Catorce

Nicole estaba deseando que llegara el partido del viernes por la noche. Tanto Hawk como ella habían estado ocupados, así que no había tenido ocasión de verlo ni de hablar con él desde hacía un par de días.

Todavía sentía cosquilleos al recordar la última vez que había estado con él, y al llegar al estadio aquella noche, tenía una sonrisa en los labios.

– ¡Hola, Nicole! -saludó uno de los chicos.

Nicole alzo la mano y lo saludó mientras subía hacia la grada que ocupaban la mayoría de los padres.

– ¡Nicole! ¿Cómo estás? -preguntó Barbara.

– Esta noche vamos a ganar -dijo Dylan, el padre de Aaron y Kyle.

– Yo también tengo ese presentimiento -respondió ella, riéndose.

Hubo más saludos, y después Nicole se sentó entre Missy y Greg, una pareja muy tranquila con dos chicos en el equipo.

Desde las gradas, Nicole veía todo el campo. Miró con atención hasta que divisó a Hawk. Ojalá su sonrisa no delatara que estaba temblando por dentro. Él miró hacia arriba, y ella lo saludó con la mano. Sin embargo, Hawk no le devolvió el gesto, y Nicole frunció el ceño. Habría jurado que él la había visto, pero estaba bastante alejada del campo de juego y era fácil que la pasara por alto. Aunque en realidad, eso no había pasado nunca.

Minutos después la vio Raoul. Ella esperó a que le dijera a Hawk dónde estaba, pero Raoul no lo hizo. Lo que era raro. Entonces Brittany se acercó a su novio. Raoul dijo algo y ella miró hacia las gradas. Cuando la niña vio a Nicole, agitó los pompones y se acercó a su padre.

Nicole sintió un aleteo de impaciencia. Intentó no sonreír, pero fracasó. Brittany le dijo algo a Hawk y señaló hacia las gradas. Él miró hacia donde ella estaba una vez, pero se dio la vuelta y se alejó.

Nicole se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Notó una presión en el pecho, que no le permitía respirar bien. Fue humillante. Hawk acababa de negarla públicamente.

Notó un intenso calor en las mejillas. Fingió que buscaba algo en el bolso para tener algún sitio al que mirar, y dejó que el pelo le ocultara el rostro.

¿Qué acababa de ocurrir? ¿Por qué le había hecho eso? ¿Por qué la había despreciado de aquella manera? Tan sólo dos días antes, estaban riéndose y haciendo el amor en su cama. No se habían visto ni habían hablado desde entonces. ¿Qué era lo que había ocurrido?

Sintió el impulso de salir corriendo, pero estaba atrapada por la multitud y por el hecho de que siempre llevaba a algunos de los chicos a la pizzería. Así pues, levantó la cabeza y no permitió que nadie se diera cuenta de que se sentía dolida y humillada. Por fortuna, Missy y Greg no eran muy habladores. Cuando empezó el partido, hizo todo lo posible por concentrarse en el juego.

Los minutos pasaron lentamente, hasta que por fin, sonó el silbato que marcaba el final y los jugadores se acercaron para estrecharse la mano. Eso, normalmente, era la señal que ella esperaba para comenzar a bajar de las gradas.

Nicole titubeó. ¿Debería marcharse? No. Bajaría al campo y averiguaría lo que había sucedido. Era lo más maduro.

Dejó que la gente la adelantara, y después pasó por la puerta del campo. Había varios padres alrededor de Hawk, esperando para hablar con él sobre el partido. Ella esperó a que hubiera una pausa en la conversación, y dio un paso hacia delante.

– Hola -saludó en un tono tranquilo. Hasta que se enterara de otra cosa, iba a fingir que no había pasado nada.

– Hola -respondió Hawk, sin mirarla.

Ella esperó, pero él no dijo nada. Y entonces, justo cuando iba a preguntarle qué le ocurría, se acercó Annie, una de las madres que siempre iban al partido, y le puso ambas manos a Hawk sobre el pecho.

– Entonces ¿te espero en el aparcamiento? -dijo.

– Sí. Yo te enviaré a los chicos.

Ella sonrió.

– Gracias por pedirme que me quedara esta noche, Hawk. Estoy deseando… todo.

– Yo también.

