19 La tempestad

Las manazas de Groller aferraban las cabillas de la rueda del timón mientras sus ojos oteaban el horizonte para aprender de memoria las posiciones de los pequeños icebergs que flotaban en el agua. Jaspe rondaba cerca de él, rezongando en voz baja sobre la posibilidad de que el barco chocara con uno y naufragara, aunque, por otra parte, manifestaba que el Yunque de Flint era capaz de aguantar cualquier cosa. El enano sabía que Groller no podía oírlo, pero de todas formas siguió parloteando, como si el sonido de su propia voz le proporcionara cierta seguridad ante el encrespado oleaje.

Los dos llevaban puestas varias prendas de abrigo para contrarrestar el azote glacial del viento que soplaba procedente del territorio del Dragón Blanco. El frío les había enrojecido el rostro, y cada ráfaga les provocaba nuevos escalofríos.

De vez en cuando, el enano se agarraba a una u otra cosa para mantener el equilibrio, sobre todo cuando el barco cabeceaba con los bruscos virajes del semiogro a babor o estribor para esquivar una masa de hielo. El viento era fuerte, y la carraca se zarandeaba con las grandes olas. Jaspe estaba convencido de que la cubierta no había dejado de moverse ni había estado seca desde que habían salido del puerto de Caergoth. Una ola tras otra rompía sobre ella, lanzando rociadas de espuma.

El enano estaba poniendo gran empeño en mantener en el estómago la sopa de pescado y el oscuro ron que había ingerido, la primera comida que había sido capaz de tragar desde el encuentro con el Turbión. Para librarse de las náuseas, decidió intentar una nueva táctica: mantenerse ocupado. Se juró aprender más del rudimentario lenguaje de signos que Groller empleaba.

Hasta el momento, Jaspe sabía una docena de señas y, aunque no era amante del mar, el primer signo que había aprendido era el que significaba, precisamente, «mar». Con la mano extendida, la palma hacia abajo, hizo movimientos arriba y abajo con la muñeca y los cortos dedos para simular una ola. Después tiró del chaleco de Groller, y el semiogro bajó la vista hacia él, estoicamente. El enano se señaló el estómago y luego repitió el movimiento ondeante a la par que hinchaba los carrillos. Sus regordetes brazos rodearon la pierna de Groller buscando apoyo.

—Jaspe ma... reado. —El semiogro rió por lo bajo, trasto cual procedió a enseñarle las señas de «nube», «viento» y «tormenta».

El enano hizo girar los dedos por encima de la cabeza.

—Nube —dijo, enorgullecido. Agitó las manos atrás y adelante frente al pecho para imitar el viento. Después las agitó con movimientos más rápidos y pronunciados mientras se balanceaba sobre los talones—. Tormenta.

Jaspe echó una ojeada a su espalda, hacia la tormenta que amenazaba lejos, en el horizonte. El barco la estaba dejando atrás.

El Yunque se alzó sobre una ola, y Jaspe volvió a agarrarse a la pierna del semiogro. Cuando el barco se calmó —al igual que su estómago—, el enano se soltó y alzó la vista hacia Groller. El semiogro tenía puesta de nuevo su atención en el mar.

—Me pregunto qué se sentirá al no poder oír —musitó—. No logro imaginarme ser incapaz de no escuchar las olas o los pájaros. O lo que dice la gente. —El enano pensó que los signos utilizados por el semiogro, y que Rig y Shaon dominaban bastante bien, eran una forma de comunicarse extraordinaria, hermosa en cierto sentido, e increíblemente sugestiva. Pero no lo consideraba una alternativa adecuada para el sonido.

—Cuando sepa suficientes de estos signos de mano —se dijo Jaspe—, podré preguntarle qué se siente al estar aislado tras un muro de silencio.

