Once

El domingo por la mañana Nicole se despertó temprano al oír el sonido de unas voces. Rodó por la cama y miró el despertador. Apenas eran las siete. Se incorporó y escuchó, preguntándose por qué Raoul había puesto la televisión a aquellas horas de la mañana, y a un volumen tan alto. Era un adolescente con las hormonas en ebullición y, además, deportista. El sueño era algo muy valioso para él.

Se levantó y se puso la bata. Cuando llegó a la puerta de su habitación, las voces se volvieron más reconocibles. Era casi como si…

– Oh, no -murmuró.

Abrió rápidamente, de par en par. Raoul estaba junto a las escaleras, bloqueando el acceso al rellano. Nicole no veía al hombre que estaba intentando pasar, pero tenía una idea aproximada de de quién se trataba. Sheila se hallaba junto a Raoul, siete kilos de embarazo ladrando con toda su furia.

– Sabía que cometía un error no cambiando la cerradura -dijo ella, acercándose a la barandilla y mirando al que muy pronto iba a ser su ex marido-. Esta ya no es tu casa, Drew. Vete.

– No me voy a ir hasta que hablemos. Aunque ahora ya sé por qué me has estado evitando. Así que éste es tu nuevo novio… ¿Un niño? ¿Es lo mejor que has podido encontrar, Nicole?

– ¿Lo conoces? -preguntó Raoul.

– Estábamos casados.

– Estamos casados -corrigió Drew.

– Separados, divorciándonos. Se ha terminado.

Raoul asintió, y después volvió a mirar a Drew.

– Tienes que marcharte.

– No, de eso nada -protestó Drew mirando a Nicole-. ¿Es divertido con un niño? ¿Le estás enseñando las cosas que sabes?

Aquel golpe la tomó por sorpresa, y sintió que se sonrojaba. Sin embargo, antes de poder pensar en una respuesta, Raoul agarró a Drew y lo sujetó por el cuello, manteniéndolo inmóvil.

– ¿Es que tu madre no te enseñó modales? -gruñó-. No vas a hablarle a Nicole así.

Drew movió los brazos contra su atacante, y jadeó.

– ¡Nicole!

– Se merece que la respetes y la aprecies -siguió Raoul en tono de enfado-. Eso tienes que aprenderlo.

Nicole estaba disfrutando del espectáculo, pero Drew se estaba quedando muy pálido. Lo último que necesitaba Raoul era una querella por agresión.

– Gracias por cuidarme -dijo a Raoul-, pero tienes que soltarlo. Esperadme en la cocina.

– ¿Es obligatorio que lo suelte? -preguntó Raoul.

– Sí. No es una pelea justa.

Raoul soltó a Drew. Éste se tambaleó hacia atrás, intentando tomar aire mientras se agarraba a la barandilla.

– Desgraciada -le dijo a Nicole, con la voz ronca.

– Me parece que no vamos a hablar.

– No, espera -dijo él, frotándose la garganta-. Quiero hablar.

– Entonces nos veremos abajo. Y no intentes nada. Raoul no hace siempre lo que le digo.

No había ningún motivo para amenazarlo; aun así se sintió bien diciendo aquellas palabras. Probablemente, era infantil por su parte, pensó mientras volvía al dormitorio, pero de todos modos era divertido.

Se lavó la cara y los dientes y se vistió rápidamente. Después bajó a la cocina. Se acercó a Raoul:

– Tengo que hablar con él sin que lo estés fulminando con la mirada. Por favor, saca a Sheila a dar un paseo.

– No confío en él.

– Yo tampoco, pero estoy segura de que puedo arreglármelas si se pone agresivo. Tengo la rodilla mucho mejor.

Se ganó una sonrisa de Raoul.

– Estaré por aquí cerca, y me llevo el móvil.

– Bien. Si hay algún problema, te llamaré.

