Muchos habían sido los humanos a los que no les había gustado descubrir que compartían el mundo con vampiros. A pesar del hecho de que lo llevaban haciendo bastante tiempo (sin saberlo, eso sí), una vez que supieron de su existencia, decidieron exterminarlos. Y no eran mucho mejores en sus métodos que los vampiros renegados.
Los vampiros renegados eran los más conservadores de entre los no-muertos; querían que los humanos conocieran su existencia tanto como los humanos deseaban saber sobre ellos. Los renegados rehusaban beber la sangre sintética que constituía la principal fuente de alimentación de los vampiros en los tiempos que corrían. Los renegados creían que el único futuro para los vampiros pasaba por volver al secretismo y el anonimato. Estos vampiros asesinaban humanos por la mera diversión de hacerlo, ya que abogaban por una vuelta a los viejos tiempos. Además, lo veían como medio de convencer al resto de que tal secretismo era lo mejor para los de su clase; y, además, este hostigamiento servía como forma de control demográfico.
Bill me había contado que había vampiros afligidos por una culpa terrible o un tedio desolador, tras una larga vida. Entonces planeaban encontrarse con el Sol, el término vampírico para referirse al suicidio que cometían los vampiros al enfrentarse de nuevo a los rayos de luz del amanecer.
Una vez más, la elección tan peculiar de novio por mi parte me había llevado por caminos que jamás hubiera pisado de otra forma. No hubiera sabido nada de esto, ni tampoco hubiera imaginado nunca citarme con alguien muerto, si no hubiera nacido con la habilidad de la telepatía. Los demás humanos me consideraban una paria. No te será difícil hacerte una idea de lo que supone citarte con alguien a quien puedes leer la mente. Cuando conocí a Bill, dio comienzo el periodo más feliz de mi vida. Pero también es cierto que tuve más problemas en los meses siguientes a conocerlo que en el resto de toda mi vida.
– ¿Así que crees que Farrell ya está muerto? -pregunté, a la vez que me obligaba a centrarme en el problema actual. Odiaba preguntar, pero necesitaba respuestas.
– Tal vez -contestó Stan tras una larga pausa.
– Lo más posible es que lo tengan retenido -dijo Bill-. Ya sabes cómo les gusta invitar a la prensa a estas… ceremonias.
Stan miró al infinito durante bastante tiempo. Después se irguió.
– El mismo hombre estaba en el bar y en el aeropuerto -dijo, casi para sí. Stan, el vampiro líder de Dallas, anduvo de un lado para otro de la habitación. Me estaba poniendo nerviosa, aunque manifestar mis pensamientos no era una opción. Se trataba de la casa de Stan, y su «hermano» había desaparecido. Pero no soy amiga de los silencios largos. Estaba cansada y quería irme a la cama.
– Por lo tanto -dije, haciendo lo posible por sonar enérgica-, ¿cómo sabían que yo vendría?
Si hay algo peor que el que un vampiro te mire, es tener a dos vampiros mirándote.
– Si sabían que vendrías, quiere decir… que hay un traidor -sentenció Stan. El aire de la habitación comenzó a temblar y crujir a causa de la tensión que el vampiro producía.
Pero tuve una idea menos melodramática. Agarré un cuaderno de notas de la mesa y escribí: «TAL VEZ HAYAN PUESTO MICRÓFONOS». Ambos me miraron como si les estuvieran ofreciendo un BigMac. Los vampiros, que de manera individual poseen poderes increíbles, a veces se olvidan de que los humanos también han desarrollado algunas habilidades propias. Los dos hombres se observaron con cariz especulativo, pero ninguno compartió ninguna sugerencia práctica.
Al diablo con ellos. Solo había visto estas cosas en las películas, pero me imaginé que si alguien había colocado un micro en esta habitación, lo habían hecho con prisas y con un miedo mortal. Así que debería estar cerca y no muy bien escondido. Me deshice de la chaqueta gris y me descalcé. Ya que era una humana y no tenía dignidad que perder ante los ojos de Stan, me metí por debajo de la mesa y comencé a arrastrarme, empujando las sillas de ruedas a mi paso. Por millonésima vez, deseé haber llevado zapatillas deportivas.
Me había alejado apenas un metro de Stan cuando aprecié algo extraño. Había un bulto negro pegado a la parte inferior de la mesa. Lo estudié con todo el detalle posible teniendo en cuenta que carecía de linterna. No era un chicle usado.
Ya lo había encontrado, pero no sabía qué hacer a continuación. Salí de igual manera que había entrado, algo más sucia, eso sí, y me encontré justo a los pies de Stan. Me acercó la mano y la agarré con ciertas reservas. Stan me ayudó a incorporarme con delicadeza, o al menos esa es la impresión que me dio, pero de repente me di cuenta de que teníamos las caras casi pegadas. No era muy alto, y me detuve más en sus ojos de lo que me hubiera gustado. Levanté el dedo índice hasta la altura de la cara para asegurarme de que me prestaba atención. Luego señalé bajo la mesa.
Bill salió de la habitación ipso facto. La cara de Stan empalideció aún más si cabe, y sus ojos destellaron. Miré hacia todos lados menos hacia él. No quería verlo digerir el hecho de que alguien había colocado un micrófono en su sala de audiencias. Había sido traicionado, pero no de la manera que pensaba.
Traté de pensar en algo que ayudara. Intenté omitir a Stan. Cuando me dispuse a enderezar mi coleta, reparé en que mi cabello seguía en su sitio pero bastante más desordenado. Dedicarme a arreglarlo me proporcionó una buena excusa para mirar hacia abajo.
Ya estaba más tranquila cuando Bill reapareció con Isabel y el tipo que lavaba los platos, que traía un recipiente con agua.
– Lo siento, Stan -dijo Bill-. Me temo que Farrell ya está muerto, a juzgar por lo que hemos descubierto. Sookie y yo volveremos a Luisiana mañana si no nos necesitas más. -Isabel señaló hacia la mesa y el hombre dejó el cuenco.
– Por supuesto -replicó Stan, con una voz tan fría como el hielo-. Envíame la cuenta. Tu señor, Eric, insistió bastante en eso. Me gustaría conocerlo personalmente algún día. -El tono de voz utilizado denotaba que la reunión no sería del agrado de Eric.
– ¡Estúpido humano! -gritó de pronto Isabel-. ¡Has derramado mi bebida! -Bill pasó por delante de mí para agarrar el micro y echarlo al agua. Después, Isabel anduvo muy despacio para evitar que el agua se derramara del cuenco y abandonó la habitación. Su compañero se quedó con nosotros.
Había sido muy sencillo. Y era bastante posible que hubiéramos engañado al que hubiera escuchado la conversación. Todos nos relajamos, ahora que ya no había micro. Incluso Stan daba un poco menos de miedo.
