La imagen de la mujer volvió a aparecer, aunque esta vez lo hizo flotando sobre una larga y oscura mesa que había en una habitación situada en el piso alto de la Torre de Wayreth. El sol se estaba poniendo, y el brillo anaranjado que se derramaba en el cuarto creaba un suave halo en torno a la translúcida mujer.
La aparición flotó hacia Palin, que estaba solo, sentado a la cabecera de la mesa, ignorante de su presencia. Había montones de papeles colocados cuidadosamente delante del mago, quien miraba una página amarillenta cubierta de notas escritas con garabatos casi ininteligibles. La hoja aleteó con la suave brisa creada por el fantasma, y Palin alzó la vista.
Sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba con una leve sonrisa.
—Traes buenas noticias, espero —dijo.
La aparición se desplazó hasta que sus claros ojos azules estuvieron a la misma altura que los de Palin. Extendió una mano insustancial, y él hizo otro tanto con la suya hasta que los dedos sólidos y los incorpóreos se rozaron en una especie de saludo.
—No tan buenas como imaginaba —contestó la imagen femenina—. Pero es un comienzo. He emplazado a muchos guerreros adecuados, aunque, hasta ahora, sólo parece haber una probabilidad con uno de ellos. Se dirige hacia Schallsea, según lo que acordamos.
—¿Sólo uno? —Palin sacudió la cabeza.
—Habrá más —dijo la aparición—. Recuerda que yo estaba sola al principio, en la época de la Guerra de la Lanza. Pero el grupo de tu padre se unió a mí. Y después hubo más que se sumaron a nuestras filas. Continuaré emplazando a gente en el mausoleo. Habrá más que respondan a la llamada, aunque tal vez tarde más tiempo de lo que pensábamos.
—No he perdido la esperanza —musitó Palin.
—Lo sé. Tampoco yo.
—Ese que respondió a tu llamada —empezó el mago—, si es un hombre bien dispuesto...
—Lo enviaré a Refugio Solitario, en los Eriales del Septentrión, cerca de Palanthas.
—Allí está el mango.
—Esperando al estandarte.