Ampolla dormía, acurrucada bajo un chal cerca del cabrestante, con la cabeza apoyada en un rollo de cuerda. Furia estuvo enroscado junto a la kender durante un rato, aunque no había cerrado los ojos. El lobo estaba inquieto, y poco después había empezado a pasear por la cubierta, hasta que por fin se acomodo cerca de la kalanesti, que se encontraba de pie junto a la batayola, en el medio del barco.

—Nadie me hizo caso en Caergoth —le estaba contando a Dhamon, que se encontraba detrás de ella, a unos cuantos pasos. Se apoyó en la batayola y miró hacia el oeste, a través de las olas, al sol poniente y a lo que había sido su país—. No pude convencer a nadie. Ni siquiera aquellos Caballeros de Takhisis estaban dispuestos a enfrentarse a un dragón tan temible. Pero no pienso darme por vencida.

Sus ojos estaban prendidos en las cumbres de la montaña más alta. Como si fuera una pintura de acuarela, el fuerte resplandor anaranjado del sol escurría por las cimas nevadas. Por alguna razón, la fuerte tonalidad sólo conseguía hacer que el paisaje pareciera aún más frío, desolado e inhóspito.

Feril se estremeció al tiempo que Dhamon se aproximaba a ella. El guerrero hizo intención de rodearle los hombros con su brazo, pero se contuvo.

—Viví en Ergoth del Sur cuando sólo nevaba en invierno —musitó la kalanesti—. Vivía en el norte, cerca de las ruinas de Hie, en la costa.

—No creía que hubiera mucha gente en los yermos —comentó Dhamon.

—No vivía con gente. Nací en Foghaven, en un pueblo kalanesti, al pie de las montañas —continuó ella—. Era feliz allí, al menos, mientras fui joven. Pero me hice mayor y empecé a preferir la soledad a la compañía de mis semejantes. —Suspiró melancólicamente, y se agachó para acariciar las orejas de Furia.

»Así que me dirigí hacia el norte y exploré las montañas y los yermos que hay cerca de Hie, y en mi camino se cruzó una manada de lobos rojos, como éste. Los estudié, al principio desde lejos, e imagino que ellos hicieron igual conmigo. Finalmente, la distancia se acortó, y un día me acerqué a ellos. Viví con los lobos unos cinco años.

Dhamon la miró sin salir de su asombro. El sol iluminaba suavemente el contorno de sus rizos ondeantes, y formaba un pálido y cambiante halo naranja alrededor de su cabeza.

—¿Viviste con lobos?

—Sí —asintió Feril—. Creo que estuve más unida a ellos que a las personas que dejé atrás. Los lobos me enseñaron mucho. Durante aquellos años descubrí que tenía cierta afinidad con la magia natural, y eso influyó en mi elección de dibujos en la piel. A pesar de que me aparté de los míos, todavía me considero una kalanesti, y quiero que se me identifique como tal.

—¿La hoja de roble?

—Ésa representa mi estación favorita, el otoño, y está arrugada para simbolizar que se soltó del árbol hace mucho tiempo, igual que yo llevo mucho separada de mi tribu. La pluma de arrendajo simboliza mi tendencia a vagabundear, igual que una pluma llevada por el viento, y señala mi amor por los pájaros.

—¿Y el rayo?

—Es rojo para simbolizar el color de los lobos con los que conviví. La manada se mueve veloz cuando está cazando, como el relámpago de una tormenta, y cae sobre su presa con poca o ninguna advertencia.

—Así que ataca como un relámpago, ¿no? —preguntó Dhamon.

—Eso es —rió la elfa mientras asentía—. Aprendí a comunicarme con los lobos, y también con otras criaturas salvajes. Las personas utilizamos demasiadas palabras, algunas para decir lo mismo. Un barco no es sólo un barco: es un galeón o una carraca. La tierra no es sólo tierra: es llanura o matorral o tundra. Para los lobos, lo importante son los conceptos y los objetos, no las palabras. Aprendí cómo ver a través de sus ojos y a fundir mis sentidos con los suyos, una sensación atemorizadora al principio, pero maravillosa. Esa clase de magia no ha desaparecido de Krynn. No es fácil encontrarla, pero todavía sigue siendo abundante.

