Salvaje, apasionado, intenso… Desde el primer roce de sus labios, el beso envolvió a Em, haciéndole olvidar cualquier pensamiento racional.
Sus sentidos se vieron inundados por una vorágine de deleite, de calor y sensaciones; de pura tentación.
Era algo nuevo, maravilloso y fascinante. Un nuevo mundo que investigar, un nuevo y brillante horizonte que atraía a su alma Colyton, a esa parte de ella que se sentía fascinada por lo desconocido y lo novedoso, que deseaba aventuras y emociones que explorar.
Lejos de tambalearse por la impresión, Em aprovechó el momento y se sumergió en el.
En el calor, en el fuego, en las ardientes y maravillosas sensaciones que le provocaba el beso.
Tenía las manos atrapadas contra el pecho de Jonas. Pero en vez de apartarle de un empujón, se aferró a él. Cerró los dedos sobre la tela de la chaqueta y lo atrajo con firmeza hacia ella, apresándolo con la misma eficacia que los brazos de acero de él la apresaban a ella. Que la aplastaban contra su cuerpo.
Em podía sentir los fuertes músculos de su pecho y el duro y firme abdomen contra ella.
Jonas movía la lengua con audacia, seducción y ardor. Apretó los brazos en torno a ella mientras inclinaba la cabeza a un lado, devorándole los labios y reclamándola con pasión.
Em le devolvió el beso con la misma ansia y avidez, y una parte dormida de su cuerpo revivió por la pasión manifiesta y el deseo recién descubierto.
Puede que ambas cosas fueran nuevas para ella, pero una parte de su ser las reconocía, sabía lo que eran y se regocijaba por ello.
Incitándola codiciosamente. Provocándola y excitándola.
Mientras el beso continuaba y el calor se desbordaba en su interior, Em notó que sus pechos se volvían pesados, se hinchaban dolorosamente, y que los pezones se convertían en brotes apretados.
Quiso acercarse más a él, intensificar y apurar los besos, aliviar aquella dolorosa y extraña inquietud que la envolvía, apretándose más contra la figura masculina. Intentó frotarse contra él, pero al sentir la necesidad de Em, Jonas se movió con ella, haciéndola retroceder paso a paso hasta que la joven sintió la fría fachada contra la espalda; un agudo contraste con el calor que emitía Jonas y del que ella no parecía tener bastante.
Él le sujetó la cintura con firmeza y se acercó todavía más, presionando y amoldando su cuerpo al de ella. Acunó un muslo, largo y duro, entre los de Em, obligándola a ponerse de puntillas. Un agudo estremecimiento recorrió la espalda de la joven, seguido por una deliciosa oleada de calor y una desenfrenada sensación de deseo, que fluyó, atravesándola con rapidez hasta que se concentró en un punto en concreto de su vientre.
Em se aferró al beso, participando tan activamente como él, abrumada por las sensaciones que la embargaban. Maravillándose pero sin dejar de saborearle y reclamar todavía más.
Con entusiasmo e implorante avidez.
Jonas absorbió su respuesta, la sintió en los huesos, y notó que la sensual tensión de anticipación que lo invadía clavaba sus garras profundamente en él.
Jonas no podía recobrar el aliento. No podía recuperar las riendas. De alguna manera había renunciado al control del beso a cambio no de ella, sino del fuego que los dos habían encendido.
Un fuego que aunque le resultaba familiar, era intenso, demasiado intenso, tanto que el poder que lo alimentaba era casi aterrador.
Inesperadamente, cerró los brazos con fuerza alrededor de ella y la estrechó aún más contra su cuerpo. Había tenido la suficiente sensatez como para refugiarse en las sombras, atrapando el suave cuerpo de Em entre la pared y el suyo, inmovilizándola allí, presionando su larga figura contra las deliciosas curvas y oquedades femeninas.
Sometido a una fuerza más fuerte que su voluntad, Jonas no podía dejar de empaparse en la gloria de su boca, de perderse en la caricia femenina de su cuerpo, no podía dejar de besarla con una pasión tan tosca e incontenible que lo conmocionó incluso a él mismo.
Una pasión tan poderosa e intensa que le despojaba del barniz de civilización y lo estremecía de los pies a la cabeza, haciendo pedazos su, hasta ese momento, absoluta fe en su autocontrol.
Lo que había surgido entre ellos era dulce y ardiente, una combinación que Jonas encontraba imposible de resistir. El beso se había vuelto voraz, una unión carnal de bocas que Em alimentaba de la misma manera que él.
Jonas tuvo que contenerse para no apretar las caderas contra las de ella de manera provocativa. Incluso en su enardecido estado actual, sabía que eso sería ir demasiado lejos, al menos en ese momento.
Pero aunque ella debería haber intentado detenerle, la intensidad del intercambio era tan flagrante que, en vez de eso, forcejeaba para que el beso continuara. Tentándole a pesar de sí mismo.
Y era ahí donde residía el problema.
Jonas sabía que Emily nunca había sido besada así antes. La prueba estaba allí mismo, en su inocente ansia, en su ilimitado y desenfrenado deleite. Dudaba que ella supiera, que tuviera la más mínima idea de lo que estaba haciendo.
De a qué le incitaba. De a qué le invitaba.
De lo peligroso que podía ser avivar ese fuego en particular.
Las manos de Em, que hasta entonces le habían agarrado la chaqueta, se soltaron y se deslizaron hacia arriba. Le acariciaron las clavículas, subiendo por su cuello hasta enmarcarle la mandíbula y -oh, sí-sujetársela con suavidad mientras se alzaba aún más sobre las puntas de los pies y le besaba como un ángel lascivo.
