Introducción
Reflujo y nueva ola
Mike Ashley

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Treinta años en marcha

En abril de 1956, Amazing Stories celebró su trigésimo aniversario con un número especial de doble número de páginas. Incluía fundamentalmente catorce relatos -seleccionados en números atrasados de Amazing que abarcaban de 1927 a 1942-, obra de autores como Isaac Asimov, Robert Bloch, David H. Keller, Neil R. Jones y Raymond Z. Gallun. Una sección especial de aquel número recogía diversas predicciones de hombres famosos sobre lo que nos traería el año 2001. Entre esas celebridades, se contaba el escritor Philip Wylie. Su predicción fue la más breve, aunque posiblemente la más exacta: «un vacío total». Por su parte, el artista Salvador Dalí previó que el arte y la ciencia se fusionarían, una visión que ya está convirtiéndose en realidad.

Resultó un número impresionante, que se apartaba mucho de los publicados el año anterior, cuya calidad literaria dejaba mucho que desear. Amazing Stories fue la primera revista de ciencia ficción en lengua inglesa (abril de 1926), y sufrió varias transformaciones desde los días de Gernsback. En 1953, con Howard Browne como director, un hombre que admitía francamente que no le gustaba la ciencia ficción, la revista, aprovechando el boom de las publicaciones del género, cambió su familiar formato por el tamaño de bolsillo, más práctico. Los primeros años cincuenta habían contemplado el florecimiento de nuevas revistas. Muchas de ellas fracasaron, pero casi todas habían adoptado el tamaño de bolsillo. En 1955, la mayoría de las que conservaron el tamaño corriente habían desaparecido. Sólo Science Fiction Quarterly sobrevivió.

En abril de 1956, al principio de esta historia, existían en Estados Unidos catorce revistas de ciencia ficción, que aparecían con regularidad. Eran, en primer lugar y por orden de calidad, Astounding SF, dirigida por John W. Campbell; The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F and SF para abreviar), dirigida por Anthony Boucher; Galaxy, bajo la dirección de Horace L. Gold, e If, publicada por James L. Quinn. A continuación, venia el trío de amenas revistas dirigidas por Robert Lowndes: Science Fiction Stories, con las palabras The Original… a manera de prefijo, a fin de identificar la publicación con la primera Science Fiction, nacida en 1939; Future SF y SF Quarterly. Los puestos siguientes los ocupaban Infinity, la más reciente de todas, dirigida por Larry Shaw, y Fantastic Universe, de Leo Margulies. Todas ellas eran superiores a las restantes: Other Worlds, dirigida por Raymond A. Palmer, Amazing Stories y su compañera Fantastic, y las dos revistas de William Hamling, Imagination e Imaginative Tales.

Amazing, Astounding, Fantastic Universe, Galaxy y F and SF se publicaban mensualmente; las demás, cada dos meses o de manera irregular.

En 1955, los lectores supusieron que, en general, el boom del género había pasado. La aparición y el triunfo de Infinity demostraba en apariencia lo contrario. Tal vez su éxito continuaba, y el mundillo de la ciencia ficción se encontraba en aquel momento en el centro mismo de la borrasca. Al fin y al cabo, el mayor fracaso se debía a que la American News Company dejó de distribuir revistas de gran formato, haciendo que muchos nombres famosos desaparecieran de la noche a la mañana. Los editores oportunistas que se habían unido a los ganadores desviaron su atención hacia otros campos, y la ciencia ficción se redujo hasta adoptar proporciones más controlables. No obstante, la prolongada supervivencia de una mala literatura hacía pensar que no era precisamente la calidad lo que mantenía una revista.

En 1956, no cabía ya ninguna duda de que el mundo de la revista de ciencia ficción se tambaleaba. Empezaban a surgir nuevas publicaciones; otras desaparecían. Las revistas se enfrentaban al desafío del floreciente mercado del libro de bolsillo y la televisión. La misma ciencia ficción estaba siendo bombardeada en dos frentes por los fanáticos de los platillos volantes y una serie de monstruosas películas de terror seudocientífico. En medio de toda esta confusión, la única salvación posible, es decir el nacimiento de la era espacial, tardaría aún meses en tener lugar. Indudablemente, nos hallábamos en pleno caos.

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El torbellino de la ciencia ficción

A lo largo de toda su existencia, la ciencia ficción ha estado sometida a toda clase de tendencias y caprichos. Lógicamente, no escapó tampoco al culto de los platillos volantes, de los OVNI, un culto que sigue hoy más floreciente que nunca y que, de modo muy ostensible, tuvo su nacimiento en las revistas de ciencia ficción. Entre sus primeros defensores hay que señalar a Raymond A. Palmer.

Palmer, nacido en 1910, aficionado y devoto de la ciencia ficción desde su juventud, había sido editor de Amazing Stories de 1938 a 1949 y, gracias a su instinto de lo sensacional, había elevado la circulación de su revista hasta convertirla en la más importante del ramo. Pero lo hizo a costa de alcahuetear los más extremados cultos marginales y de halagar al lector susceptible, para gran irritación de los puristas. El punto máximo (o la más profunda caída) en el sensacionalismo de Amazing lo constituyó el misterio Shaver que suscitó en Palmer una verdadera obsesión por los enigmas, y le llevó a desviarse de la ciencia ficción. En 1948, creó Fate, precursora de todas las revistas sobre ocultismo y que todavía se publica actualmente (aunque no ya relacionada con Palmer). Dentro del campo de la ciencia ficción, Palmer lanzó Other Worlds, contratando como redactor jefe a la joven Beatrice Mahaffey. En sus mejores momentos, Other Worlds fue una excelente revista, pero las constantes interferencias de Palmer, en su afán de sensacionalismo, se oponían a la publicación de cualquier literatura potencialmente buena.

En 1952, Palmer colaboró con Kenneth Arnold en la redacción del primer volumen definitivo sobre los OVNI, The Coming of the Saucers (La llegada de los platillos). Para promocionarlo, incluyó en Other Worlds mucho material sobre los OVNI, por ejemplo un relato semificticio, publicado en 1951 en forma de folletín, I Flew in a Flying Saucer (Yo viajé en un platillo volante), atribuido a un tal capitán A.V.G., y varios artículos en el número de enero de 1952. También aparecieron artículos acerca de los OVNI en Fate y, después de 1954, en Mystic, la nueva revista de ocultismo de Palmer.

En 1955, Other Worlds perdía dinero en graves proporciones. Palmer decidió aventurarse en contra de la tendencia general y, mientras que el resto de las publicaciones se apresuraban a pasar del tamaño normal al formato de bolsillo, el número de noviembre de 1955 de Other Worlds volvía al primitivo. Palmer se justificaba así:


«Si Other Worlds resulta un mal negocio, se debe sin duda a que Palmer es lo que ustedes afirman que es. Y él no se sentirá demasiado orgulloso de sí mismo en el momento de arrojar la toalla y dejar el ring a hombres mejores. No nos queda más dinero que perder. Lo hemos perdido todo».


Por algún tiempo, Other Worlds se defendió bastante bien. Su literatura jamás concordaba con los inflamados superlativos que Palmer lanzaba al lector en su propaganda introductoria, pero contenía aventuras bastante sólidas y a menudo admirablemente ilustradas por Virgil Finlay, Lawrence e incluso Hannes Bok. Una de las novelas que a Palmer le hubiera gustado ofrecer al público era Tarzan on Mars (Tarzán en Marte), de Stuart J. Byrne. Sin embargo, los herederos de Burroughs pusieron objeciones a la obra y no se autorizó su publicación. Aun ahora, la novela continúa inédita.

En 1956, Other Worlds quedó bajo la dirección de una sola persona, una vez que Bea Mahaffey abandonó el redil. En la edición de mayo de 1957, Palmer se adjudicó los honores de publicar las mejores historias y la revista más amena en el campo de la ciencia ficción. Afirmaba que Other Worlds había alcanzado su objetivo y que en aquel momento entraba en una nueva fase. Lo que en realidad pretendía decir era que Other Worlds estaba cubriendo gastos y que deseaba seguir experimentando, aunque sin perder la oportunidad de volver a la modalidad confirmada, en caso de que las cosas salieran mal. Hay que confiar en Palmer a la hora de las innovaciones. Una vez más, triunfó con Other Worlds. Utilizó un truco al que otras revistas habían recurrido ya durante el mismo período, pero añadiéndole el sello Palmer.

Hasta entonces, Other Worlds había sido bimensual. A partir de entonces, pasó a ser mensual, aunque con una variante. Ostensiblemente puesta a la venta como la misma revista, su número de junio de 1957 llevaba el título FLYING SAUCERS from Others Worlds, y el correspondiente a julio, el de Flying Saucers from OTHER WORLDS. De ese modo, Palmer podría determinar el campo más lucrativo. Publicando dos revistas como una sola, consiguió astutamente que se le siguiese aplicando la licencia postal de segunda clase, cosa vital para él puesto que le evitaba costosos cargos adicionales en el correo.

Ambas revistas presentaban una clara diferencia. Other Worlds conservaba la parte literaria y las secciones especiales, mientras que Flying Saucers abandonaba por completo la novelística. Las consecuencias se hicieron evidentes al momento, y prácticamente ya habían sido anticipadas por Palmer. Los fanáticos de los OVNI clamaron de inmediato en favor de los inimitables números de Flying Saucers, en tanto que los incondicionales de la ciencia ficción, con infinidad de otras revistas a su disposición, decidieron que Palmer había expuesto sus intenciones con toda claridad y le dejaron a solas con ellas. Como si Palmer deseara darle la estocada final, el número de julio de 1957 de Other Worlds ostentaba un índice mediocre, que incluía la reedición de Quest of Brail, de Richard Shaver, garantizando así la exasperación de los intransigentes aficionados a la ciencia ficción. En consecuencia, Flying Saucers logró buenas ventas, mientras que las de Other Worlds menguaron. Palmer no tardó en tomar una decisión (casi con toda certeza planeada con gran anticipación), y tras un último número literario, publicado en septiembre, la revista pasó a llamarse simplemente Flying Saucers. Con este nombre continuó sin problemas hasta la década de los sesenta.

Para los principales lectores de las revistas de ciencia ficción, este hecho significó el abandono de Palmer, después de casi treinta años. Pero Palmer no estaba acabado. En años posteriores, creó una revista no literaria, Space World, y una publicación ocultista, Search (una segunda versión de Mystic). Asimismo, cumplió su promesa de editar La verdadera historia del Misterio Shaver, que apareció en el número uno de The Hidden World, en la primavera de 1961. Se trataba de una revista de ocultismo, claramente apartada de la novelística. En ella se reeditó el famoso I Remember Lemuria! (¡Recuerdo Lemuria!) y varios artículos de fondo, muy detallados, obra de Palmer y Shaver. En total, hasta el otoño de 1962, aparecieron ocho números trimestrales de The Hidden World. Más recientemente, Palmer inició la publicación de una revista de escasa circulación, Forum, donde se invita a los lectores a discutir a fondo diversos tópicos. Como es natural, éstos se centran en los OVNI y el shaverismo. El último número que he tenido en mis manos, fechado en septiembre de 1973, todavía trata extensamente del fenómeno Shaver. Richard S. Shaver falleció en noviembre de 1975. Mis recientes intentos de ponerme en contacto con Ray Palmer resultaron infructuosos.

El culto de los OVNI no se manifestó tan sólo en las revistas de Palmer. 1957 fue sin duda alguna el año de los OVNI. El número de febrero de 1957 de Fantastic Universe estuvo dedicado a dicho tema. Se incluían artículos de Ivan T. Sanderson, el famoso explorador y naturalista, y de Gray Barker, editor de The Saucerian Review. Casi toda la parte literaria enfocaba el tema de los platillos volantes. Por ejemplo, Invasión, de Harlan Ellison, un relato de lo que podría suceder si llegasen los platillos. A lo largo de 1957 y 1958, Fantastic Universe ofreció una serie de artículos sobre los OVNI, lo cual motivó que muchos de los lectores aficionados a la ficción le retirasen su adhesión, culpando en parte del hecho al entonces reciente nombramiento de Hans Stefan Santesson como director. Santesson era un popular escritor y editor de literatura de misterio y policíaca, que asistía con regularidad a las reuniones de ciencia ficción y colaboraba en Fantastic Universe con una sección de crítica titulada «Universe in Books». En 1956, cuando Leo Margulies abandonó KingSize Publications para establecer un nuevo mercado, Santesson ocupó su cargo. La calidad de la revista decayó a partir de aquella fecha. Sin embargo, no hay que achacar toda la culpa a Santesson. Se trataba de un síntoma del mal que padecía la ciencia ficción en su conjunto. Aun así, el estigma recayó con rapidez sobre Santesson y su revista. El acrecentado interés por los OVNI exacerbó la situación. Una década después, Santesson contribuiría a la manía del saber OVNI con su propio libro, Flying Saucers in Fact and Fiction (Los platillos volantes en la realidad y la ficción) (1968). No obstante, los escritores consideraban a Santesson como un editor amable, servicial y útil.

Por si esto no bastara, una tercera revista vino a entrometerse en el mercado OVNI. En octubre de 1957, la Amazing Stories publicó un número especial sobre los OVNI, dedicando la mitad de sus páginas a artículos de personajes como Raymond Palmer, Kenneth Arnold, Gray Barker y Richard Shaver. Sólo incluía dos cuentos, ambos relacionados con los OVNI; uno de ellos -obra de Harían Ellison, bajo el seudónimo de Ellis Hart-, Farevvell to Glory (Adiós a la gloria).

Howard Browne abandonó en 1956 la dirección de Amazing Stories al dejar Ziff-Davis para trasladarse a Hollywood. La vacante fue ocupada por Paul W. Fairman, escritor, que poseía cierta experiencia editorial gracias a Amazing y Fantastic y fue el primer editor de If.

Pese a que Howard Browne no gustaba de la ciencia ficción, sus revistas no revelaban tal circunstancia. En cambio, debe suponerse que a Fairman sí le interesaba, ya que se dedicaba al género. Sin embargo, desde el momento en que se hizo cargo de Amazing y Fantastic, ambas cobraron un aspecto pobre y descuidado, con un contenido falto por completo de inspiración, indicando a las claras que Fairman se despreocupaba por entero de ellas, lo cual no significa que no supiera dirigirlas. Adoptaba una política muy sólida: acortar en la medida de lo posible y aspirar al mínimo denominador común. Por desgracia, dicha política surtió efecto. A pesar de la baja calidad de las revistas, que con frecuencia rozaba en lo deprimente, ambas sobrevivieron y prosperaron, mientras otras se hundían.

