La mañana del lunes amaneció radiante y majestuosa. Em se levantó temprano para atender sus quehaceres de posadera. Jonas llegaría a media mañana para echar un vistazo a los libros de cuentas. Todo estaba listo, así que en realidad no necesitaba preparar nada de antemano.
Los clientes llegaron pronto para tomar un té matutino y degustar uno de los bollos de Hilda. Todo iba sobre ruedas. El salón público estaba casi abarrotado por los clientes de la mañana, lo que era una prueba fehaciente del éxito de la posada. En una de las idas y venidas a su despacho, Em escuchó crujir la grava del patio bajo el peso de las ruedas de un carruaje.
Dando por hecho que Jonas había llegado en el cabriolé, abandonó su santuario y se dirigió a la puerta abierta de la posada. Antes de que su parte más sabia le preguntara qué diablos estaba haciendo, asomó la cabeza por la puerta y…
Retrocedió de inmediato.
El caballero que bajaba del vehículo no era Jonas. Y la había visto.
A pesar de todo, ella giró en redondo y se apresuró, casi corrió, de vuelta a su despacho, pero no llegó a tiempo. Acababa de alcanzar el mostrador del bar, cuando una voz resonante bramó:
– ¡Detente, Em! ¿Dónde demonios crees que vas, chica?
Todos y cada uno de los clientes que había en el salón dejaron de hablar y volvieron la cabeza hacia él. Los deliciosos bollos quedaron olvidados mientras los presentes contemplaban al alto y regordete caballero que se había detenido en la puerta con una expresión de profundo resentimiento en la cara.
Em se quedó paralizada y se quedó mirando -como todo el mundo-a su tío, Harold Potheridge, el que tenía una residencia en Leicestershire con sirvientes a los que no les pagaba un sueldo.
El hombre frunció el ceño y levantó el bastón hacia ella.
– Te he buscado por todas partes. -Avanzó pesadamente por el salón. Iba elegante, a pesar de que su atuendo era un poco llamativo. Llevaba bastón, aunque no lo necesitaba, pues todavía se movía de manera vigorosa y con la cabeza bien erguida.
Por el rabillo del ojo, Em vio que Edgar salía desde detrás del mostrador del bar. Ella medio esperaba que él apareciera a su lado, pero no lo hizo. Harold siguió avanzando con aire beligerante hasta el centro de la estancia, sin prestar atención a los clientes que le rodeaban.
– No tienes nada que decir, ¿eh? -El hombre se detuvo en el espacio libre entre la barra del bar y los sillones, claramente satisfecho de tener público, y se apoyó en el bastón, lanzando una mirada furiosa a su sobrina-. ¿Cómo pudiste escaparte de mi casa después de que me hiciera cargo de tus hermanos y de ti, de que incluso acogiera a esas diabólicas hermanastras tuyas cuando debería haberlas puesto de patitas en la calle, como era mi derecho?
Se escuchó un murmullo ahogado en la parte femenina de la estancia, a espaldas de Harold. Al no ver las expresiones de creciente indignación de las mujeres, el hombre esbozó una astuta sonrisa, imaginando que era la actitud desconsiderada de su sobrina al abandonar la casa lo que había provocado tal reacción.
Em se obligó a quedarse quieta y a enfrentarse a él. Era demasiado tarde para reparar el daño que su tío ya había hecho. Issy estaba arriba con las gemelas, por lo que no oirían la conmoción, y Henry estaba a salvo en la rectoría con Joshua. Podía encargarse ella misma de Harold.
Inclinó la cabeza con frialdad.
– Buenos días, tío Harold. Le dejé una nota… habías ido a cazar, por si no lo recuerdas.
– ¡Lo recuerdo muy bien, chica! -respondió Harold con voz furiosa-. ¡Lo que no logro comprender es por qué te has escapado de casa! ¿Cómo te atreviste a marcharte? -Golpeó el suelo con el bastón para dar más énfasis a sus palabras-. Me hice cargo de ti. Y te recuerdo que tu lugar y el de tus hermanos está conmigo. -Agitó el bastón ante ella y luego señaló la puerta con él-. Ve a recoger tus cosas… Regresáis conmigo a Runcorn inmediatamente.