—¿No echabas de menos a los tuyos? —Dhamon avanzó un paso.

—Regresaba al valle de vez en cuando —repuso la elfa al tiempo que se encogía de hombros—. Y recorrí otras zonas de Ergoth del Sur, en parte por curiosidad y en parte para reanudar mi relación con los pocos amigos que había dejado atrás. Mi último viaje fue... Bueno, era primavera, y la tierra había sufrido cambios, se había hecho más fría de forma gradual. Los lobos estaban inquietos; percibían que algo iba mal.

Feril recordó que el viaje al pueblo le había llevado más de dos semanas y que, cuanto más al sur se internaba, más empeoraba el tiempo. El paso por las montañas resultó peligroso, ya que el invierno se aferraba a las cumbres con dureza. Pero finalmente llegó a su destino, aunque le costó varios días darse cuenta.

—Al principio no pude encontrar el pueblo. La blancura de la nieve se extendía en todas direcciones, y era tan profunda que los árboles daban la impresión de no tener troncos. No había señales de personas, casas ni caminos, pero seguí buscando. Cuando retiré suficiente nieve, casi me volví loca por lo que encontré. —Hizo una pausa antes de que una oleada de recuerdos hiciera que las palabras salieran a borbotones de sus labios.

»Las ruinas del pueblo yacían debajo del manto de nieve; las casas de madera habían sido hechas pedazos. Había trozos de cuerpos helados esparcidos bajo las tablas y los muebles rotos. Se veían grandes huellas de garras en el suelo. Intenté seguirlas hasta su punto de origen, pero fue inútil.

»Había demasiada nieve y hielo cubriéndolo todo. Vi unos pocos animales por los alrededores... conejos, tejones, alces... así que usé mi magia natural hasta el agotamiento para ver a través de sus ojos, para encontrar algún rastro de la criatura responsable.

—¿Lo conseguiste?

La elfa se volvió hacia Dhamon; una lágrima resbalaba por su mejilla, siguiendo la curva de la hoja de roble.

—Fui capaz de entrar en contacto con el alce que acababa de salvar una elevación situada a casi veinte kilómetros al sur del pueblo. Percibí algo, y noté el miedo que atenazaba su corazón. El animal hizo intención de huir, pero mi mente compartía su cuerpo, y lo convencí para que se quedara. Al principio lo único que vimos fue nieve, grandes bancos que enterraban prácticamente un amplio calvero. Pero entonces atisbamos unas charcas gemelas de gélido color azul y, extendiéndose detrás, una loma irregular de hielo. Me pregunté por qué las charcas no se habían helado; pero entonces las charcas parpadearon. Eran ojos, y la irregular loma de hielo era la cresta que corría por el cuello y la espalda del monstruo. Mientras el alce lo miraba fijamente, la criatura, un dragón, se levantó de la nieve y cargó.

»Insté al alce a huir a toda velocidad, pero el miedo lo tenía paralizado. El dragón era una montaña blanca, más alto en la cruz que los grandes abetos. Cuando el monstruo abrió las fauces, todo cuanto el alce y yo pudimos ver fue una negra gruta plagada de colmillos que semejaban carámbanos. La gruta se acercó, y entonces sólo hubo oscuridad y dolor. El alce murió, y por un instante también yo sentí como si me hubiera engullido. Di media vuelta y eché a correr.

—¿Cómo llegaste a Caergoth?

Feril se giró de nuevo hacia la batayola y contempló el mar fijamente.

—Nadé durante mucho tiempo. Un encantamiento que había realizado me permitía respirar en el agua. Dormía en el fondo del mar, cerca de los arrecifes, donde podía estar a salvo cuando era de noche. Finalmente, llegué a la costa, pero nadie en Caergoth me hizo caso. Supongo que no puedo reprochárselo. Los dragones son formidables.


