CAPÍTULO 20

Jonas se despertó a la mañana siguiente lleno de energía, pero solo. No obstante, no podía dejar de sonreír. Cruzó los brazos debajo de la cabeza -que ya no le dolía- y clavó la mirada en el techo.

Casi había merecido la pena que alguien le golpeara la cabeza.

Ya no le cabía la más mínima duda de que Em se casaría con él. Nada de lo ocurrido la noche anterior habría sido posible si ella no hubiera tomado ya una decisión.

Era una certeza excitante. Se quedó inmóvil y la saboreó durante un buen rato antes de que la impaciencia por saber qué le depararía ese día le incitara a levantarse.

Esperó para comprobar si los vértigos que le habían asaltado el día anterior regresaban, pero no sintió ningún tipo de mareo. Sacó las piernas de la cama, se levantó, esperó y entonces sonrió.

Alzó la mano y palpó el chichón que tenía en la parte posterior de la cabeza. Hizo una mueca al tocarse, pero al menos ya había disminuido la hinchazón.

Mejor. Tenía planes para ese día y no incluían ser consentido ni quedarse en la cama.

Lucifer y él tendrían que revisar el tesoro Colyton esa mañana, y hacer una valoración oficial. Lo habrían hecho el día anterior si no le hubieran atacado.

Luego, tras almorzar en la posada y pasar un par de horas con Em, pensaba dar una vuelta por el pueblo. Quería hacerle algunas preguntas a Coombe y a Potheridge. Intentaría ser persuasivo, pero de una manera u otra conseguiría las respuestas que buscaba.

Tiró de la campanilla para que le llevaran agua para asearse; después cogió la ropa. El día era espléndido y él cenia cosas que hacer.


Em se sentía extrañamente nerviosa mientras se paseaba ante la puerta de la celda en los sótanos de la posada, observando cómo Lucifer, con la ayuda de Jonas, hacía un inventario del tesoro de su familia. Lucifer examinaba cada artículo, luego lo describía y fijaba un precio, algo que Jonas anotaba cuidadosamente en un papel.

Había invertido tanto en encontrar el tesoro, no sólo económicamente sino también emotivamente, que ahora que lo había encontrado sentía un alivio difícil de asimilar. Aún seguía sin poder creerse que aquello fuera real. Todavía le costaba creer que ya no tendría que volver a preocuparse por nada.

Sólo con escuchar las cantidades que Lucifer iba dictando a Jonas, resultaba evidente que su familia no tendría que volver a preocuparse por el dinero. Con que sólo vendieran una mínima parte del tesoro tendrían suficiente para mantenerse durante el resto de su vida.

Em había estado observando a los dos hombres de vez en cuando durante las dos últimas horas. Casi habían terminado; sólo les quedaba algunas monedas que examinar, así que ella seguía esperando el veredicto para discutir con ellos qué debería hacer con el tesoro.

Lucifer examinó las últimas monedas, dio su opinión y las juntó con las demás. Levantó la mirada y sonrió a Em. Luego cogió las hojas que Jonas le tendía, las estudió atentamente y asintió con la cabeza, aprobando el trabajo de su cuñado. La suma final le hizo arquear las cejas.

– Bueno, querida. -Alzó la mirada hacia Em-. Como ya había supuesto, aquí hay una enorme fortuna. -Mencionó una cifra que superaba las expectativas más descabelladas de la joven-. Y éste es sólo un cálculo prudente. Estoy casi seguro de que la cifra final será mucho más elevada. ¿Has decidido ya qué quieres hacer?

Em buscó los ojos oscuros de Jonas y, alzando la barbilla con firmeza, asintió con la cabeza.

– Teniendo en cuenta que el tesoro consta de monedas y joyas, algo que cualquier malhechor podría robar con suma facilidad y que, además, es imposible de rastrear una vez que ha desaparecido, he pensado que debería venderlo todo y convertirlo en fondos e inversiones para evitar que lo roben.

Y también para evitar poner en peligro la vida de Jonas y su familia. Miró a Lucifer.

– Hay que reservar parte del dinero para las gemelas e Issy. Para que puedan disponer de una dote, y…

– Y tú también -dijo Issy, apareciendo por detrás de Em-. Henry y yo hemos hablado de esto y, aunque estamos de acuerdo con todo lo que has dispuesto, queremos que tengas los mismos derechos que yo o las gemelas. Y además tienen que serte reembolsados los fondos que gastaste para traernos aquí y encontrar el tesoro. Es lo más justo. Has usado casi todo el dinero que te dejó papá, y tenemos que devolvértelo. -En los suaves rasgos de Issy apareció una terca expresión que Em reconocía muy bien, una que no admitía réplica-. No pienses que nos conformaremos con menos.

– Tiene razón -dijo Lucifer, asintiendo con la cabeza-. Ese argumento es muy válido.

Em miró a Jonas. También él asintió con la cabeza. La joven hizo una mueca.

– De acuerdo, pero…

– Nada de peros. -Issy miró a Lucifer-. Mi padre le dejó a Em quinientas libras, así que deberán añadir esa cantidad a su dote.

– Cuatrocientas ochenta -le corrigió Em-. Todavía me quedan veinte libras, pero…

– Nada de peros -repusieron los otros tres al unísono.

Em cerró la boca.

Lucifer tomaba notas.

– Así que tenemos que apartar dinero para la dote de las cuatro chicas, más cuatrocientas ochenta libras que hay que reembolsarle a Em. Además están los fondos para Henry.

– Queremos que vaya a Pembroke -indicó Em- y que, después de completar sus estudios, le quede suficiente dinero para vivir holgadamente. Tendrá que comprar una casa adecuada, y ser lo suficientemente solvente para que pueda mantener decentemente a su esposa y a su familia.

Em observó cómo Lucifer tomaba notas en otra hoja de papel, sumando y calculando velozmente. Jonas se inclinó y señaló una cifra, murmurando algo sobre los intereses de las inversiones.

Lucifer asintió con la cabeza y le respondió con otro murmullo. Tras anotar unas cuantas cosas más, examinó lo que había escrito y luego miró a Em y a Issy.

– La manera más efectiva de usar los fondos para lograr lo que deseas es ésta.

Les sugirió establecer una serie de cuentas, una para cada hermana y otra mayor para Henry. Luego les explicó cómo, si invertía el dinero, podrían vivir cómodamente de los intereses. Em sabía lo suficiente del tema para valorar esa propuesta.

– Y el resto, los demás fondos restantes tras la venta del tesoro, podría ser destinado a una sociedad, de inversiones para que puedan disponer de él las «generaciones futuras». -Lucifer miró a Em y arqueó las cejas-. ¿Te parece bien este arreglo?

– Sí. -Ella asintió firmemente con la cabeza-. Eso es justo lo que queremos. ¿Podrías ayudarnos con ello?

– Será un placer. -Lucifer recogió las notas-. Lo copiaré para que puedas quedarte con el original. Esta tarde enviaré varias cartas a algunos de los distribuidores de Londres a los que podéis confiarle el tesoro. Una vez que lo vendan podremos proceder con lo planeado. Entretanto, también me pondré en contacto con Montague. -Miró a Jonas, que asintió con la cabeza.

– Montague -explicó Jonas a Em- es un hombre de negocios. Necesitas a alguien como él, alguien en quien puedas confiar y que sepas que siempre hará lo mejor para tu familia, que se encargará y manejará todas las cuentas.

– ¿Y este Montague es de fiar? -preguntó Em.

– Sin ninguna duda. -Jonas sonrió-. Lucifer, todos los Cynster en realidad, yo mismo y otros miembros de la familia hemos confiado todas nuestras inversiones a él y a su firma. Es el mejor.

– En ese caso. -Em miró a Lucifer-. Por favor, ponte en contacto con él y háblale de nosotros.

Lucifer asintió con la cabeza y se levantó.

– Le escribiré esta tarde. ¿Quién sabe? Quizá logremos tentarle para que visite Colyton.


Después de almorzar con Em y su pequeña tribu, Jonas tomó el camino de regreso a Grange, con los sentidos muy alerta mientras caminaba con paso decidido por el sendero del bosque. Filing había bajado de la rectoría con Henry para saber cómo iban las cosas y también se había quedado a comer, sentándose con el resto de la familia en la larga mesa de la salita del ático que las gemelas ya consideraban suya.

Había sido una agradable comida familiar. Al pensar en lo hogareño que había resultado todo, Jonas no podía imaginar cómo él y también Filing habían podido vivir sin eso antes de que los Colyton hubieran regresado a Colyton.

Respecto a eso, había oído cómo Filing le decía a Em que llevaría a Issy en carruaje hasta Seaton esa tarde. No le sorprendería nada que regresaran con la noticia de su próxima boda. Ahora que habían encontrado el tesoro, y que éste había resultado ser muy valioso, y dado que Filing e Issy, y todos los demás, sabían de sobra que Jonas tenía intención de casarse con Em, no había duda de que el buen párroco había planeado persuadir a Issy para que le diera el sí y fijar una fecha para la boda.

Lo cual, Jonas esperaba, haría que también Em se decidiera a fijar una fecha para su propia boda. Estaba bastante seguro de que Issy insistiría en que, dadas las circunstancias, Em y él se casaran primero, algo en lo que Jonas estaba completamente de acuerdo. Era difícil que Em pusiera más objeciones si era persuadida tanto por su familia como por él.

La joven ya no podía alegar que la posada y el pueblo necesitaban de sus atenciones diarias. Había organizado todas las tareas tan bien, que el personal de la posada ya no necesitaba su continua supervisión. Cuando Jonas llegó esa mañana, se había dado cuenta de cuánto había mejorado la posada bajo la dirección de Em. Cuando Juggs era el posadero, a las diez de la mañana el salón estaba desierto. Pero ahora estaba casi lleno de vecinos que se reunían para tomar un desayuno tardío o un té matutino, y de huéspedes que terminaban de desayunar antes de irse.

No podía recordar cuánto tiempo había pasado desde que había visto un huésped en la posada, cuando ésta estaba bajo la administración de Juggs, y mucho menos los cinco que se habían alojado allí el día anterior.

Era el momento ideal para que Em fijara una fecha para la boda. Y él, tenía que reconocerlo, estaba impaciente, ansioso por dar el siguiente paso. Por declarar ante todo el mundo lo que ella significaba para él, por demostrar ese hecho sin que cupiera la más mínima duda.

Por formar una familia. Em y él tomarían a las gemelas y a Henry bajo su protección, pero le sorprendía cuántas veces en los últimos tiempos se había imaginado a Em con un hijo suyo en los brazos. La imagen se había quedado grabada en su cerebro, y regresaba una y otra vez para tentarle. Para aguijonearle.

No era que él necesitara que lo aguijonearan mucho en ese aspecto.

Sí, realmente era el momento perfecto. Sólo había un obstáculo en su camino, y tenía intención de eliminarlo en el acto.

Al llegar a la parte posterior de Grange, atravesó el huerto a paso vivo y entró por la puerta trasera. Devolvería la llave de la celda a su escondite y luego saldría a cumplir sus objetivos.

Le había dicho a Em que estaría en Grange toda la tarde; no había querido que la joven se preocupara por lo que podía ocurrirle cuando interrogara a los dos principales sospechosos del ataque.

Harold Potheridge era quien encabezaba la lista; según Dodswell, Potheridge no había regresado a casa de la señorita Hellebore hasta bien entrada la noche. Sin embargo, creía que lo más conveniente era empezar por Silas Coombe.

Tras dejar la llave a buen recaudo, salió de su habitación, bajó las escaleras y se puso en camino hacia la casa de Silas.


A las tres, Em subió a la salita del ático en busca de las gemelas. En ausencia de Issy, les había dicho que podrían jugar media hora después del almuerzo antes de que se presentaran en su despacho para estudiar aritmética bajo su atenta mirada.

Cuando las niñas no habían aparecido a las dos y media, no se había sorprendido ni preocupado, pero cuando a las tres menos cuarto seguían sin aparecer, había cerrado el libro de cuentas y se había puesto a buscarlas.

