– Espero que ayer disfrutara de su día libre. -A juzgar por su modo de conducir, Makihara estaba de mal humor. El no solía mostrar sus emociones, y Chikako pensó que quizá le viniera bien hacerlo.
Estaban en su coche, de camino al Tower Hotel en Akasaka, donde se hospedaban la señora Kurata y su hija. El día anterior, aproximadamente a la misma hora que Chikako hablaba con Michiko Kinuta, Makihara se puso en contacto con Fusako Eguchi, el ama de llaves de los Kurata. Estaba ansiosa por encontrarse con Chikako y Makihara, y él concertó una cita al día siguiente, en la cafetería de la primera planta del hotel.
– Pero ¿no fue despedida por los Kurata? -preguntó Chikako.
– Fue despedida por el señor Kurata -matizó Makihara. Amaneció con frío y las nubes desfilaban con rapidez por el cielo-. Sin embargo, la señora Kurata volvió a contratarla, y será ella quien pague su salario a partir de ahora. El señor Kurata sabe dónde están su mujer y su hija, aunque la señora Kurata se niega a verlo. Ha explicado la situación al personal del hotel, y los empleados han accedido a cooperar y a mantenerlo alejado de ellas hasta que el divorcio sea efectivo. Lo que significa que por mucho poder que tenga, el señor Kurata no podrá irrumpir en la habitación sin montar una vergonzosa escena. De modo que la señora Kurata, Kaori y Fusako Eguchi estarán tranquilas de momento.
– ¿Kaori está perdiéndose las clases?
– Por ahora, sí. Por cierto, ¿usted qué hizo ayer?
Chikako lo puso al corriente de todo. Le habló de la visita de Michiko Kurata y de las conclusiones que había sacado tras la conversación.
– Entonces, ¿cree que el capitán Ito esconde algo? -preguntó Makihara.
– No sé qué pensar ahora mismo -reconoció Chikako, negando con la cabeza-. Pero creo que me ha utilizado para involucrarle a usted en los casos.
– ¿Y si resulta que es cierto?
– ¿Por qué le querría en el caso? ¿Podría utilizarle para investigar a los Guardianes?
– Tal vez -asintió Makihara-. O quizá sea él mismo un Guardián y ande en busca de nuevos talentos.
Chikako le lanzó una mirada de menosprecio, pero en el fondo sabía que era una idea que no podían descartar.
– Sería perfectamente lógico disponer de agentes de la policía en la organización de los Guardianes -prosiguió Makihara-. Sobre todo, teniendo en cuenta que las leyes actuales juegan a favor de los criminales.
– Eso suponiendo que los Guardianes existan realmente -le recordó Chikako-. No sigue siendo más que una teoría.
– Sí, señora -sonrió Makihara al meter la marcha-. Hay algo a lo que no dejo de dar vueltas. Quizá los Guardianes están intentando reclutar a Junko Aoki.
– ¿Por qué?
– Opera bajo la misma premisa que ellos. Siente que perseguir a los criminales que han conseguido colarse por el tamiz de la ley es su deber. El punto de inflexión radica en que los Guardianes no dejarán que se conozca su existencia. Ejecutan a los sentenciados a muerte con mucha más sutileza, hacen que parezcan accidentes o suicidios. De otro modo, no podrían haber operado en la sombra durante tanto tiempo. Junko Aoki, por otro lado, no reprime su furia ni intenta ocultar lo que ha hecho. Se deshace de sus víctimas a la menor oportunidad. Los Guardianes deben de andar tras ella ya. Y si saben que tiene poderes, no me sorprendería que intentaran reclutarla como soldado.
– Sus poderes…
– Detective Ishizu -interrumpió Makihara-. Depende de usted creer o no en la piroquinesis en función de lo que ha visto hasta ahora. Pero sepa que ellos no tienen la menor duda al respecto. Por esa misma razón quieren a Kaori. Y es lógico que también estuvieran más interesados si cabe en Junko Aoki, que además de poseer esos poderes, está dispuesta a luchar.