Su caricia le hizo tomar conciencia de un tipo distinto de pensamiento, haciéndole recuperar parte de la cordura que hasta entonces se había visto abrumada por lo que sentía por ella.
Estaban en la terraza, ante la vista de cualquier invitado que quisiera salir a tomar el aire.
La reputación de Em quedaría seriamente dañada si alguien los veía besándose. Y, dado lo querida que su posadera era ahora en el pueblo, también lo sería la de él.
Lo que estaban haciendo era peligroso. Tenían que detenerse.
Pero era más fácil pensarlo que hacerlo.
Dar marcha atrás era algo que requeriría de cada gramo de determinación que el poseyera, pero por fin consiguió obligarse a apartar las manos de ella y plantar las palmas en el muro, estirando los brazos lentamente para separarse.
Al final lo logró. Sus labios se separaron y el beso quedó interrumpido.
A Jonas le costó todavía más esfuerzo levantar la cabeza y no volver a zambullirse en él.
Se dio cuenta de que los dos respiraban entrecortadamente.
La miró a la cara, observando cómo abría los ojos y cómo éstos brillaban de puro deseo.
Aquella imagen le estremeció y se vio tentado a besarla de nuevo.
Se apartó de ella bruscamente, dando un paso atrás.
En medio de la penumbra, siguió mirando los ojos dilatados de Em.
– Esto -la voz de Jonas era ronca y amenazadora- es lo que me convierte en tu guardián. Lo que me da el derecho, no, lo que me confiere el poder de velar por ti y protegerte.
Em parpadeó. Jonas observó en sus ojos que la conciencia regresaba a ella paulatinamente, junto con su testaruda resistencia.
– Puedes negarlo rodo lo que quieras, pero te aseguro que yo no lo haré. -Le sostuvo la mirada-. Es real. Todo. Y no rengo intención de ignorarlo ni de volverle la espalda. Esto… -Hizo un gesto señalándolos a ambos- sucede sólo una vez en la vida. Y de ninguna manera pienso dejarlo pasar.
La expresión de Em se volvió tensa y entrecerró un poco los ojos mientras apretaba los labios en una línea firme.
Sin apartar la mirada de ella, Jonas respiró hondo.
– Antes me preguntaste lo que pienso, lo que deseo… Qué significa lo que hay entre nosotros. Para mí sólo significa una cosa. Que eres mía. Mía. Para abrazarte, para defenderte, para protegerte. Y no importa lo que me cueste, tengo la firme intención de hacer que tú también lo veas… y que lo aceptes.
A Em habían comenzado a llamearle los ojos, brillaban llenos de una negación absoluta. Ella negó bruscamente con la cabeza.
– No -dijo con voz baja y ronca. Tragó saliva antes de continuar-: Usted puede pensar, creer o haber decidido que soy suya, pero no lo soy. -Alzó la barbilla-. Y nunca lo seré.
El asintió con seriedad.
– Sí, lo eres… y lo serás. Es más, acabarás por aceptarlo definitivamente.
Ella entrecerró los ojos hasta que se convirtieron, en dos rendijas brillantes. Le sostuvo la mirada con aire beligerante, mostrándose tan terca como él. Jonas sabía que la joven deseaba decir la última palabra y esperó a oírla.
Pero en vez de eso, Em se limitó a alzar más la nariz, a girar sobre sus talones y marcharse con paso airado.
Jonas la observó atravesar la terraza. Recordando dónde estaban, se colocó bien la chaqueta y la siguió. La alcanzó cerca de la puertaventana del salón de baile y, cogiéndole la mano, se la puso en el brazo. Ella le lanzó una mirada aguda, pero permitió que la escoltara al interior.
Em iba a concentrarse por completo en localizar el tesoro Colyton y excluir con firmeza todo lo demás.
A la mañana siguiente, Em estaba sentada en el banco de la iglesia -que se había convertido rápidamente en el banco de su familia- fingiendo escuchar el sermón dominical. Dado que Filing estaba entregado por completo a su homilía e Issy le prestaba atención por las dos, Em no sintió la menor sensación de culpa al dejar vagar sus pensamientos.
Si «la casa más alta» no era Ballyclose Manor, lo más probable es que fuera Grange.
Por desgracia, buscar en Grange resultaría incluso más difícil que en Ballyclose. Era una mansión más pequeña, más cuidada, con menos personal aunque más activo, y todos los sirvientes la conocían de sobra. Además, era la casa de Jonas Tallent, su refugio; lo que suponía una complicación todavía mayor.
Sin ser consciente de ello, buscó con la mirada la cabeza oscura de su patrón. Todavía podía oír su «mía» resonando en los oídos. Como siempre, él estaba sentado en el primer banco de la iglesia, por lo que no podía mirarla con aquellos ojos inquietantes e implacables.
Lamentablemente, los de Em parecían irresistiblemente atraídos por él, por la oscura y bien formada cabeza, con aquel pelo negro y sedoso, por sus hombros anchos y elegantemente cubiertos por una chaqueta de fino paño gris.
La declaración de Jonas volvió a resonar en su cabeza. Aún más que las palabras, había sido su tono -diabólico y manifiestamente posesivo-lo que más la había afectado. Lo que todavía la afectaba de una manera completamente inquietante, a pesar de no ser más que un simple recuerdo.