– Isabel dice que tienes razones para pensar que Farrell ha sido secuestrado por la Hermandad -dijo el hombre-. Tal vez esta joven dama y yo nos podamos acercar al centro mañana, y tratar de averiguar si hay planes para alguna ceremonia en breve.
Bill y Stan lo miraron pensativos.
– Es una buena idea -respondió Stan-. Una pareja llamará menos la atención.
– ¿Sookie? -preguntó Bill.
– Ninguno de vosotros puede ir -reconocí-. Creo que tal vez sirva para conocer la disposición del lugar. Si pensáis que es posible que Farrell esté allí, claro. -Si tuviera más datos sobre la situación en el centro de la Hermandad, quizá evitara que los vampiros tuvieran que atacar. Seguro que no estaba entre sus planes ir a la comisaría para denunciar un caso de desaparición y revelar que sus sospechas recaían en el centro. No importaba lo mucho que los vampiros de Dallas quisieran permanecer dentro de los límites de la ley humana para aprovecharse de los beneficios: sabía perfectamente que si un vampiro era mantenido cautivo en el centro, habría humanos que morirían. Con suerte lo evitaría, y de paso localizaría el paradero de Farrell.
– Si el vampiro tatuado es un apóstata -señaló Bill-, y pretende saludar al Sol junto con Farrell, y si esto ha sido planeado por el centro, entonces el sacerdote que trató de llevarte consigo en el aeropuerto debe de trabajar para ellos. Te conocen. Deberías llevar peluca. -Sonrió divertido. Lo de la peluca era idea suya.
Una peluca con este calor… Dios mío. Traté de no parecer malhumorada. Después de todo, sería mejor tener picores en la cabeza que ser identificada como una mujer que se asociaba con vampiros mientras visitaba el centro de la Hermandad del Sol.
– Sería mejor si otro humano fuera conmigo -admití, aunque sintiera tener que involucrar a alguien más.
– Este es el hombre de Isabel -dijo Stan. Calló durante un momento, y supuse que estaba «conectándose» con ella, o lo que sea que hiciera para hablar con sus siervos.
De inmediato entró Isabel. Debía de ser de lo más útil invocar a la gente de esa manera. No necesitas ni un intercomunicador ni un teléfono. Me pregunté cuál sería la distancia efectiva de su poder. Me alegré mucho de que Bill tuviera que comunicarse conmigo a través de palabras, ya que de lo contrario me haría sentir su chica trofeo. ¿Sería capaz Stan de invocar a humanos de la misma forma que lo hacía con vampiros? No creo que quisiera saberlo.
El hombre reaccionó ante la presencia de Isabel como un perro de presa lo haría al oler una perdiz. O quizá más bien como un hombre hambriento al que le sirven un filete enorme y está esperando a que le traigan la sal. Casi veía su boca haciéndose agua. Confié en no dar la misma impresión con Bill.
– Isabel, tu hombre está de acuerdo en ir con Sookie al centro de la Hermandad del Sol. ¿Pasará por un potencial converso sin problemas?
– Sí, creo que sí -dijo, mirando a los ojos del hombre.
– Antes de que te vayas…, ¿hay algún visitante esta noche?
– Sí, uno, de California.
– ¿Dónde está?
– En la casa.
– ¿Ha estado en esta habitación? -Como sería de esperar, a Stan le encantaría que el que había colocado el micro fuera un vampiro o humano al que no conociera.
– Sí.
– Tráelo aquí.
Unos cinco minutos largos después, Isabel regresó con un vampiro alto y rubio a su lado. Debía de medir unos dos metros, o tal vez más. Musculoso, bien afeitado, y con una mata de cabello del color del trigo. Miré hacia abajo de inmediato, en cuanto sentí que Bill se quedaba de una pieza.
– Este es Leif -dijo Isabel.
– Leif -empezó diciendo Stan con suavidad-, bienvenido a mi nido. Esta noche tenemos un problema.
Seguí mirando mis pies. Deseaba más que nada en el mundo estar a solas con Bill dos minutos para que me explicara lo que sucedía, porque aquel vampiro no era Leif, ni tampoco venía de California.
Se trataba de Eric.
La mano de Bill cruzó mi línea de visión y se cerró en torno a la mía. Le dio un cariñoso apretón antes de apartarla de ahí. Bill deslizó su brazo en torno a mí, y yo me incliné contra él. Necesitaba relajarme.
– ¿Cómo puedo seros de ayuda? -preguntó con educación Eric… no, Leif, por el momento.
– Parece que alguien ha entrado en esta habitación y ha llevado a cabo un acto de espionaje.
Una buena forma de exponerlo. Stan quería mantener lo del micro en secreto por ahora, y en vista de que lo más seguro es que hubiera un traidor entre nosotros, era una buena idea.
– Soy un visitante de vuestro nido y no tengo problema alguno con ninguno de vosotros.
La calma y sinceridad de Leif me impresionaron, dado que sabía que su mera presencia era un completo engaño que perseguía algún turbio objetivo vampírico.
– Discúlpame -dije, procurando parecer tan endeble y humana como fuera posible.
Stan pareció irritado por la interrupción, pero podían darle por saco.
»El, eh, objeto debería haberse puesto aquí antes de hoy -aclaré, a la par que me esforzaba en que mis palabras dieran la impresión de que Stan ya había pensado en ello-. Ya que sabían los detalles de nuestra llegada a Dallas.
Stan me observó sin expresión alguna en el rostro.
De perdidos al río.
»Y otra cosa, estoy muy cansada. ¿Me podría llevar Bill de vuelta al hotel ahora?
– Isabel misma la llevará -dijo Stan despectivamente.
– No, señor.
Tras las gafas falsas, las cejas de Stan se alzaron.
– ¿No? -Fue como si se tratase de la primera vez que escuchaba la palabra.
– De acuerdo con mi contrato, no iré a ningún lado sin ser acompañada por un vampiro de mi zona. Bill es ese vampiro. No iré sin él a ningún sitio por la noche.
Stan me dedicó otra larga mirada. Me alegré de haber resultado útil y haber encontrado el micro, pues de otra forma no hubiera durado mucho allí.
– Adelante -dijo, y Bill y yo no tardamos mucho en largarnos. No podríamos ayudar a Eric si Stan sospechaba de él, tal vez hasta lo delatáramos quedándonos allí. Además, lo más probable es que yo fuera la causante debido a algún gesto o palabra. Los vampiros llevan estudiando a los humanos durante siglos, de la misma manera que los predadores lo hacen con sus presas.
Isabel nos acompañó hasta la salida y nos montamos en su Lexus para el viaje de vuelta hasta el hotel Silent Shore. En las calles de Dallas se apreciaba una mayor tranquilidad, aunque no estaban más vacías que cuando llegamos al nido unas cuantas horas antes. Estimé que faltarían unas dos horas para el amanecer.
