26 Muerte azul

A juzgar por lo descansado que se sentía, Dhamon imaginó que debía de ser casi medianoche. Salió de la choza y alzó el rostro hacia el cielo. Estaba tan encapotado que no se veía ninguna estrella; las negras nubes se extendían en todas direcciones, y la lluvia que seguía cayendo era fuerte y caliente. Cerró los ojos y dejó que las gotas le mojaran la cara. Tras varios minutos, se encaminó a la casa en la que dormía Feril. Se asomó justo en el momento en que la kalanesti se estaba levantando. Al lobo no se lo veía por ninguna parte.

El guerrero encontró ropas que eran más o menos de la talla de Feril y se las tendió. Halló asimismo una túnica de niño que le estaría bien a Ampolla, y una camisola amplia para reemplazar la amarilla de Rig que Shaon había roto y manchado. Su propio atuendo estaba en bastantes buenas condiciones, pero cogió una camisa de cuero suave y se la metió bajo el brazo. Quizá la necesitara más adelante.

La kalanesti se reunió con él en el exterior de la choza; llevaba unas polainas de color tostado y una túnica verde oscuro que le llegaba por debajo de las caderas. A pesar de la oscuridad Dhamon intentó comprobar el vendaje de la herida, pero la elfa no cooperaba demasiado. Feril giraba sobre sí misma con lentitud, obviamente disfrutando con la lluvia, dejando que las gotas cayeran en su boca abierta; y, cada vez que el guerrero se acercaba un paso, ella retrocedía otro, como si fuera un juego. Finalmente, Dhamon la agarró por el hombro del brazo sano y tiró de ella hacia el umbral de la choza abovedada, buscando un poco de resguardo.

—¿Habéis dormido bien? —ronroneó Shaon, que salía de la casa comunal. Mientras se acercaba a la pareja, Dhamon advirtió que los oscuros ojos de la mujer bárbara chispeaban con malicia. Ampolla caminaba detrás, bostezando y arrastrando los pies.

Cuando por fin pudo echar un vistazo al brazo de Feril, Dhamon comprobó que no había manchas de sangre en el vendaje. La herida estaba curando. Satisfecho, tendió las ropas limpias a Shaon y se dedicó con afán a preparar y ensillar a los caballos.

—Las yeguas no están muy contentas de tener que viajar con este tiempo —dijo la kalanesti, que escuchaba, compasiva, los relinchos de los animales al tiempo que rascaba a su yegua entre los ojos.

—Tampoco a mí me apetece mucho —repuso el guerrero, cuyas ropas ya estaban empapadas, por lo que se habían vuelto incómodas y pesadas. Tras ayudar a la kalanesti a montar, guardó la camisa de repuesto debajo de la silla. Los rizos de la elfa goteaban agua y se pegaban a su cabeza. El guerrero alzó la mano y pasó suavemente los dedos sobre la hoja de roble dibujada en la mejilla de la mujer.

—Es indeleble —dijo ella—. Por mucha agua que caiga, no lo borrará.

—Eh, vosotros dos, ¿queréis que regresemos? —preguntó Shaon con segundas—. No pondré objeciones si deseáis dar por terminado el asunto. Rig y yo os dejaremos en algún lugar acogedor de la costa.

Eso era precisamente lo que Shaon ansiaba: regresar al Yunque. Había pasado la noche soñando con monstruos del cielo y con dragones y con gigantescas fauces que la aplastaban. Lo único que deseaba era volver a estar en los brazos de Rig dentro de un barco mecido por las olas, mar adentro, muy lejos de tierra firme.

—No. Yo no puedo regresar. —Dhamon subió a su montura, se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Debajo, Furia, que había salido de alguna parte, se sacudió también, y salpicó agua en todas direcciones. Era un gesto inútil, ya que la lluvia siguió empapándolos—. Puedes quedarte aquí con el chico hasta que vuelva o regresar a Palanthas, como quieras. Pero no te aconsejaría esto último. Podrías extraviarte.

—¿Eres consciente de que no sabemos dónde buscar a esos... monstruos? —rezongó Shaon—. Podríamos pasarnos horas, incluso días, recorriendo estos yermos a caballo.

—Vamos hacia Refugio Solitario —repuso Dhamon—. Pero, si los monstruos del cielo, como los llama el chico, aparecen de noche durante una tormenta, ahora es el momento de buscar pistas.

—Siempre y cuando des crédito a un cerdo y a un chiquillo. —La mujer bárbara suspiró. No quería quedarse con el muchacho, que los observaba desde el umbral de una casa, y no estaba dispuesta a regresar a Palanthas sola. Sabía que Dhamon tenía razón, y que sin la guía de las estrellas era muy probable que se perdiera. Además, no quería correr el riesgo de topar con algún monstruo del cielo estando sola.

Shaon pasó los dedos sobre la húmeda empuñadura de la espada y se ajustó la camisa marrón que le colgaba en empapados pliegues.

—Bueno, todavía no he perdido una pelea, y pueden necesitarme —se dijo en un susurro. Luego levantó la voz—. De acuerdo, vámonos. —Ayudó a la kender a montar—. Cuanto antes acabemos con esto, antes podré regresar al barco.

—Enviaremos a alguien a buscarte —le dijo Dhamon al chico—, pero quizá pasen varios días. Ten cuidado. —Le lanzó por el aire una bolsa con carne curada y frutos secos, una parte considerable de las provisiones que había comprado.