Em alzó la barbilla.
– Creo que no, tío. -La cara de Harold comenzó a ponerse roja. Ella se apresuró a continuar-: Si consultas con el señor Cunningham, nuestro abogado, ¿recuerdas?, te confirmará que a partir de la fecha de mi vigésimo quinto cumpleaños, hace justo un mes, me convertí en una persona independiente y asumí la tutela de mis hermanos, sustituyéndote a ti corno tutor. En consecuencia, donde decidamos vivir ya no es asunto tuyo.
Em sintió una presencia familiar a su espalda. Jonas había llegado. Estaba muy cerca, pero no tanto como para empeorar las cosas.
– Así que… -Ella centró la atención en la verdadera amenaza de la estancia-, lo que hagamos o no con nuestras vidas no te incumbe en absoluto.
Los pequeños y brillantes ojos azules de Harold parecieron salirse de sus órbitas sin apartarse en ningún momento de la cara de Em.
– Me importa un bledo lo que diga ese abogado de pacotilla. Soy tu tío, carne de tu carne, y sé lo que es más conveniente para vosotros. -Volvió a golpear el suelo con el bastón.
Em sintió que Jonas se removía inquieto.
– Me temo, tío, que no. -Alzó la barbilla-. Nos encontramos muy bien aquí.
La expresión de Harold se volvió furiosa.
– ¡Maldición! ¡Haréis lo que yo diga! Recoge tus cosas ahora y vete a buscar a esas condenadas hermanas tuyas y al inútil de tu hermano.
– No. -Em se mantuvo firme. Lo mejor que podía hacer era decir la verdad, era la única defensa sólida-. No volveremos a Runcorn, no pensamos continuar trabajando para ti como criados sin remuneración. Nos has utilizado durante ocho años. A nosotros, carne de tu carne, pero eso se ha acabado. Te sugiero que regreses a Runcorn y contrates personal, ya que imagino que debe de ser muy incómodo para ti ocuparte de una casa tan grande, sobre todo estando el invierno tan cerca.
Por la expresión que puso su tío, parecía que no daba crédito a sus oídos.
– Esto -dijo a voz en grito-no es correcto… No me importa lo que diga ese abogaducho tuyo.
Por primera vez miró al público en busca de apoyo. Paseó la mirada con rapidez por las expresiones fascinadas e indignadas de las mujeres, y luego más lentamente por los hombres que se encontraban en la barra, hasta detenerla en el hombre que había detrás de Em. Jonas.
– ¿Quién es el magistrado de este lugar?
El tono que empicó para «este lugar» encerraba una advertencia, pero Jonas sonrió. Em lo vio por el rabillo del ojo, y pensó que si esa sonrisa hubiera estado dirigida a ella, no dudaría en echar a correr.
– Pues da la casualidad de que el magistrado es mi padre -respondió Jonas-. Pero no se encuentra aquí en este momento y no esperamos que vuelva pronto. -Omitió añadir que durante la larga ausencia de su padre, él se encargaba de sustituirle.
Harold lanzó una mirada airada en dirección a Em, que no se inmutó en lo más mínimo.
– Esperaré -gruñó su tío.
Entonces clavó sus pequeños ojos azules en Em, golpeó el suelo con el bastón una última vez y se giró hacia la puerta gritando:
– La ley está de mi parte. El magistrado me dará la razón y, entonces, señorita, tus hermanastras se irán a la calle, y tu hermana y tú volveréis a fregar los suelos de Runcorn… ¡Acuérdate bien de lo que te digo!
Jonas se acercó a Em, pero el viejo fanfarrón había terminado. Giró sobre sus talones y salió a grandes zancadas de la posada, antes de que Jonas o Joshua, que había entrado sigilosamente en la posada unos minutos antes, o el resto de los hombres que se habían levantado de sus asientos, le mostraran la salida.
Conociendo la inclinación de Em por decir la última palabra, a Jonas le sorprendió que guardara silencio mientras su tío -¿sería realmente su tío?-salía de la posada.
