17 Lecciones

El amanecer llegó con una ligera brisa, apenas suficiente para empujar al Yunque de Flint fuera de puerto. A última hora de la tarde, el viento era racheado e hinchaba las velas hasta el punto de hacer crujir los mástiles. Navegaban a buen ritmo. Rig iba al timón, y el semiogro, Groller, estaba con él. No había señales del lobo rojo.

Dhamon y Jaspe hacían todo lo posible por familiarizarse con el barco mientras avanzaba por la bahía meciéndose con el oleaje, y el enano intentaba con empeño acostumbrarse al constante cabeceo.

—Me siento fatal, como si el estómago se empeñara en subirse por la garganta —se quejó Jaspe—. Nunca he estado en un barco que se moviera tanto.

—Eso es porque nunca has estado en un barco cuando soplaba un viento tan fuerte —contestó Dhamon—. Reconozco que las olas son muy altas, pero podría ser mucho peor. Más vale que estés preparado para el Turbión.

—El mar estuvo siempre calmado durante la travesía a Schallsea —adujo el enano, taciturno.

Nuevo Puerto había quedado muy atrás para entonces, y Dhamon se inclinó por la borda y escudriñó intensamente hacia el norte con la esperanza de divisar Puerto O'Call. Sin embargo, lo único que consiguió ver fueron las turbulentas aguas. Se preguntó cuántas semanas pasarían en el mar y qué encontrarían en Palanthas. «Allí se está engendrando el Mal», le había dicho Goldmoon. ¿Sería difícil encontrar ese Mal o tal vez el Mal los encontraría a ellos?

Jaspe pasaba la mano por la batayola, como si estuviera juzgando la calidad de la talla y determinando cómo se había realizado. Quizás intentaba mantener la mente ocupada para no notar el constante movimiento. Un suave tintineo interrumpió su inspección. Se volvió y frunció el entrecejo.

—Interesante nombre el que elegiste para la nave, Jaspe —comentó Shaon—. Esperemos que sea lo bastante fuerte y no se hunda como un yunque.

—Se llamaba Melancólico Morkoth cuando lo compré. No me gustaba la idea de navegar en un barco bautizado con el nombre de un feo monstruo marino, así que se lo cambié haciendo alusión a mi tío.

La mujer de piel oscura sacudió la cabeza.

—Nunca me ha importado la familia —dijo.

Shaon llevaba puesta una blusa blanca sin abotonar hasta mitad de la pechera, y unos pantalones ajustados de color negro que había remangado hasta las rodillas. Iba descalza, y alrededor del tobillo derecho llevaba una gruesa cadena de oro de la que colgaban una doble hilera de diminutas campanillas que tintineaban alegremente cuando caminaba.

—Pues a mí me importaba Flint —rezongó Jaspe—. Me importaba lo bastante para prometerle en un sueño que ayudaría a su amiga Goldmoon. No imaginaba que estar en un barco fuera parte de ello. —El enano se apretó el estómago al tiempo que el barco se remontaba sobre una gran ola. Tenía la tez pálida, y se agarró a la batayola para mantener el equilibrio. Miró fijamente el agua un momento, cerró los ojos, y después se volvió, dando la espalda al mar.

»¿Qué es eso? —le preguntó a Shaon, señalando un cabo tensado.

Dhamon sonrió.

—La mayoría de la gente lo llama cuerda —contestó la mujer.

—Oh.

—Pero los marineros lo llamamos estay del trinquete. Es el cabo que va del palo mayor al bauprés. Hay que cuidar que no se desgaste.

—¿Y esto? —El enano frunció el ceño y señaló el mástil.

—Bueno, todo en conjunto, mástil, botalón y botavara, se llama berlinga.

—No es tan difícil —rezongó Jaspe—. Estay de trinquete, mástil, berlinga, estribor, popa, gobernalle, aparejo, quilla, kenders.

—¿Kenders? —Dhamon se giró bruscamente y siguió la dirección de la mirada del enano. Frunció el ceño al ver a Raf y a Ampolla que subían de la cubierta inferior—. ¡Creía que vosotros dos os habíais quedado en Nuevo Puerto!

—Ésa era mi intención —farfulló la kender mientras intentaba mantener el equilibrio sobre la inestable cubierta—. Pero Raf se empeñó en continuar pegado a ti. No pude hacer que cambiara de idea, así que imaginé que más valía apuntarme también. Alguien tiene que vigilarlo e impedir que se meta en problemas.

Dhamon gimió y se dirigió hacia proa, alejándose del grupo.

Raf se fijó de inmediato en la pulsera de tobillo de Shaon. Se acercó para verla con más detalle, y la media docena de saquillos que llevaba colgados de la cintura tintinearon y susurraron con cada paso.

—¿Por qué llevas campanillas? —preguntó el kender.

