Encontré a Chamorro sola en nuestro centro de operaciones. Había apartado todo el papelote y toda la cacharrería de una de las mesas para extender sin estorbos sobre ella una serie de folios impresos. Estaba tan sumida en la lectura y en sus pensamientos que no advirtió inmediatamente mi presencia. Al ver que no reaccionaba, me hice notar:
– Estoy de vuelta, Vir. ¿Cómo ha ido eso?
Mi compañera ni siquiera respondió en seguida. Continuó leyendo el folio que tenía ante los ojos, como si algo más fuerte que ella (y desde luego mucho más imperioso que la exigua autoridad que sobre su ánimo pudieran conferirme mis galones) la mantuviera imantada.
– Ah, mi sargento -dijo, aún sin mirarme-. Ven, mejor siéntate.
– ¿Tan gordo es?
Chamorro regresó entonces de golpe a la habitación y me contempló con una sonrisa tan ancha que le abarcaba toda la cara.
– Lo tenemos. Al gatito. Al sujeto que jugó a ser el Caballero Blanco. Al chico moreno del Audi. Al hombre que fue a acostarse con Neus a la casa de Zaragoza. Todos son el mismo, y llevo dos horas leyéndole y leyendo lo que Neus le escribió. Si nos las arreglamos para conectar su identidad virtual con la real, es nuestro. Eso es todo lo que queda.
Traté de asimilar aquella amalgama de información. Sabía que Chamorro no era tan frívola como para hacer afirmaciones categóricas sin un buen fundamento. Pero me pareció que debía enfriarla:
– A ver, a ver. Para empezar, ya sabes que eso que acabas de decir, conectar a alguien de carne y hueso con su personalidad en Internet, no es moco de pavo. De pende de cómo entre en la red, y en este caso dependerá además de si sigue utilizando esas cuentas, y tenemos alguna que otra razón para temer que estén ya en desuso.
La sonrisa de Chamorro siguió inconmovible.
– Coincido contigo en las dificultades generales -dijo-, y en que whiterknight_79 y nemosín_for_alice deben de ser a estas alturas cuentas de correo inactivas, y por tanto no interceptables, ya que parece que su titular sólo las utilizaba para comunicarse con alguien que ya nunca va a poder responderle. Así y todo, se puede tratar de recuperar su tráfico pasado, aunque también estoy de acuerdo en que será difícil. Pero por suerte, a veces el de enfrente tiene un desliz. Una vez, sólo una vez, el gatito le escribió a Neus desde otra cuenta: pab_penya_79. No cabe duda de que es la misma persona, por el tono, por los sobreentendidos entre ellos, porque en ese mensaje le dice que no puede olvidar la última noche que han pasado en la casa de Zaragoza. Y tengo el pálpito de que esa cuenta de correo sí va a seguir utilizándola.
Normalmente, le habría reprochado con severidad a Chamorro su recurso a un concepto policial tan pobre y tan deleznable como el de pálpito. Pero, a esas alturas, mi cerebro andaba desbordado por las muchas cuestiones que se le amontonaban de golpe. Opté por una:
– ¿Quieres decir que fueron más veces a la casa de Zaragoza?
– Afirmativo, jefe. No menos de tres veces, antes de la llamémosla definitiva. Era el nidito de amor, hasta donde he podido deducir.
– Déjame ver ese apodo -pedí, y me tendió, impreso, el mensaje al que se había referido-. ¿Qué puede querer decir pab_penya 79?
– ¿Pablo Peña, nacido en el 79? Lo del año estoy ya casi por asegurarlo. Es el mismo número que usa en el otro apodo, y si haces cálculos, nos da que nuestro hombrecito andaría en este momento por los…
– Veinticinco años -dije.
– Oye, vas mejorando en aritmética. En cuanto a lo de Pablo Peña…
– Hay algo que no habrás dejado de hacer, ¿no?
– No, no he dejado de hacerlo. He buscado en el listado de los titulares de Audis para ver si hay alguien con ese nombre y ese apellido. Y lamento decirte que no es el caso. Tampoco hay Peñas, aunque sí Pablos o Paus. Nada menos que ocho. Pero yo no iría por ahí.
