Una de las tareas más difíciles del traductor consiste en expresar con precisión y en términos inteligibles para nosotros todo lo que se relaciona con las castas y la posición social. En el caso del Libro del Sol Nuevo esta tarea es doblemente difícil a causa de la falta de documentos en que apoyarse; y la exposición que sigue no es más que un esbozo.
Por lo que se deduce de los manuscritos, al parecer la sociedad de la Comunidad se compone de siete grupos básicos. De éstos, al menos uno parece completamente cerrado. Para ser exultante hay que serlo de nacimiento, y se sigue siéndolo toda la vida. Aunque es posible que dentro de esta clase haya grados, ninguno se indica en los manuscritos. A sus mujeres se las llama «Chatelaine» y los hombres tienen varios títulos. Fuera de la ciudad que he optado por llamar Nessus, esta clase se encarga de administrar los asuntos cotidianos. Esa concepción hereditaria del poder choca con el espíritu de la Comunidad y explica de sobra la evidente tensión que hay entre exultantes y autarquía, aunque es difícil concebir cómo podría organizarse mejor la gobernación local, dadas las condiciones imperantes; en efecto, la democracia degeneraría inevitablemente en un mero regateo, y la existencia de una burocracia nombrada por el poder es imposible cuando no se cuenta con un número suficiente de gentes a la vez educadas y relativamente desprovistas de dinero que hagan el trabajo de oficina. En todo caso, es indudable que la sabiduría de los autarcas incluye el principio de que un acuerdo completo con la clase dirigente es la enfermedad más mortífera del Estado. Thecla, Thea y Vodalus son sin ninguna duda exultantes.
Los armígeros son muy parecidos a los exultantes, pero en una escala inferior. El nombre indica una clase guerrera, pero no parecen haber monopolizado los principales cargos del ejército, y su posición podría equipararse a la de los samurai que servían a los daimios del Japón feudal. Lamer, Nicarete, Racho y Valeria son armígeros.
Los optimates aparecen como comerciantes más o menos ricos. De las siete clases, ésta es la que menos se nombra en los manuscritos, aunque hay indicios de que Dorcas perteneció en un principio a los optimates.
Como en toda sociedad, los comunes constituyen la gran masa de la población. Aunque en general se conforman con lo que tienen y son ignorantes porque el país es demasiado pobre para darles una educación, están resentidos por la arrogancia de los exultantes y veneran al Autarca que, sin embargo, es en último análisis la apoteosis de los comunes. Pertenecen a esta clase Jolenta, Hildegrin y los habitantes de Saltos, así como otros innumerables personajes que aparecen en los manuscritos.
En torno al Autarca —que desconfía de los exultantes, sin duda con razón— están los servidores del trono. Son los administradores y consejeros militares y civiles. Parecen proceder de los comunes, y es digno de observar que valoran la educación que han recibido. (Obsérvese cómo, por el contrario, Thecla la rechaza con desprecio.) Al propio Severian y a otros habitantes de la Ciudadela, con la excepción de Ultan, se les podría encasillar en esta clase.
Los religiosos son casi tan enigmáticos como el dios al que sirven, dios que parece fundamentalmente solar, pero no apolíneo. (Dado que al Conciliador se le atribuye una Garra, es fácil asociar el águila de Júpiter con el sol, lo que quizás es bastante oportuna.) Como el clero católico romano de nuestros días, parecen pertenecer a diversas órdenes, pero en cambio no obedecen a una autoridad unificadora. En ocasiones, algo en ellos sugiere el hinduismo, a pesar de un monoteísmo obvio. Las Peregrinas, que en los manuscritos desempeñan un papel más importante que cualquier otra comunidad sagrada, son claramente una hermandad de sacerdotisas, a las que acompañan (a causa del carácter errante de la orden y el lugar y la época) servidores varones armados.
Por último, los cacógenos representan, de un modo difícil de entender, ese elemento foráneo que precisamente por serlo es universal en grado sumo y que existe en casi todas las sociedades de que tenemos noticia. El nombre parece indicar que son temidos, o al menos odiados, por los comunes. Su presencia en las fiestas del Autarca parece mostrar que la corte los acepta (aunque tal vez bajo coacción). Aunque en apariencia el populacho de los tiempos de Severian los considera una clase homogénea, es probable que en la realidad sean distintos grupos. En los manuscritos, este elemento está representado por la Cumana y por el Padre Inire.
El tratamiento honorífico que he traducido por sieur se aplica sólo a las clases más altas, pero las más bajas de la sociedad lo empleaban extensa e inapropiadamente. El título de don se aplica con propiedad a un cabeza de familia.
Me ha resultado imposible calcular con precisión los valores de las monedas que se mencionan en el original del Libro del Sol Nuevo. Ante la incertidumbre, he utilizado la palabra crisos para cualquier moneda de oro que tuviera estampado el perfil de un autarca; aunque sin duda estas monedas difieren algo en peso y pureza, tienen aproximadamente el mismo valor.
Las monedas de plata de la época, aún más variadas, las he reunido bajo la denominación de asimi.
A las monedas grandes de cobre (que componen, como se desprende de los manuscritos, el principal medio de intercambio entre los comunes) las he llamado oricretas.
Con el nombre de aes he denominado las miríadas de pequeñas piezas de latón, bronce y cobre que no son acuñadas por la administración central, sino por los arcontes locales para sus necesidades y que sólo circulan dentro de las provincias. Un aes es el valor de un huevo; una oricreta, el de un día de trabajo de un jornalero común; un asimi, el de una chaqueta de buena confección para un optimate; y un crisos, el de una buena montura.
Es importante recordar que las medidas de longitud y de distancia no son, estrictamente hablando, conmensurables. En este libro, una legua designa una distancia de unas tres millas; es la medida que se emplea para medir distancias entre ciudades, y en el interior de ciudades grandes como Nessus.
El palmo es la distancia comprendida entre el pulgar y el dedo índice extendidos (unas ocho pulgadas). Una cadena es la longitud de una cadena de 100 eslabones, en la que cada eslabón mide un palmo; equivale, pues, a unos 70 pies.
Una ana representa la longitud tradicional de la flecha militar: cinco palmos (unas 40 pulgadas).
El paso, tal como se utiliza aquí, indica un único paso o aproximadamente dos pies y medio. La zancada equivale a dos pasos.
He dado el nombre de codo a la más corriente de todas las medidas: la distancia comprendida entre el codo y la punta del dedo corazón (unas 18 pulgadas). (Se observará que a lo largo de toda mi traducción he preferido palabras modernas que todos pueden entender para intentar reproducir, en alfabeto latino, los términos originales.)
En los manuscritos es raro encontrar palabras que indiquen duración; en ocasiones uno intuye que la percepción del paso del tiempo (tanto por el autor, como por la sociedad a la que pertenece) ha quedado oscurecida en el encuentro con inteligencias regidas por la paradoja temporal de Einstein o que la han superado. Cuando se habla de quilíada, se designa un período de 1.000 años. Una edad es el intervalo de tiempo comprendido entre el agotamiento de algún recurso mineral o de otro tipo en su forma natural (por ejemplo, el azufre) y el siguiente. El mes es el (entonces) mes lunar de 28 días, y la semana no se distingue de nuestra propia semana, es decir, la cuarta parte del mes lunar o siete días. Una guardia es el tiempo de servicio del centinela: la décima parte de la noche o, aproximadamente, una hora y 15 minutos.