Seis

Nicole volvió a casa apresuradamente y subió a su habitación. Desnuda. Hawk había dicho bien claro que quería que lo esperara desnuda. Sabía que no podía recibirlo en el piso de abajo sin llevar nada, pero sacó del armario un vestido de tirantes y se lo puso sin el sujetador, sólo con las braguitas. Después de mirarse al espejo para asegurarse de que estaba bien, comenzó a bajar las escaleras. Justo en aquel momento, sonó el timbre de la puerta.

Hasta aquel momento no había tenido tiempo de sentir pánico. Todo había sido muy rápido. Mientras caminaba hacia la puerta, el terror la atenazó. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Iba a acostarse con un hombre al que apenas conocía? Nunca había hecho nada semejante.

Abrió la puerta. Hawk estaba en el porche, un metro ochenta y cinco centímetros de hombre despampanante. Tenía una expresión peligrosa, atractiva, y un aire de expectación contenida que estuvo a punto de conseguir que se desmayara.

– Hola -dijo él, y sonrió-. He tenido que hacer una parada técnica.

Le mostró una bolsita de una farmacia cercana.

Ella la miró con asombro.

– ¿Has parado a hacer un recado de camino hacia aquí?

– No haces esto muy a menudo, ¿verdad?

– ¿El qué?

– Lo de la gatita.

Nicole se ruborizó.

– No. ¿Por qué?

– No he ido a hacer ningún recado. He comprado preservativos.

Ella tragó saliva.

– Eh…, buena idea.

Después se apartó para que él pudiera entrar, y Hawk pasó al salón.

– ¿Dudas?

– Y una necesidad acuciante de vomitar.

– ¿Quieres que hablemos de ello?

¿Le quedaba otro remedio? Cerró los ojos con fuerza, y después lo miró.

– No tengo demasiada experiencia. Antes de casarme no tuve muchas aventuras -ninguna. La palabra era ninguna-. No sé si voy a estar a la altura.

Hawk se acercó a ella.

– ¿Y eso es todo?

– ¿No te parece suficiente?

Él dejó la bolsa sobre la mesa de centro y le tomó la cara con ambas manos.

– Yo estuve casado doce años. Serena es la única mujer con la que había estado. Desde entonces sólo ha habido un par.

– ¿De cientos?

Él se rió.

– Menos de diez.

– Eso no es posible.

Hawk se inclinó y la besó ligeramente.

– Tengo muchas ofertas, pero soy quisquilloso. Conozco mi reputación, pero la mayor parte de las cosas que se dicen son habladurías. Admito que tú eres la primera mujer con la que he tenido que negociar, eso sí.

¿Le estaba diciendo la verdad? Eso esperaba Nicole. Hacía que se sintiera mucho mejor, pero…

– No te hagas ilusiones. Tengo demasiada presión en estos momentos. Esto no va a ser milagroso ni nada por el estilo.

– Claro que sí.

La abrazó y la estrechó contra sí. Nicole se aferró a él mientras se besaban. La boca de Hawk era cálida y firme, aunque no exigente. Ella separó los labios rápidamente, y lo acogió.

Los cosquilleos comenzaron en cuanto sus lenguas se tocaron. La recorrieron de pies a cabeza y la hicieron temblar. Nicole se sintió a la vez débil y poderosa. Y lo que era más excitante todavía, se dio cuenta de que deseaba aquello más de lo que habría creído posible.

Se apretaron el uno contra el otro, de hombro a muslo. Estaban tan cerca que ella notó el momento exacto en el que él se endureció. Su erección la presionaba en el vientre, hacía que deseara frotarse contra él. Nicole dibujó círculos con la lengua, contra la de Hawk, y después cerró los labios a su alrededor y succionó. Su pene se flexionó contra ella.

Fue como si alguien hubiera apretado un interruptor. Quizá fuera el hecho de saber que aquel hombre la deseaba. Quizá fuera la montaña rusa emocional en la que había estado durante los últimos dos meses. Quizá fuera la química. Fuera cual fuera el motivo, se dio cuenta de que ardía de necesidad, de impaciencia. La pasión se apoderó de ella, le cortó la respiración y la hizo atrevida.