– ¿Por dónde irías?
Mi compañera se demoró unos segundos. Disfrutaba del momento.
– Por donde siempre me has dicho, para que veas hasta qué punto aprecio y no desatiendo tus sabias enseñanzas. Por buscar el fondo de las personas y sus motivaciones. Pablo Peña puede ser un nombre falso que usa el individuo con afán de hacerlo pasar por verdadero, o al menos por verosímil. Para poder jugar en los chats de Internet el juego de la personalidad ficticia. Por eso mismo presumo que lo ha usado más veces, y que no va a abandonarlo sin más, porque bajo esa identidad puede haber hecho relaciones que le interese mantener.
– Te confieso que en Internet no entro demasiado, y que chatear me parece una de las actividades más aburridas a las que puede dedicarse un ser humano después de la filatelia, la papiroflexia y el bingo.
– Tampoco yo estoy ahí pegada todo el día. Como mucho he jugado alguna vez. Pero hazme caso: Pabpenya 79 volverá a conectarse.
Traté de recapitular. Temía estarme dispersando.
– Deja por un momento eso -le rogué-. ¿Te importaría mucho que lo repasáramos todo desde el principio? Tienes la ventaja de que tú te has leído los papeles, y apenas me has explicado lo que has encontrado.
– Perdona, tienes razón -admitió-. Los papeles aquí están, a tu disposición. Merecerá la pena que pierdas un rato con ellos, te van a esclarecer muchas cosas. Pero si quieres, te hago una síntesis.
– Ardo en deseos de escucharla.
– Muy bien. Procuraré distinguir entre aquello que podemos dar por contrastado y lo que resulta más o menos hipotético. Yendo al comienzo de todo: Neus y este caballero se conocieron hace exactamente veintitrés días. Las referencias a esa fecha crucial son abundantes y coincidentes. En cuanto al dónde, no puedo ser tan taxativa. Da la impresión de que fue en un acto social, una fiesta, un cóctel o algo así. Supongo que si cruzamos con su agenda o con Meritxell podremos saber adónde fue Neus ese día. También te puedo decir que la pasión fue fulminante, y que tuvo su consumación esa misma noche, en el vehículo de Neus, lo que dicho sea de paso acredita, dado el espacio disponible, la fogosidad y las dotes de contorsionista de ambos. ¿Me sigues?
– Con la boca abierta.
– Si hay que creer lo que Neus y su galán escribieron al respecto, he de anotar que con una franqueza notable, el encuentro carnal fue de una intensidad tal que generó en ambos la necesidad de repetirlo a la mayor brevedad posible. Y eso fue al día siguiente. Desde entonces, se las arreglaron para verse casi todos los días, y el muchacho este debe de estar bastante en forma, porque Neus se declara más que satisfecha de las prestaciones exhibidas en todos y cada uno de sus encuentros. También parece que desde el primer momento entraron en el juego de asumir el papel de personajes de A través del espejo. El empezó siendo el Caballero Blanco, o más blanco aún que el blanco, whiter knight. Neus adoptó naturalmente la identidad de Alicia, aunque a la vez jugaba con lo de la gatita, de ahí el apodo just a kitten. Con el tiempo, kitten sirvió también para referirse a él, es decir, se convirtieron en gatitos los dos. Como ves la historia no deja de estar teñida de ese toque de ternura y confusión que suele caracterizar a las parejas de enamorados.
– Confusión y ofuscación -dije, recordando alguna lectura.
– Hacia la mitad de la relación, empezaron a jugar con otro concepto. Lo dice aquí, en este mensaje, el primero de nemosín_for_alice. Cito: Si quieres, yo seré tu Nemo, ese nadie que nadie conoce y que te monta en su submarino para llevarte a los mares nunca vistos. En fin, el estilo no es nada del otro mundo, pero la metáfora tiene su gracia, y la verdad es que el apodo también, con el diminutivo nemosín le quita toda la solemnidad que pudieras achacarle. En general, el chico tiene bastante sentido del humor, no sé si llegaría a decir que encanto. Aunque Neus, de lo que le escribe se desprende, sí que estaba encantada con él.