Nicole se sintió como si la hubieran abofeteado. Aquello no podía estar pasando. Bueno, en realidad, Hawk y ella no estaban saliendo en el sentido tradicional de la palabra, pero nunca, ni por asomo, hubiera pensado que él podía incumplir su palabra y, además, ser tan cruel.

Eso fue lo que más le dolió. Hawk estaba haciendo aquello a propósito, como si quisiera hacerle el mayor daño posible. Y lo estaba consiguiendo.

Se dio la vuelta y salió apresuradamente del campo. En cuanto llegara a casa vomitaría, se echaría a llorar y después, oh, sí, saldría a pasear a la perra.

Casi había alcanzado el coche cuando notó que alguien le tocaba el brazo. Al volverse vio a Raoul.

– Lo siento -dijo el chico en voz baja. Tenía una expresión de culpabilidad y dolor-. Ha sido culpa mía.

– ¿De qué estás hablando?

– Del entrenador. De cómo se ha comportado. Ha sido culpa mía.

Nicole hizo caso omiso de la nueva ráfaga de vergüenza que sintió, al darse cuenta de que el rechazo de Hawk había tenido testigos.

– Raoul, tú no tienes nada que ver.

– No es cierto. Lo vi la otra noche, cuando se estaba marchando.

El bochorno continuaba, pensó Nicole, y se preguntó si iba a tener un sonrojo permanente.

– Yo… eh… le dije que no debía hacerte daño -explicó Raoul, mirando al suelo del aparcamiento-. Que eras especial, y que no jugara contigo.

¿Raoul la había defendido? ¿Raoul se había enfrentado a su entrenador para defenderla?

En aquel momento tenía todavía más ganas de llorar, pero el motivo era muy diferente al anterior.

Le dio un abrazo a Raoul.

– Tengo veintiocho años. Sé cuidar de mí misma.

– No quería que te hiciera daño.

– Lo sé. Gracias.

– Siento que el entrenador se esté comportando como un idiota.

– Yo también -respondió ella-. Gracias por decírmelo, Raoul. Y por lo que hiciste. Fuiste muy bueno, pero no era necesario.

Él se encogió de hombros, entre la incomodidad y el orgullo. Nicole le señaló la entrada a los vestuarios.

– Ve a ducharte y a cambiarte. Yo voy a hablar con Hawk.

– Sí, señora -respondió Raoul, y se alejó corriendo.

Llena de decisión y energía, Nicole marchó hacia el estadio y salió al campo. La mayoría de los padres ya se había ido, incluida Annie. Se acercó directamente a Hawk y le clavó el dedo índice en el pecho.

– Tenemos que hablar.

– En este momento no me viene bien.

– No me importa.

Hawk la miró con los ojos entrecerrados.

– ¿Cuál es tu problema?

– Parece que tú. Te estás portando como un niño de dos años; te has enrabietado porque las cosas no han salido a tu manera. No entendía lo que pasaba porque la última vez que te vi, lo pasé muy bien. Pero en vez de hablar conmigo, o comportarte como un adulto, te has enfurruñado y me has hecho sentir mal con una tonta aumentada quirúrgicamente.

– Annie es una mujer muy agradable.

– Ya me lo imagino -dijo, dándole golpecitos con el dedo-. Raoul sólo me estaba cuidando. No era necesario, pero es realmente tierno y conmovedor por su parte, y si éste es el chico que está saliendo con tu hija de diecisiete años, deberías estar dando volteretas. Si está dispuesto a enfrentarse a ti por protegerme a mí, imagínate lo que estará dispuesto a hacer por la chica a la que quiere. Es un chico estupendo, y existe la mínima posibilidad de que tú tengas algo que ver en ello. Pero ¿lo ves? No. Estás demasiado enfadado como para darte cuenta, porque se enfrentó a ti y tu desmesurado ego masculino ha recibido un golpe. Pobre Hawk. Tu jugador estrella se interesa más por comportarse como un hombre que por besarte el trasero. Deberías estar orgulloso de él, en vez de hacer mohines.

La mirada de Hawk se había vuelto muy fría.

– ¿Has terminado?

