CAPÍTULO 08

A la mañana siguiente, Em estaba sentada en su despacho, tamborileando los dedos sobre el papel secante y con la mirada perdida intentando decidir cuál era la mejor manera de continuar con su búsqueda del tesoro. Averiguar la antigüedad de Ballyclose Manor antes de planear cualquier incursión al sótano de la mansión era el mejor camino a seguir, incluso aunque dicho camino estuviera lleno de obstáculos.

Todavía seguía irritada por lo ocurrido con Silas Coombe, pero por debajo subyacía un sentimiento de inquietud, una sensación de descontento que la acosaba sin cesar.

Ignoró ambos sentimientos y se pasó un buen rato buscando una nueva vía de acción, pero no se le ocurrió nada.

La mañana transcurría rápidamente y había cosas que hacer. Con un suspiro, dejó de pensar en la búsqueda -apartándola de su mente con más vehemencia si cabe que a Jonas Tallent-y volvió a concentrarse en las responsabilidades que acarreaban las expectativas que la reanimación de Red Bells había suscitado entre los ahora leales clientes.

Poco a poco vecinos de todas las edades, géneros y condiciones habían comenzado a reunirse en la posada. Desayuno, té mañanero y aperitivos, almuerzo y merienda contaban con más clientes cada día, y a ese ritmo tendrían que establecer un sistema de reserva para las mesas en las que servían las cenas.

Después de consultar con Hilda el pedido semanal a Finch e Hijos, y comprobar las reservas de cerveza con Edgar, Em volvió a retirarse a su despacho para actualizar los libros de cuentas.

Estaba enfrascada en eso cuando un carraspeo y un ligero golpe en la puerta abierta le hicieron levantar la vista.

Pommeroy Fortemain estaba parado en el umbral y escudriñaba con la mirada la diminuta estancia.

– Diría -dijo él, mirándola a la cara- que este lugar no es más grande que un armario para los útiles de limpieza, ¿me equivoco? Cuando Edgar me dijo que estaba en su despacho me imaginé un lugar como el que tiene Cedric en casa. -Pommeroy volvió a echar otro vistazo alrededor-. Yo que usted, le exigiría a Tallent una habitación más grande que ésta, señorita Beauregard. Apenas cabe nada. -Pommeroy bajó la mirada hacia ella y le brindó una radiante sonrisa-. De ningún modo es el marco apropiado para una florecilla tan preciosa como usted.

A Em le resultó fácil no dejarse halagar por el piropo. Lo aceptó con una pequeña y tensa sonrisa y frunció el ceño. Las dos columnas que estaba sumando no coincidían.

– ¿Puedo ayudarle en algo, señor Fortemain?

Pommeroy entró en la estancia mientras hacía un gesto con la mano.

– No hay razón para tantas formalidades, mi querida señorita Beauregard. Me llamo Pommeroy y me gustaría que se dirigiera a mí por mi nombre de pila.

Ella sólo inclinó la cabeza. Después de lo ocurrido con Silas Coombe, no pensaba sonreír a quien no quería sonreír; no pensaba consentir que se produjeran más malentendidos.

– ¿Deseaba algo, señor?

– Pues en realidad -dijo Pommeroy- he venido a traerle una invitación de mi madre. -Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una tarjeta que le tendió con un gesto cortés-. Es la invitación para una fiesta con baile en Ballyclose Manor el próximo sábado por la noche. Esperamos que usted y su hermana puedan asistir.

Em clavó la mirada en la tarjeta de papel color marfil, luego alargó la mano y la cogió. Asistir a fiestas no era, definitivamente, lo que había esperado hacer mientras se dedicaba a la búsqueda del tesoro. Sin embargo, como Issy y ella habían traído consigo todos sus bienes materiales, tenían vestidos de fiesta, aunque un tanto desfasados.

Aunque su tío Harold las había utilizado como criadas sin sueldo, se había asegurado de mantener las apariencias, lo que significaba que primero sola y luego acompañada de Issy, Em había asistido a las actividades ofrecidas por las damas locales. Harold había tenido que acceder a eso o arriesgarse a sufrir todo tipo de preguntas e indagaciones por parte de las damas que querían saber cómo estaban sus sobrinas. Sus vestidos estaban pasados de moda, pero servirían. Sin embargo… era la posadera. Invitaciones como ésa hacían que se sintiera incómoda y que se debatiera entre si debía aceptarla o no, pues parecía que los habitantes de Colyton estaban dispuestos a tratarlas como a las damas que realmente eran.

Pommeroy estudiaba la expresión de su cara, claramente desconcertado por su falta de entusiasmo.

– Toda la clase acomodada estará allí, por supuesto. Todos asisten a las fiestas que organiza mi madre, o a cualquier evento por el estilo, usted ya me entiende.

Em asintió con la cabeza distraídamente, sin apartar la mirada de la tarjeta. No podía enfrentarse a la determinación de los vecinos para otorgar a su familia el estatus social que en realidad poseían. Y en cuanto encontraran el tesoro, volverían a ser los Colyton de Colyton, y recuperarían la posición social que les correspondía.

Llegados a ese punto, le parecía un poco tonto aferrarse a. su charada de no ser nada más que «la posadera del pueblo» cuando todos estaban dispuestos a tratarla de otra manera.

Y… aunque intentaba con todas sus fuerzas no dejarse llevar por su amor al peligro, aquel lado temerario de los Colyton, estaba el hecho innegable de que si quería buscar entre los libros de Ballyclose Manor, esos que ahora sabía que estaban en la biblioteca de la mansión, una fiesta -con baile, nada menos- era la oportunidad perfecta.

Una oportunidad demasiado buena como para pasarla por alto.

Levantó la vista y, mirando a Pommeroy a los ojos, sonrió.

– Gracias, señor… Por favor, comuníquele a lady Fortemain que a mi hermana y a mí nos encantará asistir a la fiesta.

– ¡Oh, bien! -Pommeroy la miró con ojos brillantes-. El primer vals es mío, ¿de acuerdo?

Em dejó de sonreír.

– Es posible, ya veremos. -Con una expresión tranquila, ladeó la cabeza-. Si me disculpa, debo regresar a mis cuentas.

