbatas de lazo y botas de cowboy.
Ya que Mike tenía al menos veinte años más que yo, siempre lo había tratado como a un mayor. Así que cuando se acercó a mí me dejó un poco patidifusa. Se sentó solo, lo que ya era bastante excepcional como para ser de relevancia. Le serví una hamburguesa y una cerveza.
– Sookie, algunos de nosotros nos reunimos en la casa del lago de Jan Fowler, mañana por la noche. ¿Te gustaría venir? -Me lo soltó cuando fue a pagar, de una forma casual, de pasada.
Es una alegría contar con una cara bien entrenada. Sentí como si una fosa se abriera a mis pies, y las náuseas me asaltaron. Lo comprendí a la primera, pero no podía creérmelo. Abrí mi mente para captar sus pensamientos, a la vez que mi boca hablaba.
– ¿«Algunos de nosotros»? ¿Quiénes, Sr. Spencer?
– ¿Por qué no me llamas Mike, Sookie? -Yo asentí, sin dejar de tantear su mente en todo momento. Oh, mierda, Louise. Argh-. Unos cuantos amigos tuyos también irán. Huevos, Portia, Tara. Los Hardaway.
Tara y Huevos… Me quedé helada.
– ¿Y cómo es la fiesta? ¿Beber y bailar? -No era una pregunta ilógica. No importa cuánta gente supiera que yo era capaz de leer mentes, nunca lo creían, a pesar de ser testigos de las pruebas. Mike no se creía que fuera posible que recibiera las imágenes y los conceptos flotando desde su mente a la mía.
– Bueno, a veces nos descocamos un poco. Ya que has roto con tu novio igual te apetece desfogarte un poco.
– Igual voy -dije, sin mucho entusiasmo. No quería parecer ansiosa-. ¿A qué hora?
– A las diez de la noche.
– Gracias por la invitación -dije, y luego me marché con la propina. Durante el resto del turno me dediqué a pensar en todo aquello una y otra vez.
¿Serviría de algo que fuera? ¿Aprendería algo de utilidad para resolver el asesinato de Lafayette? Andy Bellefleur no me caía muy bien, y ahora Portia incluso menos, pero tampoco era justo que Andy fuera perseguido y que su reputación se viniera abajo por algo que no había hecho. Por otro lado, no había razón para creer que por estar en una fiesta con ellos ya me fueran a revelar todos sus secretos. Tendría que ser una habitual, y no sé si tenía estómago para ello. La última cosa que quería ver en el mundo era a mis amigos y vecinos «descocándose».
– ¿Qué pasa, Sookie? -preguntó Sam, tan cerca de mí que me sobresalté.
Lo miré, y deseé saber lo que pensaba. Sam era fuerte y delgado, y también inteligente. Ni la llevanza de los libros, ni el mantenimiento ni la planificación de su bar habían sido problema para él. Sam era un hombre autosuficiente, y a mí me caía bien, y confiaba en él.
– Estoy dándole vueltas a un dilema -contesté-. ¿Qué tal tú?
– Anoche mismo recibí una interesante llamada telefónica, Sookie.
– ¿De quién?
– Una mujer chillona de Dallas.
– ¿En serio? -Sonreí de manera genuina-. ¿No sería una mujer de ascendencia mexicana?
– Creo que sí. Me habló de ti.
– Es muy impetuosa -aseguré.
– Tiene un montón de amigos.
– ¿La clase de amigos que te gustaría tener?
– Ya tengo buenos amigos -respondió Sam, y me apretó la mano durante un segundo-. Pero siempre está bien conocer a gente con quien compartes intereses.
– ¿Así que vas para Dallas?
– Debería. Mientras tanto, me ha puesto en contacto con alguna gente de Ruston que también…
Cambia de forma cuando la Luna está llena, terminé mentalmente.
– ¿Cómo dieron contigo? No les dije tu nombre a propósito, por si acaso no querías que lo hiciera.
– Ella te rastreó -dijo Sam-. Y averiguó que tu jefe era especial… preguntando a los de la zona.
– ¿Cómo es que no habías contactado con ellos hasta ahora?
– Hasta que no me hablaste de la ménade -dijo Sam-, nunca me di cuenta de que había muchas cosas que me quedaban por aprender.
