Durante los dos días en los que Junko durmió a pierna suelta mientras su herida cicatrizaba, Chikako Ishizu no dejó de dar vueltas a los estragos causados por las ondas expansivas de esa guerra. Vistas las órdenes recibidas, no lo hacía como miembro del equipo de investigación, sino como una simple observadora.
Los agentes encargados del caso interpretaron a la ligera los tres sucesos, o al menos los de la fábrica de Tayama y Licores Sakurai. No pudieron sino verlos como fruto de fuertes tensiones entre los miembros de la banda de Asaba. Aunque no habían llegado tan lejos en la investigación como para hacer públicas sus conclusiones en conferencia de prensa, frente al acoso de ciertos periodistas, acabaron dando un hueso que roer a esos perros falderos de la prensa y filtraron alguno que otro elemento del caso. Los medios de comunicación escritos no desaprovecharon la oportunidad de catapultar la información en primera plana, en una carrera en la que los periódicos buscaban el titular más sensacionalista: «Despiadada adolescencia», «Un tsunami de criminalidad juvenil arrasa el país», y «Por un inapelable endurecimiento de la Ley de Protección Juvenil». Todos daban paso a reportajes en los que se plasmaban retratos de imberbes criminales de sangre fría que no sentían respeto alguno por la vida humana.
Desde luego, Chikako no estaba entre los muchos que se tragarían esta teoría. Los medios de comunicación podían especular todo lo que quisiesen, pero la investigación solo acababa de empezar.
Sin embargo, resultó ir en serio la orden que obligaba a la Brigada de Incendios a mantenerse al margen del asunto y que, según Shimizu, emanaba de lo más alto de la cadena de mando. El capitán Ito había convocado a Chikako para dejárselo bien claro y asignarle otro caso.
– ¿Y a qué viene eso, capitán? -le preguntó a quemarropa aunque de forma involuntaria, como si estuviese llevando a cabo un interrogatorio. El capitán Ito clavó la mirada en la redonda tez de Chikako y esbozó una irónica sonrisa.
– Ishizu, no olvides que te estás dirigiendo a un superior. -Ella bajó la mirada hacia las manos del capitán mientras intentaba templar los nervios. Era extraño que los hombres de su generación lucieran aún sus anillos de casado. Ito siempre lo llevaba puesto. El elegante anillo de oro blanco, resplandeciente en su áspera mano, parecía estar algo fuera de lugar -. Sé lo que estás pensando y probablemente tengas razón. Tiene que haber una conexión entre los últimos incidentes y el caso Arakawa.
– Entonces…
Con autoridad, Ito levantó la mano para silenciarla.
– Piensa un poco. De momento, más nos vale mantener esa hipótesis extraoficial. Si sacamos a colación la teoría de la venganza, ya sabes lo que pasará. Se nos echarán encima con cosas como: «De acuerdo, entonces, ¿de qué arma estamos hablando? Y si es un único acto de venganza, ¿lo habrá perpetrado una sola persona? ¿Dos? ¿Cómo pueden dos personas llevar a cabo semejante carnicería?». ¡Menudo berenjenal! Y lo que es peor, pueden descartar esa teoría definitivamente y, después, será más difícil recurrir a ella.
Chikako recordó la fría acogida que la víspera le dieron los investigadores del caso. También le vino a la mente la expresión melancólica de Makihara, quien tanto se había esforzado para que la teoría de la venganza fuera valorada.
– De momento, será mejor que nos ciñamos a trabajar en la sombra. Dejemos que los demás tengan la sartén por el mango y, mientras tanto, dediquémonos a recabar datos. Esa es la idea, esperar nuestra oportunidad y seguro que, tarde o temprano, llegará. Así que, en definitiva, acercarse a la escena del crimen no ha sido una idea tan equivocada.
En otras palabras, no la habían mandado a las escenas de los crímenes para interferir en el caso, solo se trataba de una técnica de acercamiento. El asunto no era la injerencia, sino simplemente mostrar con humildad el interés de la Brigada de Incendios en la investigación abierta.
Chikako accedió a sus palabras con un asentimiento de cabeza.
– Entiendo. Bueno, ¿qué caso es ese que quería encargarme, jefe? -inquirió.
El capitán abrió el cajón de su mesa y sacó un archivador de plástico que contenía un solo informe. No se trataba del tipo de carpeta reglamentaria, lo que significaba que no era un caso oficial.
Lo arrojó sobre su mesa y lo señaló a Chikako con un gesto de la cabeza.
– Este.
Chikako tomó el expediente sin título ni ninguna identificación. Echó un vistazo y reparó en la caligrafía ordenada y cuidada de las páginas. La escritura de una mujer, con toda probabilidad.