Chikako asintió muy a regañadientes. Makihara tenía argumentos de peso.
– Pero nosotros sospechamos que cometió tanto los homicidios de Arakawa como la reciente oleada de asesinatos, solo por la poca discreción que rodeó esa serie de ajusticiamientos -razonó la detective.
– Exacto. Y probablemente sea ése el motivo por el que los Guardianes tengan prisa en contactarla. Por supuesto, también sabemos que ya lo han hecho.
– ¿Y cómo? -preguntó Chikako.
– Porque fueron a ver a Kazuki Tada -contestó Makihara a modo de conclusión. Al reparar en la expresión de desconcierto de Chikako, se explicó-: ¿Quién le dijo dónde encontrarlo? Junko Aoki posee unos poderes piroquinéticos extremadamente desarrollados, pero no es detective. Jamás podría haber dado con él sin ayuda. Y no solo eso, también sabemos que fue a verlo en coche. Tada entró en estado de conmoción cuando la vio, pero cuando indagué en ese punto, acabó recordando que no iba al volante. Estaba seguro de que se encontraba en el asiento del pasajero. Eso significa que alguien la llevó.
– ¿Ha vuelto a hablar usted con Tada?
– Sí, lo he visto varias veces. Se ha mostrado muy cooperativo. De hecho, creo que se siente aliviado de compartir todo lo que sabe. -Con una mano aún en el volante, Makihara sacó el bloc de notas del bolsillo de la camisa-. Hay un papel plegado por aquí dentro. Sáquelo y eche un vistazo.
Chikako siguió las instrucciones del detective. Era el retrato de una joven.
– Esa es Junko Aoki -dijo Makihara-. Por desgracia, Tada no tiene fotos de ella. La describió de memoria a un dibujante de la policía que esbozó ese retrato robot. Esta es una copia del original, y también he hecho otra para usted.
Chikako observó el dibujo de una joven con aspecto tranquilo. Reparó en que las comisuras de sus labios estaban algo caídas, en una mueca triste. Su corte de pelo era sencillo y le caía sobre los hombros.
– Tada dijo que cuando la vio, llevaba el pelo recogido y un sombrero.
– Qué chica tan bonita -suspiró Chikako.
– Quién podría imaginar que tras ese rostro se esconde una asesina sedienta de sangre que ha matado a más personas de las que ambos podemos contar con las manos, ¿eh? -apuntó Makihara.
– De modo que no ha contactado con Kazuki Tada. Y tampoco ha respondido al mensaje que los Sada colgaron en su página web.
– ¿Ha hablado con los Sada?
– Sí, y también he echado un vistazo a la web. -Makihara parecía sorprendido, y Chikako se echó a reír-. De acuerdo, de acuerdo. Ayer me quedé en casa porque quería comprar un ordenador. Uno de los hombres que trabajan con mi marido tiene un hijo que da clases de informática para neófitos. Le pedimos que nos ayudara, y se encargó de todo, desde la compra hasta la instalación.
El joven llegó poco después de que Michiko se marchara, y pasó el resto de la tarde enseñando a Chikako cómo acceder a Internet y enviar y recibir correos electrónicos.
– Quisiera mantener el contacto con los Sada y seguir rastreando sus actividades independientemente de hacia dónde nos lleve este caso. Así que fue la oportunidad de hacerlo.
– Estoy impresionado -admitió Makihara.
– Es todo un cumplido. ¿Tiene alguna noticia más de Kazuki Tada?
– Me ha proporcionado los nombres de ciertos lugares a lo que fue con Junko Aoki cuando buscaban a Masaki Kogure. En algunos, le mostró sus poderes. Una vez, llegó a carbonizar a un perro callejero.
Chikako miró la foto de nuevo. «¿Esta chica tan dulce es capaz de prender fuego a perros callejeros?»