Poco después de medianoche, la tormenta alcanzó repentinamente al Yunque de Flint.

Shaon se ató a la rueda del timón para evitar caer por la borda y también para asegurarse de que hubiera alguien tripulando el barco. Rig se ocupaba de las velas, que en ocasiones se hinchaban y otras veces se quedaban flojas a causa del viento variable. Los mástiles, crujiendo en protesta por el constante azote, amenazaban con partirse.

Dhamon y Ampolla ayudaban con los cabos. Despiertos por el excesivo cabeceo del barco, habían dejado la cubierta inferior y hacían cuanto estaba en su mano para seguir las instrucciones de Rig, pero el aullante ventarrón ahogaba las órdenes del marinero y los dos tenían que adivinar sus palabras.

La lluvia disimuló las lágrimas de Ampolla cuando la kender agarró un cabo suelto con las manos enguantadas e intentó tensarlo de nuevo. La cuerda, como todo y todos los que se encontraban en cubierta, estaba resbaladiza por el agua salada, y resistió todos sus esfuerzos. Unos pinchazos de dolor, helados y ardientes, laceraron sus muñecas y se extendieron por sus brazos, de manera que la kender tuvo que morderse los labios para no gritar. «¡Moveos! —instó a sus dedos—. ¡Da igual cuánto os duela; pero, por favor, moveos!» Por fin el tesón de la kender tuvo su recompensa... y su castigo; una punzada dolorosísima se propagó desde las puntas de sus dedos hasta la espina dorsal, pero Ampolla no aflojó las manos y finalmente fue capaz de amarrar el cabo suelto.

Las olas se hincharon hasta coger gran altura, y envolvieron la proa del barco, amenazando con arrastrar al Yunque al fondo del mar. Ampolla se abrazó a la base del cabrestante cuando otra ola barrió la cubierta. Hizo un gesto de dolor cuando movió los dedos para buscar un agarre más firme. Deseó poder acurrucarse bajo cubierta, como había hecho durante la travesía a través del Turbión, pero sabía que la necesitaban.

Feril subió a gatas por la escotilla justo en el momento en que una ola rompía sobre la cubierta. El agua la golpeó y la lanzó hacia babor. La elfa agitó los brazos, tratando de encontrar algo a lo que agarrarse, y sus dedos se cerraron sobre un cabo. Otra ola la zarandeó, y la cuerda escapó de su mano y la golpeó en la cara como un látigo. Feril salió lanzada a través de la cubierta, y su espalda chocó contra la batayola. Se quedó sin respiración por el encontronazo, y se apoderó de ella una sensación de mareo. Rodeó con los brazos una barra de la batayola. De nuevo el agua la golpeó, pero la elfa se las arregló para no soltarse a pesar de estar casi inconsciente.

Desde alguna parte, hacia la proa del barco, creyó oír un grito, pero era muy difícil entender lo que decían en medio del salvaje aullido del viento y del chasquido de las velas.

Entonces sintió que el Yunque escoraba, y tuvo que concentrarse en su propia supervivencia. El barco se inclinó hasta casi tumbarse de costado, y la batayola a la que iba agarrada rozó prácticamente el agua. Feril cerró los ojos y evocó un conjuro cuyas palabras le permitirían respirar en el agua. Pero el embate de las olas rompió su concentración, y sufrió una arcada cuando el agua salada le entró en la boca.

Las olas que rompían contra el barco eran ensordecedoras ahora que la tormenta había cobrado intensidad. A través de un velo de agua salada y lágrimas, Feril se preguntó durante un fugaz instante qué estaría experimentando Groller, para quien el fragor de una tormenta desatada no significaba nada. De nuevo el barco escoró, esta vez hacia estribor. La elfa se sintió impulsada hacia arriba, y entonces una mano fuerte la agarró del brazo y la puso de pie de un tirón.