La actitud de Fairman fue bastante similar a la de Palmer, aunque nunca tan sensacionalista. A mediados de la década de los cincuenta, la mayoría de los lectores de esas revistas se reclutaban entre los adolescentes, seducidos por los vislumbres de la era espacial. Deseaban una literatura de acción rápida y no les importaba gran cosa la caracterización o la introspección. Este tipo de historia se escribía con facilidad y abundaban los escritores novatos deseosos de poner manos a la obra como fuera. Fairman llegó a un acuerdo con un grupito de autores a fin de que produjeran una cantidad de líneas mensuales fijadas de antemano, que pasaban directamente a las prensas con escasa, por no decir ninguna, corrección. Autores como Henry Slesar, Milton Lesser y, sobre todo, Robert Silverberg entregaron al mes sus miles de palabras a cambio de cheques regulares. La situación se prestaba, claro está, al abuso. No obstante, por una especie de gracia salvadora, la mayoría de esos escritores se mostraron concienzudos, pese a no tener ninguna necesidad de serlo. Podían escribir lo que les gustara, como les gustara y, puesto que la mayor parte de sus obras aparecía bajo un seudónimo de la casa, no se exponían a crítica alguna. La práctica del seudónimo de empresa fue, y sigue siéndolo en menor grado, común entre los editores, por cuanto permite publicar bajo la misma firma la obra de varios escritores. Estos seudónimos abundaron en especial en las revistas de Ziff-Davis -con nombres como S.M. Tenneshaw, Alexander Blade y Gerald Vance-, y todavía se desconoce a ciencia cierta el autor de cada una de tales obras. Por fortuna, el talento real no puede mantenerse oculto, y el de Silverberg y el de Ellison se transparentaban lo suficiente para que sus colaboraciones resultaran superiores a las de sus colegas. Silverberg recuerda así aquella época:

El verano de 1955 en Nueva York fue caluroso y deprimente, estableciéndose a diario récords de temperatura y humedad. Sin embargo, en una decrépita casa de apartamentos de la calle 114 Oeste, a la sombra de la Universidad de Columbia, un joven imberbe, de ojos vivos, golpeaba afanosa e incansablemente una máquina de escribir, ya casi humeante, escribiendo día y noche relatos de ciencia ficción, con la furiosa energía de quien acaba de empezar a vender regularmente sus obras y teme descansar por un instante, dejando que se desvanezca el aroma del triunfo.

Aquel joven trabajador se llamaba Robert Silverberg. No era el único escritor atareado que había en el edificio en aquel tiempo. En el piso de al lado, se alojaba un tal Randall Garrett y, en la planta inferior, un refugiado de Ohio llamado Harlan Ellison. Y también ellos hacían trabajar al máximo sus máquinas de escribir.

Fairman efectuó algunos experimentos con sus revistas. Por ejemplo, en junio de 1956, Fantastic dedicó un número especial a los sueños. Su aceptación inspiró a Fairman la idea de una nueva revista de fantasía y ciencia ficción, que se llamaría Dream World. El primer número, fechado en febrero de 1957, se puso a la venta la víspera de Navidad de 1956, aspirando a un cierto nivel cultural al reeditar ciertas historias de P. G. Wodehouse y Thorne Smith. Por desdicha, los números siguientes se rellenaron con las acostumbradas fruslerías, producidas en serie por la «fábrica de ficción». Nacida como bimensual, Dream World consiguió sacar a trancas y barrancas tres números trimestrales, antes de morir para no resucitar jamás.

La suerte de Dream World se limitaba a subrayar la situación dramática en que se hallaban Amazing y Fantastic. Sigue siendo un misterio cómo lograron continuar, a no ser que se explique gracias a su fuerte núcleo de fieles lectores dotados de un inagotable optimismo. A continuación, Fairman decidió sacar provecho del floreciente mercado cinematográfico de ciencia ficción y procedió sin titubeos a publicar una proyectada serie de Amazing Stories Science Fiction Novels. Henry Slesar fue contratado para escribir una novela basada en el guión cinematográfico de Bob Williams y Chris Knopf, basado a su vez en el relato de Charlotte Knight, para la película de la Columbia: 20 Million Miles to Earth! (¡A 20 millones de millas de la Tierra!) (1957). Los efectos especiales de Ray Harryhausen salvaron la película, pero nada podía salvar la novela. Tras el primer número de la serie, en el verano de 1957, no se publicaron más Amazing Novels, aunque el proyecto puso de relieve un posible vínculo entre el cine y las revistas que sería explotado en años siguientes.

Fairman continuó con sus números especiales. Después de la edición dedicada a los OVNI, comprometió realmente su posición reviviendo el Misterio Shaver en el número de julio de 1958 de Fantastic. ¿Acaso creyó Fairman que, complaciendo a los grupos marginales, recuperaría para Amazing la gran circulación de la posguerra? De ser así, se equivocó. La situación había cambiado por entero en el transcurso de aquella década. En 1946, Amazing era una de las seis únicas revistas de ciencia ficción existentes. Aparte de ellas, poco más había disponible. En 1958, en cambio, Amazing suponía una más entre el racimo de revistas amenazadas en su supremacía por el cine, la televisión y, lo más importante de todo, el mercado del libro de bolsillo. Fairman vivía de un modo ciertamente peligroso.

Pese al hecho de que el campo de la revista presentaba todos los síntomas de un barco a punto de zozobrar, los editores debieron de pensar que aún existía una posibilidad de salir a flote, pues, durante todo el año 1957, se produjo un flujo constante de revistas nuevas, inspirado quizá por el éxito inicial de Infinity, nacida en noviembre de 1955. En su primer número, había ofrecido The Star (La estrella), de Arthur C. Clarke, que obtuvo el Premio Hugo. Los ingresos de la revista fueron lo bastante saneados para que su editor, Irwin Stein, pensara en una publicación hermana. Su aparición provocó una inmediata confusión.

Durante los años del boom, Lester del Rey había iniciado una revista llamada Science Fiction Adventures, que, después de nueve números, desapareció en mayo de 1954, al ocupar Harry Harrison el cargo de director. En 1957, cuando aún no habían transcurrido tres años, aparecía una nueva Science Fiction Adventures, aunque en esta ocasión publicada por Larry Shaw (nacido en 1924), director de Infinity. Lo que dejó perplejos a los lectores fue que la edición estaba numerada como volumen 1, número 6… ¿Dónde se habían metido los cinco números intermedios? Si se trataba de una continuación de la antigua revista, ¿por qué no llevaba el número diez? La respuesta no se conoció de inmediato. Cuando la siguiente edición apareció satisfactoriamente numerada con el número dos, la mayoría de los lectores pensaron que se trataba de una errata y dejaron de preocuparse por el asunto.

Pero no se había producido ninguna errata. La explicación reside en la misma razón por la que Ray Palmer cambió de Other Worlds a Flying Saucers: la tan ambicionada licencia postal de segunda clase. Al mismo tiempo que lanzaba Infinity, Irwin Stein había iniciado la publicación de una revista hermana del género policiaco, Suspect. En contra de lo esperado, Infinity triunfó, en tanto que Suspect se iba al garete. Stein decidió, por lo tanto, convertir Suspect en una revista de ciencia ficción y, para evitar la pérdida de su autorización postal, se limitó a cambiarle el nombre, manteniendo la misma numeración. De modo que, tras el quinto número de Suspect, llegó el sexto de Science Fiction Adventures. Por desgracia, Correos no admitió tal engaño, y Stein hubo de atenerse a las normas. Palmer conservó la exclusiva de su fórmula de tránsito, que le permitió pasar por alto las reglas.

SF Adventures, dirigida a un público juvenil, alardeaba de ofrecer «nuevas novelas de acción completas». El uso de la palabra «novela» requirió un verdadero esfuerzo de imaginación, ya que el relato de fondo, The Starcombers (Los exploradores de estrellas), de Edmond Hamilton, sólo tenía quince mil palabras de extensión. Los otros dos, ambos colaboración de Silverberg y Garrett con diversos seudónimos, todavía eran más cortos. En su editorial, Larry Shaw se lamentaba de la pérdida de un «sentido de lo maravilloso» en la ciencia ficción, afirmando que SF Adventures lo restablecería. De hecho, la revista no difería de Imaginative Tales, con la diferencia de que, en esta última, sólo las novelas de fondo tenían cierta calidad, mientras que los cuentos de relleno se reducían a puro desecho de las fábricas de ficción. En comparación, SF Adventures parecía más sustancial, y ofrecía excelentes ilustraciones de Ed Emshwiller. Eso le proporcionaba una ventaja psicológica frente al lector, incluso antes de que éste llegara a la ficción, asimismo de mejor calidad. En ella se publicaron algunas de las mejores obras de Silverberg de aquel período, por ejemplo su serie Chalice of Death (Cáliz de muerte), firmada con el seudónimo Calvin Knox. La trilogía, que narraba el descubrimiento de la antigua Tierra miles de años después de que su imperio se hubiera esparcido por todo el universo y el subsecuente cumplimiento de la profecía según la cual aquélla recuperaría su antiguo poder, fue publicada más tarde en forma de libro con el título Lest We Forget Thee, Earth (Para que no te olvidemos, Tierra) (1958).

SF Adventures no fue la primera de la nueva nidada de revistas. Su número inicial estaba fechado en diciembre de 1956. Satellite SF había aparecido en octubre del mismo año.

Editada por Renown Publications, de la Quinta Avenida, Nueva York, Satellite SF estaba dirigida por un hombre conocido de todos en el mundo de la revista, Leo Margulies. Margulies (1900-1975) era uno de los editores más respetados por su experiencia y sus conocimientos. Después de abandonar Fantastic Universe, había fundado su nueva firma editorial por diversas razones, aunque de ninguna manera para publicar Mike Shayne's Mystery Magazine y la pretendida reedición de Weird Tales. Esta última no llegó a materializarse, al menos no en aquella época, aunque su vieja compañera, Short Stories, volvió a editarse, ofreciendo como mínimo un relato de ciencia ficción por número.

Margulies solicitó la ayuda de Sam Merwin para editar Satellite, reconstituyendo el equipo que había puesto en marcha Fantastic Universe en 1953.

La idea de Satellite no era nueva. Consistía en presentar una novela completa por número, acompañada de un puñado de cuentos. La misma estructura fue adoptada ya para las antiguas Quarterlies, aparecidas entre 1928 y 1934, y constituyó la fuerza de Starling Stories. Esta última publicación había sido prácticamente la única en la que los aficionados podían encontrar novelas legibles a un precio módico. Pero, en 1956, los libros de bolsillo inundaron el mercado, de tal forma que Satellite decidió rivalizar francamente con él ofreciendo una novela completa, incluso de extensión superior a la normal, por el mismo precio (treinta y cinco centavos). Margulies cumplió su palabra. A diferencia de las quince mil palabras de SF Adventures, el primer número de Satellite presentó The Man from Earth (El hombre de la Tierra), de Algis Budrys, con una extensión de treinta y cuatro mil palabras, y el número dos, A Glass of Darkness (El espejo de las tinieblas), de Philip K. Dick, con un total aproximado de cuarenta mil palabras.

La novela más renombrada entre las publicadas en Satellite fue sin duda The Languages of Pao (Las lenguas de Pao), de Jack Vance, incluida en los números de diciembre de 1957. Esta intrincada narración sobre el planeta Pao y la forma en que sus diversos idiomas gobernaban las varias culturas añadió una nueva dimensión a la obra de Vance y le señaló como escritor digno de tenerse en cuenta.

Satellite no ofrecía secciones de cartas o colaboración de los lectores, pero instituyó una de crítica literaria, a cargo de Sam Moskowitz, que se metamorfoseó en una serie de artículos sobre los progenitores de la ciencia ficción y constituiría la base de su libro Explorers of the Infinite (Exploradores del infinito) (1963). Además, Margulies recuperó para el campo de la ciencia ficción a los artistas Leo Morey y Frank R. Paul.

Satellite fue bien recibida en general. Publicaba buena literatura de autores competentes, con un contenido bien equilibrado. En 1953, no habría bastado con eso para mantener la revista a flote, pero en 1957 suponía una excelente baza.

Pisando los talones a Satellite y SF Adventures, nació SuperScience Fiction con un director y un editor nuevos en el campo. El director, W. W. Scott, era un hombre muy experimentado en el terreno de la revista de aventuras de formato normal, aunque no en el de la ciencia ficción, por lo que se limitó a modelar su revista basándose en las ya existentes. Pero no sabiendo diferenciar entre buena o mala ciencia ficción (dejando aparte que estuviera o no bien escrita), pronto adoptó la solución más fácil y recurrió a la fábrica de ficción, en especial a Robert Silverberg, para llenar sus números.

El primero, fechado en diciembre de 1956, llevaba una impresionante portada de Kelly Freas, representando la determinación del hombre de conquistar las estrellas. Con ella se pretendía subrayar lo que sería el tema preferido de Super-Science Fiction: el modo en que la ciencia del futuro afectaría al individuo. En realidad, ya en el primer número, el proyecto quedaba reducido al intento por parte de los autores de crear personajes en el contexto de sus, por otra parte, típicas aventuras espaciales. Catch 'Em All Alive! (¡Atrapadlos vivos a todos!), de Robert Silverberg, relataba simplemente la captura de una multitud de especimenes como muestrario de la fauna extraterrestre. El relato resultaba ameno, pero mal cabía considerarlo como un estudio en profundidad de la humanidad y la ciencia. Desde luego, Silverberg no se proponía tal cosa.

Los lectores, siempre y cuando ignoraran las pretensiones de Scott, encontraron una revista bastante interesante, realmente superior al nivel de Amazing. Y aunque no podía aspirar a ser indispensable, atrajo lectores y se estabilizó en una periodicidad bimensual.

