CAPÍTULO 07

A la mañana siguiente, Em fue a la iglesia acompañada de su familia. Se sentaron en el mismo banco que habían ocupado la semana anterior y que los demás miembros de la congregación habían dejado libre. Después de tan sólo dos semanas, sentía como si su familia y ella hubieran encontrado su lugar dentro de la sociedad del pueblo.

Durante todo el servicio, Emily contuvo la impaciencia y ocultó su interés por Silas Coombe, que se hallaba sentado dos filas por delante de ella. A pesar de que el sermón del señor Filing resultó tan conciso corno siempre, Em sentía que los minutos pasaban muy lentamente.

Cuando el párroco dio por fin la bendición, su familia y ella se unieron a la multitud de gente que salía de la iglesia. Como siempre, los fieles se reunieron en el espacio libre ante las tumbas para intercambiar noticias y opiniones con sus vecinos, poniéndose al día de todo lo que había ocurrido en el condado. Henry y las gemelas no necesitaron que nadie les animara a marcharse; estuvieron encantados de volver solos a la posada y, desde su ventajosa posición en la colina, Em íes observó dirigirse hacia allí.

Issy y ella circularon entre los corrillos frente a la iglesia, deteniéndose para charlar con los clientes. Mientras Issy esperaba a que el señor Filing quedara libre, Em no perdía de vista a Silas Coombe, aguardando el momento oportuno para acercarse a él.

Jonas Tallent estaba entre la multitud, y aunque ella no le buscó, pudo sentir su mirada; sabía que la estaba observando. Cuando hablara con Coombe, tendría que hacer que pareciera un encuentro casual, como si se hubiera detenido a charlar educadamente con un conocido.

Como las tres chicas le habían dicho, Coombe no fue difícil de localizar. Iba vestido con una chaqueta de color verde chillón, tan brillante como las alas de una mariposa, un chaleco amarillo narciso con grandes botones plateados y, de acuerdo con la moda actual, una corbata de color marfil, anudada con un nudo suave y mullido. Destacaba entre la multitud como un pavo real en medio de palomas. Era de baja estatura y algo rollizo, y su apariencia era decididamente extravagante.

Al menos era imposible confundirlo.

Por fin, Filing apareció al lado de Issy, por lo que Em se volvió para hablar con la señora Weatherspoon, dándole a la pareja un poco de intimidad. Al dejar a la temible dama, Emily lanzó una mirada a Coombe, y vio que se despedía con una reverencia de lady Fortemain, alejándose de la anciana.

Para Em fue muy sencillo interponerse en su camino y tropezar con él sin querer.

– Señor Coombe -dijo ella, inclinando la cabeza. Se detuvo y sonrió alentadoramente cuando al hombre se le iluminaron los ojos.

Él se quitó el sombrero y le hizo una elegante reverencia.

– ¡Señorita Beauregard! Un placer, querida. Debo felicitarla por las numerosas y excelentes mejoras que ha realizado en la posada. Está completamente restaurada, y sin duda, mucho mejor de lo que estaba antes.

– Gracias, señor Coombe. Por lo que he oído, usted debería saberlo mejor que nadie, siendo como es el historiador del pueblo.

– Sí, efectivamente. -Coombe se agarró las solapas y sacó pecho-. La posada ha sido el centro neurálgico del pueblo durante siglos, ¿sabe? ¿Por qué razón? Pues podría decirle que…

– Oh, ¿de veras? -Em le puso una mano en el brazo, interrumpiendo la perorata del hombre. Aquello iba a ser más fácil de lo que había previsto-. Me encantaría escuchar todo lo que pueda contarme, señor, pero dada la hora que es, me temo que debo regresar sin más demora a la posada para supervisar el almuerzo. -Pareció un poco indecisa y, de hecho, lo estaba-. Pero me gustaría hablar con usted sobre el tema. ¿Podría ir a visitarle esta tarde? Realmente me sería de mucha ayuda conocer cómo era Colyton antes.

La sonrisa de Coombe fue absolutamente radiante.

– Nada me gustaría más, señorita Beauregard. -Pareció algo tímido-. He oído por ahí que está muy interesada en la historia del pueblo.

Lo más seguro era que se lo hubiera comentado alguien de Manor, pero le daba igual.

