Veinte

Nicole estaba sentada en el sofá, comiendo helado. En realidad quería vino o un Margarita, pero eso no era posible, gracias a su embarazo.

Se sentía vacía. Seca. Ni siquiera sentía dolor. Sospechaba que el dolor llegaría más tarde. Entonces tendría que enfrentarse al hecho de que estaba embarazada de Hawk, de que lo quería, y que él no la correspondía. Sin embargo, hasta aquel momento podía encontrar una evasión en la sobredosis de azúcar.

– ¿Nicole?

Ella hizo caso omiso de aquel grito agudo. Brittany entró por la cocina y pasó al salón.

– ¿Cómo has podido hacerme esto?

Nicole ni siquiera la miró.

– No sé de qué estás hablando.

– ¡Estás embarazada! -gritó Brittany-. ¡Te has acostado con mi padre! Pensaba que eras mi amiga. ¿Cómo has podido hacerme esto?

– ¿No estabas castigada? -preguntó Nicole, concentrándose en el helado y pasando por alto la mayor parte de lo que había dicho Brittany. En aquel momento no tenía espacio para una reina de la tragedia en su vida-. ¿No se suponía que tenías que estar en tu habitación?

– Eso no es asunto tuyo.

– Supongo que eso significa que sí -dijo Nicole-. También había oído decir que tu padre te ha confiscado el coche. Supongo que no fue él quien te ha dicho lo del bebé, así que te lo ha tenido que decir otra persona.

Nicole sabía que Hawk iba a tardar horas en asimilar la noticia. No era posible que le hubiera dado aquella información a Brittany. Y nadie más lo sabía, salvo quizá…

Alzó la cabeza y vio a Raoul vacilando detrás de Brittany. Debía de haber oído la conversación que ella había mantenido con Hawk.

Eso sí le causó dolor. Era una traición en toda regla. Lo miró y le preguntó:

– ¿Se lo has dicho tú?

Raoul arrastró los pies por el suelo.

– Tenía que hacer algo.

– ¿Y pensaste que decírselo era buena idea?

– Ya no.

– ¡No sigáis hablando como si yo no estuviera aquí! -gritó Brittany, y dio una patada en el suelo-. Mi padre nunca se había enfadado conmigo hasta que te conoció. Tú lo has cambiado todo. Nunca pensé que pudieras hacer esto. Él no te quiere, sé que no te quiere. No vas a quitármelo. Me quiere más a mí…

– Brittany, ya basta -la interrumpió Raoul. La agarró del brazo y tiró de ella hacia la cocina-. No hables así a Nicole. No hagas esto.

Ella se zafó de él dando un tirón.

– No me digas lo que tengo que hacer -dijo, y se giró hacia Nicole-. Nunca te lo perdonaré.

– Lo mismo digo.

– ¿Qué?

– No hay nada como una crisis para sacar a la luz el verdadero carácter de una persona. El tuyo no me ha impresionado. Me alegro de que no te hayas casado, Raoul. Hazme caso, no soportarías tener que enfrentarte a esto todos los días durante los próximos treinta años.

– ¡Desgraciada! -gritó Brittany.

Raoul se colocó entre ellas.

– Ya está bien -dijo a su novia-. No le hables así.

– Y tú no te pongas de su lado.

– Claro que sí. Ella ha sido buena conmigo. Me acogió a mí, y también a Sheila.

– Pero tú me quieres a mí.

– Sí, te quiero, pero respeto a Nicole y tú también deberías respetarla.

Sus palabras tenían calma, dignidad y una madurez que Nicole no se esperaba. Su defensa alivió la herida de la traición. Los miró, preguntándose quién iba a ceder primero.

Brittany irguió los hombros.

– Me gustaría que me llevaras a casa, ahora.

– De acuerdo.

Brittany salió por la cocina. Raoul miró a Nicole.

– La he vuelto a fastidiar. Lo siento.