—Rig me las dio. Es oro de Karthay.

—¿Y por qué tienes el pelo tan corto?

—Para que no se me meta en los ojos.

—¿Y por qué...?

Jaspe se puso entre Shaon y Raf, de espaldas al kender, sin dejar de agarrarse con una mano a la batayola para no perder el equilibrio.

—¿Hacia dónde iréis Rig y tú después de dejarnos en Palanthas? —preguntó.

—Hablamos sobre ello un buen rato anoche. Rig no durmió mucho. Creo que estaba excitado por el hecho de tener su propio barco. Es algo que siempre deseó. Lo más probable es que naveguemos costeando los Eriales del Septentrión y volvamos al Mar Sangriento de Istar. Somos de esa zona.

Ampolla se abrió paso a codazos para meterse en la conversación, y Jaspe suspiró resignado y se apartó, tambaleándose, hacia un montón de cajones que había cerca del cabrestante. El enano se sentó en el de más abajo y se agarró la cabeza cuando el barco se alzó sobre otra gran ola.

—Yo he estado allí —dijo Ampolla. La kender llevaba puesto un par de insólitos guantes esta mañana. Eran de cuero verde, y tenían pequeños garfios en los pulgares.

Shaon echó un vistazo por encima del hombro y contempló el mar con expresión ensimismada.

—Allí fue donde conocí a Rig Mer-Krel, en una enorme carraca que navegaba por el Mar Sangriento. El barco en el que iba yo chocó con un rompiente, y se fue a pique muy deprisa. Un montón de hombres quedaron atrapados en la cubierta inferior y se ahogaron. Los tiburones ya se habían dado un festín con más de la mitad de los supervivientes cuando el Dama Impetuosa llegó al lugar del naufragio. Rig era timonel del Dama, y me sacó del agua. Los tripulantes que sobrevivimos, nos alistamos.

—Eso suena muy excitante —dijo Raf—. ¿Estáis casados?

—No. Bueno, todavía no. Pero no busca otras mujeres, así que estoy satisfecha.

—¿Cómo vinisteis a parar aquí? El Mar Sangriento es prácticamente un mundo aparte —cotorreó el kender.

—¡Shaon! —Rig miraba a los cuatro con expresión severa—. Basta de charla. Es tu turno al timón.

Rig apartó a Shaon del grupo mientras Groller se hacía cargo del gobierno de la nave. Ampolla vio a Dhamon en la proa y se dirigió hacia él. Al quedarse sólo, Raf sintió curiosidad por los barriles de agua apilados en la popa del barco.


Ampolla y Dhamon permanecieron callados un buen rato, escuchando el sonido del agua al romper contra la roda y el chasquido de las velas. El sol descendía hacia la línea del horizonte, y no tardaría en ponerse.

—¿Sabes? No llegaste a contarme qué te llevó al mausoleo y después a Schallsea —dijo la kender, rompiendo finalmente el hechizo.

—No, no lo hice.

—Y no piensas decírmelo, ¿verdad?

Dhamon fijó la mirada en un gran pez espada que saltó sobre las olas y después desapareció.

—¿Sabes una cosa, maese Fierolobo? Si no piensas contar la verdad, o, para ser precisos, no quieres contar nada, más te vale aprender a mentir. Me parece que eso no se te da muy bien.

—E imagino que a ti sí.

—Lo de mentir, no sé, pero sí se me da bien contar cuentos. Casi todos los kenders son buenos narradores. Permíteme que te dé una lección. Si alguien, como yo por ejemplo, te pregunta por qué fuiste a la tumba de los Últimos Héroes y no quieres decirle la razón que te llevó allí realmente, podrías contarle un cuento. Podrías decir: «Fui al mausoleo porque me dijeron que los enanos de Thorbardin transportaron los materiales utilizados en su construcción. Soy un estudioso de su arquitectura y, como el reino enano está cerrado, imaginé que la tumba era la mejor alternativa que tenía para echar un vistazo a una obra reciente». En esta respuesta hay un punto de verdad: fuiste a la tumba.

—Entiendo.

—Y si te pregunta de dónde eres, puedes contestar: «Vengo de El Cruce, al norte de Solace. Es una bonita ciudad portuaria, famosa por su cerveza y sus constructores de embarcaciones. Deberías visitarla alguna vez». Eso no sería una mentira, exactamente. Estuviste en El Cruce antes de ir a Solace, sólo que antes venías de alguna otra parte.

—Comprendo.

—Y si te pregunta acerca de tu profesión, sea cual sea la que tienes en realidad, puedes decir que...

—¡Miradme! ¡Miradme todos! —La aflautada voz de Raf puso punto final a la lección de Ampolla. El joven kender atrajo de inmediato la atención de todo el mundo, a excepción de Groller. El semiogro seguía ante la rueda del timón, ajeno al bullicio.