Todavía se creó una revista más antes de finalizar 1956. A diferencia de muchas publicaciones de este periodo, Venture SF no iba dirigida en absoluto al público juvenil. El primer número, fechado en enero de 1957, la presentaba como compañera de la respetable F and SF, la única revista en circulación creciente por aquel entonces, si bien no la dirigía Anthony Boucher, de la F and SF, que se circunscribía a figurar como asesor. La dirección de Venture la ostentaba el director gerente de Mercury Press, Robert P. Mills (nacido en 1920). Mills se había ocupado ya de la mayor parte del trabajo administrativo de F and SF y su ya enajenada compañera Ellery Queen's Mystery Magazine. Ahora, le correspondía el control total de Venture.

Los relatos de Venture se centraron en el sexo y la violencia, a veces hasta un grado nauseabundo. El mejor ejemplo de ello, que formaba parte del primer número, fue The Girí Had Guts (La chica tenía redaños), de Theodore Sturgeon, donde un virus alienígena ataca a los humanos y les obliga a vomitar los intestinos… La narración llevó a un crítico a decir que era la única que le había causado un verdadero malestar físico en toda su vida. La novela de fondo, Virgin Planet (Planeta de vírgenes), de Poul Anderson, giraba en torno a un hombre que aterrizaba en un mundo habitado en exclusiva por mujeres. El número ofreció también un relato humorístico de Charles Beaumont, Oh Father Mine (¡Oh, padre mio!), una retorcida versión del tema del viaje a través del tiempo, en la que un hombre mata a su propio padre antes de haber sido concebido.

El tema sexual continuó siendo el dominante en Venture. Las narraciones estaban bien escritas por buenos autores. En resumen, una excelente revista. Sin embargo, no se vendía demasiado bien. Viéndola ahora, en retrospectiva, se comprende que se adelantaba a su tiempo. Publicada a principio de la década de los sesenta, tal vez habría sido mejor acogida. Pero en 1957, las revistas se apoyaban de manera predominante en los lectores juveniles, y el estilo de Venture no les atraía.

La primavera de 1957 vio el nacimiento de algunas revistas más, aunque ninguna de real importancia. Space SF Magazine que no debe confundirse con la posterior Space SF creada por Del Rey, fue una oportunista publicación de Republic Feature de la calle 55 Oeste, Nueva York, que la presentaba como compañera de Tales of the Frightened, una prolongación de la serie radiofónica neoyorquina del mismo nombre, narrada por Boris Karloff. Pese a que ambas revistas incluían relatos de famosos autores de ciencia ficción, se trataba de productos rechazados por mejores publicaciones, y ninguno poseía un valor perdurable. Dirigidas nominalmente por Lyle Kenyon Engel, sólo vieron un número más cada una, fechado en agosto de 1957, antes de que los editores procedieran a la liquidación de la sociedad, y las publicaciones se esfumaran.

La portada del primer número de Saturn (marzo de 1957) anunciaba ostentosamente: «El eterno Adán», de Julio Verne. Un nuevo hallazgo». Esto le atrajo un número de lectores suficientes para compensar los gastos del primer número, pero la escasa calidad de las ediciones siguientes les desanimaron.

Donald Wollheim, entonces jefe de ediciones de Ace Books, dirigía Saturn. Robert C. Sproul, hijo de Joseph Sproul, director general de Ace News Company, engolosinado con la nueva boga del género, le había pedido que preparara una revista de ciencia ficción. No obstante, cuando las ventas menguaron con gran rapidez después del primer número, Sproul cambió de idea…, pese a que en un determinado momento había sugerido una publicación periódica compañera de la anterior. Planeaba convertir Saturn en una revista entre erótica y policíaca, más en la vena de sus restantes publicaciones. Enfrentado a las restricciones postales que tanto habían preocupado a Stein y Palmer, ensayó su propio truco. Después del número de marzo de 1958, la revista pasó a llamarse Saturn Web Detective Stories y, una vez transcurrido el tiempo suficiente, se eliminó la palabra Saturn. El contenido de la revista se orientó más y más hacia el terror, muy al estilo de las horripilantes revistas baratas de los años treinta. En 1962, se convirtió en Web Terror Stories, y así sobrevivió hasta 1965. De manera ocasional, ofrecía relatos de ciencia ficción de poco valor. Para entonces, Wollheim hacía ya mucho tiempo que se había despedido del proyecto. Si Saturn permanece aún en algunas memorias se debe a que publicó el último relato de Ray Cummings, Requiem for a Small Planet (Réquiem para un pequeño planeta). Desde los primeros tiempos, Cummings fue uno de los nombres más famosos en las revistas baratas de ciencia ficción. Había alcanzado la fama con su cuento microcósmico The Girí in the Golden Atom (La muchacha en el átomo dorado) (All-Story Weekly, 15 de marzo de 1919). Pero a partir de entonces, Cummings no progresó, y en la década de los treinta, se le consideraba como un escritor mercenario, que producía en cadena relatos policíacos y terroríficos. Y aunque regresó al terreno de la ciencia ficción en los años cuarenta, se le juzgó entonces como un anacronismo. Murió el 23 de enero de 1957, a los sesenta y nueve años de edad.

En el verano de 1957, alcanzó su punto culminante el renacimiento de la revista de ciencia ficción. Una resurrección muy breve. Lo que debería haber sido su momento de gloria se convirtió en el tañido del toque de difuntos. Los devotos de la ciencia ficción pensaron que seguramente las cosas buenas estaban aún por venir. No había por qué mirar al pasado. La humanidad se aprestaba a entrar en la era espacial.

El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita terrestre el primer satélite artificial, Sputnik 1, al que siguió, el 3 de noviembre, el Sputnik II, llevando en su interior la perrita Laika, la primera criatura viviente que salió de la Tierra. El 31 de enero de 1958, le llegó el turno al americano Explorer 1, y en poco tiempo, multitud de satélites circundaron nuestro planeta. El interés del público en general por los viajes espaciales se intensificó de manera indudable. La gente quería saber más. Sí, se iniciaba un nuevo boom de la ciencia ficción y, sin duda alguna, las revistas del género bogarían en la cresta de la ola…

Y así nació Star SF a finales de 1957, si bien fechada en enero de 1958. No podía decirse que fuera una aventura nueva. Se trataba de la conversión en revista de la lograda serie de antologías originales publicada por Ballantine Books y dirigida por Frederick Pohl. La primera de tales antologías había aparecido en febrero de 1953, seguida por otras tres en 1954. Pero Pohl se sentía restringido por los límites de una antología anual y quiso experimentar con un formato de revista. Tras años de disputa con Ian Ballantine, éste acabó por acceder. Sin embargo, la revista sólo salió a la venta después de numerosos retrasos adicionales. Las narraciones eran de la calidad que se esperaba, e incluían la primera publicación americana de Brian Aldiss, Judas Dancing (El baile de Judas). No obstante, la presentación dejaba mucho que desear y las ilustraciones de William Powers resultaban deplorables. De todos modos, no fue eso lo que mato a Star SF. Según recuerda Pohl:


«Fracasó… No recuerdo las cifras de venta, pero fueron desastrosas, debido a la resistencia en aquella época de las distribuidoras y los libreros ante cualquier tipo de revista nueva. Donde salió a la venta, obtuvo éxito, pero en la mayor parte del país, las distribuidoras nos devolvieron los ejemplares enviados en su embalaje original, sin abrir.»


Se había preparado un segundo número, que jamás apareció. No obstante, Star SF no estaba acabada. Se limitó a recuperar su antigua forma, y los relatos seleccionados para la segunda revista se publicaron en la antología Star SF Stories 4, en noviembre de 1958, con una venta triunfal.

Lo cual venía a subrayar toda la ironía de la situación. Un libro de bolsillo que contenía punto por punto lo mismo que una revista se vendía precisamente por ser un libro de bolsillo. Como revista no tenía ningún porvenir. Pero ¿en qué residía la diferencia? La diferencia residía en el estigma asociado a la revista en general, en el legado de la mayoría de las deficientes revistas juveniles.

Prácticamente lo mismo le aconteció a Vanguard SF, una revista muy competente dirigida por James Blish, que contenía un puñado de excelentes relatos, en especial Reap the Dark Tide (Recolectad la oscura marea), de Cyril Kornbluth, una de sus típicas y sombrías visiones de un mundo futuro devastado por las armas nucleares.

La narración se conoce más en su versión revisada, Shark Ship (Nave tiburón). Con casi entera seguridad, fue el último de los relatos que el autor vio publicados. Vanguard, fechada en junio, se distribuyó a los quioscos a finales de marzo, la víspera del lanzamiento del satélite americano Vanguard 1. Cinco días más tarde fallecía Cyril Kornbluth, a consecuencia de un ataque cardíaco, en el duro clima de invierno de su ciudad natal. Sólo tenía treinta y cuatro años.

La muerte de Kornbluth llegó sólo unas semanas después del fallecimiento de otro de los grandes de la ciencia ficción, Henry Kuttner, también joven, a los cuarenta y tres años. Si la contribución fundamental de Kuttner al género había tenido lugar en los años cuarenta, la de Kornbluth seguía en pleno auge. Sus numerosos y excelentes relatos breves, además de sus colaboraciones con Judith Merril y las más abundantes con Frederick Pohl, se han convertido en clásicos, y el hecho de que su talento se truncara en plena juventud supuso uno de los peores golpes que la ciencia ficción hubo de sufrir. Kornbluth fue uno de los escasos talentos creativos y originales de los últimos años de la década de los cincuenta. Al faltar él, el campo de la ciencia ficción dio un paso atrás en el camino del progreso.

Para el aficionado a la ciencia ficción, la situación se tornaba cada vez más lóbrega. No sólo desaparecían las revistas, sino que morían los grandes escritores. El veterano Bob Olsen, un nombre legendario de los días de Gernsback, falleció en 1956, seguido por Ray Cummings y por el dibujante J. Allen St. John, en 1957. Ajeno al género, pero asimismo un talento creativo, Lord Dunsany moría en octubre del mismo año.

Lo que debería haber sido un momento triunfal para las revistas de ciencia ficción, el amanecer de la era espacial, degeneró en una terrible época de aflicción. Apenas sorprende que cada vez más aficionados se pasaran al floreciente campo del libro de bolsillo, que no sólo reimprimía numerosos clásicos perdidos de los años treinta y cuarenta -antes sólo en posesión de los más fervientes coleccionistas-, sino que los autores de ciencia ficción producían más y más novelas, destinadas en concreto a dicho campo editorial. 1956 vio la edición de The Green Odyssey (La odisea verde), de Philip José Farmer, y The World Jones Made (El mundo que creó Jones) ambas obras maestras reconocidas, ninguna de las cuales fue publicada primero en una revista.

Y así, el infortunio se abatió sobre el mundo de la revista, que entabló una lucha feroz por la supervivencia.

3

El éxodo de la ciencia ficción

No causa sorpresa alguna que la primerísima víctima de la desgracia fuera la única revista sobreviviente de formato normal; Science Fiction Quarterly, que apareció por última vez en febrero de 1958. Si bien su literatura se mantuvo siempre a un nivel de amenidad, en los últimos tiempos su calidad había mermado. Pero, más que a eso, su caída se debió a que ese tipo de revistas se había convertido en un completo anacronismo. No tenían cabida en la era espacial. No obstante, lo que al principio pareció una calamidad, acabó por derivar en fortuna. El editor Louis Silberkleit aprovechó la oportunidad de cerrar SF Quarterly para aumentar la periodicidad de sus otras dos revistas, Science Fiction pasó a mensual a partir de mayo de 1958. Este logro quedó aminorado en parte por el hecho de que, en febrero de 1957, Fantastic se había transformado asimismo en mensual manteniendo dicho ritmo de publicación.

En junio de 1958, aparecieron por última vez dos revistas. Venture dejó de publicarse después de diez números, excelentes pero no apreciados, al igual que Science Fiction Adventures, aunque esta última sobreviviría en un medio totalmente distinto, como ya veremos. Su hermana mayor, Infinity, subsistió un poco más, pero sucumbió por fin en noviembre de 1958.

William Hamling advirtió también las señales de peligro. En octubre de 1955, tras el éxito del Playboy de Hugh Heffner, había lanzado la revista para hombres Rogue, que, con bastante frecuencia, incluía relatos de ciencia ficción. Rogue obtenía unos beneficios «respetables» y, sin duda alguna, resultaba más lucrativa que publicar dos mediocres revistas de ciencia ficción. ¿Por qué proseguir con ellas cuando podía publicar ciencia ficción en su revista masculina en papel satinado? Hamling corrió un último riesgo al adaptar Imaginative Tales a la era espacial, cambiando su nombre por el de Space Travel en el número de julio de 1958. Pero sus relatos cortos mantuvieron su insipidez habitual, sólo paliada por las amenas novelas cortas que los acompañaban. Octubre de 1958 fue el mes de la última Imagination, y en noviembre desapareció Space Travel.

Ocho revistas habían cerrado ya un año después del nacimiento de la era espacial, y el final de esa situación no se vislumbraba todavía.

Satellite luchó con valentía. Ya no la dirigía Merwin, sino que la controlaba en esencia Leo Margulies, con la colaboración de Cylvia Kleinman, su esposa, y Frank Belknap Long. Margulies era tan consciente como cualquier otro editor del inminente fracaso. Su táctica consistió en convertir Satellite en una publicación de gran formato. Con anterioridad, tan sólo una revista de ciencia ficción había aparecido así, Science Fiction Plus, en 1953. Pero había fracasado. ¿Triunfaría Satellite? Como nueva publicación de gran formato, disfrutaría de mejores oportunidades en los quioscos, donde las revistas pequeñas se perdían entre la confusión de los libros de bolsillo.

La conversión tuvo lugar en el número de febrero de 1959, al mismo tiempo que la publicación pasaba a mensual. No se trataba, en realidad, de una revista en papel satinado. Estaba impresa en papel barato, y sólo la cubierta -una llamativa franja amarilla, con una audaz ilustración de Alex Schomburg- era de material especial. Al fin y al cabo, sólo contaba la primera impresión. Además de los relatos normales, excelentes, Margulies presentaba una innovación, una sección de reediciones, titulada «Departamento de historias perdidas».