Raoul tomó la correa de Sheila y salió de la cocina. Nicole esperó hasta que oyó cerrarse la puerta principal, y después se volvió hacia Drew.

– ¿En qué demonios estabas pensando para meterte a escondidas otra vez aquí? ¿Es que no aprendiste la lección la última vez?

En aquella ocasión, Claire lo había mantenido a raya con unas cuantas llaves de defensa personal y un zapato de tacón alto. Drew todavía tenía la cicatriz.

– Quería hablar contigo.

– Pues utiliza el teléfono.

– ¿Quién es ese tipo?

– Nadie que te interese.

– ¿Te estás acostando con él?

– Está en el instituto. Drew, aunque eso no es asunto tuyo. Necesitaba un lugar en el que vivir, así que yo le dije que viniera aquí. Tú eres el que tiene relaciones inapropiadas, no yo. No necesito perseguir a alguien más joven que yo para sentirme mejor conmigo misma.

Drew dio un paso hacia ella.

– No quiero más peleas. Esto ya ha durado suficiente. ¿Cuándo me vas a dejar volver?

No podía estar hablando en serio.

– No estoy jugando a nada -dijo ella-. No estoy fingiendo un enfado, Drew. Nuestro matrimonio ha terminado. Fue un error desde el principio.

– No digas eso.

– Es la verdad. No sé por qué sigues persiguiéndome, pero no deberías hacerlo. Nunca estuvimos bien juntos.

En aquel preciso instante, se abrió la puerta y apareció Hawk, grande, fuerte y muy atractivo, con unos pantalones de correr y una camiseta. Hizo caso omiso de Drew, se acercó a Nicole y le dio un beso en los labios.

– Se me ha ocurrido pasar a saludar -dijo, y miró a Drew-. ¿Quién es tu amigo?

– Mi ex marido -dijo ella automáticamente, preguntándose qué demonios estaba haciendo Hawk allí. ¿Por qué había aparecido de repente? Entonces, lo entendió. Raoul debía de haberlo llamado.

Hawk estaba preocupado por ella. Saber eso le provocó una sensación de calidez en el estómago.

Se volvió hacia Drew.

– Te presento a Hawk.

Hawk sonrió.

– Soy su novio.

Drew se enfadó.

– Todavía estamos casados.

– Ya he presentado la demanda de divorcio -le recordó Nicole-. Hemos llegado a un acuerdo. En este momento sólo estamos esperando a que el divorcio sea definitivo. Eso no es estar casados.

– No voy a perderte.

– No te queda más remedio, Drew. Se ha terminado.

Parecía que él iba a echarse a llorar.

– Pero esto no es lo que yo quiero.

Ella casi sintió lástima por él, cuando recordó que se había acostado con su hermana pequeña.

– Debería haber cambiado la cerradura la última vez que entraste. Esta vez lo voy a hacer de verdad. Si vuelves a aparecer por aquí, pediré una orden de alejamiento. Ya es hora de olvidar y seguir adelante, Drew. Es hora de crecer.

Nicole pensó que él iba a discutir, o a dar más argumentos. En vez de eso, Drew se fue, dando un portazo. Ella miró a Hawk.

– Te ha llamado Raoul.

– Sí. No quería dejarte a solas con ese tipo. ¿Es de verdad tu ex marido?

Nicole asintió.

– No es mi momento de mayor orgullo.

– No quiero que aparezca así.

Ella sonrió.

– Me gusta cuando te pones tan machote.

Él no le devolvió la sonrisa.

– Lo digo en serio, Nicole. No puedes permitir que ese tipo ande rondando por la casa. Es una rata y no creo que haga nada, pero no debería tener la llave.

– Lo sé. Voy a cambiar la cerradura enseguida.

Él miró el reloj.

– Tengo que ir a desayunar con uno de mis jugadores y sus padres. Ya tienen noticias de los reclutadores, y voy a hablar con ellos para aconsejarles sobre cómo deben llevar el asunto.

