6. AHORA: Tom

Tom y Judy se reunieron en El Palomar para discutir los últimos hallazgos de ella con un par de bocadillos de carne con queso. En su búsqueda del pastor Dietrich, el gusano de Judy había encontrado una tonelada de Klimbim.

—¿Sabes cuántos alemanes medievales se llamaban Dietrich? Alzó los ojos al cielo, pero en el fondo sabía cuánto trabajo requería un solo eureka. El viaje de mil kilómetros empezaba en efecto con un paso; pero no terminaba allí.

—Siglo equivocado, reino equivocado. Sajonia, Württemberg, Franconia… Un Dietrich en Colonia, incluso un Dietrich en París. Ésos pude eliminarlos. Los difíciles no tenían ningún año concreto ni ningún lugar asociado. Ésos los tuve que leer uno a uno. ¿Y esto? —Agitó la hoja impresa en el aire—. Los idiotas no pusieron «Oberhochwald» en el índice. Si no, habría aparecido hace tiempo. —Mordió el bocadillo con rabia—. Capullos —murmuró.

Esto era el extracto de un libro. Durante los anos setenta, un emprendedor grupo de liberales había publicado un libro llamado La tolerancia a lo largo de la historia, que pretendía destacar actitudes en muchas épocas y lugares.

Además del discurso Tengo un sueño de Martin Luther King y El dogma, sangriento de Roger Williams, contenía una carta de un pastor Dietrich a su obispo.


A Su Ilustrísima Wilhelm Jarlsberg, archidiácono de Friburgo en Bisgrovia.

Suplico vuestros buenos oficios para presentar con mis humildes oraciones esta apología a Su Gracia, Berthold II, obispo de Estrasburgo.

He permanecido mansamente en silencio mientras mis detractores, esperando volver vuestro corazón contra mí, me han acusado ante el tribunal del Santo Oficio. La razón y la verdad prevalecerán, pensaba. Sin embargo, este último incidente referido a los flagelantes de Estrasburgo me hace preguntarme si la razón se toma en consideración todavía en la cristiandad.

Quienes me acusan os han dicho que en Oberhochwald hemos dado la bienvenida en nuestros hogares a demonios. Con vuestro permiso, respondo de este modo:

Asunto. Que el pastor Dietrich de Oberhochwald ha tratado con demonios y hechiceros y abusado del bendito sacramento del bautismo bajo vehemente sospecha de herejía.

Objeción 1. Parece que he tratado con demonios porque mis huéspedes han empleado varios aparatos desconocidos y practicado artes desconocidas para los cristianos.

Objeción 2. Parece que he tratado con demonios porque se dice que mis huéspedes vuelan por medios sobrenaturales. Y se dice que ese vuelo es como el de las brujas cuando se reúnen en el monte llamado Kandel.

Objeción 3. Parece que he tratado con demonios porque el aspecto de mis huéspedes es peculiar. Pero está escrito que Cristo murió para salvar a todos los hombres. Por tanto, no puede negarse el bautismo a los conversos dispuestos, pues sólo por fuerza o por quiebro de la voluntad se corrompe la gracia del sacramento. Es más, el Canon Episcopi dice claramente que la brujería, aunque es un delito civil, no es ninguna herejía. Por tanto la petición de quienes me acusan es impropia ante la ley y la teología.

Réplica a la objeción 1. Las cosas de este mundo son naturales o antinaturales. Pero una cosa se considera antinatural porque no sigue el curso habitual de la naturaleza, no porque invoque lo sobrenatural. Así, de una piedra lanzada hacia arriba se dice que su movimiento es antinatural, pues nunca exhibiría ese movimiento por propia naturaleza. Las cosas artificiales incluyen no sólo las que imponen restricciones a la naturaleza, sino también creaciones mecánicas como los relojes o las lentes. Por eso, cuando una curandera emplea alguna propiedad oculta de una planta se dice que practica la magia, porque la verdadera esencia no ha sido descubierta aún y sólo se conoce la eficacia. Pero «oculto» no significa desconocido para siempre, pues esas esencias, siendo reales, pueden descubrirse, y sería inútil para la naturaleza tener una propiedad potencialmente cognoscible que no pueda ser conocida, y a medida que sea conocida ampliamente entre los eruditos deja de ser oculta. Por ejemplo, ahora leemos la Palabra de Dios a través del medio de maravillosas lentes. Aunque no son más que aparatos mecánicos, mucha gente común aún recela de ellas. Mis huéspedes sólo emplean aparatos como los descritos por Roger Bacon, los cuales, aunque sus esencias permanecen ocultas, son generalmente considerados cosas de este mundo.

Réplica a la objeción 2. El Canon Episcopi declara que las brujas no vuelan a sus aquelarres excepto en sueños inducidos por la belladona y otras hierbas nocivas, y que creer lo contrario es pecado. Por tanto, quienes me acusan yerran cuando dicen que mis huéspedes vuelan por medios sobrenaturales. Volar, de ser posible, se debería a la voluntad de Dios o a las habilidades de inteligentes artesanos.