Aun así, no estaba segura de lo que él le hacía sentir. Jamás había experimentado tal reacción, no tenía ningún conocimiento previo en el que basar su juicio. Y, sin embargo, estaba perfectamente segura de que los caballeros no deberían ir por ahí diciendo que las señoritas eran «suyas».
Se siguió diciendo a sí misma que debería apartar la mirada de él, pero por más que lo intentó, no lo consiguió.
El sermón de Filing no lograba atraer su atención.
Em respiró hondo y sintió una opresión en el pecho. No podía negar la atracción que había entre ellos -aunque después de aquel interludio en la terraza, sería malgastar saliva-, pero sí que podía resistirse a él, podía negarse a ceder a su lado más apasionado y no dejar que la condujera por caminos todavía inexplorados. Caminos que ella había pensado que jamás exploraría, que nunca tendría la oportunidad de hacerlo, no con una familia dependiendo de ella.
Caminos que no tenía tiempo de explorar, al menos en ese momento.
El servicio religioso terminó y todos se levantaron. A la salida de la iglesia, Em se detuvo a saludar a otros miembros de la congregación. Luego se alejó con paso seguro de la puerta hacia las primeras tumbas. Se volvió y buscó a sus hermanos con la vista. Las gemelas habían bajado las escaleras antes que ella y jugaban a pillar entre las lápidas sepulcrales. Con sus cabellos dorados brillando bajo los rayos del sol, parecían ángeles revoloteando de un lado a otro. Lejos de censurarlas, el resto de los feligreses sonreían ante sus travesuras.
Issy se había quedado rezagada en la puerta. Ahora estaba hablando con Filing, con las cabezas muy juntas.
En cuanto a Henry, Em no lo localizó al momento… Estaba en el último lugar al que ella habría querido mirar, ante los escalones de la iglesia acompañado de Jonas Tallent.
Hablando con Jonas Tallent.
Em entrecerró los ojos cuando se percató de la expresión ansiosa y animada de su hermano. Quería ir a rescatarle, pero vaciló. Acercarse a Tallent no estaba en su orden del día. Pero se moría por saber lo que le estaba diciendo a Henry para que éste, por lo general muy serio, pareciera tan entusiasmado.
Supo la respuesta unos minutos más tarde. Tras alejarse de Jonas, Henry miró a su alrededor, buscándola entre la multitud. Jonas, que sabía exactamente dónde estaba ella, la miró a los ojos y sonrió de una manera engreída y sagaz, aunque Em también notó cierto desafío en el gesto.
Henry la vio en ese momento y se acercó a ella corriendo. Tenía los ojos encendidos.
– Jonas, el señor Tallent, dice que me llevará a dar una vuelta en su cabriolé esta tarde. Tiene que ir a la costa para hacer unos recados y me ha preguntado si quiero acompañarle. -Los ojos de Henry brillaban con entusiasmo-. Me ha dicho que me enseñará a manejar las riendas. Puedo ir, ¿verdad? Ya le he dicho que sí, que creía que a ti no te importaría.
Conteniendo la tentación de mirar en la dirección de Jonas Tallent con los ojos entrecerrados, Em clavó la vista en la cara de su hermano. Ante el brillo entusiasmado que veía en sus ojos, que iluminaba todo su rostro, no le quedó más remedio que aceptar.
– Sí, está bien. Siempre que regreses a tiempo para la cena.
Henry soltó un grito y le dirigió una sonrisa radiante, luego se dio la vuelta y regresó corriendo junto a Jonas, que inteligentemente se había mantenido a distancia, para confirmar la cita.
– ¿Por qué quiere ir con Henry en vez de con nosotras?
Em bajó la mirada a Gert, que se había acercado a tiempo de oír la noticia de Henry. Bea estaba un paso por detrás, con un incipiente mohín en los labios.
– Edad antes que belleza -les informó-. Ahora vamos, tenemos que volver a casa.
Su casa era la posada. Resultaba extraño con qué facilidad aquel lugar se había convertido rápidamente en su hogar. Condujo a las niñas delante de ella y miró a Issy, que habiendo notado las señales de la inminente partida, se despidió del señor Filing y se apresuró a reunirse con ellas.
Luego, Em se volvió para mirar a Henry y le hizo una seña. Él asintió con la cabeza. Mientras se giraba para bajar por la ladera de la colina, Em vio por el rabillo del ojo que Henry se ponía en camino con Jonas Tallent a su lado.
Pero luego Filing llamó a Jonas, y éste se detuvo, indicándole a Henry que siguiera sin él. Cuando Jonas se dio la vuelta para hablar con el párroco, Em respiró hondo. Aún no estaba preparada para hablar con su patrón; no si podía evitarlo.
Acompañada de Issy, que sonreía con satisfacción a su lado, Em siguió a las gemelas camino abajo, rodeando el estanque de los patos. Henry las alcanzó enseguida con sus largas zancadas.
Em sabía que Jonas estaba en alguna parte del camino detrás de ellos. Podía sentir su mirada en la espalda. Se dio media vuelta para estudiar a Henry. Se preguntó si sería demasiado cínico pensar que Jonas había invitado a su hermano a pasear en cabriolé con él tras haber llegado a la conclusión lógica de que sería más fácil congraciarse con ella por medio de sus hermanos. Jonas era lo suficientemente inteligente para saber lo que necesitaba hacer para conseguir sus objetivos.
Pero quizás Em estaba viendo segundas intenciones donde no las había.
Por otro lado, si Jonas Tallent se pasaba la tarde paseando en cabriolé con Henry, no estaría en Grange.
Lo más sensato sería actuar cuando se presentaba la oportunidad.