Todavía sonriente, Pommeroy hizo un gesto con la mano y se fue.

Ella se quedó mirando fijamente el lugar donde él había estado. Suspiró, y luego regresó a sus recalcitrantes columnas de números.

El sábado por la noche, Em estaba impaciente por seguir adelante con la búsqueda del tesoro. Puede que siempre estuviera sermoneando a las gemelas para que no hicieran las cosas de manera precipitada e imprudente, pero proceder ella misma con la misma cautela -sobre todo después de haberse pasado seis días sin avanzar en sus pesquisas- ponía a prueba su autocontrol.

Dejó que John Ostler las llevara en uno de los carruajes que se conservaban en los establos de la posada y después, acompañada de Issy, se puso a la cola de los invitados que subían la escalinata de Ballyclose Manor para dirigirse al salón de baile. Pero en lugar de soñar con bailar el vals, Em apenas podía esperar para ver la biblioteca.

Dado que la fuerza de su impulso crecía por momentos, se esforzó por contener aquella temeraria naturaleza Colyton, aunque escabullirse a la biblioteca durante el baile era mucho menos peligroso que buscar el sótano y colarse en el.

Ataviada con un vestido de muselina azul con ribetes bordados en el escote y en el dobladillo y el cabello rubio enmarcándole la cara, Issy se inclinó hacia ella para susurrarle al oído.

– ¿No has encontrado ninguna pista en esos libros?

– No -le respondió con voz queda para que nadie más pudiera oírla-. Había capítulos dedicados a todas las casas importantes, Ballyclose Manor incluida, pero ninguno de ellos menciona que hubiera sucedido nada relevante antes del siglo XVIII. -Miró la fachada por encima de la puerta principal-. Necesito saber cuándo se construyó este lugar.

Issy frunció el ceño.

– Lo has estado haciendo tú todo. No puedo dejar que vuelvas a escabullirte para buscar sola. Iré contigo y haré guardia.

Em cerró los dedos en torno a la muñeca de Issy y se la agitó con suavidad.

– Bobadas. Ya te lo he dicho, esperaré hasta la mitad del baile, cuando todo el mundo esté entretenido. Filing te dijo que vendría, no hay razón para que no pases con él tanto tiempo como sea posible. Ninguna de nosotras es una jovencita que no pueda conversar cortésmente con un caballero sin dama de compañía. Aprovecha la ocasión.

Se interrumpieron para asentir con la cabeza y sonreírle a los Courtney, una familia que habían conocido en la merienda en Ballyclose.

– Y además -continuó ella, bajando la voz-, Filing no te quitará la vista de encima, tanto si estás con él como si no, así que no es prudente que vengas conmigo. Si lo haces, probablemente te seguirá y entonces ¿qué haremos?

Issy respondió con una mueca. Después de un momento, mientras avanzaban por la cola de recepción, preguntó:

– ¿Estás segura?

Sonriéndole a otro desconocido, Em asintió con la cabeza.

– Estoy segura. No te preocupes. ¿Qué peligro podría acecharme en la biblioteca de un caballero?

Por fin alcanzaron la cabeza de la cola, hicieron una reverencia a la anfitriona y a Jocasta Fortemain, la esposa de Cedric, y accedieron al enorme salón de baile, que ya estaba muy concurrido.

– ¿Ves? -dijo Em, paseándose entre la multitud-. Será fácil desaparecer en medio de tanta gente. Nadie me echará de menos.

Issy murmuró algo con aire distraído. Em siguió la dirección de su mirada y vio la rubia cabeza del señor Filing, que avanzaba resueltamente entre el gentío hacia ellas. Conteniendo una sonrisa encantada, Em se detuvo cortés mente.

– Señorita Beauregard. -AI llegar junto a ellas, Filing le hizo una educada reverencia.

Em le tendió la mano y le brindó una alentadora sonrisa.

– Señor. Es un placer verle aquí.

Filing sonrió.

– El placer es mío. -Al final el párroco permitió que su mirada se desplazara, como atraída por un imán, hacia la otra joven. Su sonrisa se suavizó mientras hacía otra reverencia-. Señorita Isobel.

Issy enrojeció, casi se podría decir que resplandecía de una manera que Em no había visto nunca, y le tendió la mano al hombre.

– Señor.

Em apenas pudo contener una sonrisa. Ni Issy ni Filing sabían ocultar sus sentimientos. Se comían literalmente con los ojos; dudaba mucho que nada, salvo clavarles una aguja afilada, les hiciera darse cuenta del mundo que les rodeaba.

Tocó el brazo de Issy y se despidió de Filing con un gesto de cabeza.

– Les dejaré para que puedan hablar a solas.

Mientras se abría paso entre la gente, Em se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que Filing pidiera la mano de Issy. Aunque la alegría que sentía por su hermana se veía empañada por el pesar -con veinticinco años y las gemelas y Henry a su cargo, se había visto forzada a dejar de lado cualquier pensamiento de casarse ella misma-, su deleite por la inmensa felicidad de Issy era genuino y lo suficientemente profundo como para hacerle sentir deseos de bailar.

Por consiguiente, fue como un regalo caído del cielo el hecho de que los músicos, situados en la galería en el otro extremo del salón, comenzaran a tocar los primeros acordes de un vals en ese momento. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Em bailó un vals.

Jonas observó cómo Em miraba a su alrededor cuando comenzó la música, como si estuviera buscando a su pareja. La había visto llegar unos minutos antes y no había hablado con ningún caballero salvo con Filing, así que no debía de haber comprometido ese baile. Sus pies ya lo llevaban hacia ella antes de concluir siquiera aquel pensamiento.

Em tenía un aspecto… delicioso. Parecía fresca y radiante con aquel vestido de seda verde y el pelo castaño brillando bajo la luz que arrojaban las lámparas de araña. Por una vez, se había recogido el cabello en un moño alto, dejando que los cortos rizos que luchaba por contener le enmarcaran la cara, oscilando de arriba abajo de una manera deliciosa.