– Empápate bien de la lectura de este informe. Y a ser posible, me gustaría que te pusieras en contacto con la inspectora que lo redactó. La ayuda que puedas aportar será bienvenida, como detective de incendios, por supuesto, y también como mujer.
Chikako sintió que algo se ocultaba en las palabras de su superior, algo que normalmente no estaba ahí. Observó su rostro con atención. Ito echó un vistazo a su alrededor, se inclinó ligeramente hacia adelante y prosiguió en voz baja.
– Es un asunto delicado, así que prométeme que vas a escuchar con atención y no vas a enfadarte.
– Hum.
– La autora del informe es del Departamento de Menores, distrito de la Bahía de Tokio. Tiene veintiocho años y apenas lleva cinco con la placa de detective. Se unió a la policía porque quería seguir los pasos de su padre… que también fue mi mentor.
Así que de eso se trataba. Chikako sonrió.
– Entonces, capitán, ¡esa joven detective es como una hija para usted!
Ito le devolvió la sonrisa.
– ¿Hija? ¡Eso son palabras mayores! Digamos que es más como una hermana muy pequeña. Aún está un poco verde, pero no le falta ambición. En cuanto a este expediente es privado, y me lo entregó por iniciativa propia, a título consultivo. Así que, estoy excediendo mis competencias al ponerlo en tus manos, pero… -Su sonrisa se desvaneció, y su voz rozaba ahora el susurro-. Pero lo que contiene esta carpeta es bastante interesante. Es acerca de una serie de incendios de pequeñas proporciones, pero guardan cierto paralelismo con lo de Arakawa y lo sucedido ayer. Parecen imposibles. Creo que te intrigará.
Ya era bien entrada la noche cuando Chikako terminó de leer el informe. Había sido muy difícil concentrarse en comisaría con tantas distracciones. Pese a los buenos motivos expuestos por el capitán Ito para que sus hombres no se involucraran en la serie de incendios iniciada en la fábrica de Tayama, Chikako no podía evitar darle vueltas al asunto.
El marido de Chikako estaba trabajando en Tokio, pero lo hacía hasta tarde, así que cuando llegó a casa estaba sola. Extendió las páginas sobre la mesa del salón y se preparó una taza de té antes de sentarse a leerlas. Para cuando terminó, el té estaba frío. No lo había tocado. Regresó a la cocina para servirse otro.
Ito tenía razón. Aquello era imposible.
Pequeños incendios que se repetían alrededor de una niña de trece años que vivía en un edificio situado en el distrito de la Bahía de Tokio. En teoría, parecía un caso bastante simple. Los incendios siempre tenían lugar cuando la chica estaba cerca, en otras palabras, ella se encontraba en todos los escenarios. Se habían registrado dieciocho incendios hasta la fecha, y el más reciente se había saldado con un herido: un compañero suyo de clase que fue ingresado en el hospital con quemaduras.
Dieciocho focos de incendio y un denominador común: siempre la misma niña. Bastante sospechoso. No obstante, la pequeña se empecinaba en negar que fuera ella quien provocara los incendios. Insistía en que no hacía nada; el fuego simplemente «aparecía».
La autora del informe recalcaba que, al tratarse de una menor de edad, e. caso debía contemplarse con las máximas precauciones. También se hacía énfasis en que, por lo visto, el blanco de la investigación no respondía al perfil de una típica adolescente problemática. Sacaba muy buenas notas en la escuela, y no había constancia de cualquier trastorno del comportamiento. Nada que señalar tampoco en cuanto a su entorno familiar. Un padre director de la sucursal de un importante banco de Tokio; la madre, hija de un acaudalado médico, formaba parte del equipo directivo de una clínica familiar. La niña, hija única, gozaba de la exclusiva dedicación de sus padres.
Es más, el documento añadía que la amplia mayoría de las personas que habían tenido la ocasión de conocer y hablar con la niña quedaban hechizadas por su dulce personalidad, y no podían sino dar credibilidad a sus declaraciones. Pero por más que proclamara su inocencia, dieciocho incendios habían tenido lugar en su presencia. Aquello no era más que una prueba circunstancial, pero de mucho peso.
En las páginas del documento que tenía entre sus manos, las circunstancias que rodeaban la aparición de cada uno de los dieciocho incendios quedaban detalladamente enunciadas: los hechos, registrados con todo lujo de detalles, y toda conclusión, exenta de cualquier juicio de valor. Chikako las leyó con atención, y quedó impresionada por la profesionalidad con la que había sido redactado el informe. A medida que los incidentes se sucedían, los rumores sobre la niña fueron multiplicándose y quedaron reseñados en el expediente aunque bajo la mención de «información subjetiva». También quedaba patente lo mucho que habían afectado dichos rumores tanto a la niña como a los padres de la misma. En definitiva, quien estaba detrás de este informe era, sin duda alguna, un concienzudo oficial de policía.
