3. AHORA: Sharon

A veces Sharon pensaba que Tom y ella en realidad no tenían una vida en común, sino dos vidas separadas compartiendo un apartamento. Todo funcionaba por inercia. Nunca le había dicho esto a Tom, y Tom no era capaz de adivinar sus pensamientos a partir de pistas sutiles. Así que cualquier error de percepción, si era un error, no se mencionaba nunca. En cambio, ella preparaba pruebas medio conscientes para que él nos las superara. Tras su gran logro, quiso celebrarlo y le resultó difícil hacerlo sola. Así que preparó, como había hecho tan a menudo en el pasado, una cena íntima.

Sharon tenía poca práctica en las artes domésticas. Tom la había descrito una vez como parcialmente domesticada. No era una gran cocinera, pero tampoco Tom era un comensal exigente, así que las cosas solían funcionar. Sin embargo, ella estaba tan acostumbrada a tenerlo a sus pies que sus repetidas ausencias todavía no habían calado en ella. No se le había ocurrido avisarlo. Por tanto, él llegó tarde a una cena que no sabía que le estaba esperando.

Tom no entendía de sutilezas, pero aquello no tenía nada de sutil. La comida se había enfriado, peor todavía, había sido recalentada en el microondas. Así que, a pesar del recalentamiento, el ambiente era frío.

—Me alegra que hayas venido —dijo ella, colocando enfáticamente las fuentes de servir. A menudo había usado esa misma expresión en momentos más íntimos, pero Tom sabía que ése no era uno de ellos. El golpe de las bandejas lo había dejado claro.

Tom lo lamentaba. Lo lamentaba siempre. Sharon sospechaba que su pesar era una estrategia que había adoptado conscientemente, y esto aumentaba su irritación. Había cierta condescendencia en pedir continuamente disculpas.

—Los mismos viejos archivos en préstamo de Harvard —dijo él—. Originales. Teníamos que terminarlos hoy y devolverlos. Ya sabes lo fácil que es olvidar la hora cuando estás enfrascado en algo.

Ella sacó dos platos de ensalada del frigorífico y los puso en la mesa, aunque con más suavidad que las fuentes. En efecto, sabía lo fácil que era.

—«Teníamos» —dijo por fin.

—La bibliotecaria y yo. Te dije que me está ayudando con la investigación. —Sharon no contestó nada—. Además —añadió él—, fuiste tú quien me convenció para que buscara manuscritos originales.

—Lo sé. Pero no pensaba que iba a ser todos los días.

—Cada par de días. —Estaba exponiendo razones y hechos, sin conseguir nada. La cantidad de días no era el tema—. Dime, te hable de Eifelheim, ¿verdad? De que no podía encontrar ningún dato y eso.

—Con ésta habrán sido mil y una veces.

—Oh. Supongo. Me repito. Parece tan obvio, ahora. Oh, bien. Lúchshye pózdno chem nikogdá.

—¿Por qué no puedes decir «más vale tarde que nunca»?

Él pareció desconcertado y Sharon no insistió. En realidad, no se daba cuenta de cuándo lo hacía. Ella vaciló un momento después de sentarse. Pretendía que la cena fuera una celebración y estaba decidida a que así fuera.

—He resuelto la geometría del espacio Janatpour —dijo. Se había imaginado gritándolo a pleno pulmón, proclamándolo a los cuatro vientos. No había previsto un comentario agrio en medio de un silencio embarazoso.

Tom tal vez salvó la vida con lo que hizo a continuación. Alzó su copa de vino y brindó a su salud, exclamando:

¡Sauwohl!

Su placer era tan sincero que Sharon recordó que, de hecho, llevaba muchos años enamorada de él. Hicieron entrechocar las copas y bebieron.

—Cuéntamelo —dijo Tom. Estaba apenado por la cena sorpresa. Odiaba tener que adivinar las respuestas a preguntas sin formular. Sin embargo, se sentía verdaderamente satisfecho por su éxito y su petición no era del todo para desviar la conversación de su propio retraso.