– No puedo quedarme de brazos cruzados -prosiguió Makihara-. Quizá lo contacte, quizá no. Puede que regrese a los lugares en donde estuvieron juntos, pero puede que no. Tanto me da, pienso ir a todos esos sitios.
– Vale. Le acompañaré y le ayudaré con sus pesquisas.
– ¿Está segura? A nadie de mi departamento le interesaría lo más mínimo nada de lo que haga, pero usted es diferente.
– Mis vacaciones van para largo -declaró Chikako-. Lo único que tienen en comisaría son mujeres que prenden fuego a papeleras cuando sus hijos sacan malas notas o sus maridos las engañan. Nadie va a preguntarme en qué ando metida. -Lo miró de soslayo, aguardando su respuesta. Su expresión era sumamente grave.
– ¿Detective Ishizu?
– ¿Sí?
– Hablaba muy en serio.
– ¿Sobre qué?
– Los Guardianes infiltrados en la policía.
El Tower Hotel asomaba a lo lejos.
– ¿Tiene alguna prueba?
Makihara asintió.
– ¿ Recuerda cuando Tada comentó que Junko y él atentaron contra la vida de Masaki Kogure en Hibiya Park?
– Sí. Kazuki Tada puso en marcha el coche antes de que Junko pudiera rematar a su objetivo. Pero el poder se le fue de las manos y casi acaban ardiendo en el coche en el que iban montados.
– Se detuvieron en una gasolinera en Ginza para apagar el fuego. Creí recordar que los empleados habían sido interrogados, de modo que ayer pasé por allí y hablé con el encargado. Lo recordaba perfectamente y me dijo que algo en ellos le hizo albergar sospechas. Llamó a la policía una vez se fueron y vio las noticias sobre el incidente del Hibiya Park.
Ahora Chikako estaba confusa.
– Incluso llegó a proporcionar el número de matrícula de dicho coche. Dos detectives acudieron de inmediato e interrogaron al encargado y a todos los empleados sobre lo que habían presenciado. Una semana más tarde, el encargado recibió una llamada de uno de los detectives. Le agradecía su cooperación, pero dijeron que habían corroborado la información y que los sospechosos no tenían nada que ver con el incidente de Hibiya Park. Ahí acabó todo.
Makihara lanzó a Chikako una mirada cargada de significado.
– Así que, eché un vistazo a los informes policiales.
– ¿Y? -le instó a continuar.
– No hay constancia de la llamada de la gasolinera ni de la investigación llevada a cabo por los dos detectives. Nada. – Claramente enfadado por la situación, Makihara se desvió con brusquedad hacia el aparcamiento del hotel. Las ruedas del automóvil rozaron el bordillo de la acera-. Imagino el resto. Probablemente era la primera vez que los Guardianes oían hablar de Junko Aoki. Debían asegurarse de que la policía no fuera tras ella. Todo lo que rodea a la joven y sus poderes piroquinéticos es terreno reservado.
Chikako tenía que reconocer que las palabras de Makihara empezaban a cobrar sentido.
– Si supiese lo que le sucedió a mi hermano, no me importaría lo que la policía hiciera. -Makihara tenía la mandíbula apretada, en un gesto de determinación-. Usted persigue otro objetivo. -Chikako guardó silencio mientras Makihara buscaba plaza en el aparcamiento subterráneo. Una vez la encontró, aparcó y apagó el motor, fue ella quien intervino.
– Makihara, ¿cree que Tada tiene una buena relación con su prometida? Ella no sabe nada acerca de esto, ¿verdad? ¿No cree que estará preocupada?
– Él me dijo que todo va bien entre ellos -repuso el detective.
– En ese caso, bien -sonrió Chikako-. ¡Vamos!
Salió del coche y se encaminó hacia la entrada del hotel. Oyó que Makihara cerraba la puerta de un golpe. Desconocía si estaba enfadado o eufórico.
