Sentada a los pies de su cama, Junko observó con apatía las fotos de Natsuko Mita y Kenji Fujikawa que colmaban la pantalla de la televisión. Con un amargo sabor de boca, recordó las batallas libradas contra Asaba y lo sucedido en la azotea de Licores Sakurai.
La programación televisiva vespertina incluía un reportaje especial sobre los tres incendios en el que se pretendía esclarecer los enigmas que rodeaban a la banda y sus dos últimas víctimas.
La hipótesis policial permanecía prácticamente sin cambios desde el principio, a saber, que la causa tanto de la muerte de las víctimas de la azotea como las de los incendios era el resultado de un ajuste de cuentas dentro del grupo. Se especuló sobre la posibilidad de que Fujikawa recibiera un disparo por un desacuerdo entre sus verdugos a la hora de decidir cómo deshacerse del cuerpo. Aunque también se conjeturó sobre una lucha para alzarse con el poder en esa organización criminal, o tal vez un altercado relacionado con el reparto de los beneficios sobre la venta de droga.
Según la policía, «X», el chico de diecinueve años hallado muerto en Licores Sakurai, competía con Asaba por el liderazgo de la banda. En la pantalla aparecía ahora su fotografía, pero puesto que se trataba de un menor, la zona ocular quedaba oculta bajo un filtro de píxeles, y Junko no estaba segura de reconocerlo. Quizás se tratase del chico de los pantalones caqui que la apuntó con una pistola poco antes de que su cara se derritiese bajo la onda térmica.
Tuvo que reconocer el mérito de los forenses que habían conseguido identificar el cadáver.
La última hipótesis sostenida por los investigadores consistía en que, tras secuestrar a la joven pareja, Asaba y algunos miembros de la banda habían confinado a Natsuko en Licores Sakurai, su base de operaciones, mientras se encargaban de deshacerse del cuerpo de Fujikawa. Asaba intentó ocultarlo en la fábrica abandonada, pero algunos miembros se opusieron a ello. Entonces, se inició una discusión y un tiroteo. Uno de los proyectiles habría alcanzado un antiguo depósito de metano, lo que causó la explosión y el incendio.
Asaba habría sido el único en escapar con vida y, en ese preciso momento, decidió deshacerse de su rival en la carrera por el liderazgo del grupo. Acudió a Tsutsui, su proveedor de armas de contrabando, para hacerse con un arma más potente. Los dos se encontraron en el Café Currant y, cuando Asaba se enteró de que Tsutsui no tenía preparado el pedido, el chico se vio invadido por un arrebato de ira. Le partió el cuello, asesinándolo en el acto. Para destrozar cualquier prueba posible, prendió fuego a la cafetería. Acto seguido, habría regresado a la base donde, embriagado por la sangre derramada, continuó exterminando a sus rivales uno a uno. Incluso su madre cayó víctima de su indiscriminada matanza. Cuando hubo acabado con todos, incendió Licores Sakurai. Planeó escapar con Natsuko como rehén, pero el fuego se extendió con más rapidez de lo previsto y lo arrinconó en la azotea. Entonces, disparó a Natsuko y, después, se quitó la vida.
Junko se quedó bastante impresionada por la verosimilitud del guión. Aunque se preguntó por qué la policía, pese al arsenal forense con el que contaba, no había sido capaz de averiguar que los incendios eran de naturaleza sospechosa. «Qué se le va a hacer…»
No había podido hacer nada por Fujikawa; había presenciado, impotente, el asesinato de Natsuko a quien había jurado proteger. Tampoco consiguió ajustar cuentas con Asaba… La sensación de derrota era tan fresca como intensa, y le dejaba un considerable vacio interior.
¿Quién habría matado a Natsuko? ¿A quién habría reconocido la chica en la azotea de Licores Sakurai?
La pantalla de televisión mostraba de nuevo la cara de Natsuko; la voz en off de una mujer que había trabajado con ella acompañaba la secuencia. Según contaba, que Natsuko y Fujikawa fueran secuestrados por la banda de Asaba esa noche no era una simple casualidad. Explicó que aproximadamente un mes antes, salieron juntas a ver una película en Shinjuku. En el camino de vuelta a la estación, Asaba y un par de colegas suyos las siguieron.
Decía: «Recuerdo perfectamente sus caras. Eran tres, y uno de ellos se trataba del chico que responde a la inicial de "A"».
«Claro, "A" por Asaba», pensó Junko.
La voz en off prosiguió: «Nosotras éramos dos, así que no tuvimos el valor de enfrentarnos a ellos, y echamos a correr. Pero a Natsuko se le cayó el bolso en la huida, y sus cosas quedaron esparcidas por el suelo. Ellos iban tras nosotras, por lo que recogimos lo que pudimos y nos dirigimos corriendo hacia la comisaría, situada en la salida oeste de la estación. Al comprobar el contenido del bolso, nos dimos cuenta de que a Natsuko le faltaba su tarjeta de tren. La policía nos acompañó para ir a buscarla, pero ya no estaba.»