—Bueno, todo encajó de pronto. —Sharon empezó despacio, casi a regañadientes, pero fue entusiasmándose sobre la marcha—. El poliverso y el universo. El interior del globo. Y la velocidad de la luz. Por eso te estoy tan agradecida, aunque tu ayuda fuera involuntaria.

Tom iba dos o tres frases retrasado.

—Ah… ¿El «interior del globo»?

Ella no lo oyó.

—¿Sabes lo que se siente cuando dos fragmentos de información sin relación encajan? ¿Cuando de pronto un montón de cosas distintas tienen sentido? Es… Es…

—¿Beatífico?

—Sí. Beatífico. ¿Esa historia de la velocidad de la luz haciéndose más lenta? Bueno, lo comprobé y tenías razón.

Tom dejó el vaso sobre la mesa y la miró.

—No lo decía en serio. Sólo estaba soltando vapor, desahogándome.

—Lo sé; pero a veces el vapor realiza un trabajo. Gheury de Bray detectó una tendencia en 1931 y Sten von Frisen lo mencionó en los Procedimientos de la Royal Society en 1937. Unos cuantos años más tarde, un estadístico llamado Shewhart demostró que los resultados de las pruebas realizadas entre 1874 y 1932 eran estadísticamente incompatibles con una constante. Halliday y Resnick descubrieron que eso seguía siendo cierto en 1974.

—Daba por hecho que era por falta de precisión en las mediciones.

—Y yo también, al principio. ¡Mira la extensión de los datos de Michelson-Morley! Pero la precisión es aleatoria, no una tendencia secular. El uso de diferentes métodos…

Tom asintió vigorosamente.

Una medición depende de las operaciones realizadas para realizarla. Por tanto métodos distintos dan resultados distintos. Es aún peor en etiología…

—Cierto —lo cortó ella antes de que pudiera cargarse la celebración—. En parte, es debido al descubrimiento de métodos más precisos por parte de los físicos. Galileo usó linternas cubiertas en dos torres situadas a 1.609 m de distancia y llegó a la conclusión de que la velocidad de la luz es infinita. Pero los relojes no eran lo suficientemente precisos entonces y su valor de referencia demasiado corto. Aplicando el fenómeno de 1a aberración estelar, el valor medio era de 299.882 kilómetros por segundo. Pero el valor medio usando espejos giratorios…

—¡Michelson y Morley!

—Entre otros. La velocidad de la luz usando espejos giratorios era de 299.874 kilómetros por segundo; usando geodímetros, de 299.793; usando láseres, de 299.792. Pero los cambios de método tuvieron lugar secuencialmente; así que ¿cuánto se debía al método y cuánto a lo que se medía?

—Ummm… —dijo Tom, que era todo lo que podía decir en ese momento.

—De 1923 a 1928, los cinco resultados publicados alternaron el método de aberración estelar y los espejos poligonales, con medías de 299.840 y 299.800 kilómetros por segundo respectivamente.

Tom estaba ya absorto. Siempre le encantaba la estadística pero a veces le fascinaba. Sus «ummm» se habían convertido en «ajas».

—Pero hay unas cuantas pistas —continuó Sharon—. Van Flandern, del Observatorio Naval, captó una desviación entre el periodo orbital de la Luna y los relojes atómicos, y dijo que los fenómenos atómicos estaban menguando. Pero le llamaron payaso y nadie se lo tomó en serio. Tal vez la Luna estuviese acelerando. Incluso concediendo eso, parece haber una serie de decrecimientos monotónicos cuya asíntota es la constante einsteniana.

Sonrió triunfal, aunque sólo había descubierto una curiosidad y no una explicación.

Tom había terminado de imitar a un pez.