Unos minutos después de las dos de la tarde, habiendo visto que Jonas se alejaba en el cabriolé con Henry sentado a su lado, Em llamó a la puerta trasera de Grange. Gladys, el ama de llaves, abrió al momento.
– ¡Señorita Beauregard! Por el amor de Dios… Debería haber llamado a la puerta principal, señorita. -Miró por encima del hombro-. ¿O es que Mortimer está echando la siesta y no la ha oído?
– No… No, nada de eso. He venido aquí a propósito. Quería… -Em le indicó con la cabeza la acogedora cocina que había un poco más allá- hablar con la cocinera y con usted.
Gladys pareció asombrada, pero la dejó pasar encantada.
– Si es ése el caso, querida, pase, pase y siéntese con nosotras.
Em entró, sonrió y saludó a la cocinera -a la que todos conocían como Cook-, que estaba amasando en la mesa de la cocina.
– Son bollos de naranja -dijo Cook en respuesta a su mirada inquisitiva.
– ¡Ah, bien! justo de eso venía a hablar con usted. Quería pedirle algunas recetas de comidas típicas del pueblo. He pensado en servir platos tradicionales de la zona en el restaurante de la posada. -Era una excusa sincera. De hecho, la idea se le había ocurrido hacía ya unos días-. Le dará a Red Bells un punto de distinción. En cierto modo haremos lo que nadie más ha hecho hasta ahora. Ofrecer platos y menús únicos de Colyton. Pero para ello debo recopilar las recetas especiales del pueblo.
Cook intercambió una mirada con Gladys.
– Bueno, creo que podemos ayudarla con eso.
Gladys asintió con la cabeza.
– Debería hablar también con Cilla en Dottswood, y con la cocinera de Ballyclose. Y también con la señora Hemmings en Colyton Manor.
– Y con la señora Farquarson -dijo Cook-. Posee un viejo libro de recetas de su tía, que vivió en Colyton durante toda su vida. Su tía murió hace ya tiempo, pero ella todavía conserva las recetas.
Em sacó papel y lápiz del bolsito y comenzó a tomar apuntes mientras Gladys preparaba té. Mortimer se unió a ellas. A Em le llevó un rato encontrar el momento oportuno antes de empezar a hacer averiguaciones, pero finalmente logró decir:
– Me ha sorprendido mucho el gran tamaño de los sótanos de la posada. -Lanzó una mirada a la puerta de madera que había al otro lado de la cocina-. ¿Saben si es normal en las casas de la zona? ¿Hay alguna razón en particular para que existan esos sótanos tan grandes?
Mortimer sonrió.
– No sé si hay alguna razón especial, pero los sótanos de esta mansión también son muy grandes. Hay varias estancias en ellos. Quizás, al ser una casa tan antigua donde en tiempos pasados vivía mucha más gente, se necesitase disponer de un lugar grande donde almacenar una gran cantidad de comida y cosas por el estilo. Incluso existen túneles subterráneos que conectan los sótanos de la mansión con los diversos edificios anexos, como los establos y la despensa.
A Em no le costó nada parecer interesada.
– ¿Cuántos años tiene esta casa?
– Pues respecto a eso, no sabría decirle, señorita. -Mortimer dejó la taza de té sobre la mesa-. Pero quizá lo sepa el señor Jonas.
Justo la última persona a la que Em quería preguntar. La joven sonrió y dejó pasar el tema, volviendo a retomar la búsqueda de recetas típicas.
Dos minutos después, sonó un ligero golpe en la puerta trasera que anunció la visita de la señorita Sweet y Phyllida Cynster.
– Buenos días, Gladys, querida. -La señorita Sweet entró como Pedro por su casa-. Oh, señorita Beauregard, qué alegría verla aquí… -La expresión de la señorita Sweet mostraba claramente lo confundida que estaba al encontrarse a Em sentada en la cocina.
Emily la saludó con una sonrisa y le explicó la razón que la había llevado allí. La señorita Sweet no tardó en mostrarse entusiasmada con la idea.
También Phyllida se mostró interesada.
– La señora Hemmings tiene un montón de recetas y estoy segura de que estará encantada de participar en la causa.
Al parecer, Phyllida había acompañado a la señorita Sweet a Grange sólo para asegurarse de que a la anciana no le ocurría ningún contratiempo en el camino del bosque.
– Debo regresar a casa, mis duendecillos no tardarán en meterse en algún lío.
– Perdón -dijo Em, recogiendo las notas que había tomado-, si no le importa, me gustaría acompañarla. Ya he terminado y, aunque sé que existe un camino que conduce a la parte trasera de la posada, no estoy segura de no perderme al intentar encontrarlo.
Phyllida sonrió.
– Yo se lo indicaré. De hecho, me encantará acompañarla.
Em les dio las gracias a Gladys, Cook y Mortimer, y a la recién llegada señorita Sweet, y se puso en camino con Phyllida.
Phyllida le señaló un camino estrecho, pero lo suficientemente ancho para que pudieran caminar una junto a la otra.
– Conduce desde la parte trasera de Grange al norte a través del bosque. Más adelante, hay un camino a la izquierda que la llevará directamente a la puerta trasera de la posada. Más allá, el camino rodea la parte de atrás de las casas que hay frente a la carretera, y finaliza justo en los establos de Colyton Manor.
– Es decir, que se trata de un atajo entre Grange, la posada y Colyton Manor.
Phyllida asintió con la cabeza.
– Jonas y yo somos los que más lo usamos desde hace tiempo. En ocasiones, mi hermano envía al jardinero de Grange para que lo despeje de maleza, pero existe desde antes de que yo naciera.