Los pilló por sorpresa que el ama de llaves de los Kurata, Fusako Eguchi, los recibiera con lágrimas en los ojos. Los tres se sentaron a una mesa contra la pared de la cafetería, donde se acomodaron, bajo la sombra de una enorme planta decorativa.
– ¿Cómo están Kaori y su madre? -preguntó Chikako. Fusako se enjugó los ojos con un pañuelo mientras intentaba encontrarse la voz.
– La señorita Kaori no come bien y está perdiendo peso. Eso sí, duerme a pierna suelta. En cuanto a la señora Kurata se siente mucho más tranquila que en casa.
– ¿Qué hay de los fuegos? ¿Ha habido más? -El rostro de Fusako se iluminó por primera vez ante la pregunta de Makihara.
– No ha habido ninguno desde que nos mudamos al hotel.
– Es una buena noticia. -De modo que Kaori se sentía más tranquila y estable.
– ¿Dónde están ahora?
– La señorita Kaori está nadando en la piscina del hotel, y su madre está con ella. -Fusako echó un vistazo a su alrededor, antes de posar la vista en Makihara-. La señora me ha dicho que confía en usted.
– ¿Eso ha dicho?
– Sí. Cuando le comuniqué que quería hablar con usted me instó a llamarlos y a contarlo todo. Yo deseaba que me acompañase, pero no queremos que Kaori se entere, y tampoco podemos dejarla sola.
Chikako acercó la silla a Fusako, como si intentara darle ánimos para hablar.
– Estamos deseando escuchar cualquier cosa que tenga que contarnos.
– De acuerdo, entonces. El otro día, el señor Kurata me convocó en su oficina. Tenía un asunto importante que discutir conmigo, según parecía. Cuando llegué, todos se habían marchado, incluida su secretaria. Me pidió que lo ayudara a sacar a Kaori del hotel. -Fusako enmudeció un instante y, a continuación, preguntó-: ¿Saben que están en trámites de divorcio?
– Sí, estamos al tanto. Sabemos que es lo que la señora Kurata desea.
– Exacto. Dice que no pedirá nada siempre y cuando pueda tener la custodia exclusiva de la señorita Kaori.
– Claro. Y el señor Kurata también quiere lo mismo.
– Bueno, es el padre, y entiendo cómo se siente. -Era obvio que a Fusako le costaba posicionarse-. No sé qué ha ocurrido entre ellos dos. Estoy segura de que hay muchas cosas que se me escapan. Sé que el señor parece querer tanto a la niña como su madre. Jamás le ha levantado la mano, ni siquiera le ha soltado una reprimenda. Fui yo quien sugirió informar a la policía sobre los incendios. El señor Kurata se opuso. Alegó que la señorita Kaori era una niña muy sensible, y que sería mejor para ella mudarse o cambiar de colegio antes de verse rodeada por extraños que la acribillaran con preguntas.
Chikako comprobó la reacción de Makihara. Tenía las palmas de las manos juntas, y descansaba la nariz contra ellas como si no quisiera perder ni una sola palabra del testimonio de Fusako.
– Lo que me preocupa es que el señor asegura que la señora está enferma.
– ¿Enferma?
– Sí, un trastorno mental, según me explicó. Comentó que siempre ha sospechado que los incendios eran obra de la señora.
– ¿Y por qué haría algo así?
– Dice que quiere arrojar sospechas sobre la señorita Kaori para que se sienta asustada y así poder aislarla de la sociedad. -Fusako los miró antes de continuar-: Y añade que prueba de ello es que ambas vivan en un hotel, y la señorita Kaori no esté asistiendo a la escuela.
– Así que, ¿le ha pedido que lo ayude a apartar a Kaori del enfermizo amor de su esposa?
– Eso es -aseveró Fusako. Por lo visto, se estaba quitando un peso de encima.
– Pero, naturalmente, no ha hecho lo que le ha pedido.