—Umm. Corrígeme sí me equivoco, ¿pero no hay buenos motivos para que la velocidad de la luz se suponga constante? ¿Ese tal Einstein? Quiero decir, no sé mucho de eso, pero crecí creyendo en la madre patria, la tarta de manzana y la constancia de c.

—Cuestión de medida —explicó Sharon, agitando ante él un pepinillo empalado—. Duhem escribió que una ley que satisface a una generación de físicos puede ser insatisfactoria para la siguiente, según mejore la precisión. La curva cae dentro de la banda de mediciones de error, así que c es constante «por motivos prácticos». Demonios, para la mayoría de los motivos prácticos todavía podemos usar a Newton… Pero si volvemos al Big Clap y nos peleamos con lo plano, o el problema del horizonte… ya sabes —dijo, dando un súbito giro a la conversación—. Dirac casi descubrió lo mismo, pero enfocándolo en una dirección diferente.

—¿No sería en una diracción diferente?

Sharon era una criatura seria y la tendencia de Tom a hacer chistecitos espontáneos podía encenderla como el ámbar erizaba la piel de un gato.

—Seamos serios —dijo—. Dirac descubrió que la ratio entre la fuerza eléctrica y la fuerza gravitacional de un par electrón-protón es más o menos igual a la ratio entre la edad del universo y el tiempo que tarda la luz en atravesar un átomo.

Tom se echó a reír.

—Aceptaré tu palabra. —Volvió a llenar las dos copas de vino—. De acuerdo, pero la edad del universo no es una constante. Va aumentando…

—Al ritmo de un segundo por segundo. ¿Quién dice que viajar en el tiempo es imposible? El problema es la velocidad y la dirección.

Sharon tenía sentido del humor. Menos superficial que el de Tom. Los hermanos Marx eran menos superficiales que Tom. El vino le estaba sentando bien. Aunque Tom fuera torpe, tenía buenas intenciones y había demasiada gente que no las tenía y prefería enfadarse con ellos.

—Come un poco más de pescado —dijo ella—. Es bueno para el cerebro.

—Dos platos, entonces…

Hacía varias semanas que no se reían juntos, y la sensación de liberación era palpable. Los problemas podían ser obsesivos, pero aún peor, podían ser solitarios. Era bueno conectar de nuevo.

—Así que sólo hay un punto en el tiempo en que las ratios de Dirac podrían ser iguales —instó él.

Ella asintió.

—La explicación habitual es la coincidencia. Según el principio antrópico la edad del universo es la que es porque es lo que tarda el universo en crear la física capaz de calcularla. Pero piensa… Si el espacio y el tiempo pueden retorcerse con el único propósito de mantener una ratio constante (la velocidad de la luz), ¿por qué no puede el resto del universo ser igual de cooperativo?

—¿Y…? —la instó él a seguir. No era la más incisiva de las preguntas, pero las preguntas ya no tenían importancia. Sharon estaba lanzada. Nada como el vino para lubricar las palabras de modo que corrieran más rápido.

—Dirac igualó sus dos ratios y las resolvió con G, la constante gravitacional; pero su teoría de la gravedad que se evapora lentamente fue refutada por los experimentos.

—Así que… tú has resuelto su ecuación con c —dedujo Tom.

Ella asintió.

—Y c es una función de la raíz cúbica inversa del tiempo, que…

—Que produce una mengua en la velocidad de la luz —terminó él—. Pero la asíntota es cero, no la constante de Einstein, n'est-ce pas?

Sharon agitó una mano.

—Aún no he resuelto eso todavía, pero el coeficiente implica las masas de resto del electrón y el protón.

—Y eso ¿qué significa?

—El coeficiente no es constante tampoco. La contracción de Lorentz-Fitzgerald. Si c disminuye, ¿qué le sucede a la masa?

—Ni idea.

—Vamos, eso se estudia en el instituto. A medida que la velocidad aumenta hacia c, la masa aumenta. Todo el mundo lo sabe. Ahora, cambia de esquema. ¿Cuál es la diferencia si c disminuye hacia la velocidad?

