– Menudo sitio, ¿eh? Cuesta salir a la calle cuando se vive en un edificio como este. Los residentes suelen quedarse en casa. Y eso no es bueno para los niños. -Chikako Ishizu hablaba con Makihara, que observaba en silencio el paso de los números en el interior del ascensor.
Cuando Chikako lo llamó para comunicarle que había conseguido concertar una nueva cita para ver a Kaori Kurata, no le había parecido muy dispuesto a ir, pese a que fuera idea suya.
– Ha introducido un código en el teclado del vestíbulo. ¿Este ascensor conduce directamente a casa de los Kurata? -preguntó finalmente Makihara cuando pasaron la decimotercera planta.
– Eso es.
– Lo que significa que aquí no puede entrar cualquiera.
– Son muy rigurosos con la seguridad -dijo Chikako-. Por eso creo que los incendios son obra de alguien interno. -No pudo desaprovechar la oportunidad de provocarle-. Sin embargo, sigo sin creer que los incendios sean el resultado de algún poder psíquico de la pequeña Kaori.
Makihara guardó silencio, pero enarcó una ceja cuando el ascensor llegó a la trigésima novena planta.
Michiko Kinuta los esperaba en el pasillo. Se las ingenió para esbozar una tensa sonrisa en su circunspecta cara. Era obvio que, además de no ver con buenos ojos esa visita, albergaba sus dudas respecto a las intenciones de los detectives. Su semblante la delataba tan descaradamente que Chikako no pudo evitar sonreír al reparar en ella.
Cuando Chikako solicitó una nueva cita con los Kurata, esta vez para hablar no solo con Kaori, sino también con sus padres, no había imaginado que mostraran tan buena disposición. De hecho, había planeado aprovecharse de sus evasivas para estudiar su comportamiento, así que su respuesta la pilló algo desprevenida.
Si un niño o un adolescente quedaban involucrados en un crimen, la investigación también requería de cierta dosis de mediación psicológica, una asignatura que solían suspender los inspectores de policía. Uno de los errores que cometían era forzar las cosas. Querían actuar con rapidez, y en ese tipo de casos, era esencial armarse de paciencia. Chikako temía haberse precipitado a la hora de concertar una segunda visita.
La detective previno a Michiko de que Makihara la acompañaría, y alegó que su compañero ya había trabajado en casos similares.
Había llegado el momento de las presentaciones entre los dos detectives. Ambos actuaron con un mínimo de cortesía, aunque Chikako tuvo la sensación de estar presenciando una competición para ver quién mostraba el menor interés por el otro. Michiko se apartó de inmediato del detective para dirigirse a ella.
– El señor Kurata es un hombre muy ocupado y le ha sido imposible acudir a casa en horario de oficina -explicó con mucha educación pero con tono frío-. La señora Kurata está con Kaori. La niña le ha contado lo que sucedió la última vez, y eso la ha preocupado enormemente.
Chikako ignoró la velada acusación que le lanzaba Michiko. En lugar de seguirle el juego, fue directa al grano.
– El otro día, cuando estuve aquí, estalló el decimonoveno incendio. ¿Ha ocurrido algo desde entonces? ¿El número veinte, quizá?
– Aún no.
– Es bueno saberlo. ¿Entramos?
La señora Kurata y su hija estaban sentadas en el elegante sofá del salón. Kaori se inclinaba sobre su madre y las dos se sujetaban con fuerza las manos. Por esa razón la señora Kurata no se levantó cuando los detectives aparecieron y Michiko los presentó.
– Por favor, pasen y tomen asiento. -Sus palabras fueron lo suficientemente agradables pero reflejaban un considerable cansancio.
– Traeré algo de beber. ¿Tomarán café? -Fusako Eguchi asomó la cabeza brevemente por la puerta que conducía hasta la cocina. No tardó en reaparecer empujando un carrito en el que se disponían unas cuantas tazas y café recién hecho. Hizo la más imperceptible de las reverencias ante el saludo de Chikako y se marchó de la habitación en cuanto todos estuvieron servidos. Los presentes se aferraron a sus respectivas tazas, como un preludio formal antes de iniciar una reunión que se anunciaba particularmente difícil.
Kaori era una niña tan bonita que Chikako supuso que la madre debía de ser muy atractiva, pero se había quedado corta. Su belleza era tal que la detective se quedó pasmada. Ella jamás se había considerado una mujer particularmente atractiva, pero incluso Michiko Kinuta, que sí era una mujer hermosa, palidecía ante la madre de la pequeña Kaori.
