Chikako se encontraba en el jardín, podando las hojas y ramas que la nieve había estropeado el día anterior. Oyó sonar su teléfono móvil en el interior de la casa. Echó a correr hacia la cocina y lo recogió de la encimera. Era Michiko Kinuta, la detective de Menores. Estaba algo más calmada que la última vez que había hablado con ella, pero obviamente, algo la inquietaba. Chikako la animó a pasar por casa y hablar del tema.
– No queda muy lejos de su casa. ¡Vamos, pásese por aquí!
– ¿Seguro que no le importa?
– Hoy tengo el día libre. Han insistido en que me tome unas breves vacaciones.
Michiko dijo que llegaría en una hora y colgó. Chikako terminó sus tareas domésticas y, se dirigió después a la pastelería para comprar algún dulce que servir a su invitada. Todavía no tenía noticias de Kazuki Tada. Le preocupaba que su prometida notara algo extraño en el comportamiento de su novio, resultado de su dilema con Junko Aoki. Quizá siguiera a Tada para averiguar algo y, dadas las condiciones climatológicas, a Chikako no le parecía muy apropiado que, en su estado, anduviera por las calles.
Makihara estaba convencido de que Junko Aoki se pondría en contacto con Tada, pero Chikako apostaba a que no lo haría. Tanto el uno como el otro habían fallado en su intento de llegar juntos hasta el final, de cometer un crimen a cuatro manos. Y ahora que Junko sabía que Tada estaba prometido y pronto sería padre, lo más lógico era que mantuviera las distancias.
Si tal y como la propia Junko había afirmado a Tada, se veía a sí misma como una justiciera que había vengado la muerte de su hermana y, al mismo tiempo, calmado su sufrimiento, tal vez entendiera que Tada ya no la necesitaba, y no quisiera poner en peligro su oportunidad de ser feliz.
Por otro lado, Tada era el único vínculo con Junko Aoki del que los detectives disponían. Si lo dejaban marchar, Makihara perdería la oportunidad de atraparla.
Chikako se inclinó sobre el fregadero de la cocina, absorta en sus pensamientos. Si lograran arrestar a Junko y comprobaran que, en efecto, era capaz de romper cuellos al despedir ondas de energía, encima inflamables; si incluso lograran sacarle confesiones escritas… No valdría de nada. Seguirían con las manos vacías. Ningún tribunal podría juzgarla. De vez en cuando, algún chiflado afirmaba haber pronunciado una maldición para acabar con la vida de alguien. Tanto daba lo convincente de dicha confesión, puesto que el caso acababa clasificado como «No admisible». Eras libre de creer lo que quisieses, pero la ley no lo reconocería jamás. No cabía duda, Makihara también era consciente de ello. Aunque en su caso, todo era distinto: necesitaba dar con Junko Aoki, no ya como policía, sino como el hermano mayor del pequeño y difunto Tsutomu. La meta de Chikako, por el contrario, era más prosaica. Ella solo quería resolver el caso, ponerlo todo por escrito y entregar el informe a sus superiores.
Con la llegada de Michiko Kinuta, Chikako se sintió aliviada de posponer ese debate mental sobre poderes sobrenaturales.
De algún modo, Michiko parecía más pequeña que cuando Chikako la conoció. Se la veía desanimada y sus mejillas habían perdido todo rubor.
– El tío Ito me ha soltado un buen sermón.
Chikako intentó tranquilizar a Michiko acomodándola en su sillón más acogedor, pero en cuanto ésta tomó asiento, se quedó en el borde, nerviosa.
– No creo que cometiese un error tan garrafal en su modo de acercarse a la pequeña Kaori.
Era cierto que Michiko se había involucrado demasiado con los Kurata. No obstante, había informado de los incendios sospechosos de un modo totalmente objetivo. No había resuelto el caso, pero eso no era culpa suya.
– El señor Kurata fue a ver al tío Ito. Estaba muy enfadado conmigo.
– ¿El padre de Kaori?
– En persona. Alegó que me había extralimitado en mi papel como agente de policía, que era demasiado indulgente con Kaori, y que retrasaba todo lo que podía los progresos de la investigación.
A Chikako le sorprendió escuchar aquello.
– ¿Eso significa que cree que su propia hija está detrás de los incendios?