El vestido de seda se le ceñía suavemente al cuerpo, revelando las curvas redondeadas de su figura, los hombros delicados y femeninos, los brazos gráciles, los pechos plenos y redondos, la cintura diminuta que un hombre podría abarcar fácilmente con las manos y las voluptuosas caderas que se balanceaban sobre unas piernas sorprendentemente largas a pesar de la relativa corta estatura de la joven. La descripción que le vino a la mente fue que era como «una Venus de bolsillo».

Le llevó sólo un momento alcanzarla, alargar el brazo y capturar su mano.

Con un «¡oh!» en los labios, Em se dio la vuelta bruscamente para mirarle.

Jonas levantó la mano y le rozó el dorso de los dedos con los labios, observando cómo se le encendían las mejillas. Sonrió.

– Me alegro de verla, señorita Beauregard.

Ella contuvo el aliento y asintió con la cabeza mientras intentaba componer una expresión severa.

– Señor Tallent.

– Jonas, ¿recuerda?

Em apartó la mirada y miró hacia la pista de baile. A través de sus dedos, él podía sentir la impaciencia de la joven por unirse a las parejas que se movían sobre la pista, girando sin cesar. Ella parecía una potrilla bien entrenada que se estremecía al intentar contener las ganas de participar.

– ¿Me concede este vals, señorita Beauregard?

Ella volvió la mirada a su cara.

Al ver la vacilación que llenaba los brillantes ojos de Em, él sonrió.

– Prometo no morder.

Emily titubeó un instante más, luego asintió con la cabeza.

– Gracias, me encantaría bailar este vals.

Jonas supo que aquélla era una declaración muy comedida. Poniéndose la mano de Em sobre la manga, la guió entre la multitud de invitados, pero Pommeroy Fortemain se interpuso de repente en su camino.

– ¡Señorita Beauregard! -Pommeroy parecía algo horrorizado-. Debe de haberse olvidado… Me prometió bailar conmigo el primer vals.

– Buenas noches, señor Fortemain. -Em recordaba muy bien sus palabras-. Con respecto a este baile, recuerdo muy bien que no acepté su proposición de que le reservara el primer vals. No me parecía que fuera una decisión que debiera tomar en ese momento. -Sonrió educadamente-. ¿Nos disculpa?

Em esperaba que Tallent se diera por aludido y la guiara a la pista. Pero en vez de eso, se quedó clavado en el sitio, mirándola con curiosidad, dándole tiempo a Pommeroy para protestar.

– Pero yo esperaba… Pensaba que…

Em miró a Jonas deseando que la rescatara, pero él se limitó a mirarla con aquellos ojos oscuros Henos de diversión mientras arqueaba una ceja de manera inquisitiva.

Dejando que fuera ella la que escogiera qué hacer con Pommeroy.

Em debería cambiar de idea, pero lo cierto es que no quería hacerlo. Elegir a Pommeroy en lugar de a Jonas era como tirar piedras contra su propio tejado. No sabía a ciencia cierta si Jonas bailaba bien el vals, pero había vivido en Londres, así que daba por supuesto que sabría bailarlo. Por otro lado, Pommeroy…

Volvió a mirar al hijo de la anfitriona.

– Lo siento, Pommeroy, pero no le prometí nada.

Él comenzó a hacer un puchero.

Si Jonas y ella no se largaban pronto de allí, comenzaría a protestar de nuevo. Em respiró hondo.

– Quizás el próximo baile.

– Que, casi seguramente, no sería un vals.

Pommeroy parecía apesadumbrado.

– Oh, muy bien entonces. Será el siguiente baile.

Em forzó una sonrisa.

Después de oír la aprobación de Pommeroy, Tallent la escoltó a la pista de baile donde otras parejas giraban sin cesar al ritmo del vals.

Jonas se volvió hacia ella y la cogió entre sus brazos.

Distraída por la interrupción de Pommeroy, ella se dejó llevar hacia él sin pensar, sin prepararse para la repentina oleada de sensaciones que la asaltó. Cayó en los brazos de Jonas y casi se quedó sin aliento, notando que sus ojos se agrandaban cuando comenzaron a girar por la pista. Se puso rígida, como si aquello pudiera contener la marea de sensaciones que la embargaba y detener sus sentidos a pesar de que la cabeza no hacía más que darle vueltas.

Él parecía no darse cuenta mientras la guiaba magistralmente en el vals.

Dando vueltas perezosas.

Em se sintió eufórica. Casi podía flotar. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras él, sin esfuerzo alguno, giraba rápidamente con ella entre sus brazos.

– Baila muy bien, señor Tallent. -El cumplido sincero salió de sus labios antes de que pudiera pensárselo mejor.

El bajó la mirada y sonrió.

– Gracias. Resulta más fácil cuando se tiene una pareja que no trata de dirigirme.

Que era lo que solía hacer Em.

Por lo general, ella bailaba mucho mejor que sus parejas, por lo que rara vez podía evitar guiar el baile. Pero con él… Emily no había pensado conscientemente en eso, pero tampoco había necesidad. Jonas sabía lo que hacía.

Se lo demostró al dar otra vuelta vertiginosa, y luego otra más, en perfecta sintonía con la música, ajustándose en los giros imprecisos mientras se desplazaban por la enorme estancia.

– Sin embargo, tengo una queja. -Jonas atrapó la mirada de Em y arqueó una ceja-. ¿Él es Pommeroy pero yo sigo siendo el señor Tallent?

Había un peso -una intensidad a la que, Dios la ayudara, ella comenzaba a acostumbrarse-detrás de la oscura mirada. Em lo miró fijamente, intentando mantenerse firme en su postura, pero luego cedió con una mueca.

– Oh, de acuerdo, Jonas, entonces.

El esbozó una brillante sonrisa, y a ella se le cortó la respiración. El primer pensamiento que se coló en su de repente mente en blanco, fue que debía estar agradecida de que no le hubiera sonreído antes.

Con los ojos todavía fijos en los de él, Em notó que la mirada de Jonas era demasiado penetrante y perceptiva para su tranquilidad de espíritu. Apartó la vista y miró por encima del hombro izquierdo de su patrón, intentando pensar en algo, en cualquier cosa, que no fuera él.