El camino elegido por el guerrero los llevó a lo largo del cementerio de Dalor. El lomo de su yegua estaba resbaladizo por la lluvia, pero él era un experto jinete, y azuzó al animal para ponerlo a un trote vivo. El mapa indicaba que había otro pueblo más adelante, a menos de veinte kilómetros, casi en línea recta con Refugio Solitario. Quizá los monstruos del cielo habían ido allí. Era un sitio tan bueno como cualquier otro para investigar, y no los desviaría de su camino. Dhamon esperaba que el pueblo no se les pasara por alto debido a la oscuridad y a la lluvia torrencial que caía.

Shaon y Feril iban tras él, y el lobo rojo trotaba junto a los jinetes, a veces adelantándose y a veces quedándose retrasado para olisquear los parches de marojos. La kalanesti emitía una especie de arrullo para alentar a las yeguas, y de tanto en tanto echaba un vistazo a la mujer bárbara para asegurarse de que Shaon se las estaba arreglando bien con su montura.

—Creo que esta lluvia es agradable. Hace que me sienta limpia —dijo la elfa a Shaon—. Pero las yeguas están quejosas. —Prácticamente tenía que gritar para hacerse oír sobre la incesante lluvia y el trapaleo de los cascos.

—¡Si piensas que las yeguas están quejosas, espera a que empiece a protestar yo! —respondió la mujer bárbara—. Si no me queda más remedio que empaparme, prefiero hacerlo en la cubierta de un barco. El agua no congenia muy bien con un terreno seco. Además, la tierra firme, ya sea seca y embarrada, y yo no somos compatibles.

—Entonces, ¿por qué viniste? —quiso saber Feril.

—Cuanto antes encuentre Dhamon lo que busca, antes podremos tomar posesión del barco Rig y yo y marcharnos —contestó Shaon, encogiéndose de hombros.

Ampolla también estaba deprimida y, cosa sorprendente en ella, se mantenía callada. Con quejarse no iba a conseguir estar menos mojada; aún no había decidido qué era más insoportable: si el extremado calor del sol de mediodía o este intenso aguacero. Al menos tenía la oportunidad de conocer algo de la campiña. Apretó los dientes y buscó algo en la mochila. Le costó un poco de trabajo, pero por fin se las arregló para sacar un par de guantes de piel de foca para repeler un poco el agua.

Menos de una hora más tarde, dejó de llover. El cielo seguía encapotado, pero en el manto de nubes se abrieron algunos huecos aquí y allí, dejando a la vista el brillo de las estrellas. Se levantó un vientecillo flojo, que secó un poco las ropas de los compañeros.

Dhamon frunció el entrecejo y tiró de las riendas, haciendo frenar a su montura. Esta noche no habría monstruos del cielo ya que la tormenta estaba encalmando. Miró a sus compañeras, que también se habían parado. Shaon y Ampolla sonreían, contentas por la mejoría del tiempo. El agua chorreaba por los mechones de Feril, quien le dedicó una leve sonrisa mientras palmeaba el cuello de su yegua.

—El próximo pueblo está todavía unos cuantos kilómetros más adelante. —Señaló hacia el noreste—. Por allí, en alguna parte.

—¿En alguna parte? —Shaon se echó a reír—. Está tan oscuro que casi no vemos por donde caminamos, conque a saber si vamos en la dirección correcta.

—Pero habrá más claridad dentro de poco —dijo el guerrero—. Las nubes se están despejando, y no tardará en amanecer. —Se giró sobre el lomo de su montura y escudriñó hacia el norte. Entre los distintos matices grises y negros, divisó una pequeña elevación. Azuzó a la yegua, que reanudó la marcha a trote corto.

Feril se apresuró a alcanzarlo, y Shaon fue tras ellos de mala gana.

—No pienso quedarme sola en este sitio —rezongó la mujer bárbara—. Y a Rig más le vale esperar a que regrese.

—Lo siento, no te he oído —manifestó Ampolla.

—He dicho que es estupendo que haya dejado de llover.

—El agua le viene bien a esta comarca —estaba diciendo Feril a Dhamon—. La tierra estaba muy seca en Dalor. Por cierto, tengo el brazo mucho mejor. Gracias. ¿Dónde dijiste que aprendiste a curar a la gente?

—Hace varios años, al este de Solamnia. —Dhamon hizo una pausa—. Viajaba con un ejército, y el comandante se ocupó de que todos los hombres de su unidad supiéramos cómo curar heridas. Es una práctica que viene bien en un campo de batalla.

—Así que dejaste el ejército, obviamente. Pero ¿qué te trajo aquí?

—Es una larga historia.

—Tenemos tiempo —lo animó—. Dijiste que cabalgaríamos un buen rato. ¿Combatiste alguna vez? ¿Cómo...? —El fuerte relincho de la yegua cortó la frase la Feril. El animal se detuvo y sus ojos se desorbitaron.

También las monturas de Dhamon y Shaon se pararon, y empezaron a resoplar y a piafar, moviéndose atrás y adelante. La yegua de la mujer bárbara era la que estaba más inquieta y sacudía la cabeza a uno y otro lado.

—¿Qué hago? —exclamó Shaon, que manoseaba torpemente las riendas.

Ampolla agarró las crines del animal a fin de no caer al suelo, mientras la mujer bárbara bregaba para mantenerse derecha detrás de la kender.