Tras la terrible experiencia con Harold, estaba segura de que no andarían muy lejos. Había esperado encontrarlas con las lavanderas o acosando a John Ostler, pero no había ni rastro de ellas ni en la lavandería ni en los establos. Nadie las había visto desde el almuerzo.

Desconcertada se dirigió a la habitación de las gemelas. Dado que hacía buen tiempo, era extraño que las niñas se quedaran dentro, pero quizás una de ellas no se encontrara bien.

Al llegar a la habitación al final del pasillo, abrió la puerta y vio las dos camas vacías, y una nota muy visible en la mesilla de noche que había entre ellas. Frunció el ceño, preguntándose qué sería aquello, y cruzó la estancia para cogerla. Sintió un estremecimiento de aprensión cuando vio que estaba dirigida a ella con letras mayúsculas y no con la caligrafía infantil de las niñas.

Un escalofrío le bajó por la espalda. Por un instante, miró fijamente la nota, luego la desdobló y comenzó a leerla.


SI DESEA VOLVER A VER A SUS HERMANAS, COJA EL TESORO, MÉTALO EN LA BOLSA DE LONA QUE HAY DEBAJO DE LA MESILLA Y DEVUÉLVALO AL MISMO LUGAR DONDE LO ENCONTRÓ. ALLÍ ENCONTRARÁ MÁS INSTRUCCIONES. DÉSE PRISA, SÓLO TIENE UNA HORA DESDE EL MOMENTO EN QUE LEA ESTA NOTA PARA VOLVER A LA TUMBA. NO SE LO DIGA A NADIE. LA ESTARÉ VIGILANDO. SI LA VEO LLEGAR CON OTRA PERSONA, NUNCA MÁS VOLVERÁ A VER A SUS HERMANAS CON VIDA.


Tras llegar al final de la nota, Em bajó la mirada y vio una bolsa de lona debajo de la mesilla de noche, justo a sus pies.


Para cuando la cabeza se le despejó lo suficiente para pensar, Em ya estaba en el sendero del bosque, corriendo hacia Grange. Harold. Tenía que ser él, ¿verdad?

Se detuvo un instante, sacó la nota del bolsillo y volvió a mirar la caligrafía, pero las letras mayúsculas la confundían. No podía distinguir si esa letra pertenecía o no a su tío. Volvió a meter la nota en el bolsillo, se alzó las faldas y siguió corriendo.

La parte posterior de Grange surgió ante su vista. Se detuvo entre los árboles, oteó el huerto y dio gracias a Dios de que no hubiera nadie allí. Miró al lavadero que había al lado y aguzó el oído. Al escuchar el susurro del agua supuso que las criadas estaban haciendo la colada. De ser así, nadie la vería llegar. Conteniendo el aliento, avanzó sigilosamente hasta la puerta.

Afortunadamente, nadie la vio. Exhalando un suspiro, abrió la puerta; Gladys le había mencionado que siempre estaba abierta durante el día. Entró sigilosamente en el pequeño vestíbulo y cerró la puerta en silencio. Aguzó el oído, pero todo parecía tranquilo en la cocina. Con suerte, dada la hora que era, Gladys y Cook estarían echando la siesta en sus habitaciones. Ninguna de las dos era joven y estaban en pie desde el amanecer.

Respiró hondo, cerró los ojos y rezó para sí misma, luego atravesó sigilosamente la puerta de la cocina y se dirigió a las escaleras principales. Tras lanzar un vistazo a la puerta de la biblioteca, subió en silencio los escalones y se encaminó a la habitación de Jonas, rezando para que él no estuviera allí, sino en la biblioteca.

Em abrió la puerta, escudriñó la estancia y exhaló un suspiro de alivio al ver que estaba vacía. Entró con rapidez y cerró la puerta; luego se dirigió a la mesilla de noche.

La llave estaba allí. La cogió y se la metió en el bolsillo, después cerró el cajón.

Contarle a Jonas lo que estaba ocurriendo quedaba descartado. Las instrucciones eran específicas: tenía que actuar y tenía que hacerlo sola. Si el maleante la veía con cualquier otra persona, mataría a las gemelas.

Y ella no podía correr ese riesgo -ni contándoselo ni de ninguna otra manera-, pues conocía a Jonas lo suficientemente bien como para estar absolutamente segura de que él nunca la dejaría ir a la cripta para enfrentarse al maleante sola.

Pero tenía que hacerlo.

Y no tenía tiempo para discutir. Se había preguntado cómo el malhechor sabría a qué hora exacta había leído la nota, pero luego se dio cuenta de que la mesilla de noche de las gemelas estaba frente a una de las ventanas de la buhardilla. Cualquiera que se encontrara delante de la posada la habría visto.

Fuera quien fuese el maleante, lo había planeado todo muy bien.

Así que tenía el tiempo justo. Disponía de una hora para coger el tesoro y llevarlo a la cámara Colyton.

Se apartó de la mesilla de noche y clavó la mirada en la cama. La intimidad, la preciosa noche que había pasado entre los brazos de Jonas hacía sólo unas horas, surgió como una llamarada en su mente.

Eso era lo que estaba arriesgando al ir sola a rescatar a sus hermanas. No era tan tonta como para pensar que el secuestrador las soltaría tan fácilmente. Las gemelas podían identificarle y, probablemente, ella también lo haría en cuanto lo viera. Todo lo que esperaba era poder intercambiar el tesoro por sus hermanas y tener al menos la oportunidad de rescatarlas, a ellas y a sí misma, si podía.

Tenía esa posibilidad, y la aprovecharía. Ya vería lo que podía hacer con ella. Así pues, recibió por una vez a su temeraria y valiente alma Colyton con los brazos abiertos. De algún modo, vencería o moriría en el intento.

Pensó en cómo se sentiría Jonas si ocurría eso último, y luego lanzó una mirada al reloj del tocador. Calculó que le sobraban diez minutos, así que cruzó la estancia con rapidez, no hacia la puerta, sino hacia el escritorio.

Se sentó en la silla, puso una hoja en blanco encima del papel secante, cogió la pluma y escribió una nota con rapidez.

Lo escribió todo -lo que había sucedido, lo que estaba haciendo, a dónde iba- en tan sólo unas líneas, y luego comenzó a escribir atropelladamente lo que sentía.

No tenía tiempo de medir las palabras ni de comprobar que fueran coherentes. Simplemente dejó que surgieran de su corazón, vertiéndolas sobre el papel a través de la pluma.

Por desgracia, escribir las palabras, resumir todos sus sueños, sólo le hizo ser más consciente de lo que realmente estaba arriesgando y sintió que una gélida frialdad le envolvía el corazón.

Lo que más quería era aferrarse a la promesa de la vida, del futuro y la familia que Jonas representaba. No quería correr riesgos, no quería arriesgar lo que tenía, todo lo que sabía y creía con toda su alma que tendría con él, como esposa y como madre de sus hijos.

Pero no tenía otra alternativa. Sus hermanas sólo podían contar con ella, no podía fallarles ahora.

Terminó la nota con una sencilla declaración: «Te amo, siempre lo haré.»

Casi sin poder respirar por culpa del nudo que tenía en la garganta, firmó la misiva, dejó la pluma sobre la mesa y, sin tocar la nota, se levantó y corrió hacia la puerta.

No respiró tranquila hasta que llegó al bosque y volvió corriendo a la posada.

«Fuera quien fuese el villano, lo había planeado todo muy bien.»

Ese pensamiento resonó en la mente de Em mientras mecía la pesada llave en el cerrojo de la puerta de la celda, la giraba y abría la puerta.

La sincronización del villano era poco menos que asombrosa. A esa hora del día, entre la hora del almuerzo y la merienda, todo el personal de la posada acostumbraba tomarse un descanso. Aparte de Edgar, detrás de la barra, Em no se había encontrado con nadie más en el trayecto.

Fuera quien fuese el villano, conocía muy bien el horario de la posada.

Con la bolsa de lona en la mano, la joven estudió la caja de piedra que sus antepasados les habían legado y dio gracias al santo que veló por ella: la pesada tapa de piedra estaba de nuevo sobre la caja, pero no encajada. Había una pequeña ranura por la que Em podía introducir la pequeña palanca que habían dejado al lado del banco y levantar la tapa lo suficiente para meter la mano en la caja. Una vez que lo hizo, dejó la palanca a un lado y fue sacando con rapidez un puñado tras otro de monedas y joyas.

Entonces se detuvo. ¿Cómo podía saber el maleante todo lo que había en la caja?

Miró a su alrededor. No había ventana en la celda, y si dejaba la tapa como estaba antes, desde el exterior de la celda nadie podría ver si dejaba una buena cantidad del tesoro en la caja.

Miró la bolsa con atención y luego el tesoro, y decidió coger una cuarta parte del total. Tomaría lo que más o menos le correspondería a ella y a las gemelas, y dejaría el resto para Henry, Issy y las próximas generaciones de Colyton. Lo que se llevaría sería suficiente para convencer a cualquiera que no hubiera visto el tesoro fuera de la caja. Las únicas personas que sí lo habían hecho eran Lucifer, Jonas, Issy y ella.

– Quienquiera que sea, sólo debió de ver una parte del tesoro cuando abrimos la caja en el salón -masculló ella.

De todas formas, se dio cuenta al levantar la bolsa de lona de que ella jamás habría podido llevarse todo el tesoro.

Lo que sólo confirmaba la decisión que había tomado.

Con la bolsa de lona llena, ató los cordones para cerrarla y se puso en pie. Atravesó la puerta de la celda y, tras cruzar el umbral, la cerró.

¿Qué podía hacer con la llave?

Se quedó mirándola durante un momento, luego se apresuró a subir las escaleras del sótano y se dirigió al despacho. Tardó menos de un minuto en dejar la llave en la caja fuerte de la posada, donde Jonas la encontraría tarde o temprano.

Lanzó una mirada al reloj y observó que sólo tenía siete minutos para llegar a la cripta. Cogiendo el chal del perchero que había junto a la puerta, envolvió con él la bolsa de lona y luego salió con rapidez.

– Edgar… Voy a dar un paseo.

Desde su habitual posición detrás de la barra, Edgar asintió con la cabeza.

– Sí, señorita. Le diré a cualquiera que pregunte por usted que volverá dentro de un rato.

– Gracias -respondió, saliendo a toda prisa por la puerta principal.


Llegó a la iglesia y se dirigió a las escaleras de la cripta sin ver a nadie, por lo que no tuvo que inventarse ninguna excusa para explicar adonde se dirigía tan deprisa a esa hora. Había preparado una excusa por si coincidía con Joshua en la iglesia, pero luego se acordó de que había ido con Issy a Seaton.

Se preguntó si le habría pedido matrimonio a Issy. Esperaba que lo hubiera hecho y que su dulce hermana hubiera aceptado. Issy la había ayudado durante años; no había nadie que mereciera más que ella ser feliz.

Se detuvo junto a la sacristía para encender, con manos temblorosas, una de las linternas que se guardaban allí. Observó que la llave de la cripta no estaba en el gancho. Lo más probable es que la puerta de la cripta estuviera abierta y que el villano la estuviera esperando allí abajo. Recogió la linterna y, con la bolsa de lona en la otra mano, corrió hacia las escaleras y comenzó a bajarlas.

Hizo suficiente ruido para que el malhechor, quienquiera que fuese, supiera que se acercaba. Con un poco de suerte, las gemelas también la escucharían y sabrían que se reuniría muy pronto con ellas.

Ese era otro punto que sugería que el villano no era alguien tan amenazador como su tío; Em no creía que las gemelas hubieran vuelto a marcharse con él. Aunque eran jóvenes, no eran tontas, ni mucho menos. No importaba lo que Harold hubiera dicho o prometido, dudaba que creyeran nada de lo que dijera.

Y con respecto a Silas Coombe, las gemelas, con su inocente franqueza, pensaban que era sumamente tonto. El no habría sido capaz de camelarlas.