Cuando él se echó ligeramente hacia atrás y comenzó a besarle las mejillas y la mandíbula, Nicole tiró de su camiseta y se la sacó de la cintura de los pantalones. Deslizó las manos por debajo y sintió la piel caliente y los músculos de sus costados.

Él le lamió el cuello y Nicole se estremeció. Ella exploró su pecho y le pasó las yemas de los dedos por las tetillas, y él se puso rígido.

El ambiente estaba cargado de tensión sexual. Se besaron, se acariciaron. Él le pasó las manos por la espalda y bajó hasta sus nalgas, y las apretó. Ella le agarró la camiseta con ambas manos.

– Quítate esto -ordenó.

Él obedeció con un rápido tirón, y se quedó desnudo de cintura para arriba.

Era más perfecto de lo que había imaginado. Puro músculo, esculpido de una manera que Nicole no había visto nunca fuera de una revista.

– Eres asombroso.

– Y ahora, ¿quién está buscando un milagro?

Ella sonrió. Lo miró y percibió la necesidad de sus ojos. Era deseo sexual… por ella. Posiblemente, la mejor cualidad de aquel hombre.

Hawk agarró con suavidad el tirante de su vestido y se lo bajó por el hombro, y después se inclinó y le besó el hombro. Le mordisqueó la piel, y Nicole notó que todo su cuerpo se tensaba. Cuando él encontró la cremallera del costado del vestido, la bajó sin esfuerzo, y ella supo que no había vuelta atrás. ¿Y por qué iba a querer volverse atrás? Tener relaciones sexuales con Hawk iba a ser una experiencia asombrosa.

Él le quitó el vestido, y ella se quedó desnuda, salvo por las braguitas. Antes de que tuviera tiempo de sentirse azorada, él le tomó ambos pechos con las manos y la besó.

Mientras se estrechaban el uno contra el otro, mientras él exploraba sus curvas y jugueteaba con sus pezones, la estaba empujando suavemente hacia atrás. Nicole notó el sofá y, siguiendo la silenciosa indicación de Hawk, se dejó caer en él.

Él se puso de rodillas y atrapó su pezón derecho entre los labios. Con los dedos le acarició el izquierdo, frotándolo, dibujando círculos. Con la lengua rozó, succionó y lamió, y durante todo el tiempo, le provocaba sensaciones de deseo líquido por todo el cuerpo.

Ella no era capaz de pensar en nada, y eso sí era un milagro. Cerró los ojos y se abandonó al placer que él le estaba proporcionando. Hawk se irguió lo suficiente como para besarla en la boca y mientras le quitó las braguitas y la dejó completamente desnuda. Qué hombre tan inteligente.

Pasó los dedos por sus muslos y después se echó hacia atrás ligeramente.

– ¿Te duele?

¿Dolerle? Estaba húmeda, inflamada, temblorosa y preparada para los fuegos artificiales. ¿Qué podía dolerle?

– La rodilla -aclaró él.

– Está perfectamente. Ni siquiera me acordaba de que la tenía.

Él sonrió.

– Bien. Entonces hacer esto no será ningún problema.

Se inclinó hacia abajo y le besó la rodilla.

– Eso es estupendo.

– ¿Y esto? -preguntó él, subiendo un poco.

– También estupendo.

Él siguió subiendo, más y más, hacia el centro de su cuerpo, pero sin tocarlo.

– ¿Mejor?

Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza en los cojines.

– Sí.

Él la separó con los dedos y le dio un beso con la boca abierta, en el punto más sensible de su cuerpo.

– Perfecto -susurró Nicole.

Con los labios y la lengua, la exploró y volvió a aquel lugar especial. Lamió y succionó, y con cada movimiento, hizo que se sintiera más y más tensa. Ella se retorció en el asiento, buscando más. Deseando llegar al clímax. Quizá hubiera empezado con aquello para proteger su orgullo, pero de repente, lo único que tenía importancia era cómo ardía su cuerpo, y la necesidad que se estaba acumulando en su interior.