—Algo pasa —susurró la kalanesti—. Los animales ventean algo. —Las aletas de la nariz de Feril se agitaron, tratando de captar el efluvio que estaba poniendo nerviosas a las yeguas. Olió algo raro, algo desconocido.

También Furia percibió algún problema. El lobo echó la cabeza atrás y aulló justo al mismo tiempo que un relámpago se descargaba en el aire en diagonal, como una lanza arrojada, y atravesaba el cuello de la yegua de Feril. El animal se desplomó, muerto antes de llegar al suelo.

La kalanesti saltó de la silla. Ágil como un gato, cayó de pie, con las piernas flexionadas. Sus ojos recorrieron el horizonte por el norte, pero sólo vieron oscuridad, sombras y nubes bajas. Furia se acercó a ella al tiempo que emitía un gruñido sordo; el rojo pelaje empapado estaba erizado a lo largo del lomo.

—¡Al suelo! —gritó Dhamon a Ampolla y a Shaon. El guerrero también bajó de un salto de su montura y desenvainó la espada.

Shaon se resbaló en la empapada silla y se dio un buen golpe al caer en el barro cuando otro relámpago surcó el aire y no le dio por un pelo. La yegua se encabritó y Ampolla salió lanzada de la silla y cayó patas arriba sobre Shaon; el encontronazo dejó a las dos aturdidas durante un momento. La yegua corcoveó, despavorida, y salió a galope hacia la oscuridad, levantando pegotes de barro a su paso. La montura de Dhamon fue tras ella.

—Vi de dónde salía el rayo —siseó el guerrero—. De allí, de esa pequeña colina. —Gateó hasta donde estaba la kalanesti—. ¿Te encuentras bien?

Feril asintió y después miró hacia donde Dhamon había señalado, un poco hacia el oeste. Se concentró, y su aguda vista de elfa penetró la oscuridad, permitiéndole distinguir unas lóbregas formas que se movían en la cercana colina. Lo primero que pensó era que los arbustos emitían más calor de lo normal, pero después las siluetas empezaron a desplazarse hacia adelante.

—¡Hay tres, Dhamon! ¡No sé qué son, pero se acercan a nosotros! —Buscó en un saquillo, y sus dedos tantearon plumas y arcilla, que dejaron a un lado para seguir buscando otra cosa.

Dhamon se agazapó y levantó la espada cuando una de las sombras se adelantó. En el negro fondo resaltaron unos dientes blancos. Ampolla y Shaon bregaron para incorporarse. La mujer bárbara desenvainó la espada y se agachó justo en el momento en que otro rayo le pasaba rozando la cabeza. ¡Había salido de las sonrientes sombras! Shaon corrió a situarse junto a Dhamon.

Más estrellas se abrieron paso entre el celaje, arrojando luz suficiente para que el guerrero viera a la criatura que se aproximaba. Su figura era inequívoca.

—Un draconiano —farfulló, desalentado—. ¡Feril, ten cuidado! ¡Esas criaturas no son monstruos del cielo, pero son peligrosas!

—Letales —lo corrigió el draconiano que iba a la cabeza. Era más corpulento que los otros dos, alrededor de los dos metros diez de estatura—. Somos dracs, y estáis en nuestro poder. —Salvó la distancia que lo separaba de Dhamon batiendo las alas para moverse con más celeridad.

El guerrero arremetió contra el ser, pero éste era rápido y se anticipó a su movimiento. Batió las alas y se elevó, cernido sobre él, para inmediatamente después descargar los puños contra el pecho de Dhamon. El guerrero cayó de espaldas al suelo y perdió la espada. La criatura saltó sobre su pecho, y lo aprisionó contra el suelo. Acercó su rostro al de él, y Dhamon vio con horror unos minúsculos rayos que se agitaban entre los afilados dientes iluminando los rasgos del monstruo.

La tenue luz arrancó destellos en sus escamas. Los brazos y piernas, azules como zafiros, eran gruesos y musculosos, y la cola descargó un golpe en los muslos de Dhamon, en tanto que las alas batían sin cesar y le arrojaban barro en el rostro, cegándolo. Las afiladas uñas se hincaron en la clavícula del guerrero.

Dhamon jadeó cuando un dolor lacerante le recorrió el cuerpo, y renovó sus esfuerzos para quitarse de encima a la criatura. El ser gruñó ante sus débiles forcejeos, y hundió más las garras. De repente, abrió las negras fauces y aulló al tiempo que se incorporaba violentamente para enfrentarse a un nuevo adversario.

Shaon había corrido hacia ellos y, descargando con fuerza su espada sobre la espalda de la criatura, había conseguido abrir un tajo en una de las alas, que ahora batía fútilmente, esparciendo escamas y sangre al aire. El ser siseó y caminó hacia ella, incapacitado ya para volar. Entre sus garras saltaron pequeños rayos, y sus ojos emitieron un fulgor dorado.

—¡Ven por mí, fea bestia! —lo aguijoneó Shaon, que se movió ágilmente atrás y adelante, y se agachó cuando el ser abrió la boca y expulsó un rayo contra ella. A continuación, la mujer propinó un golpe de abajo arriba con la espada, y la hoja hendió las escamas del abdomen de la criatura. El ser, para quien la sensación de dolor era algo nuevo a lo que no estaba acostumbrado, aulló otra vez y bajó bruscamente las garras, de las que salieron despedidos unos rayos pequeños que pasaron rozando la cabeza de la mujer.