Lo que quería decir que el malhechor era alguien que Em no conocía bien. Alguien impredecible, alguien con quien no sabía cómo negociar.

Cuando bajó a la oscura cripta con la linterna iluminando el camino ante ella, lo único de lo que estaba segura era de que fuera lo que fuese lo que estaba por venir, tenía que mantener la cabeza fría para que sus hermanas y ella pudieran salir de allí sanas y salvas.

Se detuvo al llegar al último escalón y echó un vistazo rápido a su alrededor. Las tumbas y los mausoleos le bloqueaban la vista en varias direcciones, pero no oyó nada, ninguna respiración, ni pasos…, nada.

Levantó la linterna y miró hacia la entrada de la cámara Colyton. La puerta estaba abierta.

Bajó el último escalón y se dirigió hacia las fauces de la tumba de su familia.

«¿Tesoro o maldición?»

Qué ironía. Después de todo lo que habían buscado, había encontrado el tesoro de su familia sólo para morir prematuramente por culpa de él en la cripta familiar.

Em se estremeció ante aquel morboso pensamiento. No iba a morir, no sí podía evitarlo.

Clavó la mirada en la puerta del mausoleo. La llave, la llave de la cripta, tampoco estaba en el cerrojo. Lo que probablemente querría decir que la tenía el villano y, por consiguiente, podría encerrarlas a ella y a sus hermanas en la bóveda.

Si eso ocurría, si por fortuna sobrevivían al encuentro con el único resultado de quedar encerradas en la bóveda, en cuanto por la noche Jonas encontrara la nota, sabría dónde estaban. Al menos en ese aspecto, estaban protegidas.

No podía hacer nada más. Tenía que bajar los escalones y enfrentarse al villano.

Em respiró hondo, alzó la barbilla y levantó la linterna. Dio un paso hacia los estrechos escalones que conducían a las tumbas de su familia con la bolsa de lona en la mano.

No se dio prisa, descendió cada peldaño con deliberada lentitud.

Él tenía que saber que ella se acercaba, no había razón para lanzarse ciegamente a sus brazos.

La luz de la linterna iluminó las efigies y los demás monumentos, arrojando enormes sombras en las paredes. No había ninguna otra luz en la bóveda, ninguna señal de que hubiera otra linterna en la cripta. El malhechor tenía que tener una si había bajado allí. La cripta, y más aún el mausoleo, estaban tan oscuros como una tumba sin la luz de una linterna.

¿Estaría quizá detrás de ella?

Aquel pensamiento hizo que se girara sobre el último escalón y mirara hacia atrás. El corazón le latía a toda velocidad, pero incluso con sus sentidos alerta, Em no pudo detectar ningún indicio de movimiento, ningún sonido que sugiriera que había alguien dentro de la cripta ni siquiera en las escaleras que conducían a ella.

Se volvió de nuevo hacia la cámara, tragándose el creciente pánico -provocado en parte por lo que podía ocurrir cuando encontrara al malhechor y en parce por un miedo irracional-, y bajó tenazmente los escalones hasta el suelo apenas excavado en la roca.

Cuando estuvo allí antes, lo hizo acompañada de otras personas, gente en la que confiaba. Entonces no fue del todo consciente de lo sobrecogedor que era aquel lugar, de la opresiva oscuridad que lo envolvía. Ahora tenía los nervios de punta, su instinto estaba totalmente alerta y una primitiva sensación de estar enfrentándose a un peligro inminente la instaba a huir…, a regresar a la luz y salir de la oscuridad.

Volvió a tragar saliva, se obligó a levantar la linterna y mirar a su alrededor. Estaba segura de que se toparía con alguien -un ser maligno-, pero poco a poco la sensación de estar sola se fue intensificando. Estaba sola con los muertos.

Se recordó a sí misma que todos eran Colyton, sus antepasados. Si alguien tenía algo que temer allí era aquel que quería robar el legado familiar.

Recordando las instrucciones del malhechor, se acercó lentamente a la tumba de su antepasada, de aquella mujer que había tenido la suficiente visión de futuro para guardar el tesoro y esconderlo tan ingeniosamente.

Al llegar a la tumba, levantó la pesada bolsa de lona y la puso donde antes había estado la caja del tesoro. AI soltar la bolsa, las monedas y las joyas tintinearon en el interior.

El ruido resonó en la oscuridad. Em esperó, preguntándose, con los sentidos cada vez más agudizados, desde qué dirección llegaría el peligro. Se giró lentamente y no vio a nadie.

– Emily.

El nombre llegó a ella como un susurro fantasmal. Al principio pensó que se trataba de un producto de su imaginación.

Pero luego volvió a escucharlo, más insistente y ligeramente burlón.

– Emi… ly.

La voz provenía de unos huecos oscuros en la pared, de los túneles que conducían al corazón de la cordillera de piedra caliza. -Emi… ly.

Más insistente todavía. Definitivamente, era la voz de un hombre, no las de sus hermanas. Pero era una voz que ella no reconoció.

La joven vaciló un momento, luego recogió la bolsa de lona y se dirigió a la abertura. Levantó la linterna mientras rogaba por ver a las gemelas, pero lo único que sus ojos percibieron fue las paredes de un estrecho pasaje que no sabía a dónde conducía.

Que se adentraba en una oscuridad total.

– Emily.

Ahora había una nota de reprimenda, casi de desaprobación, en la voz. Era evidente que se suponía que tenía que seguir adelante y adentrarse en el túnel.

El pánico hacía que el corazón se le agitara como un pájaro en el pecho. Sólo de pensar en lo que estaba a punto de hacer hacía que la sangre huyera de su rostro.

Pero no podía desmayarse, no podía hacerlo ni tampoco podía retroceder. Las gemelas confiaban en ella, era su única esperanza.

Se obligó a respirar hondo, a calmar su galopante corazón. Agarró con fuerza la bolsa de lona, cerró firmemente los dedos en torno al asa de la linterna y levantándola, se internó en aquella opresiva oscuridad.


Era ya media tarde cuando Jonas regresó a Grange. Había buscado a Silas y a Potheridge por todas partes sin encontrar a ninguno de ellos. Sin embargo, según le había dicho la señorita Hellebore y la señora Keighley -esta última refiriéndose a Silas-, los dos hombres estaban en el pueblo o, al menos, regresaban a sus camas todas las noches.

Pero parecía como si ambos estuvieran jugando al escondite.

Por lo que era muy posible que uno de los dos, incluso ambos, supieran algo de su ataque.

Estaba bastante seguro de que el hombre que le había golpeado no era Silas, y el sigilo del ataque le hacía dudar que hubiera sido Potheridge; el tío de Em era corpulento y caminaba arrastrando los pies. Jonas dudaba que pudiera moverse silenciosamente en un suelo de baldosas, así que mucho menos en el sendero del bosque.

Pero Potheridge era un matón, y Em había desbaratado sus planes. Por el modo en que le había puesto en evidencia, Harold tenía suficientes razones para actuar con violencia. Y Silas podía estar suficientemente desesperado para considerar que el tesoro era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Puede que no le hubieran golpeado personalmente, pero no le sorprendería que uno de ellos hubiera contratado a un matón y le hubiera dicho dónde debía esperarle para atizarle.

Lamentablemente, que Silas o Potheridge contrataran a alguien para que hiciera el trabajo sucio era algo que no le costaba mucho creer.

Regresó a su casa por el camino que conducía a la puerta principal. En vez de molestar a Mortimer, rodeó el porche delantero y entró por una puerta lateral. Una vez en el vestíbulo se dirigió a la biblioteca, justo cuando Gladys irrumpía por la puerta de servicio.

– ¡Oh, menos mal que le encuentro! -Se acercó a él a toda prisa, agitando una nota doblada-. Jenny, la doncella del piso superior, encontró esto en el escritorio de su dormitorio. Entonces no estaba doblada, pero la chica no sabe leer y como no estaba segura de si debía tirarla o no, me la entregó a mí. Yo tampoco la he leído, no es de mi incumbencia, pero como observé que es de la señorita Emily, pensé que usted querría leerla en cuanto llegara.

Jonas cogió la nota, la desdobló y comenzó a leerla.

Gladys se dirigió de vuelta a la cocina.

– No es que importe, pero no tengo ni idea de cómo llegó a su escritorio. Por lo que sé, no ha venido nadie esta mañana.

Su voz se desvaneció cuando atravesó la puerta de servicio y la cerró a sus espaldas.

Pero Jonas ya no escuchaba. Tenía los ojos clavados en las palabras llenas de pánico de Em. Sus pensamientos habían sido capturados, captados por lo que ella había escrito y, aunque la última parte de la carta, donde la joven le declaraba su amor, le había llenado de alegría, sus ojos no hacían más que releer las primeras líneas de la misiva.

Apenas podía creer lo que decía.

¿Se había marchado sola a enfrentarse al peligro, a un secuestrador -quizá Potheridge-para rescatar a las gemelas? ¿Iba a entregar el tesoro, el futuro de su familia que tanto le había costado obtener, casi sin esperanzas de sobrevivir? Porque por el tono de las últimas líneas no parecía que tuviera muchas esperanzas de hacerlo.

– ¡Maldita sea! -Apretó los dientes y metió la nota en el bolsillo. Em le había prometido -prometido-que le contaría todos los problemas que tuviera, que los compartiría con él y que le dejaría ayudaría. Cierto, le había escrito esa nota, pero resultaba evidente que ella no había esperado que la encontrara hasta mucho más tarde.

Lanzó una mirada al reloj. Jonas la había dejado a las dos. Acababan de dar las cuatro. Considerando el tiempo que había invertido en buscar a las gemelas, encontrar la nota del secuestrador, llegar hasta Grange para coger la llave, recoger el tesoro y llevarlo a la iglesia, la joven no le llevaba mucha ventaja.

No había terminado de concluir ese pensamiento, cuando ya se dirigía a grandes zancadas a la puerta trasera. Salió al camino y echó a correr. Cuando atravesó el límite de los árboles y alcanzó el sendero del bosque, alargó sus zancadas y corrió más deprisa.

El modo más rápido de llegar a la iglesia era por el camino de la posada.

Sintió un sudor frío en la nuca. Un temor helado floreció y le envolvió el corazón. Sabía que ella pagaría el rescate, que entregaría el tesoro para salvar a sus hermanas… Lo mismo que habría hecho él. Pero los secuestradores eran personas desesperadas, y se mostraban especialmente desesperados por ocultar su identidad. ¿Qué haría el villano una vez que las gemelas y ella le hubieran visto la cara?

La respuesta era demasiado evidente. Corrió todavía más rápido; sus botas resonaban en el camino al compás del latido de su corazón.

¿Había conseguido por fin el amor de Em para que le fuera arrebatado? No. Eso no podía ocurrir. Daría cualquier cosa, incluida su vida, para mantenerla a salvo.


Em se sentía como si la montaña se la estuviera tragando. El estrecho pasaje se extendía sin fin. Apenas era lo suficientemente ancho para que lo atravesara un hombre y se inclinaba suavemente hacia abajo. La oscuridad más allá del círculo de luz de la linterna era tan intensa que parecía tragarse la realidad; el único trozo de mundo que existía estaba contenido dentro de la brillante esfera de luz.

Bruscamente, el resplandor de la linterna se difuminó y suavizó. La joven redujo el paso, dándose cuenta de que había alcanzado el final del pasaje. Se detuvo en el umbral de una… ¿caverna? Alzando la linterna, miró con atención a su alrededor, pero la luz no alcanzaba a iluminar ni las paredes ni el techo. No mostraba nada salvo el suelo que tenía delante.

El suelo era desigual, con hoyos y fisuras. Aguzando la vista, alcanzó a vislumbrar unas estalactitas blancas, rugosas e irregulares, formadas por las gotas que caían de un techo que ella no podía ver.

– Emily.