Su aspecto era modesto; su maquillaje, discreto. No poseía los rasgos angulosos de las modelos; las facciones de su rostro eran suaves y sus ojos de un clásico japonés. Quizás su expresión facial resultara demasiado relajada, y algunos dirían que apagada. No obstante, la señora Kurata era el tipo de mujer por la que la mayoría de personas, tanto hombres como mujeres, siente una instintiva protección. De repente, Chikako comprendió la simpatía por la familia Kurata que subyacía en las palabras del informe redactado por Michiko Kinuta y en la atención llena de diligencia manifestada por Fusako Eguchi.
Sentadas la una junto a la otra, la señora Kurata y Kaori no parecían madre e hija, sino hermanas de una familia numerosa. Las dos compartían la misma piel traslúcida y también cierta tensión que deslucía sus rasgos y producía un efecto casi doloroso.
Michiko habló como si fuera su deber romper el incómodo silencio.
– Detective Ishizu, la familia Kurata está considerando mudarse de apartamento.
Chikako disimuló con sumo cuidado su sorpresa y lanzó una mirada de soslayo a Makihara. No hacía ni treinta minutos que habían mencionado esa posibilidad.
«Probablemente nos digan que van a mudarse.» Makihara pronunció aquellas palabras casi con frialdad. «Dirán que quieren marcharse para alejarse del pirómano y que no van a revelar su nueva dirección. Pero, en realidad, es su secreto lo que quieren mantener oculto.»
– ¿Planean marcharse lejos? -preguntó Chikako a la señora Kurata que, a su vez, miró a Michiko del modo que los sospechosos de las películas se remiten a sus abogados en mitad de un interrogatorio. Más específicamente, miró la boca de Michiko. Quizá fuera alguna especie de código secreto.
– No lo sé… -respondió con evasivas. Dicho esto, se aferró a su taza de café como si ésta pudiera proporcionarle algo de apoyo-. Es solo que, con todas esas cosas horribles que están pasando, ya no nos sentimos seguros viviendo aquí. También pensamos que una casa con jardín sería un entorno más saludable para Kaori.
Chikako lanzó una sonrisa a la pequeña.
– Supongo que eso significa cambiar de colegio. ¿Vas a echar de menos a tus amigos?
La niña apartó la mirada, sin responder. Apretó con fuerza la mano de su madre.
– Disculpe -dijo Makihara antes de ponerse de pie.
Cruzó la habitación y se encaminó directamente hacia el lugar donde el jarrón de flores artificiales ardió en la primera visita de Chikako. En lugar de flores, una lámpara con pantalla de un elegante cristal ahumado decoraba la mesa.
– Fue aquí donde ocurrió el incidente. ¿Estoy en lo cierto? -Makihara permaneció de cara a la pared mientras formulaba su pregunta-. ¿Ha aplicado una nueva capa de pintura a esta pared, señora Kurata?
Michiko abrió la boca para responder pero la señora Kurata no le dio tiempo a tomar iniciativa alguna. Parpadeó antes de responder en un hilo de voz:
– Sí.
– Ha de resultar bastante engorroso hacerlo cada vez que se produce un incendio. Y también bastante caro.
– Es preferible a que cualquiera salga herido.
– Es cierto. Sin embargo, cuando el incendio se produjo en el colegio, ¿no fue un alumno ingresado en el hospital? Eso es lo que dice el informe.
La señora Kurata enmudeció, como si entendiera adonde pretendía llegar Makihara. El detective aún estaba de cara a la pared, como examinándola.
– ¿Y se hizo usted cargo de los gastos de su hospitalización?
Michiko miró a la señora Kurata, atónita. Ésta se quedó paralizada durante un instante. Kaori seguía con la cabeza gacha.
Chikako no daba crédito. Se preguntaba de dónde habría sacado Makihara toda aquella información.
– Esos gastos corrieron a su cargo, ¿no es cierto? -Makihara se volvió finalmente para mirar a la señora Kurata.
– En efecto -contestó ella con un tono aún más débil.
– ¿Por qué?
– ¿Qué quiere decir?
– No había ninguna necesidad, ¿verdad? Kaori también fue víctima del incendio aunque saliera ilesa, ¿no?
– Lo hicimos porque alguien provocó el fuego para herir a Kaori. El otro niño no era más que un inocente espectador, además de amigo de mi hija.
– Entiendo.
– Y su familia no tiene muchos recursos.
– ¿Pese a mandar a su hijo a una escuela privada?
– Lo cierto es que las cosas están yéndoles mal.
– Entiendo -repitió Makihara, esta vez más para sí mismo que otra cosa. En su tono no se apreciaba sarcasmo, pero Chikako reparó en que la señora Kurata alzaba la barbilla, como si se preparara para defender su posición hasta el final. Entonces, cuando desvió la mirada de la señora Kurata hacia su hija, Chikako se quedó sin respiración.