Shaon cayó sentada y gimió al sentir el cabello y el cuero cabelludo chamuscados. Sus ropas estaban cubiertas de la sangre de la criatura, y no pudo menos de encoger la nariz en un gesto de asco por el tufo que soltaba y su pegajosa consistencia. El ser la miró fijamente un momento, bajó la vista a su abdomen herido, y después soltó un gruñido al tiempo que avanzaba. Shaon se levantó de un brinco y blandió la espada amenazadoramente.

—¡Fuera de aquí! —gritó—. ¡Te volveré a herir! ¡Te mataré!

Dhamon se puso de pie a trompicones, vio que el alto draconiano azul mantenía las distancias con Shaon, y rápidamente miró en derredor buscando su espada. Sus ojos se desorbitaron cuando vieron el arma atrapada bajo uno de los pies de otra criatura. Ésta era fornida, de tórax ancho y muy musculosa. Lo miró sonriente, y después dirigió la vista hacia Ampolla, que estaba a unos cuantos metros; abrió las horrendas fauces, y Dhamon atisbo el chisporroteo de un rayo entre los dientes del ser. El guerrero se abalanzó sobre él y embistió contra las escamosas rodillas justo en el instante en que un gran rayo salía disparado de su boca. La descarga cayó en el suelo y levantó una lluvia de polvo y barro.

Ampolla corrió hacia la refriega, blandiendo su chapak en la mano derecha. Aferrar el arma le causaba mucho dolor en los dedos, pero se dijo que le dolería mucho más si la criatura la asaba viva con sus rayos. Todavía arrodillado, el ser ofrecía una fácil diana para la kender, que esquivó sus zarpazos, pasó por debajo de los brazos del monstruo, situándose a su espalda, y lo atacó en la parte posterior de los muslos.

Dhamon aprovechó el movimiento de distracción de Ampolla para sacar su espada de debajo de la criatura. Sus dedos se cerraron sobre la empuñadura y tiró del arma, pero la bestia batía las alas rápida y violentamente y empezó a elevarse. El guerrero maldijo y saltó tras el ser, arremetiendo hacia arriba. La hoja se hundió en la prieta carne, justo por encima del tobillo, y el monstruo aulló de dolor mientras ascendía.

Dhamon tiró hacia atrás cuando el ser cogió altura y se puso fuera de su alcance. Echó un rápido vistazo por encima del hombro, preocupado por Feril. La kalanesti estaba tras él, de rodillas en el suelo, meciéndose y canturreando, moviendo la cabeza en círculos, para después hincar la barbilla en el pecho. Con los brazos extendidos frente a sí meneó los dedos y, a medida que su canturreo se hacía más fuerte, alzó los brazos, sin dejar de mover los dedos como si estuviera manejando una marioneta. El barro que había delante de ella empezó a bullir y a levantarse, dando la impresión de que la elfa tiraba de él con cuerdas invisibles. El fango se combó y se extendió veloz como una flecha, alejándose de la kalanesti, como si un gigantesco topo estuviera excavando con frenesí, cargando contra la criatura azul más pequeña.

Furia ladraba y corría alrededor de las piernas de la bestia, lanzando una dentellada de vez cuando y mirando de soslayo el misil de barro que se aproximaba. La criatura batió las alas y se elevó unos palmos sobre el suelo. Miró a Feril y abrió la boca; el chisporroteo de un rayo centelleó entre sus dientes.

—¡No! —gritó Dhamon, que vio a la kalanesti eludir de un salto el primer rayo justo en el momento en que un segundo se descargaba desde otra dirección. El guerrero giró la cabeza hacia la bestia de amplio torso que descendía al suelo al tiempo que escupía un rayo contra su espada. Cuando la descarga alcanzó el acero, crepitando y siseando, el arma se puso increíblemente caliente, y la empuñadura le quemó la mano. La intensa sacudida corrió de sus dedos hasta el pecho, y después se extendió por sus piernas. Los músculos se le retorcieron violentamente mientras el guerrero luchaba para mantener el equilibrio.

»No puedo soltarla otra vez —gruñó. Con los dientes apretados, aferró con fuerza la ardiente empuñadura y arremetió hacia adelante y hacia arriba. El acero se hundió en el abdomen de la criatura, que se había abalanzado sobre él. Dhamon soltó el arma de un tirón y la echó hacia atrás, para ejecutar a continuación una violenta arremetida lateral que alcanzó justo debajo de la rótula a la fornida criatura. Ésta se había remontado en el aire, eludiendo así una cuchillada mortal, pero la punta de la espada se hundió en el hueso. La bestia aulló enfurecida y empezó a aletear más deprisa.

Dhamon intentó sacar el arma, pero esta vez estaba encajada firmemente y no cedió con el tirón. El guerrero sintió que se alzaba en el aire, y tiró con más fuerza de la empuñadura, pero la bestia se estaba remontando en el aire con él. Una fugaz imagen del chico del pueblo acudió a la mente de Dhamon. Monstruos del cielo. El guerrero pensó en saltar, pero no veía el suelo debido a la postura, así que no podía calcular el trecho que caería.

Sujetándose a la espada con la mano derecha, manoteó con la izquierda hasta conseguir agarrarse al tobillo de la escamosa criatura. De algún modo logró auparse por la pierna de la bestia mientras ésta se retorcía a varios metros del suelo intentando librarse de él.