Natsuko se inquietó mucho, y su temor estaba más que justificado. Al día siguiente, recibió una llamada de Keiichi Asaba. Había averiguado su nombre, su dirección y su número de teléfono gracias a la cartera en la que Natsuko guardaba la tarjeta de tren. Empezó a acosarla. La esperaba a la salida del trabajo, junto a sus compinches. La llamaba en mitad de la noche, sin importar la hora que fuese. Natsuko vivía con sus padres e intentó poner fin a las llamadas haciendo que su padre respondiese al teléfono, pero Asaba amenazó con matar a toda su familia si no era ella misma quien atendía las llamadas.
En una semana, Natsuko, presa del pánico, les contó a sus compañeros de trabajo lo que le estaba sucediendo y les pidió consejo.
Así que hacía mucho que Natsuko se había convertido en víctima de la banda; desde el mismo momento en el que se le cayó la tarjeta de tren. Junko sintió que la impotencia se apoderaba de ella, y su cuerpo se le hizo muy pesado. «Soy un arma, un arma poderosa, pero solo dispongo de dos oídos y dos ojos.»
Junko se topó por casualidad con Asaba y esos maleantes en la vieja fábrica. En cierto modo, poder deshacerse de ellos en el acto fue un golpe de suerte. Si no hubiese estado allí esa noche, estaría escuchando en las noticias el descubrimiento del cadáver de Fujikawa y la desaparición y posible rapto de su novia, Natsuko Mita. Habrían pasado unos días hasta que dieran con el cuerpo sin vida de la joven. Y quizás diez días más tarde, dos semanas o seis meses, la policía se las habría ingeniado para arrinconar a Asaba y a los de su banda. Sin embargo, no lograrían imputarles el crimen, y esos sinvergüenzas acabarían reintegrándose poco a poco en la sociedad. Y en ese momento, tal y como había sucedido con Masaki Kogure y su banda, Junko tendría que entrar en escena. Esta vez, había tenido suerte. En menos de veinticuatro horas, había acabado con todos ellos, y evitado así más víctimas. No obstante, eso no les devolvería la vida a Fujikawa y Natsuko. Ojalá hubiera podido salvarlos.
Dieron paso a la publicidad, y Junko apagó la televisión. Alzó la vista hacia el techo y cerró los ojos. Tras sus párpados cerrados, rememoró la escena. El modo lento y elegante en el que Hikari fue propulsada por los aires y aterrizaba envuelta en llamas, frente a la casa de Hitoshi Kano.
Si lograba atrapar a los criminales antes de que éstos pudieran actuar, el trabajo sería mucho más fácil. Y de esta forma, se reduciría drásticamente la proporción de victimas colaterales, como Hikari. Igual que en la lucha contra el cáncer, cuanto antes se detectaba y se trataba el tumor, más elevada era la probabilidad de curación.
«Te has vuelto una blandengue», se mofaba en su interior. «¿Qué hay de malo en haber eliminado a Hikari? Era como la madre de Asaba o Tsutsui, el traficante de armas. Parásitos. ¿Insinúas que no deseabas verlos arder a ninguno de ellos? No te engañes. Fuiste tras ellos y los asesinaste por voluntad propia.»
Junko abrió los ojos y murmuró hacia el techo:
– No, yo no quería matarlos.
«¡Embustera! Controlas la energía de forma excepcional, y eso incluye la capacidad de elegir tus objetivos. No tienes excusa.»
¿Era cierto? ¿Era correcto pensar eso? Si había cometido errores en la elección de sus objetivos, si era posible que fallara al utilizar la energía, tendría que preguntarse por qué le había sido concedido ese don.
Siempre había creído que tenía ese poder porque sabía cómo utilizarlo. Es más, haber recibido esas capacidades extraordinarias legitimaba el uso que decidiera hacer de ellas.
El teléfono sonó.
Ella agitó la cabeza para liberarse de sus confusos pensamientos. No era bueno ver las cosas bajo esa perspectiva. Hasta hacía bien poco, Junko jamás había experimentado tal conflicto en su interior: una pugna entre sí misma y su poder. Todo le había parecido mucho más simple y fácil hasta entonces.
Tampoco consideraba que tuviera tiempo qué perder en ese tipo de reflexiones. Su energía se había restaurado del todo, y la herida del hombro ya estaba cicatrizada. Ni la policía ni los medios de comunicación habían conseguido nada que pudiese llevarlos hasta ella, por lo que había llegado el momento de retomar su tarea. Tenía que averiguar quién había disparado a Natsuko Mita, y hacerle pagar por ello. El caso no estaba cerrado aún.