La miró. Con la cabeza erguida y la espalda rígida, ella permanecía quieta, observando salir al hombre. En cuanto lo vio cruzar la puerta, la joven comenzó a temblar.
De repente, Em se encontró sentada en uno de los sillones de orejas, Jonas daba órdenes y Joshua se encargaba de que se cumplieran. Lady Fortemain y la anciana señora Smollet estaban sentadas a cada lado de Em, dándole palmaditas en las manos y asegurándole de diversas maneras que todo iría bien.
Entonces llegó Hilda, abriéndose paso a codazos para poner una taza grande de té, hecha justo como a Em le gustaba, en sus manos.
– Tómeselo ya. En cuanto lo haga, se sentirá mucho mejor. -Hilda lanzó una mirada a Jonas, que estaba de pie con los brazos enjarras, observando a su posadera con expresión seria-. Y luego decidiremos qué hacer.
Hilda se volvió y le clavó a Jonas un dedo en el pecho, aunque él no se interponía en su camino.
– Déjela respirar. Necesita recobrar el aliento, ¿de acuerdo? -Dicho eso, regresó a la cocina.
Em tomó un sorbo de té mientras intentaba calmar los nervios, concentrarse en sus pensamientos y decidir qué hacer. Se había librado de Harold por el momento, pero sabía que su tío volvería. Estaba segura de ello.
Un pequeño alboroto anunció la llegada de Phyllida con Lucifer a la zaga. Phyllida observó a su gemelo; Jonas ni siquiera la miró, pero ella pareció leer todo i o que necesitaba saber en la expresión de su cara. Inclinándose, puso la mano sobre el brazo de Em y le dio un suave apretón.
– La señorita Sweet nos ha contado lo sucedido. Estamos aquí para cualquier cosa que necesites.
Em la miró directamente a los ojos oscuros y parpadeó. Un rápido vistazo a su alrededor le indicó que todos los presentes asentían con la cabeza de común acuerdo, incluido Jonas.
Lady Fortemain se acercó más a ella.
– ¿Es verdad lo que ha contado? ¿Que ese hombre, su tío, les hizo trabajar en su casa como sirvientes sin remuneración?
– Sí. -Em hizo una pausa, tomó aire y dejó que la verdad saliera de sus labios-. Vivíamos en York. Nuestra madre murió cuando éramos pequeños y luego, más tarde, nuestro padre también falleció y entonces…
Em les relató la historia completa, aunque se reservó dos cosas. No les reveló su auténtico apellido, pues eso, después de todo, no cambiaba nada, y omitió mencionar aquello que realmente les había llevado a Colyton y no a otro lugar: encontrar el misterioso tesoro de su familia.
Mientras hablaba, echó un vistazo a su alrededor y pensó que el pueblo debía de estar vacío, pues todos estaban dentro de la posada. Todo el mundo se agolpaba en el salón para escuchar lo que había ocurrido y no se perdían detalle de la explicación. Sólo sus hermanos seguían ajenos a lo sucedido, pero estaban a salvo y fuera del alcance de Harold. Joshua le había comentado antes que Henry todavía estaba en la rectoría, enfrascado en un libro, e Issy y las gemelas aún permanecían arriba.
Cuando Em concluyó su historia, la señorita Hellebore, que se había acomodado en uno de los sillones acolchados, se apoyó en su bastón y la miró con una expresión de absoluto pesar.
– Querida, cuánto lo siento. Me temo que le he alquilado una habitación a ese tunante… No tenía ni idea de que estaba aquí para causarle tantos problemas -dijo, y le tembló la papada. La señorita Hellebore pagaba sus gastos con el dinero que ganaba alquilando algunas de las habitaciones de su casa.
Em se incorporó y se inclinó para apretar la mano de la anciana.
– No es culpa suya. De ninguna manera debe culparse.
La señorita Hellebore inspiró por la nariz.