– Gracias -dije cuando ya nos dirigíamos hacia la entrada del hotel.
– Mi humano pasará a recogerla a las tres en punto de la tarde -me recordó Isabel.
Reprimí el deseo de responder «¡sí, señora!» y taconear. Le dije que de acuerdo.
– ¿Cómo se llama?
– Su nombre es Hugo Ayres.
– Ok. -Ya sabía que era un hombre despierto. Fui hacia el recibidor y esperé a Bill. Llegó solo un par de segundos después de mí, y ambos subimos en el ascensor en silencio.
– ¿Tienes tu llave? -me preguntó en la puerta de la habitación.
Estaba medio dormida.
– ¿Dónde está la tuya? -pregunté con poco humor.
– Me gustaría ver cómo sacas la tuya -respondió.
De repente me sentí con mejor humor.
– Tal vez te gustaría buscarla a ti -sugerí.
Un vampiro con una melena negra que colgaba hasta su cintura apareció por el pasillo, con el brazo en torno a una chica regordeta que lucía una mata de pelo rojo. Cuando entraron en una habitación, Bill comenzó a buscar la llave.
No tardó en encontrarla.
Una vez dentro, Bill me agarró y me dio un intenso beso. Necesitábamos hablar, ya que había ocurrido un montón de cosas durante la noche, pero no estaba de humor, y él tampoco.
Descubrí que lo bueno de las faldas es que se pueden quitar por arriba, y si solo llevas un tanga debajo, todo es aún más rápido. La chaqueta gris estaba sobre el suelo, la blusa blanca tirada por ahí, y mis brazos alrededor del cuello de Bill antes de que pudiera decir «maldito vampiro».
Bill se apoyaba contra la pared de la sala al mismo tiempo que intentaba quitarse los pantalones mientras me tenía enrollada en torno a él, cuando alguien llamó a la puerta.
– Mierda -susurró a mi oído-. Fuera -dijo, más alto. -Me apreté contra él y casi le corto la respiración. Quitó el hairagami y la horquilla del pelo para dejar que me cayera por la espalda.
– Tengo que hablar contigo -dijo una voz familiar, amortiguada por la puerta.
– No -gimió-. Dime que no es Eric. -La única criatura en el mundo a la que tenía que dejar entrar.
– Es Eric -dijo la voz.
Desencajé las piernas de la cintura de Bill, y él me dejó sobre el suelo con todo el cuidado del mundo. Con un cabreo monumental, entré en el dormitorio como una furia y me puse el albornoz. No pensaba volver a abrochar todos esos botones.
Volví cuando Eric estaba diciéndole a Bill que había hecho bien al irse.
– Y, cómo no, tú también has estada fenomenal, Sookie -dijo Eric mientras contemplaba el pequeño albornoz rosa con una mirada comprensiva. Miré hacia arriba (y arriba, y arriba) y deseé que estuviera en el fondo del río Rojo, con su sonrisa espectacular, su cabello dorado y todo lo demás.
– Oh -dije con malicia-, gracias por venir a decírnoslo. No nos hubiéramos ido a la cama tranquilos sin tu palmadita en la espalda.
Eric parecía tan complacido como era posible en él.
– Oh, cariño -dijo-. ¿He interrumpido algo? ¿Quizá esto sea tuyo? -Levantó la tira negra que había formado parte de mi tanga.
– En una palabra, sí. ¿Hay algo más que tengas que discutir con nosotros, Eric? -preguntó Bill. El hielo se hubiera quedado sorprendido de lo frío que había sonado Bill.
– No tenemos tiempo suficiente -reconoció Eric-, ya que el día llega en breve y hay cosas que tengo que ver antes de dormir. Pero mañana por la noche debemos reunirnos. Cuando sepas lo que Stan quiere que hagas, déjame una nota en la mesa, y ya quedaremos.
Bill asintió.
– Adiós, entonces.
– ¿No quieres una última copa? -¿Estaba esperando a que le ofreciéramos una botella de sangre? Los ojos de Eric fueron del refrigerador hasta mí. Me arrepentí de llevar solo una delgada capa de nailon encima en lugar de algo que me cubriera mejor-. ¿Calentita calentita? -Bill seguía manteniendo un silencio pétreo.
Con su mirada fija en mí hasta el último momento, Eric se dirigió hacia la puerta y Bill la cerró tras él.
– ¿Crees que estará escuchando? -pregunté a Bill, mientras desataba la correa de mi albornoz.
– No me importa -y sumió la cabeza en otros asuntos.
Cuando me levanté, a la una de la tarde más o menos, pendía el silencio sobre el hotel. Por supuesto, la mayoría de los clientes estaba durmiendo. Las asistentas no entraban en la habitación durante el día. Me había percatado de la seguridad la noche pasada: guardias vampiros. Durante el día era diferente, ya que la protección diurna era por lo que los clientes pagaban una barbaridad. Llamé al servicio de habitaciones por primera vez en mi vida y pedí un desayuno. Tenía un hambre de caballo; llevaba sin comer medio día. Estaba duchada y vestida con el albornoz para cuando el camarero llamó a la puerta, y después de asegurarme de que era quien decía ser, lo dejé pasar.
Después de mi secuestro fallido en el aeropuerto el día anterior, no estaba dispuesta a asumir más riesgos. Sostuve el spray de pimienta a mi lado mientras el joven preparaba la comida y la cafetera. Si daba un paso hacia la puerta tras la que Bill dormía en su ataúd, lo rociaría. Pero el joven, Arturo, había sido entrenado a conciencia, y sus ojos nunca se fijaron en el dormitorio. Tampoco me miró directamente a mí. Sin embargo sí pensaba en mí, y deseé haberme puesto un sujetador antes de dejarlo entrar.
Cuando se hubo marchado -y, como Bill me había enseñado, tras añadir una propina al tique de la habitación que firmé-, devoré todo lo que trajo: salchichas, tortitas y un cuenco de dulces de melón. Oh, Dios, todo estaba buenísimo. El sirope era sirope de verdad, y la fruta estaba en su punto de madurez. Las salchichas estaban deliciosas. Me alegré de que Bill no estuviera por allí para hacerme sentir incómoda. No le gustaba verme comer, y odiaba que tomara ajo.
Me cepillé los dientes y el cabello, y después me maquillé. Era hora de prepararme para mi visita al centro de la Hermandad. Dividí mi pelo en secciones y lo fijé. Luego saqué la peluca de la caja. Pelo corto y moreno; de lo más pedestre. Creí que Bill estaba de coña cuando sugirió lo de la peluca; aún me preguntaba cómo se le había ocurrido algo así, pero me alegraba tener la dichosa peluca. También había traído conmigo un par de gafas como las de Stan, que servían al mismo propósito, y me las puse. En la parte de abajo aprecié cierto aumento, así que no habría ningún problema en justificar que se trataba de gafas de lectura.
