La oyó llamar a lo lejos, una diminuta voz de insecto, chirriando su nombre. Pero su universo era demasiado hermoso para dejarlo. No, no el uni-verso, el poli-verso. Doce dimensiones, no once. Un trío de tríos. Los grupos de rotación y la meta-álgebra tenían ahora sentido. La velocidad de la luz encajaba también de manera anómala. Comprimió su poliverso y el pulso se le aceleró. Un chico listo, ese Einstein. Lo entendió bien. Un quiebro. Kaluza y Klein tampoco eran moco de pavo. Y un doblez y… ¡Allí! Si lo retorcía de esa forma…
Hay un estado alterado que te abruma en esos momentos, como si la mente se hubiera deslizado hasta otro mundo. Todo lo demás se vuelve lejano y el tiempo mismo parece suspendido. El movimiento cesa. El sol se queda quieto. En esos momentos, los matemáticos famosos hacen crípticas notas marginales.
La mirada de Sharon volvió a enfocarse y vio el rostro de Tom delante del suyo.
—¡Lo tenía! —dijo—. Era maravilloso. ¡Casi lo tenía! ¿Dónde está mi cuaderno?
Apareció por arte de magia en sus manos, abierto por una página en blanco. Arrancó el boli de los dedos de Tom y escribió frenéticamente. A la mitad inventó una nueva anotación. «Por favor — pensó—, que luego recuerde lo que significa.» Marcó una ecuación con un asterisco y escribió: *¡Es cierto!
Suspiró y cerró el libro.
—Espera a que se lo cuente a Hernando —dijo.
—¿Quién es Hernando?
Miró a Tom con el ceño fruncido.
—No sé si enfadarme porque me has hecho perder el hilo de mis pensamientos o alegrarme porque tenías mi cuaderno a mano. ¿Cómo lo has sabido?
—Porque normalmente no te sirves té sobre los huevos revueltos.
Sólo entonces recordó ella que estaba desayunando. Bajó la mirada y gruñó.
—Se me debe de estar yendo la cabeza.
—Eso no te lo discuto. He sabido que era lo bastante serio para precisar del cuaderno cuando he visto que los ojos se te ponían vidriosos.
Llevó el plato al fregadero, lo enjuagó y lo puso a escurrir.
—Puedes tomarte uno de mis huevos pasados por agua —le dijo por encima del hombro.
Ella se estremeció.
—No sé cómo puedes comerte esas cosas. —Sharon le robó un trozo de bacon del plato.
Él volvió a sentarse.
—Te he visto. ¿Quieres un poco de té? Yo lo serviré.
Pronto ella estuvo sorbiendo el Earl. Tom soltó la tetera.
—¿Cuál ha sido la gran revelación? Nunca te había visto desconectarte de esa manera.
—No entiendes de física TUG.
Y Sharon no entendía la cliología; pero Tom sabía algo que Sharon no sabía, aunque él no supiera que lo sabía. Y es que cuando tus palabras salen de tu boca y vuelven a tu oído tu cerebro las exprime por segunda vez y las limpia un poco mejor. Todo lo que Tom sabía era que, cuando trataba de explicarle las cosas a Sharon, su propio pensamiento se aclaraba.
—Continúa —dijo—. Me sentaré aquí, sonreiré benignamente y asentiré en los momentos adecuados.
—No sé por dónde empezar.
—Empieza por el principio.
—Bueno… —Ella tomó un sorbo de té mientras pensaba—. Muy bien. En el Big Bang…
Tom se echó a reír.
—¡Eh! Cuando digo que empieces por el principio, no quiero decir realmente por el principio.
Ella lo intentó de nuevo.
—Mira. ¿Por qué cayó la manzana sobre Newton?
—¿Porque estaba sentado debajo del árbol?
Ella se apartó de la mesa.
—Olvídalo.
—Vale, vale. La gravedad, ¿no?
Ella se detuvo y lo estudió.
—¿Te interesa mi trabajo o no?
—¿Tenía preparado tu cuaderno?