Pero eso era imposible cuando estaba confinada entre sus brazos y giraban vertiginosamente por la pista, aunque Em tenía que reconocer que no se sentía constreñida, ni siquiera guiada y empujada, sino receptiva y armoniosa.

Como si los dos formaran un todo, moviéndose al unísono.

Emily había bailado el vals a menudo en el pasado, pero nunca había sentido nada parecido a aquello con ningún otro hombre.

Nada tan placentero.

Todavía notaba los ojos de Jonas clavados en ella, pero no se atrevía a alzar la cabeza y mirarle. Se sentía tan viva, tan consciente de él -del pecho que estaba a sólo unos centímetros de sus senos, de los muslos largos y firmes que se apretaban contra los de ella en cada vuelta, de la fuerza de sus brazos mientras danzaban por la estancia- que estaba segura de que, si le miraba, él podría percibir todo eso en su mirada.

Y Jonas no necesitaba que le animara. Todavía la perseguía. Aunque no hubiera hecho ningún intento de acercarse a ella en los últimos días, Em sabía que no tardaría en volver a presionarla. Lo más probable era que hubiera estado meditando después de la última discusión, en la que ella le había señalado que no perseguía un objetivo honorable, y le estuviera dando tiempo y espacio, pensando que de esa manera estaría más receptiva a su siguiente avance.

Sin duda, tenía que ser eso.

Y si ella hubiera tenido algo de sentido común, jamás habría aceptado bailar el vals con él ni, mucho menos, rechazado la invitación de Pommeroy.

Pero había querido bailar el vals y, a pesar de todo, lo había querido bailar con él, con Jonas.

Em frunció el ceño para sus adentros. Le habría gustado decirse a sí misma que quiso bailar con él sólo porque dio por sentado que sería una pareja excelente, pero no podía engañarse. No lo hizo por eso.

También le hubiera gustado decirse a sí misma que algo, algún impulso idiota que no había logrado dominar, derribó sus defensas impulsándola a aceptar, pero sabía que la culpa de todo la tenía su naturaleza Colyton.

Tenía que ponerse en guardia contra ella, y si Jonas Tallent despertaba su lado aventurero, también tendría que ponerse en guardia contra él.

Con auténtica pena, escuchó los acordes finales del baile. Jonas la hizo girar una última vez y se detuvo. Em dio un paso atrás, alejándose de sus brazos, e hizo una reverencia.

Se incorporó e inclinó la cabeza.

– Gracias. Ha sido… agradable. -Había sido mucho más que eso, y ahora que no estaba cerca de él, dentro del cálido refugio de sus brazos, notaba una sensación de pérdida.

Jonas sonrió como si lo supiera.

Se le ocurrió que, salvo las primeras frases, él no había hablado mucho. Mejor dicho, no había hablado nada. Sólo se había dejado llevar por el baile, permitiendo que los sentidos demasiado conscientes de ella hablaran por él. Em lo miró con los ojos entrecerrados.

– Ah… señorita Beauregard. ¿Preparada para el siguiente baile?

Ella se volvió para encontrarse con Pommeroy -que la observaba con una mirada alegre y esperanzada- y escuchó los primeros acordes de un cotillón.

Aquí estaba su penitencia. Forzando una sonrisa, le tendió la mano. -Señor Fortemain.

Él le tomó la mano y le dio una palmadita mientras la conducía devuelta a la pista.

– Pommeroy, querida, Pommeroy.

Resignada a llamar al caballero por su nombre de pila, Em se rindió a su destino y se concentró en el siguiente baile.

Jonas la observó marcharse antes de ponerse a buscar a Phyllida, a la que había visto bailar entre los brazos de Lucifer.

Su gorrión estaba atrapado por el momento, y todo iba bien. No había ningún peligro acechando en el salón de baile de lady Fortemain. Tenía tiempo de sobra para buscar a su gemela y preguntarle cuáles eran los libros que su marido le había prestado a Em, y ver si podía averiguar algo más sobre el objetivo de la joven.

Y después, le reclamaría otro vals.

Ella había sido como diente de león entre sus brazos e increíblemente ligera de pies. Tenía una figura menuda, su cabeza no le sobrepasaba el hombro, pero sus ojos vibrantes brillaban con aquella pura vitalidad que encerraba en su interior. Sabía que Em había disfrutado bailando el vals con él, aunque el baile había sido, definitivamente, un placer compartido. Se sintió muy agradecido de que ella no fuera una de esas mujeres que necesitaban llenar cada silencio con cháchara; así que él pudo disfrutar por completo del vals y del inmenso placer de tenerla entre sus brazos.

No es que estuviera del todo satisfecho, todavía no, pero lo estaría. Ahora conocía su objetivo, finalmente podía expresarlo con palabras y aceptar que la verdad era que la quería como esposa, y que no descansaría hasta hacerla suya. Como ya le había advertido a ella, era un hombre decidido y paciente.


Em jamás habría imaginado que estaría tan solicitada. Después de bailar con Pommeroy, éste dio señales de querer acapararla. Aquella creciente atención por su parte le puso los nervios de punta. Estaba buscando la mejor manera de librarse de él, cuando para su alivio el hermano mayor de Pommeroy, Cedric, se acercó para comunicarle que lady Fortemain quería hablar con él. Claramente disgustado por verse privado de la compañía de la joven, Pommeroy aceptó de mala gana reunirse con su madre y se alejó. Cedric se quedó charlando con ella. Emily barajó la posibilidad de preguntarle abiertamente sobre la antigüedad de la casa, pero decidió investigar primero en la biblioteca. Entonces Cedric la sorprendió pidiéndole el siguiente baile.

Después, bailó con Filing. El párroco, separado de Issy, que bailaba con Basil Smollet, comenzó a preguntarle sobre las cosas que gustaban o no a su hermana. Em se rio y respondió de buena gana. Además de aprobar a Filing como pretendiente de su hermana, éste le caía muy bien.

Y, por lo que podía ver, él también parecía sentir aprecio por ella. Pasaron un buen rato hablando sobre Henry y las gemelas; después, Issy regresó al lado de Filing y Em los dejó solos, para sucumbir a los encantos del segundo hombre más guapo de Colyton. También él le pidió el siguiente baile, que resultó ser una pieza campestre que les permitió conversar.