Él comenzó a moverse un poco más deprisa. A Nicole le costaba respirar, y todas las células de su cuerpo se centraron en aquel lugar y en lo que él estaba haciendo. Una y otra vez, él lamió, apretó con un poco más de fuerza. Ella quería gritar, quería suplicar, quería…

El orgasmo la tomó por sorpresa. Se hizo añicos al sentir un placer perfecto, mientras las oleadas de gozo la invadían. Se abandonó a las sensaciones, gimiendo al tiempo que su cuerpo se contraía una y otra vez.

Hawk continuó acariciándola, pero con menos presión cada vez. Obtuvo hasta el último ápice de placer para ella, hasta que se quedó lánguida.

Nicole podría haber seguido así durante horas, con los ojos cerrados, reviviendo el orgasmo más asombroso que había tenido nunca, pero una maldición entre dientes de Hawk captó su atención. Abrió los ojos y lo vio quitándose los pantalones a toda prisa, liberándose de las zapatillas. Sus movimientos eran frenéticos, casi desesperados. Él vio que ella lo estaba mirando.

– ¿En qué estabas pensando para tener semejante orgasmo? ¿Cómo voy a contenerme si gimes así, crees que ahora voy a durar más de cinco segundos? Casi pierdo el control con los pantalones puestos. No soy un adolescente. Se supone que sé dominarme.

Era uno de aquellos momentos perfectos de la vida. Él la deseaba. Desesperadamente. Nicole lo veía en su rostro y en sus movimientos tirantes.

Hawk se quitó el resto de la ropa y se quedó allí de pie, desnudo, abriendo la caja de preservativos. Continuó murmurando, pero ella no le prestó atención. Estaba demasiado ocupada mirando su enorme erección, y preguntándose si iba a hacerla gemir de nuevo o iba a hacerla gritar.

Él se colocó la protección y se arrodilló en el suelo.

– No puedo esperar mucho más -dijo.

– No pasa nada -respondió Nicole, y lo guió hacia el interior de su cuerpo.

Él la llenó por completo. Ella tuvo que adaptarse a su cuerpo, y estaba más que dispuesta a hacerlo. Hawk empujó una vez, y emitió un gruñido.

– Tengo que hacerlo ya. Iré más lentamente la próxima vez.

Ella sonrió.

– Adelante.

Entonces, él la agarró por las caderas y embistió. Nicole cerró los ojos y disfrutó de sus movimientos, del ritmo constante y de cómo él entraba y salía de ella. Su cuerpo comenzó a tensarse de nuevo. Separó más las piernas para atraparlo.

Él colocó una mano entre los dos y la acarició. Fue suficiente para enviarla de nuevo a lo más alto, sin previo aviso, súbitamente.

Ella se abandonó a su segundo orgasmo, contrayéndose alrededor del cuerpo de Hawk, y él gruñó de nuevo y se quedó inmóvil.

Se quedaron quietos sobre el sofá. Él apoyó la cabeza en su hombro. Ella se sentía muy bien. Mejor que bien, se sentía como si pudiera volar.

– Nunca había tenido una gatita -dijo Hawk-. Me gusta mucho.

– A mí también.

Él se inclinó hacia delante y la besó.

– Ojalá pudiera quedarme aquí contigo, pero tengo que volver al instituto.

– No pasa nada. Puedo revivir este momento… durante toda la tarde.

– Yo haré lo mismo. ¿Cuándo quieres que comencemos a salir en público?

Ella no lo había pensado.

– ¿Este fin de semana?

– Trato hecho.

Hawk la besó de nuevo, y comenzaron a desenredarse el uno del otro. Ella lo miró mientras se vestía, pensando en lo gozoso que era admirar la perfección masculina.

Después de que se marchara, Nicole subió al piso de arriba, se duchó y se vistió. Pese a todo lo que había ocurrido, se sentía mucho mejor con respecto a todo. Incluso curada. Una sensación a la que pensaba aferrarse.


– Me sentía muy bien hasta este momento -murmuró Nicole.

Claire y ella estaban frente a un edificio de apartamentos con aspecto de estar abandonado.

– Tienes que hablar con ella -dijo Claire.

Nicole suspiró.

– Lo de que seas la voz de la razón se está haciendo pesado. Sólo para que quede claro.

– Lo sé, y lo siento. Pero es tu hermana.

Y también era una bruja mentirosa, pero Nicole no lo mencionó. Ya tenía bastante con estar allí. No quería enfadarse con Claire, además.