– No te preocupes. Yo no lo estoy haciendo mucho mejor. La vida es interesante, al menos.

– ¿Estás contenta por lo del bebé?

– Sí, a pesar de todo.

– Bien. Me alegro. Hawk lo pensará mejor.

Nicole no quería hablar de eso.

– Será mejor que lleves a Brittany a casa antes de que su padre se dé cuenta de que ha salido. Dudo que tenga ganas de ser paciente con ella.

– Sí, lo sé -dijo él-. Has dicho que una crisis muestra el verdadero carácter de una persona. Tú lo estás haciendo muy bien.

Ojalá.

– No por mucho tiempo. He pensado tener un ataque de nervios a media tarde.

– Estaré por aquí si me necesitas.

– Gracias, pero lo superaré -dijo Nicole. A solas. Eso se le daba bien.

Raoul se marchó, y ella se quedó sola en casa.

El silencio no la molestaba demasiado. Se acurrucó en el sofá y cambió los canales de la televisión. Tenía que haber algo que la distrajera de su conversación con Hawk y de la reacción que éste había tenido ante el embarazo. Algo que la ayudara a permanecer inmovilizada.

Sin embargo, el dolor estaba allí, acercándose. Había dejado que el amor se apoderara de ella, había sido incapaz de protegerse. Claro, aquélla no era la manera que ninguno de ellos hubiera elegido, pero si él la quisiera de verdad, al menos se habría quedado para hablar del embarazo. No habría salido corriendo. No habría dejado tan claro lo mucho que seguía amando a Serena.


Hawk estaba en mitad de su salón, mirándolo por primera vez desde hacía años. Todo estaba exactamente igual que cuando Serena vivía. La pintura de las paredes, los muebles, las fotografías. Incluso los conejitos de cerámica que él siempre había odiado.

Se acercó a la chimenea y tocó con un dedo las fotografías que había sobre la repisa. Eran muchas. Brittany, Serena, fotos de la boda y de las vacaciones. Había más en el pasillo y en el piso de arriba. La presencia de Serena era tangible en la casa, como si hubiera vivido allí hasta el día anterior.

Hawk no había pretendido que sucediera aquello. Él quería a Serena. Siempre la querría, pero no había sido su intención construirle un santuario. Nunca había tenido intención de poner su vida en pausa, ni de mantener a los demás a distancia.

Nicole tenía razón. Sus relaciones anteriores no habían llegado a ningún sitio. La mayoría había terminado antes de que invitara a la mujer en cuestión a su casa. Y ahora sabía por qué.

Antes no estaba lo suficientemente interesado como para preguntárselo, pero ¿y si Nicole se hubiera marchado?

No quería pensarlo. No quería pensar en que podía perderla. La quería de verdad. Aunque no era probable que ella lo creyera.

Brittany entró corriendo en casa.

– Papá, papá, ¿dónde estás?

– Aquí -dijo él.

Brittany corrió hacia Hawk.

– Oh, papá, ha sido horrible. Raoul os oyó hablar a Nicole y a ti y me dijo lo del embarazo. Papá, dime que no es verdad, dime que no has hecho eso con ella. Papá, no puedes tener otro hijo. No puedes.

Un hijo. Había borrado aquella parte de lo que le había dicho Nicole, lo había apartado de su mente. Era demasiado. ¿Un hijo? ¿En aquel momento?

Miró a su hija adolescente, a la muchacha a la que quería tanto. A la que quería, y a la que había fallado.

– Estás castigada. No podías salir de tu habitación.

– Oh, por favor. Nicole está embarazada, ¿y tú quieres hablar de mi castigo?

– ¿Adónde has ido? -preguntó Hawk. Entonces lo entendió-. ¿Has ido a su casa?

– Tenía que hablar con ella. Tenía que preguntarle si era cierto. Le he dicho que no importa, que nunca querrás estar con ella ni tener otro hijo. Es repugnante.

