31 Contra los ogros

Después de despedirse del Custodio y del Hechicero Oscuro, que de repente habían cambiado de opinión respecto a acompañar al grupo a Palanthas, Palin transportó mágicamente a los compañeros y a sí mismo a las afueras de la ciudad. Shaon se puso a la cabeza, abriendo la marcha a través de Palanthas con paso ligero, espoleada por el olor de la brisa marina y la perspectiva de reunirse con Rig. Sostuvo el paso marcado por Furia, y los dos no tardaron en dejar atrás a los demás.

Ampolla trotaba al lado de Palin, acribillando al paciente mago con una andanada interminable de preguntas acerca de los sitios en los que había estado, qué aspecto tenía y cómo olía el Abismo, y si había en él muchos kenders. Palin contestó a lo que pudo hasta quedarse prácticamente sin aliento.

Dhamon y Feril caminaban en silencio unos metros detrás; la kalanesti llevaba con todo cuidado la vasija en la que iba el drac; la criatura atraía las miradas curiosas de los transeúntes, que señalaban el recipiente. Por su parte, el guerrero cargaba la caja de nogal con el mango de lanza y el estandarte dentro.

—¿Dónde encontraremos la lanza? —preguntó Dhamon a Palin.

—Nos está esperando aquí, en la ciudad. La recuperaremos tan pronto como veáis a vuestros amigos en el barco para informarles de vuestro regreso.

Shaon llegó al embarcadero donde estaba atracado el Yunque. Los tablones crujían bajo sus pies conforme acortaba la distancia que la separaba del barco, remangando la falda del vestido lila hasta las rodillas para no tropezar con el repulgo.

—¡Rig! —llamó, excitada, mientras el lobo y ella subían por la plancha que iba del embarcadero a la carraca—. ¿Rig?

Furia husmeo la batayola y echó la cabeza atrás al tiempo que aullaba. A pesar de la distancia que todavía los separaba de Shaon, Dhamon y los demás la vieron correr por cubierta de un lado a otro y escucharon los aullidos del lobo.

Dhamon le entregó a Palin la caja de nogal, desenvainó la espada y echó a correr hacia el barco justo en el momento en que Shaon desaparecía bajo cubierta. ¿Habrían estado las criaturas aquí también?

—¿Rig? —siguió llamando la mujer; la voz se fue apagando de manera gradual a medida que se internaba más en la estructura del Yunque.

Dhamon se unió a sus llamadas, pero siguió sin haber respuesta.

—No hay nadie a bordo —comentó Palin mientras Feril, Ampolla y él se acercaban a la carraca verde. El mago cerró los ojos, concentrándose—. No ha habido nadie aquí desde hace días.

Echó una ojeada por encima del hombro a un pequeño barco de carga que estaba amarrado cerca, y vio a un viejo marinero apoyado en la desgastada batayola. El lobo de mar sacudió la cabeza tristemente.

Ampolla y Feril subieron a bordo del Yunque mientras Palin volvía sobre sus pasos, en dirección al barco del viejo marinero.

—Esto es de Groller —musitó Dhamon, que había recogido del suelo una cabilla. Se la mostró a Feril, que soltó el recipiente con el drac junto al palo mayor y se puso a registrar el barco.

—¡Rig! —gritó Shaon una última vez mientras subía a cubierta—. ¡Dhamon, no está aquí!

—Cálmate, es posible que esté en la ciudad. —El hombre le puso las manos en los hombros. Por el rabillo del ojo vio que Furia iba de un lado para otro, nervioso; la agitación del lobo echaba por tierra sus palabras de ánimo.

—¡No lo entiendes! —insistió la mujer bárbara—. No hay nadie en el Yunque, ni los marineros ni Jaspe ni Groller. Rig no dejaría ningún barco desatendido, cuanto menos el suyo. Y faltan otras cosas. Mis joyas, por ejemplo. —Tenía los ojos desorbitados, relucientes. Reparó entonces en la cabilla que Dhamon había encontrado y se mordió el labio inferior—. Casi esperaba que el barco no estuviera, que Rig no hubiera aguardado mi regreso, pero no contaba con encontrar el barco sin ellos. Algo terrible tiene que haber pasado.

—Sí, muchacha. Algo muy malo ha pasado. Fueron unas bestias. —Era el anciano y tambaleante marinero al que Palin conducía hacia cubierta.

»Los vi, ya lo creo, pero nadie me cree. Unas bestias grandes, que vinieron en plena noche.

Shaon se adelantó rápidamente hacia el recién llegado. El viejo retrocedió, intimidado por su brusquedad, y alzó la vista hacia la mujer. Los azules ojos pitañosos parpadearon sobre la bulbosa nariz llena de venitas rojas.