Era verdad. ¿Cómo era el dicho? Las acciones hablan más fuerte que las palabras. Y menos mal, por cierto, porque sus palabras podían ser muy irritantes. Ella extendió la mano sobre la mesa y le palmeó la suya.
—Tienes razón, Tom. Pero todavía estoy intentando resolver esto, así que será mejor que no me distraigas con observaciones ingeniosas.
Casi había estado a punto de decir «observaciones no demasiado ingeniosas».
Tom se encogió de hombros y se acomodó en su asiento. Había oído «no demasiado ingeniosas», de todas formas.
—Muy bien. Las manzanas se caen por la fuerza de la gravedad. ¿No se había descubierto eso ya?
—¿Y por que fluyen las corrientes?
—Electromagnetismo. ¿Me vas a dar un premio? —Su voz se había cargado de animosidad.
—¿Por qué el tiempo corre más rápido?
Él abrió la boca para responder, la cerró y se puso a pensar.
—Por algún tipo de fuerza —dijo lentamente, casi para sí.
«¡Te pillé!», pensó ella. Para aquello no había réplicas graciosas.
—Exactamente. Las aceleraciones requieren fuerzas. El tío Isaac así lo dijo. Míralo de esta forma. No nos movemos «adelante» en el tiempo; «caemos hacia abajo» atraídos por una especie de gravedad temporal. Yo la llamo cronidad.
«¿Atraídos por qué? —se preguntó ella—. ¿Por algo situado al final del tiempo? ¡Qué aristotélico! Jackson tendría una vaca. O algo al principio. Dios. ¡Ja! No, mejor que sea el Big Bang. No tiene sentido pulsar los botones peligrosos de la silla.»
—O tal vez nos empujan —continuó—. Todavía no he decidido si es un signo más o un signo menos.
—Bien —musitó Tom—. Tempus fugit, después de todo.
Cierto, había prometido no hacer ninguna observación ingeniosa. No había roto esa promesa.
Ella suspiró. Era difícil seguir enfadada con Tom. ¡Era tan condenadamente alegre cuando su propio trabajo iba bien!
—Sé que mis ecuaciones están bien —dijo en voz alta—. Necesito saber si son un hecho.
Más gente tendría que hacer esa distinción. Una cosa es tener un pájaro en una ecuación; otra es tener un pájaro en la mano. Un hecho es un logro, factum est. En alemán, deed-matter. Tom, que había estado leyendo últimamente más latín y alemán medieval que inglés, supo inmediatamente lo que Sharon quería decir.
Pero era más fácil hacer hipótesis sobre fuerzas ocultas que acechaban tras las paredes del mundo que encontrarlas. Después de todo, ella no podía derribar esas paredes, ¿no?
¿No?
Nunca subestimes a una mujer decidida. En sus manos, los universos son endebles.
—El CERN puede concederme un poco de tiempo dentro de unos cuatro meses —le dijo a Tom una semana más tarde mientras irrumpía por la puerta sintiéndose satisfecha consigo misma—. Lo que significa que me darán gallinas si yo pongo los huevos.
Tom asintió, calculando que era el momento adecuado. Estaba sentado a su mesa, leyendo una copia de los archivos señoriales de Oberhochwald que yo le había enviado desde Friburgo. Le faltaban muchas páginas y el documento acababa varios años antes del momento crucial; pero ¿quién sabía dónde podía haber enterrado oro?
—Sería sólo algo preliminar, por supuesto —continuó Sharon—. CERN no puede retroceder tanto en el tiempo.
Él podría haber asentido también a eso; pero era algo que exigía más.
—¿Cómo dices?
—Los aceleradores realmente grandes recrean condiciones como si estuvieran en los primeros segundos después del Big Bang. Podemos pegar la nariz en el globo y ver un mundo donde los segundos eran más largos y los kilómetros más cortos.
—¿Y todo esto es valioso porque…?