– Bueno, es muy amable de su parte decir eso, querida, pero no puedo permitir que ese hombre se aloje bajo mi techo cuando ha venido a causarle tantos problemas. -Levantó la cabeza y miró a Lucifer y a Joshua-. Si alguien se ofrece a ayudarme, iré a casa ahora mismo y lo pondré de patitas en la calle.
Resultó evidente que los dos hombres estaban dispuestos a ayudarla, pero Em levantó la mano para detenerles.
– No, por favor. Aparte del hecho de que me encanta la idea de que Harold le está pagando un alquiler, pues como podrá imaginar es un auténtico avaro, si no se queda con usted, intentará alojarse aquí… -Se escuchó un sombrío murmullo que certificaba que nadie permitiría que sucediera eso-. Pero -continuó Em- es terco y tenaz, así que encontrará otro lugar donde quedarse, y lo cierto es que prefiero saber dónde se aloja mientras esté aquí. -Miró a su alrededor, clavando los ojos finalmente en Jonas-. Al final se dará cuenta de que no nos iremos con él y se marchará.
Hubo más murmullos. La mayoría de los hombres estaban a favor de echar a Harold del pueblo. Em sólo esperaba que la razón prevaleciera; conocía a Harold, sabía que era un hombre muy terco, pero sus hermanos y ella podían serlo todavía, más. Habían escapado de sus garras y, definitivamente, no pensaban regresar con él.
Lady Fortemain le agarró la muñeca con un brillo feroz en los ojos.
– No se preocupe, querida. No permitiremos que ese hombre horrible se los lleve consigo. No podrá conseguirlo. -Hizo un gesto con la mano, dejando claro lo que pensaba de las exigencias de Harold-. Usted ha elegido quedarse en el pueblo y ahora es uno de nosotros. Su sitio está aquí. -Señaló a su alrededor-. Ha hecho que la posada vuelva a ser un lugar precioso y no vamos a consentir que ese hombre la obligue a dejarnos.
Todos asintieron con la cabeza, algunos con beligerancia, otros con fervor, pero todos de manera inflexible.
Em se quedó asombrada ante los fuertes sentimientos que mostraban los presentes, jamás había formado parte de nada. Ninguna, comunidad había salido antes en su defensa.
– Gracias -les dijo con voz ronca, paseando la mirada a su alrededor-. A todos. Y ahora… -Se levantó lentamente del sillón-. Debo regresar a mis quehaceres. -Se volvió hacía los presentes y sonrió-. Espero que se queden a disfrutar de los bollos de Hilda.
Sin dejar de sonreír, Em se abrió paso entre la multitud en dirección a su despacho. Todo el mundo tenía una palabra amable para ella o le daba una palmadita en el hombro. La joven mantuvo la compostura a duras penas mientras se escabullía por el vestíbulo y entraba en su despacho. A su vacío despacho.
Aunque no estaría sola durante mucho tiempo.
No obstante, Jonas le dio tiempo a que se sentara en la silla detrás del escritorio e intentara ver a Harold y a sus amenazas en perspectiva. Mientras esperaba a su patrón, colocó los libros de contabilidad delante de ella y cogió un lápiz.
Cuando levantó la mirada, Jonas ya estaba en la puerta, observándola con una expresión firme. Él le sostuvo la mirada; sus ojos eran tan insondables como su gesto.
Tras un breve momento, Jonas entró en la estancia y, por primera vez desde que Em usaba el despacho, él alargó la mano y cerró la puerta. El murmullo de voces se apagó y Jonas se apoyó contra la puerta que acababa de cerrar sin dejar de mirarla.
Ella le devolvió la mirada.
– Lamento haberle mentido.
Jonas apoyó la cabeza en la puerta mientras consideraba las palabras de Em.
– Entiendo que lo hiciera. Comprendo por qué nos contó, a mí y a todos los demás, esa historia. No me importa. Escapar de las garras de su tío Harold no ha debido de ser fácil. Pero…
Como siempre, había un «pero»; Em esperó a oír el de él.
Jonas hizo una mueca.
– ¿Tiene más secretos de familia? ¿O ya no queda ninguno?
Contra todas las probabilidades, la pregunta hizo sonreír a Em y eliminó de manera eficaz la tensión que había entre ellos. Em negó con la cabeza.