Ambas siguieron avanzando por el sendero en buena armonía.
– Hemos estado hablando de los sótanos de la posada -le dijo Em-. Y me han informado de que quizás usted o su hermano podrían saber algo más sobre su historia.
– Ah, sí. -Phyllida inclinó la cabeza sonriendo-. La razón por la que está comunicada con Grange se debe a que ésta ha sido de siempre la casa del magistrado local, que también es el dueño de la posada y quien, por consiguiente, mandó construir las celdas de la localidad en los sótanos de la posada en vez de en los de la mansión.
– ¿Los cuartos del sótano son celdas? La verdad es que me preguntaba qué serían.
– Se han usado muy pocas veces -le aseguró Phyllida-. De hecho, creo que la última persona que estuvo allí presa fue Lucifer. -Se rio al ver la cara de sorpresa que puso Em-. Fue un error, pero estaba inconsciente en ese momento. Tuve que rescatarle. Le cuidamos en Grange hasta que se recuperó.
Em se sintió tentada de preguntar más, pero decidió preguntar sobre lo que más le interesaba.
– Todavía estoy tratando de familiarizarme con la historia del pueblo y el papel que jugaron en ella las mansiones de Colyton. ¿Podría contarme algo sobre Grange? -Lanzó una mirada a Phyllida-. Tengo entendido que pertenece a su familia desde hace generaciones.
– Oh, en efecto… Casi desde la Conquista. Por supuesto, el edificio actual no es tan antiguo, las partes más antiguas datan de principios del siglo XV, aunque han sido ampliadas a lo largo de los años.
– ¿Y los magistrados locales han sido miembros de su familia durante todo ese tiempo?
– Más o menos. -Phyllida miró a Em y sonrió-. Hay algo que rae gustaría preguntarle. ¿De dónde procede su familia, señorita Beauregard?
Em le sonrió.
– Por favor, llámeme Emily, o Em, como todo el mundo. -Si vamos a dejar a un lado las formalidades, me gustaría que me llamaras Phyllida.
Em asintió con la cabeza.
– Con respecto a tu pregunta, mi abuelo estuvo trasladándose de un lado a otro del país antes de establecerse en York. Mi padre nació allí, como decía a menudo, bajo el sonido de las campanas de la catedral, y vivió allí toda su vida. Mi madre también procedía de una familia de la localidad, así como mi madrastra, la madre de las gemelas. -Así que las niñas son tus hermanastras.
– Sí, pero siempre hemos estado muy unidas. Cuando la madre de las gemelas murió, ellas se vinieron a vivir con nosotros.
– ¿Ah, sí? ¿Así que vivisteis separados algún tiempo?
Em no había tenido intención de contarle eso.
– Después de la muerte de mi padre, nosotros, Henry, Issy y yo, nos fuimos a vivir con un tío materno durante un tiempo. Pero luego tuvimos que abrirnos camino y fue entonces cuando comencé a regentar posadas. -Em sabía que se estaba moviendo en arenas movedizas y trató de cambiar de tema-. ¿Puedo suponer entonces que Grange es tan antigua como Colyton Manor?
Al mirar hacia delante, Em observó que había un camino lateral a la izquierda.
– Por lo que yo sé, sí. Pero empecé a vivir en Colyton Manor después de casarme, y no conozco su historia tan bien como la de Grange. Debería preguntarle a Lucifer.
Em se felicitó por haber sorteado con éxito el espinoso tema de su pasado reciente.
– Intentaré acordarme la próxima vez que lo vea. -Se detuvo en el cruce de caminos-. Aquí es donde debo desviarme, ¿no?
– En efecto. -Sonriente, Phyllida le tendió la mano-. Sin duda nos veremos en la posada. Su revitalización se está llevando a cabo muy deprisa… Me alegro de que ahora las damas tengamos un lugar agradable donde poder reunimos.
– La verdad es que se está haciendo muy popular. -Em le estrechó la mano y se giró hacia la posada-. Sólo espero que estemos a la altura de las expectativas.
– Estoy segura de que así será. -Phyllida se despidió de Em con la mano y luego continuó su camino.
Sin dejar de hacerse preguntas.
No le cabía la menor duda de que Emily Beauregard procedía de una buena familia. De la misma esfera social que ella misma. Cuando estaban juntas, existía entre las dos una gran camaradería, a falta de una descripción mejor, que Phyllida reconocía. Era la misma sensación de compartir experiencias y estilos de vida, que tenía cuando estaba con otras mujeres Cynster, las esposas del hermano y los primos de Lucifer.
No eran iguales, por supuesto, pero compartían las mismas metas, los mismos problemas, las mismas ambiciones. Había reconocido todos esos aspectos en Emily Beauregard. La joven era un espíritu afín.
Colyton Manor apareció ante ella. Phyllida atravesó el huerto, tomando nota de las hortalizas que debían ser recolectadas. Entró por la puerta de la cocina, deteniéndose a hablar con la señora Hemmings sobre la cena, luego continuó hacia la salita de atrás, donde había dejado a su bien parecido marido a cargo de los niños.
Tras la puerta cerrada de la salita, reinaba un extraño silencio. La abrió con cuidado. La escena que apareció ante sus ojos hizo que esbozara una tierna sonrisa.
Lucifer estaba tumbado de espaldas en la alfombra delante del sofá y tenía a sus dos hijos dormidos acurrucados a ambos lados de su cuerpo. Lo que fuera que hubieran estado haciendo les había dejado rendidos.
