XIII

Adamsberg tomó un taxi a la salida de El Vikingo para conducir a Danglard hasta su puerta, después hizo que lo dejase bajo las ventanas de Camille. Desde la acera, se veía iluminada la vidriera del taller que ocupaba bajo el tejado. Se quedó varios minutos mirando fijamente aquella luz, apoyado en el capó de un coche, con los párpados fatigados. Aquella jornada absurda y laboriosa se diluiría en el cuerpo de Camille y de aquel fantasma de peste no quedarían más que unos jirones, y después velos y transparencias.

Ascendió los siete pisos y entró sin hacer ruido. Cuando Camille componía, dejaba la puerta entreabierta para no tener que interrumpirse en mitad de una medida. Camille, que estaba sentada ante su sintetizador, con los cascos en las orejas y las manos sobre el teclado, le sonrió y con un signo de cabeza le hizo entender que no había terminado. Adamsberg se quedó de pie, escuchando las notas que se filtraban a través de los auriculares y esperó. La joven trabajó todavía unos minutos y después se quitó los cascos y apagó el teclado.

– ¿Película de aventuras?

– Ciencia ficción -respondió Camille levantándose-. Una serie. Me han encargado seis episodios.

Camille se aproximó a Adamsberg y puso un brazo sobre su hombro.

– Un tipo que aparece sobre la tierra sin avisar -explicó-, provisto de poderes paranormales, con la intención de destruir el mundo, sin que sepamos la razón. Esta pregunta no parece preocuparle a nadie. Querer destruir no exige mayor explicación que querer beber. Quiere destruir, eso es todo, es algo que se asume desde el principio. Signo distintivo del tipo, no transpira.

– Yo también -dijo Adamsberg-. Ciencia ficción. Sólo estoy en el principio del primer episodio y no entiendo nada. Ha aparecido un tipo sobre la tierra con la intención de destruir a todo el mundo. Signo paranormal: habla latín.


En mitad de la noche, Adamsberg abrió los ojos tras un débil movimiento de Camille. Se había quedado dormida con la cabeza posada sobre su estómago y él tenía a la joven sujeta por los brazos y las piernas. Se sintió intrigado, vagamente. Se soltó suavemente para dejarle sitio.

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