– Desde el principio sostiene que es culpable -afirmó Michiko.
– Bueno, aunque peque de ser un tutor algo descuidado, me pregunto qué tipo de hombre sospecharía de su hija como autora de un crimen. Y por si eso fuera poco, llama a la policía para que emprenda una investigación. Si Kurata estaba convencido de la culpabilidad de su hija, al menos habría podido hablar largo y tendido con la niña antes de alertar a las autoridades.
– Kurata asegura que es influencia de su madre. Dice que ella es la culpable de que su hija sea una niña tan problemática.
– ¿Culpa de la señora Kurata? -De súbito, Chikako recordó todo lo que la señora Kurata le había contado acerca de poderes que se heredan de madre a hija y de misteriosos «guardianes».
– No entró en detalles, pero afirma que su mujer está obsesionada con el misticismo y que ello ha derivado en problemas conyugales que llevan arrastrando desde hace años. El señor Kurata se ha planteado divorciarse de su mujer y pedir la custodia de Kaori para poder alejarla de la influencia de su madre.
– Estoy segura de que ella jamás accederá -rebatió Chikako, acordándose de la cara teñida de lágrimas de la madre.
– Sí, al parecer, insiste en que nunca dejará a Kaori.
Chikako se dio cuenta de que Michiko desconocía por completo las tensiones con las que cargaban los Kurata, por lo menos hasta que su «tío» le llamó la atención a petición del cabeza de familia. Probablemente su simpatía por Kaori le impidió verlo con claridad. La niña se había ganado a Michiko con la inocencia propia de los niños, pero no le había dicho nada sobre su piroquinesis, y su madre tampoco la había animado a hacerlo. Eso fue lo que Michiko no logró averiguar, y la razón por la que el señor Kurata la criticó con tanta amargura. Chikako se compadeció de Michiko y del obvio modo en el que había sido utilizada.
– El tío Ito ha estado muy ocupado últimamente. Supongo que no ha hablado con usted.
– No. Entregué mi informe, pero no me ha dicho nada aún.
– He venido para disculparme tanto por él como por mí. Me gustaría pedirle que se olvidase de los Kurata. Alguien de mi departamento ha retomado la investigación. No obstante, aprecio el hecho de que accediera a colaborar como una asesora con alguien tan inexperta como yo.
A decir verdad, pensó Chikako, ella no había hecho nada. Todavía. Ahora bien, de improviso, estaba perdiendo la excusa que le permitía seguir en contacto con la familia Kurata. Había redactado un informe y estaba profundamente involucrada en el caso, pero ahora que Michiko Kinuta estaba fuera, el capitán Ito quizá quisiera apartarla también.
La detective estaba consternada por ese repentino desaire. Y para colmo, ahora que lo pensaba, había algo en la actitud de Ito que la inquietaba. Charlando en un ambiente tan cómodo como su casa, Chikako empezaba a hacerse una idea más clara de lo que había ocurrido. Sabía que su posición en la Brigada de Investigación de Incendios era insignificante. No la habían preparado para ello, tampoco la habían elegido por sus méritos. Había sido promocionada por el simple hecho de encajar con los intrincados requisitos políticos y organizativos de un determinado momento. Aunque Chikako hacía su trabajo lo mejor que podía, era consciente de las pocas expectativas que la jerarquía depositaba en ella.
Cuando el capitán Ito le pidió su opinión sobre los homicidios de Arakawa, se sintió muy alentada. Y cuando la enviaron a la fábrica de Tayama con el primer grupo de investigadores, el ánimo fue in crescendo. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que nada era fruto de sus destrezas profesionales, aún menos de sus informes. El capitán le había permitido participar solo porque ella estaba dispuesta, pero no había esperado ningún resultado por su parte.
Una vez fuera del caso Kurata, regresaría a su trabajo de chupatintas. A rellenar papeles e investigar casos de incendio de poco calado. Sabía que esa labor también tenía su importancia, y no pretendía desacreditarla, pero ¿y si pedía permiso al capitán Ito para continuar con la investigación por su cuenta? ¿Qué contestaría él? Sin duda, le ordenaría que se mantuviese al margen y alegaría que aquel caso nunca había sido competencia del departamento.