Mientras tomaba su té, Chikako se dio cuenta de que estaba deseando conocer a la joven detective, la protegida del capitán Ito. Se llamaba Michiko Kinuta. ¿Qué aspecto tendría?
A Chikako no le importaba que hubiese aprovechado su relación con el capitán Ito para pedir asesoramiento. Si llegó a tal extremo, Michiko Kinuta debía estar en un callejón sin salida. A pesar de las apariencias, había gente a la que se le daba muy bien mentir, y otros detectives del Departamento de Menores del distrito de la Bahía ya habían señalado a la niña como la autora de los incendios. Su aislamiento en el caso no era la única fuente de preocupación para Michiko; otro aspecto resultaba verdaderamente alarmante. Algo que sus compañeros de Menores habían pasado por alto.
Pese a mostrar cierta heterogeneidad en su conjunto, la serie de incendios empezó a poner en evidencia cierta tendencia: eran cada vez más destructores. En el último caso, en el que un compañero de clase de la niña acabó hospitalizado, la presunta pirómana también presentaba una quemadura en la yema del dedo.
¿Sería más grande el siguiente? ¿Cuándo tendría lugar? El primero de la larga lista sucedió en casa, cuando la niña tenía once años y cuatro meses. Tras aquel primer incidente, los incendios fueron repitiéndose en intervalos que oscilaban entre las tres semanas y un mes. El decimoctavo fuego tuvo lugar a principios de mes, unos quince días atrás. Así que, cabía contemplar la posibilidad de que el decimonoveno se iniciara en un intervalo de una semana a nueve días a partir de ese momento.
El marido de Chikako regresó a casa a las dos de la mañana. Comieron algo juntos. Cuando Chikako se disponía a prepararse para ir a la cama, sonrió para sus adentros. El capitán Ito había logrado despertar su interés. Quizá tuviera razón, puede que lo mejor fuera distanciarse un poco del caso Arakawa. Con seguridad, obtendría mejores resultados. Pero a sabiendas de que el corazón de la detective se negaba a obedecer su mente, el capitán había tenido que poner algo en su camino para distraerla. Y resultaba que ese algo era verdaderamente sorprendente. Chikako se sentía muy intrigada con el caso de aquella niña. Su nuevo caso.
A la mañana siguiente, muy temprano, Chikako llamó al domicilio de la detective Michiko Kinuta. Le pareció el modo más procedente de contactar con ella puesto que el capitán Ito le había remitido el informe de forma extraoficial.
Apenas eran las siete y media de la mañana, y los telediarios ya informaban de las últimas novedades respecto a las investigaciones de los tres incendios. Chikako bajó el sonido de la televisión y observó la pantalla mientras marcaba el número. En la pantalla, apareció un plano de los despojos de la fachada de Licores Sakurai. La llamada de Chikako fue respondida al primer tono, con la voz de alguien que ya está bien despierta a esas horas.
– Kinuta al habla.
Su voz era más dulce y cálida de lo que Chikako había esperado. No sabía bien por qué, pero imaginaba que su interlocutora tendría un tono más grave, un timbre más enérgico. Chikako guardó silencio, sonriendo para sus adentros. ¿Cómo podía ella misma alimentar el estereotipo que atribuía cierta faceta viril a una detective competente que se desenvolvía en aquel bastión masculino de las fuerzas policiales?
– Buenos días. Soy Chikako Ishizu, de la policía de Tokio. -Chikako se presentó brevemente y explicó que el capitán Ito le había entregado su informe. A Michiko le cogió por sorpresa la llamada, y en cuanto Chikako terminó su frase, se apresuró a presentar sus disculpas.
– Lo siento mucho, no pretendía robarle tiempo a un agente de la policía de Tokio. Yo solo esperaba que tío I… digo, el capitán Ito me diera algún consejo cuando sacara algo de tiempo. Jamás imaginé que asignaría el caso a uno de sus hombres cuando le entregué el informe…
¿Así que tío I…, eh?, pensó Chikako, socarrona. Quien tenía al otro lado de la línea estuvo a punto de irse de la lengua, pero fue rápida en reaccionar. Debía tener una relación muy cercana con Ito si se había referido a él como «tío».
– No tiene por qué disculparse. Para serle sincera, he decidido llamarla sin consultar antes al capitán Ito. Este caso me parece la mar de intrigante. No sé si puedo serle de gran ayuda, pero ¿le gustaría que nos viésemos en algún momento y hablásemos del tema?
– Oh, por supuesto. ¡Le estaría muy agradecida! -exclamó la chica con tono alegre-. Podemos quedar cuando a usted le venga mejor. Yo me adaptaré a su horario. De hecho, hoy tengo el día libre…
– De acuerdo. ¿Qué le parece mañana?