– ¿Por qué le llaman Lucifer? -le preguntó ella-. No pueden haberle bautizado con ese nombre.

El se rio.

– No, claro que no. Es un apodo de mi juventud.

– ¿Por comportarse como un demonio?

La sonrisa de Lucifer se hizo más amplia.

– No. Más bien por ser un oscuro arcángel caído.

A ella le llevó un momento asimilar eso. Luego le dirigió una burlona mirada de reproche.

– Supongo que no fueron los caballeros los que le pusieron ese mote.

– Ya que quiere saberlo, fueron las damas de la sociedad.

Ella alzó la mano.

– Creo que ya sé suficiente. No es necesario que entre en detalles.

– Menos mal… Dudo seriamente que Phyllida aprobara que le revelara más cosas.

– Me figuro que no. Así que… -Em se interrumpió mientras giraban en redondo uno alrededor del otro y se volvían a juntar-. ¿Cómo están sus hijos?

– Tan saludables como siempre. Dígame, ¿ha encontrado algo de interés en los libros que le presté?

Ella lo miró con los ojos muy abiertos.

– Sí. Estoy enfrascada en ellos. -Había observado a Jonas hablar con su hermana y Lucifer. Ahora ya sabía cuál había sido el tema de conversación.

Dado que estaba muy cerca de saber si Ballyclose Manor era realmente la «casa más alta», con suerte no tendría por qué seguir pidiendo prestados los libros de Colyton Manor.

Ella sonrió.

– Quizá podría decirme una cosa.

Lucifer arqueó sus cejas negras y la taladró con su mirada azul oscuro.

– ¿Si?

– La señorita Sweet es un encanto… ¿Hace mucho tiempo que está con Phyllida?

El apretó los labios. Em no pudo asegurar si él se creyó su expresión inocente, pero un momento después le observó relajar los rasgos.

– No nació en el pueblo. Llegó aquí como institutriz de Phyllida y Jonas cuando éstos tenían tres años, y pasó a ser parte de la familia.

A partir de ahí, a Em le resultó muy fácil indagar sobre las personas de más edad del pueblo. Sus preguntas no tenían nada que ver con la búsqueda, pero tenía curiosidad.

Cuando se separó de Lucifer, se encontró con que Basil Smollet la esperaba para escoltarla junto a su madre.

La anciana señora Smollet había mostrado un agudo interés por Em, su familia y la resurrección de la posada. Era una de las vecinas con más edad de Colyton y, como todos los demás, demostraba un profundo interés por los asuntos del pueblo.

– Continúe así, querida -la mujer le palmeó la mano-, y tendrá nuestra eterna gratitud. Gracias a usted la vida social del pueblo vuelve a ser lo que era.

El cumplido enterneció el corazón de Emily. No era el primero que había recibido esa noche, muchos se habían parado a su lado para agradecerle el trabajo realizado en la posada. El comentario más frecuente era que ahora también podían frecuentar el lugar las mujeres con sus hijas.

Después de darle las gracias como correspondía y separarse de la señora Smollet, Em se reunió con Issy. Filing estaba hablando con uno de los parroquianos en la habitación de al lado y Em aprovechó ese momento de intimidad para repetirle los comentarios que le habían hecho.

– La verdad es que me siento muy satisfecha -confesó-. No tenía ni idea de que causaríamos tal impresión, ni de que lograríamos algo tan importante para los vecinos del pueblo con lo que en un principio no era nada más que un medio para conseguir un fin.

Issy esbozó una sonrisa.

– Quizá, pero dadas las circunstancias no creo que sea tan sorprendente que, de manera intencionada o no, tratemos de mejorar las cosas en el pueblo. A fin de cuentas somos los Colyton de Colyton, aunque el resto del pueblo no lo sepa.

Em arqueó las cejas.

– Muy cierto. Quizás ayudar a levantar el pueblo de Colyton sea algo que llevamos en la sangre.

Filing regresó y, tras intercambiar algunas palabras, Em se alejó.

A pesar de todas esas distracciones, Emily mantuvo un ojo en el reloj y el otro en los invitados. Ahora estaba circulando por el salón, esperando el momento oportuno para escabullirse. Un baile más y por fin podría perderse entre las sombras. De algunos comentarios sin importancia que oyó en la merienda de la parroquia, había deducido en qué ala se encontraba situada la biblioteca. Si no se equivocaba, se encontraba cerca del salón de baile, al otro lado del vestíbulo.

Estaba a punto de comenzar otra ronda de bailes. El primero era un vals. Em se acercó a la pared y fue rodeando la estancia, dirigiéndose a la puerta que daba al vestíbulo. Dado que quería esfumarse, no tenía intención de aceptar más bailes.

– Aquí estás.

Una mano grande se cerró en torno a la suya y la hizo dar un brinco. Aunque no de temor o sorpresa. Una sensación de puro placer le subió por el brazo, indicándole con más claridad que sus ojos o sus oídos quién la había agarrado.

– ¡Señor Tallent! -Se volvió para mirarle.

Él estaba sonriendo con aquella sonrisa brillante y un poco canallesca que solía curvarle los labios.

– Jonas, ¿recuerda? -Enlazando su brazo con el de él, se giró hacia la pista de baile-. Ha llegado el momento de bailar otro vals.

Ella respiró hondo.

– Jonas… ya hemos bailado un vals.

– En efecto. Y como resultó ser una experiencia muy grata para los dos, no hay razón para no repetirlo.

– Sí, la hay -masculló ella, intentando contener su genio Colyton-. La gente hablará.

– La gente ya habla de usted. Si no quiere que todos especulen sobre usted, no debería representar un misterio tan contradictorio.

Emily frunció el ceño mientras él se giraba hacia ella y la atraía hacia sus brazos. Instintivamente levantó los suyos, dejando que le cogiera la mano derecha y le pusiera la izquierda en el hombro. Entonces comenzaron a girar mientras ella todavía intentaba asimilar las últimas palabras.

– No soy un misterio y, mucho menos, uno contradictorio.