El teléfono seguía sonando. Cuando cogió el auricular, su voz reflejó su irritación.
– ¿Qué?
– Estás de mal humor, ¿eh? -Era la voz de un joven. Aquello la pilló por sorpresa. ¿Quién era ese hombre?-. Oh, vamos, ¿ya te has olvidado de mí? Esas no son maneras. Pero si te dije que eras preciosa.
Ahora lo recordaba. Era él. El chico joven, aquel al que había tomado por un obseso, aquel que la llamó justo antes del hombre que le dijo cómo encontrar a Hitoshi Kano.
– Ya me acuerdo.
– Bueno, gracias.
– ¿Qué quieres?
– Vaya, una pregunta un tanto brusca, cielo. Te llamaba para felicitarte por haberte deshecho de Hitoshi Kano.
– Oye, ¿no se supone que no tienes que contactar conmigo? El hombre que me dio la dirección de Hitoshi Kano estaba muy enfadado.
– Oh, ese viejo -resopló su interlocutor-. No debería estar al mando. Siempre está de un humor de perros.
– Ha dicho que quiere conocerme.
– ¿En serio? Se supone que debe preparar el terreno, por eso no quería que me adelantase y te llamara primero. Pero no entiendo a qué viene tanta preocupación. Es obvio que ya eres una de los nuestros. Por cierto, ¿has visto las noticias?
Junko guardó silencio.
La muerte de Kano era otra de las historias que cubrían los programas que acababa de ver. Habían utilizado palabras como «incendio sospechoso» o «muertes en extrañas circunstancias». También comentaron que el método homicida se asemejaba a los asesinatos que imputaban a Asaba, pero aún no habían encontrado una relación directa entre ambos. El caso estaba siendo sometido a una «investigación agresiva».
Tuvo la impresión de que el joven leía sus pensamientos cuando prosiguió.
– No tienes de qué preocuparte. Como de costumbre, has exagerado un poco, pero la organización se asegurará de borrar las huellas.
– ¿Organización?
– Ya te lo dije. Los Guardianes.
Por primera vez, Junko sentía algo de interés. Se trataba de la organización que había localizado a Hitoshi Kano. Y, por lo visto, también era capaz de desviar el interés de la policía o de los medios de comunicación en un caso determinado.
– ¿Sabes? Creo que me gustaría conocerte -aseveró Junko que distinguió un silbido al otro lado del teléfono.
– Me alegra oírlo.
– Pero el hombre que llamó la última vez dijo que una vez me encargara de Hitoshi Kano, me daría más información. Era acerca de, esto, una persona que conozco pero que no he visto en años. Iba a decirme dónde encontrarla.
– No tienes por qué andarte con rodeos conmigo. Kazuki Tada, ¿cierto? -rió el joven-. Sí, por supuesto que te diremos dónde está. Ahora mismo si lo prefieres.
– ¿En serio?
– Claro. No querrás tener que hablar con ese viejo otra vez, ¿no? Espera un momento.
Puso la llamada en espera y sonó una preciosa melodía que parecía totalmente fuera de lugar. Se trataba de Für Elise. Tras ese breve entreacto musical, prosiguió con la conversación.
– ¿Oye? ¿Tienes papel y lápiz a mano?
– Sí.
Le dictó una dirección en Shibuya. Entonces, le pidió que la leyera para comprobar que la había anotado bien.
– Está viviendo con una mujer -añadió, como dejándolo en el aire.
De modo inesperado, Junko sintió que el estómago le daba vueltas. Sabía que su interlocutor no podía verle la cara, pero aun así, se sintió enormemente expuesta. El joven pareció percatarse de su reacción.
– Personalmente, tú eres mucho más bonita. Pero parece que le van las mujeres algo más rechonchas.
– ¡Eso es una grosería!
– ¡Vaya, hombre! ¡Pero si acabo de decir que tú eres mucho más bonita! -De repente, el autor de la misteriosa llamada decidió dejar las bromas para más tarde, y su voz adoptó un tono más serio-. Eh, no te atormentes. Para nosotros es el pan de cada día.
Junko distinguió una nota de consuelo y comprensión en sus palabras.
– ¿ Cómo dices?
– Solo las personas con capacidades especiales pueden entender a los de su especie. Tada no podría entenderte. Incluso si pasarais toda la vida juntos, jamás llegaría a comprenderte. Por eso mismo, es mejor que te olvides de él.
Junko guardó silencio e intentó buscar sentido a lo que acababa de escuchar.
– ¿Oye? ¿Estás ahí? -Se le oía algo alarmado-. No estarás llorando, ¿verdad?
– ¿Quién eres tú realmente? -susurró finalmente Junko.
– ¿Yo? Soy yo.
– No te hagas el listo conmigo. Eres miembro de los Guardianes, ¿no? ¿Qué haces para ellos? Has dicho que tú también tienes algo, algún tipo de poder especial.