Antes, Hawk estaba enfadado con su hija. Y decepcionado. Sin embargo, nunca había estado verdaderamente furioso.

– Nicole no ha sido más que amable contigo, y te ha apoyado. Fue comprensiva incluso cuando te escapaste con Raoul, ¿y así se lo agradeces? -le reprochó Hawk, y la apartó de sí.

Brittany se quedó mirándolo con desconcierto.

– ¿Por qué me miras así?

– Porque eres una persona egoísta y desconsiderada, y no te pareces en nada a la persona que yo querría que fuera mi hija. Estoy enfadado y avergonzado por tu comportamiento.

Ella se ruborizó, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– No lo dices en serio -susurró Brittany.

– Sí. Dame tu teléfono.

– ¿Qué?

Él tomó su bolso y sacó el teléfono móvil.

– ¡Papá, no! No puedes quitármelo. Esto es una locura.

– Tienes razón. Es una locura. Lo he estropeado todo contigo, pero voy a arreglarlo. Deja que te aclare una cosa, Brittany. Eres mi hija. No eres igual a un adulto. Eres una caprichosa y una inmadura.

– De tal palo, tal astilla -dijo ella, prácticamente escupiendo las palabras. La vergüenza le había durado poco.

– Tienes razón. No he mostrado mi mejor cara. Pero eso va a cambiar, empezando por este mismo momento. Los dos vamos a crecer. Creo que a mí me va a resultar más fácil, pero ojalá no tenga razón.

– Te odio -dijo ella, llorando.

– Me parece bien.

– Nunca te perdonaré.

– No hay problema.

Brittany se marchó a su habitación y cerró de un portazo. Su teléfono móvil comenzó a sonar. Hawk lo apagó.

Lo había echado todo a perder. Con Brittany y con Nicole. Tenía que conseguir que su hija entendiera cuál era su responsabilidad en todo aquel asunto, y tenía que arreglar la situación con Nicole. ¿Pero cómo? ¿Cómo podía convencerla de que se había quedado anonadado por la noticia, y no enfadado?

Un hijo. Iban a tener un hijo.

Él nunca había pensado en tener más hijos, pero, ¿por qué no? Nicole sería una madre estupenda, y él sabría más de lo que había sabido con Brittany. Además, quería a Nicole, y deseaba estar con ella. Si ella lo quería a él, entonces podrían formar una familia.

Ahora bien, ¿cómo podía convencerla de que la quería? ¿Cómo podía demostrarle que era el hombre adecuado para ella? ¿Cómo podía conquistarla de nuevo, y para siempre?


Lo último que quería Nicole era ir a un partido de fútbol americano. Sin embargo, era el último partido de la temporada y Raoul le había pedido que acudiera a verlo jugar.

Aquella semana habían pasado mucho tiempo juntos. Como Brittany estaba castigada, él se había quedado en casa todas las noches, y habían pasado veladas tranquilas, leyendo o viendo la televisión. Era como tener un hermano pequeño en casa, y Nicole sabía que iba a echarlo de menos cuando se fuera a la universidad.

No había tenido noticias de Hawk en un par de días. Sabía que al final las tendría; aunque la idea de tener otro hijo lo horrorizara, no era de los que evitaban sus responsabilidades. Así que querría llegar a un acuerdo sensato. Era una pena que no pudiera estar enamorado de ella lo suficiente como para dejar el pasado atrás y vivir en el presente.

Varios de los padres que habían ido al estadio la saludaron. Ella agitó la mano, pero no intentó hablar con nadie. Se sentaría en las gradas, vería el partido y volvería a casa. Le hacía daño estar allí. Le dolía intentar no mirar al campo, y que su mirada se desviara hacia aquel lugar para poder ver a Hawk.

Trató de fijarse en los jugadores, y encontró a Raoul con facilidad. Este alzó la vista y la saludó. Estaba demasiado lejos como para que Nicole supiera con seguridad que estaba sonriendo, pero ella presentía que era así. Raoul se sentía responsable de ella, ahora que estaba embarazada. Era absurdo pero cierto, y Nicole lo adoraba por ello.