– Continúa.
– Los mensajes que se cruzaron nos permiten precisar un montón de detalles. La fisonomía y complexión física del sujeto, por ejemplo, en todo coincidente con la descripción que nos hizo el rumano de la gasolinera. Neus se refiere a ella con meticulosos e inflamados adjetivos que abarcan, además, algunas partes que nuestro testigo no pudo ver pero según parece ella pudo examinar a su antojo. También tenemos información sobre su vehículo, que él le describe en uno de sus mensajes, el de la víspera de la primera excursión a Zaragoza, como un Audi A3 plateado. Mientras lo leía ya se me hacía la boca agua pensando que pudiera facilitarle la matrícula para mayor precisión, pero no, no llegó a tanto. De lo que por desgracia no deja demasiada constancia es de dónde vive, a qué se dedica, etcétera. El mundo exterior no existe en esta correspondencia, sólo la pasión y las almas y los cuerpos de los amantes, y aquello que en uno u otro momento les sirve para realizar o amparar sus escaramuzas amorosas. Como mucho, hay alguna alusión al mundo de ella, la famosa, la estrella televisiva, como cuando nuestro caballero blanco consigna el subidón que le ha dado verla presentando el programa y pensar que esa a la que ahora contemplan todos, maquillada y esplendorosa en la pantalla, es la mujer a la que ha tenido entre sus brazos, desnuda y gimiente, apenas unas horas antes.
– Veo que te ha afectado la lectura. Nunca te había visto tan lírica.
– Citaba más o menos de memoria las palabras que emplean ellos -se descargó-. Los dos son bastante ardientes y tienden al alarde poético, quizá Neus más que él. Lo de él resulta un poco más barato.
– Pero dirías que ambos estaban enamorados…
– O lo fingían muy bien, que también puede ser. Es una idea a la que le vengo dando vueltas desde hace tiempo. Cuando las cartas eran manuscritas, lo que leías en ellas resultaba más fiable. Tener el trazo dibujado por la mano de la otra persona, con su firmeza o sus temblores, era como tener un signo adicional, algo que a lo mejor no descifrabas conscientemente, pero que de forma inconsciente te permitía intuir la verdad o la mentira de lo que te escribían. Pero ahora, con los textos electrónicos, que no te consta cuántas veces han sido reescritos, que siempre son rectilíneos e impecables, quién sabe cuándo le mienten y cuándo le abren el corazón. Ni siquiera en el chat, donde la escritura es más o menos instantánea. Hay auténticos virtuosos del fingimiento automático, férreos simuladores de espontaneidades, y las letras de molde son la mejor pantalla tras la que pueden ocultar sus intenciones.
Observé a mi compañera. No sabía que dedicara sus ratos libres a elaborar aquellas piezas de filosofía de la comunicación.
– Interesante -aprecié-. Y sobre esa base, ¿qué te parece la relación entre estos dos? Puedes equivocarte, estamos solos.
Chamorro meditó con expresión empeñosa.
– Diría que fuego había. Eso lo prueba la urgencia, los varios mensajes diarios, las palabras sin tapujos, el deseo irrefrenable de repetir sus encuentros, la caña que se metían cuando se juntaban. Por lo demás, en lo que escribe Neus, por excesivo y hasta pornográfico que pueda resultar, siempre hay la sensación de que lo controla. Con él, no estaría tan segura. Pero eso no excluye que cualquiera de los dos pudiera mentir, ni tampoco que ambos fueran sinceros. Entre otras cosas, cuando la pasión desborda a los amantes, nunca hay que descartar que el mecanismo del engaño sea precisamente que cada uno se engaña a sí mismo antes de engañar al otro, con lo que en cierto modo ninguno de los dos estaría dejando de decir, a su manera, la verdad.
Sonreí, sin poder evitarlo.
– En la segunda parte me parece que te has embrollado, Virgi. Por un momento, me has empezado a sonar como una psicóloga.
– ¿Eh?