Réplica a la objeción 3. Los demonios son incapaces de soportar el contacto con el agua bendita. Sin embargo, el agua del bautismo no les causó ninguna incomodidad, en particular a aquel que tomó el nombre cristiano de Johannes. Por tanto, no es ningún demonio.

Así refuto a quienes me acusan. «Quien cause el menor daño a mis pequeños, me lo causa a mí.» He ayudado a unos viajeros perdidos y hambrientos, algunos gravemente heridos, cuando aparecieron este verano pasado. Cierto, fray Joachim los considera feos y los llama demonios, a pesar de sus evidentes males mortales, pero mortales son. Vienen de una tierra lejana, y allí la gente tiene una forma naturalmente diferente; pero si el papa Clemente puede según su bula maravillosamente racional abrir su palacio de Aviñón a los judíos, entonces sin duda un pobre párroco puede ofrecer ayuda a unos viajeros indefensos, no importa el color de su piel ni la forma de sus ojos.

Cristo con nosotros este año de gracia de 1349. Entregado por mi propia mano en Oberhochwald, en el condado de Badén, en la conmemoración de Gregory Nazianzen.

DIETRICH


—Un hombre notable —dijo Tom, doblando el papel.

—Sí—respondió Judy en voz baja—. Me hubiese gustado conocerlo. Mis padres fueron también «viajeros indefensos». Vivieron en una barca, en el agua, durante tres años antes de que su «pastor Dietrich» les encontrara un hogar.

—Oh. Lo siento.

Ella se encogió de hombros.

—Fue hace mucho tiempo, y yo nací aquí. La historia estadounidense.

Él golpeó las páginas con la uña.

—Este hermano Joachim, por otro lado, parece intolerante denunciando a Dietrich ante la Inquisición de esa forma y llamando «demonios» a la gente.

—Dietrich tal vez no supiera quiénes lo acusaban.

—¿Denuncias anónimas? Me suena a la Inquisición…

—Bueno…

Tom ladeó la cabeza.

—¿Qué?

—Al principio, muchos de quienes denunciaban acabaron muertos a manos de los herejes, así que se les prometió anonimato y se impusieron diversas penas por las acusaciones falsas.

Él parpadeó.

—¿La Inquisición tenía reglas?

—Oh, sí. Más estrictas que las cortes reales, de hecho. Por ejemplo, preparaban un sumario del caso con todos los nombres cambiados por seudónimos latinos y lo presentaban a un grupo de hombres escogidos por su reputación en la comunidad (los boni viri, los «hombres buenos»), quienes así podían revisarlo sin prejuicios. Conocemos casos en que el acusado cometió deliberadamente blasfemia para pasar de la corte real a la inquisitorial.

—Pero usaban la tortura, ¿no es cierto?

—Para interrogar, nunca para castigar. Pero todo el mundo usaba entonces la tortura. Los tribunales la permitieron sólo después de que las cortes imperiales la introdujeran. El mismo manual de los inquisidores la consideraba «engañosa e inefectiva» y la permitía sólo como último recurso, o cuando la culpa ya quedaba clara por otras pruebas. Entonces, se exigía una confesión. No podían condenar con otro testimonio. La tortura se permitía sólo una vez, y no podía causar la pérdida de miembros ni poner en peligro la vida, y todo lo que se decía debía ser mantenido bajo juramento hecho después.

Tom no se lo creyó.

—Pero un fiscal persistente podía encontrar agujeros en eso.

—O uno corrupto. Desde luego. Era más bien un gran jurado moderno que un juicio.

—¿Estás segura? Siempre pensé que…

—Fue mi tesis en historia narrativa.

—Oh. Por eso aprendiste latín, ¿no?

Lo cierto era que Tom se sorprendía a menudo por los detalles precisos de la historia. Trabajando como él lo hacía desde una perspectiva amplia, los detalles podían desvanecerse en estereotipos sin rostro.

Estudió de nuevo el papel. ¿Cuánta información más estaba oculta del mismo modo, en el fondo de una Selva Negra de palabras de siete siglos de grosor?

—Supongo que serían chinos. Los huéspedes de Dietrich, quiero decir. Por los comentarios sobre el color de la piel y la forma de los ojos. Orientales, en cualquier caso.

—Ese tipo de viajes se realizaban en el siglo XIV —admitió Judy—. Los de Marco Polo y su padre y su tío. Y de Wilham Rubrick, que era amigo de Roger Bacon.

—¿Y hubo viajeros en la dirección opuesta? ¿No vino al Oeste nadie desde China?

Judy no estaba segura, pero El Palomar tenía zona Wi-Fi, así que sacó su portátil y tecleó la pregunta. Tras unos minutos, asintió.