Abajo, Ampolla utilizaba su chapak como tirador, acribillando al monstruo con piedras disparadas con precisión; pero éstas rebotaban inofensivamente en el torso del ser y al parecer lo único que conseguían era enfurecerlo aun más.

—¡Así no me ayudas! —gritó Dhamon a la kender—. ¡Defiende a Feril! ¡Ella no tiene ninguna arma!

Mientras tanto, el guerrero había ido aupándose hasta que los brazos llegaron a la cintura de la bestia, y se aferraba a ella con tenaz determinación. La criatura estaba pasando un momento difícil mientras intentaba doblar el cuello para poder disparar un rayo al guerrero. Sus garras se hincaron en los hombros de Dhamon y los diminutos rayos que saltaban entre sus dedos tocaron la camisa mojada y de inmediato le penetraron en la piel.

El guerrero estuvo a punto de soltarse cuando la descarga lo sacudió de pies a cabeza. El cabello, prácticamente seco a estas alturas, se le puso de punta. Creyó que iba a morir. Una vez, unos cuantos años atrás, había experimentado una sensación parecida. En aquel momento, Dhamon estaba dispuesto a morir, pero ahora no. Luchó para no perder el sentido y mantener despejada la cabeza. Siguió colgado de la bestia por el brazo derecho, mientras bajaba la mano izquierda al cinturón, donde llevaba sujeto un cuchillo.

Sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura y acto seguido arremetió hacia arriba una y otra vez, hincando la Roja en el costado de la bestia. La criatura giró en el aire en un vano esfuerzo por librarse del indeseado pasajero, y Dhamon tuvo que emplearse a fondo para sujetarse mientras la lucha continuaba.

Abajo, vio a Feril que seguía intentando hacer funcionar su magia natural. Gesticulaba con los dedos, tejiendo un tenue dibujo verde en el aire. Cuando el resplandor del dibujo aumentó de manera gradual hasta emitir un intenso brillo, la elfa echó la cabeza hacia atrás y aulló. Dhamon parpadeó, perplejo. ¡Lo hacía exactamente igual que Furia!.

En el momento en que se apagó el aullido de la elfa, el misil de barro que había estado creando explotó en el aire y golpeó a la criatura más pequeña que tenía delante. El proyectil de tierra húmeda alcanzó a la bestia por sorpresa, en mitad del pecho, y la lanzó por el aire hacia atrás a causa del tremendo impacto. Se desplomó en el suelo, las alas ahora inmóviles, y de inmediato fue acorralada por el lobo, que ladraba y lanzaba dentelladas.

Entretanto, Shaon avanzó hacia la bestia más alta que había estado manteniendo a raya. La criatura la miró con cautela. Los rayos diminutos saltaban de sus dedos, pero la mujer bárbara era demasiado rápida para que las descargas la alcanzaran. Se abalanzó y descargó un golpe con la espada que hendió el ala ilesa, asegurándose así de que su adversario no pudiera remontar el vuelo y escapar. Shaon esquivó ágilmente la siguiente andanada de descargas que disparó la bestia, aunque fue evidente que no había conseguido eludirlas todas, ya que la camisa y la túnica negra estaban hechas jirones y chamuscadas.

La atención de Dhamon tuvo que centrarse sin remedio en su propio enemigo cuando éste empezó a ascender más y más. Las afiladas garras le arañaban la espalda, produciéndole un lacerante dolor con cada zarpazo. La criatura intentaba librarse de él, pero el guerrero enlazó las piernas con más fuerza en torno a las pantorrillas del monstruo, consiguiendo un agarre más firme. Sintió las uñas de la bestia hincándose en su piel una vez más, desgarrándole la carne, y notó el cálido flujo de la sangre en su espalda.

De nuevo, Dhamon arremetió con el cuchillo contra la bestia, esta vez más arriba en el pecho, justo debajo de la clavícula. El acero se hundió, y el guerrero lo sacó de un tirón y volvió a hincarlo.

—Tienes que tener un corazón en alguna parte —maldijo.

Arremetió otra vez mientras la pegajosa sangre de la criatura le corría por los dedos. El monstruo aulló, aunque en esta ocasión sonó casi patético, y Dhamon empleó toda su fuerza en el siguiente golpe, hundiendo el cuchillo hasta la empuñadura. Por desgracia, la hoja se clavó en hueso y el guerrero no pudo sacarla.

La criatura sufrió una sacudida y entonces pareció desvanecerse en el aire, dejando a Dhamon sin nada sólido en lo que agarrarse, y fue sustituida por un fuerte destello, dorado y cegador, que inundó los sentidos del guerrero cuando estalló en el lugar ocupado hasta hacía un momento por la bestia. El aire crepitó, y acto seguido el suelo se precipitó a su encuentro. Aterrizó violentamente, y se quedó sin aire por el impacto. Aturdido, alzó los ojos, pero sólo vio el cielo nocturno y unas cuantas estrellas haciéndole guiños.

—¡Muere! —gritaba Shaon a su adversario. La mujer bárbara arremetió de frente y hundió la espada en el vientre de la bestia. Al mismo tiempo, la criatura abrió las fauces y un rayo chisporroteante se descargó en el pecho de Shaon, que salió lanzada hacia atrás por el aire.