Se trataba de un negocio arriesgado y merecía triunfar. No fue así. Los ingresos resultaron desconsoladores. El número de junio de 1959 murió en la etapa de corrección y jamás fue impreso. No obstante, dos ejemplares fueron depositados en la Biblioteca del Congreso para registrar su propiedad intelectual, y se sabe que existen otros dos, convirtiéndose así en la más rara de todas las ediciones de revistas de ciencia ficción.

Por una ironía, la revista nueva que sobrevivió más tiempo fue Super Science Fiction, editada por el hombre que menos sabía del tema. Scott poseía, en cambio, grandes conocimientos acerca de la comercialización, y del mismo modo que Palmer siguió la tendencia OVNI, Scott apuntó hacia una nueva y floreciente moda: la ciencia ficción matizada de horror.

Los años cincuenta habían sido testigos de una profusión de supuestas películas de ciencia ficción, la mayoría protagonizadas por agresivos monstruos, surgidos de todas partes. Realizadas en general de manera consternadora, hasta el punto de provocar la risa, ello no fue obstáculo para que atrajeran a un numeroso público, sobre todo juvenil. Como es natural, cuando la industria cinematográfica comprendió la potencialidad del campo, se multiplicaron las películas sobre dicha base. En consecuencia, se nos ofrecieron necedades como The Invasion of the Saucer Men (La invasión de los platillos) (1957, basada en un relato de Paul Fairman, cosa nada sorprendente), I Was a Teenage Frankenstein (Yo fui un Frankenstein adolescente) (1957), I Married a Monster from Outer Space (Me casé con un monstruo del espacio) (1958) y, por supuesto, The Blob (La gota), (1958), protagonizada por Steve McQueen.

Cosa extraña, la primera revista que se especializó en el género fue británica. Screen Chills and Macabre Stories nació en el otoño de 1957. Ofreciendo algunos artículos y relatos sacados de las películas, encontró escasa acogida y no tardó en liquidar.

El mercado americano respondió mejor a este tipo de publicación. En enero de 1958, Famous Monsters of Filmland obtuvo unas ventas fenomenales y adoptó con gran rapidez una periodicidad bimensual. Poco tenía que ver con la ciencia ficción, y si bien presentaba algún relato ocasional, carecía de verdadero interés. E ironías de la suerte, la dirigía Forrest J. Ackerman, el aficionado número uno de la ciencia ficción. Ackerman, apasionado desde niño por las películas de terror y ciencia ficción, había reunido una inmensa colección en su Ackermansion, donde se aloja también la más completa colección de libros y revistas de ciencia ficción y horror existente en el mundo, que yo sepa. Durante años, Ackerman se había esforzado por iniciar una revista de ciencia ficción, pero sus planes se frustraban en las etapas finales. El aborto más reciente había sido el de Sci-Fi preparada para su publicación en 1957, pero que nunca apareció. Ackerman acuñó en 1955 el término sci-fi, en las páginas de Spaceway. Desde entonces, llegó a ser la abreviatura más usada de ciencia ficción, con gran disgusto de los puristas, que la juzgan como sinónimo del mínimo denominador común de lo más ínfimo del género.

Con Famous Monsters, no obstante, Ackerman acertó con la cuerda sensible, y su publicación inició el auge de las revistas de monstruos, que se prolongó hasta la década de los sesenta. (Robert C. Sproul, de Web Terror, lanzaría posteriormente la suya propia, For Monsters Only.) También tuvo sus repercusiones en el mundo de la revista de ciencia ficción, puesto que provocó la defección de W. W. Scott. Scott, en el número de abril de 1959, transformó Super-Science Fiction en revista de monstruos. Sin embargo, no la rellenó con una multitud de fotografías tomadas de las películas o con artículos semiserios, sino que la mantuvo con la misma apariencia, con relatos de fondo como Vampires from Outer Space (Vampiros del espacio), Mournful Monster (Monstruo afligido) y The Huge and Hideous Beasts (Las enormes y horribles bestias), la mayoría escritos por Robert Silverberg. Resulta imposible determinar en qué proporción aumentó esto las ventas de Super SF o retrasó su desaparición, pero sólo se publicaron tres números más, hasta octubre de 1959. Por entonces, numerosos aficionados a la ciencia ficción se alegraron de ello, pues si bien la revista había ofrecido algunas buenas narraciones, como The Gentle Vultures (Los dóciles buitres), de Isaac Asimov (diciembre de 1957), su calidad había disminuido muy pronto.

A finales de 1959, sobrevivían nueve revistas de ciencia ficción en todo el continente norteamericano, siendo así que dos años antes existían más de veinte. La cifra se reduciría aún más en el transcurso del año siguiente.

Fantastic Universe había dañado mucho su buen nombre al concentrarse en los platillos volantes, en 1957. Sin embargo, Hans Santesson obró milagros para mantener viva la revista durante los años de infortunio. Amplió su alcance para cubrir todos los reinos de la fantasía, lo sobrenatural y la ciencia ficción. Fantastic Universe fue la primera en imprimir el relato onginal de Bjorn Nyberg Conan, vuelto a escribir por L. Sprague de Camp, Conan the Victorious (Conan el victorioso), en septiembre de 1957. Santesson alentó a Harry Harrison en su obra, sugiriendo la serie La guerra de los robots, después de adquirir The Velvet Glove (El guante de terciopelo) en 1956.

La mejor oportunidad para renovar su revista se le presentó a Santesson en 1959, cuando pasó a ser editada por Great American Publications. En octubre de 1959, Fantastic Universe experimentó una modernización. Aunque volviendo al formato de revista barata, se imprimía en papel de mejor calidad. Santesson adquirió algunos cuentos de primera clase, por ejemplo The Largue Ant (La gran hormiga), un relato de Howard Fast sobre la evolución, y se aseguró la contribución de Lester del Rey, John Brunner, Lin Carter, Jorge Luis Borges y Poul Anderson. La publicación en forma de folletín de The Mind Thing (El objeto mental), la novela de Fredric Brown sobre un extraterrestre que se adueña de las mentes humanas, se inició en marzo de 1960. Los lectores hubieron de esperar un año, hasta que fue publicado el libro, para averiguar cómo concluía. Aquél fue el último número de Fantastic Universe, otra víctima de los distribuidores, precisamente cuando mayor éxito obtenía. La editorial planeó una revista especial, de un solo número, a fin de publicar en ella los relatos inéditos comprados para Fantastic Universe. La proyectada Summer SF jamás se hizo realidad. No obstante, se publicaron dos números de una revista de horror, Fear!, así como otros cinco de una edición americana de New Worlds, aunque de esto hablaremos más tarde.

Entre las víctimas finales de la plaga, se incluyeron las más apreciadas revistas, Future y Sciencie Fiction Stories, admirablemente editadas por Robert Lowndes durante casi veinte años. Lowndes (nacido en 1916) fue y sigue siéndolo (pese a que ya no trabaja en este campo), uno de los mejores y más competentes editores de revistas. Se interesaba de verdad por la revista en sí, en sus colaboradores y, sobre todo, sus lectores, en tanto que otros adoptaban la actitud de «primero ocuparse de la revista, ya se ocupará ésta del lector». Para Lowndes, el lector era lo primero, o al menos se encontraba al mismo nivel.

Esta preocupación se revela muy claramente al leer su publicación: los editoriales personalizados, las excelentes secciones dedicadas al lector y el aficionado, y el sentimiento general que se desprende de que «esto es obra de todos». Leer una de las revistas de Lowndes causaba la impresión de pertenecer a una familia, y en cierto sentido así era.

Future apareció de manera más irregular, y durante parte de 1954, quedó casi postergada. Salió esporádicamente a lo largo de 1956 y, por último, en 1958 adoptó una periodicidad bimensual, al tiempo que SF Stories pasaba a mensual. Ambas revistas contenían una excelente literatura, con la diferencia de que SF Stories podía ofrecer folletines gracias a la frecuencia de su publicación; entre ellos, The Tower of Zanid (La torre de Zanid (1958) -las heroicas peripecias escritas por L. Sprague de Camp correspondientes a su serie Krishna y que narraban los intentos de un aventurero por recuperar su reino perdido- y el muy infravalorado Caduceus Wild (Caduceo salvaje) (1959), de Ward Moore y Robert Bradford. Situada en un futuro dominado por la medicina, cuando constituye un delito no llevar encima el certificado de buena salud firmado por un médico, la novela relata la rebelión de los mallies, es decir los enfermos.

Pese a que ambas revistas incluían relatos de Silverberg, Garrett y otros escritores pertenecientes a la fábrica de ficción, se trataba de narraciones escogidas con evidente cuidado por Lowndes, y rara vez había algún cuento malo. Muchos escritores deben a Lowndes su primera o primeras ventas durante este período. Por ejemplo, Thomas N. Scortia (nacido en 1926), conocido hoy día como el autor de uno de los libros en que se basó la película El coloso en llamas. Aunque su primera obra se la había comprado Del Rey en 1953 para SF Adventures, la mayoría de sus primeros relatos pasaron a manos de Lowndes. Uno de los mejores, Genius Loci (SF Stories, septiembre de 1957), se desarrolla en un mundo extraño, donde los colonos humanos se ven misteriosamente afectados por una plaga vegetal. Scortia aplicó buena parte de sus conocimientos de química a este fascinante relato.

Lowndes adquirió también varios relatos de escritores, en particular de Kate Wilhelm (cuyo Love and the Stars -Today! reeditamos en este volumen) y Carol Emshwiller. Esta última nacida en 1927, ofreció a Future, en 1955, su This Thing Called Love (Eso que llaman amor), que aportaba al género un toque de originalidad del que estaba muy necesitado. Carol era la esposa de Ed Emshwiller (nacido en 1925), uno de los dibujantes de ciencia ficción de más renombre, que firmaba sus obras con la abreviatura Emsh. Su producción durante la década de 1950 fue sorprendente, y ninguna revista que se preciara dejó de ofrecer al menos una de sus portadas. Poseía un talento especial para el dibujo de figuras, sobre todo femeninas, y la posible falta de originalidad en sus cubiertas quedaba compensada por su belleza. Sus obras se ven raramente en la actualidad, ya que Emsh ha ido introduciéndose en el campo de la producción cinematográfica.

Uno de los últimos autores noveles que destacó gracias a las revistas fue R. A. Lafferty, nacido en 1914. Su primera narración, Day of the Glacier (La era glacial), en torno a una inminente catástrofe provocada por una nueva glaciación, apareció en el número correspondiente a enero de 1960 de SF Stories.

El aficionado devoto de la ciencia ficción consideraba Future como la mejor publicación, en virtud de su contenido ajeno a la novelística. A partir del verano de 1957, Lowndes ofreció una serie de atractivos editoriales, que rememoraban la composición de las primitivas revistas del género. Bajo el título «Yesterday's World of Tomorrow» (Mundo futuro del ayer), la sección se prolongó hasta el número de agosto de 1959, concentrándose en un estudio, relato por relato, de Amazing y sus compañeros, 1927 a 1929. Con la edición de febrero de 1958, Lowndes inició un «Almanaque de la ciencia ficción», detallando mes por mes los hechos históricos en el terreno de la revista. También hubo una sección de colaboraciones del lector, a cargo de Robert Madle, y artículos científicos de Isaac Asimov y Thomas Scortia, aparte de otros muchos detalles de interés, como por ejemplo una alborotadora sección de «Cartas de los lectores».

El triste final se presentó de forma repentina. En abril y mayo de 1960, respectivamente, salieron los últimos números de Future y Science Fiction, víctimas a su vez de los distribuidores. Sin embargo, no supuso la desaparición de SF Stories. James V. Taurasi (nacido en 1917), veterano aficionado, compró el título al editor Louis Silberkleit. En diciembre de 1961, publicó un folleto anunciando la continuación de la revista, y en los inviernos de 1962 y 1963 aparecieron dos números impresos por cuenta propia. Olvidados de inmediato, no se les cuenta entre las revistas de ciencia ficción. Al publicarse el último de ellos, Robert Lowndes había vuelto ya a la palestra.

4

Rosas entre espinas

Seis supervivientes. Seis revistas que habían resistido a la adversidad y vivido para enfrentarse a otra época. Vivido para ser testigos del lanzamiento del primer hombre al espacio, Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961.

Que Astounding, Galaxy y F and SF se encontraran entre ellas no es nada sorprendente. Que If siguiera en la brecha se debía a un golpe de buena fortuna. Amazing y Fantastic, cuya longevidad resultaba notable, la debían a una composición magistral.

El género de la ciencia ficción exhaló un suspiro de alivio cuando, en el verano de 1958, Paul Fairman decidió abandonar el campo editorial y volver a escribir de modo independiente. Sus últimos números estuvieron fechados en noviembre de aquel año. Una muchacha de tan sólo veinticinco años ocupó su lugar.

Cele Goldsmith se había licenciado en arte en 1955. Poco después, aceptó el empleo que le ofrecía Ziff-Davis. A partir de septiembre de 1956, se la nombró directora adjunta de ambas revistas. En realidad se trataba de un eufemismo, ya que sus tareas se reducían a las de una secretaria. No obstante, la señorita Goldsmith era una ferviente aficionada a la ciencia ficción, y Fairman no tardó en reconocer su capacidad. En los números de marzo de 1957, se la anunciaba ya como directora ejecutiva, responsable de buena parte de la preparación de las publicaciones, pese a que Fairman se reservaba la última palabra. Al dimitir éste, le correspondía a Cele Goldsmith sucederle. Libre de la influencia de su predecesor, podía efectuar los cambios que deseaba. Sin embargo, se nombró director a Norman Lobsenz (nacido en 1919). Ahora bien, Lobsenz tenía pocos conocimientos de ciencia ficción, por lo cual se limitó a redactar editoriales, frecuentemente superfluos.

Los efectos del cambio fueron electrizantes. Durante el reinado de Fairman, se publicó un número insignificante de buenos relatos, destacando únicamente del término medio una novela corta de Jack Vance, Parapsyche (agosto de 1958). E incluso esta narración sobre unos poderes parapsicológicos incontrolables se contaba entre lo peor de Vance. Bajo la dirección de la señorita Goldsmith, el cambio de calidad se hizo obvio al instante. El número de marzo de 1959 de Amazing, por ejemplo, mostraba un gran esmero en su composición. Y el lector respeta mucho más una revista que revela signos de una preparación cuidadosa que si la adivina montada de modo chapucero, como había ocurrido con todas las de Fairman.