¿Qué es lo que llevan los fanáticos cuando se congregan en su local de fanáticos? En mi experiencia limitada, los fanáticos suelen ser bastante conservadores a la hora de vestir, ya sea porque están demasiado preocupados con otras cosas como para perder tiempo en ello, o porque ven algo maligno en vestir con estilo. Si estuviera en casa saldría pitando al Seven Eleven, pero me encontraba en un hotel muy caro. Sin embargo, Bill me había dicho que llamara a recepción para cualquier cosa que necesitara. Así que lo hice.
– Recepción -dijo un humano que intentaba imitar la suave voz de un vampiro anciano-. ¿Qué desea? -Estuve a punto de decirle que lo dejara. ¿Quién quiere una imitación cuando tiene al verdadero en casita?
– Soy Sookie Stackhouse, de la 340. Necesito una falda larga vaquera, talla ocho, y una blusa color pastel estampada con flores o un top de punto de la misma talla.
– Sí, señora -dijo tras una larga pausa-. ¿Para cuándo las necesita?
– Pronto. -Oye, esto era divertidísimo-. De hecho, cuanto antes, mejor. -Empezaba a cogerle el tranquillo a esto. Me encantaba lo de pedir yo y que otro pagara por mí.
Estuve mirando las noticias mientras esperaba. Lo típico en cualquier ciudad americana: problemas de tráfico, problemas urbanísticos, problemas de criminalidad.
«La mujer hallada muerta la pasada noche en un hotel Dumpster ha sido identificada», dijo el presentador, que había utilizado el tono grave necesario para tal noticia. Curvó hacia abajo los extremos de la boca para mostrar preocupación. «El cuerpo de Bethany Rogers, de veintiún años, fue encontrado en la calle situada por detrás del hotel Silent Shore, famoso por ser el primer hotel de Dallas acondicionado para vampiros. Rogers fue asesinada mediante un único disparo en la cabeza. La policía describe el crimen como "ejecución". La detective Tawny Kelner informó a nuestro reportero que la policía sigue varias líneas de investigación». La imagen de la pantalla cambió de una mueca de disgusto artificial a una genuina. La detective tendría unos cuarenta años; era una mujer baja con una larga cabellera que le caía por la espalda. La cámara abrió el plano para incluir también al periodista, un hombre de tez oscura con un traje impecable. «Detective Kelner, ¿es cierto que Bethany Rogers trabajaba en un bar de vampiros?».
El ceño de la detective se frunció aún más. «Sí, es cierto. Pero era camarera no gogó». ¿Animadora? ¿Qué hacían las animadoras en el Bat's Wing? «Llevaba trabajando allí un par de meses».
«¿El sitio utilizado para deshacerse del cuerpo no indica que los vampiros tienen algo que ver?». El periodista era más insistente de lo aconsejable.
«Al contrario, creo que el sitio fue elegido para enviar un mensaje a los vampiros», restalló Kelner, y luego puso cara de arrepentirse de hablar. «Ahora, si me disculpa…».
«Claro, detective», dijo el entrevistador un tanto confuso. «Bueno, Tom», y se dirigió a la cámara, como si pudiera ver al locutor de la redacción, «estamos ante una provocación».
¿Eh?
El locutor se dio cuenta de la tontería que había dicho el otro periodista y pasó rápido a otra noticia.
Pero Bethany estaba muerta, y no había nada que hacer. Me tragué las lágrimas; no creo que tuviera derecho a derramarlas. No podía ayudar, pero preguntaría qué es lo que le había pasado a Bethany Rogers la última noche después de que la llevaran al nido vampírico. Si no había marcas de colmillos, seguro que no se trataba de un vampiro. Sería algo muy raro el que un vampiro ignorara así la sangre.
Sollozando a causa de las lágrimas no vertidas, y sintiéndome miserable, me senté en el sillón y busqué en el bolso algo con lo que escribir. Al final encontré un boli. Lo use para rascarme bajo la peluca. Incluso con el aire acondicionado del hotel, picaba. En treinta minutos, alguien llamó a la puerta. Una vez más, usé la mirilla antes de abrir. Era Arturo, con las prendas que había pedido bajo el brazo.
– Devolveremos las que no sean de su agrado -dijo al entregarme el montón. Trató de no quedarse mirando el cabello.
– Gracias -le dije, y le di algo de propina. Me estaba acostumbrando a aquello con rapidez.
En breve llegó la hora de la cita con el tal Ayres, el chico de Isabel. Dejé caer el albornoz y estudié lo que me había traído Arturo. La blusa de color melocotón pastel con flores blancas y la falda… hmmmm. No había sido capaz de encontrar algo vaquero, y me había traído las dos de tela. Supuse que tendría que valer, y me puse una. Parecía un poco ceñida, por lo que me alegré de tener varias ente las que elegir. Me calcé unas sandalias planas, me puse unos anillos diminutos y listo. Hasta me permití añadir al conjunto un bolso de caña bastante maltratado. Lo malo es que era el bolso que solía llevar. Pero encajaba como un guante. Saqué todo aquello que pudiera identificarme; tenía que haber pensado en ello tiempo antes y no ponerme a hacerlo en el último minuto. ¿Habría algo más igual de importante que se me estuviera olvidando?
Salí al pasillo. Tenía el mismo aspecto que cuando pasamos por allí la última noche. No contaba ni con espejos ni con ventanas, y la sensación de claustrofobia era total. El rojo oscuro de la alfombra y el azul, rojo y crema del papel de la pared no ayudaban demasiado. El ascensor se abrió al pulsar el botón, y me metí dentro. Ni siquiera había música. El Silent Shore hacía honor a su nombre.
Había guardias armados a cada lado del ascensor, en el recibidor. Vigilaban las puertas principales del hotel. Puertas que estaban cerradas. Había una televisión sobre las mismas, y mostraba el exterior. Otro monitor hacía lo propio con la calle, desde una perspectiva más amplia.
Me dio por pensar que un ataque terrible era inminente y me quedé congelada, con el corazón a cien por hora, pero tras unos cuantos segundos de calma llegué a la conclusión que no estaban allí por eso, sino que era su trabajo. Por eso los vampiros venían aquí, y a otros lugares como este. Nadie podría pasar sin hacer frente a los guardias. Nadie alcanzaría las habitaciones donde los indefensos vampiros dormían. Por eso la tarifa del hotel era tan cara. Los dos guardias de servicio intimidaban, y vestían con el color negro del hotel (vaya, todo el mundo parece pensar que los vampiros estaban obsesionados con el color negro). Los costados de los hombres se me antojaron demasiado grandes, pero por entonces no estaba muy acostumbrada a las armas de fuego. Los hombres me miraron y entonces volvieron a su posición.