—¿Qué estás diciendo? —inquirió la mujer.

—Bestias, eso he dicho. —El viejo lobo de mar se frotó la barbilla, en la que crecía una barba incipiente, sonrió y le guiñó un ojo a Feril, que se había acercado al grupo por detrás de Shaon—. Se llevaron a vuestros hombres, y a muchos otros, pero nadie me cree. Sin embargo, aquí estoy yo... por si necesitáis uno.

—Estás borracho —acusó Shaon, dando un respingo. No sólo el aliento del viejo marinero apestaba a cerveza, sino también sus ropas, con las que parecía que hubiera fregado el suelo de alguna taberna.

—Sí, muchacha. Por eso es por lo que nadie me cree. —Su comentario fue acentuado por un sonoro eructo—. Pero, borracho o no, los vi. Estaba tumbado en la cubierta de El Cazador, allí, con la cabeza colgando por la borda porque me había pasado un poco con los tragos. Entraron remando al puerto, con todo descaro, y empezaron a sacar hombres de los barcos. A mí no me quisieron.

—No imagino por qué —gruñó Shaon.

—¿Adónde llevaron a los hombres? —intervino Dhamon.

—Salieron del puerto otra vez. —El viejo marinero se tambaleó, y Feril adelantó un paso para sujetarlo—. Los llevaron mar adentro, esas bestias. Se perdieron de vista tras aquel cabo. Probablemente se los zamparon. Las bestias comen hombres, ¿sabéis? Cada una tenía tres cabezas y montones de brazos. Sus pies eran grandes como anclas, y en vez de pelo tenían algas. Sus ojos brillaban como ascuas, como si hubieran salido del Abismo.

—No te creo —repuso Shaon con un escalofrío, aunque una parte de su mente daba crédito a las palabras del viejo. La mujer bárbara había visto cosas muy raras recientemente: una aldea vacía, dracs, edificios que aparecían de repente. Así que cualquier monstruo entraba dentro de lo posible.

—Puedo descubrir si su historia es verdad. —Feril tomó asiento al borde de la cubierta, cerca de una sección de la batayola en la que se apreciaban profundos arañazos. Quizás eran marcas de garras, pensó la kalanesti mientras buscaba en su bolsa y sacaba un pegote de arcilla. Lo trabajó con los dedos mientas canturreaba al tiempo que se mecía atrás y adelante. En cuestión de segundos, la arcilla tenía la forma de un pequeño bote.

La elfa miró por la borda y su tatuado rostro se reflejó en la quieta superficie del agua. Apretó los labios en una fina línea y su canturreo se hizo más alto. Era difícil hacer magia ese día, y el conjuro parecía burlarse de ella desde muy lejos. Con todo, Feril no se dio por vencida y su mente siguió buscando contacto con la energía.

Por fin el contacto mental se produjo, y la elfa tuvo poder suficiente para ejecutar el encantamiento. Bajo ella, el agua titiló y se agitó, y a continuación apareció una imagen duplicada del Yunque. Groller estaba en cubierta, rodeado por cuatro horrendos ogros, que rápidamente lo redujeron y después bajaron a la cubierta inferior y secuestraron a los demás. Lo ocurrido a bordo del barco se reflejó en el agua de principio a fin, de manera que todos los compañeros pudieron presenciarlo.

—Eso es lo que vi —dijo el viejo marinero en actitud fanfarrona—. Salvo que las bestias eran enormes y estaban vivas, no eran imágenes en el agua. Y su aspecto era cruel, con ocho ojos cada una y un montón de dientes.

Los dedos de Shaon se cerraron crispados sobre la batayola mientras el agua volvía a la normalidad y Feril guardaba la arcilla en la bolsa.

—Quizás estén ilesos —intentó tranquilizarla la elfa—. Rig y Groller son duros, y Jaspe es ingenioso. Las barcas parecían demasiado pequeñas para adentrarse en mar abierto, así que los ogros tuvieron que desembarcar en algún sitio que no esté muy lejos de aquí. No podrían aguantar mucho en alta mar.

—¿Por qué razón querrían unos ogros secuestrar marineros? —se preguntó Ampolla.

—Porque utilizan esclavos —respondió Palin—. Los marineros son fuertes y resultarían unos buenos trabajadores. Pero los ogros no los tendrán mucho tiempo en su poder. Los rescataremos. —«Si es que aún están vivos», añadió para sus adentros. Señaló la cabilla que Dhamon sostenía aún en la mano—. Quizá pueda usar algo de mi magia para rastrearlos. —El mago le entregó a Shaon la caja de nogal.