Raf estaba de pie en lo alto de la pirámide de barriles de agua. En la primera fila había cinco barriles tumbados de lado y atados entre sí para evitar que rodaran. La segunda grada la formaban cuatro; la tercera, dos; y uno en lo alto. Raf se balanceaba de manera precaria en este último.

Satisfecho de ser el centro de atracción, el pequeño kender se inclinó hasta tocar con las puntas de los dedos la madera del barril, después se apoyó en las manos, se dio impulso con las piernas, y se puso a hacer el pino. Sus pies calzados con sandalias saludaron a los que estaban en cubierta. El barco escoró a estribor para salvar una ola, y Raf mantuvo, afortunadamente, el equilibrio. Sus saquillos tintinearon en protesta.

—¡Qué divertido! —chilló.

—¡Raf, baja de ahí ahora mismo! ¡Es peligroso! —lo regañó Ampolla. Sus pequeños pies sonaron sobre la cubierta al dirigirse hacia la pirámide de barriles. Para variar, Dhamon iba tras ella.

—Siempre estas preocupándote por todo, Ampolla. Nunca te diviertes. Fíjate. —Raf pegó el brazo derecho contra el pecho y se quedó en equilibrio sobre una sola mano—. Podría trabajar de titiritero en las ferias.

—¡Podrías acabar en el mar, que es a donde te arrojaré si no te bajas de los barriles de agua! —lo increpó Rig.

Jaspe, que se había puesto al lado del marinero, frunció el ceño por las travesuras del kender. Shaon parecía divertida, pero sobre todo por la expresión malhumorada de Rig.

Otra gran ola sacudió el barco, y el joven kender se tambaleó vertiginosamente. Una fugaz expresión preocupada asomó a su semblante, pero bajó la otra mano para volver a equilibrarse.

Shaon soltó un respingo y se mordió el labio inferior. De repente, la cosa había dejado de tener gracia. El barco cabeceó otra vez, y el saquillo en el que Raf guardaba las cucharas se soltó del cinturón —con una docena de cucharas soperas de plata y acero dentro— y cayó dando vueltas hacia la cubierta.

—No os preocupéis. ¡Estoy en perfecto equilibrio! —fanfarroneó el kender.

—¡Pues sigue guardando equilibrio fuera de esos barriles! —ordenó Rig.

—¿Para qué sirve esta cuerda?

—Para atar los barriles. Déjala en paz —espetó el marinero—. ¡Y bájate de una vez!

Pero las palabras de Rig llegaron con un segundo de retraso. Para entonces, Raf había vuelto a ponerse de pie, había acercado las manos a la cuerda, y tiraba de ella. Una sonrisa ensanchó su angelical rostro.

—¡No! —gritó Ampolla.

Dhamon echó a correr hacia la pirámide de barriles cuando ésta empezó a crujir y la cuerda se soltó. La fila inferior se extendió al separarse los barriles, que rodaron a estribor y a babor, y las filas de encima se movieron y cayeron hacia adelante.

Raf se convirtió en un borrón de color y de manos y pies agitándose. Intentó dar una voltereta hacia adelante, impulsándose sobre el barril superior para apartarse de la pirámide que se desmoronaba. Pero la cuerda que había desatado se sacudía en el aire como una serpiente enfurecida, y la punta lo golpeó en la cara con un seco chasquido. Sorprendido, el kender vaciló en mitad de la voltereta y aterrizó violentamente de espaldas en la cubierta. Se quedó sin respiración y momentáneamente aturdido. Antes de que pudiera levantarse, el barril de arriba se estrelló contra él.

Sus ojos se desorbitaron, y el kender abrió la boca para chillar, pero su grito quedó ahogado por el golpe de otro barril al caerle encima, seguido por un tercero.

Dhamon resbaló con el agua derramada y cayó cuan largo era. Miró hacia arriba y, rápidamente, levantó un brazo para protegerse la cara de los trozos de madera que volaban por el aire al haberse roto otro barril. Más agua chorreó por la inestable cubierta, pero Dhamon consiguió avanzar a gatas.

De algún modo, Rig había llegado primero junto al kender. Un barril hecho astillas seguía tirado sobre Raf. Uno de los aros de hierro, roto, estaba clavado en la cubierta y le aprisionaba el pecho. La otra mitad del aro estaba hincada en su pierna.

El marinero apartó el barril de encima de Raf y tiró de las piezas de hierro hasta soltarlas.

—Está muerto —anunció—. Tiene el pecho aplastado. Y ahora sólo nos queda un barril de agua intacto. Maravilloso. —Rig maldijo y regresó a grandes zancadas hacia la rueda del timón—. ¡Un barril! Sólo nos durará un par de días. ¡Habrá que racionar el agua! —gritó por encima del hombro—. Y después tendremos que hacer escala en Caergoth para abastecernos otra vez.