Entró sigilosamente en la estancia, no muy segura de si su marido estaba también dormido. Se sentó en el sofá, y miró con cariño las tres caras; las de los menores eran unas versiones más suaves y redondas de la de su padre. Incluso en reposo, él poseía los rasgos duros y angulosos que lo señalaban de modo inequívoco como miembro de la aristocracia.
Él movió sus ridículamente largas pestañas negras y clavó en ella aquellos ojos azul oscuro que siempre parecían llegar al fondo de su alma. Sonrió.
– ¿Qué has estado haciendo? -le preguntó Lucifer en voz baja.
– He vuelto caminando con la señorita Beauregard -le respondió en el mismo tono. Hizo una pausa y luego preguntó-: ¿Conocemos a alguien en York?
Le explicó todo lo que había descubierto sobre la posadera.
– No ha mencionado a Ballyclose Manor en ningún momento, pero preguntó por la historia de Grange.
– ¿Y sobre Colyton Manor? Son de la misma época.
Phyllida negó con la cabeza.
– Lo mencionó de pasada, pero tengo la impresión de que ahora le interesa Grange.
Lucifer arqueó las cejas.
– Interesante. Sin embargo, no tengo ni idea de lo que significa.
Se escucharon pasos en el vestíbulo y Phyllida alzó la mirada hacia la puerta. Se entreabrió y Jonas asomó la cabeza. Al ver la estampa familiar, sonrió ampliamente y, al igual que Phyllida antes, entró sigilosamente en la habitación.
Se acercó al respaldo del sofá, donde Lucifer podía verle, y le saludó con la cabeza; luego miró a Phyllida.
– Acabo de dejar a Henry Beauregard en la posada. Hemos ido a la costa en el cabriolé. Em no estaba allí, ¿la habéis visto?
Phyllida arqueó las cejas.
– Pues de hecho, sí. -Le explicó y relató todo lo que había descubierto.
Ninguno de ellos tenía ningún conocido en York a quien preguntar por los Beauregard.
Phyllida estudió a Jonas.
– ¿Has descubierto algo de Henry?
Jonas negó con la cabeza.
– En cuanto hago alguna pregunta sobre el pasado de la familia, se muestra muy cauteloso y circunspecto. Es demasiado inteligente para intentar engañarle de algún modo. Si no quiere hablar de algo, sencillamente no lo hace, así que no he podido averiguar nada. -Jonas vaciló y luego desplazó la mirada de Phyllida a Lucifer-. Pero he llegado a la conclusión de que sea lo que sea que Em esté buscando, y os aseguro que está buscando algo, lo mejor que podemos hacer es ayudarla. Diciéndole todo lo que quiera saber.
Lucifer hizo una mueca.
– Ayudaría mucho que nos lo preguntara directamente o, mejor todavía, que nos explicara lo que busca.
– Lo hará pronto, en cuanto nos conozca -dijo Jonas.
– Su interés parece haber pasado de Ballyclose a Grange -dijo Phyllida arqueando las cejas-. Me pregunto por qué.
Jonas frunció el ceño.
– Si ves a Pommeroy, podrías preguntarle si Em le habló de Ballyclose. Por ahora, a mí me evita. -No estaba dispuesto a explicar por qué, aunque la mirada repentinamente aguda de Lucifer le dijo que se hacía una idea de por dónde iban los tiros.
Phyllida asintió con la cabeza,
– Tengo el presentimiento de que sea lo que sea lo que esté buscando Emily, es algo antiguo. Relacionado de alguna manera con la historia y la época antigua. Y definitivamente es «algo», un objeto real.
Jonas asintió con la cabeza.
– Ojalá supiéramos lo que es.
Si supieran lo que Em estaba buscando, lo más probable es que pudieran ayudarla y entonces…
Y quizás entonces Jonas podría obligarla a que concentrara toda su atención en él y en lo que crecía entre ellos en vez de en la búsqueda que la joven llevaba a cabo.
A la mañana siguiente, Jonas cabalgaba a medio galope por los campos de su padre, siguiendo el curso del río Coly hacia donde éste se unía con el Axe. Acababa de inspeccionar la presa río abajo, comprobando que todo estaba bien. Ahora regresaba a Grange, recorriendo con la vista los dominios de su padre sin dejar de pensar en Emily Beauregard.
Desear que la joven le prestara toda su atención no era la única razón por la que Jonas quería que la búsqueda de Em concluyera de manera rápida y satisfactoria. Por fin sabía por qué el proyecto secreto de su posadera le hacía sentir tan inquieto… y era que tanto secretismo daba a entender que existía un complejo peligro potencial para la joven, un peligro que él no podía identificar dado que no sabía qué era lo que ella buscaba.
Pensar que Emily podía estar en peligro no era algo que él pudiera tomar a la ligera. Y ahora, tras haber aceptado finalmente lo que ella significaba para él, podía comprender por qué.
Frunció el ceño bajo el sol matutino y guió a Júpiter, su castrado negro, hacia delante. No habría visto a la pareja errante que se abría paso por el campo de maíz si las niñas no hubieran soltado una risita lo suficientemente fuerte para que Júpiter se encabritara, meneara la testuz y aplastara las orejas.
Jonas detuvo al caballo junto a unos árboles y observó las dos cabezas brillantes que atravesaban el sembrado y que se dirigían directamente a la ribera del río.
El Coly era un río pequeño y, dado que era octubre, no bajaba muy crecido, pero bajo la superficie suavemente ondulada había puntos en los que las corrientes eran muy fuertes y existían profundas pozas dispersas en todo su curso.
