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– Acuda a la sala de mando inferior -fueron las órdenes de Browne.

Lesbee guió su carretilla eléctrica, con la jaula sobre ella, fuera de la compuerta P de la gran nave… El hombre que manejaba la compuerta era el segundo oficial, Selwyn. ¿Un alto cargo encargándose de una tarea rutinaria…? Selwyn saludó con una sonrisa forzada, mientras Lesbee avanzaba con su cargamento a lo largo del silencioso pasillo.

No vio a nadie más en su trayecto. El resto del personal había sido apartado sin la menor duda de aquella zona de la nave. Un poco más tarde, sombrío y resuelto, depositaba la jaula en el centro de la gran gala y la fijaba magnéticamente al suelo.

Al entrar Lesbee en el despacho del capitán, éste le miró desde uno de los dos asientos de mando. Bajó de la tarima forrada de caucho hasta situarse al mismo nivel que el recién llegado, avanzó sonriente y le tendió la mano derecha. Era un hombre imponente, como habían sido todos los Browne, que le llevaba la cabeza a Lesbee y mostraba un excelente aspecto. Los dos hombres estaban a solas.

– Me alegra que se mostrara tan sincero -dijo-. Dudo que yo le hubiera hablado en términos tan contundentes de no haber tomado usted la iniciativa.

No obstante, mientras se estrechaban las manos, Lesbee experimentó cierto recelo. «Está tratando de recuperarse de la insensatez de su reacción -pensó-. En realidad, le obligué a estallar por completo.»

Browne prosiguió en el mismo tono cordial:

– He tomado una decisión -dijo-. Una elección estaría fuera de lugar. La nave abunda en grupos disidentes inexpertos, la mayoría deseando sólo volver a la Tierra.

Lesbee, que albergaba idéntico deseo, mantuvo un discreto silencio.

– Usted será el capitán en tierra -continuó el oficial- y yo el capitán de la nave. ¿Por qué no tomamos asiento ahora mismo y elaboramos un comunicado de mutuo acuerdo, que yo leeré a los demás a través del circuito intercomunicador?

Lesbee se sentó en una silla junto a Browne, pensando:

«¿Qué ventaja representa para él nombrarme públicamente capitán en tierra?»

Por último, decidió con cinismo que para el hombre de más edad suponía la ventaja de contar con la confianza de John Lesbee, con lo cual podría aquietarle, influirle, engañarle y destruirle.

Lesbee examinó el recinto subrepticiamente. La sala de mando inferior era una gran cámara rectangular, contigua a los enormes motores centrales, con un tablero de mando duplicado exacto del que existía en el puente de la parte superior de la nave. El gran vehículo espacial podía ser guiado indistintamente desde uno u otro tablero, aunque la prioridad correspondía al puente. El oficial de guardia gozaba del derecho de tomar decisiones importantes en caso de urgencia.

Lesbee efectuó un rápido cálculo mental y dedujo que el primer oficial, Miller, se hallaba de guardia en el puente. Miller era un leal partidario de Browne. Probablemente, el individuo les observaba en una de sus pantallas, preparado para acudir en ayuda de su jefe en caso necesario.

Pocos minutos después, Lesbee escuchaba pensativo a Browne mientras éste leía el comunicado conjunto a través del intercomunicador, designándole capitán en tierra, un poco asombrado y un mucho consternado ante la confianza total que el otro hombre albergaba respecto a su poder personal y posición en la nave. Ascender al principal de sus rivales a un cargo tan alto constituía un paso decisivo.