– Sí… Por las ideas sin contenido, que al final te llevan a razonamientos tautológicos. Eso es precisamente lo que me alejó de esa disciplina en la que dilapidé los mejores años de mi juventud. ¿Qué coño es engañarse sobre lo que uno siente? ¿Qué concepto objetivo es ése? Una palpitación, una convulsión, un desmayo, un insomnio son objetivos. Todo eso existe, es innegable. Pero ¿quién puede afirmar científicamente que otro se engaña respecto de sus sentimientos? ¿Dónde está el medidor de sentimientos y el reactivo que se tiñe de azul si el sentimiento es cabal y de rojo si es falso? Aquí tenemos algo objetivo, y perdóname que sea un poco burro al decirlo: si no he entendido mal el sentido de tus eufemismos, estos dos follaban como perros, y cuando no lo estaban haciendo, se escribían sobre cómo lo habían hecho y sobre volver a hacerlo. Y eso es verdad. Y a eso es a lo que me atengo yo.
Chamorro quedó un poco aturdida.
– Yo… -balbuceó-. En fin. ¿No es una interpretación un poco simple?
– No. Es un dato, un hecho, algo sobre lo que se puede construir.
– Pero ¿construir qué?
– Luego veremos qué especulaciones se nos ocurren, a partir de ahí: qué podemos atisbar con los ojos de la intuición y convertir en hipótesis compatibles con ese dato. Esa apuesta es lo que hace que el conocimiento sobre algo progrese, no soy tan ceporro como para no saberlo. Pero siempre teniendo presente qué es lo que está amarrado y lo que no. A lo mejor, al final, llegamos a poder decir que al mismo tiempo que se entregaba corporalmente, alguno de estos dos se reservaba mentalmente. Es posible, desde luego; los trastornos de la personalidad existen y el de personalidad múltiple tal vez sea uno de los más frecuentes, mucho más normal de lo que alguna gente se cree. Pero esto lo afirmaremos cuando encontremos alguna prueba de esa reserva. Mientras tanto, tenemos a un hombre encoñado y a una mujer encaprichada con él. Que es un hallazgo relevante, a nuestros efectos.
– ¿A nuestros efectos?
– Claro, Virgi. Por si lo habías olvidado, te recuerdo que no escribimos libros de autoayuda ni atendemos el consultorio de una revista femenina. Para eso ya están mis compañeros de carrera. Tratamos de esclarecer crímenes y de colgarle el mochuelo a alguien que se lo lleve bien puesto a una mazmorra de nuestro sistema carcelario.
Mi compañera encajó mal mi ironía.
– Gracias por iluminarme, en mi inexperiencia. Ahora déjame pensar qué has querido decir con ese recordatorio innecesario y borde.
Le ofrecí, conciliador:
– Piensa, te dejo.
Se tomó apenas unos segundos.
– Ya, ya veo -dijo.
– Pues desembucha.
– Crimen pasional.
– Bien, veo que has recuperado el uso del hemisferio cerebral adecuado. Una relación ardiente, difícil, clandestina, sedienta. Todo va de fábula mientras los amantes se complacen. Pero, ay, cuando surge un problemilla, una desavenencia, un desaire, el edificio es frágil, está demasiado amenazado, y los sentimientos están demasiado a flor de piel. Y si uno de los dos integrantes del equipo padece, por casualidad, algún tipo de desajuste, la pendiente al desastre esta servida.
– ¿Debo entender que eso es una teoría? ¿La teoría?
– Por favor, Vir, parece que no me conocieras -protesté-. Ni con un bazooka apuntado a la perola me consentiría poner todas mis fichas en una casilla de la ruleta. Pero es algo que en este momento, sobre lo que me cuentas y sobre lo que me han contado los expertos en prostitución con los que acabo de estar, me suena consistente, o más consistente que otras posibilidades de las que hemos estado barajando.
– Vale, en una parte me llevas ventaja. ¿Qué te han contado?
– Que el célebre reportaje era una gilipollez. Algo que podría haber hecho cualquier becario con un periódico y un teléfono con quince euros de saldo, y que debía preocupar tanto a los tíos malos del negocio como a los dirigentes del capitalismo mundial el adversario que puedan representar actualmente los viejos sindicatos de clase.
– Lo último no lo entendí del todo, ya sabes que soy apolítica.