La bestia bajó los ojos hacia la espada embebida en su cuerpo, y sus garras manosearon la empuñadura, la aferraron y tiraron hasta sacar el arma. Cosa rara, la criatura pareció vigorizada por la herida. Sostuvo en alto la espada, y los rayos de sus garras se propagaron por la empuñadura y a lo largo de la hoja de acero, crepitando y destellando como una traca de fuegos artificiales. Sonriente, avanzó hacia la mujer blandiendo la chisporroteante espada.

Furia corrió hacia la bestia, se coló por debajo de sus brazos y le clavó los dientes en la pantorrilla. La criatura lanzó un chillido y descargó el arma sobre el lobo, pero Furia fue más rápido y corrió a su alrededor, de manera que el acero sólo acuchilló pelo rojo.

Dhamon bregó para ponerse de rodillas y se arriesgó a echar una ojeada a su espalda. Feril estaba utilizando el barro para enterrar a su adversario, que permanecía inmovilizado contra el suelo, en tanto que Ampolla se encontraba inclinada sobre él, propinando golpes en el pecho de la criatura con su chapak. La bestia arrojaba rayos que no causaban daño. En lo alto, el cielo retumbó en respuesta.

Poniéndose de pie a fuerza de voluntad, Dhamon agarró su arma, respiró hondo y corrió en ayuda de Shaon. La bestia esquivaba al lobo y se iba acercando a la mujer.

—¡Puedo combatir mis propias batallas, Dhamon! —gritó Shaon—. ¡No necesito ayuda!

—¡Es posible, pero no lucharás muy bien sin una espada! —replicó el guerrero.

La mujer bárbara, obstinada, esquivó a Dhamon y se adelantó, atrayendo la atención de la bestia, que se abalanzó sobre ella. Distraída por los movimientos de Shaon, la criatura se olvidó del lobo. Un terrible error. Furia saltó sobre su espalda, y la bestia cayó de bruces en el barro.

Shaon propinó un feroz taconazo en la escamosa mano del monstruo, que soltó la espada de la mujer. Cuando Shaon se agachó para recogerla, la bestia giró sobre sí misma, le apuntó con las garras, y disparó varias descargas sobre ella.

Shaon gritó y cayó de rodillas. Cerró los ojos intentando resguardarlos del abrasador destello, pero aun así éste la cegó, y al abrirlos sólo vio líneas y puntos luminosos. Tanteó el suelo, y por fin sus dedos rozaron la empuñadura de la espada. La agarró y arremetió, todavía cegada, hacia donde creía que estaba la bestia.

—¡Cuidado! —espetó Dhamon—. ¡Casi me has ensartado!

El guerrero se había abalanzado sobre la criatura y estaba enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo.

—¡Entonces apártate! ¡Esta bestia es mía! —Sin embargo, Shaon tuvo que retroceder gateando al tiempo que parpadeaba para aclarar la vista.

Por detrás, Furia enganchó la nuca de la criatura entre sus dientes y apretó. La bestia aulló mientras se hincaba de rodillas en el suelo. El lobo hundió más aun los dientes. Dhamon descargó una cuchillada, y la hoja atravesó la prieta carne del brazo de la bestia y la ensartó; el ser cayó de bruces otra vez en medio de un cegador destello, un estallido de energía que lanzó por el aire a Furia aullando de dolor.

Dhamon levantó el brazo justo a tiempo de cubrirse los ojos, pero la descarga eléctrica los envolvió a Shaon y a él Era abrasadora, y la sacudida hizo que les castañetearan los dientes. Entonces, con la misma rapidez con que los había rodeado, la sensación se disipó.

—¿Qué ha pasado? —gritó la mujer bárbara—. ¡No veo nada!

—¡Mirad! ¡Ha explotado! —chilló la kender—. ¡Dhamon ha matado a esa cosa!

Furia gruñó y se levantó del suelo al tiempo que se sacudía. Su rojo pelaje estaba de punta, dándole un aspecto algodonoso que lo hacía parecer el doble de su tamaño. La criatura había desaparecido, pero en el sitio donde se encontraba un momento antes ahora había una depresión cóncava en el barro. Shaon se arrodilló al lado, todavía parpadeando con frenesí.

Dhamon echó una ojeada sobre el hombro y vio que Feril no corría verdadero peligro, así que ayudó a la mujer bárbara, que empezaba a recobrar la vista poco a poco.

—Tendría que haberlo matado yo —protestó ella. Frunció el ceño y se tocó la cara y la cabeza. Tenía el corto cabello chamuscado, y una quemadura se extendía a lo largo del brazo izquierdo—. Me quedará cicatriz —rezongó—. Un recuerdo de esta noche.

Dhamon señaló hacia Feril y Ampolla.

—¡Lo tenemos! —dijo la kender, falta de aliento. Levantó la chapak sobre el rostro de la bestia—. ¡Como abras la boca y escupas otro rayo, te parto la cabeza en dos!

La criatura forcejeó, pero Feril había amontonado sobre ella barro suficiente para mantenerla inmovilizada durante un buen rato.

—¿Por qué nos habéis atacado? —lo interrogó Dhamon.

La bestia azul clavó los ojos en los del guerrero y emitió un siseo.

—Ordenes del amo —contestó.

—¿Vuestro amo os ordenó que nos atacarais?

—Que atacáramos a humanos, que capturáramos humanos.