Em comenzaba a odiar esa voz. Definitivamente contenía un tono engreído y burlón. Asumiendo que la llamada mordaz indicaba que el propietario quería que siguiera adelante, Emily lo hizo. Avanzó lentamente a través de la caverna, sorteando con mucho cuidado los trozos de roca fragmentada y atravesando pequeñas hondonadas y pendientes, resbalando al pasar junto a las viscosas estalactitas blanquecinas. Caminó con seguridad y prudencia, alzando la linterna frente a ella y siguiendo su haz de luz.

La caverna, si es que era una caverna, parecía enorme. Estaba a punto de detenerse para obligar a aquella voz incorpórea a que la llamara otra vez, cuando oyó algo.

Dirigió el haz de luz en todas las direcciones antes de detenerse, contuvo el aliento y aguzó el oído. Y entonces oyó unos suaves golpes amortiguados y pesados, y algo que parecían gritos.

Mirando en la dirección de donde provenían los sonidos, se levantó las faldas, alzó la linterna y se dirigió hacia allí.

– ¿Gert? ¿Bea? ¿Estáis ahí?

Los sonidos amortiguados se incrementaron y fueron seguidos de una especie de tamborileo. Las niñas estaban golpeando los pies contra el suelo de roca.

Em apretó el paso. Una hilera -más bien un bosquecillo- de estalactitas blancas se elevaba ante ella. La sorteó y vio una pared más baja, un lugar donde la roca de la caverna no se había desgastado tanto. El sonido de las patadas provenía de un poco más allá. Rodeó la pared e iluminó lo que había detrás… Entonces vio a sus aterrorizadas hermanas, amordazadas y jadeantes, y con las manos atadas a la espalda.

– ¡Gracias a Dios! -Se abalanzó hacia ellas. Dejó la linterna en el suelo y, tras dejarse caer de rodillas, abrazó a las dos niñas, estrechándolas contra sí-. Ya estoy aquí. Ya estáis a salvo.

Las soltó, bajó la bufanda que amordazaba a Gert y luego se volvió para hacer lo mismo con Bea.

– Pero no estamos a salvo -susurró Gert aterrorizada-. Él está aquí, él fue quien te atrajo hasta aquí.

Bea asintió vigorosamente con la cabeza, con los ojos abiertos como platos.

– Todavía sigue aquí -dijo la niña cuando ella le quitó la mordaza.

El terror puro que se reflejaba en la voz de Bea hizo que Em volviera a mirar a su alrededor. Las niñas tenían razón. Pero…

– ¿Quién es? -Ya había desatado la cuerda que las mantenía atadas espalda contra espalda. Urgió a Bea a girarse y comenzó a desatarle las cuerdas que le ataban las muñecas.

– ¡El señor Jervis! -susurró Gert.

– El señor Jerry Jervis, el caballero de York que era amigo de mamá -le espetó Bea al ver la confusión de Em.

– ¿El caballero de York? -Em no conocía a tal caballero-. Pero…

– Era un amigo especial de mamá, pero era marino y un día se marchó en un barco… Hacía mucho tiempo que no lo veíamos-. Gert se dio la vuelta para que Em le quitara las cuerdas de las muñecas.

– Nos dijo que mamá le había pedido que nos vigilara y que por fin nos había encontrado en Red Bells. -Bea se acercó más a ella y siguió susurrando-: Nos pidió que diéramos un paseo con él en el salón…

– Le hablamos del tesoro. -Gert se frotó las muñecas-. Nos pidió que le enseñáramos dónde había estado oculto… -Buscó los ojos de Em en la penumbra-. No pensamos que fuera capaz de hacernos daño, pero…

– Nos capturó -dijo Bea, agarrándose del brazo de Em-, nos ató y nos dejó aquí.

– ¿Por qué? -Gert tenía una expresión perpleja y dolida-. ¿Por qué ha hecho tal cosa?

Em recordó el tesoro, y bajó la mirada a la bolsa de lona que yacía a su lado. Había encontrado a las chicas, pero todavía tenía el tesoro.

La luz de la linterna comenzó a titilar y a desvanecerse.

El temor a la oscuridad, que hasta entonces había mantenido a raya, irrumpió en el interior de Em, inundándola como una gigantesca ola, y amenazando con arrastrarla, hundirla y ahogarla.

Contuvo el aliento y centró la atención en las niñas, y vio que sus ojos estaban llenos de pánico.

Entonces gritaron y señalaron detrás de ella.

– Piola, Emily.

La joven se dio la vuelta justo cuando la luz de la linterna, se apagó del todo, sumiéndoles en la oscuridad.

Por un instante, Em no pudo respirar. Sintió que se sofocaba, que se asfixiaba… luego recordó el tesoro y trató de coger la bolsa.

En cuanto la agarró, notó que se le escurría de entre las puntas de los dedos.

El aire se arremolinó en torno a Em cuando algo grande y cercano a ella se movió. Él no intentó disimular el ruido de sus pasos cuando se dio la vuelta y se alejó rápidamente en la oscuridad.

Por un momento, el pánico y la sorpresa atenazaron a Em. Se puso en pie con inseguridad; las gemelas la imitaron y se agarraron a sus faldas a cada lado de ella. Em no podía comprender cómo ese hombre podía caminar con esa facilidad a través de la oscuridad y entrecerró los ojos. Divisó un estrecho y tenue haz de luz de una linterna que recortaba la borrosa silueta de un hombre bastante grande.

Una fría desesperación la inundó.

– ¡Espere! ¡No nos puede dejar aquí! -Rodeando a las niñas con los brazos, se alejó un paso de la pared de piedra. Él se detuvo y giró la cabeza.

– Sí que puedo. -Pasó un momento-. No me importa si encuentran el camino para salir o si mueren aquí. Para entonces ya me habré ido y seré más rico de lo que jamás había soñado.

Había algo vagamente familiar en aquella voz… Em frunció el ceño.

– ¿Hadley?

El hombre se rio.

– Adiós, Emily Colyton. Ha sido un placer haberla conocido. -Él se rio entre dientes y estaba a punto de marcharse cuando se detuvo una vez más-. Realmente es una lástima que quiera a Tallent. Si me hubiera elegido a mí, podría haberla llevado conmigo, pero también sé que, al igual que Susan, usted jamás habría abandonado a esos pequeños diablillos.

Em sólo pudo distinguir la burlona reverencia que le hizo.

– Así que adiós, querida… dudo mucho que volvamos a vernos. -Reanudó su salida de la caverna. Dejando atrás una oscuridad total.

– ¡Hadley! -Incluso ella escuchó la aterrada desesperación en su voz, pero el resto de la súplica murió en sus labios cuando, bajo la débil luz de la linterna, vio que Hadley se introducía en el distante pasaje.

La luz se desvaneció. Él se había ido.

La oscuridad se volvió más densa.

Em rodeó a cada niña con un brazo, estrechándolas contra sí mientras luchaba por tranquilizar el acelerado ritmo de su corazón. Tragó saliva. Respiró hondo y se obligó a exhalar el aire.

– Tenemos que salir de aquí.

– Pero no vemos nada -susurró Bea.

– No. -Em habló en tono firme y tranquilo-. Pero sé en qué dirección está el pasaje. -Y tanto que lo sabía, pues estaba justo a unos metros delante de ella-. Vamos. Sólo tenemos que poner un pie delante del otro y llegaremos a él.

Dio un paso adelante y rozó con el zapato la linterna apagada.

– Esperad. -Se agachó y cogió la linterna; era una grande con una sólida base de hierro. Ya no podía encenderla, pero llevarla en la mano hacía que se sintiera mejor-. Hay que ir todo recto. A ver, Gert, colócate a este lado y tú, Bea, en el otro. Agarraos a mis faldas y no os soltéis de mí. Yo os guiaré… pensad que es una especie de juego.

– Está bien -dijo Bea-, pero no me gusta la oscuridad.

Em odiaba la oscuridad, la aborrecía, únicamente sentía terror cuando se veía rodeada por ella…, pero no tenía tiempo de dejarse llevar por ese viejo temor. La vida de ella y de sus hermanas dependía de que mantuviera la calma. Y eso haría.

Tenían una vida que vivir con plenitud, y gente a la que amar y que las amaba; lo único que le importaba a Em era asegurarse de que eso fuera posible, y para ello tenían que encontrar la salida de la caverna y regresar a la luz del día.

– Venga, vamos. -Ni siquiera su viejo temor impediría que volviera a ver a Jonas otra vez, a yacer en sus brazos, a besarle, a abrazarle…, a ser protegida y querida por él. Puso un pie directamente delante del otro y siguió haciéndolo una y otra vez. Tenía la mano extendida delante de ella para no tropezar con las estalactitas que se interponían entre ellas y el pasaje -cómo las rodearía y encontraría de nuevo el camino correcto era algo que aún no había pensado-y siguió resueltamente hacia delante.

Un pie tras otro.

Llegaron al bosquecillo de estalactitas y contó veinte pasos. Estaba tratando de recordar cuántos pasos había dado al internarse en la caverna para buscar a las niñas, y la distancia a la que estaban de la entrada del pasaje, cuando una corriente de aire fresco le rozó la cara.

Era un suave soplo de viento, una mera caricia, pero ahora el aire era diferente, e incluso la temperatura era distinta, más fría.

Ella se detuvo, preguntándose si sería un producto de su imaginación, que se inventaba respuestas a sus oraciones, pero volvió a notar la fría brisa y, poco a poco, sus sentidos se aguzaron en la oscuridad. A pesar de todo, sonrió.

– Niñas, ¿sentís la brisa?

Pasó un instante, luego notó que las dos asentían con la cabeza.

– Viene del pasadizo. -O al menos eso creía Em. Había más posibilidades, pero no veía en qué podía beneficiarles hacer hincapié en ellas. Por lo que ella creía, la suave corriente de aire bajaba por el pasaje desde la cámara Colyton. La fría, húmeda y pegajosa presión del miedo se aligeró un poco.

– Lo único que tenemos que hacer para encontrar el pasaje es seguir la dirección de la brisa. Vamos.

Con más confianza de la que sentía y la mano extendida hacia delante, guio a sus hermanas por el bosquecillo de viscosas estalactitas; luego las dejaron a su espalda y siguieron la débil brisa.

Sus progresos eran todavía muy lentos. Aunque la corriente de aire les mostraba la dirección a seguir, todavía tenían que caminar con cuidado, tanto las niñas como ella. El suelo de la caverna era de piedra dura y afilada, las pequeñas hondonadas y pendientes eran muy pronunciadas en la absoluta oscuridad.

A pesar de su férrea determinación, la oscuridad todavía oprimía a Em como un manto sofocante que amenazara con robarle hasta el último aliento. Todavía tenía que luchar por respirar, por vencer el miedo que le comprimía los pulmones.

La esperanza, la impulsaba a seguir adelante -la esperanza, y Jonas-. La inmutable convicción de que tenía que estar, necesitaba estar y estaría con él otra vez. Que su destino, su futuro estaba junto a Jonas bajo la luz del día, no allí en aquella sofocante oscuridad.

Así que Em siguió adelante, un paso detrás de otro, moviéndose lenta y cautelosamente, mientras sentía la débil brisa en las mejillas.


Jonas entró corriendo en la iglesia y bajó las escaleras de la cripta.

Se había pasado por la posada para preguntarle a Edgar si Em estaba allí, con la débil esperanza de que fuera así, pero Edgar le había confirmado que la joven había salido a dar un paseo.

Soltó una maldición y envió a Edgar a la herrería para que les dijera a Thompson y Oscar que se reunieran con él en la iglesia. No había tenido tiempo de dar explicaciones. Dejó a Edgar atrás y salió como un rayo hacia la cuesta de la iglesia. Filing e Issy estaban pasando el día fuera y Henry había ido a dar una vuelta, por lo que no había nadie en la rectoría a quien pedir ayuda, y no tenía tiempo de avisar a Lucifer y a sus hombres.

Aunque por suerte, uno de los vecinos, que estaba en la posada cuando él llegó, pudo llevar el aviso a Colyton Manor.