Para empezar, anunciaba el regreso de E. E. Smith, con una nueva novela, The Galaxy Primes (Los mejores de la Galaxia), dividida en tres episodios. La obra había sido rechazada por Astounding, pero los lectores no tenían por qué saberlo, y el nombre de Smith seguía siendo respetado por numerosos aficionados a la ciencia ficción. La novela, una mezcolanza de todas las facultades parapsicológicas, se hallaba muy por debajo del nivel anterior de Smith. Sin embargo, sirvió para seducir a los lectores, que así vislumbraron lo que se proponía Cele Goldsmith. En el mismo número, ofrecía Anniversary, escrito especialmente por Isaac Asimov a manera de celebración de su primera venta, Marooned of Vesta (Abandonados frente a Vesta), publicada en Amazing el mismo mes de veinte años atrás.

Los escritores advirtieron al momento que Amazing volvía a ser digna de atención, y la revista empezó a atraer talentos, tanto nuevos como ya conocidos. El hombre misterio de la ciencia ficción, Cordwainer Smith, hizo su aparición en abril de 1959 con Golden The Ship Was – Oh! Oh! Oh! (Dorada era la nave… ¡0h, oh, oh!). Smith -seudónimo de un profesor americano especialista en política asiática, Paul M. Linebarger (1913-1966) se inició en el género de la ciencia ficción en 1950, publicando en una revista menor, Fantasy Book, su relato Scanners Live in Vain (Los exploradores viven en vano), que desde entonces se ha convertido en legendario. Y no reapareció en el género hasta octubre de 1955, en Galaxy, con The Game of Rat and Dragon (El juego de la rata y el dragón). A partir de ese momento, produjo con mayor frecuencia y adquirió reputación con rapidez gracias a su estilo enigmático y personal. Su presencia en Amazing constituyó una evidencia cierta de que la vulgaridad había quedado relegada al pasado. Más pruebas aún presentaba el número de mayo de 1959, en el que se incluía Iniciative, un relato sobre un computador sensitivo, obra de los hermanos Boris y Arkadi Strugatski. Era la primera narración rusa de ciencia ficción que se traducía para una revista americana.

Las revistas de la señorita Goldsmith atrajeron a los autores noveles con ambiciones, siendo su primer hallazgo el de Keith Laumer (nacido en 1925), que se presentó en abril de 1959 con Greylorn, una aventura interplanetaria muy bien escrita. El verdadero torrente de nuevos talentos estaba todavía a un año o dos de distancia, pero la señorita Goldsmith había logrado excelentes resultados en sus primeros doce meses como editora. Goldsmith remató este período con la Fantastic de noviembre de 1959, dedicada por entero a Fritz Leiber.

Leiber (nacido en 1910) es una de las paradojas de la ciencia ficción. Gran autor de los años cuarenta, su producción menguó en la década de los cincuenta por diversas razones personales. Hacia finales de dicha década, recuperó todo su vigor. Aunque se le alaba como a uno de los mejores escritores de ciencia ficción, en realidad ha escrito poco en este campo. Su obra se orienta casi por completo hacia la literatura fantástica, pese a que en ocasiones la aderece con naves espaciales o escenarios futuristas. Eliminados estos adornos, encontramos al auténtico Leiber, un supremo autor de literatura fantástica. En aquel numero de Fantastic, las numerosas facetas de Leiber se reunieron para formar una joya soberbia. Entre sus cinco nuevos relatos, Lean Times in Lankhmar (época de escasez en Lankhmar) volvía a presentar a sus dos héroes, los pícaros Grey Mouser y Fafhrd, en otra aventura de espadas y brujería; The Mind Spider (La mente araña) giraba en torno al escalofriante descubrimiento de un gran poder psíquico extraterrestre y The Improper Authorities (Las autoridades impropias) era una deliciosa fantasía al estilo de Unknown.

En el espacio de un año, Amazing y Fantastic se habían convertido en dos de las revistas más excitantes y remuneradoras del género, una transformación asombrosa.

Una transformación de otro tipo hundió a la revista If. If había nacido a raíz del boom de 1952 y había pasado a mensual en 1954. Una circulación menguante provocó que su editor, James L. Quinn, la devolviera a una frecuencia bimensual en junio de 1956. Sin embargo, la publicación siguió ofreciendo una calidad literaria bastante elevada, acudiendo a la mayoría de los grandes nombres de la ciencia ficción. Por ejemplo, Arthur Clarke intervino regularmente con relatos como su cuento sobre la sensibilidad solar Out from the Sun (Fuera del sol) (febrero de 1958) y The Songs of Distant Earth (Las canciones de la lejana Tierra) (junio de 1958), sobre una remota colonia planetaria y las repercusiones sobre ella del aterrizaje de una nave estelar para efectuar reparaciones. Fueron también numerosas las narraciones de Lloyd Biggle, Harlan Ellison y Cordwainer Smith, además de la diestra pirueta de Isaac Asimov en torno a la capacidad matemática humana, The Feeling of Power (La sensación de poder) (febrero de 1958) If adquirió asimismo varios de los primeros relatos de Richard McKenna, aunque éste conquistó su reputación a través de F and SF.

Con todo, If se enfrentaba a los mismos problemas que todas las demás. En un intento por salvarla, Quinn encargó su dirección a Damon Knight. Ahora bien, las ventas no mejoraron, a pesar de todos los esfuerzos de éste; después de tres números, Quinn acabó por vender la revista a las Digest Productions, que técnicamente formaban parte del Galaxy Publishing Group, con lo cual pasó a depender de Horace Gold. If renació con el número de julio de 1959, y aunque su futuro se presentaba bastante sombrío, nadie podía prever los efectos que causaría en breve en el mundo de la ciencia ficción.

Los Premios Hugo nos darán una idea del dominio ejercido por las tres grandes, Astounding, F and SF y Galaxy. Los Hugo se conceden una vez al año, durante la Convención Mundial de Ciencia Ficción, que se celebra en lugares variables en el mes de septiembre. La convención de 1957 tuvo lugar en Londres, siendo la primera vez que se aventuraba a salir de Estados Unidos, lo que suponía el reconocimiento del incremento experimentado por la afición a la ciencia ficción en Gran Bretaña. En aquella ocasión no se premiaron todas las categorías, pero el premio a la mejor revista se dividió entre Estados Unidos, con Astounding, y Gran Bretaña, con New Worlds.

La convención de Los Angeles de 1958 otorgó el premio a la mejor revista a F and SF, en tanto que procedían de Galaxy la novela y el relato corto vencedores, The Big Time (La gran época), de Fritz Leiber, y Or All Seas with Oysters (…O todos los mares llenos de ostras), un cuento de Avram Davidson sobre la presencia en nuestro planeta de extraterrestres llegados de incógnito.

Con la convención de Detroit de 1959, la imagen se hace más concreta. Hasta entonces, los premios habían sido decididos mediante votación directa. En ese año, se procedió primero a una nominación de los relatos y sólo una selección de ellos llegó a la final. En cuanto a las categorías de novela corta y relato breve, se eligió previamente un total de dieciocho narraciones (entre ellas tres de Cyril Kornbluth). El cómputo por revista dio siete a Astounding y F and SF, y una a If, Venture, Vanguard y la antología Star SF 4. Los vencedores, The Big Front Yard (El gran patio delantero), de Clifford Simak, y That Hellbound, Train (Ese tren al infierno), de Robert Bloch, provenían de Astounding y F and SF, respectivamente.

En novela, el panorama era muy distinto. James Blish obtuvo el galardón con A Case of Conscience (Un caso de conciencia). Alargada a partir de un relato publicado en If, en 1953, la version final y completa fue publicada únicamente como libro. Fue la primera novela que ganó un Hugo sin haber aparecido antes como folletín en una revista. Entre las nominadas, se encontraba también Who? (¿Quién?), de Algis Budrys, igualmente un cuento prolongado, ofrecido en esta ocasión por Fantastic Universe, en 1955. De todos modos, la versión definitiva sólo se hallaba disponible en forma de libro. Las tres nominaciones restantes procedían de revistas, aunque Time Killer (Asesino del tiempo), de Robert Sheckley, había sido muy acortada para Galaxy. Bantam Books publicó la única versión completa en libro de bolsillo, con el título Immortality, Inc. (Inmortalidad, S.A.), en 1959, a tiempo para la convención.

Estos resultados demostraron a las claras que el libro de bolsillo se había establecido con firmeza y se transformaba con rapidez en el sucesor de la revista. Cierto que un libro nunca podrá sustituir a esta última, pero cada vez se hacía más obvio que poquísimas personas se interesaban por su individualidad y sus ventajas. En realidad, el público en general deseaba simplemente que se le proporcionase buena lectura.

La mejor literatura de los últimos años cincuenta fue publicada, como siempre, por las tres grandes. Campbell permanecía firmemente al timón de Astounding, y Gold, con no tanta energía, al de Galaxy. Por el contrario, se produjo un cambio editorial en F and SF.

Anthony Boucher había dirigido en solitario, y de modo admirable, la revista desde la edición de septiembre de 1954, pero la tensión de sus numerosas obligaciones se cobró tributo en su salud y, con el número de agosto de 1958, anunció que iba a tomarse seis meses de vacaciones. En el volumen anterior de esa serie ya dije que el nombre real de Boucher era William Anthony Parker White, aunque un relato publicado con idéntica firma por Weird Tales en 1927 seguramente no le pertenecía. Demasiado tarde para incluir el dato en aquel volumen, me enteré de que dicha narración fue en efecto su primera venta. Más tarde, Boucher opinó así de ella:


«A los quince años vendí un cuento a Weird Tales, un cuento horroroso, que jamás debieron admitir. No sólo estaba muy mal escrito, sino que era un plagio descarado, aunque inocente, de No 17 de la señora Bland, que me había sido transmitido oralmente».


El cargo de Boucher al frente de F and SF fue ocupado por Robert P. Mills, que al fin y al cabo se encargaba ya de buena parte del trabajo básico. Por tal razón, F and SF no experimentó cambios drásticos, sino que se mantuvo fiable y amena. (En realidad, a él le corresponden los laureles por la mayoría de los excelentes relatos de este período.) ¿Qué otra revista hubiera sido capaz de publicar una fantasía absoluta, como That Hellbound Train, de Robert Bloch (septiembre de 1958), y ganar con ella un Hugo de ciencia ficción? En F and SF colaboraron también en forma regular Zenna Henderson, con su serie People, y Chad Oliver, que aplicó su gran conocimiento de la antropología a diversos relatos diestramente tramados y desarrollados en mundos extraterrestres, como Guardian Spirit (Espíritu guardián) (abril de 1958). Robert F. Young escribió varias fantasías científicas deliciosas, como su conmovedor relato sobre un enorme árbol en un planeta extraño, donde el hombre pone en peligro la existencia de las dríadas nativas, To Fell a Tree (Talar un árbol) (julio de 1959). Philip José Farmer contribuyó con varias obras de su serie El padre John Carmody, entre ellas la novela Corta The Night of Light (La noche de luz) (junio de 1957), así como su célebre relato sobre el último hombre de Neanderthal sobreviviente, The Alley Man (El hombre del callejón) (junio de 1959).

El número de abril de 1959 incluía el cuento que yo estimo como uno de los más efectivos y absorbentes de la ciencia ficción, una narración casi tan perfecta como podría desearse Flowers for Algernon (Flores para Algernon), de Daniel Keyes. Este patético relato de unos experimentos que elevan el cociente intelectual de un minusválido mental hasta el de un genio creador, para concluir luego en una dramática regresión, fue premiado con un Hugo. Reeditado con frecuencia, dio la impresión de que Keyes era un prodigio de un solo éxito. A fin de corregir esa sensación, he hecho revivir Crazy Maro en este volumen.

Tras dejar su trabajo de editor, Anthony Boucher siguió escribiendo. F and SF de enero de 1959 presentó su excelente enlace ficticio de robots y religión, The Quest for Saint Aquin (La búsqueda de San Aquino). F and SF publicaba asimismo en folletín buena parte de las nuevas novelas de Robert Heinlein, como The Door into Summer (La puerta al verano) (1956) y Have Space Suit -Will Travel (Lleve traje espacial. Va usted a viajar) (1958). También ofreció uno de sus escasos cuentos de aquella época. All You Zombies (Todos vosotros zombies) (marzo de 1959) pasará casi con toda certeza a la historia como el cuento definitivo sobre un hombre que se convierte en su propio padre y su propia madre. Con él se puso de relieve que la ciencia ficción cambiaba con la era espacial, puesto que una narración de esta naturaleza jamás se hubiera publicado unos años antes.

En 1957, por razones personales, Walter Miller, uno de los escritores de ciencia ficción dotado de mayor talento, decidió abandonar el género. F and SF publicó su último relato, un cuento de intriga lunar titulado The Lineman (El vigilante de la línea) (agosto de 1957). Tan sólo unos meses antes, F and SF había publicado también el relato final de la trilogía de Miller, que éste revisaría y convertiría en A Canticle for Leibowittz (Un canto a san Leibowitz) (1960), ganadora de un Hugo y considerada con toda razón como uno de los mayores clásicos de la ciencia ficción.

F and SF, en mayor grado que cualquier otra revista, se atrajo la colaboración de autores no especializados en el género, que aportarían un estilo y un tratamiento nuevos. Howard Fast (nacido en 1914), veterano aficionado a la ciencia ficción, colocó un cuento en Amazing, Wrath of the Purple (La venganza del púrpura) (1932), cuando aún no había cumplido los veinte años. Más tarde, se hizo famoso en literatura general, y probablemente se le conoce mejor por su Spartacus (1951). Regresó a la ciencia ficción en 1959 con una serie de relatos en F and SF, entre ellos el célebre The First Men (Los primeros hombres) (febrero de 1960). En cuanto a Richard McKenna (1913-1964), inició su breve carrera en la ciencia ficción con la sobrecogedora historia de muerte Casey Agonistes (Los agonistas de Casey), incluida en la F and SF de septiembre de 1958. McKenna consiguió un renombre mundial gracias a su novela de guerra The Sand Pebbles (Los guijarros de arena) (1962). No vivió para terminar la novela siguiente, pero dejó alrededor de una docena de valiosos relatos de ciencia ficción.