Subieron las escaleras hasta el apartamento del tercero. Nicole esperaba que Jesse hubiera salido, pero su hermana abrió la puerta cuando Claire llamó.

Si se sorprendió al verlas, no lo demostró.

– ¿Podemos pasar? -preguntó Claire.

Jesse se encogió de hombros y después se hizo a un lado. Nicole siguió a Claire al interior del estudio, un sitio pequeño y oscuro. Jesse cerró la puerta y se volvió hacia ellas con los brazos cruzados.

– ¿Para qué habéis venido?

Al oír aquella pregunta malhumorada, Nicole tuvo ganas de marcharse. Sin embargo, dijo:

– Voy a retirar los cargos contra ti. No porque quiera, sino porque mi abogado no está convencido de que todo salga bien en el juicio. Ya he gastado suficiente dinero, y no quiero seguir haciéndolo.

Jesse la miró con desconcierto.

– No lo entiendo.

– Estás embarazada -dijo Nicole con frialdad-. Eso podría granjearte el favor del jurado.

Jesse dio un paso atrás.

– ¿Cómo lo sabes?

– Mi abogado lo mencionó.

– Pero yo se lo conté en secreto. Me prometió que no diría nada. ¿Qué pasa con el derecho del cliente a la confidencialidad?

Nicole miró hacia arriba con resignación.

– Yo soy su cliente, yo le pago. ¿Por qué pensabas que iba a hacer lo que le pedías?

En aquel momento, Jesse parecía muy joven y muy insegura de sí misma.

– No me había dado cuenta.

Claire intervino.

– Jesse, espero que agradezcas la oportunidad que te está dando Nicole. Y no tendrás que preocuparte por ir a juicio.

– ¿Por tomar lo que es mío? -preguntó Jesse, una vez superado el momento de debilidad.

– Ya estamos otra vez -musitó Nicole.

– Nuestro padre me dejó la mitad de la pastelería a mí -dijo Jesse airadamente.

– En fideicomiso hasta que tengas veinticinco años -le recordó Nicole.

– Tú podrías comprarme la mitad, es lo único que quiero. Yo no robé la receta de la tarta. No puedo robar lo que es medio mío.

Nicole estaba cada vez más enfadada.

– Te pusiste a vender tartas a mis espaldas, en una página de Internet que es prácticamente igual que la de la pastelería. ¿Cómo lo llamarías tú?

– Hacer algo que tenía derecho a hacer.

– ¿Y Drew? ¿También lo compartíamos a él?

Jesse se dio la vuelta.

– No quiero hablar de eso.

– A mí no me importa lo que tú quieras.

– No me acosté con él -susurró Jesse.

– Lo vi en tu cama. Tú estabas desnuda y él te estaba besando. ¿Cómo lo llamarías tú?

– No seas así. ¿Por qué no puedes entenderlo?

Nicole se encolerizó.

– Oh, ¿así que todo es culpa mía? ¿Después de todo lo que he hecho por ti?

Claire se puso entre ellas.

– Basta.

– No me cree -lloriqueó Jesse.

– Es una mentirosa -dijo Nicole.

– Yo no miento.

– Pero omites cosas. La omisión es igual que una mentira.

– Basta -repitió Claire, mirándolas con severidad-. Tenemos que resolver esto.

– No, no es verdad -respondió Nicole-. Hay cosas que no pueden perdonarse.

Jesse se volvió hacia ellas.

– Exacto. Nicole quiere que yo reciba mi castigo.

– Al menos lo entiendes -dijo Nicole.

– ¿Sabes lo más divertido de todo esto? Que no estoy embarazada de Drew. Estoy embarazada de Matt.

A Nicole no le sorprendió que Jesse dijera eso.

– ¿Y por qué estás tan segura? Te estabas acostando con los dos.

Su hermana se ruborizó.

– Eso es lo que tú crees, porque siempre piensas mal de mí. Yo no me acosté con Drew, ¿te quieres enterar?

Claire estaba decepcionada.

– Jesse, sólo podemos conseguir que esto funcione si partimos de la honestidad.

– He sido sincera -dijo Jesse, enjugándose las lágrimas-. ¿Por qué no me creéis?