– No. Sólo Harold. Pero créame, es más que suficiente.
Él se apartó de la puerta. Se acercó y se sentó en la silla que había trente al escritorio.
– Es fácil de creer.
Em vaciló un momento antes de preguntarle:
– ¿Cuándo espera que vuelva su padre?
Jonas esbozó una amplia y astuta sonrisa.
– Aún tardará algún tiempo en volver. De todas formas, yo soy el magistrado en su ausencia.
– ¿De veras?
Él asintió con la cabeza.
– Y como representante de la ley en el pueblo, le aseguro que no permitiré que Harold se salga con la suya de ningún modo. Por cierto, ¿cuál es su nombre completo por si necesito saberlo?
– Potheridge. Harold Cordón Potheridge.
Jonas asintió con la cabeza.
– De acuerdo. -Bajó la mirada a los libros de contabilidad encima del escritorio-. Y ahora, dígame, ¿cuál es el estado actual de mis cuentas?
Em parpadeó, pero abrió un libro con rapidez y procedió a demostrarle con hechos lo buena posadera que era.
Jonas la escuchó con atención. Luego le hizo las preguntas pertinentes mientras, con expresión seria, la observaba como un halcón. Centrar la conversación en la posada, en todas las maravillas que ella había conseguido con el lugar, la ayudó a mantener a su molesto tío alejado de sus pensamientos, haciendo que se concentrara en algo que realmente le gustaba.
Pues estaba fuera de toda duda que a Em le gustaba su trabajo en la posada.
Jonas se reclinó en la silla mientras ella le contaba sus futuros planes y él se mostraba conforme.
– Me gustaría hablar con mi sobrina, señor. Por favor, avísela de inmediato.
Sentada detrás del escritorio del despacho, Em oyó la arrogante exigencia de Harold. No le sorprendió oírla. Su tío había dejado pasar veinticuatro horas y había regresado dispuesto a intimidarla de nuevo, sólo porque ella le había cedido el control durante años. Mientras había sido su tutor legal, Em no tuvo más remedio que obedecer, pero ahora que era independiente, no pensaba consentir que su tío la controlara otra vez.
Edgar, con una rigidez impropia en él, le dijo que preguntaría. Em oyó sus pasos acercándose lentamente al despacho.
La joven debatió consigo misma si debía recibir a Harold allí, pero observó que la estancia era demasiado pequeña.
Suspirando para sus adentros, se levantó. Hizo un gesto con la mano a Edgar cuando apareció en la puerta.
– Sí, ya lo he oído. Hablaré con él fuera.
En el salón de la posada, donde todos podían defenderla.
Harold la observó rodear el mostrador y acercarse a él. Se puse rígido antes de recordar a duras penas sus modales y quitarse el sombrero.
Ella se detuvo a dos metros de él e inclinó la cabeza cortésmente.
– Buenos días, tío Harold. ¿Qué puedo hacer por ti?
Una mala elección de palabras, ya que Harold decidió tomarlas literalmente.
– Quiero que olvides todo este disparate y que regreses conmigo a Runcorn. -Su tono sonó irritado y ofendido, pero pareció darse cuenta al instante y procuró hablar con más moderación mientras embozaba una sonrisa paternal-. De verdad, Emily, deberías saber lo inapropiado que es que dirijas un lugar como éste. Si tu querida madre pudiera verte aquí, sirviendo a la plebe, no hay duda de que se retorcería en su tumba. Si quieres hacer lo correcto para tu familia, debes regresar conmigo a Runcorn.
– ¿Y dedicarme a servirte a ti durante el resto de mi vida? -Em frunció el ceño y se cruzó de brazos-. Me temo que no. Por si no te has dado cuenta, me encuentro muy a gusto aquí, y también los demás. El pueblo nos ha dado una calurosa bienvenida y aquí, al menos, agradecen nuestro trabajo.
Harold soltó un bufido.
– ¡Tonterías! Como si Runcorn fuera una caverna. Y en cuanto al trabajo…
– Tío Harold, -Em levantó una mano para cortarle de raíz-. La cosa es simple. No quiero volver a Runcorn. Y mis hermanos tampoco quieren volver contigo.