»Protégela con tu vida, porque las de muchos otros pueden depender de lo que guarda —dijo. Después cogió la cabilla, la sostuvo en la palma de la mano derecha, y concentró en ella su mirada mientras los demás observaban.

Las palabras que Palin pronunció sonaron claras, aunque eran en un lenguaje desconocido para todos los que estaban en el barco. Al tiempo que salían de sus labios, la cabilla tembló y adoptó otra forma, semejando una réplica de Groller a pequeña escala. La frente del mago estaba perlada de sudor, y también brillaba la humedad en sus manos. Las palabras siguieron saliendo de sus labios, ahora con más rapidez. Entonces terminaron de manera repentina, y la imagen de Groller volvió a ser una simple cabilla, aunque en ella había dos marcas o impresiones donde antes habían estado los ojos del muñeco.

Palin respiró hondo, sacudió la cabeza, y levantó la cabilla.

—Esto funcionará como un imán y nos conducirá hasta vuestro amigo. —Se arrodilló y llamó a Furia. El lobo acudió obedientemente a su lado y se sentó mientras Palin se quitaba el fajín de la cintura y lo enrollaba varias veces en torno al cuello del animal, metiendo a continuación la cabilla debajo del improvisado collar.

»¡Furia, búscalos! —ordenó. El hechicero vio que los dorados ojos del lobo brillaban con una extraña luz.

Furia empezó a ladrar y trotó hacia la plancha que bajaba hasta el muelle. Palin corrió tras él, dejando al viejo marinero mirando de hito en hito a él y a los demás mientras se balanceaba precariamente en la cubierta del Yunque.

—¿Adónde va tan deprisa? —se preguntó el viejo en voz alta—. ¿Es que no le gusta mi compañía?

—¡Vamos, Feril! —llamó Dhamon.

La kalanesti se puso de pie de un brinco. Shaon también empezó a bajar por la plancha, pero Feril la cogió del brazo.

—Alguien tiene que quedarse en el barco —le recordó—, en caso de que Rig y los otros escapen y vuelvan aquí. Además, tienes que proteger esa caja.

Shaon se mostró de acuerdo, y Feril echó a correr en pos de Dhamon.

—Rig no querría que le pasara nada al barco —agregó Ampolla—. Podrían robarlo si no hay nadie en él. —La kender hizo un gesto de dolor al cerrar los dedos sobre la mano de Shaon, y llevó a la mujer de vuelta a cubierta—. Me quedaré contigo.

—Y yo ¿qué? —dijo el viejo marinero, soltando otro eructo.

—Vuelve a tu barco —replicó Shaon secamente.

El viejo se encogió de hombros y descendió por la plancha con torpeza, dando trompicones y rezongando sobre bestias amarillas con colas prensiles y hermosas mujeres descorteses que no sabían apreciar sus obvios encantos.

La mujer bárbara toqueteó el cuello de encaje de su vestido, que de repente le parecía ajustado, áspero e incómodo; sus ojos se habían enrojecido y estaban llenos de lágrimas. ¡Cuánto había deseado que Rig la viera así, tan bonita!


El lobo condujo a Palin, Feril y Dhamon fuera de la ciudad, hacia el este, a las estribaciones de las montañas. Caminaron durante horas y horas, hasta que el día quedó atrás y el mago empezó a jadear por el esfuerzo. Palin estaba acostumbrado a subir y bajar escaleras aparentemente interminables en la Torre de Wayreth, pero ya no era aquel jovencito que había recorrido muchos kilómetros con su primo, Steel Brightblade, y que había luchado contra Caos en el Abismo. Esta caminata era larga y agotadora, y su orgullo le impidió quedarse retrasado o pedir a los demás que bajaran el ritmo de la marcha. Trató de hacer caso omiso de las punzadas en el pecho concentrándose en teorías mágicas, la amenaza de los señores supremos dragones, y pensando en Usha.

Feril y Dhamon parecían incansables. La kalanesti había acortado la larga falda de manera expeditiva, y había creado un astroso atuendo verde que le llegaba justo por encima de las rodillas. Se disculpó con Palin por estropear el vestido, pero el mago sacudió la cabeza y contestó que lo comprendía. Las zancadas de Feril eran aún más rápidas ahora que no tenía el estorbo de los largos pliegues.

El atardecer los sorprendió a muchos kilómetros de los puestos de vigilancia exteriores de Palanthas, sentados en el húmedo suelo y reposando contra el enorme tronco de un árbol muerto. Palin cerró los ojos. Le ardían los músculos de las piernas, y sentía pinchazos en los pies; imaginó que tendría las plantas llenas de ampollas. A pesar de los dolores y de la aspereza de la corteza del tronco contra su espalda, el sueño lo venció enseguida.