– Casi. Pensaba que eras distinto, que eras especial. Dejaste una carrera deportiva de ensueño por cuidar de tu hija, y ahora trabajas con estos chicos, no porque necesites el dinero, sino porque quieres ayudar. Al menos, eso es lo que le dices a la gente. Pero la verdad es que todo lo haces por ti, por tu imagen y por lo mucho que el mundo pueda llegar a adorarte. En cuanto las cosas no salen como a ti te gusta, pierdes el interés en el partido. No quieres jugar, y menos jugar limpio. Pensaba que eras alguien a quien merecía la pena conocer, pero si eres así en realidad, no deseo ni siquiera fingir que estoy saliendo contigo. Vete al infierno, Hawk.

Se dio la vuelta y se alejó.

Nicole pensó que iba a darle una respuesta hiriente, pero sólo hubo silencio. Ella estaba tan enfadada que temblaba. Además sentía un dolor extraño por dentro, como si hubiera perdido algo importante.

Se suponía que no debía ser así, pensó mientras subía al coche. Se suponía que no debía ser doloroso. Pero le dolía, y le dolía mucho.


Lo último que deseaba Hawk era salir con sus jugadores, pero no podía hacer otra cosa. Fue hasta la pizzería y, al entrar, recibió el saludo de la gente.

Fingió que estaba de buen humor, como siempre, a lo largo de varias conversaciones, y después miró el reloj y se preguntó cuánto tiempo debía esperar antes de poder marcharse. ¿Una hora? Quizá dos. Hasta entonces, estaba atrapado.

– Hola, Hawk.

Aquella voz grave, sensual, le puso los pelos de punta. Annie. Estaba allí porque él la había invitado. Porque era un idiota. Sin embargo, aunque no pudiera deshacer lo que había hecho antes, sí podía remediar las consecuencias.

Miró directamente a Annie a los ojos y dijo:

– He tenido una pelea con mi novia. Te estaba usando para hacer que ella se sintiera mal. Me he portado de un modo inaceptable. Perdóname.

Annie pestañeó.

– No lo dirás en serio.

– Sí. Es la verdad. Eh, si tú estuvieras en mi situación, ¿no te habrías elegido a ti misma?

Aquella frase contenía una parte de halago descarado y dos partes de verdad. Hawk tenía la esperanza de que fuera la combinación correcta.

Annie se apartó el pelo largo, oscuro, del hombro, y después se alisó la parte delantera del jersey ajustado que llevaba.

– Pues, bueno, sí. También me elegiría a mí -dijo, y suspiró-. ¿De veras estás saliendo con alguien?

– Sí. Se llama Nicole.

Annie suspiró de nuevo.

– Está bien, de acuerdo. Tenía el presentimiento de que esto era demasiado bueno como para ser cierto. Lo dejaremos por esta vez, Hawk, pero no vuelvas a cometer el mismo error, o te tomaré la palabra.

– Te lo prometo.

Ella se alejó.

Hawk miró a su alrededor por la pizzería hasta que distinguió a Raoul, y se acercó a hablar con él.

– Estoy en deuda contigo -dijo al chico-. Estabas cuidando a Nicole, y lo respeto. Sigue haciendo lo correcto, digan lo que digan los demás.

Raoul lo miró fijamente.

– ¿Incluso usted, entrenador?

– Incluso yo.

Se estrecharon las manos. Hawk sabía que Nicole tenía razón. Él se sentía muy agradecido de que fuera Raoul quien estuviera saliendo con Brittany. Sabía que la cuidaría. Lo cual significaba que había reparado todas sus meteduras de pata, excepto una.

– Raoul, ¿podrías vigilar por aquí durante un rato?

– Claro, entrenador.

– Volveré en cuanto pueda.

Al cabo de menos de veinte minutos, estaba llamando a la puerta de Nicole.

– Nicole, vamos. Soy yo. Ábreme. Sé que estás ahí.

Por fin, oyó unos pasos.

– Márchate -le gritó ella a través de la puerta.

– Nicole, sé que no tienes ganas de verme, pero esto es importante.

Ella no dijo nada, y Hawk prosiguió:

– Me equivoqué, he sido un idiota. Conozco a Raoul desde hace años y él sólo te conoce a ti desde hace un par de meses; sin embargo, se ha enfrentado a mí por ti. No me lo esperaba. No me había dado cuenta de que se ha convertido en un hombre. Me desafió. No suponía que las cosas iban a ser así.

La puerta se abrió y Nicole apareció en el vano, con la cara surcada de lágrimas.