– ¿Se lo has preguntado? ¿Les has dicho que estoy aquí?
Ella asintió con la cabeza.
– Lo he hecho. No quieren verte, no quieren hablar contigo, y… legalmente, no tienes derecho a exigir verlos.
Issy y Henry habían sido muy claros al decirle que no querían verlo, que no tenían nada bueno que decir de él, por lo que sólo empeoraría las cosas si se enfrentaban a su tío. Los dos se habían mostrado conformes en dejar que fuera Em quien se encargara de Harold cuando este volviera al ataque.
Volviendo a cruzar los brazos, Em continuó:
– Así es como están las cosas… y así es como seguirán estándolo.
La cara de Harold se puso roja. Torció el gesto y agitó un dedo ante la cara de su sobrina.
– Escúchame bien, señorita…
– Me parece -le interrumpió una voz arrastrada y sombría-que es hora, de que se marche, señor. Le ruego que me disculpe, pero creo que ya ha abusado bastante de nuestra confianza.
Oscar, el hermano menor de Thompson, el herrero, había aparecido amenazadoramente al lado de Harold. Era el capataz de la Compañía Importadora de Colyton y, aunque no era tan grande como su hermano mayor, era un hombre corpulento que no tenía que esforzarse demasiado en parecer intimidante.
Harold enrojeció todavía más.
– Mire, buen hombre…
Oscar ignoró su bravata y miró a Em.
– ¿Ha terminado de hablar con él, señorita?
Em apretó los labios y asintió con la cabeza. Oscar estaba ofreciéndole una salida y ella estaba dispuesta a aceptarla. Cualquier cosa con tal de que su tío se marchara.
– Gracias, Oscar -lanzó a Harold una mirada afilada-, pero creo que mi tío ya se iba.
Furioso, Harold lanzó un resoplido, pero como nadie parecía claudicar ante él, se encasquetó el sombrero, giró sobre sus talones y se alejó con paso airado.
Em le observó marcharse, pero dudaba mucho que ésa fuera la última vez que viera a su tío. En cuanto desapareció le brindó una sonrisa a Oscar.
– Gracias.
– De nada, señorita.
– Dile a Edgar que te sirva otra jarra de cerveza, invita la casa.
Una vez que vio que Oscar se sentaba ante una gran y espumosa jarra de cerveza, se dirigió lentamente a su despacho.
Que Harold los hubiera encontrado no cambiaba mucho la situación. Sin embargo, les hacía sentir a ella y a su familia más vulnerables, más indefensos. Más inseguros de sí mismos.
Más inseguros económicamente.
Tanto Issy como Henry habían comenzado a preocuparse, aunque ninguno de ellos le había dicho nada que pudiera aumentar la carga que ya llevaba, sobre sus hombros.
Era una carga que ella había aceptado llevar voluntariamente, y le haría gustosa de nuevo si volviera a encontrarse en las mismas circunstancias.
– Tenemos que encontrar el tesoro pronto -murmuró, recostándose en la silla. En cuanto lo hubieran localizado, Harold y, lo que en más importante aún, la inseguridad que su llegada había provocado, se desvanecerían.
En cuanto hubieran encontrado el tesoro, todos podrían seguir adelante con sus vidas.
El pensamiento de vivir libremente su vida, de la manera que ella quisiera, era más que tentador. Pero qué clase de vida escogería, los detalles de la misma, permanecían confusos y borrosos en su mente. Entonces pensó en la manera en que todo el pueblo les había defendido a ella, y a su familia. Allí, en Colyton, donde habían vivido sus antepasados, había encontrado su lugar, gente que le gustaba y a la que ella gustaba. Una buena manera de comenzar a cambiar su vida.
No había pensado mucho en lo que ella y sus hermanos harían, adonde irían, una vez que encontraran el tesoro.
– Lo primero es encontrarlo.
Resuelta, alargó la mano y abrió el cajón inferior del escritorio, sacó un pesado tomo y lo puso encima.