Incluso los empleados de recepción estaban armados. Tenían escopetas bajo el mostrador. Me pregunté hasta dónde llegarían para defender a sus clientes. ¿Dispararían a otros intrusos humanos? ¿Cómo reaccionaría la ley ante eso?
Un hombre con gafas de sol estaba sentado en uno de los sillones que salpicaban el suelo de mármol del recibidor. Tendría unos treinta años, era alto y larguirucho, y su pelo adolecía de un exceso de grasa. Vestía un traje ligero de verano, acompañado por una corbata clásica y unos mocasines. El lavaplatos.
– ¿Hugo Ayres? -pregunté.
Se levantó de inmediato para darme la mano.
– Tú debes de ser Sookie, ¿no? Pero tu pelo… ¿Anoche no era rubio?
– Soy rubia. Pero llevo una peluca.
– Da el pego.
– Mejor. ¿Estás listo?
– Tengo el coche fuera. -Tocó mi espalda con delicadeza para indicarme la dirección correcta, como si no viera las puertas. Aprecié su gesto, aunque no lo que implicaba. Traté de averiguar algo sobre Hugo Ayres. No era un emisor.
– ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con Isabel? -espeté cuando subimos a su Caprice.
– Ah, um, unos once meses -dijo Hugo Ayres. Tenía manos grandes y pecas en la espalda. Me sorprendí de que no viviera en los suburbios con una mujer de pelo teñido y dos hijos lustrosos.
– ¿Eres divorciado? -pregunté sin pensar. Me arrepentí al ver la expresión compungida de su rostro.
– Sí -admitió-. Recién divorciado.
– Lo siento. -Comencé a preguntar por hijos, ya que lo del divorcio no era asunto mío. Capté que tenía una niña pequeña, pero no discerní ni su nombre ni edad.
– ¿Es cierto que puedes leer mentes? -preguntó.
– Sí, es cierto.
– No me asombra que les resultes tan atractiva. Touché, Hugo.
– Bueno, mi capacidad es solo una de las razones -contesté, con voz tan neutra como me fue posible-. ¿En qué trabajas?
– Soy abogado.
– No me asombra que les resultes tan atractivo -dije con la misma voz que antes.
Después de un largo silencio, Hugo respondió:
– Supongo que me lo merezco.
– Necesitamos un trasfondo.
– ¿Hermano y hermana?
– ¿Por qué no? He visto a auténticos hermanos que se parecían menos que nosotros. Pero creo que es mejor hacernos pasar por novios, por si acaso nos separan e interrogan por separado. No tengo ni idea de lo que podría ocurrir, pero si fuéramos hermanos tendríamos que saberlo todo el uno sobre el otro.
– Cierto. ¿Por qué no decimos que nos conocimos en la iglesia? Te acabas de venir a Dallas, y nos encontramos por primera vez en la escuela dominical, la metodista de Glen Carigie. Es mi iglesia.
– Ok. Yo puedo ser la encargada de un… restaurante. -Debido a mi trabajo en el Merlotte seguro que daba el pego.
Me miró un tanto sorprendido.
– Suena bien. No se me da muy bien actuar, así que haré de mí mismo.
– ¿Cómo conociste a Isabel? -Huelga decir que soy bien curiosa.
– Representé a Stan en un juicio. Sus vecinos querían que los vampiros se largaran del vecindario. Perdieron. -Hugo tenía sentimientos encontrados acerca de su lío con una vampira, y no estaba seguro del todo de haber ganado el caso por sí mismo. De hecho, Hugo parecía muy ambiguo con respecto a Isabel.
Eso provocaba que lo que íbamos a hacer me diera mucho más miedo.
– ¿Trascendió a los periódicos? Ese caso, quiero decir. Se puso rojo.
– Sí. Demonios, alguien del centro podría reconocer mi nombre. O a mí. Salí en alguna de las fotos del periódico.
– Quizá eso nos venga bien. Puedes decir que has visto el error que cometiste tras conocer de cerca a los vampiros.
Hugo pensó sobre ello, sin dejar de mover las manos sobre el volante.
– De acuerdo -dijo finalmente-. Como ya te he dicho antes, no se me da bien actuar, pero no creo que eso me resulte muy difícil.
Yo actuaba en todo momento, así que no tendría problemas. Atender a un tipo mientras finges no saber que está especulando acerca de sí eres rubia en todas partes se convierte, sin duda, en un excelente ejercicio de entrenamiento. No puedes culpar a la gente (en la mayoría de las ocasiones) por lo que piensan. Has de aprender a pasar de ello.
Tuve la idea de decirle al abogado que me cogiera de la mano si las cosas se torcían, y que me enviara sus pensamientos para que yo actuara en consecuencia. Pero su ambigüedad, la misma que desprendía como si fuera una colonia barata, me hizo detenerme. Tal vez si tuviera un rollo sexual con Isabel la amara tanto a ella como al peligro que representaba, pero yo no estaba segura de que estuviera comprometido con ella en cuerpo y alma.
En un incómodo momento de sinceridad, me pregunté si se podría decir lo mismo de Bill y de mí. Pero ahora no era tiempo de plantearse tales cuestiones. Sabía lo suficiente de Hugo como para dudar de su fiabilidad en aquella misión. De ahí a preguntarme si era seguro estar con él en esta aventura había solo un paso. También me cuestioné lo que en realidad sabía Hugo de mí. No había estado en la habitación la noche pasada mientras yo trabajaba. Isabel no había charlado mucho conmigo. Lo más probable es que no supiera mucho.
La carretera de cuatro carriles, que atravesaba un enorme suburbio, estaba flanqueada por los típicos locales de comida rápida y cadenas comerciales de todo tipo. Pero poco a poco las tiendas dieron paso a las casas, y el cemento al verde. El tráfico parecía inexorable. Nunca viviría en un lugar de este tamaño, no sería capaz de hacer frente a aquello cada día.
Hugo redujo la velocidad y dio el intermitente cuando llegó a un cruce principal. Giramos hacia el aparcamiento de una iglesia enorme; al menos, lo que antes había sido una iglesia. El santuario era inmenso, al menos para los estándares de Bon Temps. Solo los baptistas podían disponer de tal clase de instalaciones en la parte del bosque donde vivía, y eso si todas las congregaciones se unieran. El santuario de dos plantas estaba escoltado por dos grandes alas. El edificio al completo había sido construido con ladrillo de color blanco, y tenía tintadas todas las ventanas. La construcción, rodeada por césped, contaba con un enorme aparcamiento.
La señal del césped rezaba: «CENTRO DE LA HERMANDAD DEL SOL: solo Jesús resucitó de entre los muertos».
Bufé mientras abría la puerta y salía del coche de Hugo.