Hawk la abrazó y le dio un beso. Nicole se apoyó en él y disfrutó del contacto de sus labios. El cosquilleo comenzó inmediatamente.

Cuando la soltó, Nicole dijo:

– Gracias por venir a rescatarme.

– Cuando quiera. Nadie se mete con mi chica.

Aquellas palabras no significaban nada. Tenían un trato, sólo eso. Sin embargo, eso no impidió que se le acelerara un poco el corazón y que se preguntara cómo serían las cosas si fuera verdad.


Cuando Nicole llegó a casa después de trabajar, se encontró a siete adolescentes muy altos sentados en las escaleras de la entrada de su casa. Raoul no estaba con ellos; estaría en el entrenamiento de fútbol hasta las cinco. Entonces ¿quiénes eran?

– ¿Puedo ayudaros en algo? -les preguntó Nicole después de aparcar en el garaje y dar la vuelta a la casa.

Los chicos se pusieron en pie.

– Sí, señora. Me llamo Billy. El entrenador Hawk nos pidió que pasáramos por aquí después de clase. Que echáramos un vistazo para asegurarnos de que todo iba bien.

Tres de ellos tenían balones de baloncesto. Por su altura, se imaginó cuál era su deporte.

– Pero Hawk no es el entrenador de baloncesto -dijo ella.

– Sí, señora. Pero nos cae bien, y estamos encantados de echarle una mano.

Nicole estaba perpleja. No podía creer que Hawk hubiera hecho aquello. Buscarle guardaespaldas. ¡Su vida no era tan arriesgada, al menos para su integridad física!

– ¿Y qué se supone que tenéis que hacer? -preguntó, intentando averiguar si aquello le resultaba divertido o molesto.

– Esperarla, mirar por la casa y quedarnos aquí hasta que llegue Raoul.

– Pero si no me conocéis.

Billy frunció el ceño.

– Bueno, eso no importa.

Ella tuvo la sensación de que no iban a marcharse hasta que hubieran cumplido su misión. Probablemente, sería más fácil aceptar su presencia que luchar contra ella.

– Está bien -dijo, y abrió la puerta-. Mirad. Supongo que tendréis hambre, así que voy a la cocina a sacar algo de comer.

Billy sonrió.

– Gracias. Se lo agradecemos.

Cinco minutos después, habían echado un vistazo por toda la casa y se habían reunido en el salón. Todos se presentaron, pero sus nombres eran un borrón. Nicole sacó patatas fritas, refrescos y galletas, y después fue a su despacho y llamó al instituto. Unos minutos más tarde, Hawk respondió al teléfono.

– Estoy en mitad del entrenamiento.

– Entonces ¿por qué respondes mi llamada?

– He pensado que a lo mejor tenía que aplacarte un poco.

– ¿Porque quizá me sintiera molesta debido a tu suposición prepotente de que necesito que me protejan del hombre con quien estuve casada? Me has mandado jugadores de baloncesto.

– Son más altos que los de béisbol. Y Drew es del tipo de hombre que se asusta de la estatura.

Posiblemente, pero eso no era lo importante.

– No tenías derecho a hacer esto.

– Se metió en tu casa sin permiso.

– Tenía una llave. Y yo voy a cambiar la cerradura.

– Pero todavía no la has cambiado, y los chicos sólo se van a quedar hasta que llegue Raoul. ¿No puedes ser paciente hasta ese momento?

– No sé si debería abrazarte o darte un golpe.

– ¿Por qué no me atas y te aprovechas de mí?

Eso hizo sonreír a Nicole.

– Me estás haciendo enfadar, Hawk. Esto no es parte del trato.

– Ahora sí. No me gusta que ese tipo haya aparecido cuando sabía que ibas a estar dormida. Quería tener ventaja, y eso no está permitido.

– No necesito que me proteja ningún hombre.

– Yo necesito saber que estás a salvo.