Abrió el libro por la página marcada y comenzó a leer sobre Grange.
Jonas estaba sentado ante el escritorio en la biblioteca de Grange, intentando concentrar su atención en las cuentas de cultivos que estaba revisando. A pesar del tiempo que pasaba allí últimamente, la posada Red Bells no era más que una ínfima parte de las propiedades de su padre, cuyo control pasaba actualmente por sus manos.
Necesitaba estar disponible para ayudar a Em siempre y cuando ella le necesitara, y para hacerlo con la conciencia tranquila, tenía que poner sus otras responsabilidades al día.
Una vez que lo hiciera… su próximo objetivo sería encontrar la manera de conseguir que su relación con Em avanzara más rápido. Sentía una creciente opresión en su interior, algo que no había sentido antes; una necesidad, un impulso que le obligaba a hacerla suya, una atracción y compulsión que jamás había experimentado con otra mujer. Nadie había despertado tales sentimientos en él.
Y si no la hacía suya pronto…
Se recostó en la silla, clavó los ojos en los números que había revisado hacía unos minutos, y suspiró.
Un suave golpe en la puerta le hizo levantar la mirada casi con ansiedad.
Mortimer asomó la cabeza.
– El señor Filing ha venido a verle, señor. ¿Le hago pasar?
– Si, por favor. -Jonas apartó a un lado el libro de cuentas y se puso en pie cuando Filing entró. Le tendió la mano-. Joshua.
– Jonas. -Filing le estrechó la mano. Su expresión era indudablemente sombría-. Me preguntaba si habías oído las últimas noticias sobre el tío de Em.
Jonas notó que se le tensaban todos los músculos.
– No. ¿Qué ha sucedido?
– Nada demasiado preocupante, pero…
Jonas se sintió aliviado y se relajó lo suficiente como para indicar a su amigo que se sentara.
– Cuéntame. -Volvió a tomar asiento cuando Joshua se sentó.
– El tío, Potheridge, regresó a la posada esta mañana, intentando intimidar de nuevo a Em para que abandonara la posada y regresara a casa con él. -La expresión de Joshua era la más grave que Jonas le hubiera visto nunca-. Em se negó, por supuesto. Le echó de allí, con un poco de ayuda de Oscar.
Jonas volvió a tensar los músculos.
– ¿Necesitó ayuda?
Joshua asintió con la cabeza.
– Hablé con Issy ayer por la tarde. Me contó más cosas sobre la vida de su familia en casa de Potheridge. Aunque parezca mentira, es verdad que su tío quería echar a las gemelas, esas niñas inocentes, a la calle. Y que la única razón por la que quiere que Em, Issy y Henry regresen con él es para que vuelvan a trabajar gratuitamente en su casa como estuvieron haciendo hasta hace un mes. Por lo que pude averiguar, la historia que Em contó fue muy escueta; se dejó muchas cosas en el tintero. Potheridge debería ser aho… Bueno, quizás ahorcarle sea ir demasiado lejos, pero sí que deberíamos echarle a patadas del pueblo.
Jonas habría sonreído ante la imagen de su amigo, normalmente pacífico, tan enfadado si él mismo no estuviera sintiendo las mismas emociones.
Antes de que pudiera añadir nada, Joshua levantó la vista.
– Voy a casarme con Issy. Ya lo había decidido antes de que apareciera Potheridge. Y ahora estoy más que dispuesto a hacerlo y alejarla por completo de él. Como su esposo, podré asegurarme de que su tío no ejerza ninguna presión sobre Henry o Em. Al parecer las gemelas no le interesan en absoluto, probablemente porque son demasiado jóvenes para ponerlas a trabajar, además de que, por supuesto, no son familia directa suya.
Joshua clavó los ojos en Jonas.
– Me casaría mañana mismo con Issy si pudiera, pero no quiere ni oír hablar del tema, al menos por el momento, pues no quiere dejar que Em se encargue sola de los demás.
Jonas frunció el ceño.
– Pero estarías aquí, igual que Issy, no tienes previsto llevártela a ningún lado.