– Claro que sí. El macho dominante de la manada tiene que luchar por su puesto. Es el ciclo de la vida.

Estaba muy guapa, pero también muy triste, y él lamentó haberla hecho llorar.

– ¿Te habría gustado que me hubiera pateado el trasero?

– Sí -respondió ella con un pequeño sollozo-. A base de bien.

– Lo siento -repitió Hawk, y la abrazó-. Lo siento muchísimo. Soy muy malo en esto de las relaciones. La última vez que conocí a una chica fue a los quince años. Era más fácil no estropearlo todo.

Siguió abrazándola, y la besó.

– Nicole, lo siento mucho.

Ella tragó saliva y asintió.

– Sé que sólo ha sido una reacción. Además, esto no es una relación verdadera. Tenemos un trato, ¿no te acuerdas?

Él la miró a los ojos. ¿Un trato? Claro, así había empezado todo, pero las cosas habían cambiado.

– Yo no estoy aquí por el trato -dijo-. Estoy aquí por ti.

– ¿De veras?

– Sí, y tengo a cincuenta chicos esperándome en la pizzería.

– Oh, claro. Di algo de eso y sal corriendo. Típico de los hombres -se quejó ella. Sin embargo, ya no parecía que estuviera enfadada.

– ¿Vienes conmigo?

Nicole dio un paso atrás.

– No puedo. Tengo un aspecto horrible.

– Estás bien. Se nota que has llorado, pero las mujeres sabéis arreglar eso con… no sé, un poco de maquillaje.

Nicole sonrió.

– De acuerdo. Dame cinco minutos.

– Esperaré.

Ella se dio la vuelta.

Entonces Hawk la tomó del brazo, la abrazó y volvió a besarla.

– Lo siento -murmuró.

– Ya lo he captado.

Lo miró a los ojos y sonrió.

Era una sonrisa de perdón que a Hawk le cortó el aliento. Su mundo quedó en silencio. Porque, en aquel momento, no había nada que deseara más.


Nicole se inclinó sobre el libro de texto.

– No me gustan los problemas de matemáticas que empiezan con dos coches viajando el uno hacia el otro. ¿Por qué tienen que ser coches?

– Algunas veces son trenes -dijo Raoul.

Nicole puso los ojos en blanco.

– Eso no mejora la cuestión. Está bien, «dos coches van el uno hacia el otro. El coche A rueda a cincuenta kilómetros por hora y el coche B lo hace a sesenta y cinco kilómetros por hora. Comienzan con dos kilómetros de separación. ¿En qué punto y a qué hora se encontrarán, suponiendo que son las dos de la tarde?» -Nicole lo miró-. ¿Es una broma?

– No.

– Me lo temía.

Tomó el libro y miró un par de capítulos, con la esperanza de encontrar alguna pista de cómo resolver el problema. Siguió pasando las páginas hasta que llegó a la tapa.

– ¿Quieres el libro del año pasado? -le preguntó Raoul con una sonrisa-. ¿O mis libros de la escuela?

– ¿Quieres que te ayude?

– A lo mejor no.

Ella le devolvió el libro de texto.

– Esto no es lo mío. Lo siento, pero en la universidad sólo tuve una asignatura de cálculo y, según el profesor, era cálculo para bobos. Los estudiantes de cálculo verdadero se reían de nosotros, pero aprendí a vivir con ello -explicó, y siguió mirando el problema-. Creo que vas a tener que pasar los kilómetros a metros, y después, pasar los kilómetros por hora a metros por minuto. Después, escribe una ecuación con la distancia como función de tiempo para cada uno de los coches. Eso te dará el tiempo en común. Puedes resolverlo con el tiempo. ¿Te parece coherente?

Él tomó su lapicero.

– Ya te lo diré.

– Si no lo es, he agotado mis conocimientos matemáticos de máximo nivel. En serio, después de esto, tendremos que hablar de la guerra revolucionaria.

Raoul suspiró.

– Prefiero las matemáticas a la historia.

– Típico de los hombres. ¿Qué quieres estudiar en la universidad?

– Me gustaría estudiar Publicidad.

– ¿Excusas para celebrar comidas en restaurantes caros con los clientes?

Él sonrió.

– Eso se me daría bien.

– Sobre todo, si esos clientes son mujeres.

Él se echó a reír, pero de repente, su semblante se volvió serio.