Dhamon estaba sentado junto a Feril y la miraba tristemente a los ojos.

—Los ogros son brutales y perversos. He estado en sus campamentos, y sé que no tratan bien a los prisioneros. Es posible que nuestros amigos no estén ilesos... o vivos.

—Mantengamos la esperanza —susurró ella—. Con Palin y conmigo, tenemos la magia de nuestra parte. Las cosas pueden salir bien. Tienen que salir bien. Sería incapaz de llevar malas noticias a Shaon.

La kalanesti se arrimó más al guerrero y apoyó la cabeza en su hombro. Entre los rizos asomó una oreja encantadoramente puntiaguda que le hizo cosquillas a Dhamon en la mejilla. El hombre suspiró y recostó la cabeza en el tronco mientras echaba el brazo sobre los hombros de la kalanesti.

«Tal vez no tenga mucha fe en la magia, Feril, pero la tengo en ti», se dijo.

Los dos no tardaron en dormirse, y sus suaves ronquidos se unieron a los de Palin.

Poco después de medianoche, el lobo se escabulló.


Feril siguió el rastro de Furia a la mañana siguiente, aunque no la preocupaba mucho el hecho de que el lobo no los hubiera esperado. Sus huellas estaban claramente impresas en el barro y en las zonas de suelo arenoso, e incluso Palin y Dhamon podían seguirlas sin demasiada dificultad.

Al caer la noche ya se habían reunido con Furia, y se encontraban escondidos detrás de un pequeño cerro, espiando a través de una grieta abierta en las rocas. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban sobre el descorazonador panorama que había a unos metros de distancia: un corral lleno de personas cautivas.

Los prisioneros estaban arremolinados, sus taciturnos semblantes alumbrados con el resplandor de una lumbre de campamento que ardía a poca distancia. Sentado frente al fuego había un ogro de piel amarilla oscura e hirsuto pelo verde, dándole vueltas y más vueltas a una pata de venado chamuscada mientras mascullaba en voz baja.

—Debe de haber cincuenta o sesenta ahí dentro —susurró Feril. Estaban tan apelotonados que muy pocos tenían sitio suficiente para sentarse o tumbarse. La kalanesti vio que algunos dormían de pie, apoyados contra la valla—. Me parece que he localizado a Groller. Pero sólo veo al ogro que está sentado frente a la hoguera. Podríamos reducirlo fácilmente.

—Tiene que haber más de uno —repuso Palin en voz baja—. Son brutales y fuertes, pero nunca viajan solos. —Asomó la cabeza por encima de la elevación, corriendo el riesgo de ser descubierto—. Allí enfrente. Cuento ocho figuras contra la ladera del cerro opuesto. No estoy seguro si son ogros. Parecen menos corpulentos. Es posible que sean humanos. Hay una tienda cerca, y dentro probablemente haya más. Salvar a vuestros amigos no va a resultar fácil. —El mago se retiró de su puesto de observación y miró pensativamente a sus compañeros de viaje.

—Quiero liberarlos a todos —susurró Dhamon—, no sólo a nuestros amigos. Daré un rodeo por el otro lado, y veré si puedo deslizarme en la tienda para ocuparme de los ogros que haya dentro.

—Creo que puedo colarme en el campamento y asegurarme de que Rig, Groller y Jaspe están en el corral —dijo en voz baja Feril.

—Ten cuidado —advirtió el guerrero.

Ella asintió y le dedicó una leve sonrisa antes de alejarse furtivamente.

—Yo intentaré mantener a raya a los ogros que están fuera —anunció Palin.

—No tienes armas —lo previno Dhamon.

—No las necesito. —El mago ensayó mentalmente algunos hechizos con el propósito de decidir cuál sería más apropiado.

Dhamon empezó a alejarse y Furia fue tras él. La kalanesti, que les llevaba ventaja, fue asaltada por una docena de olores diferentes: el tufo de los cautivos, mezcla de sudor y miedo; la pestilencia de los ogros, que al parecer pasaban meses sin bañarse, y el hedor de un montón de excrementos. Mientras Feril corría para ocultarse detrás, el ogro que estaba junto a la hoguera levantó la vista y olisqueó. Tras soltar un gruñido, volvió a mirar el ennegrecido trozo de carne y se puso a devorarlo. Feril se internó un poco más en el campamento.

Pasó junto a un montón de restos y esqueletos de antílopes y venados. El viento cambió de dirección, y la elfa estuvo a punto de vomitar al llegarle el olor a carne podrida que todavía seguía pegada a los huesos de los animales. También percibió el fuerte olor a aguamiel. Los ogros estaban bebiendo, al menos algunos de ellos. Quizás habían tomado suficiente para embotar sus sentidos, pensó.