El siguiente acto de Browne fue asimismo sorprendente. Todavía ante los visores, alargó una mano, palmeó con afectuoso gesto los hombros de Lesbee y se dirigió así a sus auditores:

– Como todos saben, John es el único descendiente directo del capitán original. Nadie conoce con exactitud lo sucedido hace cincuenta años, cuando mi abuelo tomó por primera vez el mando. Pero recuerdo que el anciano se empeñaba en que tan sólo él sabía cómo debían ser las cosas. Dudo que confiara en lo más mínimo en cualquier mequetrefe al que no tuviera controlado por entero. A mí me daba la sensación de que mi padre era la víctima, más que el beneficiario, del carácter y el sentimiento de superioridad de mi abuelo. -Esbozó una animada sonrisa-. En cualquier caso, amigos míos, no podemos recomponer los huevos que se rompieron entonces. -Su tono adquirió una súbita firmeza-. Pero sí procurar que cicatricen las heridas, sin negar el hecho de que mi instrucción y experiencia personal me convierten en el capitán más apropiado para la nave. El capitán Lesbee y yo vamos a tratar de comunicarnos con la forma de vida inteligente que hemos capturado. Se les permite presenciar la entrevista, aunque nos reservamos el derecho a interrumpir la conexión si lo juzgamos preciso. -Se volvió hacia Lesbee-. ¿Qué piensa que deberíamos hacer primero, John?

Lesbee se hallaba ante un dilema. Se había presentado la primera gran duda, la posibilidad de que el otro hombre fuera sincero. Cosa especialmente inquietante puesto que, en tan sólo unos minutos, se revelaría una parte de su plan.

Suspiró y se dijo que no podía echarse atrás en aquel momento. «Tendremos que poner al descubierto toda esta locura. Sólo entonces estaremos en condiciones de empezar a considerar el acuerdo como algo real», pensó.

– ¿Por qué no sacamos al prisionero a fin de verle mejor? -propuso con voz firme.

Mientras el rayo tractor alzaba a Dzing, apartándole así de las energías que habían eliminado sus ondas de pensamiento, el karniano entró en contacto telepático con Alta III.

«He sido encerrado en un espacio confinado, cuyo metal posee barreras energéticas contra la comunicación. Ahora trataré de percibir y evaluar la condición y objetivos de esta nave…»

En aquel punto, Browne estiró la mano y cerró el intercomunicador. Ya sin otros ojos que les observasen, se volvió acusador hacia Lesbee.

– ¿Por qué no me ha informado de que estos seres se comunican por telepatía?

Su voz sonó amenazadora. En su rostro apareció un rubor indicativo de su cólera.

Era el momento del descubrimiento.

Lesbee vaciló. Luego, se limitó a señalar cuán precaria había sido la relación entre ambos. Concluyó con franqueza:

– Pensé que, manteniéndolo en secreto, lograría permanecer con vida un poco más, cosa que usted no se proponía cuando me envió en la nave exploratoria como sacrificable.

– Pero ¿cómo esperaba utilizar…? -preguntó Browne, con brusquedad. No acabó su frase-. Bueno, no importa.

Dzing estaba transmitiendo de nuevo.

«En muchos aspectos, se trata de un tipo de nave muy avanzada desde el punto de vista mecánico. Los motores de energía atómica están instalados a la perfección. La maquinaria automática actúa de forma magnífica. Existe un enorme equipo energético y poseen un rayo tractor capaz de contrarrestar todos nuestros artefactos móviles. Pero hay un error en los flujos energéticos de esta nave, algo que carezco de experiencia para interpretar. Voy a facilitar algunos datos…»

Los datos consistieron en diversas medidas de ondas, con toda evidencia, según dedujo Lesbee, las longitudes de onda de los flujos energéticos implicados en el «error».

– Será mejor devolverlo a la jaula mientras analizamos el significado de su charla -dijo Lesbee, con repentina alarma.

Browne siguió la sugerencia. Durante el proceso, Dzing transmitía:

«Si lo que sugiere es cierto, estos seres están a nuestra entera merced…»

En este punto, se interrumpió el contacto.

– Lamento haber cortado la comunicación, amigos míos.

– Browne había vuelto a conectar el intercomunicador-. Os interesará saber que hemos logrado sintonizar los impulsos del pensamiento del prisionero e interceptar sus llamadas a alguien situado en el planeta. Eso nos da una ventaja. -Se volvió hacia Lesbee-. ¿No está de acuerdo?