—¿Muerto? —Ampolla se abrió camino entre los barriles rotos y se arrodilló junto al cuerpo de Raf. Utilizó los ganchos de los guantes para quitar los fragmentos de madera. Haciendo caso omiso del dolor de sus manos, acunó la cabeza del kender. Un hilillo de sangre escurrió de la boca de Raf.

»Y yo vine para que no se metiera en líos —susurró.


Enterraron a Raf en el mar, tras envolver su cuerpo en una manta de muchos colores y ponerle peso para que se hundiera. Ampolla pronunció sólo unas pocas palabras en memoria del joven kender. Lo conocía hacía poco tiempo, y no se le ocurría qué decir. Un dolor sordo se extendió por sus manos y sus brazos cuando sus dedos se cerraron sobre una cuchara de plata y se la llevó al pecho.

—Le dije que cuidaría de él —susurró.


La pena por la repentina muerte de Raf pronto quedó relegada por el miedo por sus propias vidas cuando el Yunque de Flint se topó con el Turbión. La tempestad no era algo inesperado, ya que el choque de masas de aire del glaciar Ergoth del Sur y del templado continente creaban una tormenta constante en el estrecho de Algoni, pero no había forma de estar completamente preparado para una perturbación atmosférica tan voluble e impredecible con el Turbión.

Tan pronto como entraron en las aguas más frías y profundas del estrecho, Rig dio instrucciones a la tripulación para que arriara las velas; avanzarían con los palos desnudos a fin de ofrecer la menor resistencia posible al viento. Apenas se acababa de llevar a cabo la tarea cuando unas olas gélidas, coronadas de espuma, empezaron a romper sobre la cubierta, y Rig ordenó a Jaspe, Ampolla y Dhamon que bajaran a la cubierta inferior.

El enano y la kender corrieron hacia la escotilla, resbalando varias veces en el camino debido a los cabeceos del barco y a que las tablas de cubierta estaban mojadas. El Yunque se elevó sobre una enorme ola. Jaspe vio cómo subían muy alto sólo para caer a plomo inmediatamente por el otro lado de la ola. De repente fue como si el enano se encontrara en un valle entre montañas azules. No podía ver nada salvo las curvadas paredes de agua oscura a cada lado del barco. ¿Dónde estaba el cielo? El Yunque empezó a remontar la siguiente ola, un muro de agua rugiente y altísimo. Jaspe abrió la escotilla de un tirón y bajó por la escalera. Ampolla, en su precipitación por ir tras él, le pisó la cabeza.

Dhamon no se movió del sitio, aferrándose al palo mayor con los brazos.

—¡Vete! —gritó Rig para hacerse oír sobre el aullido del viento.

El guerrero sacudió la cabeza en un gesto de negación; los ojos le escocían por las rociadas de agua salada al intentar mirar al capitán. Shaon se acercó a él, tiritando y con la ropa empapada pegada al cuerpo.

—¡Necesitaremos tu fuerza más tarde! —dijo con voz suplicante. El barco se ladeó y la mujer trastabilló hacia atrás, alejándose de él y resbalando hacia el costado del barco, que escoraba peligrosamente cerca de las turbulentas aguas. Su movimiento se frenó cuando la cuerda que llevaba atada a la cintura se puso tensa y el barco se tumbó hacia el otro lado. Una agua helada pasó por la borda y se estrelló sobre la cubierta, alzando en vilo a la mujer y arrojándola contra el palo mayor.

Shaon se incorporó trabajosamente, se limpió los ojos con gesto furioso, y después intentó guardar el equilibrio. Extendió la mano hacia Dhamon; gritaba algo, pero el aullido de la tempestad ahogaba sus palabras. Ahora caía una fuerte lluvia que el viento hacía precipitar de costado sobre la nave.

De mala gana, Dhamon se soltó del mástil y cogió la fría y mojada mano de Shaon. El barco volvió a escorar, y los dos cayeron de rodillas y fueron gateando hacia la escotilla. La helada mano de la mujer lo mantuvo firmemente agarrado hasta que Dhamon fue capaz de llegar a la abertura. El guerrero se metió de cabeza en la oscura cubierta inferior mientras la puerta de la escotilla se cerraba de golpe tras él.

No supo cuántas horas de cabeceos y sacudidas, de ser arrojado contra los costados del casco o contra otros miembros de la tripulación, de escuchar hasta el último crujido y gemido del barco que se debatía por mantenerse intacto, pasaron antes de que se oyeran unas pisadas precipitadas por encima de sus cabezas y un cabo empapado cayera colgando por la escotilla. Tampoco supo de quién era la voz que gritaba su nombre desde la rugiente oscuridad de allá fuera.

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