Era un río demasiado peligroso para que las niñas corrieran el riesgo de caer en él.
Jonas no quería llamar la atención de las gemelas, por lo menos no hasta que se hubieran olvidado de la promesa de llevarlas a dar un paseo en el cabriolé. Además, tal y como Em le había avisado, las dos niñas le ponían, si no nervioso, sí en guardia. El había crecido con Phyllida, pero tratar con una hermana no era lo mismo que tratar con unas gemelas, a pesar de que éstas podían llegar a convertirse en sus cuñadas.
Sin embargo, las niñas continuaron directas al río, paseando y brincando por el campo de maíz.
Jonas suspiró y puso a Júpiter al paso en dirección a las dos niñas. Se acercó a ellas manteniendo el mismo ritmo; luego, antes de que pudieran verlo, apretó ¡os talones contra los flancos del caballo y lo puso al trote, siguiendo una línea imaginaria entre las niñas y el río.
Tiró de las riendas justo cuando se interpuso en el camino de las gemelas.
Las niñas se detuvieron, alarmadas. Alzaron la mirada hacia él, le reconocieron y le brindaron unas sonrisas radiantes.
Antes de que el regocijo las inundara por completo, él arqueó una ceja.
– ¿Saben vuestras hermanas que estáis aquí?
La pregunta las detuvo en seco, interrumpiendo sus exclamaciones de alegría. Las gemelas intercambiaron una larga mirada, considerando qué decirle; luego volvieron a alzar la vista hacia él.
– No -dijo Gert.
– Se supone que estamos dibujando en nuestra habitación -explicó Bea como si esa actividad fuera la mayor pérdida de tiempo que se hubiera inventado nunca-. Pero es mucho más divertido salir a explorar fuera.
Sus expresiones indicaban claramente que esperaban que él las entendiera y compadeciera. Y lo cierto es que Jonas lo hacía. Hizo una mueca para que ellas la vieran.
– Es comprensible, pero el maizal y el río no son lugares suficientemente seguros; están llenos de peligros. Por ejemplo… -Dio rienda suelta a su imaginación y enumeró una lista de posibles eventualidades. Aunque las niñas no parecían impresionadas en absoluto, cuando les señaló lo preocupadas que estarían sus hermanas si llegaba a pasarles algo, y que nadie podría salvarlas porque se habían escapado sin permiso, sus expresiones se volvieron más serias, lo suficientemente serias para que él concluyera con un-: Así que por el momento, con la posada y la búsqueda, Em tiene preocupaciones de sobra sin necesidad de que vosotras añadáis más, ¿no creéis?
Ante eso las dos intercambiaron otra larga mirada, aunque esta vez parecían realmente contritas.
– Sólo queríamos explorar un poquito -le aseguró Bea con un mohín.
Ahora que ya las había convencido y sabiendo que no escaparían de él, Jonas se bajó de la silla.
– Vamos, os acompañaré a casa.
Le dieron la espalda al río y atajaron por el maizal; luego siguieron la hilera de setos hasta el bosque. Las niñas iban un poco adelantadas mientras él las seguía con las riendas de Júpiter en la mano. El enorme castrado bufó, no demasiado contento de tener que ir al paso.
– Queríamos ver qué había por ahí -dijo Gert, deslizando la mirada sobre el terreno que se extendía ante ellos-. Explorar un poco la zona ya que parece que vamos a quedarnos aquí bastante tiempo.
Si él tenía voz y voto en ese asunto, sí, se quedarían allí bastante tiempo.
– Es lo que les gusta a los Colyton -indicó Bea, como si eso lo explicara todo.
Jonas conocía las leyendas de los fundadores del pueblo que, de ser ciertas, aseguraban que éstos habían sido empedernidos aventureros; parecía que las gemelas habían escuchado las historias y decidido que ya que vivían en Colyton deberían emprender tal empresa…, aunque sólo fuera para averiguar qué se extendía más allá del horizonte.
– Sea como sea-dijo él-, dudo que vuestras hermanas lo aprobaran.
Bea hizo una mueca.
– Probablemente no.
– Les gusta que estemos a salvo. -Gert miró a Júpiter-. ¿Es un buen caballo?
Jonas miró a su castrado, que parecía haberse resignado a no galopar.
– Sí, es bastante bueno. -Observó a Gert y luego a Bea-. Debéis de estar cansadas… ¿Queréis montar en él el resto del camino?
Por supuesto que querían. Jonas las subió al caballo, pero sin acortar los estribos. El lomo de Júpiter era lo suficientemente ancho para que las dos niñas pudieran sentarse en él sin correr peligro de caerse.
– No os riáis -les advirtió Jonas mientras se ponía en marcha, conduciendo al enorme caballo por el camino-. No le gustan las risitas… a ningún caballo le gustan. Podría decidir que no quiere llevaros encima si os oye reír.
Las gemelas guardaron silencio durante los siguientes minutos. Luego comenzaron a hacerle preguntas sobre lo que veían desde su ventajosa posición.
Como Jonas conocía la zona muy bien -y podía verla mentalmente-, no tuvo problemas para responderles. Todavía seguían haciéndole preguntas cuando entraron en el patio de los establos detrás de i a posada.
John Ostler asomó la cabeza por la puerta de la cocina y luego se retiró. Un momento después, salió Em. Parecía muy sorprendida de verles cuando se acercó corriendo hacia ellos.
Jonas respondió a la pregunta que veía en sus ojos antes de que ella estuviera lo suficientemente cerca para hacerla.
– Están vivas, ilesas y perfectamente bien.