Browne no demostraba ansiedad alguna, en tanto que las últimas palabras de Dzing habían dejado sin habla a Lesbee. A nuestra entera merced… El significado estaba bien claro. Se preguntó perplejo cómo era posible que Browne ignorase su vital importancia.

– ¡Me siento muy excitado por esa cuestión de la telepatía! -le dijo Browne, pleno de entusiasmo-. Si lográsemos desarrollar nuestros propios impulsos mentales, constituiría un atajo maravilloso para la comunicación. Quizá si recurriésemos al principio del dispositivo de aterrizaje por control remoto, que como usted sabe es capaz de proyectar pensamientos humanos a un nivel simple, tosco, cuando las energías ordinarias se ven turbadas por el intenso campo precisado para el aterrizaje…

Lesbee encontró muy interesante la sugerencia, puesto que precisamente tenía en su bolsillo un control remoto para tales impulsos mentales producidos de manera mecánica. Por desgracia, se trataba sólo del control de la nave auxiliar. Sin duda sería aconsejable sintonizarlo también al sistema de aterrizaje de la gran nave. Un problema en el que ya había pensado con anterioridad. Ahora Browne le abría el camino hacia una fácil solución.

– Capitán -dijo, manteniendo firme su voz-, permítame programar esos computadores analógicos de aterrizaje, mientras usted prepara el proyecto de comunicación mediante película. Así estaremos dispuestos para tratar con él, de una forma u otra.

No suscitó, al parecer, ninguna sospecha en Browne, puesto que accedió al instante.

Siguiendo las órdenes de éste, varios hombres trajeron un proyector y lo montaron con rapidez en un extremo de la sala. El operador y el tercer oficial, Mindel, que habían entrado juntos, ocuparon los dos sillones contiguos al proyector, se ajustaron las correas y se declararon listos para empezar.

Entretanto, Lesbee llamó a varios hombres del personal técnico. Sólo uno de ellos protestó.

– Pero, John -dijo-, de esa forma nos veremos con un control doble… Y el de la nave auxiliar tendrá prioridad sobre el de ésta. Eso es bastante anormal.

En efecto. Pero daba la casualidad de que el control que Lesbee llevaba en su bolsillo, el único capaz de maniobrar con rapidez, correspondía a la pequeña nave.

– ¿Deseas hablar con el capitán Browne al respecto? -preguntó cortante-. ¿Necesitas su visto bueno?

– No, no. -Las dudas del técnico se desvanecieron en apariencia-. Oí cómo te nombraban capitán adjunto. Tú eres el jefe. Se hará como deseas.

Lesbee colgó el teléfono del circuito cerrado por el que hablaba y se volvió. Fue entonces cuando vio que la película estaba dispuesta y que Browne apoyaba las manos sobre los mandos del rayo tractor. El capitán de la nave le miró con aire interrogativo.

– ¿Prosigo? -preguntó.

En el penúltimo instante, Lesbee se sintió invadido por la duda. La única alternativa para los planes de Browne consistía en revelar su propio conocimiento secreto.

Vaciló, atormentado por la incertidumbre.

Le importaría desconectar eso?

Señaló el intercomunicador.

Volveremos a estar con ustedes en un minuto, amigos anunció Browne a la audiencia.

Cerró la conexión y miró inquisitivamente a Lesbee.

Capitán -dijo éste en voz baja-, debo informarle que traje abordo al karniano con la esperanza de usarlo en su contra.

– Bien, ésa es una admisión franca y abierta -replicó blandamente el oficial.

– Lo menciono porque, caso de que usted tuviera motivos similares, deberíamos aclararlo todo antes de proceder con este ensayo de comunicación.

Un brote de color se esparció por el cuello y la cara de Browne.

– No sé cómo convencerle -dijo por fin, hablando con gran lentitud-, pero le aseguro que no había planeado nada en absoluto.