La kalanesti apresuró sus pasos camino del corral al pasar por una zona abierta. El corazón le palpitó con fuerza cuando divisó las ocho figuras que Palin había localizado. Definitivamente, no eran ogros. Había dos caballeros negros y seis seres de aspecto humano que eran bastante altos. Su espeso cabello les caía en mechones retorcidos y lo llevaban decorado con plumas. Sus musculosos cuerpos, de largas extremidades, estaban pintados con trazos azules.

La elfa también atisbo un grupo de ogros, poco más de una docena, que estaban recostados en un terraplén y masticaban trozos de carne con entusiasmo. Era imposible que Palin los hubiera divisado, ya que se encontraban detrás de la tienda hacia la que Dhamon se dirigía. El guerrero los vería, desde luego, sólo que eran demasiados para hacerles frente. Feril confió en que Dhamon no hiciera una tontería. La elfa llegó al corral, pasó por debajo de la valla inferior rodando sobre sí misma, y se perdió rápidamente entre la muchedumbre.

—¡Feril! —La voz baja, contenida, era de Jaspe. Sus cortas y regordetas manos tiraron de las de ella—. ¿Qué haces aquí?

—Vengo a rescataros —contestó la kalanesti—. ¿Rig está vivo?

El enano señaló con la barbilla hacia el centro del corral. Groller estaba junto a Rig, que superaba en estatura a casi todos los prisioneros. El corpulento marinero la agarró por los hombros y se situó de forma que su corpachón tapara a la elfa del ogro que acababa de terminar la carne y se dirigía ociosamente hacia el corral. Los otros prisioneros se apiñaron a su alrededor, la curiosidad despierta por la recién llegada.

—¡No! —espetó Rig—. Apartaos, o el ogro se imaginará que pasa algo raro. —La feroz mirada del marinero y la actitud de Groller mantuvieron alejados a los otros prisioneros—. ¿Dónde está Shaon?

—En el barco —explicó Feril rápidamente—. Alguien tenía que quedarse y cuidar del Yunque. Pero Dhamon está aquí, y también Palin Majere.

—¿Quién?

Un estampido sacudió el campamento; fue un estruendo atronador que conmocionó a todos e hizo dar un respingo a la mayoría de los prisioneros. La peste a carne quemada impregnó el aire hasta el punto de hacer lagrimear a Feril.

—Eso tiene que haber sido obra de Palin —susurró la elfa—. Es hechicero. Vamos, salgamos todos de aquí. —Echó a correr hacia la valla, pero vaciló un instante al fijarse en un gran agujero abierto en el centro del campamento, donde antes estaban las ocho figuras. Una columna de humo ascendía en el aire. El ogro que iba camino del corral también contemplaba fijamente el cráter. El boquiabierto bruto fue cogido por sorpresa cuando los prisioneros salieron a través de la valla y lo arrollaron.

Los doce ogros que quedaban vivos corrieron hacia la elfa y la multitud que huía. Un caballero negro también seguía vivo, e impartía órdenes a voz en grito, algunas de las cuales Feril alcanzó a oír:

—¡No los matéis! ¡Prendedlos! —bramaba.

Furia se había lanzado sobre el ogro que iba a la cabeza, gruñendo y lanzando dentelladas. Agachándose para coger impulso, el lobo saltó y fue a chocar contra el pecho del ogro, al que tiró de espaldas.

A través de la brecha abierta entre los feos cuerpos amarillentos, Feril divisó a Dhamon. Los ogros lo tenían rodeado.

—¡Hacia las piedras! —dirigió la elfa a los prisioneros que huían a la carrera. Señaló frenéticamente hacia el hechicero canoso que estaba de pie sobre una roca plana, semejante a una mesa. Sus manos eran un remolino en movimiento, tejiendo un dibujo de pálida luz amarilla en el aire—. ¡Deprisa! —gritó, animándolos. Después giró sobre sus talones para hacer frente a los ogros que cargaban contra ellos. Rig estaba a su lado.

—¡Guardaron nuestras armas en la tienda! —gritó el marinero—. ¡Sin ellas, acabarán con nosotros! —Dicho esto, salió disparado hacia los ogros atacantes y, consiguiendo por los pelos esquivarlos, se coló dentro de la tienda.

Feril metió la mano en su bolsa y pasó los dedos sobre objetos diferentes. Seleccionó un guijarro pulido y lo levantó al tiempo que iniciaba una salmodia. Tres ogros se dirigían hacia ella, y la elfa aceleró el ritmo del cántico. El resto de los ogros se había separado para ir en persecución de los prisioneros.

