Ocho

– No es posible -insistió Hawk-. Tiene que tratarse de otra cosa. No es posible que yo no lo supiera.

– Estoy impaciente por oír la explicación -le dijo Nicole, que estaba muy disgustada-. Es un niño, Hawk. No me importa que acabe de cumplir dieciocho años y que sea adulto legalmente. No debería vivir en un edificio abandonado, él solo.

– No, no puede ser -dijo Hawk. No era posible que Raoul estuviera viviendo así, él se habría enterado. Se preocupaba por sus jugadores, formaba parte de sus vidas.

Minutos después, los chicos comenzaron a llegar. Él envió a varios al coche de Nicole, a recoger las cajas de croissants, y llamó a Raoul para que se reuniera con ellos en la oficina.

Quizá Nicole hubiera tenido una reacción exagerada, o hubiera malinterpretado la situación.

– Siéntate -dijo Hawk.

Raoul los miró.

– ¿Qué ocurre?

Nicole intentó sonreír.

– Nada demasiado horrible, no te asustes. No te vamos a mandar con los marcianos para que hagan un experimento médico contigo.

– No estaba pensando en eso.

– Ocurre más a menudo de lo que piensas.

La broma de Nicole no consiguió que Raoul se sintiera más cómodo.

Ella suspiró y le tendió el cheque de la paga.

– Se me olvidó darte esto el jueves. No viniste a trabajar ayer, y no quería que esperaras para tener el dinero. Así que me acerqué a la dirección que me diste para entregártelo.

Raoul se puso tenso y agachó la cabeza. No tomó el cheque.

– Puedo explicarlo -murmuró.

A Hawk se le encogió el estómago. ¿Cómo había podido ocurrir aquello? Quería gritarle a alguien, pero no había nadie en la habitación que se lo mereciera, salvo él mismo.

– Te escuchamos -dijo, haciendo todo lo posible por que su voz sonara calmada.

– Me echaron de la casa de acogida hace unas semanas. El tipo pegaba a su mujer y a sus hijos. Yo intenté mantenerme al margen, porque estaba a punto de cumplir dieciocho años. Pero lo odiaba, así que un día decidí demostrarle lo que se siente cuando alguien te pega.

Raoul miró a Hawk.

– No le hice daño. Sólo lo zarandeé un poco, lo juro.

– Sé que no le hiciste daño -aunque el desgraciado se mereciera que le rompieran los huesos.

– Me echó. Pensé que no les dirían nada a los servicios sociales si yo no lo hacía. Que se quedarían con el dinero y ya está. Y eso es lo que hicieron. Yo tengo una cita para la semana que viene con mi asistente social para denunciar al tipo. Pero quería esperar a ser mayor de edad y estar fuera del sistema.

Raoul tragó saliva.

– Conocía ese edificio abandonado desde hace tiempo. Nadie va nunca allí. Es bastante seguro, así que me instalé allí. Estoy bien, entrenador. Estoy bien.

Hawk no sabía cuál de las emociones que sentía era más fuerte, si el deseo de encontrar al tipo que estaba pegando a su familia y terminar lo que había empezado Raoul o el orgullo por el hombre en que se había convertido su jugador.

Nicole lo fulminó con la mirada.

– No sabías nada de esto, ¿verdad? -le preguntó, y después volvió su furia hacia Raoul-. No es aceptable que estés viviendo en una casa abandonada. Y el hecho de que sea bastante segura no es suficiente. Tienes que vivir en una casa de verdad, con agua y calefacción, y con un tejado que no tenga goteras en cuarenta y siete sitios.

– No pasa nad… -Raoul intentó hablar, pero se interrumpió cuando Nicole lo atravesó con la mirada.

– No digas que no pasa nada -le gritó-. Sí pasa. Esta situación es inaceptable.

Hawk agradecía su pasión y su energía al tratar aquel tema, y sabía que tenía razón. Raoul no podía vivir así. Entre otras cosas, se acercaba el invierno. Se iba a congelar sin calefacción.