Rig la arrastró lejos de la batayola. El marinero le gritaba algo que la elfa no entendía y trataba de hacerse oír por encima de la baraúnda. Después la empujó hacia el palo mayor. Los dedos de Feril tantearon en busca de algo a lo que agarrarse, y acabó encontrando un cabo que estaba enrollado alrededor del mástil.

Entonces oyó otro grito, débil, pero esta vez no le cupo duda de que el ruido lo había hecho una persona. Rig también lo oyó, y la elfa lo vio cerrar los ojos y soltar un profundo suspiro. De algún modo, el marinero nunca perdía el equilibrio; se mantenía siempre en pie como un gato, flexionando las piernas cuando el barco cabeceaba, sin dar un traspié nunca.

—¡Quédate aquí! —le gritó.

Rig encontró a Dhamon luchando a brazo partido con un cabo que se había soltado de la vela mayor. El marinero lo agarró por la cintura para evitar que el agua lo arrastrara, y entre los dos consiguieron amarrarlo de nuevo. Dhamon se volvió para ocuparse de otro cabo que amenazaba con soltarse, mientras Rig se dirigía trabajosamente hacia la rueda del timón; soltó un suspiro de alivio al ver que Shaon seguía allí.

—¡Hemos perdido a dos tripulantes! —gritó la mujer mientras giraba bruscamente la rueda hacia babor—. Estaban cerca de bauprés. Los vi caer por la borda, pero no pude hacer nada. Creo que el lobo cayó también.

—¿Y Groller? —Rig estaba ronco de tanto gritar.

—¡Está en el palo de mesana, o al menos allí estaba!

—¿Y el enano?

—¡No estoy segura!

—¡Como no cambie el tiempo, estamos perdidos! Hemos dejado atrás los icebergs, pero según las cartas de navegación hay unos islotes por esta zona, y también algunos bajíos. ¡Podríamos acabar estrellándonos con ellos o encallando!

—No veo nada —jadeó Shaon. Sacudió la cabeza para quitarse el agua de los ojos. Tenía la ropa y el cabello empapados y pegados al cuerpo, y temblaba violentamente, tanto de miedo como de frío.

La mano de Rig le acarició el hombro, y después el marinero se marchó, de vuelta hacia el entrepuente para comprobar cómo les iba a Dhamon y a Feril. A través de las cortinas de agua, atisbo la corpulenta figura de Groller en la vela mesana, y soltó otro suspiro de alivio.

—¡Deberíamos habernos quedado en puerto! —gritó a Dhamon cuando estuvo cerca de él—. ¡No vemos por dónde vamos, y cabe la posibilidad de que encallemos! ¡Ya hemos perdido a dos hombres!

Merced a su agudeza de oído, Feril alcanzó a escuchar las palabras, y comprendió que encallar podría significar la muerte de todos ellos. «He de hacer algo —pensó—. Tengo que...» Se ató la cuerda a la cintura y se puso a gatas sobre la cubierta. Las olas rompieron sobre ella mientras plantaba las manos en la madera para que sus dedos pudieran percibir la fuerza del agua.

Cerró los ojos y musitó unas palabras que sonaron como el apagado chapoteo de un suave oleaje contra el casco. La kalanesti sintió unos dolorosos latidos en la cabeza a causa del esfuerzo de mantener la calma. Se concentró en el agua, en su tacto, en su olor, en su movimiento, en su frialdad.

Por fin su esfuerzo se vio recompensado. Notó como si se deslizara, se sumergiera, con el agua rodeándola por completo, acariciándola, instándola a ir hacia ella, a formar parte de ella. Se dejó arrastrar junto con las olas, que ya no eran amenazadoras, sino agradables. Tuvo la sensación de que el poder pasaba a través de ella mientras el Yunque cabeceaba y se sacudía. Entonces se concentró en ampliar su visión más allá del barco, debajo de las crestas de blanca espuma, lejos del constante batir del viento. La oscuridad no le dio miedo; era agua de mar, y el agua de mar no necesitaba al sol ni a la luna. Extendió sus sentidos, y tocó arrecifes, acarició la vegetación llena de colorido; después amplió más su alcance hasta localizar una solitaria roca que asomaba sobre la superficie, oculta por las altas olas. La formación era negra como la noche, y Feril supo que Shaon no podría verla. Estaba directamente en el paso del Yunque.