– ¿Te has estado viendo con ella?
– He pasado algunas noches con ella en los bosques, sí. Como Sam, y en mi otra forma.
– Pero si es malvada…
Sam se puso rígido.
– Es una criatura sobrenatural como yo -dijo al final-. Ni es buena ni mala, solo es lo que es.
– Oh, mierda. -No podía creer lo que estaba oyendo-. Si está contigo es porque quiere algo de ti. -Recordé lo bella que era la ménade. Bueno, si le quitas las manchas de sangre. Y a Sam, como cambiaforma, no le importarían mucho-. Oh -dije, comprendiéndolo de golpe. No era capaz de leer la mente de Sam con claridad ya que era una criatura sobrenatural, pero sí que podía calibrar su estado emocional: avergonzado, cachondo, resentido…, y cachondo.
»Oh -repetí, de forma rígida-. Disculpa Sam. No quería hablar mal de alguien a quien tú…, tú, ah… -No podía decir «te estás tirando», aunque fuera justo lo que pasaba-, estás saliendo -terminé sin mucha convicción-. Estoy segura de que es encantadora una vez la conoces. Por supuesto, quizá el hecho de que estuviera a punto de sajarme la espalda tuviera algo que ver con mis prejuicios hacia ella. En lo sucesivo trataré de ser más abierta de mente. -Y me alejé para servir una mesa, dejando a Sam boquiabierto detrás de mí.
Le dejé un mensaje a Bill en el contestador. No quería saber lo que pretendía hacer con Portia, y como supuse que habría alguien más cuando oyera sus mensajes, le dije solo:
– Bill, me han invitado a una fiesta mañana por la noche. Dime si crees que debería ir. -No me identifiqué, ya que conocería mi voz. Lo más probable era que Portia recibiera un mensaje parecido, una idea que me enfurecía.
Cuando volví a casa por la noche, casi deseaba que Bill estuviera esperándome para emboscarme como el otro día, pero el silencio reinaba en el patio y en la casa. Advertí que la luz de mi contestador parpadeaba.
– Sookie -dijo la voz suave de Bill-, aléjate de los bosques. La ménade no está muy contenta con nuestro tributo. Eric llegará a Bon Temps mañana por la noche para negociar con ella, así que igual te necesita. Los «otros» de Dallas, los que te ayudaron, piden una sustanciosa recompensa a los vampiros de Dallas, así que voy allí en un vuelo de Anubis para reunirme con ellos y Stan. Sabes dónde me alojaré.
Ergh. Bill no estaría en Bon Temps para ayudarme, y estaba fuera de mi alcance. ¿O no? Era la una de la mañana. Llamé al Silent Shore. Bill aún no había llegado, aunque su ataúd (al que la recepcionista se refirió como «equipaje») ya estaba en su habitación. Dejé un mensaje, que cifré de forma adecuada para que fuera incomprensible.
Estaba muy cansada, ya que no había dormido mucho por la noche, pero no tenía intención de ir a la fiesta del día siguiente yo sola. Suspiré profundamente y llamé al Fangtasia, el bar de vampiros de Shreveport.
– Has llamado a Fangtasia, donde los no-muertos viven cada noche -dijo un mensaje grabado con la voz de Pam. Pam era socia-. Para saber el horario, pulse el uno. Para hacer una reserva para fiestas, pulse el dos. Para hablar con una persona o un vampiro muerto, pulse el tres. Y si estás pensando en dejar un mensaje gracioso en nuestro contestador, ten esto en cuenta: te encontraremos.
Pulsé el tres.
– Fangtasia -dijo Pam como si estuviera aburrida hasta la náusea.
– Hola -dije con voz alegre para contrarrestar el tedio que surgía de ella-. Soy Sookie, Pam. ¿Está Eric por ahí?
– Está cautivando a las alimañas -dijo Pam. Supuse que quería decir que estaba tirado en una silla de la pista principal, con aspecto de peligroso y fascinante a la vez. Bill me había dicho que el Fangtasia contrataba a algunos vampiros para que hicieran acto de presencia por allí una o dos veces a la semana, y que así los turistas siguieran viniendo. Eric, como propietario que era, estaba allí casi todas las noches. Había otro bar donde los vampiros se reunían con los de su clase, y donde ningún turista entraría. Nunca lo había visto, porque la verdad es que ya tenía suficiente con el bar donde trabajaba.