—Vamos, Feril —oyó que Jaspe la urgía, detrás de ella, pero la kalanesti no le hizo caso. Por el rabillo del ojo vio a Groller lanzado a la carga. El semiogro había arrancado un trozo de la valla para usarlo como garrote. Salió al paso del ogro más grande y descargó la improvisada arma en su feo estómago amarillento. El ogro se dobló, y Groller lo volvió a golpear; esta vez lo alcanzó en la nuca y lo derribó de bruces.

El cántico de Feril se oía por encima del pataleo de pies. Era una antigua melodía elfa sobre los bosques y la tierra. La brisa cesó a medida que la fuerza y el volumen del canto aumentaba gradualmente, y entonces sonó la última nota. La kalanesti arrojó el guijarro a los dos ogros que cargaban contra ella. Conforme la piedra giraba en el aire hacia ellos, empezó a brillar y a aumentar de tamaño, igualó el puño de un hombre, y después siguió creciendo aun más y alcanzó al menos corpulento en el pecho. Cogido por sorpresa, el ogro perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Groller llegó junto a él en un visto y no visto, y descargó el garrote en su cráneo.

El tercer ogro saltó sobre la elfa; sus sucias garras se cerraron en torno a la cintura de la mujer y se hincaron mientras la empujaban hacia el suelo. Las uñas atravesaron el vestido y se clavaron en su carne. Entonces, de repente, la bestia se puso rígida, sus garras se aflojaron, y, al tiempo que exhalaba un gemido, cayó de bruces, aplastando con su peso a la kalanesti. Su aliento apestoso le provocó una arcada. De la boca del ogro manaba sangre que goteó en la mejilla de Feril. La elfa rodó sobre sí misma y salió de debajo del ogro; vio a Jaspe plantado ante ella, con los dedos pringados de sangre y una expresión sombría en el rostro. De la espalda del ogro sobresalía una estaca de madera.

Feril se incorporó de un salto y miró en derredor. Groller blandía su garrote en un amplio círculo, manteniendo a raya a cuatro ogros. Otros cuatro se aproximaban a los prisioneros que huían. Entonces unos brillantes haces de luz salieron volando de los dedos de Palin y se descargaron sobre las bestias, dando un poco de tiempo a los prisioneros para que llegaran a salvo hasta las rocas. Los ogros sufrieron una sacudida y se inclinaron hacia adelante casi a la vez, agarrándose los brillantes estómagos mientras aullaban de dolor.

El bruto más grande, el que la elfa suponía que era el cabecilla, se retorcía y maldecía, enzarzado en un cuerpo a cuerpo con Furia, aunque no parecía que el lobo corriera el menor peligro.

Feril volvió la vista hacia la tienda y echó a correr en esa dirección, seguida de cerca por Jaspe. Dhamon, con la camisa teñida de carmesí por la sangre, estaba de espaldas a la tienda y blandía la espada en un alto arco sobre su cabeza. Cinco ogros lo atacaban, gruñendo y maldiciendo. Arremetió bruscamente hacia la derecha cuando uno de los ogros se abalanzó sobre él, y a continuación lanzó una estocada frontal. La espada alcanzó el cuello de la bestia y hendió músculo y hueso. La sangre salpicó en el aire, y el decapitado bruto cayó de rodillas antes de desplomarse de bruces.

Los restantes ogros vacilaron, y el guerrero aprovechó el momento para atacar hacia adelante, impulsando su espada como una lanza, de manera que la hundió en el vientre de uno de los brutos. La hoja lo traspasó de parte a parte y asomó por la espalda del ogro al tiempo que Dhamon levantaba la pierna para hacer palanca contra la bestia y extraer su arma. El ogro cayó al suelo de cara, casi a los pies del marinero, que salía de la tienda en ese momento.

Dos de los ogros que quedaban seguían pendientes de Dhamon, pero el tercero volvió su atención hacia Rig. El bruto miró ceñudo al hombretón y cargó contra él, gruñendo y babeando saliva maloliente. Rig estaba preparado, con una daga aferrada en la mano izquierda y el alfanje en la derecha.

—Ahora no soy una presa dormida —lo zahirió el marinero—. Ahora no te será tan fácil reducirme.

El ogro se abalanzó sobre él, y Rig descargó la espada. La hoja penetró en la garganta de la criatura, que no frenó el impulso y se precipitó sobre el marinero con los brazos extendidos de manera que le clavó las uñas en el pecho. Al mismo tiempo, el marinero arremetió con la daga y la hundió una y otra vez en el costado de su adversario. El ogro se desplomó, arrastrando en su caída a Rig, que maldijo y empujó a la moribunda bestia para quitársela de encima y levantarse trabajosamente.