—Cronidad. Necesito detectarla, verificarla. Y no puedo mientras esté atascada en el presente con todas las fuerzas petrificadas. Verás, una quinta fuerza trastoca el paradigma. Las fuerzas se clasificaron en dos ejes: fuerte contra débil y largo alcance contra corto alcance. El esquema era tan claro que todo el mundo supuso que sólo podía haber cuatro fuerzas.
—Eh, suena igual que los cuatro elementos aristotélicos de los que me habló Judy. Los dos ejes eran caliente contra frío y mojado contra seco. Caliente y seco te dan fuego…
Sólo había dos personas en el apartamento. ¿Cómo había conseguido colarse Judy?
—Esto no es la Edad Media —replicó ella—. ¡No somos prisioneros de la superstición!
—¿Eh? —dijo Tom, preguntándose a qué venía esa observación. Sharon dejó el maletín sobre la mesa y lo abrió. Se puso a mirar su contenido.
Al cabo de un momento, Tom dijo:
—¿Entonces, ejem, qué fuerza es fuerte y de largo alcance?
Sharon cogió su cuaderno y le dio la vuelta, ausente.
—El electromagnetismo —dijo—. Y la fuerza débil de largo alcance es la gravedad.
—Tal vez yo esté ganando peso, pero la gravedad no me parece tan débil.
—Sí, pero necesitas todo un planeta para sentirla, ¿no?
Tom se echó a reír.
—Ahí me has pillado.
—Y las fuerzas de corto alcance son las fuerzas nucleares fuertes y débiles.
—Espera —dijo Tom—, déjame adivinar cuál es la fuerte.
Sharon dejó caer el cuaderno en la mesa. No dijo nada, pero fue como si lo gritara.
—Muy bien, vale. ¿Cómo encaja la cronidad? —le preguntó Tom.
—Redefiniendo los alcances. El largo alcance y el alcance corto sólo se aplican a las tres dimensiones espaciales familiares. Otras fuerzas podrían propagarse a lo largo de dimensiones ocultas. Verás, las fuerzas son deformaciones espaciales. Einstein demostró que la gravedad era una deformación causada por la existencia de materia. Quiero decir… La Tierra gira alrededor del Sol, ¿no?
Tom había estado tan inmerso en investigación medieval que la pregunta le pareció extrañamente contraria a los hechos. La Tierra estaba en el centro y el Sol giraba en el cuarto cielo. La falta de un paralaje perceptible de las estrellas fijas había refutado el heliocentrismo siglos antes. Pero sabía que tenía que evitar las réplicas ingeniosas. De haberlo sabido más a menudo, se hubiese evitado tensión en la vida.
—Muy bien…
—Entonces, ¿cómo sabe la Tierra que el Sol está ahí? No hay acción a distancia, ¿no? Respuesta: la Tierra no sabe nada del Sol. Tan sólo sigue el rumbo de la resistencia menor y rueda por el borde del embudo. Así que si la gravedad es una curvatura del espacio-tiempo, ¿qué es el electromagnetismo?
Tom no era tonto. Sabía cuándo le estaban dando la respuesta mascada. Miró la lámpara de su mesa, tratando de imaginar que era en realidad una especie de curvatura espacial.
—Para hacer que funcionara, Kaluza y Klein tuvieron que añadir varias dimensiones suplementarias al universo. Entonces descubrimos las fuerzas nucleares y tratamos de crear modelos de curvatura para ellas. Cuando el humo se despejó por fin, nos encontramos con once dimensiones en las manos.
Tom se quedó boquiabierto.
—Merde! ¿Quieres decir que los físicos siguen añadiendo dimensiones imaginarias sólo para que su metáfora de la curvatura espacial sea consistente? Me recuerda a los astrónomos ptolomeicos añadiendo nuevos deferentes y epiciclos.
—Esas dimensiones no son más imaginarias que los «campos de fuerza» de Newton. Y no tienen nada de arbitrarias. Ciertas relaciones de simetría…
Tom alzó las manos, mostrando las palmas.
—Vale, vale. Me rindo.
No lo había hecho y ella lo sabía.