– Eso de ahí es falso -le señalé a mi compañero-. Lázaro también se levantó de entre los muertos. Estos idiotas ni se han leído las Escrituras.
– Mejor que te olvides de tus prejuicios -me previno Hugo, a la vez que cerraba el coche-. Quizá te haga subestimarlos, y esa gente es peligrosa. Han aceptado, de manera pública, entregar dos vampiros a los desangradores, con la premisa de que al menos la humanidad se pueda beneficiar de la muerte de un vampiro de alguna forma.
– ¿Tratan con los desangradores? -Me sentí enferma. Los desangradores tenían una profesión muy peligrosa. Atrapaban vampiros, los ataban con cadenas de plata y les sacaban la sangre, que vendían al mercado negro-. ¿Esta gente entrega vampiros a los desangradores?
– Eso es lo que dijo uno de sus miembros en una entrevista de un periódico. Por supuesto, el líder salió en las noticias al día siguiente negando tal declaración de forma vehemente, pero creo que solo era una pantalla de humo. La Hermandad asesina vampiros siempre que puede. En su opinión son seres malvados, abominaciones, por lo que son capaces de cualquier cosa. Si eres el mejor amigo de un vampiro, pueden presionarte de formas impensables. Recuérdalo cada vez que abras la boca ahí dentro.
– Lo mismo te digo, Sr. Advertencia ominosa.
Anduvimos despacio hacia el edificio, mientras mirábamos alrededor. Había unos diez coches más aparcados allí, que abarcaban desde los más modestos y casi destartalados hasta los más nuevos y de gamas más altas. Mi favorito era un Lexus color perla, tan bonito que podría haber pertenecido a un vampiro.
– Alguien está sacando beneficios de sus sucios negocios -observó Hugo.
– ¿Quién dirige todo esto?
– Un tipo llamado Steve Newlin.
– Seguro que ese es su coche.
– Eso explicaría esa pegatina.
Asentí. Decía: «QUITA EL "NO" DE NO-MUERTOS». Del espejo retrovisor interior colgaba una réplica (o igual no era una réplica) de una estaca.
El lugar bullía de actividad para ser la tarde de un sábado. Había niños jugando con los columpios de un patio vallado al lado del edificio. Los niños estaban vigilados por una adolescente con cara de aburrimiento, que los miraba cuando apartaba la vista de sus uñas. No era un día tan caluroso como el pasado -el verano estaba perdiendo fuerza, a Dios gracias-, y la puerta del edificio estaba abierta para aprovechar la buena temperatura.
Hugo me agarró de la mano, lo que me hizo saltar. Luego me di cuenta de que solo quería dar un aspecto más creíble. No tenía interés alguno en mí, lo que me resultaba perfecto. Después de un par de ajustes, conseguimos aparentar naturalidad. El contacto hizo que la mente de Hugo se abriera más a mí, y vi lo ansioso que estaba por acabar con todo aquello. Tocarme lo disgustaba, cosa que no me hizo sentir muy bien; la falta de atracción era aceptable, pero su repugnancia me incomodó. Había algo detrás de tal sensación…, pero aparté tales preocupaciones porque había gente delante. Curvé los labios en una sonrisa.
Bill había tenido cuidado de no tocar mi cuello durante la noche para que así no tuviera que preocuparme en ocultar las marcas de los colmillos, por lo que embutida en mi nuevo traje y en aquel día encantador fue más sencillo mostrarme despreocupada a la vez que saludábamos con la cabeza a una pareja de mediana edad que estaba en nuestro camino.
Nos introdujimos en la parte oscura del edificio, en lo que probablemente fuera el ala de la iglesia dedicada a la escuela dominical. Había carteles casi nuevos fuera de las habitaciones, a lo largo y ancho del pasillo, señales en las que se leía «Finanzas», «Asesoría» y la mas ominosa, «Relaciones públicas».
Una mujer que rondaba los cuarenta salió por la puerta del fondo y se giró hacia nosotros. Parecía complaciente, incluso dulce. Lucía una piel suave y un bonito cabello corto de color castaño. Sus labios rosas iban a juego con la pintura de las uñas, y subía el labio inferior curvado solo de forma ligera, de manera que le confería cierto aire sensual; se sentó con cierta provocación. Una falda vaquera y una camisa de punto, muy ceñida, eran el vivo eco de mi propio atuendo, por lo que me halagué por mi elección de ropa.
– ¿Les puedo ayudar? -preguntó, esperanzada.
– Queríamos informarnos acerca de la Hermandad -dijo Hugo, que parecía a cada segundo que pasaba tan sincero y encantador como nuestra nueva amiga. Me percaté de que esta tenía un cartelito con su nombre: «S. Newlin».
– Nos alegramos de que estéis aquí -dijo-. Soy la mujer del director, Steve Newlin. Me llamo Sarah. -Hugo y ella se dieron las manos, pero no hizo lo mismo conmigo. Algunas mujeres preferían no darse la mano con otras, así que tampoco le di mucha importancia.
Intercambiamos saludos y luego ella levantó la mano (de manicura perfecta) hacia las puertas dobles situadas al final del pasillo.
»Si me acompañáis, os enseñaré el centro neurálgico de este lugar. -Se rió un poco, como si la idea de conseguir sus objetivos fuera risible.
Todas las puertas del pasillo estaban abiertas, y dentro de las habitaciones había signos de actividad. Si la organización de Newlin se dedicaba a mantener cautivos prisioneros o a realizar operaciones encubiertas, no sería allí, desde luego. Estuve atenta a cualquier posible detalle, determinada a absorber toda la información posible. Pero el interior de la Hermandad del Sol era tan diáfano como el exterior, y no apreciaba en la gente ningún toque siniestro o desviado.
Sarah caminaba por delante de nosotros con paso decidido. Apretaba unas cuantas carpetas contra su pecho y charlaba por encima del hombro mientras andaba a ritmo sosegado, aunque un poco desafiante. Hugo y yo dejamos de cogernos las manos y tuvimos que acelerar el paso para seguirla de cerca.
El edificio era más grande de lo que había pensado. Habíamos entrado por el extremo más lejano de una de las alas. Ahora estábamos cruzando el enorme sagrario de la antigua iglesia, reconvertido en salón de reuniones, y luego pasamos a la otra ala. Esta se dividía en habitaciones; la más cercana al sagrario había sido la oficina del antiguo pastor, sin lugar a dudas. Una señal en la puerta rezaba; «Steve Newlin, director».
Esta era la única puerta cerrada que había visto hasta ahora.