Em se detuvo, puso los brazos en jarras y alzó la vista hacia sus hermanitas.
– ¿Dónde estaban? -preguntó a Jonas mientras las miraba con los ojos entrecerrados; las dos niñas parecían un poco avergonzadas.
– Las encontré en dirección al río. Ya les he explicado por qué ése no es un buen lugar para explorar. Ni siquiera el bosque. -Jonas alargó los brazos, cogió a Gert por la cintura y la bajó al suelo; luego hizo lo mismo con Bea-. Les he sugerido que, por ahora, no pasen del bosque que hay a este lado del camino, y que se aseguren de tener permiso antes de aventurarse a salir.
Jonas dio un paso atrás y miró a las dos niñas. Ellas le devolvieron la mirada y asintieron solemnemente con la cabeza.
Em les dirigió una mirada desconfiada. Guardó un denso silencio durante un momento antes de decir:
– Será mejor que entréis y pidáis disculpas a Issy antes de subir a vuestra habitación y seguir con la lección.
Las dos echaron a correr hacia la posada después de esbozar unas idénticas sonrisas angelicales.
Em las observó marcharse y suspiró.
– Tendré que recordarle a Issy que necesitan un respiro. Tendrá que salir con ellas un rato entre clase y clase.
– Me parece una buena idea. -Jonas se quedó a su lado; no parecía tener prisa por marcharse.
Ella lo miró directamente a los ojos.
– ¿Qué les ha prometido?
Él le sostuvo la mirada durante un momento, con una expresión insondable en sus ojos, y luego sonrió.
– Les he hablado de los lugares de los alrededores, de lugares muy interesantes y distantes a los que no podrán ir solas. Luego les dije que si se comportaban bien y no vagaban por ahí solas, el mes que viene podría, en condicional por supuesto, encontrar tiempo para llevarlas a explorar un par de sitios.
Es decir, que les había ofrecido un incentivo a las gemelas para mantenerlas a raya.
– Gracias. -Em oyó el alivio en su voz y supo que realmente.se sentía aliviada-. Ha sido muy amable por su parte.
El caballo bufó y se movió, interponiéndose entre ellos y la posada. Jonas lanzó una mirada a la enorme bestia negra, que se quedó quieta obedientemente.
Luego la miró a ella.
– Lo cierto es que no lo hice por ellas, sino por usted -le dijo, después de considerarlo un rato.
Em sostuvo la mirada de esos ojos oscuros y supo que él lo decía en serio. Intentó, sin éxito, no ablandarse ante sus palabras. Ladeó la cabeza.
– Gracias de nuevo. Issy y yo nos habríamos puesto frenéticas en cuanto nos hubiéramos dado cuenta de la desaparición de las niñas.
Él asintió con la cabeza, pero no hizo ademán alguno de marcharse. Siguió mirándola a los ojos, con los labios curvados en una sonrisa inquietante, como si supiera algo que ella no sabía.
Em frunció el ceño.
– ¿Qué pasa?
– Estoy pensando que me merezco una recompensa.
El instinto de Em saltó en varias direcciones diferentes.
– ¿De qué recompensa habla?
– De esta recompensa.
Jonas le deslizó el brazo por la cintura y la apretó contra su cuerpo, haciendo que Em dejara de pensar incluso antes de que él inclinara la cabeza y capturara sus labios con los de él. Primero le pasó la lengua por los labios entreabiertos, luego la introdujo en su boca y la saboreó a placer. Provocándola y tentándola.
Em le devolvió el beso mientras sus mejores intenciones se esfumaban en el aire, apenas consciente de que el enorme caballo se interponía entre ellos y la posada, ocultándoles de manera eficaz de cualquier mirada indiscreta. Sólo se les veían las piernas, en una sugerente cercanía, pero nadie podía ver cómo él le inclinaba la cabeza a un lado para profundizar el beso, ni cómo ella alzaba los brazos para rodearle el cuello y apretarse contra él.
Para besarle mejor. Para gozar mejor del dulce intercambio. Para dar y recibir, para compartir el momento en todo su simple pero excitante, ilícito y emocionante placer.
Se dijo a sí misma que sólo era un beso. Un simple beso y nada más. Pero en tan sólo unos segundos se convirtió en un juego provocativo, en una batalla de voluntades, aunque quién tomaba y quién daba era algo cambiante y confuso. ¿Cómo era mejor? ¿Qué prefería cada uno? ¿Cuál era el camino a seguir para obtener el máximo placer? Esas eran las consideraciones que se agolpaban en la mente de Em cuando, para su decepción, él finalizó el beso.
Jonas levantó la cabeza y la miró a la cara. La observó parpadear, y leyó en sus ojos su absoluto y completo embeleso.
Apenas pudo contener una sonrisa triunfal.
Ignorando el impulso de sus más bajos instintos, se obligó a separarse de ella. Cuando estuvo seguro de que Em mantendría el equilibrio, la soltó y dio un paso atrás.
Se despidió de ella. No pudo evitar una sonrisa cuando murmuró:
– Hasta la próxima vez.
La próxima vez que hiciera una buena obra por ella, o la próxima vez que ella le recompensara…, o, lo más probable aún, la próxima vez que se encontraran a solas.
Por la mirada en sus ojos, Em no pudo decidir qué había querido decir él.
Como si no lo supiera tampoco, Jonas tiró de las riendas de Júpiter, guió al castrado hasta la salida, se subió a la silla de montar y cabalgó rumbo a su casa.
Dejándola allí, observando con aire perplejo cómo él se alejaba.