—¡No me des la razón como a los locos! Esto es física. Esto es real. ¡Y es mucho más importante que saber por qué una remota aldea alemana fue abandonada cuando resulta obvio que murió todo el mundo!
Decir eso fue un error; más que un error. Lo que les sucede a los seres humanos puede ser más importante que lo que les sucede a las teorías físicas. Pero fue además un error de carácter personal. Sharon había creado una curvatura en su propio espacio personal y la fuerza que representaba repelía.
Tom se puso en pie.
—Tengo que ir la biblioteca. Tengo una reunión con Judy.
—¿Más Eifelheim? —preguntó ella, sin volverse.
Pero no era una pregunta tan sencilla como las dos palabras que la formaban. El inglés es un idioma tonal… si tienes oído para los tonos.
—Tempus fugit —dijo él después de un momento, respondiendo a la pregunta que ella no había hecho—. Quae fuerant vitia mores sunt.
Sharon no respondió. Tom recogió sus archivos en papel y los guardó en la mochila que usaba para su portátil. Judy parecía una chica guapa, dada la actual preferencia por las mujeres demacradas. ¿Le parecía atractiva a Tom? ¿Por qué había insistido tanto con Hernando?
—Te quiero, ya lo sabes.
Tom se echó la mochila al hombro.
—Ojalá me lo dijeras de vez en cuando.
—Es un hecho establecido, como la gravedad. No hace falta recordarlo continuamente.
Él la miró con seriedad.
—Sí que hace falta. Cuando estás cerca de un precipicio.
Ella miró a un lado, quizás esperando que allí hubiera un precipicio. Tom esperó y, tras un momento, como ella no dijo nada más, se dirigió hacia la puerta. Miró atrás antes de cerrarla y vio que Sharon no se había movido.
Tenía que decírselo a alguien, así que llamó a Hernando.
—Si tuviera que hacer una conjetura —dijo el ingeniero nucleónico cuando ella lo llamó—, diría que tienes un modelo de curvatura para tu fuerza temporal.
—Si añado una duodécima dimensión. Pero eso echa por tierra los modelos aceptados para las otras cuatro.
—Hasta ahora.
—Cierto. Me vino de sopetón. Verás, explicaba el «zoo» subatómico la teoría de quarks de 1990. Resultó que todas esas partículas subatómicas pertenecían a tres familias de tres partículas. Bien, he organizado mis doce dimensiones del mismo modo, como tres conjuntos de tres: espacio, tiempo y algo a lo que no he puesto nombre todavía.
—Eso sólo son nueve —señaló él. No recalcó que probablemente entendía mejor el zoo subatómico que ella.
—Más tres «metadimensiones» que enlazan los tres tríos a nivel superior.
Ella garabateó mientras hablaba. Un triángulo con un triángulo más pequeño en cada vértice. En realidad, era sólo un icono.
—Lo llamo poliverso. Nuestro universo es el subconjunto que podemos ver. Una curvatura en el poliverso puede intersectar el universo de diversas formas, dependiendo de su orientación. Como los ciegos y el elefante, creemos estar viendo fuerzas distintas, pero sólo son «secciones cruzadas» de una misma curvatura.
—Mm. No podemos ver esas «dimensiones ocultas», ¿no?
—No. Las dimensiones suplementarias forman el interior de un globo. El monobloque original era ligeramente asimétrico. Cuando se expandió con el Big Bang, algunas de sus dimensiones se enrollaron. Todavía están allí: en los quarks, en ti, en mí, en todo.
—Tal vez —dijo Hernando—, pero la explicación más sencilla para que no las veamos es que no están.
Sharon trató de arreglar las cosas con Tom durante la cena. Esperó a que regresara de la biblioteca (¿planeaba acaso leer todos los libros que había en ella?) y anunció que lo invitaba a goulash y palatschinken en el café Belváros. Tom, que ya había comido un bocadillo de carne y queso en El Palomar, sabía que había ocasiones en que unas cuantas calorías de más son una bicoca, y accedió con toda la alegría de la que pudo hacer acopio.
