Mi amada y yo cabalgamos hacia el este. Cabalgamos junto a aquellos que nos han servido con fidelidad, que han trabajado durante años con medios astrales y físicos (aun en el campo del Enemigo, como nuestro fiel servidor Thomas) para reunimos al fin, sanos y salvos. Geraldine está aquí, vestida como un hombre, al igual que la madre de Luc, Béatrice, y el obispo Rigaud, sorprendentemente corpulento, siempre joven. El querido tío de Luc también nos acompaña, y su rostro es una constante guirnalda de alegría. Edouard ha sufrido mucho durante años, pero ahora ha recuperado a su sobrino y a su hermana.
Sí, hay momentos en que el destino es duro y amargo, pero otros en que es infinitamente dulce.
Aun así, queda mucho por hacer. Aún hay que derrotar a Chrétien, y hay otros aparte de él, en diferentes ciudades y diferentes países, que nos querrían ver destruidos. Las almas continúan atrapadas en la cámara mágica oculta en el palacio de los papas de Aviñón.
Consciente de esto, me vuelvo y miro a mi Amado, que sujeta las riendas del corcel. Tiene la cara sonrosada y sus ojos (verde claro, moteados de oro, imbuidos de la Divinidad) me miran con amor y felicidad absolutos… y agradecimiento. Reímos juntos con dicha inexpresable.
Mi Amado me conoce, y en este mismo instante los cascos de los caballos pisan romero, y me embriago de su penetrante fragancia.
El romero trae recuerdos.
El primer desafío ha sido superado. Ay, pero queda tanto por hacer…