– Le rogué que me dejara pensarlo. Le dije que para mí era muy difícil hacer algo semejante.
– ¿Y fue por eso por lo que el señor Kurata la contrató de nuevo?
Fusako se puso pálida.
– Yo nunca…
– Sí, sé que su conciencia no le permitiría actuar movida por un soborno. Y esa es la razón por la que se lo confesó todo a la señora Kurata y decidió hablar con nosotros. ¿Estoy en lo cierto?
– Sí.
– ¿Y qué le ha prometido el señor Kurata?
– Dinero. -Su voz cayó hasta no ser más que un susurro-. Treinta millones de yenes.
Chikako se quedó sin respiración.
– Es un buen pellizco.
– Sí, pero eso no es todo. Mi madre está internada en un asilo. – Fusako agachó la cabeza-. Lleva allí quince años, y necesita atención las veinticuatro horas del día.
– Señora Eguchi, ¿tiene usted más parientes?
– No, soy soltera. Nunca he considerado la idea del matrimonio. No tengo hermanas ni hermanos, y soy la única que puede ocuparse de mi madre. He dedicado toda mi vida a ello. -La expresión de Fusako disimulaba el profundo cansancio y la soledad de su existencia-. El señor Kurata ha prometido encontrar un lugar mejor para mi madre. Dice que cuidará de ella el resto de su vida. Según sus palabras, los treinta millones de yenes son para mí, para hacer lo que yo quiera.
Tanto dinero aseguraría el futuro de Fusako.
– ¿Ha estado tentada a aceptar su oferta?
Fusako negó con la cabeza, triste, a la pregunta directa del detective.
– Por supuesto que sí. Pero jamás podría traicionar a la señora. Ella siempre ha sido buena conmigo, y nunca he sufrido ningún desaire bajo su techo. Yo no creo que esté enferma. Es muy buena y, desde que trabajo con ella, me siento mucho menos sola. Perder a su hija la mataría, y jamás podría permitir que algo así sucediese. He rechazado la oferta del señor Kurata.
Al mirar a Fusako, Chikako se dio cuenta de que hasta la gente más humilde puede llevar a cabo impresionantes actos de generosidad en los momentos más críticos de su vida.
– ¿Cuándo sucedió eso?
– Ayer. Lo llamé para comunicarle mi decisión. -Entonces, describió la reacción del señor Kurata-. Dijo que lo lamentaba mucho porque contaba conmigo para manejar el asunto con la mayor discreción y tranquilidad posible, pero que ahora debería tomar medidas más drásticas. Su voz fue tan fría que me asusté. Fue entonces cuando decidí contárselo todo a la señora. ¿Se referirá quizá a poner en marcha recursos legales para apartar a la señorita Kaori de su madre? ¿O acaso se guarda un as bajo la manga? ¿Qué puedo hacer yo para protegerlas?
Makihara se quedó inmóvil, y cerró los ojos un instante, reflexionando. Estaba tan quieto que Chikako pudo percibir los jadeos de Fusako.
– Cuando se negocia un divorcio, ambas partes contratan a su representante legal. -Makihara abrió finalmente los ojos-. ¿Confía la señora Kurata en su abogado?
– Sí, eso creo. Lo conoce desde antes de su matrimonio. Es el asesor legal del hospital de la familia.
– En ese caso, él podrá reconocer cualquier trampa legal que pueda tender el señor Kurata, y sabremos qué hacer al respecto. Mientras Kaori prefiera quedarse junto a su madre, el señor Kurata no podrá ampararse en la ley. -Tras una breve pausa, continuó-: El problema radica en posibles acciones más… directas. Como el secuestro, por ejemplo.
– ¿Cree que intentaría hacer algo semejante? -preguntó Chikako-. El señor Kurata es un hombre muy conocido y respetado.
– Puede contratar a alguien para hacerlo.