—¡Jo! —dijo, metiéndose en ambiente—. Paprikás csirkét kérek galuskával és uborkával. És palacsinta!
Ella incluso le dejó parlotear sobre gente que llevaba siglos muerta en ciudades fantasma.
El punto culminante fue que había habido un hospicio llamado San Lorenzo en algún lugar de 1a Selva Negra a finales del siglo XIV dedicado a las víctimas de la peste y dirigido por la pequeña orden de frailes de «San Johann de Oberhochwald». Sharon no veía qué tenía eso que ver con lo demás. Él iba a enseñarle el emblema de la orden, pero el patente desinterés de Sharon lo detuvo. Así que en lugar de eso le preguntó por su propio trabajo.
Eso era lo que ella estaba esperando.
—¿Que no encaja en la secuencia quince, catorce, dos?
—Mm… ¿La diferencia entre catorce y dos es demasiado grande?
—Eso es. Al principio había sólo una superfuerza, porque las dimensiones extra no se habían enrollado todavía. A medida que los niveles de energía bajaron, el poliverso se abarquilló y las fuerzas individuales, ah, se separaron de la sopa. La gravedad se separó a la escala de Plank, 1019 masas de protón; la fuerza nuclear fuerte a la escala de unificación, o 1014 masas de protón; la fuerza débil a la escala de Weinberg-Salam, 90 masas de protón, que viene a ser 102.
Por una vez en su vida, Tom pudo adelantarse a ella.
—Y crees que tu cronidad se separó en algún punto intermedio.
Ella sonrió.
—Mi deducción es que unas 104 de masas de protón. Lo llamo la escala de energía Nagy porque soy enormemente modesta. El CERN no puede llegar a tanto; pero tal vez el nuevo acelerador L4 lo haga. Ya en los años ochenta pudieron alcanzar la escala Weinberg-Salam. Mezclaron la fuerza débil con el electromagnetismo y crearon la fuerza electrodébil.
—Espera, me acuerdo. Ése es el avance que hizo posible el escudo antinuclear, ¿verdad?
—Más o menos. La fuerza débil gobierna la desintegración atómica. Una vez que pudimos unirla al electromagnetismo, el campo de supresión de fisión fue sólo una cuestión de tiempo. ¡Mierda!
Tom parpadeó. Tal vez por el destello de reflexión.
—¿Qué?
—Sabemos cómo manipular el electromagnetismo. Si podemos unir la cronidad con la fuerza electrodébil… Con eso debería poderse manipular la fuerza tiempo.
—¿Viajes en el tiempo?
—No, no. Pero el tiempo es tridimensional. La escala de energía Nagy nos mete dentro del globo y podríamos… Bueno, ir a cualquier parte. La velocidad de la luz sigue siendo el límite superior; pero si vamos lo bastante lejos en la dirección adecuada, los kilómetros se vuelven muy cortos y los segundos muy largos, ¡y podemos elegir la puñetera velocidad de la luz que queramos!
Bueno, tomar un atajo por el interior del globo sería un bonito truco topológico, como un dónut saltando a través de su propio agujero; pero ¿quién sabía? Con las energías adecuadas, concentradas en las direcciones adecuadas…
Él volvió a parpadear.
—¿Viaje interestelar instantáneo?
Ella cabeceó.
—Algo tan parecido que casi sería lo mismo. Tom, no necesitaríamos naves espaciales, para nada. Podríamos conducir nuestros coches a las estrellas. ¡Con trajes protectores, probablemente, podríamos caminar! Un solo paso podría cubrir distancias interestelares.
—¡Botas de siete leguas! Parece que has descubierto el hiperespacio.
—No. El hipoespacio. La topología se conserva. Las ocho dimensiones ocultas están dentro del universo, ¿recuerdas? Para viajar a otros mundos, tendríamos que viajar hacia dentro.
Se echó a reír, pero esta vez Tom permaneció extrañamente callado.
—¿Tom?
Él se estremeció.
—Nada. He tenido una extrañísima sensación de dèjá vu, eso es todo. Como si hubiera oído todo esto antes.