—Pues me parece que os hemos dado una buena lección —lo zahirió Ampolla—. Eh, Dhamon, ¿sabías que esta cosa hablaba? Oh, vaya, estás malherido.

—Todos los draconianos hablan —respondió el guerrero—. Y a éste más le vale explayarse un poco más si no quiere reunirse con sus congéneres en el olvido.

—Somos dracs, no draconianos —siseó la criatura—. Somos mejores, más fuertes, más numerosos. Somos la nueva casta.

—¿Y quién es ese amo del que hablas? —Dhamon estaba plantado junto a la criatura, con la mano aferrada firmemente en torno a la empuñadura de la espada, en tanto que Ampolla se encontraba al otro lado. Los dos miraban de hito en hito el rostro del drac.

—El Señor del Portal —siseó—. Sólo a él obedezco.

—Jerigonzas —rezongó Dhamon.

—Tormenta sobre Krynn nos creó —continuó el drac—. Nos dio vida con carne y lágrimas, nos hizo criaturas de energía y rayos. Tormenta acabará con vosotros.

—¿Por qué os ordenó vuestro amo atacar a la gente? —preguntó Ampolla, que hizo un gesto de dolor y se cambió de mano la chapak para blandiría en un gesto amenazador.

—No quiere kenders —siseó el drac—. El amo sólo quiere humanos.

—Comprendo —dijo Ampolla, ofendida—. Así que habríais capturado a Dhamon y a Shaon y nos habríais dejado en paz a Feril y a mí.

—A la elfa y a ti os habríamos matado —replicó el drac con malevolencia mientras un rayo destellaba entre sus labios.

—Háblame del pueblo —ordenó el guerrero, atrayendo sobre sí la atención del drac. Señaló en dirección a la aldea de la que venían—. ¿Apresasteis a todos los habitantes?

Un gesto que podría interpretarse como una sonrisa asomó al escamoso semblante del drac.

—A los de ese pueblo y a los de otros, para gloria del Señor del Portal, nuestro amo y señor.

Eso explicaba el lúgubre misterio. Dhamon contempló al ser con horror.

—¿Qué hacemos con él? —le preguntó Feril al guerrero—. No podemos dejarlo libre. Seguirá apresando gente.

—¡Yo digo que lo matemos! —opinó Shaon. La mujer bárbara se acercó a ellos, con la espada echada al hombro. Tenía la piel enrojecida alrededor de los oscuros ojos—. Me ofrezco voluntaria para hacerlo. Apartaos.

—¡No! —Dhamon levantó una mano para frenarla.

—¿No? —preguntó Ampolla con incredulidad—. Si lo dejamos aquí excavará y acabará escapando.

El ser esbozó una mueca y enseñó sus relucientes y afilados dientes.

—Quiero llevarlo con nosotros para que Palin lo vea.

—Estás loco, Dhamon —gimió Shaon.

—Palin es hechicero, y Refugio Solitario no debe de estar ya muy lejos. Podemos conducirlo hasta allí. Si lo matas, desaparecerá y no tendremos nada, ninguna evidencia que analizar.

—Estupendo —rezongó la mujer bárbara muy enfadada—. No tenemos cuerda. El próximo pueblo está a varios kilómetros, y seguramente lo encontraremos desierto. Y tampoco tenemos monturas. La tuya y la mía han huido, y la de Feril es alimento para buitres.

La kalanesti lanzó a Shaon una mirada enojada.

—Utilizaremos nuestros cinturones para atarlo —sugirió Dhamon.

—Genial —replicó Shaon—. ¿No te parece lo bastante fuerte para partirlos?

—Tengo una idea. —Feril se arrodilló junto a la criatura y metió la mano en su saquillo, del que sacó una semilla de judía seca—. No sé si tendré energía suficiente, pero lo intentaré.

—¿Intentar qué? —preguntó Ampolla. La kender se aparto del drac y se puso al lado de la elfa, donde no se perdería ni un detalle del espectáculo.

Feril sostuvo la semilla encima del torso cubierto de barro del drac.

—Tan pequeña como esta judía es, así serás tú. —Hizo una leve impresión en el barro con el pulgar, colocó dentro la semilla con delicadeza, y echó un poco de tierra encima para taparla.

Después empezó a mecerse atrás y adelante, con los ojos cerrados, e inició una salmodia. Eran palabras elfas, de manera que Dhamon, Ampolla y Shaon no las entendieron. Ronca y profunda, la melodía del canto sonaba suave y lenta, y la brisa que agitaba las ropas hechas jirones de los compañeros parecía un adecuado acompañamiento. A medida que el ritmo aumentaba, la piel de Feril adquirió un suave lustre, una especie de halo brillante. Las yemas de sus dedos relucieron, y la elfa los acercó al cuerpo del drac.

Después juntó las manos, como si estuviera rezando, y el fulgor se volvió más intenso. A continuación las separó y puso las palmas a pocos centímetros sobre la semilla. El resplandor se extendió al barro, concentrándose en el punto en que estaba enterrada la judía.

Ampolla dio un respingo al ver que un pequeño tallo verde empezaba a brotar de la tierra. Debajo de ella, el drac forcejeó frenéticamente. El tallo se hizo más grande, un fino zarcillo que se elevó hacia las manos de Feril. Cuando alcanzó varios centímetros de longitud, la kalanesti retiró las manos, y en ese instante el brote verde se dobló sobre sí mismo y se sumergió en la tierra, cerca de donde la semilla había sido plantada.