– En efecto, señor. Creo que posee un montón de libros que tratan sobre el pasado del pueblo. -Apoyándose en su brazo, Em se acercó más a él y le habló con voz queda para asegurarse de que la pareja que estaba a su espalda no la escuchaba-. Además de recabar información sobre la posada, me encantaría ver su colección.

La sonrisa de Coombe no podía ser más brillante.

– Nada podría hacerme más feliz, querida. La espero esta tarde. Estaré encantado de ponerme a su servicio.

– Hasta entonces, pues. -Dejó caer la mano y dio un paso atrás. Con una elegante inclinación de cabeza y una sonrisa reservada, se alejó de Coombe. Él parecía considerar la reunión con aire conspirador y, consciente de que Jonas la estaba observando, Em regresó al lado de Issy donde no importaba que la viera. Era muy poco probable que Coombe hablara de su cita, incluso aunque le preguntaran.

Su encuentro había sido muy breve. No había hablado con Coombe más que con los demás. Segura de haber tenido éxito en ocultar la cita ante los ojos siempre atentos de su patrón, tomó a Issy del brazo y regresó a la posada.


Poco antes de las tres, ataviada con un vestido de paseo rojo oscuro que raras veces se ponía, Em salió a paso vivo hacia la carretera que había frente a Red Bells. Su némesis estaba cómodamente instalado en la barra de la taberna con una cerveza en la mano. Ella se había escabullido por la puerta trasera de la posada y luego dio un rodeo para librarse de su mirada vigilante.

Su furiosa mirada vigilante. Por alguna razón, la habitual expresión afable de Jonas había cambiado. Aunque seguía observándola de manera implacable, definitivamente no parecía estar muy contento.

Quizá comenzaba a creer que realmente ella no estaba interesada en él.

Por extraño que pareciera, aquel pensamiento no le había levantado el ánimo, sino que, por el contrario, le hizo fruncir el ceño. Pero antes de que pudiera profundizar en aquellas emociones tan contradictorias, apareció ante su vista el portón de la última casa, frente a la entrada del cementerio.

Se detuvo ante ella y lanzó una rápida ojeada a su alrededor. Al ver que no había nadie, respiró hondo, abrió el portón y recorrió con rapidez el camino que conducía a la puerta principal.

Fue el propio Coombe quien respondió a la llamada; la prontitud con la que abrió la puerta sugería que estaba esperando su llegada, y que probablemente hubiera estado rondando por el vestíbulo. Por un momento un escalofrío de inquietud le recorrió la espalda, pero Em se obligó a sonreír y, tras responder a la reverencia cortés del hombre, entró en la casa.

Coombe cerró la puerta y con un gesto grandilocuente la invitó a pasar a una salita.

– Por favor, señorita Beauregard, póngase cómoda.

Era más fácil decirlo que hacerlo; hasta ese momento no había recordado lo impropio que era que una dama visitara sola la casa de un hombre, soltero. Lo cierto es que no había pensado en que Coombe era soltero, ni siquiera había pensado en él como hombre, sino como un medio para conseguir información, pero su instinto le advertía que estuviera en guardia.

Sin más opción que un sillón casi enterrado bajo un montón de cojines y un pequeño sofá, eligió este último, y deseó no haberlo hecho cuando el señor Coombe se unió a ella. Em se mantuvo en una esquina del sofá, rogando para que él se mantuviera en la suya. En el mismo momento en que el hombre se colocó los faldones de la chaqueta, ella le preguntó:

– Señor, ¿tiene algún libro que trate de la posada y su historia?

– En efecto, señorita Beauregard -respondió Coombe adoptando una expresión de superioridad-. Pero creo que puedo ahorrarle mucho tiempo si le digo que ya he realizado una investigación sobre el tema.

– Qué fascinante. -Em se resignó a escuchar todo lo que él sabía sobre el establecimiento-. Le ruego que me informe al respecto, señor.

Coombe aceptó encantado. Em se esforzó por parecer interesada y soltó las exclamaciones de rigor cuando era conveniente. Aunque Coombe la sorprendió con algunos hechos que no conocía ni suponía.

Uno de esos hechos la dejó particularmente perpleja.

– ¿La posada siempre ha sido propiedad de los Tallent?

– Sí, en efecto… fue un proyecto suyo desde el principio. Un lugar de esparcimiento para los trabajadores de la hacienda y la gente del pueblo, aunque por supuesto, Colyton era un pueblo mucho más pequeño por aquel entonces.