Hubo un breve silencio, como si el joven quisiera escoger con cautela sus palabras.
– Tú provocas incendios -dijo-. Yo hago que la gente se mueva.
– ¿Que se mueva?
– Sí. Digamos que los manejo como si fueran títeres. Pero yo prefiero llamarlo «un pequeño empujón».
– No lo entiendo.
– Bueno, lo entenderás cuando me conozcas. -Entonces, retomó su tono desenfadado-. Creo que la organización quiere que te encuentres con Kazuki Tada porque desea que veas con tus propios ojos que lleva una vida tranquila y feliz. Así podrás recuperar algo de confianza. Quieren que veas a la gente que has ayudado y no solo a los que has castigado. Yo, personalmente, no creo que haga falta.
Así que Kazuki Tada llevaba una vida tranquila y feliz… con una mujer.
– Y yo tengo que hacer de escolta. De hecho, se supone que el viejo debería contártelo todo, y yo debería entrar en escena tras una presentación formal. Pero tengo muchas ganas de conocerte y por eso me he saltado el protocolo.
– ¿Y tienes que acompañarme cuando vaya a ver a Kazuki Tada?
– No. -Eso parecía haberle hecho gracia-. Lo importante es que nosotros nos conozcamos. Kazuki Tada no es más que un pretexto. Oh, tengo otra llamada. Te llamo más tarde.
Junko se quedó allí de pie durante un minuto, pensativa, cuando el teléfono sonó de nuevo. Se apresuró a cogerlo y, esta vez, fue la voz cortés del hombre de edad avanzada que le había proporcionado la dirección de Hitoshi Kano. Parecía algo enfadado.
– He oído que ese inconsciente se ha precipitado otra vez. Nos da mucha guerra. No le habrá molestado, ¿verdad?
Junko le quitó hierro al asunto y le dijo que estaba bien.
– Esto, quería preguntarle algo -añadió ella-. La última vez que hablamos, me dijo que éramos camaradas, que compartíamos los mismos objetivos… ¿Es eso cierto?
– Sí, es cierto.
– Entonces, ¿qué son exactamente los Guardianes?
– Bueno, son… En fin, creo que será mejor que nos veamos y se lo cuente todo cara a cara.
– El joven que acaba de llamarme, ¿es como yo? Tiene una capacidad algo… peculiar, ¿no? Entonces, ¿los Guardianes son un grupo de personas así?
El hombre guardó silencio un instante antes de responder.
– No, no es exactamente eso. La gente que posee un talento especial desempeña un papel muy importante, pero no abundan en este mundo ni tampoco en nuestra humilde estructura. La mayoría de nosotros somos gente normal y corriente. Lo que no nos impide ser muy buenos en nuestro trabajo.
– Todo esto me parece algo inverosímil, como una película de serie B.
– Puede que tenga razón -rió en respuesta.
– Entonces, quizá debería tomármelo a risa, colgar y olvidarme de todo.
– Escúcheme. Podría hacerlo. Pero entonces, tendría que vivir sabiendo que ha perdido la oportunidad de expresar su talento al máximo de su potencial. Quizá no lo sepa, pero la gente con poderes especiales tiene una esperanza de vida veinte años inferior a la media. Y no solo eso, sino que su poder se irá haciendo cada vez más débil. Probablemente solo le queden diez años antes de que las brasas se extingan por completo. Y el día en que esa llama se apague, le quedará la satisfacción de saber que hizo lo que pudo, que llevó a cabo la misión para la que había nacido. Nuestras intenciones son buenas. -La última frase fue pronunciada con suavidad pero con firmeza.
Junko se quedó callada. Su interlocutor también. Si aquello era una batalla dialéctica, ya había un claro vencedor.
– ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? -preguntó con calma Junko.
– Bueno, dígame una hora y un lugar. -Bajo aquel suave tono distinguía una sensación de triunfo-. ¿Querría conocer a ese niño obstinado? Está interesado en usted. La verdad es que todos lo estamos. No es que nos guste la idea de depositar nuestra confianza en él, pero creemos que deberían conocerse.
– ¿Lo dice porque también posee poderes? Me comentó que puede mover a las personas.
– ¿Ya se lo ha contado? ¿También? Este chico no sabe cuándo mantener la boca cerrada. Bueno, será mejor que se explique él mismo.
– ¿Y qué hay de Kazuki Tada?
– La decisión de verlo depende únicamente de usted.
«Lleva una vida feliz y tranquila.»
– De acuerdo -asintió Junko-. Haré lo que me dice. Y si por casualidad, intentan tenderme una trampa, soy perfectamente capaz de defenderme sola.
Él estalló en carcajadas, agradecido.
– Es un placer conocer a una jovencita tan perfectamente capaz.