Se detuvo en medio de los escalones. La puerta de la cripta estaba abierta, pero el interior estaba a oscuras. Bajó los últimos peldaños en silencio; al llegar al pie de las escaleras pudo confirmar que la puerta de la cámara Colyton estaba abierta. Vio un débil resplandor procedente del interior. Recordó que Em tenía que devolver el tesoro adonde lo había encontrado y redujo el paso, acercándose cautelosa y silenciosamente al mausoleo.

Deteniéndose en el umbral, en lo alto de las escaleras, escuchó con atención. Al principio sus oídos no captaron más que un doloroso silencio; luego pudo oír el sonido distante, pero bien definido, de unos pasos amortiguados.

Pero no eran los pasos de Em, sino los de un hombre.

Jonas bajó sin hacer ruido las escaleras de la cámara Colyton, deteniéndose en el último escalón para escudriñar la oscuridad. Al instante se dio cuenta de por qué el resplandor de luz que veía era tan tenue; al parecer provenía de uno de los túneles subterráneos que partían del mausoleo, los que conducían al interior de la cordillera de piedra caliza.

Sólo Dios -y el villano- sabían adonde llevaría ese túnel.

El portador de la linterna se acercaba al mausoleo por el túnel de la derecha. Jonas bajó el último escalón y corrió por el suelo desigual, ocultándose en las densas sombras. Se dirigió a una de las tumbas más grandes y se agachó detrás, mirando por encima de una esquina la entrada del túnel.

Un hombre salió a paso vivo de él. Se detuvo en la entrada y levantó la mirada. ¡Hadley! Jonas frunció el ceño. ¿Sería él el villano o sólo habría bajado a curiosear?

En ese momento, Hadley alzó la mano con la que no sostenía la linterna y Jonas vio que sujetaba una bolsa de lona, y escuchó el tintineo de monedas.

Tenía ante él al villano que había estado persiguiendo el tesoro, la persona que le había atacado, y que había raptado a las gemelas… para conseguir que Em le entregara el tesoro Colyton.

¿Dónde estaba Em? ¿Y las gemelas?

Hadley se acercó a una de las grandes tumbas cercanas y depositó la bolsa sobre la tapa plana. Dejó la linterna a un lado y desató el cordón que cerraba la bolsa. Entonces la inclinó para dejar caer parte del contenido sobre la tapa de la tumba.

Las monedas de oro y las joyas centellearon bajo la luz de la linterna.

La sonrisa de Hadley era de pura avaricia. Jonas permaneció en su escondite mientras el artista devolvía los artículos -el tesoro Colyton- a la bolsa y volvía a atar el cordón. Luego, vio que Hadley recogía la linterna y, todavía sonriendo, se encaminaba a las escaleras de la cripta.

Jonas rodeó la tumba que le ocultaba y se agachó detrás de otra más cercana a las escaleras. Esperó, escuchando el sonido de los pasos de Hadley cada vez más cerca, mirando la luz de la linterna cada vez más brillante.

Justo en el momento oportuno se puso en pie y se plantó en el estrecho pasillo entre las tumbas, delante de Hadley, bloqueándole el camino hacia las escaleras.

Hadley, alarmado, se detuvo.

Jonas asió la bolsa y la arrebató de la mano del artista. -Esto no es suyo.

Hadley reaccionó de repente y se abalanzó sobre él.

Jonas le esquivó y arrojó la bolsa a su espalda, donde chocó contra la pared del fondo.

Entonces levantó el brazo para incrustar el puño en el vientre de Hadley, pero el artista dio un paso atrás y usó la linterna para esquivar el golpe.

Pero entonces perdió la linterna, que cayó y rodó por el suelo, mientras la luz parpadeaba alocadamente. Al recobrar el equilibrio, Jonas vio que Hadley metía la mano en el bolsillo. ¿Sería para sacar una pistola?

No esperó a averiguarlo y se lanzó directamente sobre Hadley.

El artista sacó la mano del bolsillo al instante para luchar cuerpo a cuerpo contra él. Se arrojaron uno en los brazos del otro, forcejeando y trastabillando en los estrechos pasillos entre las tumbas.

Aunque Jonas era unos centímetros más alto, Hadley era más corpulento. Ninguno de los dos poseía una auténtica ventaja sobre el otro mientras daban bandazos de un lado a otro en aquel angosto espacio.

Ambos chocaron contra las tumbas de los Colyton y rebotaron entre las piedras inclementes, sin que ninguno de ellos lograra dominar al otro.

Entonces, Jonas logró conectar un derechazo. Clavó el puño en la mandíbula de Hadley, un golpe impulsado por la furia y la creciente incertidumbre por la seguridad y bienestar de Em y las gemelas.

Hadley se tambaleó hacia atrás, liberándose de su agarre. Con un jadeo ahogado el artista sopesó sus posibilidades, se apartó de Jonas y rodó sobre el suelo y por encima de una tumba. Antes de que Jonas pudiera moverse, Hadley apareció por el otro lado con una pistola en la mano.

Jonas se agachó, pero sintió una dolorosa punzada en el hombro izquierdo.

Hadley no esperó a comprobar el daño infligido; arrojó la pistola, ahora inservible, detrás de Jonas, volvió a agacharse y rodeó la tumba a toda velocidad, dirigiéndose hacia el lugar donde Tallent había arrojado la bolsa del tesoro.

Se escucharon unas voces en la cripta. Hadley se detuvo en seco.

– Deben de estar ahí abajo -resonó la retumbante voz de Thompson en las escaleras que conducían a la cámara Colyton.

– Entonces será, mejor que bajemos y echemos un vistazo. -La respuesta de Oscar fue seguida por unos pesados pasos en los escalones de piedra.

Jonas se apoyó en una de las tumbas.

– ¡Daos prisa! ¡Estoy aquí abajo! -dijo, moviéndose e interponiéndose entre Hadley y el túnel por el que había aparecido.

Con los ojos muy abiertos, Hadley miró los escalones de piedra… La única salida hacia la cripta estaba bloqueada ahora por los corpachones de Oscar y Thompson.

Hadley lanzó una mirada al tesoro, que había caído en el otro extremo de la cámara, luego miró por encima del hombro a la entrada del segundo túnel en el lado contrario.

Si se lanzaba a por el tesoro, quedaría atrapado entre ese lado de la cripta Colyton y Jonas, Oscar y Thompson que le bloquearían todas las salidas.

Con una furiosa maldición de frustración, Hadley cogió la linterna que había dejado caer, todavía encendida, y, dándose la vuelta, huyó atravesando la cámara, hacia el segundo túnel.

Jonas observó con el ceño fruncido cómo la luz se desvanecía.

Oscar, que bajaba las escaleras con otra linterna, también vio que Hadley escapaba. Levantó el haz de luz para mirar alrededor de la cámara y localizó a Jonas en las sombras.

– ¿Estás bien?

Jonas no estaba seguro, pero encontrar a Em y a las gemelas era su máxima prioridad. Le hizo un gesto con las manos. -Dame esa linterna. ¿Tenéis otra?

– Sí. -Fue Thompson, que bajaba las escaleras detrás de su hermano con otra linterna, quien respondió-. Sólo había estas dos. Debería haber cuatro, no sé dónde están las demás.

– Hadley, que es el responsable de todos los incidentes, acaba de escaparse con una por ese túnel. -Jonas señaló el pasadizo en el otro extremo de la cámara con un gesto de cabeza-. Creo que Em debe de tener la otra. -Eso esperaba por lo menos. Tenía la sospecha, más bien la impresión, de que a ella no le gustaba estar sumida en la oscuridad.

Se volvió hacia el túnel que tenía detrás, enfocando la entrada con la luz de la linterna.

– Hadley salió por este túnel con la bolsa de lona donde Em debió de meter el tesoro, o al menos parte de él. -En pocas palabras, explicó el plan de Hadley y lo que creía que había hecho Em en respuesta-. He arrojado la bolsa contra esa pared. ¿Podríais cogerla y ponerla a buen recaudo?

– Sí. -Thompson asintió con la cabeza-. Pero estás sangrando mucho. ¿Ha sido un disparo lo que hemos oído?

Jonas movió el hombro y reprimió una mueca.

– Es sólo una herida superficial. Hadley tiró la pistola entre las tumbas y dudo mucho que tenga otra.

– ¿Dónde crees que están la señorita Emily y las niñas? -preguntó Oscar.

Jonas se dirigió hacia el túnel que había estado estudiando.

– Creo que Hadley las abandonó en alguna parte de este túnel.

– ¡Dios mío! Espero que no se hayan perdido -dijo Oscar con un estremecimiento.

Jonas también lo esperaba y rezaba para que fuera así. La gente siempre se perdía en las cavernas.

– Voy a bajar a buscarlas, pero vosotros no debéis moveros de aquí.

– Lanzó un vistazo al otro túnel, por el que había huido Hadley-. No sé adónde conduce ese pasadizo, pero sospecho que Hadley está esperando a que todos vayamos en busca de Em y de las niñas para salir por donde ha entrado.

– Bueno, pues no se lo vamos a consentir -dijo Thompson con voz y expresión beligerante, dejando la linterna sobre una tumba-. Pero ten cuidado ahí abajo; y avísanos si necesitas ayuda para rescatar a las damas.

– Lo haré. -Jonas se detuvo en la entrada del primer túnel-. Sí tengo que ir muy lejos, si no encuentro a Em y a las niñas y tengo que internarme aún más en la caverna, volveré para avisaros.

Los hermanos se mostraron de acuerdo, Jonas levantó la linterna y se introdujo en el túnel.

Es cavo caminando más tiempo del que había esperado. Se apresuró tanto como pudo, como el suelo desigual le permitía. El dolor del hombro no le permitía correr y a Em y a las gemelas no les serviría de ayuda si se desmayaba.

Las voces de Oscar y Thompson se desvanecieron cuando se internó más profundamente en la caverna. La mente de Jonas no dejaba de dar vueltas, evaluando todas las probabilidades de lo que podía encontrarse. Hacía años, décadas incluso, que no realizaba una expedición de ese tipo, y como la cámara Colyton había estado cerrada durante todo ese tiempo, Jonas nunca había explorado esos túneles, ni las cavernas a las que conducían y que, seguramente, estarían conectadas.

Le animó descubrir que no había más pasajes que desembocaran en ése, así que no tuvo que decidir por dónde ir, sólo continuar hacia delante.

Apresurándose todo lo que podía, rezó para no llegar demasiado tarde.


Habían oído un ruido amortiguado a lo lejos, suave pero definido. Em no quiso pensar qué lo había producido. ¿Podría ser que Hadley hubiera cerrado de golpe la puerta de la cámara Colyton, dejándolas encerradas allí?

Se dijo que no debía pensar en ese tipo de cosas, sino que debía concentrarse en conseguir que las tres llegaran sanas y salvas al pasadizo, y luego regresar a la cripta. Jonas encontraría la nota como muy tarde esa noche, entonces iría a rescatarlas.

Lo único que tenían que hacer era llegar a la cámara y esperar allí.

En la más profunda, absoluta y completa oscuridad.

«No pienses en eso.»

Así que centró su atención en la caricia constante, y a ratos reconfortante, del aire fresco que le daba en la cara. La corriente de aire era más fuerte ahora y no tenía ningún problema para guiarse por ella, pero seguían avanzando muy lentamente. El suelo rocoso y desigual les impedía ir más rápido, y las viscosas estalactitas que tocaban eran todavía peor. A menudo tenían que desviarse un buen trecho del camino para encontrar un espacio lo suficientemente amplio para que pudieran pasar las tres. Las gemelas, como era comprensible, no se soltaban de sus faldas ni se apartaban de su lado.

Con los brazos extendidos y la linterna meciéndose en una de sus manos, Em avanzó a ciegas arrastrando los pies, con una niña a cada lado. Aunque se obligara a no pensar en ella, la oscuridad era tan densa que parecía como si un peso físico estuviera apretándole los párpados. Había cerrado los ojos hacía mucho rato, pues tenía la impresión de estar ciega mientras intentaba escrutar la densa oscuridad.