– Oh, sí, claro que lo es. Es una joven dama que trabaja de posadera, pero se niega a reconocer sus orígenes aristócratas, aunque insiste en que su familia mantenga el estatus social que le corresponde. ¿Por qué? Eso es lo que todo el mundo quiere saber.

– Pero… pensé que todos habían asumido que sólo somos gente de clase acomodada caída en desgracia.

Él le dirigió una mirada burlona.

– Mi querida Em, permítame informarla de que la gente de clase acomodada caída en desgracia no posee elegantes trajes de seda con los que asistir a los bailes, ni lleva perlas en el pelo -miró con mordacidad la peineta de perlas con que ella sujetaba sus rizos rebeldes-, ni contratan tutores para su hermano con el objetivo de que éste sea aceptado en Pembroke College.

Sus ojos oscuros buscaron los de ella y Em volvió a perderse en ellos. Pommeroy Fortemain le crispaba los nervios, poniéndola en guardia. Jonas Tallent, sin embargo, la enervaba todavía más, pero provocándole justo el efecto contrario.

Y, maldito fuera, la atracción que existía entre ellos sólo era algo puramente físico. Por debajo de su innegable atractivo, había algo muy poderoso en Jonas Tallent. Algo que la atraía de una manera que casi la asustaba.

Emily sentía el impulso creciente y casi físico de contarle, de confiarle, su gran plan y pedirle que la ayudara. Si ese impulso hubiera surgido porque necesitara su ayuda, quizá ya se la habría pedido. Pero, a pesar de que probablemente él podría ayudarla, confiaba en tener éxito por sí sola en la búsqueda del tesoro. No necesitaba decirle que estaba buscando un tesoro…, al menos no en ese momento.

La razón por la que quería decírselo, la que alimentaba aquel impulso, tenía más que ver con la necesidad de compartir, de decirle quién era realmente ella para así poder buscar el tesoro juntos. La existencia del tesoro de su familia era, sin lugar a dudas, una de las mejores aventuras de su vida y ésa era la razón, razón que no podía realmente definir, por la que quería revelarle la verdad y compartir aquella aventura con él.

Em se había pasado más de una década cuidando de sus hermanos sola. Completamente sola. Y sentir de repente la compulsión de incluir a alguien más en su vida, la inquietaba y la estremecía. Y, por encima de todo, la confundía.

No estaba segura de ser capaz de pensar con claridad cuando estaba en los brazos de Jonas Tallent.

Ni tampoco mientras bailaba el vals con él.

Sobre todo cuando su mirada oscura se volvía más ardiente e hipnótica o cuando la estrechaba contra su cuerpo y su mano grande le quemaba a través de la seda del vestido.

Em sentía que flotaba otra vez, que apenas tocaba el suelo y, en aquel estado alterado, podría imaginar, sentir y casi creer.

Al cesar la música, él dio una lenta vuelta antes de detenerse, y ella volvió a la tierra.

A la realidad de que él era su patrón, y ella la posadera que dirigía su pesada.

Puede que Jonas se burlara de su charada, pero aun así ella estaba tranquila. Asumía que se había bajado del pedestal de damisela, y eso era algo que ni él podía negar. Ella no era tan estúpida como para creer que Jonas pensaba que aquello que había entre ellos era algo más que un affaire.

Em se dio la vuelta y escudriñó la estancia para evitar mirarle, a los ojos. Le preocupaba que pudiera ver demasiado en los de ella.

Jonas no le soltó la mano, sino que la cerró con más firmeza en torno a sus dedos.

– Em.

– Aquí está la señora Crockforth con su hija.

Em le sonrió alentadoramente a la matrona que había elegido ese momento para abordarles. El baile siguiente empezaría en pocos minutos, y Jonas y ella ya habían bailado dos veces el vals. Así que esa noche no podía volver a bailar con él.

Fuera posadera o no.

A Jonas no le quedó más remedio que inclinar la cabeza en un gesto cortés y sonreír, estrechando la mano de la señorita Tabitha.

Em tuvo que forcejear disimuladamente para liberar su mano de la de él, y, una vez que logró su objetivo, se unió a la señora Crockforth para asegurarse de que Tabitha compartía el siguiente baile con el patentemente renuente, aunque incapaz de ser descortés, señor Tallent.

Encintada, Em observó cómo la pareja se dirigía a la pista de baile, y después de intercambiar cumplidos mutuos con la señora Crockforth se separó de ella. Emily siguió vigilando la pista hasta que Jonas se dio la vuelta, entonces dio un paso atrás y se mezcló con la gente.

La biblioteca estaba donde pensaba que estaría y, gracias a Dios, se encontraba desierta. Miró consternada la enorme pared con estanterías repletas de libros.

Montones y montones de libros.

No tenía tiempo que perder. Comenzó por la librería más cercana a la puerta. Descubrió con rapidez el sistema de clasificación que seguía; entonces revisó las estanterías, examinando el lomo del primer libro de cada una de ellas.

Fue avanzando por toda la pared hacia el lateral de la estancia y, finalmente, en la esquina detrás del enorme escritorio, encontró los libros que trataban sobre la historia local, y que incluían dos libros que hacían referencia exclusivamente a ¡Ballyclose Manor!

Sintió en los dedos un hormigueo de excitación cuando sacó ambos volúmenes. Puso uno sobre el otro y, tras abrir la cubierta del primer libro, comenzó a leer.

Averiguó mucho sobre la casa, salvo lo que quería saber. Había hojeado la mitad del libro sin encontrar ninguna mención a la fecha en que había sido construida la casa cuando se le pusieron los pelos de punta.

Levantó la mirada.

Con una expresión perpleja en el rostro, Pommeroy rodeaba el escritorio hacia ella; el ruido de sus pasos quedaba amortiguado por la gruesa alfombra.

– ¿Qué está haciendo aquí?

– Ah… -Ella pensó a toda velocidad-. Creo… haberle mencionado mi interés por la arquitectura local. En especial por las casas antiguas. Es mi pasatiempo favorito.

La perplejidad de Pommeroy desapareció al oír la palabra «pasatiempo». Respondió con un silencioso «oh» y asintió con la cabeza.