– Bueno, lo cierto es que me vendría mejor quedar hoy. Voy a pasar el día con Kaori-cham. Así, podrá usted conocerla.
Chikako enmudeció durante un momento. ¿Kaori-chan [8]? Kaori Kurata era el nombre de la niña que aparecía en el expediente, y Michiko había añadido además aquel afectuoso diminutivo, por lo que era obvio que se conocían.
– ¿Piensa pasar su día libre con la principal sospechosa de este caso?
– Sí -repuso sin ambages. De repente, Chikako supo que la verdadera razón por la que Michiko había pedido asesoramiento al capitán Ito no estaba en aquel expediente. El verdadero problema era otro completamente diferente.
– Detective Kinuta, deje que le haga una pregunta. ¿Cuál es la naturaleza exacta de su relación con Kaori Kurata?
No era extraño que los agentes de ese departamento desarrollaran una estrecha relación con los menores que investigaban, no solo por las necesidades del caso, sino también para ampararlos. Instaurar la confianza con jóvenes problemáticos podía dar grandes resultados tanto en términos de reinserción social como de prevención delictiva. Sin embargo, en este caso en concreto, a Chikako no le pareció una jugada muy acertada. Kaori Kurata era muy joven, mucho más que los típicos «clientes» que entraban y salían del Departamento de Menores. Y Michiko que se refería a ella como si se tratara de alguien muy cercano, casi de un miembro de la familia… Michiko no había hablado de hacerle una visita a la pequeña Kaori; iba a pasar el día con ella. ¿Se habría encariñado de la niña? Aunque Kaori Kurata solo tenía trece años, no dejaba de ser la principal sospechosa de una ola de incendios.
– ¿Cuándo dice «voy a pasar el día con ella», se refiere a que van a salir a dar una vuelta, solo por diversión? -la presionó Chikako.
– ¿Usted también cree que voy demasiado lejos, verdad, detective Ishizu? -suspiró Michiko Kinuta-. Sinceramente, esperaba ese tipo de reacción por parte del capitán Ito. Incluso empieza a suponer inconvenientes para mí dentro de mi propio distrito.
– Entiendo… -repuso Chikako antes de enmudecer.
Al cabo de unos segundos, Michiko habló de nuevo, esta vez, con una chispa de desafío.
– Detective Ishizu, ¿acaso no me va a reprender por ello? ¿Por qué no me dice que estoy siguiendo el camino equivocado? ¿Que nunca llegaré a resolver el caso si cometo este tipo de errores?
La propia Michiko se vio muy afectada por esta acusación, aunque la formulara ella misma. Obviamente tenía mucha presión encima, y no tardó en sincerarse del todo.
– Creo que Kaori Kurata está diciendo la verdad. No es ella quien provoca los incendios. No es una pirómana. Entiendo que exista una larga lista de incendios sospechosos, pero puedo asegurar que no es una criminal, sino más bien una víctima. Creo en su inocencia, sin reservas. ¿Cuál es su opinión, detective Ishizu? ¿Va a darme un sermón o simplemente va a limitarse a señalarme con el dedo y a reírse de mí?
Y efectivamente, Chikako rió, pero con tono amistoso.
– Me temo que es demasiado pronto para elegir entre una cosa y otra. Todavía no las conozco ni a usted ni a Kaori Kurata. Y de hecho, agradezco su franqueza, y que haya confesado que va a pasar el día con ella, en lugar de ocultarlo. -Chikako hablaba por experiencia-. Pero teniendo en cuenta los datos del expediente, diría que esta relación con Kaori le afecta en su trabajo, quiero decir, tiene repercusiones negativas para con el resto de su brigada. Bueno, he de decirle que aunque no apruebo del todo su relación con la niña, he quedado muy impresionada por la seriedad de su informe.
Por primera vez, Michiko Kinuta se echó a reír.
– Muchísimas gracias. Ahora también estoy deseando conocerla, detective Ishizu.
Acordaron un lugar en el que verse y, acto seguido, colgó. Entonces, se le ocurrió que tal vez Michiko estuviera poniéndola a prueba. Era obvio que sabía que el capitán Ito no se encargaría personalmente de su caso y que lo asignaría a uno de sus agentes, alguien menos experimentado.
Y teniendo en cuenta eso, sabía perfectamente lo que debía de decir: «Tengo el día libre y voy a pasarlo con Kaori. Estoy de su lado. No es una pirómana». Era una chica muy inteligente. Si la persona reaccionaba con burla o indignación, no le pediría su ayuda. Puesto que no se trataba de una petición formal, podía mandar a paseo a quien quisiese. Probablemente tenía bien estudiado el guión de toda la conversación telefónica.
«Esta chica sabe perfectamente lo que hace.»
Sus expectativas eran cada vez mayores. Chikako salió de casa con paso acelerado.