En cuanto Chikako dejó a Makihara y regresó a la comisaría, Shimizu le comunicó que se habían producido dos nuevos incendios homicidas en Yokohama. Se suponía que el detective debía quedarse al margen de los tres casos abiertos en Tayama, pero la consigna no había hecho mella en su interés.
– Siguen el mismo patrón, ¿verdad? Me gustaría leer el informe del forense, pero lo más probable es que no me lo permitan, ya que el caso queda bajo la jurisdicción de la policía de Kanagawa.
Chikako, exánime, no lograba concentrarse en lo que su compañero le decía, y acabó respondiendo con esporádicos «Hum…» y «¿Ah, sí?», que pronunciaba a intervalos apropiados. No es que hubiera perdido todo interés por la investigación en curso, pero le costaba mucho centrar la atención después de escuchar la confesión de la señora Kurata.
Tras salir del hospital y de camino a la estación, Makihara le había dicho que debían pasar a otra cosa. De momento, sería mejor dejar a la madre y a la hija tranquilas.
– Aún no sabemos suficiente sobre esa organización de «guardianes». Voy a consultar fuentes propias.
Chikako contuvo un suspiro y asintió. ¿A qué tipo de fuentes recurriría? ¿A publicaciones que trataban sobre fenómenos psíquicos y teorías conspirativas?
Ojeó las notas, documentos y mensajes que se apilaban sobre su escritorio, y vio que la detective de Menores, Michiko Kinuta, la había llamado dos veces, sin dejar mensaje alguno. Ambas llamadas habían sido realizadas después del ingreso de Kaori Kurata en el hospital.
Chikako estiró el cuello y echó un vistazo a su alrededor, pero no podía ver al capitán Ito por ningún lado. Nadie le había pedido aún su opinión sobre el caso de Kaori Kurata, y se preguntaba qué le habría dicho Michiko a su tío favorito.
La expresión cansada de Chikako no pasó desapercibida para Shimizu porque, por primera vez desde que se conocían, le trajo un café.
– ¡Eh, no te sorprendas tanto! Me estaba preparando uno y sobraba, ¡eso es todo! -fanfarroneó, en un intento por ocultar su vergüenza.
– Gracias. -Chikako aceptó la taza, y cuando Shimizu se dio media vuelta, lo detuvo-. Eh, espera un momento.
– ¿Qué pasa?
– Bueno, en realidad, acabo de oír una historia increíble y me estaba preguntando si alguien más joven, como tú, lograría entenderla mejor.
– ¿Qué tipo de historia? -Shimizu parecía intrigado.
– Pues trata sobre… esto, poderes psíquicos, supongo…
– ¿Cómo? -Shimizu puso los ojos como platos.
– Pues eso, de gente con facultades algo extrañas. ¿Crees realmente que pueda haber personas capaces de matar tan solo con sus capacidades mentales, con su concentración?
Shimizu se atragantó con tanta violencia que el café que escupió a punto estuvo de salpicar a Chikako.
– ¡Caramba, Ishizu! Pensaba que estabas lo suficientemente crecidita, bueno… ¡Que tenías algo de sentido común como para plantearte esos disparates!
– Entonces, ¿no crees en esas aptitudes de la psique humana?
– Por supuesto que no -descartó Shimizu, categórico-. No son más que mentiras, prestidigitación y trucos. De todos modos, los adultos, y en especial la policía, no deberían tomarse en serio esas tonterías.
– De acuerdo. Pero… Y si, por ejemplo, me enfado contigo porque te estás mofando de mí como lo estás haciendo ahora y fijo la mirada, me concentro, y tu pelo se prende fuego, ¿qué me dices entonces?
Shimizu parecía andar escaso de paciencia.
– Esto no es una novela de Stephen King. Será mejor que lo olvides.
Se dio media vuelta y se marchó con paso airado. Chikako sintió que se le hundían los hombros. «De todos modos, esa ha de ser la reacción típica, ¿no?», se dijo a sí misma.
El teléfono de su escritorio sonó. Al pensar que podía tratarse de Michiko Kinuta, descolgó de inmediato.
Era el sargento Kinugasa. No hacía ni una semana que le había sugerido encontrarse con Makihara en el distrito de Arakawa, pero Chikako tuvo la impresión de que habían pasado años.
Chikako se alegró al oír que había resuelto el caso de homicidio y robo a mano armada que lo había mantenido ocupado hasta el día anterior. Lo felicitó por el éxito.
Él le dio las gracias y, acto seguido, preguntó:
– Por cierto, ¿ha podido contactar con el detective Makihara?
– Sí, ya lo he conocido.
– ¿Qué le parece? ¿Le ha sido de ayuda?
– Bueno, en realidad, ha habido mucho revuelo alrededor de la investigación de la que le hablé. Me han retirado del caso de Tayama, con lo cual ya no preciso de su ayuda -explicó, cargada de disculpas.
Le contó todo lo que había sucedido en la comisaría, y el sargento Kinugasa pareció sorprendido a la vez que consternado por el giro que la cadena de mando había dado al asunto.
– Vaya, qué faena -gruñó.
– Bueno, ya que hay tres departamentos involucrados, quizá prefieran detectives más experimentados en el terreno.
– Ya, lo comprendo. Sin embargo, creo que mantener el contacto con el detective Makihara le será de gran ayuda a largo plazo.
Chikako estaba confusa. Era obvio que todos los que trabajaban con Makihara lo consideraban más un enigma que un elemento valioso y, francamente, Chikako compartía la opinión generalizada. Entonces, ¿qué inspiraba al sargento Kinugasa tanta confianza?
– El detective Makihara es todo un personaje, ¿no le parece? -se atrevió Chikako, con ambages-. Sostiene unas teorías bastante originales…
El sargento Kinugasa se echó a reír.
– ¿Le ha contado su teoría sobre el desencadenante de los incendios?
– Usted ya lo sabía, claro.
– Sí. Probablemente sea un reflejo de su trauma infantil. ¿Le ha contado que su hermano murió carbonizado?
– En realidad, sí.
– Jamás logró sobreponerse a ello. Aun así, es un tipo muy agudo. Espero que este caso le abra los ojos y logre encontrar la solución a esa obsesión suya.
– Yo también lo espero.
Antes de colgar, Kinugasa dijo que al día siguiente se pasaría por la central, y que allí la vería. En cuanto Chikako soltó el auricular, el teléfono sonó de nuevo. Esta vez, era Michiko Kinuta.
– Lo siento. He visto que ha llamado dos veces. ¿Ha ido al hospital a ver a Kaori?
Michiko estaba muy nerviosa, y su voz era algo más estridente que de costumbre.
– Cuando informé de lo sucedido en comisaría, me convocaron en el acto.
– Oh, ¿qué ha pasado?
– Detective Ishizu, me han sacado del caso.
– ¿Qué?
– Me han ordenado dejar el caso de Kaori. Ya me han asignado uno que no tiene absolutamente nada que ver. Mi jefe dijo que he ido demasiado lejos con Kaori y he perdido la capacidad de tratar la situación con objetividad.
– Detective Kinuta, intente calmarse.
– He sido sustituida por un detective que siempre ha considerado a Kaori culpable de los incendios. ¡Ni siquiera la ha visto nunca! Dice que solo es cuestión de tiempo hasta que envíen a Kaori a un reformatorio. -Como era natural, Michiko estaba al borde de las lágrimas.
A Chikako empezó a dolerle la cabeza.