– Me he cansado de esto -dijo Nicole-. Vámonos.

– ¡No! -dijo Jesse, y se puso ante la puerta-. Tenéis que creerme, el niño es de Matt. Tenéis que creerme.

Claire negó con la cabeza.

– Lo siento, Jesse. Te acostaste con Drew. Todos sabemos lo que ocurrió. ¿Por qué no podemos comenzar desde ahí?

Jesse se irguió.

– Muy bien -dijo con los ojos llenos de lágrimas-. Si eso es lo que queréis oír, vamos a hablar de ello. Llevaba días acostándome con él, estábamos locos el uno por el otro. ¿Es eso lo que queréis escuchar? Le di todo lo que tú no podías darle. ¿Mejor ahora?

Nicole se puso una mano debajo de las costillas. Se le había revuelto el estómago.

– Tengo que irme.

Apartó a Jesse de la puerta y salió del apartamento. Claire la siguió.

– Lo siento -dijo su hermana melliza-. Pensé que podríamos hacerla entrar en razón.

– Es inútil -murmuró Nicole, preguntándose si iba a vomitar en aquel momento o en casa.


Jesse cerró de un portazo cuando sus hermanas salieron, pero eso no hizo que se sintiera mejor. Se sentó en el sofá y se acurrucó sobre la superficie maloliente y dura. Ojalá pudiera volver atrás. Tan sólo cinco minutos. Quizá si pudiera explicárselo bien, en cierto modo todo tendría sentido.

No era cierto, pensó, llorando e intentando no sentirse tan sola. Nada era cierto. Sin embargo, a ellas no les importaba. Preferían pensar lo peor de ella.

En el fondo, sabía que era culpa suya. Nicole siempre estaba diciendo que ella era una inútil, y probablemente tuviera razón. No quería meterse en líos, pero parecía que no podía evitarlo. Sin embargo, aquello… Ella no se merecía aquello.

Sí tenía la culpa de haberse hecho amiga de Drew, y quizá de haber juzgado mal la situación, pero nada más. Algunas veces, Nicole era muy difícil. Drew y ella solían charlar. Nada más. Ella no tenía ningún interés en Drew, y aunque hubiera estado enamorada de él, no habría hecho nada, porque era el marido de Nicole.

Cerró los ojos con fuerza, pero no podía quitarse de la cabeza los recuerdos de la última noche que había pasado en casa de Nicole, que también era la suya. Ella estaba disgustada con Matt; era tarde, y estaba en su habitación. Drew había entrado y ella había agradecido tener alguien con quien hablar.

Le había explicado sus miedos y sus esperanzas, y que sabía que, en el fondo. Matt era el único hombre a quien ella querría para siempre. Drew la había abrazado.

Ella suponía que quería consolarla, lo cual estaba bien, aunque le resultara un poco embarazoso. Había aceptado su muestra de consuelo, pero luego él la había besado.

Se había quedado tan asombrada que no supo qué hacer. Él la besó y comenzó a decir que la monogamia no iba con su forma de ser, que ella siempre estaba coqueteando con los hombres, incluyéndolo a él, y después la había halagado, diciendo que era muy guapa, y mucho más agradable que Nicole. Que podía conseguir a alguien mucho mejor que Matt.

Había estado a punto de responder mecánicamente y decirle que era cierto, que ella no era de un solo hombre. Que nunca lo había sido. Era como si se estuviera observando a sí misma desde fuera. Entonces él le había quitado la camiseta y le había acariciado los pechos. Y algo, dentro de ella, se había roto de un chasquido.

Intentó detenerlo. Había sido silenciosa, porque no quería que Nicole los oyera; sabía instintivamente que su hermana creería que ella había empezado aquello. Y en ese momento, Nicole había entrado en la habitación.

Drew se había levantado de la cama de un salto y había comenzado a decir que ella se había echado a sus brazos. Que todo había sido idea suya. Nicole la había mirado con tanto odio que se había sentido marcada.

Sabía que nada de lo que dijera cambiaría las cosas.

Se tocó el vientre con una mano. Estaba embarazada de Matt, y nadie la creía. Quienes menos la creían eran las dos personas a las que más quería en el mundo: Nicole le había dado la espalda, y Matt había hecho lo mismo.

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