A pesar de decirse que la débil brisa significaba que no estaban realmente encerradas allí, que no importaba aquella oscuridad, que no había ningún otro ser vivo en aquella caverna, el miedo comenzaba a dominar a Em. Era como un enorme globo en su pecho que le oprimía los pulmones y le impedía respirar.

Pero las gemelas confiaban en que ella las sacaría de allí. No tenía tiempo para desmayarse.

– ¿Aquí abajo hay ratones? -susurró Bea.

– Lo dudo mucho -respondió Em tan despreocupadamente como pudo-. Aquí no hay comida para los ratones. -Ah. -Bea se quedó callada. Entonces intervino Gert. -¿Y tampoco hay arañas?

– Hay demasiada humedad. -O al menos eso esperaba Em. Aquellas espeluznantes criaturas le daban bastante miedo.

De repente la corriente de aire se incrementó. Em frunció el ceño; eso quería decir que se acercaban a la entrada del pasadizo, pero, según sus cálculos, ésta todavía se encontraba a bastante distancia.

¿Podría haber dos pasadizos?

No había visco el o ero, pero la corriente de aire que llegaba hasta ella parecía más fuerte.

Se detuvo para evaluar la situación. Cerró los ojos, concentrándose en la corriente de aire que le daba en las mejillas, y movió lentamente la cabeza de derecha a izquierda.

No… Sus sentidos no la engañaban. El aire fluía ahora desde dos ángulos diferentes.

Había dos pasadizos.

¿Cuál era el que las conduciría a la seguridad de la cámara Colyton?

Recordó que tanto Jonas, como más tarde Henry, habían dejado caer algún comentario sobre los intrincados pasadizos que se interconectaban en el interior de la cordillera y cómo la gente se perdía en su interior y jamás se volvía a saber de ella.

Manteniendo un tono de voz tan despreocupado como pudo, les preguntó:

– ¿Visteis algún otro pasadizo o túnel cerca del que parte del mausoleo?

– Hay otro -dijo Gert-. Otro pasaje como el que el señor Jervis nos hizo tomar. Estaba a nuestra izquierda cuando llegamos a esta caverna.

Dándole gracias a Dios por lo observadoras que eran las niñas, Em asintió con la cabeza.

– Muy bien, así que el pasadizo que conduce al mausoleo es el que está ahora a nuestra izquierda.

Decidir qué dirección tomar con los ojos cerrados era muy desorientador. Los abrió y giró la cabeza para que la brisa que llegaba del túnel que no debían tomar le soplara directamente en la cara. Esa, se dijo a sí misma, es la dirección incorrecta.

Frunció el ceño y aguzó la vista. ¿La estaban engañando sus ojos, su imaginación, o las paredes en el interior del pasaje erróneo comenzaban a iluminarse haciéndose cada vez más visibles?

En medio del silencio, les llegó el resonante sonido de unos pasos.

Un hombre con botas. ¿Hadley o sus rescatadores?

¿O quizás ambos?

Sus agudizados sentidos detectaron dos tipos de pasos diferentes acercándose a ellas. Por un lado se oían las zancadas de alguien que corría, por otro, aunque algo más distante, se oían unos pasos rápidos, apresurados, pero más lentos que los primeros.

El hombre que se encontraba más cerca llegaría por el túnel de la derecha, mientras que el otro, más lento, provenía, del mausoleo.

El único hecho que Em podía discernir por el sonido de los pasos era que los dos hombres llevaban botas de caballero, no las que utilizaban los campesinos para trabajar en el campo.

Hadley, Jervis o como se llamara, llevaba botas esa tarde. Y Jonas siempre las usaba.

Delante de ellas, todavía a unos metros pero no tan lejos como ella había pensado, la pared de la caverna tenía una abertura más discreta, que se definía cada vez más ante sus ojos por el creciente resplandor que iluminaba el túnel.

Los dos hombres portaban linternas.

Uno venía a rescatarlas, el otro era el peligro.

¿Quién era quién?

Gracias a Dios, las gemelas permanecieron en silencio. Em notó que se aferraban con más fuerza a sus faldas.

Con pasmosa claridad se dio cuenta de que aunque ella y las gemelas podían ver perfectamente bien a los hombres, éstos no podían verlas a ellas. Las tres estaban todavía lo suficientemente lejos de las bocas de los túneles como para que no las delatara la luz de las linternas. La caverna parecía un espacio infinito que se tragaba cualquier luz, pero ellas, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, les veían claramente…

Em escudriñó a su alrededor. Unos metros atrás, a la derecha, había una hilera de estalactitas. Eran las que les habían bloqueado el paso de la corriente de aire del pasaje de la derecha hasta que las rodearon.

Bajó la mirada a las gemelas, luego las rodeó a cada una con un brazo y se incline').

– No hagáis ningún ruido -les pidió en un bajo susurro.

Las hizo retroceder unos pasos hasta que se refugiaron detrás de las estalactitas de caliza.

– Agachaos -murmuró. Em se agachó, y las niñas también lo hicieron obedientemente a cada lado, acurrucándose contra ella. Em dejó la linterna delante, sobre el suelo de roca. Luego puso los brazos protectoramente sobre los hombros de las niñas, inclinó la cabeza y murmuró-: Quiero que me soltéis por si acaso tengo que moverme. -Sintió que las niñas aflojaban los dedos lentamente, casi a regañadientes, soltando las faldas-. Es necesario que mantengáis las cabezas bajas para que no os vean. Y que os quedéis aquí, escondidas, hasta que yo o Jonas os gritemos que salgáis.

El hombre del pasaje de la derecha corría con gran estrépito hacia ellas.

– Ya sabéis, no hagáis ningún ruido -fue lo último que se atrevió a decir.

Hadley irrumpió en la caverna con la respiración jadeante. Se detuvo unos pasos delante del umbral. Entonces levantó la linterna, describiendo un círculo de luz para mirar con atención el fondo de la caverna.

La luz pasó por encima de sus cabezas, pero Hadley escudriñaba mucho más allá de ellas.

El artista masculló una maldición, luego levantó la voz.

– ¡Emily! -la llamó con un susurro enérgico muy diferente al anterior deje burlón. Cuando sólo le respondió el silencio, continuó-: He cambiado de idea. Salga y la llevaré afuera.

Em contuvo un bufido sarcástico.

El segundo hombre se acercaba por fin a la caverna. Cuanto más cerca estaba, cuanto más claros eran sus pasos, más segura estaba Em de que se trataba de Jonas.

Seguridad. Protección. Salvación.

Em no entendía cómo era posible que él hubiera aparecido con tanta rapidez, pero no podía estar más agradecida.

Aprovechando el eco resonante de sus pasos, la joven se inclinó sobre sus hermanas y murmuró:

– No os levantéis. No os mováis.

Hadley podía oír a Jonas cada vez más cerca; todavía jadeaba y miraba a su alrededor de manera frenética. Después de una última ojeada a la caverna, se volvió para mirar al otro pasadizo.

Pasó un segundo y entonces él bajó la mirada a la linterna. Se movió hacia la entrada del pasaje del mausoleo, luego dejó con cuidado la linterna en el suelo, dejando que iluminara la entrada del otro pasadizo.

Para que iluminara a Jonas cuando entrara en la caverna.

Cuando Hadley se irguió, Em observó que deslizaba la mano derecha en el bolsillo y un segundo después percibió el destello brillante de una hoja afilada. Con paso sigiloso, el hombre se alejó de la linterna y rodeó el círculo de luz.

Acercándose a donde estaban ellas.

Em contuvo el aliento, pero ahora que sólo prestaba atención al pasadizo por el que aparecería Jonas, Hadley ya no las buscaba. Ni siquiera lanzó una mirada a las estalactitas que las ocultaban.

Cuando se deslizó entre ellas y la luz que emitía la linterna, Em pudo observar con más claridad el cuchillo que llevaba en la mano.

El eco de los pasos de Jonas era cada vez más fuerte.

Hadley continuó moviéndose hasta que se detuvo a la izquierda del pasaje que provenía de la cámara Colyton, para estar al otro lado de la luz de la linterna cuando Jonas entrara en la caverna.

Su plan era sencillo, Jonas miraría hacia la linterna y entonces…

Em se levantó en silencio; cogió su linterna apagada y se puso en movimiento, deslizándose también hacia la izquierda, rodeando las estalactitas sin emitir ningún sonido hasta que se situó a dos metros de la espalda de Hadley.

La luz de la linterna de Jonas inundó la boca del túnel. Se detuvo en el umbral y alzó la luz, dirigiendo el haz alrededor de la caverna, entrecerrando los ojos al percibir el resplandor del otro farol.

Se había detenido justo en el umbral del pasadizo, por lo que Hadley, listo para atacarle, no podía saltar todavía sobre él.

Entonces Jonas entró en la caverna.

– ¿Em?

Hadley se movió.

– ¡Hadley tiene un puñal, Jonas! Va a atacarte.

Hadley se giró en redondo, parpadeando furiosamente mientras intentaba verla, pero había estado mirando la luz y ella estaba lo suficientemente lejos del haz de la linterna como para confundirse con las sombras.

Em se mantuvo firme a pesar de que tenía los músculos tensos. Mientras no se moviera, Hadley no la vería.

Jonas se había girado hacia donde estaba ella. Entonces Hadley se movió a un lado, y Em escuchó la maldición de Jonas cuando la luz de la linterna la iluminó.

Hadley clavó los ojos en ella. Con un gruñido, se abalanzó sobre Em con la mano abierta y los dedos extendidos para agarrarla.

Jonas le arrojó la linterna a Hadley. Le golpeó en la nuca; el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacer que se tambalease y se girase en redondo hacia Jonas, dándole la espalda a Em.

Jonas se abalanzó hacia la linterna. Aquel tunante quería utilizar a Em como rehén, por eso había regresado a la caverna.

Chocó contra Hadley y ambos cayeron al suelo; en el calor del momento, se había olvidado de la herida del hombro, pero la abrasadora punzada de dolor que sintió al caer, se la recordó.

Hadley, sin embargo, no había olvidado la herida de Jonas, ni tampoco el chichón que tenía en la cabeza. Torció los rasgos en un gesto cruel, luchando por presionar en el hombro herido, cargando todo su peso sobre él.

Jonas apretó los dientes y luchó por no perder el conocimiento. La única manera de aliviar aquella dolorosa presión era rodar sobre la espalda, apoyando su sensible cabeza sobre el suelo de roca, lo que daría a su contrincante la oportunidad de ponerse encima de él.

Una oportunidad que Hadley aprovechó de inmediato, al mismo tiempo que bajaba la mano para clavarle el cuchillo.

Jonas atrapó el brazo del artista con las dos manos y empujó con todas sus fuerzas.

Comenzaron a temblar le los brazos.

Em rodeó a los dos luchadores y observó que a Jonas se le aflojaban los brazos. Vio que tenía sangre en el hombro y que ésta parecía una enorme lágrima oscura en la chaqueta clara.

Una intensa furia candente la atravesó. Apretando los labios, levantó su linterna hasta entonces inservible, le dio la vuelta y se abalanzó sobre Hadley.

Dándole un golpe fuerte y seco en la cabeza.

El se quedó paralizado y miró por encima del hombro, sacudiendo la cabeza aturdido.

Jonas lanzó un puñetazo a la mandíbula de Hadley.

Un enorme crujido resonó en la caverna. La cabeza del artista cayó hacia atrás y luego hacia delante muy lentamente mientras se le cerraban los ojos y se deslizaba al suelo de roca.

Encima de Jonas.

Em bajó la mirada para observar el resultado de sus esfuerzos -Hadley estaba inconsciente por completo-, luego soltó la linterna y se dejó caer de rodillas al lado de Jonas.