– ¿Nicole?

Se volvió y vio a Brittany junto a ella. Rápidamente se alarmó, porque no estaba segura de lo que pretendía la adolescente. En vez de gritarle, Brittany se sentó y agachó la cabeza.

– Lo siento -dijo en voz baja-. Siento cómo me he portado. Mi padre dice que no soy madura, y creo que tiene razón. He tenido mucho tiempo para pensar mientras he estado castigada, y Raoul me ha gritado por haberte hecho daño.

La chica la miró.

– Lo siento. No quería hacerlo.

Nicole no sabía qué decir. Aunque agradecía la disculpa, no confiaba totalmente en ella.

– Fue demasiado para asimilarlo de golpe -dijo con cautela.

Brittany sonrió.

– Lo sé. Primero tú, después yo. Sigue sin gustarme la idea de que mi padre haga… ya sabes, eso.

– Lo entiendo. Las relaciones de los padres no deberían conocerse.

– No. Pero quiero que seamos amigas. Raoul tenía razón: tú has sido estupenda, y yo lamento mi comportamiento.

Nicole sabía que aquella disculpa significaba mucho.

– Gracias por decirlo. Te lo agradezco.

– ¿Somos amigas todavía?

Nicole no estaba segura, pero asintió. Entonces la adolescente se inclinó hacia ella.

– Vas a tener a mi hermano o hermana, y es genial. Quizá cuando venga a casa de la universidad pueda hacer de niñera, si quieres.

– Claro -dijo Nicole. No albergaba demasiadas esperanzas de que aquello sucediera, pero era agradable que Brittany estuviera interesada en vez de gritar.

– A papá le gustas de verdad -le confió Brittany-. Al principio me asusté, pero la verdad es que ha pasado mucho tiempo desde que murió mamá. Supongo que cuando yo me vaya, él va a necesitar a alguien.

Era una oferta de paz, y Nicole la aceptó.

– Gracias por decírmelo -repitió.

– Bueno. Ahora tengo que bajar al campo. Hasta luego.

Nicole la observó mientras se alejaba. Su mirada se deslizó de nuevo hacia Hawk, que la estaba mirando. Él la saludó con la mano, y ella le devolvió el saludo. ¿Qué significaba eso? No tenía la respuesta.

El partido empezó cinco minutos después. Los chicos de Hawk marcaron tantos con facilidad y, segundos antes del descanso, la puntuación era de veintiuno a diez. Los jugadores estaban a punto de salir del campo cuando la banda comenzó una fanfarria que rápidamente se transformó en el himno nupcial.

Nicole frunció el ceño. ¿Qué demonios…? Entonces los demás espectadores empezaron a lanzar exclamaciones de sorpresa.

– ¡Nicole, mira!

Ella miró hacia el marcador de la puntuación y se dio cuenta de que en la pantalla había un mensaje. «Nicole, cásate conmigo».

Se quedó helada. Aquello no podía estar sucediendo. Quería salir corriendo, pero no podía moverse. Miró hacia el campo y vio a Hawk con una gran sonrisa, como si aquello fuera lo más estupendo del mundo.

¿Le había pedido que se casara con él en público? ¿Tan fácil? ¿Sin conversación, sin haberse disculpado por marcharse así de su casa, sin hablar de la realidad de su situación y de cómo iban a encargarse de las complicaciones de la vida que habían creado juntos? Tan sólo una proposición de matrimonio pública, porque si él estaba dispuesto a casarse con ella, todo tenía que ir bien.

Nicole no hubiera pensado que el dolor podía empeorar, pero así era. Si él la quisiera de verdad, habría hablado con ella. En aquel momento, todos la estaban mirando. Se ruborizó. Quería que se la tragara la tierra.

Tomó su bolso, se puso en pie y salió del estado. Fue directamente a su coche y se marchó.

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