Feril siguió cantando al tiempo que imaginaba a la planta plegándose sobre sí misma. Pero algo no funcionaba bien del todo. La elfa tuvo que dejar de cantar y, al hacerlo, el tallo empezó a marchitarse.

—Es inútil.

—Inténtalo otra vez —instó Dhamon—. Por favor.

Feril suspiró y reanudó el cántico, que ahora parecía mucho más triste. De nuevo sostuvo las palmas sobre la judía enterrada. Furia se acercó a la elfa, pero no para darle apoyo moral. El lobo rojo bostezó, se tumbó en el suelo con la cabeza descansando sobre la pierna de la kalanesti, y observó sin mucho interés lo que hacía.

—Tan pequeña como esta judía es, así serás tú. —Feril volvió a cerrar los ojos. Esta vez sintió la presencia de la energía, la notó palpitando a su alrededor, y recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Cantó con más fuerza, y la pequeña planta adquirió un color verde oscuro y se hundió más profundamente, hacia el drac azul.

—¡Mirad! —exclamó la kender—. La criatura se está volviendo más pequeña.

Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de reptil del drac, que reanudó los forcejeos, retorciéndose sin resultado mientras desaparecía poco a poco debajo del montón de barro. Dhamon tiró la espada y empezó a excavar con las manos. Shaon hizo otro tanto.

En cuestión de segundos, habían apartado el barro, dejando a la vista un drac de menos de un palmo de altura. La reducida bestia aleteó con frenesí y se elevó en el aire, pero la mujer bárbara fue más rápida y sus dedos se cerraron alrededor de las diminutas piernas.

Un rayo salió disparado de su boca y rebotó en el brazo de la mujer, pero el impacto fue similar al de la picadura de una araña. Shaon se echó a reír y sacudió al drac, que le arañó la mano con el mismo resultado que si fuera un gatito.

—¿Vas a llevarlo todo el camino hasta que nos reunamos con Palin? —preguntó Ampolla.

—Sólo si me prestas tu bolsa de malla —contestó Shaon.

Los ojos de la kender se abrieron de par en par.

—¡Claro! —exclamó—. Mi bolsa irrompible. Mi bolsa mágica de algas. —Se colgó la chapak del cinturón y soltó la bolsa de un tirón. Cuando la abrió y la puso boca abajo cayeron varias cucharas de Raf, dos carretes de hilo, un puñado de canicas, un par de guantes verdes, y un ovillo de lana. Tendió la bolsa a la mujer bárbara y después se puso a la tarea de guardar en otro saquillo las cosas que había tirado.

Shaon metió al forcejeante drac dentro, y luego levantó la bolsa de malla y la sostuvo a la altura de su cara. El tejido verde era tupido, pero distinguió unos ojillos brillantes a través de una pequeña abertura. La bolsa se sacudió, y Shaon la vio iluminarse cuando la criatura intentó liberarse utilizando las descargas que expulsaba por la boca.

—¿Qué te parece, Ampolla? —Shaon sonrió—. Creo que es realmente mágica. No puede romperla.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Dhamon a Feril mientras la ayudaba a levantarse.

—Sí —asintió la elfa—. Estoy un poco dolorida, pero creo que he salido mejor parada que Shaon y tú. Los dos necesitáis una cura en serio.

La kender, que había terminado de recoger sus cosas, se sentó y suspiró. Los dedos le dolían mucho, pero alzó la vista hacia la mujer bárbara y Dhamon.

—¡Estáis hechos un desastre! —rió—. ¡Ni un espantapájaros tendría esa pinta!

La camisa del guerrero colgaba hecha jirones, al igual que la de Shaon. Sus pantalones estaban desgarrados, y las partes expuestas del cuerpo aparecían salpicadas de barro y quemaduras.

Dhamon no pudo menos de sonreír. Ya no le quedaba dinero. Ni montura. Ni comida. Pero sí tenía una camisa de repuesto debajo de la silla de la yegua muerta de Feril. La recogió y se la tendió a Shaon.

—Quizá Palin tenga algo de ropa en Refugio Solitario —añadió Ampolla.

—Iba a ser un largo recorrido a caballo —rezongó Shaon—. Ahora hay una larga caminata a tu Refugio Solitario. —Después agregó entre dientes:— Más le vale a Rig esperar a que regrese.

—Puedo encontrar agua y alimento en el camino —se ofreció Feril, que a continuación se volcó en atender a Dhamon y a Shaon durante varios minutos vendando sus heridas con los harapos que era ahora la camisa del guerrero.

—Bien, pues, en marcha a Refugio Solitario —dijo Dhamon. Envainó la espada, hizo una seña a Feril y echó a andar hacia el norte. Furia iba junto a él—. A ver si hay suerte y damos con otro pueblo para que alguien vaya a buscar al chico de Dalor. Viajaremos de noche. No quiero estar dormido mientras estas bestias andan por ahí.

—¿Y quién dice que sólo salen de noche? —preguntó Ampolla mientras se apresuraba para alcanzarlos—. También puede descargar una tormenta de día.

—Genial —masculló la mujer bárbara. Shaon alzó la bolsa tejida a la altura de su cara y observó que una mueca maliciosa asomaba al minúsculo semblante del drac. Sintió un estremecimiento y aceleró el paso para reunirse con los demás.

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