– No voy a ir a un refugio -dijo Raoul con firmeza-. Lo digo en serio. No voy a ir.

Por cómo lo decía, Hawk pensó que el chico ya había estado en uno de ellos. ¿Qué había sucedido para que él supiera tan poco acerca de su jugador estrella? Pensaba que lo sabía todo acerca de sus chicos. ¿Y por qué no le había pedido ayuda Raoul?

– No vas a ir a un refugio -afirmó Hawk-. Ya pensaremos en algo. Mientras, puedes venir a vivir conmigo.

Nicole y Raoul se lo quedaron mirando fijamente.

– No es buena idea -dijo ella.

– Entrenador, eso sería estupendo, pero…

Entonces Hawk lo entendió.

– Brittany -murmuró. Tener a su novio viviendo bajo el mismo techo que ella no era inteligente.

Nicole murmuró algo entre dientes y luego dijo:

– Puede vivir conmigo.

Hawk y Raoul se quedaron boquiabiertos.

– ¿Qué pasa? Tengo una habitación libre en casa, vivo en el barrio del instituto y ya trabaja para mí. Alguien responsable debe echarle un ojo -se volvió hacia Raoul y le dijo-: Si vamos a hacer esto, tendrás que seguir mis reglas. Nada de fiestas, y cumplirás mi horario. Harás los deberes e irás a clase. Ahora eres un adulto, así que debes comportarte como tal. Tienes que ser responsable. Si es demasiado duro para ti, entonces tendrás que irte a otra parte.

Hawk no podía creerlo. ¿Nicole iba a acoger a Raoul en su casa? Tuvo que contener una sonrisa. Demonios, era mejor de lo que él había pensado.

Raoul asintió lentamente.

– Tus reglas son razonables -le dijo-. Las cumpliré.

– Más te vale. Lo digo en serio. Soy muy estricta. Te sentirás atrapado, te lo prometo.

– Atrapado está muy bien -dijo Raoul, a punto de sonreír.

Hawk también tenía ganas de sonreír. Nicole pensaba que era muy dura, pero en realidad, por dentro era de mantequilla.

Y a él le gustaba. Le gustaba mucho.


Jesse se quedó junto a la casa de Matt un buen rato, mirando la puerta y recordando el primer día que habían ido juntos hasta allí, cuando él estaba buscando apartamento. Entonces eran completamente felices, estaban enamorados. Ella sabía que lo había estropeado todo. Lo que no sabía era si podría arreglarlo.

Le dolía todo el cuerpo. Había oído decir que el embarazo era un milagro, que debería estar resplandeciente. En vez de eso, se sentía destrozada. No podía dejar de llorar. ¿Cómo era posible que una persona lo perdiera todo tan rápidamente? Y sin embargo, a ella le había ocurrido…

Tocó el timbre y esperó, con un nudo en el estómago. Estaba conteniendo las lágrimas. Él tenía que creerla. Tenía que conseguir que lo entendiera, de algún modo.

Se abrió la puerta y Matt apareció ante ella. Ella lo miró, deleitándose al verlo por primera vez desde hacía semanas.

Tenía buen aspecto. Era alto y delgado, pero cada vez más musculoso, gracias a sus visitas regulares al gimnasio. Ella había sido quien le había dado la idea de hacer ejercicio para ponerse en forma, y él se la había llevado a la cama y la había recompensado por sus buenas ideas. Era muy bueno recompensándola, y diciéndole que la quería. Tenía luz en los ojos, y una sonrisa muy especial. Sin embargo, en aquel momento no estaba sonriendo.

– No tengo nada que decirte -aseguró Matt, y comenzó a cerrar la puerta.

Ella empujó y consiguió entrar.

– Tenemos que hablar.

– Puede que tú tengas que hablar, pero yo no tengo por qué escucharte.

Dios, su tono era tan frío, pensó ella con tristeza. Como si la odiara. ¿Era posible? ¿Había sustituido el odio al amor, ella ya no le importaba en absoluto?