– Primero tengo que entrar en la universidad.

– ¿Es que hay alguna duda? -preguntó Nicole, señalando el libro de matemáticas que había sobre la mesa de la cocina-. Esto no son matemáticas básicas, Raoul. Son asignaturas difíciles, y tú estás sacando muy buenas notas.

– Me refería a que tengo que conseguir la beca.

– Ah, la beca de fútbol.

– Es el único modo que tengo de entrar en una buena universidad.

Porque no tenía dinero. Por supuesto, había préstamos y subvenciones, pero era lógico que Raoul quisiera tener una beca si podía conseguirla.

Nicole quería decirle que su forma de jugar al fútbol era brillante, y que por supuesto iban a darle una beca, pero ¿qué sabía ella?

– ¿Y qué dice el entrenador?

– Que puedo conseguirlo. Que debo escuchar todo lo que me digan, y que él me ayudará a tomar la decisión más correcta, si quiero.

– ¿Las universidades se han puesto en contacto?

– Sí. Me han llamado los reclutadores.

– ¿Y te has citado con ellos?

– Quieren llevarme a cenar o a un partido de los Seahawks. Ese tipo de cosas. Quieren llevarme a sitios bonitos y contarme lo estupenda que es su escuela, hablar del programa, de las ventajas, de ese tipo de cosas.

– Parece divertido.

Él tomó el lapicero, pero volvió a dejarlo en la mesa.

– Supongo que sí. Yo estoy nervioso.

– No lo estés. Tienes talento, Raoul. Eres lo que están buscando. Eres su razón de vivir.

Él no sonrió. En vez de eso, agachó la cabeza.

– La semana próxima va a venir uno de ellos. Quiere llevarme a cenar por ahí. ¿Querrías venir conmigo a la cena? No sé lo que se supone que tengo que pedir, así que he pensado que tal vez tú pudieras ayudarme.

Nicole se quedó asombrada, y se sintió muy halagada.

– ¿No debería ir Hawk contigo?

– Va a venir, pero yo quiero que vengas tú también.

Ella sintió una oleada de afecto y le apretó el brazo.

– Será un placer ayudarte en todo lo que pueda.


Nicole aparcó en el garaje y sacó las bolsas del coche. Había tenido una tarde de compras estupenda con Claire. Habían ido a comer juntas y, después, ella se había comprado un vestido precioso para la cena con el representante de la universidad. Quería que Raoul se sintiera orgulloso, y que Hawk gimoteara. Aunque había gastado una buena suma de dinero, había cumplido su misión. La vida era estupenda.

Entró en casa y se encontró a Raoul junto a la puerta trasera. Se había dado cuenta de que el coche de Brittany estaba aparcado fuera, pero no vio a la niña por ningún sitio.

– Hola -dijo-. He comprado un vestido precioso…

Se interrumpió. Raoul tenía una expresión de inseguridad, como si estuviera intentando actuar con naturalidad.

– ¿Qué sucede? -preguntó Nicole.

– Nada.

– ¿Dónde está Brittany?

– En el baño.

Ella soltó un juramento en voz baja.

– ¿Estabais haciendo algo? Raoul, ya hemos hablado de esto. Nada de sexo en mi casa. Hawk os va a matar a los dos. Sois demasiado jóvenes, y no quiero enfrentarme a algo así.

Él enrojeció.

– No hemos hecho nada, te lo juro. Brittany está en el baño, con toda la ropa puesta.

En aquel preciso instante, Nicole oyó el ruido de la cisterna del baño del piso superior y, después, unos pasos que bajaban por las escaleras.

Raoul murmuró algo que Nicole no entendió. Casi parecía una plegaria. Entonces Brittany entró en la cocina. Parecía feliz y aterrorizada a la vez, y tenía algo en la mano. Era blanco, de plástico, alargado. Lo alzó delante de Nicole.

– Mira -dijo, mirándolos a ella y a Raoul.

Nicole pensó que se iba a desmayar. Se le heló la sangre en las venas, le faltaba el aire.

– No estaba segura -continuó Brittany-. Me lo imaginaba, porque últimamente no me sentía bien. Ahora lo sabemos con seguridad -dijo, y se volvió hacia Raoul-. Estoy embarazada. Vamos a tener un hijo.

Загрузка...