– ¡Estás sangrando! -Le tocó suavemente el hombro y palideció-. Santo Dios, ¿ha sido él quien te ha disparado? -Em giró la cabeza, y le lanzó una mirada asesina a la figura de Hadley-. Hadley, Jervis o cualquiera que sea su nombre.

– Es sólo una herida superficial. -Jonas se incorporó con los labios apretados, se apoyó en ella y logró ponerse en pie, no sin antes recoger el puñal que había caído de la mano de Hadley. Se lo metió en el bolsillo y se giró hacia Em mientras ella se levantaba también.

Muy enfadado, sobre todo si pensaba en lo ocurrido en los últimos minutos, y más en el momento en que Hadley se había lanzado sobre Em, Jonas buscó la brillante mirada de la joven y sintió que una ardiente furia le invadía.

– ¿Qué demonios pretendías viniendo aquí sola?

Em parpadeó, totalmente sorprendida.

– Tienes que haber leído mi nota… tenía que pagar el rescate y liberar a las gemelas.

El asintió con la cabeza.

– Eso puedo entenderlo. Lo que no puedo entender es por qué no creíste oportuno decírmelo cuando me habías prometido que lo harías, cuando me prometiste que compartirías tus problemas conmigo. ¿Lo recuerdas? -Poniendo los brazos en jarras, inclinó la cara sobre la de ella, ignorando el palpitante dolor en su hombro-. ¿Y qué me dices de hace apenas unos minutos, cuando deliberadamente has atraído su atención sobre ti? -Le clavó un dedo en la punta de la nariz-. ¡Y ni se te ocurra decirme que no sabías que tenía un puñal!

La joven había retrocedido un paso, pero aquel último y sorprendente comentario hizo que entrecerrara los ojos, enderezara la espalda y se mantuviera firme.

– No seas tonto. ¡Ese hombre tenía intención de clavarte el cuchillo! ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara quieta para ver cómo te acuchillaba?

Jonas no pensaba permitir que usara esa excusa.

– Lo que esperaba era…

– ¿Podemos salir de aquí? -resonó una voz plañidera en la oscuridad, arrancándoles eficazmente de la pelea. Los dos dieron un paso atrás y luego intercambiaron una mirada tensa.

– Más tarde -dijo Em en voz baja, con los ojos todavía entrecerrados y los labios apretados.

Él asintió con la cabeza.

– Más tarde. -Aquella discusión todavía no había acabado, de ningún modo.

Em se volvió hacia donde había dejado a las gemelas. -Sí, podemos salir de aquí. Estáis a salvo.

De lo que Em no estaba tan segura era de que ella lo estuviera, pero con Hadley inconsciente en el suelo, sus hermanas estaban indudablemente a salvo.

Dejando a Hadley en la oscuridad, condujeron a las gemelas por el pasaje por el que habían bajado antes.

– El otro pasaje también conduce al mausoleo. -Jonas seguía a Em por el túnel. Habían vuelto a encender la linterna de Hadley y cada adulto portaba una, manteniendo la oscuridad a raya. Habían dejado en la caverna la que Em había usado para golpear al artista en la cabeza, pues se le había acabado el aceite-. Hadley se largó corriendo por el otro pasadizo de la cámara Colyton para escapar de Thompson, de Oscar y de mi… Creíamos que se adentraba a ciegas en las cuevas.

– Pero en lugar de eso, regresó para buscarme a mí -dijo Em.

Jonas apretó los labios mientras asentía con la cabeza; la cabeza no le dolía, pero seguía palpitándole el hombro.

– Quería tomarte a ti o a alguna de las gemelas como rehén, para exigir que le devolviéramos el tesoro y le dejáramos escapar. -Miró las brillantes cabezas de las gemelas con el ceño fruncido-. Gert, Rea, ¿cómo os convenció para que os marcharais con él? Pensaba que habíais aprendido la lección después de lo ocurrido con Harold.

Con gran dignidad, las gemelas se lo explicaron todo, informándole que Hadley era un caballero de York que había sido un amigo especial de su madre.

– Pero entonces se llamaba señor Jervis.

– Y tenía barba.

Con la cabeza bien alta, las niñas continuaron avanzando por el túnel; no parecían estar muy afectadas por la aventura. De hecho, por los susurros que intercambiaban, parecían estar perfilando la historia que iban a contarles a los vecinos del pueblo.

Jonas intercambió una mirada con Em.

– Sospecho que sigue siendo el señor Jervis.

Ella asintió con la cabeza.

– Susan, la madre de las gemelas, conocía la existencia del tesoro. No estoy segura de si tenía constancia de la rima, pero las gemelas la conocen desde su más tierna infancia, igual que Issy, Henry y yo.

Brincando delante de ellos, Bea se dio media vuelta para añadir:

– Fue el señor Jervis quien le dijo al oficial de policía, después de que mamá se fuera al Cielo, que deberían enviarnos a vivir con Em en casa de tío Harold.

– ¿De veras? -Por la expresión que puso, aquélla era una información que Em desconocía-. Bueno, eso fue muy amable de su parte.

Gert soltó un bufido.

– No lo hizo porque fuera amable. Le oí decir que esperaba que eso supusiera más carga para ti. -Se volvió a mirar a Em-. Pero nosotras no somos una carga para ti, ¿verdad?

– El señor Jervis no es bueno -dijo Em-. Y no deberíais creer nada de lo que dicen los hombres malos.

Cuando, más reconfortadas, Gert y Bea volvieron a mirar hacia delante, la joven intercambió una mirada aún más significativa con Jonas.

El aminoró el paso, igual que ella.

– Parece como si Hadley, o Jervis, si es ése su nombre de verdad -susurró Jonas mientras las gemelas continuaban avanzando a paso vivo-, quisiera el tesoro, pero no hubiera tenido intención de buscarlo. Apareció unas semanas después que tú; no le habría sido difícil contratar a alguien para que le avisara cuando dejaras la casa de tu tío. ¿Conocía Susan tu plan para marcharte de allí en cuanto cumplieras veinticinco años?

Em asintió con la cabeza.

– Issy y yo le escribíamos con frecuencia… era un secreto a voces entre Susan y nosotras.

– Así que Jervis también lo sabía, e imaginaría que, con las gemelas a tu cargo, te sentirías cada vez más presionada y que te largarías de allí en cuanto pudieras.

– Y tenía razón -admitió Em-. La actitud de Harold hacia las niñas fue la gota que colmó el vaso.

Cuando llegaron a la cámara Colyton, encontraron a Thompson y a Oscar sentados sobre las tumbas, balanceando las piernas mientras esperaban. Se pusieron en pie cuando las niñas se acercaron corriendo a ellos, hablando de hombres malos, linternas y puñales.

Thompson miró a Jonas arqueando una ceja.

El señaló el túnel con un gesto de cabeza.

– Hadley está inconsciente en la caverna en la que desembocan los dos túneles.

– Ahora mismo vamos Oscar y yo a buscarle. -Thompson cogió la linterna que había dejado sobre una tumba cercana.

– Ten -dijo Jonas tendiéndole la suya a Oscar-. Tendréis que bajar uno por cada túnel, pues Hadley podría subir por uno mientras bajáis por el otro.

Thompson asintió con la cabeza, sonriendo ampliamente sin disimular su regocijo ante la expectativa.

– No podrá eludirnos. -Volviéndose hacia Em, Thompson le tendió la bolsa de lona-. Creo que esto es suyo, señorita.

– Gracias. -Em cogió la bolsa, suavizando con una sonrisa lo que hasta entonces había sido una expresión seria.

– Nos vamos a buscar al villano. -Con una inclinación de cabeza y un saludo, Oscar se dirigió al túnel más alejado, dejando el otro para su hermano.

Cuando la luz de sus linternas se desvaneció, Jonas cogió la que sostenía Em. Ignorando el dolor que irradiaba desde su hombro, la alzó y condujo a las tres hermanas por los sinuosos escalones hasta la cripta, y de allí a la iglesia.

Allí encontraron a un buen grupo de rescatado res preocupados por ellos y a punto de bajar a la cripta para ayudarlos; con Filing, Issy y Henry a la cabeza. Cuando oyeron los pasos apresurados de las gemelas en los escalones, todos se quedaron callados y aguardaron. Cuando irrumpieron en aquel escenario de expectante quietud, las gemelas se convirtieron con rapidez en el centro de la atención. Contaron su historia, así como la de Em y Jonas. Tras intercambiar una mirada irónica con Jonas, Em dejó que las niñas distrajeran a todo el mundo.

También se mantuvieron en silencio cuando, dejando allí a

Thompson y a Oscar, todos se dirigieron a la posada. Allí había todavía más vecinos que esperaban impacientes escuchar el resultado del secuestro y la petición de rescate. Después de que Edgar hubiera ido a buscar a Thompson a la herrería, había regresado para atender la taberna. Em observó que había demasiada gente en la posada para lo que debería haber sido una tranquila tarde de jueves.

Todos esperaban ver a Jervis -alias Hadley-cuando Thompson y Oscar le llevaran allí, pero se quedaron con las ganas.

– No lo hemos encontrado -les informó Thompson cuando llegó-. Llegué un poco antes que Oscar a la caverna, pero ya no estaba allí. No pasó por nuestro lado o al menos no pudimos verlo. No nos adentramos demasiado ya que nos imaginábamos que él no podría ir muy lejos sin una linterna que le iluminara el camino. Así que regresamos y cerramos tanto la puerta de la cámara Colyton como la de la cripta. -Thompson le dio la llave a Filing-. Creo que es mejor que la tenga usted, señor Filing. Por si acaso alguien quiere bajar más tarde para comprobar si está esperando para salir.

– Creo que será mejor bajar mañana -intervino Oscar-. Después de una noche en la cámara Colyton, se mostrará mucho más pacífico.

Em observó que todos asentían conformes, aunque unos eran más renuentes que otros a dejar a Jervis abandonado allí hasta la mañana siguiente. Sus intentos para hacerse con el tesoro -atacar a Jonas, secuestrar a las gemelas y finalmente a ella, y volver a herir a Jonas- habían enfurecido a todos los vecinos como si hubiera atacado directamente al pueblo.

Em se sintió a la vez reconfortada e inspirada al saber que su familia y ella eran consideradas ahora parte de la vida del pueblo.

Una de las primeras personas que surgió de la multitud fue Gladys. Una vez que le señalaron la herida de Jonas, el ama de llaves apretó los labios y se marchó. Poco después se desvaneció el bullicio inicial e, ignorando la opresión que le producía la discusión pendiente y la tensión que había entre ellos, Em agarró a Jonas del brazo.

– Ven a la cocina para que pueda curarte el brazo.

El soltó un bufido, pero permitió que le condujera a la cocina. Ella le indicó que se sentara en una silla ante el fuego, donde se cocinaba la cena de esa noche. Hilda colocó unos paños y una palangana de agua caliente sobre la mesa; Em escurrió uno de los paños y, tras torcerlo, se puso a humedecer la chaqueta y la camisa en la zona de la herida para poder quitárselas.

Cuando finalmente estuvo sin camisa, Jonas volvió a sentarse en la silla, mirando con los ojos entrecerrados la herida que tenía en el hombro. Em la estudiaba con atención, mascullando para sus adentros; luego comenzó a limpiarla con cuidado. A pesar de todo, él no podía evitar sentirse orgulloso de sus cuidados, de aquella sencilla prueba de afecto.

Sintió cada suave roce, cada apretón tranquilizador de los dedos de la joven contra su piel herida, disfrutando del momento, de todo lo que significaban aquellas atenciones, todas sus connotaciones, debilitando su determinación de sacar a colación la pospuesta discusión.

Sabía que Em le amaba. Lo sabía porque podía sentirlo en el roce de su mano cuando le secaba el hombro con tiernos toquecitos.

– Esto -dijo Hilda, acercándose con un tarro de bálsamo-le ayudará a curarse.

Em cogió un poco con los dedos y extendió el bálsamo de hierbas sobre la piel lacerada. Finalmente, puso una gasa sobre la herida y la sujetó con unas vendas.