Aparte de la ficción, F and SF inició en noviembre de 1958 la publicación de una serie regular de artículos, escritos por Isaac Asimov, sobre un sinfín de temas científicos y de otros tipos. Esta fascinante serie ha proseguido hasta la fecha y constituye uno de los puntos fuertes de la revista. Puso a F and SF en línea con los otros dos líderes del mercado, Galaxy, que tuvo una sección regular, «Para su información», a cargo de Willy Ley (1906-1969), a partir del número de marzo de 1952, y Astounding, donde aparecía siempre un detallado articulo científico dirigido al sector culto.

Galaxy era quizá la menos amena de las tres. No tanto por su literatura, que reflejaba el nebuloso estado del género, sino en su conjunto. Con excepción de las portadas, la revista parecía vulgar a causa de su pobre presentación y las anodinas ilustraciones interiores. Se debía, hasta cierto punto, a la mala salud de Horace Gold, que empeoraba de día en día. No por ello han de olvidarse los enormes logros de éste al crear Galaxy y transformarla en una de las grandes. Gold era un feroz y exigente supervisor, que reclamaba con violencia de sus autores lo que deseaba. Y éstos, pese a sus lamentaciones iniciales, se mostraban después agradecidos y le llenaban de alabanzas. Como dijo Frederik Pohl: «Gold distinguía el centelleo del verdadero oro. Y penosa y persistentemente, exigía de los escritores que eliminaran todo oropel».

Obstaculizado por su mala salud, Gold no pudo dedicar a Galaxy, y después a If, tanto tiempo y energías como habría deseado. Galaxy, mensual desde el principio, pasó a bimensual en febrero de 1959, aunque al mismo tiempo aumentó sus páginas a ciento noventa y dos, convirtiéndose así en la revista más voluminosa. En segundo lugar, venía Astounding, con ciento sesenta, y a continuación Amazing, con ciento cuarenta y cuatro. El resto se limitaba a ciento veintiocho páginas. Lo cual no significa que Galaxy fuera más densa en contenido que las demás, ya que empleaba un tipo de letra mayor y salpicaba generosamente sus textos de ilustraciones. La Galaxy de nuevo tamaño resultaba también la más cara, aumentando su precio a cincuenta centavos. Se trataba tan sólo de una señal de lo que se avecinaba para todas las revistas. Al menos en apariencia, Galaxy daba algo más a cambio del suplemento de dinero. A finales de 1959, tanto Astounding como F and SF se vieron obligadas a subir también su precio a cincuenta centavos, sin nada extra que ofrecer.

La situación, al acabar la década de los cincuenta, se tomó extremadamente dura para las revistas principales. Por aquel tiempo, numerosos escritores de renombre encontraban más lucrativo escribir para la televisión y el cine. Y fuera de dichos mercados, tenían más posibilidades de vender una novela a las colecciones de libros de bolsillo que a las revistas. En cuanto al relato corto, cualquier buen escritor colocaba con facilidad sus obras en las revistas caras. Playboy, Saturday Evening Post, Esquire y similares publicaban ciencia ficción y presentaban con regularidad a escritores como Robert Sheckley, Charles Beaumont, Ray Bradbury, Theodore Sturgeon, Arthur Clarke… y todos los imaginables. Los editores de revistas de ciencia ficción debían encontrar nuevos talentos o confiar en autores que, por escribir en sus ratos libres, no se ganaban el pan vendiendo sus obras.

El periodista Clifford Simak, que mantuvo una soberbia producción literaria, había empezado a escribir en 1931. En los años cuarenta y cincuenta, demostró hallarse en la plenitud de su forma, conservando un estilo y un enfoque totalmente personales. El detalle predominante en su obra, a finales de la década de los cincuenta, era la localización de sus relatos en las poblaciones remotas del Medio oeste estadounidense, donde preferían aterrizar los extraterrestres. Aun cuando jamás se trataba de alienígenas ordinarios, podían adoptar la aparición de mofetas, como en Operation Stinky (Operación hedionda) (Galaxy, abril de 1957), o parecer humanos de pies a cabeza, como en Carbon Copy (Copia con papel carbón) (Galaxy, diciembre de 1957). Pero su pericia en este tipo de cuento la ilustra mejor el encuentro transdimensional de The Big Front Yard (El gran patio delantero) (Astounding, octubre de 1958), galardonado con el Premio Hugo.

Un escritor profesional que no desertó del campo fue Poul Anderson, creador de un constante flujo de ciencia ficción de primera clase a todos los niveles. F and SF publicó su serie Patrulla del tiempo, y Astounding, los relatos protagonizados por Nicolas van Rijn. Su deliciosa A Bicycle Built for Brew (Una bicicleta a base de cerveza) aparecida también en libro con el título The Makeshift Rocket (El cohete improvisado), que trata de una nave espacial propulsada por burbujas de cerveza, fue publicada en folletín por Astounding en 1958. La misma revista había ofrecido poco antes su relato clásico en torno a una elaboración biónica en Júpiter, Call Me Joe (Llamadme Joe) (abril de 1957).

Parte de la fuerza de Astounding residía en sus folletines. Entre ellos destacaron Double Star (Estrella doble) (1956), de Robert Heinlein, una aventura de política interplanetaria, The Naked Sun (El sol desnudo) (1956) de Isaac Asimov, la famosa novela policíaca y de robots desarrollada en un planeta donde el asesinato era físicamente imposible, Close to Critical (Punto crítico) (1958), de Hal Clement, una excelente aventura en el inhóspito planeta Tenebra, y Dorsai, la primera de las crónicas de Gordon R. Dickson sobre sus mercenarios galácticos.

Galaxy propuso muchos menos folletines al convertirse en bimensual, pero pudo enorgullecerse de presentar la novela de Alfred Bester The Stars My Destination (Las estrellas son mi destino) (1956), y Wolfbane (Veneno para lobos) (1957), un intrigante relato sobre cómo los extraterrestres roban literalmente la Tierra. Dicha novela fue una de las últimas colaboraciones genuinas de Frederik Pohl y Cyril Kornbluth.

En conjunto, Astounding brindaba la ciencia ficción más amena, ya que John Campbell conseguía más obras de autores como Harry Harrison, Christopher Anvil y lo mejor de Robert Silverberg y Randall Garrett. Estos dos últimos, firmando con el seudónimo Robert Randall, produjeron una serie de interés absorbente basándose en los hechos que condujeron al éxodo de los israelitas, trasladados a extraterrestres oprimidos por los humanos. La serie comenzó con The Chosen People (El pueblo elegido) en el número de Astounding de junio de 1956 y culminó en la novela The Dawning Light (La luz del amanecer) (1957). La serie continuaría con la publicación de All the King's Horses (Todos los caballos del rey) (enero de 1958). Más tarde, Garrett y Silverberg dejaron de colaborar, y la serie quedó incompleta.

Harry Harrison creó un memorable personaje con Jim di Griz en The Stainless Steel Rat (La rata de acero inoxidable) (agosto de 1957). Murray Leinster (1896-1975) demostró que los veteranos podían escribir tan bien como cualquier otro, produciendo una excelente serie sobre un doctor galáctico llamado Callahan, y su simiesco compañero Murgatroyd, The Mod Service, que se inició con Ribbon in the Sky (Cinta en el cielo) (junio de 1957). Al mismo tiempo, H. Beam Piper lograba el relato definitivo sobre los idiomas extraterrestres, Omnilingus (febrero de 1957), en torno a una investigación relativa a la traducción de la antigua lengua marciana. Y Jack Vance cimentaba su fama de poseer un talento excitante mediante The Miracle Workers (Los obreros milagrosos) (julio de 1958), su novela corta, desarrollada en un mundo donde las facultades parapsicológicas operan al máximo.

Campbell fue criticado a menudo por el énfasis concedido a la ficción que aceptaba la realidad de la percepción extrasensorial o, en término del propio Campbell, «psiónica». Astounding publicó numerosas narraciones de esta naturaleza, finalmente parodiadas en That Sweet Little Old Lady (Esa dulce, pequeña y vieja dama), presentada en folletín en 1959 y publicada como libro con el título Brain Twister (Rompecabezas). Atribuida a Mark Phillips, seudónimo conjunto de Randall Garrett y Laurence Janifer, la novela narraba la búsqueda de un telépata, al que se pedía que localizara a un espía…

La turbulenta década de los cincuenta finalizó. El período indudablemente más activo en el mundo de la revista había presenciado la recuperación de las publicaciones después de la guerra, hasta llegar al punto cumbre de su historia en 1953, recobrarse de nuevo tras la asfixia y caer luego víctima de la calamidad que se abatió sobre ellas al principio de la era espacial. Nadie creería en tal ironía si se presentara en una ficción.

Por fortuna, no todo se reducía a morosidad y desaliento. Mientras las revistas americanas de ciencia ficción sufrían la depresión, en Gran Bretaña y en el resto del mundo las cosas resultaban mucho más prometedoras.

5

Los talentos británicos

En abril de 1956, había en Gran Bretaña cuatro revistas de ciencia ficción autóctonas: Authentic, Nebula, New Worlds y Science Fantasy. New Worlds era la más antigua. Fundada en 1946, dejó de circular poco después, renació en 1949 y, superando una serie de obstáculos subsiguientes, llegó a una periodicidad mensual en abril de 1954. Junto con su compañera bimensual, Science Fantasy, tenía como director a Edward John Carnell.

Nebula, propiedad exclusiva de Peter Hamilton, con sede en Glasgow, Escocia, pese a sus irregulares apariciones contaba con un público sólido, en especial norteamericano, y se procuraba literatura de primera clase, obra de autores destacados, a base de pagar excelentes precios. Administrada con escasos recursos, en la mayoría de los casos cada número se financiaba con el precedente.

Authentic pertenecía a la editorial Hamilton and Co, de Knightsbridge, Londres. El cargo de director acababa de pasar al escritor E.C. Tubb. Hasta entonces, había estado capitaneada por el investigador químico H. J. (Bert) Campbell, pero éste deseaba dedicar más tiempo a su profesión. A Campbell se le permitió elegir a su sucesor. Tubb, en tono humorístico, recuerda así el momento: «Llegué a dirigir una revista por un camino muy simple. Bert Campbell me dijo: "Puesto que prácticamente la estás escribiendo tú solo, también puedes dirigirla"».

Tubb se ajustaba a la verdad hasta cierto punto, ya qué, sirviéndose de infinidad de seudónimos, solía ocupar más de la mitad del número. La situación no se alteró al pasar a director, sobre todo por el deplorable nivel general de los relatos presentados. Conforme se aproximaba el limite de tiempo, Tubb precisaba llenar la edición con sus propias narraciones. El punto de vista de Tubb sobre la calidad literaria y los peligros en que se incurre con la edición de una revista se aplica a todo el campo y demuestra que dirigir una revista no es tarea fácil.


«La proporción entre el material aceptado y el rechazado giraba en torno al uno por veinticinco. Examiné manuscritos con las grapas ya oxidadas y las hojas medio deshechas, producciones desenterradas y pasadas al nuevo director, junto con las devoluciones previas. Además, recibía escritos que no tenía nada que ver con la ciencia ficción. Y algunos tan horrorosos que me forzaban a admirar el optimismo de sus autores.

Para justificar lo antedicho, aclararé que Bert llevaba un registro -que yo conservé- de todos los manuscrito, recibidos, junto con la fecha de aceptación o rechazo. Gracias a ese registro, y a mi curiosidad, resultaba fácil localizar las obras que habían sido enviadas a Bert, rechazadas y devueltas y que en aquel momento me llegaban de nuevo. No hay ningún mal en eso, los editores tienen gustos distintos. De todos modos, entre todo aquello descubrí un cuento francamente bueno, brillante, muy aceptable… Hasta que comprendí la verdad y reconocí en él un relato publicado por Astounding unos doce años antes. Un director poco aficionado a la ciencia ficción no habría reparado en ello. Yo sí, por fortuna. De tal manera, me ahorré una vergüenza y la publicación de un plagio descarado».


El plagio es un azote que padecen todos los editores, aunque no se produce tan a menudo como cabría suponer, al menos en el género de la ciencia ficción.

Authentic, siempre amena, gozaba de una buena clientela. Las escasas quejas se debían a que Bert Campbell ponía demasiado énfasis en los artículos científicos. Con Tubb al mando, tales artículos fueron eliminados muy pronto, o al menos reducidos al mínimo. El próximo cambio se hizo patente de inmediato. Authentic se imprimía en formato de libro de bolsillo, puesto que había nacido como una serie de novelas en rústica, las cuales adquirieron poco a poco una personalidad que aconsejó convertir la colección en revista. Tubb pensó que este detalle perjudicaba a la publicación y provocaba que pasara inadvertida en los quioscos (situación exactamente opuesta a la de Estados Unidos). A petición de Tubb, el número de marzo de 1957 se editó en un formato mayor. Tal como se esperaba, su circulación aumentó a catorce mil ejemplares.

Lo que el público no supo fue que aquél era el último recurso intentado por Tubb para salvar Authentic. Los administradores de la editorial Hamilton and Co preveían que el futuro del negocio residía en el libro económico. Gran Bretaña no carecía de ellos, cierto, pero se trataba con mucho de un terreno secundario. Después de la guerra, Gran Bretaña se había visto sumergida por un océano de libros baratos, chillones y de pobre contenido, que había sobrecargado el mercado, dando mala fama a este tipo de publicación. Sólo Penguin Books y un escaso número de otras editoriales habían logrado conservar su buen nombre. Hamilton acabó por tomar la decisión de eliminar Authentic, aunque los editores consideraron la sugerencia de Tubb de que la revista se transformara en una antología original periódica, como la serie Star SF de Pohl, para encajar en la nueva política editorial.

La situación se volvió irreversible cuando Hamilton contrató los derechos para todo el mercado británico de una obra americana muy vendida…, a un precio extremadamente alto. La editorial ya no podía permitirse el lujo de tener dinero invertido en Authentic. A Tubb se le concedieron dos meses para liquidar la revista y publicar todas las obras ya adquiridas. Authentic desapareció tras su número de octubre de 1957.