—¡A la derecha! —advirtió la kalanesti.

—¿Qué? —oyó gritar a Rig.

—¡Virad rápidamente a la derecha o el barco se estrellará! ¡Hacedlo!

El marinero le creyó y le advirtió a Dhamon, que a su vez le transmitió a Shaon la orden de virar bruscamente a estribor. En cuestión de segundos, el Yunque se desplazó en un pronunciado ángulo y esquivó el escollo por muy poco.

Feril soltó un suspiro de alivio y dejó que su mente llegara más lejos, delante del barco. Detrás del arrecife, un grupo de delfines nadaba hacia uno y otro lado, nerviosos. Estaban a bastante profundidad para que la tormenta los preocupara y, sin embargo, algo los inquietaba. La kalanesti se sumergió más hasta encontrarse entre ellos, buscando lo que causaba su ansiedad. ¿Tiburones quizá? Extendió más el alcance de su mente, tratando de establecer contacto con uno de los delfines, pero en ese momento los animales se espantaron y empezaron a nadar en todas direcciones. A su alrededor el agua empezó a agitarse con violencia.

Feril sintió que el agua era desplazada por algo muy grande. Un trío de delfines nadaron, enloquecidos, hacia ella, y entonces la elfa sólo vio oscuridad. Un chorro de burbujas la rodeó al tiempo que el agua parecía espesarse y volverse más caliente. ¡Sangre! Se apartó del lugar hasta salir de la oscuridad, y sus sentidos pudieron percibir una hilera de afilados colmillos semejantes a carámbanos.

«¡El dragón!», gritó dentro de su cabeza, y las palabras también salieron de sus labios, en la cubierta del barco.

—¡El Dragón Blanco está ahí debajo, aprovechando la tormenta para darse un festín!

Presenció cómo el monstruo devoraba a los delfines, alcanzándolos y tragándoselos del mismo modo que un róbalo se habría tragado los más pequeños alevines. La inmensa bestia giró en el agua, y la gigantesca cola se sacudió tras ella y golpeó un pináculo rocoso, que se partió y cayó al fondo marino. Feril sintió que el corazón le palpitaba alocadamente en el pecho, aterrada aunque sabía que el dragón no podía verla, ya que su cuerpo estaba a salvo en cubierta. La elfa intentó tranquilizarse, y entonces vio que el dragón miraba hacia arriba. Su inmensa cabeza blanca apuntaba hacia algo que tenía encima. La kalanesti siguió su mirada y divisó el casco del Yunque moviéndose en el agua como si fuera unos restos flotantes. Se estremeció. El mar se había vuelto terriblemente frío alrededor de la bestia.

Entonces contempló con horror cómo el dragón pegaba las alas contra los costados y se impulsaba con las musculosas patas traseras en dirección al barco. Abrió las fauces y lanzó un cono de hielo que golpeó al Yunque con tal fuerza que lo levantó del agua.

El barco escoró a la derecha al caer de nuevo al mar con fuerza, levantando cortinas de agua. Dhamon se aferró al mástil para evitar salir lanzado por la borda, y Rig fue a parar cerca de donde estaba Feril.

—¿Qué ha sido eso? —le oyó gritar la kalanesti.

—¡A la izquierda! —chilló ella al notar que el dragón se desplazaba a la derecha, en pos del barco.

Rig transmitió la orden a Shaon, y la embarcación se inclinó a babor mientras el Dragón Blanco pasaba por debajo. La cresta irregular de la bestia asomó en la superficie cortando el agua como una hilera de aletas de tiburones, y después el dragón se sumergió y cambió de rumbo para hacer otra pasada.