Em frunció el ceño.

– Así que los Tallent llevan asentados en el pueblo desde… bueno, ¿sabe desde cuándo?

Coombe asintió con la cabeza.

– Lo más probable es que estén aquí desde la Conquista.

– ¿Hubo alguna época en que los Tallent fueran los líderes sociales del pueblo?

Coombe arqueó las cejas.

– Me figuro que sí, pero creo que los Fortemain llevan el mismo período de tiempo en la zona, y luego están los Smollet, aunque debo añadir que sus orígenes no son tan relevantes.

Em archivó la información para examinarla más tarde.

– ¿Y qué sabe sobre las mansiones más grandes como Ballyclose Manor y Grange? Estoy muy interesada en la arquitectura de épocas antiguas, qué tipo de casas, habitaciones y costumbres tenía la gente. -Clavó la mirada en la cara de Coombe-. En particular me preguntaba por Ballyclose Manor. ¿Tiene algún libro que trate sobre la historia de la propiedad?

Em leyó la expresión de Coombe con facilidad; hubiera querido decirle que sí, hubiera querido impresionarla con sus conocimientos, pero reconoció la verdad con pesar.

– Por desgracia, no. Horado Welham, el caballero que fue el anterior propietario de Colyton Manor, era un gran coleccionista y adquirió gran parte de la biblioteca de Ballyclose hace años; a su muerte, Cedric Fortemain volvió a comprar los libros. También me convenció para que le cediera algunos de los que yo poseía, así que todos los libros con datos sobre Ballyclose están en la biblioteca de la mansión.

– Entiendo.

Su decepción debió de resultar evidente. Coombe se acercó más a ella y le puso una mano en el brazo.

– Pero no se preocupe por Ballyclose, mi querida señorita Beauregard. Tengo aquí muchos libros sobre el tema que le pueden interesar. -Clavó los ojos en la cara de la joven; parecía como si intentara atraerla hacia él.

– Ah, puede ser. -Retiró el brazo de debajo de la mano de Coombe y se encogió contra la esquina del sofá-. Pero tengo por costumbre estudiar los temas uno por uno, y en este momento estoy interesada en aprender todo lo que pueda sobre Ballyclose Manor.

Coombe entrecerró los ojos y le dirigió una mirada sugerente y lasciva mientras se acercaba más a ella.

– Venga, querida…, no tiene por qué ser tímida. Los dos sabemos que está aquí para estudiar algo muy diferente. Y yo estaré encantado de enseñarle todo lo que sé sobre el arte del coqueteo, algo que sólo puede aprender de un caballero de mi experiencia y mi gran genio artístico.

Anonadada, Emily se lo quedó mirando fijamente, luego agarró el bolso y se levantó de un salto.

– ¡Señor Coombe! No estoy aquí para estudiar nada de eso. Si es eso lo que cree, no sólo está muy equivocado sino que además es un obtuso redomado. Y en vista de que no tiene más información que ofrecerme, ¡me voy ahora mismo!

– Oh, yo sólo quería… -A Coombe se le descompuso el rostro. Se puso en pie con dificultad-. Señorita Beauregard… De verdad, querida…, créame, es sólo un malentendido.

Em ignoró sus palabras inconexas. Atravesó la salita hacia la puerta principal y salió de la casa. En el porche, recordó que alguien podría pasar por la calle, que cualquiera podría verla. Respiró hondo y se volvió para mirar al señor Coombe. Estaba parado en el umbral de la puerta retorciéndose las manos, con una cómica mirada de consternación en los ojos. Ella apretó los labios y le lanzó una mirada fulminante, luego se despidió con un brusco gesto de cabeza.

– Buenos días, señor Coombe.

Girando sobre sus talones, Em se dirigió al portón, lo abrió y salió a la calle. Volvió a poner el pasador con tranquilidad y luego, sin volver la vista atrás, echó a andar a paso vivo. Recordó lo sucedido y sintió que le ardían las mejillas. ¿Cómo se atrevía el señor Coombe a pensar que…? Pero claro, ella era la posadera y él debió de asumir que debía de estar desesperada si había aceptado ese trabajo.

Las emociones burbujearon en su interior: agitación, horrorizada certeza, rabia e irritación por que la hubiera interpretado mal. ¡Cómo podía haber pensado eso de ella, Santo Dios! Decir que estaba furiosa era quedarse corta; una definición muy pobre para describir lo que estaba sintiendo. Se le había insinuado como si ella fuera una…

– ¿Ha encontrado lo que estaba buscando?