Entonces miró los libros que ella tenía en la mano y al ladear la cabeza para leer el título en el lomo, volvió a fruncir el ceño.

– ¿Ballyclose? -La miró sorprendido a los ojos-. No estará pensando en serio que esta casa es antigua, ¿verdad? Bueno, es bonita y todo eso, pero no creo que pueda considerarse antigua.

Em parpadeó.

– ¿Antigua? ¿Quiere decir que no es antigua? Pommeroy negó con la cabeza sonriendo.

– En efecto. La construyó mi abuelo hace aproximadamente unos cincuenta años.

– ¿Cincuenta años? -Em cerró el libro. La cabeza comenzaba a darle vueltas. Había estado tan segura de que Ballyclose era la casa que su familia estaba buscando-. Pero… quizá se edificara sobre una estructura más antigua. -Le lanzó a Pommeroy una mirada esperanzada-. Muchas casas antiguas acaban formando parte de edificaciones más modernas, no por completo por supuesto, pero sí parte de los muros, los cimientos o incluso los sótanos.

Sonriendo con suficiencia, Pommeroy negó con la cabeza.

– Es el gran secreto familiar, o al menos es algo que la familia no cuenta nunca. Mi abuelo construyó este lugar sobre una vieja casa de campo, después de que ésta se viniera abajo por completo.

Ahora le tocó el turno a Em de fruncir el ceño.

– Pero, por lo que sé, los Fortemain han vivido en el pueblo desde hace siglos…, muchos siglos. ¿Dónde vivió su familia antes de que se trasladara a Ballyclose?

Pommeroy se balanceó sobre los talones, encantado de ser el centro de atención.

– No es la misma familia, o por lo menos no la misma rama. Mi abuelo era natural de un lugar cerca de Londres. Se mudó aquí cuando uno de sus primos murió y le dejó la granja…, que se convirtió en Ballyclose. Fue entonces cuando construyó la casa.

Em se acercó más a Pommeroy, dispuesta a que le diera toda la información importante.

– ¿Dónde vivía ese primo? ¿Lo sabe?

– En una de las casas cercanas a la posada.

Ninguna de las cuales estaba en un lugar lo suficientemente elevado para ser considerada «la casa más alta». Em suspiró y se echó atrás. Pommeroy arqueó las cejas.

– Podría enseñarle los alrededores de la casa si usted quiere. Es mejor que regresar al baile, ¿qué me dice?

Ella negó con la cabeza.

– Gracias, pero no. Sólo estoy interesada en las casas antiguas, las que se construyeron hace varios siglos. -Recordando los libros que todavía tenía en las manos, se giró hacia las estanterías y devolvió los volúmenes a su lugar, cerca de la esquina.

Luego se enderezó y se dio la vuelta, cayendo directamente en los brazos de Pommeroy.

– ¡Pommeroy! -Intentó apartarle de un empujón, pero él la había rodeado con los brazos. Y, como ella descubrió después de intentar liberarse, era bastante más fuerte de lo que parecía. Comenzó a forcejear en serio contra él-. ¿Qué está haciendo?

El hombre la miró de manera lasciva.

– Dado que la he ayudado con su afición… me parece justo que obtenga mi recompensa. -La estrechó con más fuerza y se inclinó con intención de besarla.

– ¡No! -Retorciéndose, Em logró evadir aquellos labios gruesos.

Le empujó el pecho con todas sus fuerzas. Mientras forcejeaba se le arrugó el vestido, pero aun así no logró apartarle ni un centímetro para hacer palanca y zafarse de sus brazos. Y cuanto más luchaba ella, más parecía pensar él que se trataba de un juego… Que ella no iba en serio, sino que estaba tomándole el pelo. Los sonidos excitados que él emitía iban en continuo aumento.

Em se sintió presa del pánico. El comentario que había hecho una hora antes cuando dijo a Issy que no habría ningún peligro acechando en la biblioteca de un caballero, regresó a su memoria para burlarse de ella.

Em alzó la cabeza para mirarle y él volvió a abalanzarse sobre ella. La joven gritó y se agachó de nuevo. Los labios de Pommeroy chocaron contra su cabeza, justo por encima de la frente. El pensamiento de esa boca sobre su piel, o en cualquier otra parte de su cuerpo, era demasiado asqueroso para considerarlo siquiera. Em redobló los esfuerzos e intentó darle un puntapié.

– Deténgase -gritó entonces-, o se lo diré a su madre.

– Tonterías, no pasa nada porque me tome unas libertades… ¡Auuuu!

De repente Em era libre. Así de golpe, Pommeroy se apartó de ella y salió disparado contra la esquina. Chocó como un saco de patatas contra las estanterías que se zarandearon con un ruido sordo y, aturdido, se deslizó lentamente hasta quedar sentado en el suelo.

El parpadeó y la miró perplejo, luego desplazó la mirada al rescatador de Em.

Jonas.

Em sabía que era él aunque no había mirado en su dirección. Como descubrió en ese momento, estaba sin aliento, marcada y aterrorizada, Lo primero que hizo fue respirar hondo para calmar los nervios y tranquilizarse.

Durante un largo momento, nadie dijo nada. Después, con la respiración más sosegada, Em se llevó la mano a la garganta y miró a Jonas.

Su rostro no era nada más que ángulos duros y planos inflexibles. Miraba fijamente a Pommeroy como si debatiera consigo mismo si era ético o no pegarle una paliza al hijo de la anfitriona.

Jonas notó que ella le miraba.

Em lo supo porque en su rostro alargado se apreció otro tipo de tensión.

Él giró la cabeza lentamente y le sostuvo la mirada. Y ella volvió a quedarse sin respiración.

Estaban lo suficientemente cerca para que Em pudiera verle los ojos, para que observara las violentas y poderosas emociones que vibraban en aquellas oscuras profundidades.

Jonas esperó, pero ella no pudo hablar. Al enfrentarse a la expresión de sus ojos, Em no fue capaz de pensar qué decir, ni mucho menos tomar aire para pronunciar las palabras. El instinto la tenía paralizada. Sabía que lo más prudente era no decir nada.