– ¿Le podrías pasar el teléfono, por favor?
– Oh, claro -contestó a regañadientes-. He oído que te lo pasaste bien en Dallas -dijo mientras andaba. No es que oyera sus pasos, pero el ruido de fondo subía y bajaba.
– Inolvidable.
– ¿Qué piensas de Stan Davis?
Hmmm.
– Conozco bien a los de su clase.
– Me gusta ese aspecto de bicho raro.
Me alegré de que Pam no estuviera allí para contemplar la cara que puse. Nunca había caído en que a Pam también le gustaban los tíos.
– No parece que salga con nadie -dije.
– Ah. Tal vez me pase por Dallas pronto.
Vaya. No sabía que los vampiros se liaran entre ellos. Nunca había visto a dos vampiros juntos.
– Aquí estoy -dijo Eric.
– Y yo. -Me divirtió la contestación de Eric.
– Sookie, mi pequeña chupabalas -dijo, con tono amable.
– Eric, mi gran comemierdas.
– ¿Deseas algo, cariño?
– Por un lado, no soy tu cariñito y lo sabes. Por otro… Bill dijo que estarías aquí mañana por la noche, ¿no?
– Sí, para visitar a la ménade en los bosques. No está contenta con el vino y el becerro ofrecidos.
– ¿Le diste un becerro? -Me quedé a cuadros durante un momento ante la imagen de Eric subiendo una vaca en un camión y conduciendo hasta la interestatal para luego dejarlo en el bosque.
– Sí, claro. Pam, Indira y yo.
– ¿Fue divertido?
– Sí -dijo, sorprendido-. Hace muchos siglos cuidaba del ganado. Pam es una chica de ciudad. Indira estaba tan impresionada con el animal que fue de poca ayuda. Pero si te apetece, la próxima vez que tengamos que transportar animales te daré un toque, y así te vienes con nosotros.
– Gracias, sería estupendo -apostillé, sabiendo de sobra que nunca jamás me llamaría para eso-. Te he llamado para que vengas a una fiesta conmigo mañana por la noche.
Silencio.
»¿Bill ya no es tu amante? ¿Habéis roto por lo de Dallas?
– Lo que debería haberte dicho es que necesito un guardaespaldas para mañana por la noche. Bill está en Dallas. -Me golpeé la frente con la palma de la mano-. Es una historia muy larga, pero el caso es que mañana por la noche necesito ir a una fiesta que es una…, bueno…, una… orgía o algo así. Y necesito que venga alguien conmigo por sí acaso… Por si acaso.
– Fascinante -dijo Eric, exultante-. Y ya que estaré por allí quieres que te sirva de escolta. ¿En una orgía?
– Casi pareces humano -respondí.
– ¿Es una orgía humana? ¿No se admiten vampiros?
– Es una orgía humana donde no saben que acudirá un vampiro.
– Así que cuanto más humano parezca, mejor, ¿no?
– Sí, y necesito leer sus pensamientos. Indagar en sus mentes. Y si consigo que piensen sobre algo en concreto, y capto lo que piensan al respecto, podremos irnos. -Acababa de tener una buena idea para obligarlos a pensar en Lafayette. Decírselo a Eric era el problema.
– Así que quieres que vaya a una orgía humana donde no seré bienvenido, y quieres que nos vayamos antes de que disfrute.
– Sí -respondí, con voz chirriante a causa de la ansiedad. De perdidos al río-. Y…, ¿crees que te podrás hacer pasar por gay?
Silencio.
– ¿A qué hora tengo que estar allí? -preguntó con suavidad.
– Um… ¿Nueve y media? Para que te ponga al corriente de todo.
– A las nueve y media en tu casa.
– Vuelvo a llevar el teléfono -me informó Pam-. ¿Qué le has dicho a Eric? Está moviendo la cabeza de adelante atrás con los ojos cerrados.
– ¿Se ríe? Aunque solo sea un poco.
– No que pueda ver.