Las palabras hicieron que trastabillara, pero tomó aire, alzó la cabeza y siguió adelante.

– No.

Escuchó un susurro de hojas cuando él abandonó la sombra de un arbusto cercano, y luego el suave sonido de sus pasos cuando la alcanzó con un par de zancadas.

Jonas caminó a su lado.

– Si me dijera lo que anda buscando, podría ayudarla.

Durante esa semana, Em no había avanzado nada en su búsqueda. Issy estaba distraída, y ella estaba buscando sola. No le vendría mal un poco de ayuda inteligente de alguien de la localidad, pero negó tajantemente con la cabeza.

– No estoy buscando nada… sólo quiero saber.

– Bien, dígame lo que quiere saber. Quizá yo conozca la respuesta o al menos sepa cómo obtenerla.

Sonaba tan razonable que ella se detuvo y se giró para mirarle.

Jonas también se detuvo y bajó la vista hacia ella, observándola mientras ella le estudiaba la cara y le miraba directamente a los ojos. Por primera vez, Em consideró realmente confiar en él, dejar que se acercara, aceptar su ayuda… aceptarle. El pudo ver la vacilación en sus ojos y sospechó que la joven había llegado a una conclusión muy poco halagüeña porque frunció los labios y meneó la cabeza.

Em volvió a mirar al frente y siguió caminando.

Decepcionado, pero no sorprendido, Jonas volvió a ajustar su paso al de ella. Observó el perfil de Em, preguntándose qué hacía falta para atravesar sus defensas, para conseguir que lo aceptara y dejar que la ayudara en lo que fuera que estuviera buscando, y sólo entonces notó el rubor que le cubría las mejillas.

Sintió que se quedaba literalmente frío, pero no por pérdida de calor, sino por una repentina oleada de creciente furia helada. Respiró hondo y mantuvo el tono de voz tranquilo mientras escogía las palabras cuidadosamente.

– Emily, Coombe es de sobra conocido por mal interpretar a las damas, por leer en las palabras de las mujeres lo que él quiere escuchar. Le sucedió a Phyllida en el pasado. -Manteniendo el mismo paso que ella, inclinó la cabeza para mirarla a la cara-. No la habrá interpretado mal a usted también, ¿verdad?

Un nuevo sonrojo fue la respuesta que él necesitaba. Se detuvo bruscamente.

– ¿Que le ha hecho? -Alargó la mano y la cogió del brazo, obligándola a mirarle.

Em parpadeó, aturdida -o más bien horrorizada-por su tono. Había algo mucho más primitivo que un caballeroso sentido de protección debajo de ese gruñido y del fuego brillante que ardía en sus ojos. Jonas endureció los rasgos. Em se tragó la sorpresa y negó con la cabeza.

– ¡Nada!

Fue evidente que él no se relajó; en todo caso, sus rasgos se ensombrecieron aún más.

– No me hizo nada -repitió ella con voz firme.

No podría hacer pedazos a Coombe si la seguía en dirección opuesta, así que Em se dio media vuelta y comenzó a andar de nuevo. Después de una breve vacilación, Jonas la siguió. Ella giró la cabeza hacia él.

– Sí que me mal interpretó, pero si usted cree que no soy capaz de poner a un caballero en su lugar, se equivoca totalmente.

– ¿Seguro?

Seguía gruñendo. Emily sintió que le ardían las mejillas al recordar que había sido incapaz de ponerlo a él en su lugar. Así que le respondió indignada.

– Usted simplemente es un estúpido cabezota. La mayoría de los hombres habría aceptado mi rechazo y mi decisión con rapidez.

El soltó un bufido, pero volvió a ajustar su paso al de ella en dos largas zancadas. Em estaba a punto de felicitarse por haber ganado esa batalla, cuando él le aseguró con rotundidad:

– Aun así, iré a ver a Coombe.

– ¡No, no lo hará! -estalló ella con un frustrado siseo, volviéndose hacia él. Cerró los puños y le lanzó una mirada airada-. No soy asunto suyo. No tiene que protegerme de ninguna manera. Lo que ha sucedido entre Coombe y yo no le incumbe. Que usted me haya besado y yo se lo haya permitido, devolviéndole el beso de manera insensata, no quiere decir nada. Y lo sabe de sobra.

