Año 1206. Dinastía Tsong. China oriental.
Circuito de Fujian.
Cultivos de la subprefectura de Jianyang.
Shang no supo que se moría hasta que paladeó el sabor de la sangre que brotaba bajo su garganta. Quiso balbucear algo mientras sus manos intentaban taponar la herida, pero, antes de lograrlo, sus ojos se abrieron exageradamente y sus piernas se doblaron como las de una marioneta desmadejada. Iba a pronunciar el nombre de su asesino cuando éste le introdujo un trapo en la boca.
De rodillas sobre el cieno, en su postrer hálito de vida, Shang percibió la tibieza de la lluvia y el olor a tierra mojada que le había acompañado durante toda su existencia. Un instante después, con la camisa encharcada en sangre, se desplomó sobre el lodazal en el que se había dejado el alma.