¿Y, entonces, cuál fue su intención al involucrarla? ¿Quería mantenerla alejada de Tayama? No lograba entender por qué le había asignado esa tarea para arrebatársela poco después. ¿Lo habría hecho para evitar que lo molestara con sus opiniones e informes? No, no se habría complicado tanto. Debía de haber algo más. Algo relacionado con los homicidios de Arakawa y la nueva oleada de asesinatos. Y ahora Kaori Kurata. ¿Qué conexión había entre ellos? ¿La piroquinesis?
Chikako jamás había mencionado o considerado nada parecido. Todo eso había salido de Makihara. Chikako se dio cuenta con un sobresalto: tenía que tratarse de Makihara. El sargento Kinugasa le había remitido a él porque se había encargado del caso Arakawa. Y cuando le asignaron el caso Kurata, ella lo discutió con Makihara, sin dudar. Los dos casos eran similares, y la única persona que disponía de la información era él. Por supuesto, era un disparate, pero ya sabía más de lo que Chikako hubiese llegado a averiguar sola.
Tanto Michiko como Chikako habían sido utilizadas como señuelos para atraer a Makihara. Se lo conocía por ser un excéntrico, un personaje solitario, y nadie que trabajara con él reconocía sus cualidades por lo que eran. Aquella era la única vía por la que podía acceder al caso Kurata -que quedaba totalmente fuera de su jurisdicción- sin levantar sospecha alguna.
¿Por qué motivo lo querrían allí?
Para que averiguara la piroquinesis de Kaori. Si lo veía con sus propios ojos, continuaría con la investigación. Makihara había pasado casi toda su vida buscando una prueba que evidenciara este fenómeno. Makihara estaría presente en caso de que Kaori hiciera cualquier cosa o de que le ocurriese algo. Chikako podría abandonar el caso, él nunca lo haría. Bastaba con que el detective se involucrara con Kaori y su familia, y si lo que decía la señora Kurata era cierto, al final, lograría establecer contacto con los Guardianes.
– ¿Detective Ishizu? -Michiko estaba mirando a Chikako, desconcertada. Esta parpadeó unas cuantas veces y retomó la conversación con su invitada.
– ¡Oh, lo siento! ¿Qué decía?
– Nada, en realidad -sonrió, algo avergonzada-. A estas alturas, ya es agua pasada, pero le estaba contando lo que había conseguido averiguar sobre los Kurata.
– Es una familia acaudalada, ¿verdad?
– Sí, pero la maldición parece haber caído sobre ellos.
El verano en el que el señor Kurata cumplió diez años, la familia se hospedaba en su casa de Tateshina cuando fueron asaltados. Los ladrones asesinaron a la madre y se fugaron en el coche familiar tomando como rehén a su hermana pequeña. Hallaron su cadáver tres días más tarde. Al cabo de diez meses, atraparon a los culpables, cuando fueron arrestados por otro robo en Tokio. De los tres, uno fue sentenciado a cadena perpetua mientras que los otros dos fueron condenados a trece años de cárcel.
– El caso es que los tres acumulaban antecedentes por delitos graves -prosiguió Michiko-. De modo que deberían haberse podrido en la cárcel mucho antes de cruzarse en el camino de los Kurata.
Chikako escuchó la historia y sintió que se le humedecían las palmas de las manos al recordar lo que la señora Kurata había confesado. Su suegro había formado parte de los Guardianes y quizá esa historia lo explicase todo.
– La familia Kurata mantiene fuertes vínculos con la policía desde entonces. He oído que incluso han hecho importantes donativos. Esa es la razón por la que el capitán Ito recibe al señor Kurata con los brazos abiertos. También he averiguado que se opone rotundamente a cualquier indulto sobre la pena de muerte y que ha publicado artículos e incluso financiado comisiones que apoyan la firme ejecución de la pena capital. Supongo que se toma a pecho que sus opiniones en cuanto a la aplicación de la ley sean escuchadas.
– Y eso es ni más ni menos que lo que ha pasado. -Chikako seguía inmersa en sus cavilaciones, y Michiko la miró con semblante confuso.
– ¿Detective Ishizu?
– ¡Michiko!
– ¿Sí?
– Creo que debería olvidarse de este caso y concentrarse en el que le han asignado. El capitán Ito tiene razón, debe quitarse de la cabeza a la familia Kurata. Eso es exactamente lo que ha de hacer.