– ¡Precisamente! Pero a pesar de su aspecto dulce y tierno, Issy es tan inflexible como una barra de acero. Es tan terca como… bueno, demonios, simplemente no puedo convencerla. -Joshua miró a Jonas.
Y esperó.
Jonas hizo una mueca.
– Sí, de acuerdo… Has supuesto bien. Tengo intención de casarme con Em, pero… -frunció el ceño- ¿por qué hay tantos «peros» en la vida?
– Una pregunta filosófica para la que nadie ha encontrado todavía una respuesta adecuada. -Joshua hizo un gesto con la mano para quitarle importancia-. ¿Qué estabas diciendo?
Jonas metió las manos en los bolsillos y se recostó en la silla.
– Estaba a punto de decir que me casaría con Em mañana mismo, incluso podríamos hacer una boda conjunta, pero no me resulta nada fácil conseguir que ella me preste atención. Siempre está distraída…, siempre está atareada con algo. Ya sea con la posada, las gemelas, o Henry, siempre hay algo que exige toda su atención.
Jonas se interrumpió y miró a Joshua.
– Dado que tienes intención de casarte con Issy, debería decirte que… creemos que Issy y su familia están aquí, en Colyton, porque andan buscando algo.
Le contó sucintamente a Joshua lo que sabía y lo que había deducido.
Filing frunció el ceño.
– Henry no ha demostrado ningún interés por las casas de la localidad.
– Ni las gemelas tampoco, pero sospecho, llámalo intuición si quieres, que todos están al tanto de la búsqueda. Todos saben qué es lo que persigue Em, aunque ella es la única que realiza una búsqueda activa.
Joshua frunció el ceño, meditando sobre lo que le acababa de contar.
Jonas suspiró.
– Así que, como puedes ver, hay mucho más misterio sobre los Beauregard que ese tío fanfarrón, Joshua se encogió de hombros.
– Me da igual el misterio, o lo que anden buscando. -Apretó los dientes y repitió-: Pienso casarme con Isobel Beauregard cueste lo que cueste.
Jonas se rio.
– Naturalmente. No te lo he dicho para que cambies de idea, sólo pensé que debías saberlo.
Joshua asintió con la cabeza.
– Veo que dicha información tampoco te ha hecho cambiar de idea sobre Em.
Jonas hizo una mueca.
– No…, pero desde luego incrementa la presión. Si Em mantiene lo que sea que esté buscando en secreto, es porque debe de entrañar algún riesgo.
– Sí, es lo que sugiere, tanto secretismo.
– En efecto. -Jonas tamborileó los dedos sobre el escritorio-. Pero el principal problema para mí es que esta búsqueda es muy importante para Em y sus hermanos, así que ella tiene la clara intención de resolver todo este asunto antes de pensar en otras cosas. Como por ejemplo en mí y en el resto de su vida.
Joshua meneó la cabeza. Era evidente que se esforzaba por mantener la expresión seria.
– Sí, ya veo la dificultad.
Jonas esbozó una tensa sonrisa.
– Es igual de difícil para mí que para ti.
Joshua tardó un momento en entender lo que quería decir.
– ¡Demonios! Issy no se casará conmigo a menos que Em acepte casarse contigo.
– Exacto. Así que aquí estamos, atados de pies y manos hasta que Em encuentre lo que sea que esté buscando, Joshua arqueó las cejas.
– Podríamos ayudarla.
– Claro que podríamos, y lo haríamos si esa terca mujer nos dijera qué es. Pero, por si no te acuerdas, es un gran secreto, Joshua frunció el ceño.
– Tienes razón -dijo al cabo de un momento-, hay demasiados «peros» en este mundo.
Volvieron a guardar silencio.
– No sé tú -expuso Jonas, rompiendo finalmente el silencio-pero yo no estoy dispuesto a quedarme de brazos cruzados. Lo que significa que es necesario que averigüemos qué es lo que está buscando Em.
Joshua asintió seriamente con la cabeza.
– Así podríamos ayudarla y nos quedaríamos más tranquilos. -Precisamente. Es eso o ir a ciegas.