– Si yo digo eso, me disculpa la edad. En tu caso no sé…
– Bueno, va, no abramos más frentes. La cuestión es que por ese lado no esperas mucho, o que lo das directamente por cerrado.
– No. He quedado en mandarles al madero y a la compañera la documentación que tenemos del segundo reportaje, por si ahí ven algo que les resulte sospechoso. Hazles una copia de esos ficheros del ordenador de Neus y de los papeles que nos ha enviado Meritxell.
– De acuerdo. ¿Podemos volver a lo que dejamos antes a medias?
– ¿A qué te refieres?
– A esa otra dirección de correo electrónico. Al margen de tus teorías y de las mías, ¿no te parece que tendríamos que meterle mano?
– Sí, eso es indiscutible. Y un problema.
– ¿Por?
– Es viernes, siete de la tarde. Puedo llamar a la juez al móvil, puede que incluso me las arregle para convencerla de que dicte la orden con carácter urgente, pero, ¿cómo demonios la hacemos valer antes del lunes? O mucho me equivoco o todo el mundo está ya de fin de semana y en el proveedor de Internet correspondiente sólo atiende un robot o un técnico que no va a tomar esa clase de decisiones.
– Qué flojo te veo, mi sargento -me reprochó-. ¿No se supone que en situaciones como ésta el buen policía hace otra cosa?
– ¿Qué?
– Buscar alternativas. Concedamos que no podemos intervenir esta cuenta hasta el lunes. Aun así, no tenemos por qué perder los dos días. Hay otros caminos para llegar a ella, y a su titular.
– Lo conseguiste. Me he perdido. ¿Cómo?
– Mensajería instantánea -dijo-. Neus tenía en su ordenador un programa de mensajería instantánea, y al abrirlo, ahora que dispongo de las claves de sus cuentas de correo, he visto que había incluido como contactos a nemosín y whiterknight. Eso quiere decir que nuestro hombre también tiene un programa de mensajería instantánea y lo usa. Lo que te propongo es bien sencillo. Me creo una identidad y una cuenta de correo web, me bajo el programa de mensajería instantánea y lo abro con esa cuenta, y le mando una invitación a pabpenya para que se comunique conmigo. Cuando él abra su programa, la recibirá, y si he conseguido crearle la curiosidad suficiente, la aceptará.
– Espera, no sé si te sigo bien. ¿Por qué va a hacerlo?
– Ya me ocupo yo de que mi apodo le parezca sugerente.
– Pero ¿cómo vas a justificarle que tienes su dirección?
– Fácil. Que me la ha dado una amiga. Y que me ha dicho que es muy simpático y que le mola mucho chatear con él. Y cuando me pregunte qué amiga es ésa, le respondo que es un secreto, así le pico más.
– ¿Y se lo creerá?
– Probablemente. Y si no, querrá averiguar quién de sus antiguos contactos soy, reciclada bajo una nueva identidad. Todo lo que puede suceder es que no quiera chatear conmigo. En ese supuesto, tendremos que esperar al lunes, que es como ya estábamos. Pero me apuesto algo contigo a que consigo hablar con él. Si se conecta, claro.
– ¿No le pondremos sobre aviso?
– Descuida. Ya impediré que sospeche que soy una guardia civil.
– Caramba, Chamorro. No te hacía tan puesta en estas cosas.
– Ya te dije antes. Alguna vez he matado el aburrimiento jugando con el ordenador. Y si una pone atención, siempre aprende algo. Ya ves, nunca sabes cuándo algo que has aprendido te puede servir.
Dudé si debía aceptar o no su propuesta. No acababa de tener claro que aquella maniobra no sirviera precisamente para cercenar un cabo del que podíamos tirar el lunes de forma más segura. Pero me pareció que negarme era a la vez desconfiar de la capacidad de Chamorro para conducirse con la habilidad suficiente y no ponerle la mosca detrás de la oreja a aquel sujeto. Y pensé que siempre que uno reprime una audacia, le acaba quedando el runrún de si acometerla no habría sido mejor que abstenerse de ella. Esto último inclinó la balanza:
– De acuerdo. Vía libre. Pero ya me puedes afinar.