No quería pensar en ello porque, si lo hacía, iba a desmoronarse. Lo quería. Ella, que había jurado que nunca arriesgaría su corazón, se había enamorado de un maniático de los ordenadores con unos ojos preciosos y una sonrisa que hacía flotar su alma.

– Matt, por favor -susurró-. Por favor, escúchame. Te quiero.

Él entornó los ojos.

– ¿Es que te crees que lo que tú digas significa algo para mí? ¿Crees que tú significas algo para mí? Yo aprendo rápido, Jesse. Siempre ha sido así. Confié en ti, me entregué a ti por completo. Te quería. Quería casarme contigo, incluso compré un anillo, lo cual me convierte en un idiota, pero ése es un error que no voy a cometer de nuevo.

Ella se dio cuenta de que se le estaban cayendo las lágrimas, y notó un dolor punzante en el corazón.

– Te quiero, Matt.

– Mentira. Yo sólo he sido una diversión para ti. ¿Es que te gustaba reírte con tus amigos del adicto a los ordenadores socialmente inepto?

– No es eso, y tú lo sabes.

– Yo no sé nada de ti. Era un juego. Tú ganaste, yo perdí. Ahora, márchate.

– No. No me voy a ir hasta que me escuches. Hasta que lo comprendas.

– ¿Comprender qué? ¿Que mientras te acostabas conmigo y fingías que me querías, te acostabas también con Drew? ¿Y con quién más, Jesse? ¿Con cuántos tipos más?

– Ya basta. No me acosté con Drew, ni con ningún otro. Drew y yo solíamos charlar. Podía hablar con él de cosas que nunca le hubiera contado a Nicole, eso era todo. Una noche empezó a besarme, y yo me asusté. No sabía qué hacer.

– No me interesa, no me vas a convencer. Vete. No quiero volver a verte.

Aquellas palabras le estaban haciendo demasiado daño, pensó ella, usando toda la fuerza para no desplomarse al suelo.

– Estoy embarazada -susurró.

Él se quedó mirándola fijamente, y se encogió de hombros.

– ¿Y a mí qué me importa?

Jesse se estremeció, como si la hubiera golpeado.

– Te lo he dicho. No me acosté con Drew. El niño es tuyo.

– No -dijo él, como si ni siquiera considerara la posibilidad.

– Matt, escúchame. Es tu hijo. Aunque me odies, tu hijo debe importarte. No estoy mintiendo, puedo demostrarlo. En cuanto nazca el bebé, le haremos las pruebas de ADN.

Él siguió mirándola, y después caminó hacia la puerta.

– No lo entiendes, ¿verdad, Jesse? No me importa. Ya no significas nada para mí. No creo que ese niño sea mío, y aunque lo fuera, no quiero tener un hijo contigo. No quiero tener nada que ver contigo, no quiero volver a verte, pase lo que pase.

– Matt, por favor.

Él abrió la puerta y miró hacia fuera.

– Vete.

Jesse salió de la casa y bajó las escaleras hacia el coche. Se sentó al volante y lloró hasta que se le quedaron los ojos secos. Se sentía vacía, sin nada.

Lo cual era la triste verdad de su vida. Nadie de los que quería deseaba tener que ver con ella. Nadie estaba dispuesto a darle una oportunidad.


Nicole miró a Raoul, que estaba metiendo sus cosas en casa. Ella observó las bolsas de basura negras y tomó nota de que debía comprarle un par de maletas decentes la próxima vez que saliera. Nadie debería llevar lo que tenía en bolsas de basura.

– Las habitaciones están arriba -informó-. Te voy a instalar en la habitación de invitados.

– Gracias por hacer esto -dijo Raoul.

– De nada -contestó ella, y lo precedió escaleras arriba-. Mira, el baño está ahí. Hay toallas fuera, y tienes más en el cajón de abajo. Ahí está la televisión. No me importa lo que veas, pero te agradecería que bajaras el volumen a partir de las nueve. He puesto un teléfono en la mesilla. Me levanto muy temprano, así que nada de llamadas tarde, ¿eh?

