Nota del autor

Es difícil establecer si, como sostienen las memorias de Íñigo Balboa Aguirre, [1] hubo realmente una conspiración para asesinar al dogo de Venecia en la noche del 24 de diciembre de 1627. No se conocen documentos venecianos ni españoles que lo confirmen o desmientan, de manera que la veracidad de los hechos que narra El puente de los Asesinos queda a discreción del lector. Es interesante considerar, sin embargo, algunos hechos históricos que pueden iluminar el asunto:

El duque Vincenzo II de Mantua falleció sin dejar descendencia el 26 de diciembre. Un mes después, don Gonzalo Fernández de Córdoba, gobernador de Milán, recibía de Madrid la orden de invadir con sus tropas Mantua y el Monferrato, lo que dio lugar a un grave conflicto diplomático, a la intervención de Francia, Saboya y el papa, y a una larga campaña militar que acabó siendo adversa para las armas españolas en el norte de Italia. [2]

El senador veneciano Riniero Zeno, que según el relato de Íñigo Balboa en que se basa la presente historia era quien debía suceder al dogo Giovanni Cornari si triunfaba la conjura, fue apuñalado el 30 de diciembre de 1627 -seis días después de la famosa misa de Nochebuena- en una calle de la ciudad por un grupo de sicarios enmascarados. [3] Zeno quedó gravemente herido, aunque salvó la vida. La investigación descubrió a uno de los hijos del dogo, llamado Giorgio Cornari, como instigador del atentado. Este suceso encaja en los usos habituales de la Serenísima, que solía arreglar sus asuntos de forma discreta, lavando la ropa sucia en casa.

En cuanto a la presencia en Milán y Venecia, en diciembre de 1627, del diplomático español Diego de Saavedra Fajardo, por esas fechas destinado oficialmente en la embajada española de Roma, [4] no hay constancia efectiva. Se conserva, sin embargo, un curioso documento localizado en el archivo biblioteca sevillano de doña Macarena Bruner, duquesa del Nuevo Extremo, por el profesor Klaus Oldenbarnevelt, director del Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de Utrecht: una breve carta cifrada con fecha de 20 de diciembre de ese mismo año -y cuya copia poseo gracias a la amistad y buenos oficios del profesor Diego Navarro Bonilla-, dirigida por el embajador de España ante la Serenísima, Cristóbal de Benavente, al marqués de Charela -espía mayor y jefe de los servicios secretos de Felipe IV antes de ser relevado en ese cargo por el almirante Gaspar Bonifaz-, donde se mencionan «los pertinentes documentos traídos de Roma, en propia mano, por el secretario S. F.». [5]

Lo que, una vez más, pone de manifiesto que la ficción no es sino una faceta insospechada de la realidad. O viceversa.

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