Lo irónico de la situación residía en que el libro americano que inclinó la balanza, The Blackboard Jungle (La jungla de la pizarra), que giraba en torno a la delincuencia juvenil, era obra de Evan Hunter. Y éste, tanto con ése como con su auténtico nombre, S. A. Lombino, había sido un famoso escritor de ciencia ficción durante los primeros años de la década de los cincuenta, publicado en la mayoría de las revistas estadounidenses…

Authentic incluyó en sus últimos números bastantes relatos procedentes de publicaciones americanas, y los cuentos no escritos por E. C. Tubb estaban firmados normalmente por Kenneth Bulmer, Brian Aldiss o Philip E. High. Como ejemplo de la literatura, nítida y precisa, que podía encontrarse en la revista, esta antología se inicia con Mr Culpeper's Baby, de Bulmer.

Parece un símbolo del destino que Authentic concluyera el mismo mes en que el lanzamiento del Sputnik 1 inició la era espacial, siendo así que sus consecuencias beneficiarían más a las revistas británicas que a las americanas. El libro barato no se hallaba aún plenamente en marcha, al menos en lo que respecta a la ciencia ficción. Hamilton and Co emprenderían un largo camino hasta encabezar dicha tendencia, empezando por incrementar la producción del sello Panther. En la actualidad, Panther Books posee el mayor catálogo británico de ciencia ficción en formato económico.

Al frente de Nebula, Peter Hamilton venció resueltamente los numerosos obstáculos que se oponían a la edición de revistas del género, y extendió su publicación a escala mundial. En el número de mayo de 1957, le fue posible alardear de que Nebula pasaría desde entonces a mensual, una periodicidad que sostuvo, con ligeros contratiempos, durante los dieciocho meses siguientes. En septiembre de 1957, Hamilton afirmó que Nebula era la revista de ciencia ficción más vendida de Gran Bretaña con cuarenta mil lectores y distribución en veintiséis países.

Hamilton tenía todo el derecho a jactarse, pues lo había logrado todo por si mismo, a cambio de grandes riesgos financieros y un enorme cansancio físico. Su salud empeoró mucho durante los años cincuenta -pese a ser un hombre todavía muy joven-, lo cual contribuyó a su decisión final de cerrar la revista.

Nebula ofrecía la mezcla adecuada de ficción y realidad. Relatos extensos y cortos se combinaban de manera satisfactoria con artículos científicos y secciones regulares, entre ellas la cinematográfica de Forrest J. Ackerman y la de colaboraciones del lector, a cargo de Walt Willis. La labor artística solía impresionar por las vigorosas y brillantes cubiertas, las pulidas contraportadas en blanco y negro y las fotografías interiores.

En cuanto a su contenido literario, Nebula fue la autora del lanzamiento de Brian Aldiss en mayor grado que cualquier otra revista. Hamilton había adquirido su primer relato, «, aunque no lo publicó hasta noviembre de 1956, fecha en que Aldiss aparecía ya regularmente en otras publicaciones. All the World's Tears, incluido en el Nebula de mayo de 1957, alcanzó un gran éxito. En un editorial posterior, Peter Hamilton se encargó de subrayar que tal relato constituyó el punto crítico de la reacción del lector ante Aldiss. Tras su publicación, el nombre de éste acaparó el interés de todos. (All the World's Tears se incluye en el presente volumen.) Los ojos del mundo entero se volvieron hacia Aldiss, que, en la Convención Mundial de Ciencia Ficción de 1959, recibió una placa como «Autor novel más prometedor del año».

El autor más popular de Nebula fue E. C. Tubb, que publicó en ella veintisiete relatos. Aunque los mejores aparecieron en los primeros años de la revista, hay que señalar como favorito de este período su cuento de misterio sobre extraterrestres e inmortalidad, Talk Not At All (No habléis en modo alguno) (agosto de 1958). Entre los demás que consiguieron la fama a través de Nebula, anotemos a Francis G. Rayer, con su relato catastrófico Beacon Green (El faro verde) (marzo de 1957), Robert Presshe, con Old MacDonald (El viejo MacDonald) (abril de 1958), una ingeniosa narración sobre la agricultura en Venus, y William Temple, con su serie Goliath, una guerra entre los extraterrestres y la Tierra, publicada en forma de libro con el título The Automated Goliath (El goliat automatizado) (1962).

En 1958, una huelga de los impresores retrasó la aparición de todas las revistas británicas. Sin embargo, Nebula, que se imprimía en Irlanda, no se vio afectada por ella. La circunstancia proporcionó a Hamilton la oportunidad de hacer fortuna. Por desgracia, no supo aprovecharla. Se había apoyado con exceso en sus lectores americanos, y en 1958, precisamente, la catástrofe se abatió sobre el mundo de la revista estadounidense. Nebula se resintió del golpe.

No se recuperó lo bastante y, pese a aumentar su precio de dos chelines a dos chelines y seis peniques, Hamilton supo que fin estaba próximo. La desaparición pasó de momento inadvertida para sus lectores, acostumbrados a la otrora errática periodicidad de Nebula. Al no aparecer ningún número después de junio de 1959, nadie se sintió alarmado en principio. Pero al finalizar ese año, fue obvio que Nebula había dejado de existir. No hay ningún rastro de Peter Hamilton a partir de ese momento. Ahora bien, las cuarenta y una ediciones de Nebula constituyen un monumento a lo que un solo hombre puede lograr con la suficiente determinación y entrega.

La muerte de Nebula dejó a las revistas de Nova como única fuente de ciencia ficción en Gran Bretaña. Durante el período 1957-1958, había existido una revista de terror, Phantom, a base de reediciones. Su editor artístico, Cliff Lawton, lanzaría posteriormente una nueva publicación, A Book of Weird Tales (1960), con reimpresiones seleccionadas por Ackerman, pero que sólo duró un número. Había también la colección de libros de bolsillo «Supernatural Stories», publicada por John Spencer and Co., de Shepherds Bush. Cada seis semanas, aproximadamente, publicaba una novela, acompañada por un tomo de cuentos. La mayor parte de éstos procedían en exclusiva de R. Lionel Fanthorpe, autor asimismo de numerosas novelas de ciencia ficción, adquiridas por dicha editorial. Su fenomenal producción nacía de sus ratos libres (la mayor parte del día la dedicaba a su trabajo como maestro de escuela). Lógicamente, de ahí derivó una pérdida de calidad. No obstante, sus relatos sirvieron de escalón intermedio a los nuevos iniciados en la ciencia ficción que no habían descubierto las revistas de Carnell.

New Worlds ha sido considerada siempre como la columna Vertebral de la ciencia ficción británica, más por su longevidad y regularidad que por su calidad…, aunque ésta fuera excelente. Significaba la principal salida para aquellos que trataban de ganarse la vida escribiendo. New Worlds excluía todo relato o novela por entregas que no perteneciese a la denominada ciencia ficción estricta, en tanto que Science Fantasy admitía narraciones más en el límite de la ciencia ficción, incluso de pura fantasía.

Science Fantasy fue varias veces nominada para el Hugo, confirmando así su popularidad. Su plato fuerte consistía en un extenso relato, siempre fascinante y absorbente, en muchos casos obra de John Brunner; por ejemplo, A Time To Rend (Un tiempo que desgarrar) (diciembre de 1956), desarrollado en un misterioso mundo paralelo, Lungfish (El dipnoo) (diciembre de 1957), que juzgaba los efectos psicológicos sufridos por los niños que nacen en una nave espacial viajando durante varias generaciones, Earth Is But A Star (La Tierra no es más que una estrella) (junio de 1958), donde se describía una Tierra decadente que se expone a su destrucción por una estrella fugaz, y City of the Tiger (La ciudad del tigre) (diciembre de 1958), que, junto con The Whole Man (El hombre completo) (abril de 1959), narra los esfuerzos y los éxitos de un telépata con dotes curativas. Los dos últimos, revisados, aparecieron con el título Telepathist (Telépata) (1964) y le valieron a Brunner una nominación para el Hugo.

Entre otros excelentes relatos, figuran también las variaciones de Kenneth Bulmer sobre mundos extraños, Reason For Living (Razón para vivir) (octubre de 1957) y The Bones of Shoshun (Los restos de Shoshun) (octubre de 1958); la fascinante manipulación del hado de Destiny Incorporated (Destino, S. A.) (agosto de 1968), de John Kippax; Dial O for Operator (Marque el O para la telefonista) (febrero de 1958), de Robert Presslie, un cuento realmente sobrecogedor sobre una petición telefónica de ayuda procedente del futuro, y 200 Years to Christmas (200 años para Navidad) (junio de 1959), de J. T. Mclntosh, la aventura de una nave «generacional».

J. G. Ballard, más conocido por su obra en New Worlds y uno de los primeros en moldear el nuevo enfoque de la ciencia ficción, proporcionaba buena parte del material para Science Fantasy. Pero el primer murmullo de la «nueva ola» se oyó en New Worlds, y en esta misma revista, una década después, explotó en el maremoto final.

Ballard fue reconocido de inmediato como un genio creador, y se le concedió una doble presentación en público, con sendos relatos en los números de Science Fantasy y New Worlds correspondientes a diciembre de 1956. En primer lugar, le fue aceptado Escapement (Escape), un cuento básico sobre un hombre no sincronizado con el tiempo. Pero antes había escrito Prima Belladonna, el primero de los que Ballard situaría en el escenario de Vermillion Sands, su maravilloso mundo de fantasía. Los relatos posteriores demostraron una originalidad y pericia muy profundas. Build-Up (Acumulación progresiva) (enero de 1957) detallaba un dilema aterrador, en un vasto complejo urbano del futuro, en tanto que Manhole 69 (Nicho) (noviembre de 1957) era una tétrica y aterradora visión de la locura. En 1959, Ballard hablaba así de la ciencia ficción:


«Lo que me interesa sobre todo en la ciencia ficción es la oportunidad que ofrece de experimentar con ideas científicas o psicoliterarias que tienen poca o ninguna conexión con el mundo de la novelística, como por ejemplo el sueño codificado o el huso horario. Pero del mismo modo que los psicólogos se dedican ahora a elaborar modelos de neurosis de ansiedad y estados de enajenamiento, en forma de diagramas verbales, considero que una buena historia de ciencia ficción significa un modelo de cierta imagen psíquica, cuya veracidad da su mérito al relato».


De este primitivo período experimental, he seleccionado The Overloaded Man para representar a Ballard en el presente volumen.

La influencia de Ballard en la ciencia ficción se dejó sentir.de inmediato, aunque indicios de su enfoque se vislumbraban en las obras de algunos de los nuevos autores, como Brian Aldiss e incluso Colin Kapp. El último, a diferencia de Ballard, escogió para su producción temas científicos estrictos, si bien subrayando el punto de vista humano, con un énfasis psicológico y filosófico notorio. Su primer relato, Life Plan (Plan vital) (noviembre de 1958), trataba el tema del superhombre, mientras que Survival Problem (Problema de supervivencia) (abril de 1959) se ocupaba de los esfuerzos por penetrar en otra dimensión. El temprano éxito de Kapp llegó con The Railways up on Cannis (El ferrocarril de Cannis) (octubre de 1959), el primero de una serie de cuentos en torno a un equipo de ingenieros que usan métodos heterodoxos para resolver extraños problemas científicos.

Uno de los autores más populares de New Worlds fue el escritor irlandés James White. Colaboró en ella con regularidad a partir de la publicación de Assisted Passage (Pasaje permitido) en el número de enero de 1953, ganándose cada vez más lectores gracias a sus relatos científicamente exactos, que a menudo se centraban en temas conflictivos. Uno de ellos, Tableau (Cuadro) (mayo de 1958), se refería al símbolo permanente erigido en memoria de una guerra humano-extraterrestre. Grapeliner (De boca en boca) (noviembre de 1959) describe la situación crítica originada cuando el hombre encuentra por primera vez vida extraterrestre. La principal contribución de White a New Worlds consistió en su serie acerca de un hospital espacial para alienígenas, que empezó con Sector General (General de sector) (noviembre de 1957).

Numerosos autores de gran valía dieron sus primeros pasos en las revistas de Carnell: John Kippax, Robert Presslie, Don Malcolm, John Boland, Dan Morgan, John Rackham y Michael Moorcock. También disponían de escritores regulares, como John Brunner, Brian Aldiss, Ian Wright, E.C. Tubb, Arthur Sellings, Kenneth Bulmer y J. T. McIntosh. Entre las contribuciones de Bulmer, hay que citar varias novelas publicadas por entregas, que empezaron con Green Destiny (Destino verde) (1957), la descripción de una civilización submarina. Ian Wright proporcionó dos de los mejores folletines de la revista, Who Speaks of Conquest? (¿Quién habla de conquista?) (1956), en torno al descubrimiento terrestre de una super-raza de alienígenas, y A Man Called Destiny (Un hombre llamado destino) (1958), sobre un ingeniero que descubre en si mismo facultades especiales.

Varios de los relatos por entregas de New Worlds eran reediciones de novelas norteamericanas. De hecho, la mayoría de las revistas británicas incluían reimpresiones estadounidenses. Se debía a que, a principios de la segunda guerra mundial, se impusieron restricciones de importación sobre los libros y las revistas. Luego, no fueron levantadas plenamente, sino que conservaron su rigor hasta 1959. En consecuencia, ninguna revista americana de ciencia ficción se conseguía con facilidad en Gran Bretaña. El público tenía que confiar en los relatos reeditados en las revistas británicas, o en una edición británica del original americano. Esta última práctica surgió en los años cincuenta, y muchos de los títulos importantes en Estados Unidos tuvieron un equivalente británico, aunque variaban sumamente en contenido. Algunas ediciones, como las de Future y SF Stories, de Strato Publications, reproducían con exactitud el original americano, si bien cambiando la publicidad. En el otro extremo, la F and SF, de Atlas Publishing and Distributing Company, solía omitir algunos relatos y cambiar otros de orden, de manera que conservaba escaso parecido con el original. La reedición británica más consistente era la Astounding, de Atlas. Lanzada en agosto de 1939, se publicó de manera esporádica durante toda la guerra, pasando a una periodicidad mensual en febrero de 1952. En 1953, se redujo a formato de bolsillo, y su título se hizo familiar durante toda la década de los cincuenta.