Sarah llamó y, tras aguardar un momento, entró. El hombre alto y desgarbado de detrás del escritorio se puso en pie para sonreímos con aire de alegre anticipación. Su cabeza parecía un poco pequeña en comparación con su cuerpo. Tenía los ojos de color azul nebuloso, pero su nariz era ganchuda y tenía el pelo tan oscuro como el castaño de su esposa, aunque destacaba alguna que otra traza de gris. No sé qué aspecto esperaba de un fanático, pero este, desde luego, no lo era. Daba la impresión de que le divertía lo que estaba haciendo.
Estaba hablando con una mujer alta de cabello gris acero que vestía unos pantalones y una blusa, pero parecía como si se sintiera más cómoda con un traje de negocios. Iba arreglada a la perfección, aunque mostraba cierto descontento… ¿Quizá nuestra interrupción?
– ¿En qué puedo ayudarles hoy? -preguntó Steve Newlin, a la vez que nos señalaba que tomáramos asiento. Nos sentamos en dos sillones de cuero verde colocados enfrente de su escritorio, y Sarah, sin ser invitada, se desplomó sobre una pequeña silla que estaba apoyada contra la pared.
– Perdona, Steve -le dijo a su marido-. ¿Queréis tomar algo? ¿Café? ¿Gaseosa?
Hugo y yo nos miramos y luego negamos con la cabeza.
– Cariño, este es… Oh, ¿no me habéis dicho vuestros nombres? -Nos miró con encantadora tristeza.
– Soy Hugo Ayres, y esta es mi novia Caléndula.
¿Caléndula? ¿Estaba loco? Conseguí que la sonrisa no se me cayera de la cara por poco. Luego vi el jarrón lleno de caléndulas en la mesa delante de Sarah, y comprendí su elección. Habíamos cometido un grave error; deberíamos haber hablado sobre aquello durante el viaje. Era lógico suponer que si la Hermandad había colocado el micro, conocería el nombre Sookie Stackhouse. Gracias a Dios que Hugo se había dado cuenta.
– ¿No conocemos a Hugo Ayres, Sarah? -El rostro de Steve Newlin tenía grabada una expresión de confusión casi proverbial: ceño un tanto fruncido, cejas levantadas y la cabeza inclinada hacia un lado.
– ¿Ayres? -preguntó a su vez la mujer de pelo gris-. A propósito, soy Polly Blythe, la oficiante de ceremonias de la Hermandad.
– Oh, Polly, lo siento. Culpa mía. -Sarah echó la cabeza hacia atrás de nuevo. Arrugó la frente. Después la suavizó y sonrió a su marido-. ¿No fue un Ayres el abogado que defendió a los vampiros de University Park?
– Ya veo -dijo Steve, para luego retreparse y cruzar las piernas. Saludó a alguien que pasaba por el pasillo y luego entrecruzó los dedos sobre la rodilla-. Bueno, qué interesante que te hayas pasado por aquí, Hugo. ¿Es posible que hayas visto el otro lado de los vampiros? -La satisfacción que surcaba la cara de Steve Newlin se desvaneció de un plumazo.
– La verdad es que algo parecido… -comenzó a decir Hugo, pero la voz de Steve lo arrolló.
– ¿Chupar la sangre, el lado oscuro de la existencia vampírica? ¿Te has dado cuenta de que nos quieren matar a todos, dominarnos con sus tejemanejes siniestros y promesas vacías?
Mis ojos se abrieron de par en par. Sarah asentía convencida, a pesar de no perder su aspecto dulce y blando; igual que el del pudin de vainilla. Polly parecía estar bajo los efectos de algún extraño tipo de orgasmo.
»La vida eterna en la tierra no suena mal, pero perderás el alma, y tarde o temprano te atraparemos, puede que yo no, claro está, pero tal vez mi hijo, o el hijo de mi hijo, te estacaremos y quemaremos, y entonces estarás condenado por siempre al Infierno. Y de nada servirá lo que hayas hecho: Dios tiene un lugar especial para los vampiros que han utilizado a los humanos como papel de váter… -sentenció Steve sin dejar de sonreír.
Argh. Aquello empeoraba por momentos. Y lo que percibía en Steve era solo su satisfacción sublime y maligna, junto con una inteligencia superior a la media. Nada demasiado concreto o que sirviera de mucho.
– Discúlpeme, Steve -dijo una voz profunda. Me revolví en mi asiento para ver a un hombre guapo de cabello oscuro, con un corte militar y los músculos de un levantador de pesas. Sonrió a los presentes con la misma buena fe que todos mostraban allí. Me impresionó de inmediato. Ahora, cuando pienso en ello, me parece espeluznante-. Nuestro invitado requiere su presencia.
– ¿En serio? Estaré allí en unos minutos.
– Preferiría que viniera ahora. Estoy seguro de que a sus invitados no les importará esperar. -El tipo nos miró suplicante. Hugo estuvo pensando durante un rato, un dato que me llamó la atención.
– Gabe, iré cuando haya terminado con nuestros visitantes -dijo Steve tajante.
– De acuerdo, Steve… -Gabe no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente, pero captó un destello en los ojos de Steve cuando este se sentó y descruzó las piernas. Captó el mensaje, aunque le dedicó a Steve una mirada que era de todo menos amable. Después se fue.
El intercambio fue de lo más prometedor. Me pregunté si Farrell estaba detrás de alguna puerta cerrada, y me imaginé a mí misma volviendo al nido de Dallas e informando a Stan de dónde se encontraba su hermano atrapado. Y entonces…
Oh, oh. Y entonces Stan atacaría la Hermandad del Sol y mataría a todos sus miembros y liberaría a Farrell. Y entonces…
Oh, Dios mío.
– Queríamos saber si celebran algún acontecimiento al que podamos asistir, algo que nos dé una idea de a lo que se dedican aquí. -La voz de Hugo sonó solo un poco curiosa, nada más-. Ya que la señorita Blythe nos acompaña, quizá pueda responder a eso.
Me percaté de que Polly Blythe miró a Steve antes de hablar, y también de que su cara permanecía congestionada. Polly Blythe estuvo encantada de proporcionarnos la información requerida, y también de que Hugo y yo estuviéramos en la Hermandad.
– No vamos a celebrar ningún acontecimiento en los próximos días -dijo la mujer de pelo gris-. Esta noche tendremos un encierro especial, y después de eso el ritual de la madrugada del domingo.
– Suena interesante -dije-. ¿Justo al alba?
– Oh, sí, justo al alba. Lo llamamos servicio a la intemperie, y todo -dijo Sarah, riendo.
– Nunca olvidarás uno de nuestros servicios del alba. Resultan inspiradores más allá de lo imaginable.
– ¿Qué clase de…? ¿Qué es lo que ocurre? -preguntó Hugo.
– Verás con tus propios ojos la evidencia del poder de Dios -aseguró Steve, sonriendo.
Sonaba muy mal.
– Oh, Hugo. ¡Qué excitante!
– Claro que sí. ¿A qué hora comienza la clausura?