– Afinaré -prometió-. Verás como no te arrepientes.
– Oye, otra cosa. ¿Y el dúo dinámico?
– Ah, se me había olvidado. El teléfono se quedó inmovilizado en una ciudad de la periferia, por ahí apunté el nombre. Encontraron una productora de televisión que tiene allí los estudios. Y si no me han engañado para irse al bar, ahora mismo estarán vigilándola.
– Voy a controlarlos, no es que no me fíe, pero…
Marqué el número del teléfono móvil de Gil. Lo cogió como un rayo.
– Sí, mi sargento. Te me has adelantado. Buenas y malas noticias.
– A ver.
– Tenemos la matrícula de su coche, y ya la he comprobado. Gervasi López Fernández, nacido en 1980, vecino de Cornellá, calle tal, piso etcétera. Ahora mismo le estamos siguiendo y me atrevería a jurar que es él y que ésa es su dirección, porque el camino que está haciendo es justamente el que lleva hacia allí. No obstante, cuando veamos dónde se mete, haremos la comprobación con los buzones del portal.
– Nada de eso me parece malo -observé.
– No, eso está de puta madre, ¿verdad? El ordenador de Tráfico es así de chulo. Las pegas están en otra parte. Primera: no lleva un Audi A3 plateado, sino un Seat León amarillo, con pegatinas bastante horteras. Y segunda pega: el tipo es pelirrojo modelo zanahoria.
– Ah, eso sí que me enfría un poco el entusiasmo, mira tú.
– Ya nos lo temíamos, mi sargento. A pesar de todo, vamos a terminar de ficharlo. Y si quieres, vamos por él. De todos modos, merecerá la pena saber por qué Neus Barutell llamó a este mindundi en su último día de vida hacia las doce de la mañana, ¿no te parece?
– Sí, pero no nos precipitemos -dije-. Me confirmáis la identificación sin haceros notar, seguimos escuchándole y el lunes decidimos.
– A tus órdenes, jefe.
Colgué y me quedé cavilando sobre quién o qué pudiera ser para Neus Barutell aquel Gervasi López Fernández, residente para más señas en una zona como Cornellá, es decir, lo que los pudientes y sus portavoces denominarían una zona popular o de gente trabajadora.
– He oído lo que te decía -habló Chamorro-. Imposible no hacerlo, con los berridos que pega éste. Lo que te aseguro es que el que mantenía con Neus esta tórrida correspondencia no era pelirrojo.
– Ya. Un personaje más en la función. Qué fastidio, la verdad.
– Muy buenas, gente, ¿se puede? -preguntó alguien desde la puerta.
Era el capitán Cantero. Tenía que reconocer que estaba siendo más que respetuoso con nuestra autonomía. Desde la víspera, ni le había visto ni había hablado con él, y pensé que una mínima cortesía exigía darle alguna atención mayor de la que le estaba dedicando.
– Buenas tardes, mi capitán -dije-. Adelante, está en su casa.
Avanzó hacia donde estábamos y se dejó caer en una silla. Su semblante no parecía menos fatigado que el nuestro.
– Qué coñazo, tú, esto de la droga. Menuda paliza que nos hemos metido. Y lo que más me jode es que encima de las identificaciones y de toda la burocracia, hemos tenido que montar la exposición de paquetitos y accesorios para que el delegado del gobierno se haga la foto delante de las cámaras de la tele. Un trabajo, porque éstos eran mayoristas de los de verdad, cientos y cientos de kilos. Jesús, qué paciencia hay que tener. Bueno, ¿qué tal vosotros, cómo va el asunto?
– Pues, ni bien ni mal -juzgué-. Un poco mejor que ayer, y espero que un poco peor que mañana.
– Me han contado que estáis utilizando el equipo de intervención telefónica. Eso es que ya habéis pillado chicha donde morder.
– Sí, pero con resultados escasos, por ahora.
Le expliqué al capitán el estado general de la investigación y todos los flecos que teníamos abiertos. Repasándolos para él, me di cuenta de que eran unos cuantos. Uno nunca sabe, cuando maneja tantas variables, si está levantando el sistema de ecuaciones que le permitirá despejar todas las incógnitas o simplemente chapotea en el caos.