Kaori estaba pálida como un fantasma. Había estado muy callada y apagada, pero unos segundos atrás, tenía buen color y los ojos despejados. Ahora un velo enfermizo cubría el rostro de la pequeña: una mirada nublada y perdida; las mejillas, desprovistas de rubor.
¿Qué le ocurría? ¿Por qué le entristecía tanto saber que su madre había pagado el tratamiento médico de su amigo?
– ¿Kaori? -preguntó Chikako de forma titubeante. Makihara se dio la vuelta y se acercó a grandes zancadas hacia el otro lado de la habitación. Se plantó junto a la silla de Michiko y se inclinó para mirar a la niña a la cara.
– ¿Es muy duro que gente extraña entre y salga de tu casa, verdad? -Su tono fue tan dulce que parecía otra persona distinta-. Si os mudáis, todo irá mejor. Tu madre y tu padre están haciendo todo lo posible para protegerte. Nosotros también hacemos lo que podemos para mantenerte a salvo. No te preocupes.
Kaori levantó lentamente la cabeza. Parecía temer que si se movía con demasiada rapidez, algo estallase en su interior. Al final, miró a Makihara a los ojos.
– Por cierto, ¿qué te ha pasado en el dedo? -sonrió el detective.
El pulgar derecho de Kaori quedaba cubierto por una venda. Era de color carne, por eso Chikako no había reparado en ella.
– Oh, se le fue la mano cortándose las uñas -respondió su madre por ella-. Tiene la manía de cortárselas de noche. Incluso sabiendo que da mala suerte.
– Ya veo que es usted supersticiosa -repuso Makihara, aún con una sonrisa-. En el pasado, cuando apenas había luz, era fácil cortarse demasiado las uñas si lo hacías después del atardecer. Por esa razón solían decir que si te cortabas las uñas de noche, no vivirías más que tus padres. Pero hoy en día, ya nadie cree en esas cosas.
– ¿Está seguro? No entiendo por qué no ha de tener sentido hoy en día.
– Otro refrán empapado de superstición reza así: «quien juega con fuego, acaba quemándose».
La señora Kurata se quedó de piedra. Kaori se libró del abrazo de su madre y se inclinó hacia Makihara, mirándolo muy atentamente. Tenía los ojos tan entrecerrados que parecían dos finas ranuras. Chikako sintió que el corazón le latía con fuerza. Aquello no pintaba nada bien.
Makihara no se acobardó ante su mirada. Tendió la mano de un modo natural y le tomó la mano derecha.
– Déjame ver lo que te has hecho.
En cuanto hubo contacto entre los dos, Kaori puso los ojos como platos, arqueó la espalda y abrió la boca para emitir un grito sin sonido alguno.
– ¿Kaori? -Makihara también se percató de que algo estaba pasando. Aún sujetándole la mano, se arrodilló. Michiko se levantó de un salto, dispuesta a apartar a Makihara de Kaori de un empujón. Pero entonces, Kaori dejó escapar un largo, largo gemido.
– Lo sabes -dijo.
– ¿Kaori? ¿Kaori, te encuentras bien? -Michiko tendió la mano hacia ella, pero la niña la apartó de un manotazo.
– Lo sabes. Puedo sentirlo -repitió Kaori con un halo de misterio, apretando la mano de Makihara-. ¿Quién es él? ¿Quién es ese niño? -Le temblaban los labios y tenía la mirada perdida.
– ¿Kaori? -La señora Kurata rodeó a su hija con el brazo, pero ésta no reaccionó. La niña deslizó la mano por el brazo de Makihara y se detuvo en el codo. Se acercó más a él. Lo apretó con tanta fuerza que Chikako reparó en la mueca de dolor del detective.
– ¿Dónde estás? -gritó con la voz desgarrada. Los ojos se le salían de las órbitas y su cara, pálida minutos atrás, adoptaba un color rojizo-. ¿Dónde está? ¿Puedo verlo? ¿Lo conoces? Es mi… mi… -Las preguntas de Kaori se sucedían cada vez con más rapidez-. ¡Dímelo, dímelo!
Un temblor inexplicable sacudió las tazas y la cafetera que quedaban sobre la mesa. De repente, estallaron. La señora Kurata se llevó la mano a la boca y fue hundiéndose poco a poco en el sofá.
Makihara pudo soltarse finalmente de la niña y la sujetó con fuerza. Tenía el cuerpo rígido y las extremidades le temblaban. Puso los ojos en blanco y sus labios quedaron exangües.