Lesbee contempló el franco semblante de Browne. De repente, decidió creer en la sinceridad del oficial. Había aceptado el compromiso. La solución de una capitanía compartida le satisfacía.

Lesbee tomó asiento, experimentando una enorme alegría. Pasaron segundos antes de que comprendiera la esencia de aquella excitación tan intensa y agradable. Se debía simplemente al descubrimiento de que…, de que la comunicación daba resultados. Podías decir tu verdad y conseguir que te escucharan…, siempre que dicha verdad tuviera sentido.

Le pareció que su verdad tenía infinidad de sentido. Acababa de ofrecer a Browne la paz a bordo de la nave. Paz a un determinado precio, por supuesto. Pero paz al fin y al cabo. Y en aquella grave contingencia, Browne reconocía toda la validez de la solución.

Todo estaba claro ahora para Lesbee.

Sin dudarlo más, reveló que las criaturas que habían asaltado la nave auxiliar eran robots, no seres vivos.

Browne asintió pensativo.

– Sin embargo, no entiendo de qué le hubiera servido eso para apoderarse de la nave -comentó por fin.

– Tal como usted sabe, señor -explicó Lesbee con gran paciencia-, el sistema de aterrizaje por control remoto incluye cinco ideas principales, que se proyectan con mucha fuerza sobre el nivel del pensamiento. Tres de ellas se emplean como guía: arriba, abajo y hacia los lados. Campos magnéticos intensos, cualquiera de los cuales podría perturbar en parte el complejo proceso mental de un robot. La cuarta y la quinta son instrucciones para que se produzca la detonación, bien en una dirección, bien en otra. La fuerza de la explosión depende de a qué distancia se conecta el control. Puesto que se utiliza una energía abrumadora, esas sencillas órdenes tendrían prioridad sobre el robot. Cuando éste llegó a la nave, le coloqué un receptor-escudriñador no detectable. El aparato registró dos fuentes de potencia, una hacia delante y otra hacia atrás, a partir del pecho. Por eso lo puse de espaldas cuando lo traje aquí. Pero el hecho es que podría haberlo inclinado, apuntando a un blanco, y activado el cuarto o quinto control, destruyendo así todo lo que se hallara en el camino de la detonación resultante. Como es natural, tomé todas las precauciones para asegurarme de que no sucediera hasta que usted hubiera aclarado sus intenciones. Una de tales precauciones nos permitirá captar los pensamientos de la criatura sin…

Mientras hablaba, metió su mano en uno de sus bolsillos, con la intención de mostrar a Browne el diminuto dispositivo de control de dos posiciones que les capacitaría, desconectando el aparato, para leer los pensamientos de Dzing sin sacarlo de la jaula.

Se interrumpió en su explicación al percibir la desagradable expresión que había asomado de pronto al rostro de Browne.

El corpulento capitán miró fugazmente al tercer oficial, Mindel.

– Bien, Dan -dijo-. ¿Crees que ya lo tenemos?

Lesbee advirtió consternado que Mindel llevaba puestos unos auriculares amplificadores de sonido. Debió de escuchar todas y cada una de las palabras que Browne y él habían pronunciado.

– Si, capitán -asintió Mindel-. Pienso, con toda certeza, que acaba de revelarnos lo que deseábamos averiguar.

Lesbee vio que Browne se soltaba el cinturón de seguridad contra la aceleración y se apartaba de su asiento. El capitán se volvió y le miró, muy erguido.

– Técnico Lesbee -dijo en tono formal-, hemos oído su confesión de haber faltado gravemente a su deber, conspirar para derribar al gobierno legal de esta nave, tramar la utilización de criaturas extraterrestres para destruir seres humanos y otros crímenes abominables. En esta situación en extremo peligrosa, está justificada la ejecución sumaria sin juicio formal. En consecuencia, le sentencio a muerte y ordeno al tercer oficial, Dan Mindel, que…

Titubeó y se detuvo en seco.

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