Feril sabía que el Yunque no podía dejar atrás a la criatura, y que sólo era cuestión de minutos que el barco acabara hecho astillas. Con todo, siguió dando instrucciones a Rig. De nuevo, el dragón dio media vuelta, pero en esta ocasión no salió a la superficie, sino que se sumergió más mientras la sorprendida kalanesti lo seguía hasta la revuelta arena del fondo, donde un gigantesco calamar se impulsaba, intentando escabullirse. El dragón había decidido perseguirlo, de repente más interesado en la carne de otra presa.

El Blanco desapareció de su vista, perdido en un remolino de arena y tinta. En cubierta, Feril se mordía el labio inferior con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre. ¿Regresaría el dragón? Sus sentidos continuaban bajo la quilla del Yunque, que seguía cabeceando. No habría sabido decir cuánto tiempo pasó, pero estuvo durante otras dos horas escudriñando el agua y dirigiendo al barco alrededor de escollos sumergidos, islotes, bajíos y torbellinos. El dragón no volvió a aparecer, y por fin la tormenta aflojó y el mar se serenó.

—Unos daños mínimos en el barco —resopló Shaon mientras se desataba y se dirigía, tambaleándose, hacia Rig y Dhamon, que estaban inspeccionando el palo mayor—. Pero nos faltan dos hombres.

—Sabían que habría riesgo hacia donde nos dirigíamos —gruñó Rig—. Jamás les hice falsas promesas. Espero que podamos contratar a uno o dos en el próximo puerto de escala. No me gusta andar corto de tripulación. —El marinero inhaló profundamente. Para sus adentros podía lamentar la pérdida de los hombres, pero el código del mar rehusaba la manifestación de sentimentalismos—. Podemos dar gracias de no estar todos muertos. Cuando el dragón salió a la superficie, creí que estábamos perdidos.

Hizo una mueca y echó una mirada a la dormida kalanesti. Después de haber hecho su trabajo tan bien, Feril se había desplomado por el agotamiento, con la cuerda aún atada a su cintura. Tenía los mechones castaños pegados a su cabeza y la ropa adherida al cuerpo. Un hilillo de sangre escurría de su labio inferior, y todavía yacía sobre un charco de agua. Las olas no habían borrado las pinturas de su rostro y de su brazo. Parecía una muñeca de trapo rota y tirada a un lado.

—Podría haber sido mucho peor —dijo Rig al tiempo que señalaba a Feril con la barbilla—. Gracias a ella el barco sigue de una pieza.

Shaon apretó los puños y se puso en jarras.

—¡Pues yo no la he visto a la rueda del timón! —barbotó. La mujer de piel oscura lanzó una mirada enfurecida a Rig, después pasó ante él y empezó a bajar la escalera, apartándose a un lado un instante para dejar pasar a Jaspe, que subía a cubierta.

»Voy a cambiarme de ropa —gritó—. Estaré de vuelta dentro de un rato... a no ser que no te haga falta.

El marinero suspiró.

—Más vale que baje y le diga algo para que no siga de uñas conmigo. —Rig dio unos pasos tras ella, pero se detuvo al ver a Groller junto al palo de mesana. Cerró las manos y las sostuvo a la altura de los hombros, y después las movió en un arco hacia uno y otro lado. El semiogro asintió.

»Groller se ocupará del timón —le dijo a Dhamon—. Prueba a ver si puedes desenredar el cabo de la vela de mesana, y después desata a Feril. Subiré dentro de un rato.

Dicho esto, desapareció bajo cubierta en silencio. Entretanto, Ampolla se había soltado del cabrestante. Sus guantes estaban empapados y helados, y tenían manchas de sangre. Metió las doloridas manos en los bolsillos para que nadie las viera, y se escabulló bajo cubierta para buscar otro par de guantes.

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