—Bueno, ninguna, supongo.

—Eso es, así que el universo se está volviendo más macizo.

Tom se palpó el estómago.

—Creía que lo que era cada vez más pesado era tu cocina.

Sharon le dirigió La Mirada, pero él sonrió hasta que finalmente ella tuvo que sonreír también.

—Vale, ataré cabos por ti. —Apartó la fuente y se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa—. La velocidad es el espacio partido por el tiempo, ¿no? Física de instituto.

—Me lo enseñaron justo después de lo de Lorentz-Fitzgerald.

—No te hagas el listo.

—No puedo evitarlo.

—Bueno, el universo está expandiéndose.

Él estuvo a punto de palparse de nuevo el estómago, pero se detuvo a tiempo.

—El Big Bang. El universo empezó como una pelotita y explotó, ¿no? Y lleva expandiéndose desde entonces.

—¡No! ¡Es un error! Eso es ciencia de periódico. ¡Explotó! ¿En qué explotó, por el amor de Dios? Estás pensando en estrellas y galaxias lanzadas al espacio; pero la materia primigenia era espacio. Las galaxias se alejan unas de otras, no de un centro común. No vuelan más rápidas hacia el espacio: el espacio se expande entre ellas. El fluido cosmológico. ¿Lo entiendes? —Una parte de ella (la parte capaz de mirar más allá de sí misma) veía que tal vez había bebido demasiado vino. Estaba farfullando y deseaba parar, pero se sentía completamente feliz, joder, y no quería.

Tom sacudió la cabeza.

—Fluido cosmológico… —Tuvo una súbita visión aristotélica del universo como un sitio lleno en vez de espacio vacío.

Sharon insistió, ansiosa de que lo comprendiera porque quería compartir su alegría.

—Mira, imagina las galaxias como puntos pintados en el exterior de un globo…

Él dio un manotazo en la mesa, triunfal.

—¡Sabía que llegaríamos al globo tarde o temprano!

—Imagínate que eres un bichito plano en alguna parte del globo. Eso debería ser fácil, ¿no? Ahora, infla el globo. ¿Qué les pasa a todos los puntos?

Tom miró la lámpara que colgaba sobre la mesa del comedor y se pellizcó el labio.

—¿Puedo ver siguiendo la curva del globo?

Ella asintió.

—Sí. Pero es una tierra llana curva y no puedes ver ni arriba ni abajo del globo.

Tom cerró los ojos.

—Todos los puntos huyen de mí—decidió.

—¿Y los puntos que están más lejos?

Él abrió los ojos y la miró con una sonrisa.

—Son los que se pierden más rápido. ¡Hijo de puta! Por eso…

—Los astrónomos usan el virado al rojo de la velocidad para calcular la distancia. Ahora, baja a otra parte del globo. ¿Qué ves?

Él se encogió de hombros.

Simil atque, obviamente.

Ella tomó un pequeño pimentero de la mesa y lo colocó entre ambos. Lo señaló.

—Entonces ¿cómo puede la misma galaxia estar alejándose del punto A —dijo señalándose a sí misma—, y del punto B? —Lo señaló a él.

Tom escrutó la supuesta galaxia.

—Estamos viviendo en la superficie de un globo, hein? El espacio se expande entre nosotros, así que cada uno ve que el otro se aleja. —Tom estaba más en lo cierto de lo que creía.

—En la superficie tridimensional de un globo muy extraño. Lo llamo el «universo percibido».

—Y tu «poliverso» incluye el interior del globo.

—Correcto. Dimensiones cuánticas, se llaman. Están literalmente dentro del universo percibido. He estado estudiando su ortogonalidad según la hipótesis de Janatpour.

—¿Y la velocidad de la luz?

