Para ser alguien que vive de las palabras, en este momento descubro que me eluden. Este libro me obsesionó, primero como una idea y después como un manuscrito inacabado, durante más de doce años. ¿Cómo puedo transmitir mi más profunda gratitud a las personas que han sufrido conmigo durante su creación y/o ofrecido sus sabios consejos durante sus incontables reescrituras?
Cabe dar las gracias en primer lugar al hombre que escuchó la idea original y sugirió que la plasmara en papel: mi agente, Russell Galen. Sin su estímulo y fe, este libro no existiría.
También estoy en deuda con mi editora de Harper-Collins en Inglaterra Jane Johnson, una mujer de enorme talento, que demostró tal entusiasmo por esta novela que la compró no una sino dos veces; con mi editora de Simón & Schuster en Estados Unidos, Denise Roy, que aportó sus prodigiosos conocimientos históricos al proyecto; y con mi editora alemana, Doris Johanssen, de List Verlag, que hizo gala de paciencia y confianza inconmensurables.
Gracias especiales a mis lectores, que dedicaron generosamente su tiempo libre, y cuyos comentarios obraron un impacto enorme en el libro; a mi prima Laeta, arriesgada escritora y editora, que vio el manuscrito en sus numerosas encarnaciones; a mi querida amiga Lauren Hoey, una de las lectoras más atentas que he conocido; y a George, Beverly y Sharon.
Por fin, debo dar las gracias a dos personas que contribuyeron indirectamente a este proyecto: Jan y David, cuyo pequeño acto de bondad dio como resultado tanta serenidad espiritual.