Él asintió, con aspecto de sentirse incómodo.

– Esto es raro -le dijo ella-. No nos conocemos bien y, para colmo, soy tu jefa. Así que los dos estamos incómodos. Pero cada vez será más fácil.

– Lo sé -respondió Raoul, y se metió las manos en los bolsillos-. Dime lo que tengo que hacer, no pasa nada. Te haré caso.

Era bueno saberlo. Si su hermana la hubiera escuchado, las cosas habrían sido mucho más fáciles.

– Entonces ¿puedo ser mandona? -preguntó, intentando relajar algo de la tensión.

– Claro.

Nicole sonrió.

– Vamos abajo otra vez. Puedes decirme qué comida te gusta, y hacer sugerencias.

En la cocina, ella apuntó sus peticiones de cereales y refrescos.

– ¿Comes en el instituto? -quiso saber.

– Sí.

– Muy bien. Avísame si algún día no vas a cenar en casa. Oh, y si se te está acabando algo, apúntalo aquí y yo lo compraré -y le mostró dónde tenía la lista.

– No tienes que ser tan agradable -dijo Raoul.

– No puedes vivir en ese edificio, Raoul. Nadie debería vivir así.

Lo miró a los ojos. Él tenía una expresión a la vez esperanzada y avergonzada. Nicole quería decirle que aquello no era culpa suya. Que le habían fallado muchos; su familia, la sociedad, y mucha gente más.

– Puede que esta situación origine momentos embarazosos -dijo ella-. A lo mejor hay habladurías. Me refiero al hecho de que vivamos juntos.

De repente, la expresión de Raoul cambió, y pareció mucho más mayor de lo que era en realidad.

– ¿Porque estoy viviendo con una mujer guapa que es soltera?

Suave, pensó ella, conteniendo la sonrisa. Muy suave. Dentro de un par de años, iba a hacerle sudar tinta a Hawk.

– Algo así.

– No me importa lo que diga la gente. Brittany sabe que la quiero, y que nunca le haría daño.

Nicole sintió envidia de la animadora. Era una pena que Drew no fuera tan leal. Eso habría resuelto muchos problemas.

– Bueno, pues creo que ya lo hemos hablado todo. Tendrás que aparcar en la calle, porque no hay sitio en mi garaje, pero no te preocupes, este barrio es muy tranquilo. ¿Tienes seguro?

La mirada de asombro de Raoul le dijo lo que necesitaba saber.

– Ya es lo suficientemente malo no tener seguro cuando eres menor de edad. Ahora que eres adulto, es mucho peor. Consigue uno. Yo te adelantaré el dinero, ya me lo devolverás.

Él se irguió.

– No es necesario.

– Sí lo es. Si tienes un accidente, estarás fastidiado para el resto de tu vida. ¿Es que quieres tener que hacerte cargo de las facturas médicas de otra persona? Acepta el dinero, dame las gracias y devuélvemelo cuando seas un jugador de fútbol famoso, ¿de acuerdo?

– Sí, señora -dijo él, pero estaba parpadeando rápidamente, y se dio la vuelta.

– Bueno. Creo que eso es todo.

Él carraspeó.

– No tienes por qué hacer todo esto.

– No tengo por qué, pero quiero hacerlo.

– No te arrepentirás.

Nicole sonrió.

– Ten cuidado con esas promesas, Raoul. Puedo llegar a ser increíblemente difícil y exigente.

Él se echó a reír.

– Lo tendré en cuenta.

– Ve a instalarte, y después hablaremos de lo que vamos a cenar esta noche.

– Encantado.


La cena llegó en forma de comida para llevar, entregada por Brittany y Hawk. Raoul se iluminó al ver a su novia entrar en la habitación, y Nicole se preocupó porque tuvo la sensación de que ella también resplandecía al ver a Hawk.

Este se acercó a ella y le dio un ligero beso en los labios.

– ¿Cómo va? -le preguntó él.