Los ojos de Dhamon tenían un brillo implacable y se prendieron en el ogro más grande de los dos que todavía lo acosaban. El guerrero fintó a la derecha, se hincó de rodillas en el suelo, y descargó un golpe con la espada hacia adelante y hacia arriba que seccionó la garra de la bestia. El ogro aulló y apretó el sangrante muñón contra el pecho mientras su compañero se lanzaba al ataque, enfurecido y babeante. La espada de Dhamon volvió a descargarse y alcanzó al ogro más pequeño en una pierna, abriendo un profundo tajo y dejando a la vista el hueso. Pero el ogro hizo caso omiso de la herida y se abalanzó sobre el guerrero, al que lanzó contra la tienda de un golpe en el pecho con el peludo hombro. La vieja lona ondeó alrededor de los combatientes, se combó y crujió antes de ceder, y ogro y humano rodaron por el suelo.

Un caballero negro salió gateando entre la solapa de la tienda medio hundida.

—¡Bestias incompetentes! —bramó.

El ogro más corpulento, al que Dhamon había mutilado, retrocedió unos pasos mirando al hombre con aprensión.

—¡Mátalos! —ordenó el caballero, señalando a los tres compañeros que se aproximaban rápidamente.

—¡Huye o morirás! —gritó Rig al tiempo que amagaba un ataque.

Desconcertada, la bestia se quedó inmóvil un instante, pero cuando Jaspe gruñó y dio un paso adelante blandiendo su improvisado garrote, el ogro dio media vuelta y se perdió en la oscuridad renqueando, todavía con el sangriento muñón apretado contra el pecho. Cuando los tres compañeros volvieron su atención hacia el caballero negro, descubrieron que éste había desaparecido.

Rig y Feril corrieron hacia la tienda derrumbada parcialmente y tiraron de la lona con brusquedad. Una garra ensangrentada se alzó hacia ellos con intención de propinar un golpe, pero Rig se las ingenió para agarrar el brazo del ogro. Mientras el marinero forcejeaba con la bestia, sintió que ésta se estremecía. Sus músculos se tensaron y después se quedaron fláccidos. Rig soltó el brazo y dio un paso atrás para dejar paso a Dhamon, que salía gateando de la tienda.

Feril llegó junto al guerrero en un instante y lo ayudó a incorporarse.

—Cuánta sangre —dijo la elfa, impresionada.

—No es mía. —Dhamon envainó la espada y se despojó de la camisa de seda rasgándola por la espalda. Feril soltó un suspiro de alivio al comprobar que no estaba gravemente herido.

—Gracias por rescatarnos —dijo Rig.

El guerrero respondió con una leve inclinación de cabeza, y entonces sus ojos se desorbitaron al contemplar la carnicería. Groller había acabado con cuatro ogros sin más ayuda que su garrote, y ahora se encaminaba hacia otro grupo que se estaba incorporando trabajosamente; eran los ogros que Palin había puesto fuera de combate durante un tiempo con sus descargas de luz mágica. Furia tenía plantadas las patas sobre el pecho del ogro más grande; la sangre goteaba entre sus fauces. Alzó la cabeza hacia el cielo y lanzó un aullido.

Dhamon pasó junto al marinero y a Feril y corrió hacia donde estaba Groller. Jaspe lo siguió. El semiogro cargó contra uno de los restantes ogros y, renunciando al garrote, saltó sobre la espalda del bruto. Los dos rodaron por el suelo, levantando tierra, y el jaleo atrajo la atención de los otros tres brutos. Sin cabecilla, no sabían qué hacer. Además, se asustaron al ver que sus adversarios los superaban en número. Dhamon blandió la espada en el aire.

—¡Rendios! —instó a los pocos que seguían en pie—. ¡Si apreciáis vuestras vidas, daos por vencidos ahora!

Un crujido resonó a través del campamento. Groller había partido el cuello de su adversario y se ponía de pie.

—Rendimos —dijo uno de los ogros—. No matéis nosotros. Rendimos.

Jaspe se adelantó.

—¿Por qué nos secuestrasteis? —inquirió el enano, que agitaba el puño coléricamente.

Los ogros contemplaron con expresión estúpida su destrozado campamento y a sus compañeros caídos.

—Para caballeros negros —dijo el que hacía de portavoz—. Dragón quiere gente.

Dhamon se acercó al ogro con la espada enarbolada. El resplandor de la hoguera todavía encendida se reflejó en la hoja y la hizo brillar amenazadoramente.

—¿El Azul? —preguntó.

El ogro miró a sus compañeros y después alzó la vista al cielo.

—Mí no sabe —contestó Juego.

Para Dhamon esa respuesta bastaba.

—¿Dónde está Skie?