—Se sabe de dos chinos nestorianos que vinieron a Occidente. ¡Vaya! Al mismo tiempo que los Polo iban al Este. Puede que se cruzaran en el camino. Eh, uno de ellos se llamaba Marco también. Que extraño. Marco y Sauma. Cuando llegaron a Irak, Marco fue elegido Catholicos, el Papa nestoriano, y envió a Sauma como embajador al Papa de Roma y a los reyes de Inglaterra y Francia.

—Puede que Dietrich ofreciera cobijo a un grupo similar —dijo Tom, pellizcándose el labio inferior—, un grupo que se topó con el desastre. Atacado por barones forajidos, tal vez. Dice que había algunos heridos.

—Tal vez —convino Judy—, pero…

—¿Pero qué?

—Los chinos no son tan distintos. Y no pueden volar. ¿Por qué llamarlos entonces demonios voladores?

—Si su llegada coincidió con un estallido de alucinaciones colectivas, los dos hechos pueden haber confluido en la mente popular.

Judy arrugó los labios.

—Si es así, parece que Dietrich convirtió al menos a una alucinación al cristianismo. Johann. ¿Crees que será la misma persona que Johannes von Sterne, ese cuyo bautismo se cita en la corte del obispo?

—Eso creo. Y ésta fue la respuesta de Dietrich. ¿Recuerdas el documento moriuntur?

—Sí. Creo que debía de ser parte de un diario del pastor Dietrich.

Bestimmt. En un pueblo pequeño como Oberhochwald, el sacerdote era probablemente el único hombre culto. Toma. Anton me ha mandado esto por e-mail esta mañana. —Tom le entregó varios archivos pdf ya impresos que yo le había enviado—. Rebuscó en Friburgo por mí.

Judy los leyó con avidez. Cierto, era sólo ayudante de investigación, pero eso no significaba que no le importara… la investigación, entre otras cosas. Cuando terminó, dejó los papeles sobre la mesa y frunció un poco el ceño. Entonces volvió atrás y releyó algunos párrafos.

—¿Has visto esta parte en la que habla de sus nombres? —preguntó Tom—. «Se hace llamar Johann porque su verdadero nombre es demasiado difícil para nuestra lengua.» Nunca debía de haber oído una lengua que no fuera indoeuropea.

Judy asintió, ausente.

—Debió de estudiar hebreo si era el doctor seclusus que menciona Ockham. Y es probable que en algún momento oyera hablar árabe. Pero…

—¿Has leído esa parte en la que Johann y algunos de sus compañeros ayudan a cuidar a los aldeanos durante la peste?

Tom recuperó las páginas de Judy, que siguió mirando el espacio que habían ocupado entre sus manos. Tom se lamió el pulgar y las hojeó.

—Aquí está. «Hans y tres de sus compatriotas visitan diariamente a los enfermos y entierran a los muertos. Qué triste que aquellos que se ocultaron de su vista no salgan para ser testigos de la verdadera caridad cristiana. —Dio un sorbo a su refresco—. Y así Johann rezamos juntos pidiendo fuerzas, y damos consuelo a aquellos peregrinos que han perdido la esperanza.»

Judy tomó una decisión. Era sólo una intuición y temía expresarla en voz alta, porque realmente no sabía que diría. Le quitó las hojas, las pasó y señaló con el dedo.

—¿Qué piensas de esto…?

La brusquedad con que lo dijo le valió una mirada de curiosidad antes de que Tom leyera el párrafo señalado.

—No estoy seguro de a qué te refieres —contestó él cuando terminó de hacerlo—. Dietrich encontró a Hans solo una noche, mirando las estrellas. Hablaron un rato y Hans preguntó cómo encontraría de nuevo el camino de vuelta a casa. Un viajero melancólico, n'est-ce pas?

—No, Tom. Él escribió que Hans señaló las estrellas y preguntó cómo encontraría de nuevo el camino de vuelta a casa.

—¿Y? En aquellos días la gente usaba las estrellas como guía para viajar.

Ella apartó la mirada, hizo a un lado su bocadillo.

—No sé —dijo—. Es tan sólo una sensación. Algo que hemos leído. Significa algo diferente… No lo que pensamos que significa.

El no respondió. Dio un último bocado y soltó el bocadillo sin terminar. A pesar de la cantidad ingente de material que habían desenterrado, seguían sin estar más cerca de encontrar el motivo del abandono de Oberhochwald. Reflexionó un rato al respecto.

«Renunciad a ellos igual que nosotros renunciamos al suelo impío de Teufelheim.» En su último año de existencia, Oberhochwald era una aldea corriente. Sin embargo, una generación más tarde se consideraba el Hogar del Diablo.

No se daba cuenta, pero estaba tanteando lo desconocido (la esencia del asunto todavía era un misterio) y necesitaría un poco de magia para descubrirlo.

Загрузка...