– Llamen a una ambulancia -rogó la señora Kurata. Michiko se arrastró hacia el teléfono. Chikako se apresuró a apartar todos los objetos que quedaban al alcance de los brazos y las piernas de la niña.
– Kaori, tranquilízate. Todo va a ir bien. Tranquila. -Makihara la sujetaba y repetía las mismas palabras una y otra vez, como si se tratase de un mantra-. No pasa nada. No hay nadie aquí que vaya a causarte ningún daño. Tranquila. Respira. Así se hace, respira otra vez.
La niña aún jadeaba un poco, pero hacía lo que podía por inspirar profundamente.
– Eso es. Respira otra vez. Bien. Así se hace. No va a ocurrirte nada. No va a ocurrirte nada malo.
Los ojos de Kaori recobraron su aspecto normal, pero las pupilas permanecían algo dilatadas por el miedo. Las lágrimas los colmaron hasta derramarse por sus mejillas. Su cabeza cayó sobre el hombro de Makihara y se echó a llorar. El detective seguía sujetándola. La mecía con dulzura y le acariciaba el pelo.
– Eso es. Ya ha pasado. Ya no tienes que temer nada.
Chikako alzó la vista y observó que Michiko y la señora Kurata seguían sentadas en el suelo. Se dio cuenta de que tenía la espalda empapada en sudor.
– Llevémosla al hospital para asegurarnos de que está bien -dijo Makihara a Chikako, asomando por encima de la cabeza de la niña. Entonces, se volvió hacia la madre de ésta y añadió-: No querrá que sufra otro ataque tan brutal. No le vendrá mal que le hagan una analítica completa mientras esté allí. ¿Le parece bien, señora?
La señora Kurata asintió, aún se la veía aturdida. El asa de su taza de porcelana yacía junto a su pie. Casi tenía el aspecto de una oreja humana.
– ¿A qué ha venido todo eso? -preguntó Chikako a la espalda de Makihara cuando pasaron por las puertas automáticas del hospital del barrio especial [11]. Makihara continuó su camino sin pronunciar una palabra.
Kaori Kurata había sido ingresada en un hospital privado, situado a diez minutos a pie de su casa. La clínica no atendía a personas que padecían enfermedades específicas o particularmente graves. Se trataba más bien de un centro que proporcionaba un tratamiento de lujo a pacientes adinerados. Todas las habitaciones eran individuales y disponían de un mobiliario que nada tenía que envidiar a la mayoría de hoteles. La señora Kurata había querido llevarla al hospital que dirigía, pero Chikako y Makihara insistieron en ingresarla en un sitio preparado para afrontar emergencias. La madre de Kaori acabó cediendo, pero eligió un hospital donde un conocido suyo ejercía de médico.
– ¿Qué quería decir Kaori con todo aquello que le gritó? ¿Qué pretendía?
Los dos se detuvieron para preguntar por el número de habitación de Kaori. Makihara miró a algún punto detrás de Chikako y respondió casualmente.
– Era psicometría.
– ¿Qué?
– Psicometría. ¿No ha oído nunca hablar de ello?
– Casi todo lo que dice es nuevo para mí.
Makihara sonrió y giró la cabeza para mirarla.
– Es un tipo de percepción extrasensorial. La habilidad de leer impresiones grabadas en la mente de una persona o las vibraciones que impregnan un objeto. En otras palabras, Kaori utilizó esa capacidad para leer mis recuerdos.
– ¿No dijo que el poder que tenía se llamaba piroquinesis? ¿Ahora me está diciendo que posee otro poder?
– Detective Ishizu, ¿hace usted deporte?
– Hum.
– ¿Algún tipo de ejercicio?
«¿Y ahora qué?», se preguntó Chikako.
– Juego un poco al tenis.
– ¿Jugaba al tenis cuando aún era estudiante?
– Sí. Me movía con mucha rapidez. Empecé en el equipo de atletismo pero los del equipo de tenis acabaron fichándome.
– ¡Exacto! A eso me refiero cuando hablo de poseer determinado tipo de habilidad. -Makihara se echó a reír ante el semblante de agonía de Chikako. Se dio un golpecito en la sien con el dedo-. La percepción extrasensorial implica poseer la habilidad de utilizar ciertas partes del cerebro que no tienen utilidad para la mayoría de seres humanos. Digamos que poseer esa habilidad es algo natural. Alguien que es rápido puede ser un buen atleta. Si además tiene predisposición para seguir la pelota, también será un buen tenista. Es lo mismo. No es incompatible que alguien posea un poder principal y otros que, aunque sean algo secundarios, están directamente relacionados con el primero.