Justo cuando Jonas se dio cuenta de que ya no tenía ropa que ponerse, Gladys apareció por la puerta trasera con una camisa y una chaqueta que reemplazaban las que habían quedado inservibles. Em ni siquiera había pensado en eso.

El agradeció la ropa limpia, se puso en pie y se vistió con rapidez. Hilda y Gladys regresaron al salón de la posada. Jonas se volvió hacia Em y la miró directamente a los ojos.

– Gracias.

Apartando a un lado los paños y la palangana, la joven se encogió de hombros.

– Es lo menos que puedo hacer después de que te hayan herido por defenderme. -Le lanzó una mirada al hombro-. ¿Estás mejor? El movió el hombro con cuidado. -Sí. Ya no me duele tanto.

La tensión producida por la discusión pendiente era como una cuerda que se tensara entre ellos. Pero no era el momento ni el lugar apropiado para continuar con ella. El esperó a que Em regresara del fregadero y la siguió de vuelta al salón.

Ella fue muy consciente de él durante todo el rato. Lo sentía de la misma manera que se presiente una tormenta inminente, como una oscura y poderosa energía en el aire que esperaba descargar sobre ella. Jonas nunca se alejó demasiado mientras Em ejercía su papel de posadera y circulaba entre la gente allí reunida.

El resto de la tarde pasó con rapidez. Aunque muchos le preguntaron sobre la terrible experiencia que había sufrido, ella eludió todas las preguntas con una sonrisa y una respuesta alegre; en lo único que podía pensar era en la discusión que tenía pendiente con Jonas.

Todos sus instintos le decían que esa discusión sería, no sólo importante, sino fundamental para su decisión de casarse con él. No sabía exactamente de qué modo afectaría eso a su relación, pero cuando por fin cerraron la posada por la noche y oyeron el sonido de los pasos de Edgar que se alejaba por el patio, ella estaba más que dispuesta a subir las escaleras hacia sus aposentos y aclarar las cosas con el caballero que le pisaba los talones.

Em abrió la puerta de su salita y le precedió al interior. Se detuvo en medio de la estancia y, estaba a punto de girarse para enfrentarse a él, cuando notó la firme mano de Jonas en la parte baja de la espalda, empujándola hacia delante, hacia la puerta abierta del dormitorio.

Ella se puso rígida, pero no opuso resistencia. No importaba el lugar que eligieran para hablar, y Em no deseaba distraerse por tonterías cuando debía mantener la calma y centrarse en la discusión que se avecinaba.

Los dos se detuvieron en medio del dormitorio. Em agradeció para sus adentros que él hubiera traído la vela de la salita. Esperó mientras la colocaba en el tocador, desde donde emitió una luz lo suficientemente brillante como para poder verse las expresiones de las caras.

Jonas se irguió y la miró.

– Antes de que digas nada, quiero dejar claro que no cuestiono que quisieras pagar el rescate… Comprendo perfectamente tus razones para hacer lo que fuera necesario para salvar a las gemelas. Por supuesto que lo hago. -Metió las manos en los bolsillos y clavó sus ojos oscuros en la cara de Em-. En lo único que no estoy de acuerdo es en por qué no me dijiste nada sobre la desaparición de las niñas, de la petición del rescate y lo que pensabas hacer al respecto.

Los ojos de Jonas parecieron arder mientras le sostenía la mirada. Em estaba segura de que no era producto de su imaginación que su cara pareciera más dura, que los ángulos fueran más afilados y sombríos.

– Me lo prometiste. Me prometiste que compartirías todos tus problemas conmigo, y que yo te ayudaría a cargar con ellos. La razón por la que te pedí que me hicieras esa promesa es muy sencilla: tú eres importante para mí. -Sacó las manos de los bolsillos y respiró hondo, exhalando lentamente el aire antes de continuar-: No sólo eres importante, eres vital, crucial, fundamental para el resto de mi vida. Te necesito, y si no paso el resto de mi vida contigo, ésta dejará de tener sentido para mí.

El no parecía saber qué hacer con las manos y no hacía más que cerrar los puños a los lados.

– Te amo, Em. Por eso te pedí que me prometieras eso, por eso necesitaba que cumplieras esa promesa. Pero a las primeras de cambio, la rompiste. -La expresión de Jonas no podía ser más desoladora-. No confiaste en mí.

– ¡Espera! -Ella alzó una mano-. Detente ahora mismo. -Em le miró con los ojos entrecerrados-. ¿Realmente piensas que no te lo conté, que acudí sola a enfrentarme a Hadley porque no confío en ti y no tengo fe en tu amor?

La expresión de Jonas era ilegible, pero después de que ella esperara un buen rato, el acabó asintiendo de mala gana con la cabeza.

Em bajó la mano y aspiró aire, que soltó con un sonido ahogado.

– ¡Pues te equivocas! La única razón por la que no te hablé de la desaparición de las gemelas y de la petición de rescate, aunque te dejé una nota que debías descubrir más tarde, es porque confío en ti. -Le lanzó una mirada airada-. Porque confío en tu amor, y porque sé cómo reaccionas a cualquier situación que pueda suponer un peligro potencial para mí. -Se señaló el pecho con un dedo, observando con satisfacción la cautelosa y confusa expresión que inundaba los ojos oscuros de Jonas-. ¡Yo! -Se señaló otra vez-. Tengo completa fe en ti y confiaba total y ciegamente en el hecho de que harías cualquier cosa, incluso luchar, para proteger mi vida. Pero esta vez no podía permitirlo. Esta vez tenía que arriesgar mi vida para salvar a mis hermanas, a las que quiero y protejo, porque siento por ellas lo mismo que tú sientes con respecto a mí.

»Así que, ya ves, los dos queremos proteger a los que amamos. -Em volvió a respirar hondo, resuelta a llegar hasta el fondo de aquel espinoso asunto ahora que ya habían empezado-. Si yo puedo aceptar, reconocer y comprender el hecho de que tú me amas y que por tanto quieres protegerme, tú tienes que aceptar, reconocer y comprender lo mismo por mi parte.

Los ojos de Jonas eran dos lagos oscuros e insondables y su expresión no decía nada.

– ¿Qué?

Em alzó las manos en el aire.

– ¡Te amo, Jonas! Y eso quiere decir que siento lo mismo que tú sientes por mí. Quiere decir que no seré alguien que se someta de buena gana a tus órdenes, que se esconda en un rincón como una cobarde mientras alguien intente hacerte daño… Que te protegeré de la misma manera en que tú me proteges a mí.

Todas las emociones de Em parecían escapar por cada poro de su piel. Dio un paso adelante y meneó el dedo bajo la nariz de Jonas.

– Si nos casamos, no voy a hacer todo lo que tú me digas.

A Jonas se le curvaron los labios en una sonrisa. Intentó contenerla, intentó sostenerle la mirada, pero fracasó.

Em entrecerró los ojos hasta que no fueron más que un par de rendijas.

– No te atrevas a reírte. Esto no es una broma.

Jonas no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Trató de abrazarla mientras soltaba una carcajada.

– Lo siento. -La cogió entre sus brazos. Ella se lo permitió, aunque seguía estando rígida. Jonas la rodeó con los brazos y la estrechó contra sí-. Yo… -Respiró hondo, conteniendo el aliento, luchando por reprimir sus inoportunas risas. No había manera de medir el alivio que se mezclaba con ellas.

«Si nos casamos…» Em le amaba, confiaba en él. A pesar de todo, la había conquistado.

– Lo entiendo. -Lo hacía-. Pero… -Bajó la vista hacia ella, esperando que Em le mirara directamente a los ojos-. Tienes razón. -Jonas hizo una mueca-. No habría dejado que entraras en el mausoleo para que le entregaras el tesoro a Hadley… Es muy posible que te lo hubiera impedido a toda costa.

El notó que se le endurecían los rasgos de la cara al pensar en lo que ella había tenido que enfrentarse -el peligro con el que había coqueteado a sabiendas-, pero se obligó a admitir:

– No me gusta tener que reconocerlo, pero tenías razón, al menos en ir a rescatar a tus hermanas. Sin embargo, no quiero, jamás aceptaré, que arriesgues tu vida por rescatarme.

Ella entrecerró los ojos hasta que parecieron fragmentos de cristal de color dorado.

– En ese caso… siempre discreparemos en ese punto.

Jonas vaciló; le costó, pero al final se obligó a asentir con la cabeza.

– De acuerdo.

Em le lanzó una mirada suspicaz.

– ¿De acuerdo? -Hizo un gesto con una mano-. ¿No te importa que actúe como mejor me parezca si sé que corres peligro?

El apretó los labios.

– No. Claro que me importará, todo el rato, cada minuto del día. Pero si es ése el precio que tengo que pagar para que te cases conmigo, pues lo pagaré con gusto. Ya me las arreglaré.

Lo que quería decir que él haría todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que ella jamás se vería en la tesitura de tener que protegerle, ni siquiera de ayudarle, en cualquier situación peligrosa.

Por la mirada que observó en sus ojos, Em lo entendió a la perfección, pero tras un momento, asintió con la cabeza.

– De acuerdo. -La tensión que la atenazaba se desvaneció. Le estudió la cara, luego ladeó la cabeza y abrió mucho los ojos-. Así que… ¿no crees que ha llegado el momento de que hagas esa pregunta que estabas esperando hacer?

La voz de Em era suave y cautivadora.

El universo pareció detenerse. Jonas fue repentinamente consciente de la tierna suavidad de Em, de su forma flexible y delgada entre sus brazos; fue plenamente consciente de que la vida, y todo su mundo, dependía y giraba en torno a ella. Qué preciosa era para él, qué vital, qué fundamental para su futuro y… ahora era verdaderamente suya.

Las palabras salieron con facilidad.

– Emily Colyton, ¿me concedes el honor de ser mi esposa?

Durante un instante, ella se limitó a sostenerle la mirada, como si todos sus sentidos estuvieran centrados en las palabras de Jonas, en saborearlas por completo… Luego una suave sonrisa se extendió por sus rasgos y brilló en sus ojos.

– Sí.

Em levantó los brazos, le rodeó el cuello con ellos, se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos.

– Me casaré contigo, Jonas Tallent, y te amaré durante el resto de mis días.

Jonas la estrechó contra su cuerpo y respondió a las caricias de sus labios, besándola con el mismo fervor apasionado que ella.

La noche los envolvió mientras se despojaban de la ropa, se dejaban caer sobre la cama, deshaciéndose de todas las barreras para unir sus cuerpos desnudos, jadeantes, piel con piel, boca con boca, y entrelazaban las manos al tiempo que se unían, moviéndose con un ritmo tan antiguo como el tiempo.

Mientras sus almas se tocaban, se fundían, separadas pero aún entrelazadas. Mientras sus corazones latían al unísono, el éxtasis los capturó, los catapultó y los rompió en mil pedazos, haciéndoles alcanzar la gloria.

Luego se abrazaron, perdidos uno en los brazos del otro, y regresaron lentamente a la tierra.

Había una promesa en aquella pasión desbordante. Cuando Em apoyó la cabeza en el hombro sano de Jonas y sintió sus brazos rodeándola, pensó que la promesa nunca había sido tan evidente como ahora.

Ambos se daban la mano en el umbral del futuro. El amor les había unido, los había fundido. El amor era ahora la piedra angular de su presente, y la garantía del futuro.

El amor gobernaba su mundo, les hacía vivir la vida con total plenitud.

Eso era mucho más de lo que Em había esperado cuando decidió dirigirse a Colyton.

Había ido allí para buscar un tesoro y había encontrado mucho más de lo que había soñado. El tesoro que había hallado era mucho más valioso que las joyas y el oro.

El amor la había cautivado. El amor la había vencido, y ahora estaba justo donde tenía que estar.

Jonas alzó la cabeza y le dio un beso en la frente.

Em sonrió, se acurrucó contra él, cerró los ojos y se durmió.

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