Nicole suspiró.

– Está bien. Dejaré que se queden.

– Bien.

– De todos modos, no podría librarme de ellos yo sola -murmuró.

– Siempre eres cortés. Es una de las cosas que más me gustan de ti. ¿Quieres venir a cenar a mi casa esta semana?

Aquel cambio de tema la tomó por sorpresa.

– ¿A cenar?

– Sí, a mi casa. Con Brittany. Los tres solos.

Nicole no supo qué decir. Cenar en su casa no era una cita pública destinada a prolongar la mentira de que eran una pareja de verdad. Parecía una cita de verdad. ¿Quería ella una cita de verdad?

Qué pregunta tan tonta, pensó al recordar el cosquilleo que notaba en el estómago.

– Me encantaría.

– ¿Qué te parece el miércoles por la noche? Yo cocinaré.

– Estoy impaciente.

Quizá más de lo que debería.


Nicole llegó a casa de Hawk a las cinco y media. Brittany y él vivían en uno de los barrios más antiguos de Seattle, con árboles crecidos y detalles de arquitectura estupendos. Los jardines estaban verdes, los porches eran grandes y los juguetes de los niños se hallaban alineados en las aceras. No era exactamente el lugar donde uno esperaría encontrar a un antiguo jugador de la Liga Nacional de Fútbol millonario.

Nicole aparcó en la calle y se acercó a la puerta principal. Hawk abrió antes de que llamara.

– Hola -saludó. La tomó entre sus brazos y la besó.

Ella cerró los ojos y se abandonó a la sensación que le producían sus labios. Le gustaba su forma de darle la bienvenida. El calor se intensificó, el deseo se despertó y, entonces, Nicole oyó el sonido de unos pasos en las escaleras y se apartó de mala gana.

– Hola -devolvió el saludo a Hawk-. No me imaginaba que vivirías en un lugar así.

– ¿Qué quieres decir?

– En un barrio de clase media lleno de familias. ¿Dónde están las verjas y los coches caros?

Él se echó a reír.

– No es mi estilo. Serena y yo compramos esta casa cuando me pagaron la prima inicial del fichaje. Después de haber vivido en una casa tan pequeña durante la universidad, esta casa nos parecía una mansión. Nos gusta vivir aquí. Es nuestro hogar.

Brittany apareció en el vestíbulo.

– Hola, Nicole. ¿Cómo estás? Papá dice que va a cocinar, pero en realidad es una barbacoa, que no cuenta. Va a obligarnos a nosotras a hacer la ensalada. ¿Quieres ver la casa?

Nicole sonrió ante la energía de Brittany.

– Me encantaría -respondió, y dejó el bolso en la consola de la entrada-. Me encantan las casas de estilo, con todos sus detalles y toques únicos.

Brittany arrugó la nariz.

– Quieres decir que es vieja. Cuando sea mayor, quiero un piso alto con vistas.

– ¿Y cómo vas a pagar ese piso de lujo? -preguntó Hawk.

Brittany le dedicó una sonrisa resplandeciente.

– Tú me la vas a comprar, papá, porque me quieres.

Él refunfuñó, pero Nicole vio que tenía una mirada de buen humor. Hawk no sólo era guapo, sino que además tenía una gran relación con su hija. A Nicole le gustaba eso.

– Aquí está el salón -dijo Brittany, guiando a Nicole por la casa-. Las molduras son originales de la casa. Las molduras no eran corrientes cuando se construyó, así que creemos que el constructor las trajo de otra casa, quizá de alguna en la que había vivido.

Nicole miró a su alrededor. La estancia estaba abarrotada. Las molduras eran lo de menos, pensó al ver los sofás, que eran muy grandes y estaban tapizados con telas florales, y los adornitos que llenaban todas las superficies. Aunque normalmente a ella le gustaban las casas con decoración campestre, porque eran acogedoras, aquello resultaba demasiado recargado.