—Mí no sabe. Mí no quiere saber. Algún sitio en desierto, pero mí no sabe cuál. Muglor sabe. Pero Muglor muerto. —El ogro miró a Furia, que seguía husmeando el cadáver del corpulento ogro—. Ése, Muglor.

—¿Por qué quería Skie a estos hombres precisamente? —preguntó Dhamon.

Los ogros se miraron entre sí y sacudieron la cabeza con gesto perplejo.

—Entonces, ¿por qué lo hicisteis? —insistió Dhamon—. No se secuestra gente sin una razón.

—Mí no sabe —balbució uno de los ogros—. Muglor dijo que Azul quiere más dracs.

—¿Dracs?

—¡No sabemos! —gritó el que había sido portavoz en primer lugar.

Jaspe dio tirones del talabarte de Dhamon.

—¿Tienes alguna idea de qué son dracs? —quiso saber.

—¡Largaos de aquí antes de que cambie de opinión y decida acabar con todos vosotros! —gritó el guerrero a los ogros.

Los brutos dieron media vuelta y echaron a correr, demasiado asustados para mirar atrás.

Entretanto, Palin había bajado de la roca plana y grande. Tenía el rostro demudado y respiraba con dificultad. Los pocos conjuros que había ejecutado eran potentes y habían consumido mucha de su energía.

—Marchémonos de este lugar —dijo el mago en voz baja. Dio media vuelta y se encaminó hacia los hombres que esperaban entre las rocas.

Dhamon fue el único que se rezagó para orar brevemente junto a los cuerpos de los que habían muerto.


Viajaron sólo unos cuantos kilómetros, justo lo bastante lejos para poner distancia entre ellos y el campamento. Había casi seis docenas de prisioneros liberados. Sólo la mitad de ellos eran marineros que habían sido secuestrados en sus barcos anclados en el puerto de Palanthas. Los restantes eran granjeros, mercaderes, y visitantes de la ciudad; a todos ellos los habían atacado antes de que pudieran llegar a las puertas de la urbe.

Estaban famélicos, y Feril, a la que Jaspe había curado con un conjuro, tuvo que emplearse a fondo para conseguir comida suficiente con la que engañar un poco el hambre de todos. Dhamon se puso a hablar con Palin sobre los dragones y los dracs, y cuál sería el siguiente paso para combatir esta amenaza.

—Uniremos la lanza y hablaremos con Goldmoon antes de decidir nuestro curso de acción. —El mago se frotó la mejilla. Le había crecido una barba corta y desigual que le daba un aspecto distinguido—. Confío en su consejo, pero sospecho que la decisión será ir tras el Azul, que se encuentra cerca.

Al otro lado de su improvisado campamento, Rig daba masajes a la elfa en los hombros.

—Creí que había llegado mi hora —admitió el marinero—. Tiene gracia. Sólo recuerdo otro momento en el que realmente llegué a temer por mi vida... —Feril volvió la cabeza y alzó la vista hacia él; sus ojos lo animaban a seguir hablando.

»Shaon y yo navegamos una vez por el Mar Sangriento en un barco llamado Dama Impetuosa. Hubo un motín a bordo. Se suponía que no debería haber derramamiento de sangre, y fui designado como el nuevo timonel. Sentía un gran respeto por el capitán, y creí que los demás también. Acordamos desembarcarlo y dejarlo en tierra con un poco de dinero y suficiente comida para que le durara hasta que pasara otro barco. Yo mismo fui en la barca con el capitán y un puñado de marineros.

»Después de desembarcar, vi cómo los otros se echaban sobre él y lo acuchillaban y lo golpeaban hasta mucho después de haberlo matado. No podía hacer nada, a menos que quisiera morir con él. Remamos de vuelta al barco en silencio. Jamás le dije a Shaon lo que pasó realmente. Y la primera vez que el Dama hizo escala en puerto, cogí a Shaon y desaparecimos. Estuvimos escondidos durante un tiempo, y estoy seguro de que ella se preguntó el porqué, pero sabía que era mejor no presionarme. Finalmente, llegamos a Nuevo Puerto.

—Debes de tenerle mucho aprecio —dijo Feril—. Y salta a la vista que ella te lo tiene a ti.

Las manos del marinero se demoraron sobre los hombros de la elfa.

—Somos buenos amigos —dijo.

Dhamon buscó a la kalanesti con la mirada y la vio al otro lado del campamento. Rig estaba inclinado sobre ella, muy cerca, tocándola. El guerrero sintió un arrebato de celos. Creía que Feril le había estado demostrando interés, pero ahora decidió que sólo coqueteaba con él. Apretó los puños, pero no se movió del lado de Palin, y su conversación continuó.

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