– Coño, no diría yo que estáis tan mal -opinó Cantero.
– No, tampoco he dicho eso. Parece que en un par de caminos estamos a punto. Pero nos sigue faltando eso. El punto.
– ¿Mi gente se porta bien?
Tuve oportunidad de cazarle a Chamorro la mirada escéptica.
– No tengo queja -respondí, con rotundidad.
– Si alguno falla, o si te hacen falta más, ya sabes.
– Sí, ya sé, mi capitán.
Cantero se puso en pie.
– No os doy más la lata. ¿Qué hacéis esta noche?
– Pues no lo habíamos hablado, pero estamos hechos polvo. Casi votaría por cenar rapidito y recogernos. Además, yo tengo bastante lectura pendiente. ¿O a ti te apetece ir a alguna parte, Chamorro?
– La verdad es que hoy preferiría no moverme. Incluso creo que sería bueno trabajar un rato esta noche con eso que te he dicho.
No le había contado al capitán la idea de mi compañera para conectar con el usuario del apodo cibernético pab_penya_79, ni tampoco deseaba hacerlo ahora, así que asentí sin darle mucha importancia.
– Impresionante, tú -exclamó Cantero-. Qué abnegación.
– No, mi capitán -dije-, es la costumbre de andar siempre fuera de casa. Te haces a trabajar a todas horas, para poder volver cuanto antes.
– Ya, imagino. Pues oye, que os cunda.
Una hora después regresaron Gil y Ponce. Habían contrastado la identificación de Gervasi López, que era en efecto el nombre que se leía en uno de los buzones del portal del bloque de pisos de Cornellá hasta el que lo siguieron. El número del portal y el piso coincidían con los del titular del coche que conducía según el ordenador de Tráfico.
– Mientras yo miraba los buzones, Ponce se fijó en la fachada -refirió Gil-. Y vio encenderse las luces del piso en cuestión. No te voy a decir que sea fiable al cien por cien, podría estar viviendo en casa de su primo y conduciendo su coche, pero vamos, como que me extrañaría.
– A mí también. Mirad cuando podáis si tiene antecedentes. Y el lunes veremos. Por mí, podéis considerar inaugurado el fin de semana.
– Se lo agradezco en el alma, mi sargento, porque la última vez que he hablado con la parienta iba a cambiarme la cerradura -dijo Ponce.
– ¿No va necesitar nada de nosotros estos dos días? -dijo Gil.
– Que os paséis por aquí de vez en cuando a ver qué registra el ordenador de los teléfonos intervenidos. Y si eso no nos da ningún resultado digno de mención, nada más. Que disfrutéis del fin de semana.
Chamorro y yo nos conformamos esa noche con una cena frugal. No hablamos demasiado mientras dábamos cuenta de ella. Quizá pensábamos los dos lo mismo, que habíamos salido de Madrid sin previo aviso el martes, y que ahora, mientras otros saboreaban la perspectiva de un fin de semana con los suyos, nosotros estábamos allí, varados como ballenas suicidas, ocupándonos no de nuestras vidas sino de la muerte de otro. El hecho invitaba a hacer alguna que otra consideración existencial, pero confieso que durante buena parte del tiempo no pude zafarme de un pensamiento de mucha menos envergadura: necesitaba encontrar un sitio donde me lavaran la ropa, porque estiraba ya mi última muda y las camisas no me aguantaban más.