Los cojines y las cortinas eran de flores, las alfombras eran de yute trenzado y había una familia de patos de porcelana sobre la repisa de la chimenea. Por las mesillas había conejitos, platitos de colores y fotografías enmarcadas. Cientos de fotografías.

Nicole se acercó a un grupo de fotografías que había en la pared. En ellas aparecía un Hawk más joven con una joven muy guapa. Serena. Había fotografías de los dos riéndose, fotografías de la boda, y fotografías de una ceremonia de la Liga Nacional de Fútbol Americano. Y más fotos de los padres felices con su bebé.

Sobre la chimenea había también algunas fotografías de Brittany, desde su nacimiento hasta los diez años, más o menos.

La habitación estaba tan llena que resultaba opresiva. A Nicole le recordaba la casa de su abuela. Demasiado color, con demasiadas cosas. El comedor era igual que el salón; Nicole se sentía fuera de lugar. Aquello no era una casa, sino un altar dedicado a un estilo perdido. Estaba segura de que no había cambiado nada desde la muerte de Serena.

Se volvió hacia Hawk y Brittany, y esbozó una sonrisa forzada.

– Es muy bonito. ¿Esto lo hizo Serena? -preguntó, señalando unos marcos que contenían refranes bordados. Brittany asintió.

– Me estaba enseñando a hacer punto de cruz cuando murió.

– Las manualidades les dan a las casas un aire muy acogedor -murmuró, sin saber qué decir. ¿Acaso nunca había querido Hawk dejar atrás el pasado? Mantener viva la memoria de Serena era una cosa, pero ¿aquello?

– A Serena le encantaban las flores y los colores brillantes -dijo Hawk-. Yo pensé en cambiar unas cuantas cosas, pero no le vi sentido. Ésta es la casa que ella nos dejó.

¿Y por qué iba querer cambiarlo?, se preguntó Nicole, asombrada de lo que estaba viendo. Hasta aquel momento nunca había pensado en Hawk como en un viudo. Sabía que su mujer había muerto, pero no había tenido en cuenta que quizá aún lloraba su pérdida. Ni siquiera que estaba viviendo la vida como Serena hubiera deseado vivirla. Siempre parecía tan fuerte, tan dispuesto a ocuparse de las cosas… Para ella, aquello era todo un descubrimiento.

La casa era un santuario para Serena, y le gritaba a cualquier invitado que no se molestara en sentirse cómodo. Las fotografías que lo abarrotaban todo decían que no había sitio para nadie más.

Continuó el recorrido por la planta baja. La casa era grande: tenía una sala de estar enorme, una cocina con comedor incorporado, también muy grande, biblioteca y un estudio que Hawk usaba como oficina. Incluso allí era visible el toque personal de Serena. Había flores de seda esparcidas sobre los trofeos de fútbol que él había obtenido a lo largo de su carrera deportiva.

Nicole se sintió como si las paredes se estuvieran cerrando sobre ella. Cuando Hawk sugirió que salieran al jardín, se sintió aliviada y respiró de nuevo.

Sin embargo, su alivio fue efímero. Mientras Hawk se dedicaba a encender la barbacoa, Brittany insistió en que fueran a ver el jardín especial de Serena.

– Le encantaban las flores -explicó la adolescente-. Las plantaba todos los años. Papá y yo seguimos plantando las mismas, queremos que su jardín siga exactamente igual que cuando ella vivía. También hay hierbas aromáticas. Cada vez que las usamos nos acordamos de ella.

Nicole murmuró que todo era precioso, pero la cabeza le daba vueltas. ¿Qué estaba intentando decirle Hawk?, ¿que no iba a darle la bienvenida a su vida a nadie que no fuera Serena? ¿Y era consciente de que le estaba diciendo a todo el mundo que entrara en la casa que nunca iba a poder estar a la altura de su difunta esposa? ¿La había invitado a cenar para advertírselo?

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