Jonas puso una cara inexpresiva. Bajó la mirada hacia ella sólo por un momento.

– ¿No quiere decir nada? -dijo.

Exasperada, ella alzó las manos.

– ¿Qué quiere que signifique? ¿Algo?

Volviendo a bajar la vista a los brillantes ojos de ella, Jonas descubrió que no conocía la respuesta a esa pregunta. No había pensado en ello, no se había preguntado al respecto.

Emily le sostuvo la mirada. La joven pareció percibir su confusión, luego emitió un bufido.

– Allí lo tiene. -Se dio la vuelta y comenzó a andar de nuevo. Le habló sin volver la vista atrás-. Ya se lo he dicho antes, Jonas Tallent, en numerosas ocasiones. No soy asunto suyo.

Y él le había dicho que estaba equivocada.

Jonas puso los brazos en jarras y se detuvo, observándola caminar por la carretera, dejando que sus palabras de rechazo retumbaran en su mente una y otra vez.

No se asentaron, no encajaron… porque no eran ciertas.

No se correspondían con lo que él sentía… y, desde luego, tampoco se correspondían con lo que ella sentía.

Em le había hecho una pregunta y él desconocía la respuesta. Así que, ¿qué quería él en realidad? ¿Qué significaba todo aquello?

Bajó las manos y la siguió.


Diez minutos después, Jonas se dejó caer en un banco en el extremo más oscuro del salón y tomó un largo trago de la jarra de cerveza que Edgar le había servido.

Había seguido a Em de regreso a Red Bells. Ella se había apresurado a entrar con la cabeza bien alta y, tras echar un vistazo a su alrededor, había buscado refugio en su despacho.

En vez de seguirla, Jonas buscó refugio en las sombras.

Ya hubiera sido a propósito o no, ella le había arrojado otro guante en el camino. Le había lanzado otro desafío al hacerle una pregunta para la que no tenía respuesta. Y si quería seguir persiguiéndola, tenía que superar aquel escollo.

Emily le había pedido específicamente que definiera dicha persecución, que explicara exactamente qué quería de ella.

Y él tenía que admitir que era una petición justa y razonable.

Lo más probable es que ella creyera que su falta de respuesta inmediata a la pregunta quisiera decir que él no iba en serio, pero iba muy en serio. Completamente en serio. Lo que pasaba es que no había seguido sus intenciones hasta un final lógico ni definido su objetivo final. Pero esa omisión no quería decir que no tuviera intención de conseguir dicho objetivo final, sino que aún no sabía cómo expresarlo con palabras.

Porque no resultaba fácil, y porque en lo que a él y a ella concernía, lo que estaba surgiendo entre ellos no parecía tener nada que ver con la lógica. Ni con la razón. Podría analizar la situación todo lo que quisiera, pero aquella relación, en cada uno de sus niveles, estaba siendo impulsada por sentimientos y emociones, y, aún más, por sus reacciones a ella… y tales inquietantes manifestaciones desafiaban la lógica a cada paso.

Apoyó la espalda contra la pared y estiró las piernas ante sí. Se tomó el resto de la cerveza y mientras transcurría la tarde se pasó el rato observando cómo Emily Beauregard revoloteaba por la posada, haciendo su trabajo eficientemente y lanzándole de vez en cuando miradas con los ojos entornados.

¿Qué quería de ella? ¿De ella o con ella?

Sabía que había varias respuestas. La quería en su cama y también que confiara en él, pues por alguna razón que no lograba comprender, ella se sentía obligada a cargar sobre sus delgados hombros con las penas de todo el mundo. Y lo que eso conllevaba brillaba con claridad en la mente de Jonas: quería protegerla, compartir su vida y que ella compartiera la de él.

Teniendo en cuenta todo eso, ¿qué era lo que quería de ella? ¿Cuál era exactamente la posición que él quería que ella ocupara en su vida?

¿V podía asegurar, sin duda alguna, que era eso lo que él necesitaba?

Cuando se levantó, dejando la jarra vacía sobre la mesa, y se dirigió a la puerta, tenía la respuesta a todas sus preguntas y también a la de ella.

Había definido su objetivo final.

Ahora lo único que tenía que hacer era conducir a Emily hacia dicho objetivo. Y convencerla de que estuviera de acuerdo con él.

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