– Entonces, ¿eso significa que es peligroso para ellas que el señor sepa dónde se alojan? ¿Sería mejor que se mudasen a otro sitio? – preguntó Fusako.
– ¿No pueden acudir a casa de la familia de la señora Kurata? Ese sería el lugar más seguro.
– Si fuera posible… -dijo Fusako con un aire de melancolía.
Chikako terminó su frase.
– Si fuera posible, ya estarían allí. ¿Hay alguna razón que les impida hacerlo?
– Su hermano quiere presentarse a alcalde…
Eso lo explicaba todo. Si se refugiaba en casa de su hermano, y su marido iba tras ella y montaba una escena, todo ello derivaría en un escándalo que podría arruinar las posibilidades de su hermano en la carrera electoral. Esconderse allí, jugaría a favor del señor Kurata.
– Entonces, es mejor que permanezcan en Tokio -concluyó Makihara-. Será más seguro para ellas encontrarse en algún lugar donde siempre haya gente alrededor. Un lugar aislado podría ser más peligroso, sobre todo un lugar desconocido para ellas.
– ¿Deberían cambiar de hotel?
– ¿Cómo las trata la dirección de este? Comprenden la situación y están haciendo lo que pueden para preservar su seguridad, ¿no es así?
– Sí, están cooperando mucho. -Fusako se volvió hacia Chikako-. El hotel lo lleva una mujer.
– Y las mujeres tienden a cuidar las unas de las otras -añadió Chikako.
– Entonces, razón de más para que permanezcan aquí -concluyó Makihara-. No tenemos garantía de que otros hoteles vayan a responder igual. No permita que ningún desconocido se acerque a ellas. Sus salidas del hotel han de reducirse a un mínimo. A Kurata le costará hacer cualquier movimiento. Nosotros, desde luego, haremos todo lo que esté en nuestras manos. Si alguien intenta abrirse paso hacia ellas, contacte con nosotros y estaremos aquí tan rápido como sea posible.
Chikako asintió.
– De acuerdo, entonces -anunció Fusako-. Estaré alerta.
– Muy bien -repuso Makihara-. Usted es su única y mayor defensa. Por cierto, señora Eguchi, ¿le gusta tomar fotos? -Tanto Fusako como Chikako le lanzaron una mirada cargada de interrogación-. ¿Sabe cómo utilizar una cámara?
– No he viajado nunca. No he tenido ocasión de tomar muchas fotos, la verdad.
– Eso no importa. Yo le enseñaré. Volveré en una hora y llamaré a su habitación desde recepción.
– ¿Qué va a pedirle que haga? -inquirió Chikako.
– Voy a darle una cámara muy pequeña para que pueda tomar fotos de la gente que entra y sale del hotel, cualquiera que parezca sospechoso o intente acercarse a Kaori o a su madre en el vestíbulo, en la piscina. Incluso aquellos que se sienten junto a ellas en el restaurante. También deberá fotografiar a las limpiadoras y a cualquier miembro del personal que entre en la habitación. Sabremos de inmediato si no encajan en la situación. La cámara es tan pequeña que podrá llevarla encima, camuflada de collar. Si es discreta, nadie sabrá que se trata de una cámara.
– ¿Cree que podré hacerlo? -Fusako parecía insegura y abría y cerraba las manos como si quisiera armarse de valor. Entonces, declaró-: ¡Tengo que hacerlo! ¡Seré una espía! -Y con ese tono de confianza, se marchó.
Chikako se volvió hacia Makihara.
– ¿Cree que los Guardianes intentarán acercarse a ellas?
– Estoy casi completamente convencido. Por desgracia, solo dispondremos de un minuto para reconocerlos, pero las fotografías pueden ser de utilidad para la investigación.
– De cualquier modo, no nos quedan muchas cartas que jugar – accedió Chikako-. Mientras compra la cámara, iré a visitar algunos de los lugares a los que Junko Aoki acudió con Kazuki Tada. Déjeme ver su lista.