– Se está instalando. Hasta el momento, no ha dejado la tapa del inodoro levantada, así que no he tenido que matarlo.

– ¿Eso es algo definitivo para ti?

– Puede serlo.

– Me alegro de saberlo.

– Hemos traído comida china -dijo Brittany mientras entraba con una bolsa grande en la cocina-. Hay una tonelada de comida, para que pueda haber sobras.

– Es la mejor parte de la comida china -dijo Nicole.

– Ya lo sé -dijo Brittany, y dejó la bolsa sobre la mesa-. Me alegro de que dejes que Raoul se quede aquí. Estará mucho mejor que en ese edificio abandonado. Hacía frío y viento en verano, así que yo no creía que pudiera quedarse allí en invierno.

Brittany se quedó callada de repente, como si se hubiera dado cuenta de lo que había dicho, y se tapó la boca con la mano.

Hawk dio un paso hacia ella.

– ¿Sabías que habían echado a Raoul de su casa de acogida y que estaba viviendo en la calle?

– Más o menos, y no estaba viviendo en la calle.

– Algo muy parecido.

– Entrenador… -dijo Raoul, pero Nicole lo tomó del brazo y negó con la cabeza.

Tenía la sensación de que era mejor que el chico se mantuviera aparte. Brittany parecía del tipo de niñas que sabía cómo engatusar a su padre para salirse con la suya. Nicole no creía que Hawk pudiera estar enfadado con ella durante mucho tiempo.

– No quería decírtelo porque sabía que ibas a disgustarte -dijo Brittany-. Además, si te enterabas, tendrías que decírselo a alguien, y no sabíamos dónde podía terminar Raoul. Nos pareció mejor que se quedara allí hasta que cumpliera dieciocho años y fuera mayor de edad. Papá, siento haberte disgustado.

Nicole esperó a que Hawk se diera cuenta de que su hija se estaba disculpando porque la hubieran pillado y no por haber mentido. Al ver que él asentía y le daba un abrazo, ella intentó averiguar si él no se había dado cuenta, o si, sencillamente, no quería resolver aquel asunto con su hija en aquel momento.

– No guardes secretos -dijo a Brittany.

– No lo volveré a hacer, papá.

Nicole pensó en todas las mentiras que le había dicho Jesse. ¿Acaso Hawk no se preocupaba por su hija? Aparte de la promesa de no ocultar cosas, Raoul llevaba viviendo por lo menos semanas en aquel edificio abandonado, y Brittany había ido a visitarlo. Lo cual significaba que habían estado solos durante horas. El sexo era la consecuencia más probable.

Quizá a Hawk no le importara, o quizá Brittany usara métodos anticonceptivos. Aunque no siempre funcionaban.

Bueno, cada problema en su momento, pensó Nicole.

– ¿Por qué no ponéis la mesa entre los dos? -propuso Hawk a los adolescentes-. Después de cenar podríamos ver una película.

Los chicos obedecieron y salieron de la cocina. En cuanto se quedaron solos, Hawk la abrazó.

– Esto va a ser un problema -murmuró antes de besarla.

Ella se abandonó a la calidez de su boca, a su contacto.

– Tienes un chico -dijo él entre besos-. Yo tengo una chica. Era demasiado bonito el sueño de que fueras mi gatita.

Ella se echó a reír, y le acarició el pecho.

– Vamos a tener que idear algo.

Él arqueó una ceja.

– ¿Quieres repetir lo de la última vez?

– Por supuesto.

Hawk sonrió.

– Yo también.

Él volvió a besarla, y estaba a punto de tenderla sobre la encimera cuando oyó la risa de Brittany.

Soltó un gruñido y apoyó la frente en la de ella.

– ¿No podemos mandarlos al cine?

– Mañana tienen clase.

– No creo que pueda esperar hasta el fin de semana.

Nicole sonrió.

– ¿Cómo tienes el horario? ¿Tienes algo de tiempo libre esta semana?

– Con una recompensa como tú, lo buscaré.

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