Jonas se volvió hacia Pommeroy. Un impulso diferente a cualquier otro que hubiera tenido antes le hizo querer abalanzarse sobre él y tuvo que contenerse para no levantar a Pommeroy con sus propias manos y volver a arrojarlo al suelo. En su cerebro no había lugar para pensar racionalmente. En ese momento era sólo impulso e instinto puros; el lado más oscuro de Jonas se había deshecho de cualquier vínculo civilizado y clamaba venganza.

Pommeroy pareció notarlo. Abrió mucho los ojos y se revolvió en el suelo, intentando incorporarse.

Jonas le miró fijamente.

– Tienes un horrible dolor de cabeza, Pommeroy, y vas a retirarte a tu habitación. Ahora mismo.

Pommeroy logró sentarse derecho y le miró con los ojos como platos.

– ¿Queé?

Con gesto sombrío, Jonas inclinó la cabeza.

– Y si tienes algún problema para fingir que te encuentras mal, estaré encantado de ponértelo más fácil -le dijo entre dientes-. ¿Me has comprendido, Pommeroy?

Pommeroy palideció. Lo miró a él y luego a Em, que se alisó el vestido antes de levantar la vista para lanzarle una mirada feroz. Pommeroy agachó la cabeza.

– De acuerdo. No estoy bien. Creo que me iré a mi habitación -masculló.

– Perfecto. -Mirando a Em, Jonas alargó el brazo-. Entretanto, nosotros terminaremos nuestro paseo en la terraza.

Ella permitió que la cogiera del codo y la condujera a la puertaventana. Luego le miró a la cara y frunció el ceño.

– ¿Qué paseo?

– El paseo del que nos van a ver regresar todos los invitados que se encuentran en el salón de baile en este momento. -Jonas abrió la puertaventana y le lanzó una mirada de advertencia-. Ese paseo.

– Ah. -Ella vaciló y luego salió a la terraza.

Él la siguió y cerró la puerta sin volver a mirar a Pommeroy, que se esforzaba por ponerse en pie en la esquina.

Em se detuvo y recorrió con la vista la terraza que ocupaba toda la longitud de la casa. En el otro extremo, había entreabierta una puertaventana doble por la que salían luz y sonido, y alegres carcajadas que flotaban en la noche, aunque al ser octubre y hacer frío, ninguna pareja más se había aventurado a salir a dar un paseo.

Él le ofreció el brazo con algo de rigidez.

Ella vaciló un momento, pero colocó la mano sobre su manga.

Jonas reprimió el impulso de poner la otra mano encima de la de ella para no dejarla marchar. Apenas podía contener su temperamento, pero estaba resuelto a no hacer más comentarios. Cualquier tipo de discurso sería demasiado peligroso y arriesgado, en su estado actual. Furia, indignación, un proteccionismo feroz y algo más primitivo, recorría sus venas. Sentía el roce de la mano de Em en la manga, la pequeñez y fragilidad de sus delicados dedos, algo que sólo servía para aumentar y exacerbar esa respuesta primitiva.

No habían dado más de cinco pasos sobre la terraza cuando, a pesar de su buen juicio, se dejó llevar por su impulso.

– No puedo creer -gruñó-, que planearas reunirte a solas con ese bobalicón de Pommeroy. Por la manera en la que había ayudado a la señora Crockforth a incitar a su hija a bailar con él, había sabido que planeaba algo…, que estaba a punto de hacer algún movimiento.

La había visto salir del salón de baile, pero no tuvo más remedio que esperar a que finalizara el baile para separarse de la señorita Crockforth y poder seguirla. Conociendo el tipo de información que Em buscaba, la biblioteca fue el primer lugar al que se dirigió. No le sorprendió encontrar a la joven allí, pero sí que estuviera en los brazos de Pommeroy.

Entonces la vio forcejear contra él, la escuchó gritar, y su instinto afloró.

Intentó decirse a sí mismo que habría reaccionado de la misma manera si fuera otra señorita la que hubiera estado atrapada contra su voluntad entre los brazos de Pommeroy.

Deseó poder creérselo, pero aunque era cierto que hubiera ayudado a cualquier mujer en tal situación, sabía que no habría reaccionado con la misma cruda y violenta furia que le embargó al rescatar a Em.

Ella no respondió de inmediato a su comentario. Alzó la nariz y dio tres pasos más antes de decir:

– No creo que sea asunto suyo, pero no conspiré, planeé, ni acepté de ningún modo reunirme en privado con Pommeroy Fortemain. Y me resulta incomprensible que usted piense que es así. -Su tono se volvió más airado. Aparró la mano de su manga, se detuvo y se giró para mirarle-. ¿Por qué demonios iba a querer reunirme con él? -Cerró los puños con fuerza y le lanzó una mirada furiosa cuando él también se detuvo-. ¡Lo próximo que hará será acusarme de tener las miras puestas en él!

Él le respondió con otra mirada furiosa.

– Esperaba que tuviera mejor gusto. Pero ¿de qué otra manera podía…? -se interrumpió-. ¿La siguió?

– ¡Pues claro que me siguió! Me encontró sola e intentó aprovecharse de mí.

– No la hubiera encontrado sola si usted no se hubiera escabullido en busca de esa condenada cosa que está buscando.

Em entrecerró los ojos.

– Estaba a punto de darle las gracias por su oportuna intervención, pero a pesar de cualquier gratitud que pudiera sentir, ¡nada, repito, nada, le da derecho a decirme dónde puedo ir, cuándo o con quién!

– La furia que sentía la hizo ponerse de puntillas y señalarle la nariz con un dedo-. ¡No es mi guardián! Nadie le ha elegido a usted para ese papel. No puedo entender por qué cree que tiene derecho a interferir en mi vida. ¿Por qué imagina que puede hacerlo?

La expresión de Jonas no se había suavizado, pero parecía extrañamente neutra. Clavó los ojos en ella durante unos segundos.

Ella estaba a punto de gruñir y apoyar los talones, creyendo que su mensaje había dado en el blanco, cuando él alargó las manos hacia ella.

La tomó entre sus brazos, la apretó contra su pecho, inclinó la cabeza y aplastó los labios contra los suyos.

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