– A las seis y media. Queremos que nuestros miembros estén aquí antes de que se levanten.
Durante un segundo imaginé una bandeja de bollos en algún lugar acogedor. Luego me di cuenta de que Steve quería decir que quería que los miembros estuvieran allí antes de que los vampiros se levantaran por la noche.
– ¿Pero qué ocurre cuando su congregación vuelve a casa?
– ¿Oh, seguro que no has ido antes a una fiesta de clausura? -dijo Sarah-. Es muy divertido. Todo el mundo se trae sus sacos de dormir, y comemos y jugamos y leemos la Biblia, y todos pasamos la noche en la iglesia. -Advertí que la Hermandad era una iglesia a ojos de Sarah. Estaba muy segura de que el suyo reflejaba el punto de vista del resto de los encargados. Si parecía una iglesia y funcionaba como una iglesia, era una iglesia, sin importar si tenía o no beneficios fiscales.
Había ido a un par de fiestas de estas cuando era joven, y me había costado sobrevivir a la experiencia. Un puñado de chicos encerrados en un edificio durante toda la noche, escoltados por carabinas, a los que se proporcionaba un montón de películas y comida basura, actividades de todo tipo y gaseosa. Lo pasé realmente mal a consecuencia del bombardeo mental de los impulsos e ideas que bullían a causa de las hormonas, los berrinches y el griterío.
Ahora sería diferente, me repetí. Se trataba de adultos, adultos con un propósito en mente. No habría un montón de bolsas de patatas por todos lados, y tendrían lugares decentes para dormir. Si Hugo y yo veníamos, tal vez se nos presentara la posibilidad de buscar por el edificio y rescatar a Farrell, ya que estaba segura de que era el que iba a reencontrarse con el alba el domingo, quisiera o no.
– Sois bienvenidos. Tenemos un montón de comida y catres -nos aseguró Polly.
Hugo y yo nos miramos indecisos.
– ¿Por qué no damos una vuelta por el edificio, y así veis todo lo que tenemos montado? Luego podréis decidir -sugirió Sarah. Le cogí de la mano a Hugo y recibí una bofetada de ambigüedad. Me abrumaban las emociones de Hugo. Salgamos de aquí, pensó.
Descarté mis planes. Si Hugo estaba tan alterado, no podíamos seguir. Las preguntas deberían esperar hasta después.
– Deberíamos volver a casa para recoger nuestros sacos de dormir y las almohadas -dije en un destello de astucia-. ¿Verdad, cariño?
– Y tengo que darle de comer al gato -añadió Hugo-. Aunque estaremos aquí a las… seis y media, ¿no?
– Steve, ¿no teníamos un par de sacos en el almacén, de cuando la otra pareja estuvo aquí una temporada?
– Sería un placer teneros con nosotros hasta que los demás vengan -nos presionó Steve, tan radiante como siempre. Sabía que estábamos entre la espada y la pared y que necesitábamos salir de allí, pero todo lo que recibía de los Newlin era un muro de determinación. Polly Blythe se sentía… feliz, se estaba regodeando con la situación. No me gustaba tener que insistir tanto ahora que era consciente de que sospechaban de nosotros. Si conseguía salir de allí, me prometí no volver nunca jamás. Dejaría esos jueguecitos de detective para los vampiros, y seguiría trabajando en el bar y durmiendo con Bill.
– En realidad nos tenemos que ir -afirmé con educación-. Estamos impresionados con lo que han montado aquí y queremos acudir a la fiesta de esta noche, pero aún queda mucho tiempo y tenemos cosas por hacer. Ya se imagina el caos que se forma cuando se trabaja toda la semana. Las típicas labores de la casa comienzan a acumularse.
– ¡Seguirán estando allí después de la fiesta! -exclamó Steve-. Tenéis que quedaros, ambos.
No había forma de salir de allí sin estropearlo todo. Y no iba a ser la primera en hacerlo, no mientras hubiera esperanza. Había mucha gente allí. Giramos a la izquierda cuando salimos de la oficina de Steve Newlin, y con Steve pegado a los talones, Polly a nuestra derecha y Sarah por delante, fuimos hasta el recibidor. Cada vez que pasábamos por una puerta abierta, alguien de dentro lo llamaba, «Steve, ¿puedes echarle un vistazo a esto?», o «Steve, Ed dice que tenemos que cambiar esto». Pero aparte de un guiño o un pequeño temblor en su sonrisa, no vi otra reacción de Steve Newlin ante estas demandas.
Me pregunté cuánto tiempo duraría el movimiento si Steve desaparecía. Entonces me avergoncé por pensar tal cosa, porque lo que quería decir en el fondo era qué ocurriría si a Steve lo asesinaban. Comencé a pensar que tanto Sarah como Polly serían capaces de seguir sus pasos si se les concedía la oportunidad, puesto que ambas parecían estar hechas de acero.
Todas las oficinas estaban abiertas, libres de toda culpa, siempre y cuando pensaras que la organización en conjunto se había fundado sobre la inocencia. Ninguno de los miembros destacaba: ciudadanos medios americanos en su mayoría, aunque había unos cuantos no caucásicos.
Y uno no humano.
Pasamos al lado de una diminuta y delgada hispana en el pasillo, y sus ojos se quedaron fijos en nosotros. Entonces percibí una señal mental que solo había sentido una vez más. En Sam Merlotte. Esa mujer, al igual que Sam, era una cambiaforma, y sus grandes ojos se abrieron cuando apreció la «diferencia» que había en mí. La miré a los ojos, y durante un momento nos quedamos así: yo tratando de enviarle un mensaje y ella esforzándose en no recibirlo.
– ¿Os he dicho que la primera iglesia en ocupar este lugar fue construida a principios de los años sesenta? -estaba diciendo Sarah, mientras la mujercita seguía por el pasillo a toda prisa. Echó un vistazo por encima del hombro y volví a mirarla a los ojos. Ella estaba asustada. Yo le dije: ayuda.
– No -reconocí, sobresaltada por el súbito devenir de la conversación.
– Ya nos queda poco -apremió Sarah-. En nada habremos visto toda la iglesia. -Llegamos a la última puerta del pasillo. La puerta correspondiente a la otra ala daba al exterior. Las alas eran idénticas desde fuera. Mis observaciones habían estado equivocadas, pero aun así…
– Sí que es un lugar enorme -comentó Hugo. Sus emociones ambiguas habían desaparecido. De hecho, ya no parecía preocupado. Solo alguien sin habilidad psíquica como yo no estaría preocupado ante tal situación.
Como era el caso de Hugo. Carecía de toda habilidad psíquica. Solo pareció interesado cuando Polly abrió la última puerta, la puerta del final del pasillo. Debería haber conducido afuera.
Pero llevaba hacia abajo.