Después de cenar, volvimos a nuestro lugar de trabajo. Chamorro se puso a trastear con el ordenador, para descargarse el programa y una vez instalado éste y cursada la invitación a pab_penya_79, montar guardia frente a la máquina con la esperanza de que apareciera nuestro hombre. Yo había pensado en un principio irme a leer a mi habitación, pero me pareció más solidario quedarme allí. Así le hacía compañía y ella tenía con quien pegar la hebra cuando le entrara la modorra. Me dediqué a hojear todos los papeles atrasados. Leí en primer lugar la correspondencia electrónica entre Neus y su amante, que no sólo me confirmó todo lo que Chamorro me había contado sino que me permitió apreciar su capacidad para resumir. En esencia, lo que allí había, relevante para nuestra investigación, era lo que mi compañera ya me había adelantado. Sin embargo, la lectura me proporcionó algo más que la información que aquellas páginas contenían. Pude escuchar la voz de Neus, sin postizos idiomáticos o criptográficos como los que empleaba en aquel diario en inglés que había leído la noche anterior. Era cierto, como había sugerido Chamorro, que daba la impresión de tener un gran dominio sobre lo que decía o dejaba de decir. Pero, más allá de lo que pudiera fingir ante su corresponsal, era la versión más auténtica de la personalidad de mi muerta que había tenido hasta entonces. Y debo consignar que no me desagradó. Con toda su procacidad, con esa exigencia egoísta que como amante hambrienta exhibía a veces, aun con esa cursilería bobalicona que sólo quien se abrasa en la llama del amor puede ponderar sin sonrojo, vi en ella a alguien que, al menos en esa relación y frente a ese hombre, no hacía trampas y sólo buscaba ser libre y disfrutar de lo que otro le daba en el ejercicio de su propia libertad. En sus mensajes no había subterfugios, ni máscaras, ni remilgos propios de cualquier forma de cálculo o de hipocresía. Nunca sabría, desde luego, si le quería o no, porque entre otras cosas, no es probar ese tipo de abstracciones inasibles y delicuescentes lo que suele ocuparme ni interesarme. Pero lo que sí constaba era que se le había entregado, con alegría y plenitud. Y él a ella, habría jurado que también. Pero, por si mi conocimiento de la naturaleza masculina no fuera ya bastante para ponerlo metódicamente en duda, estaba ese desenlace bajo cuyo influjo irremediable debía ahora analizarlo todo.
A continuación releí el diario en inglés. Aquí sí que vi, ahora y en comparación, a una Neus artificiosa y comediante, que intelectualizaba y disfrazaba y por tanto corrompía sus emociones. Pero no por ello desprecié lo que me podía aportar. Me fijé sobre todo en las citas literales que contenía de A través del espejo, y hube de concluir que Altavella había tenido tino para localizarlas. Quizá las dos que él nos había leído eran las más significativas. El trozo del poema del Caballero Blanco que hablaba de mariposas convertidas en pasteles para ser vendidas a los hombres que navegan por mares tempestuosos, por ejemplo. ¿Se refería Neus a sí misma, como entertainer televisiva? ¿O bien a sí misma como la amante que hace de su cuerpo un dulce cuyo sabor y recuerdo podrá llevarse el hombre al que se entrega, cuando vuelva a navegar por el océano de su propia soledad? Pero la cita que más me hizo pensar era aquella en la que Alicia, tras manifestar que no quiere formar parte del sueño de otra persona, anuncia que va a ir a despertar al Rey Rojo y ver qué pasa. ¿Estaba Neus, tan deliberadamente, embarcada en una estrategia de autodestrucción, o cuando menos, destinada a poner a prueba la seguridad y las certezas de su mundo?
No tenía respuestas, pero después de aquel ejercicio sentí que era más completo el mapa de mis preguntas. Miré a Chamorro:
– Nada -dijo-. Hay que darle tiempo.
Era ya medianoche, pero no parecía tener prisa por irse. Me puse a leer a Lewis Carroll, en la edición inglesa donde había cotejado las citas de Neus y que había comprado ese mismo día. Recobré la fascinación por la dolorosa inteligencia de aquella alegoría escrita por un hombre que se sabe despojado de sus sueños, sobre una niña que aún aspira a poseer los suyos. Y pensé en lo que significaba para Neus.
Después, y como vi que Chamorro no se rendía, les eché un vistazo a los libros de poesía que había comprado de oferta. No quise, esa noche, leer a Estellés, así que me enfrenté al que me era desconocido, el de Joan Margarit. Y encontré estos versos, que acaso lo resumían todo:
Jo era un jove inexpert i tu una noia
desemparada i cálida.
L’ombra de l’íltima oportunitat
está ocultant la lluna.
Sóc un vell inexpert.
I tu una dona gran desemparada. *