—Así es. —Colocó el salero junto al pimentero—. Marca un kilómetro en la superficie del globo. La luz tardará… tal vez un tercio de microsegundo en cruzarlo. El kilómetro fijo a la superficie del globo y el kilómetro marcado dentro del globo son el mismo. Infla el globo, ¿y qué pasa?

—Um. La distancia sobre el globo aumenta pero la distancia interior no.

—Y si la velocidad de la luz es constante en el poliverso, ¿hasta dónde llega la luz en un tercio de microsegundo?

—Hasta el kilómetro original…, que no coincide con tu marca.

—Eso es. Así que un rayo de luz tarda más en cubrir la «misma» distancia que antes.

Tom se pellizcó el labio inferior y estudió de nuevo la lámpara.

—Interesante —dijo.

Ella se inclinó hacia delante.

—Se vuelve más interesante aún.

—¿Cómo?

—Sólo puedo explicar la mitad de la disminución estimada de la velocidad de la luz.

Él la miró y parpadeó.

—¿Adónde va a parar la otra mitad?

Ella sonrió.

—Espacio partido por tiempo, amor. ¿Y si los segundos se hicieran más cortos? Un rayo de luz «constante» cubriría menos kilómetros en la «misma» cantidad de segundos. Todo eso sobre reglas y relojes… No son privilegiados, no fuera del universo. Si uno la expansión del espacio con la contracción del tiempo y lo extrapolo hacia atrás hasta el Big Bang (quiero decir, el Big Clap), obtengo un segundo infinta… Quiero decir, un segundo infinitamente largo y una velocidad de la luz in-fi-ni-ta-men-te rápida al separarlos y eso… Bueno, es interesfante, a causa de la teoría cinemática de la relatividad de Milne. Esssspedimentalmente… Ex-pe-ri-men-tal-men-te Milne es indistinguible de Einstein. Hasta ahora lo era. Esto va por mí.

Esta vez, brindó y apuró el resto del vino. Cuando tomó la botella para servirse otra copa, descubrió que estaba vacía.

Tom sacudió la cabeza.

—Siempre había creído que los años pasan más rápido a medida que me voy haciendo más viejo.


Sharon despertó con dolor de cabeza y una sensación cálida y acogedora. Quiso quedarse en la cama. Le gustaba el contacto del brazo de Tom que la cubría. Le hacía sentirse a salvo. Pero el dolor de cabeza venció. Salió de debajo de él (nada que no fuera el Krakatoa podría despertarlo) y se dirigió de puntillas al cuarto de baño, donde se echó dos aspirinas en la palma de la mano.

—Newton —les dijo a las píldoras. Las sacudió como dados mientras estudiaba su reflejo—. ¿De qué sonríes?

Era una mujer que se ufanaba de su dignidad y, la noche anterior, se había comportado de manera decididamente indigna.

—Sabes cómo eres cuando bebes excesivamente —reprendió a su imagen.

«Pues claro que lo sabías —le sonrió su imagen—. Por eso lo hiciste.»

—Tonterías. Te salió el tiro por la culata. Quería celebrar mi descubrimiento. Lo que pasó después fue secundario.

«Sí, claro.» Tragó las aspirinas con un poco de agua. Luego, como ya estaba levantada, fue al salón y empezó a recoger su ropa. Los platos de la encimera le reprocharon la comida que se resecaba en ellos. Recordó por qué no cocinaba más a menudo. Odiaba el desorden. Ahora tendría que pasarse todo el día fregando en vez de dedicarse a la física.

—Newton…

¿Por qué demonios tenía en la mente a sir Isaac? El viejo relojero de la física estaba anticuado. Einstein lo había convertido en una rareza, igual que ella haría con Einstein. Pero Newton había dicho que un cambio en la velocidad requiere una fuerza que lo explique.

Así pues, si el tiempo aceleraba…

Sharon se enderezó bruscamente, dejando caer todas sus prendas.

—¡Vaya, qué sitio tan peculiar es este universo!

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