Los dos términos de esta alternativa llevaron a ocasionales duplicaciones. Por ejemplo, la fantasía de Robert Silverberg sobre una memoria retentiva perfecta, The Man Who Never Forgot (El hombre que nunca olvidaba), apareció primero en la F and SF americana, en febrero de 1958, y después, en la británica, en enero de 1960… Pero ya había sido reeditada en Science Fantasy, en diciembre de 1958.

Las ediciones británicas seguían los pasos de sus contrapartidas norteamericanas en cuanto al material, aunque la F and SF de Gran Bretaña reeditó tres relatos de otra procedencia. Solo una reedición británica llegó a adquirir identidad propia: Science Fiction Adventures. En 1956, Carnell asistió a la convención mundial de ciencia ficción, en Nueva York. Allí concertó con Irwin Stein y Larry Shaw la publicación de una edición británica de su aún por nacer Science Fiction Adventures. El primer número estadounidense estaba fechado en diciembre de 1956. La edición británica no apareció hasta marzo de 1958. Bimensual en principio, sus cinco números iniciales constaban de una serie de relatos largos y breves procedentes de diversas ediciones americanas; las reimpresiones no conservaban todos los originales. Apenas se había publicado el número tres en Gran Bretaña, cuando llegaron noticias de que la revista original no continuaba. La cosa no afectaba de momento a Carnell, ya que al existir doce números americanos, disponía de suficiente material para elegir. Sin embargo, no se durmió en los laureles. Mientras publicaba las reimpresiones contratadas, inició rápidamente la adquisición de nuevas obras, a fin de llenar su revista. Con el número seis, fechado en enero de 1959, la publicación pasaba a ser independiente por entero.

De excelente contenido, se especializó en los relatos largos, donde los escritores podían desarrollar sus temas y personajes. Deseaba aventuras sólidas, básicas y sobre todo amenas. En el primero de los nuevos números, por ejemplo, se incluyó Shadow on the Sword (Sombra sobre la espada), del australiano Wynne Whiteford, detallando las consecuencias del hallazgo de una nave extraterrestre en Tritón, la luna de Neptuno. El relato había sido publicado primero en Fantastic Universe de octubre de 1958, mas aquella versión había sido recortada para encajar en esta revista. SF Adventures editó la obra completa. También colaboraron en ella Kenneth Bulmer, con el seudónimo Nelson Sherwood y una atrayente narración sobre un planeta que era un verdadero paraíso, a excepción de su fauna, Galactic Galapagos (Galápagos galácticos), y Arthur Sellings, con The Tycoons (Los magnates), un inteligente relato en torno a una infiltración extraterrestre.

La revista fue bien acogida y sobrevivió mucho tiempo a la publicación madre. Evidentemente, la revista británica de ciencia ficción gozaba de un estado de salud muy superior al de la americana. Numerosos americanos lo reconocieron así y clasificaron a New Worlds como la segunda mejor publicación de ciencia ficción del mundo, tan sólo detrás de Astounding.

El resto del mundo se encontraba en un estado similar respecto al predominio de la revista, aunque por distintas razones.

6

Una vuelta por el mundo

En abril de 1956, ocho países poseían revistas de ciencia ficción autóctonas. Francia tenía dos; Rumania, Suecia, Italia, Alemania, Australia, México y Argentina, una.

La situación de las revistas en Australia resultaba deprimente. La nación no había disfrutado jamás de una publicación que le perteneciese estrictamente. La mayoría de sus revistas eran reediciones de otras o estaban integradas por reimpresiones selectas. La única original, Thrills Inc, se había reducido a malas copias de relatos americanos o a lamentables cuentos juveniles. Sólo quedaba ahora Science Fiction Monthly, también compuesta de literatura reimpresa, de calidad normal, procedente de revistas británicas y americanas. Subsistió hasta enero de 1957. A partir de entonces, Australia se quedó sin una sola publicación autóctona. México y Argentina se hallaban casi en las mismas condiciones. La revista mexicana se llamaba Enigmas, nacida en agosto de 1955. Dirigida por Bernardino Díaz, se trataba en esencia de una Startling Stories mexicana, con escasos relatos inéditos. Lo mismo se aplicaba a Ciencia y Fantasía, una F and SF mexicana, que apareció en septiembre de 1956. Fue bien recibida en principio y mantuvo una periodicidad mensual, pero la circulación declinante se reflejó en un constante aumento del precio, hasta que acabó por desaparecer en diciembre de 1957. Enigmas siguió el mismo camino en mayo de 1958. En aquel mismo verano, Fantasías del Futuro, un solo número igualmente compuesto de reediciones, no logró causar impacto alguno.

La revista argentina, titulada Más Allá, se había iniciado en junio de 1953 como una edición de Galaxy. Ahora bien, siendo la única revista sudamericana de ciencia ficción, atrajo a los escritores del continente, y los relatos inéditos pasaron a formar una sección regular. Al cerrar finalmente, en junio de 1957, Más Allá había colaborado en el adiestramiento de un buen número de autores y en la creación de un saludable grupo de aficionados sudamericanos. Pistas del Espacio, la siguiente en publicarse, con impresión en formato de libro de bolsillo de novelas norteamericanas, incluyó también de cuando en cuando nuevos relatos. cuando desapareció, en el verano de 1959, la ciencia ficción argentina quedó en suspenso. No obstante, el final de la década presenció más movimiento en el continente. En septiembre de 1964, surgió Minotauro, una edición de F and SF, aunque con obras originales. El aficionado sudamericano H. G. Oesterheld experimentó en Géminis, su revista quincenal, una combinación de relatos inéditos y reimpresiones de Galaxy, pero sólo pudo publicar dos números, en el verano de 1965.

La ciencia ficción empezaba a florecer realmente en Europa. La espina dorsal de la ciencia ficción francesa la constituía Fiction, su edición de F and SF. Lanzada por Maurice Renault en octubre de 1953, estaba dirigida por Alain Dorémieux, que adquiría buen número de obras originales de autores franceses y belgas. Fiction contrastaba con Satellite, una publicación formada en exclusiva por reediciones, muy mal confeccionada, que ofrecía traducciones deficientes y solía publicar el mismo relato dos veces con diferentes títulos. Desfigurada de un modo similar, aunque no tan mala, Galaxie, la Galaxy francesa, sobrevivió durante sesenta y cinco números, hasta abril de 1959.

Por su parte, Suecia se puso a la cabeza de los países escandinavos en cuanto al desarrollo de la ciencia ficción. Al fin y al cabo, había sido el lugar de nacimiento de la primera revista de ciencia ficción, Hugin, en 1916. Durante la segunda guerra mundial se había publicado un semanario de reediciones, Jules Verne Magasinet, pero la revista más importante, y la que inició la gran afición sueca, fue Häpna! Se trataba, en esencia, de un proyecto financiado por aficionados, publicado por los hermanos Kurt y Karl-Gustaf Kindberg, y que perdía dinero de modo invariable. De su dirección se encargaba Kjell Ekström (1920-1971), recordado con orgullo por numerosos aficionados y autores suecos. No sólo seleccionaba y traducía gran parte del contenido de ciertas revistas americanas y británicas, sino que animaba a los escritores noveles, como Sam Lundwall y Sture Lönnestrand. La revista mantuvo una periodicidad mensual durante toda su existencia, a partir del primer número, en marzo de 1954. En 1964 enfermó Kurt Kindberg, con lo que aumentaron las dificultades de financiación. La revista empezó a salir de modo irregular y, por último, se liquidó en enero de 1966, después de ciento treinta y siete números. Aun así, no significó el verdadero final de Häpna!

En 1958, Sam Lundwall había planeado una revista de reediciones, Alpha, que no había hecho más que aparecer cuando el financiero se echó atrás. Como compensación parcial, se inició en septiembre de 1958 una edición sueca de Galaxy, con Henrik Rabe como director. Contenía algunas obras originales y una sección de cartas de los lectores. No tan efectiva como Häpna!, desapareció en julio de 1960.

Pero Suecia no era la única nación escandinava que publicaba una revista de ciencia ficción. Todas las demás tenían sus propias publicaciones en los años cincuenta, la mayor parte nutridas por la Galaxy americana. La versión noruega, Tempo, dirigida por Árne Ernst, publicó cinco números en el invierno de 1953-1954. La finlandesa, Aikamme, dirigida por Mary Wuorio, puso también a la venta cinco números desde agosto hasta diciembre de 1958, aunque con escasos relatos inéditos. La danesa Planet, dirigida por Knud Andersen, que seleccionaba su literatura de Astounding, se las arregló para durar seis números, de enero a junio de 1958.

Los alemanes enfocaban la revista de ciencia ficción de manera distinta. Sus «revistas» eran esencialmente reediciones de libros de bolsillo, especializados en la ópera espacial. El padre de la ciencia ficción alemana, Walter Ernsting (nacido en 1920), comenzó casi en solitario la serie de libros y revistas. Tomó como punto de partida las publicaciones «Utopia», de las que sólo una puede clasificarse en sentido estricto como revista: Utopia-Sonderband, lanzada por Ernsting a finales de 1955. No tardó en cambiar su titulo a Utopia-Magazin, basándola en gran medida en reimpresiones. Ernsting dejó la empresa en 1957, pero Utopia continuó, bajo la dirección de Bert Koepen, hasta agosto de 1959. En sus últimos tiempos, hubo de luchar con una publicación rival, Galaxis, la Galaxy alemana, que se editó entre marzo de 1958 y julio de 1959. Traducida por Lothar Heinecke, también presentó algunos relatos inéditos. Tras la desaparición de ambos títulos, Alemania quedó sin una sola revista que publicara relatos cortos originales de sus propios autores. Sin embargo, los lectores que sentían preferencia por la ópera espacial no tuvieron motivo de preocupación. En los últimos años de la década de los cincuenta, se publicaron de modo regular diversas series de libros de bolsillo, como Terra, Terra Sonderhand y Abenteuer im Weltenraum, especializadas en reediciones de novelas americanas y británicas, drásticamente corregidas. Por otro lado, Luna-Weltall publicaba muchas novelas originales, la mayoría dedicadas a los lectores juveniles. Con estos comienzos, el próximo paso, es decir la aparición del más famoso de todos los superhéroes de la ópera espacial, Perry Rhodan, se produjo de manera natural.

En el verano de 1961, Ernsting había planeado una serie de novelas similar basada en un personaje central, pero a sus entonces editores habituales no les gustó la idea. Formando equipo con Karl H. Scheer (nacido en 1928), un conocido colaborador de Luna, Ernsting preparó la primera novela, Operation Stardust (Operación nebulosa), para una editorial rival. Las ventas fueron fabulosas, y las novelas empezaron a salir con rapidez, al ritmo de una por semana, contratándose a un equipo de escritores para mantener tan intensa producción. El personaje y sus aventuras ganaron en popularidad vertiginosamente, y pronto los libros se vendieron a millones en todo el continente. La primera editorial que había rechazado la idea, al comprender su error, lanzó Mark Pawers, y una tercera inició la serie de Rex Corda. Estas débiles imitaciones perdieron enseguida el paso, mientras que Perry Rhodan se asentaba cada vez con mayor fuerza. Como ya he dicho, se trataba de novelas, no de revistas, pero tuvieron distintas repercusiones en América una década más tarde.

Italia fue durante este período el país europeo con más revistas de ciencia ficción. Algunas se reducían también a las novelas publicadas en formato de libro de bolsillo, igual que en Alemania. No obstante, existían muchas otras que ofrecían además relatos cortos. Nada menos que veintisiete revistas hicieron breves apariciones en la década que nos ocupa, en numerosos casos indistinguibles unas de otras. La mayoría se basaba ampliamente en reimpresiones de obras americanas y británicas, lo mismo que la publicación básica, I Romanzi di Urania, creada en octubre de 1952. Al principio de gran calidad, ésta decayó un tanto en años posteriores, lo que provocó un descenso en su circulación. No obstante, Urania (nombre abreviado que adoptó a partir de julio de 1957) mantenía una periodicidad regular. Incluso llegó a publicarse semanalmente en cierto momento.

De entre la explosión de títulos surgida en 1957, hay que destacar Oltre il Cielo, que apareció en septiembre. Luigi Cozzi la describiría más tarde como «una especie de imitación vulgar de Science and Invention», aunque contenía relatos inéditos y artículos de autores italianos además de las inevitables reimpresiones. Una novedad en cierto sentido la constituyó Au Delá du Ciel, nacida en marzo de 1958. Con obras originales y reediciones, era una revista italiana, publicada en Roma… y escrita en francés.

Italia tuvo más de la parte que le correspondía en cuanto a ediciones de Galaxy se refiere. La Urania original de 1953 había pretendido ser una de ellas. Hubo una Galassia en 1953 y otra más en 1957. Una genuina Galaxy italiana apareció en junio de 1958, dirigida por la señora Roberta Rambelli, uno de los críticos italianos de ciencia ficción más respetados. Dicha edición se prosiguió hasta marzo de 1964, pero, para aumentar la confusión, en enero de 1961 apareció una tercera Galassia, dirigida asimismo por la señora Rambelli.

Queda claro, pues, que ningún país, aparte de Estados Unidos y Gran Bretaña, disponía de una sola revista formada en exclusiva por obras de sus propios autores. Siempre se trataba de una plétora de reediciones. Resulta difícil por tal motivo valorar el efecto de la ciencia ficción extranjera en el escenario de la revista. En realidad, tal efecto es insignificante. Pero las publicaciones sirvieron al menos como campo de entrenamiento para autores noveles que, más tarde, escribirían en serio. Y estas novelas ejercerían un efecto de revitalización del género al ser traducidas al inglés.

Del resto de las revistas extranjeras, la única especializada en el género tras el telón de acero era la rumana Colectia Povestin Stiintifico Fantastice, lanzada en junio de 1955 como suplemento de la popular revista científica Stiinta si Technica. Dirigida por Adrian Rogoz, imprimía material procedente de todo el mundo, al tiempo que estimulaba a los escritores locales, como Sergiu Farcasan y Vladimir Colin. Conservó su periodicidad quincenal a lo largo de la década de los sesenta, hasta octubre de 1969. Otras revistas científicas de la Europa del Este, como la rusa Iskatel y las yugoslavas Kosmoplov y Galaksija, ofrecían relatos de ciencia ficción en sus números, aunque muy variables en cuanto al contenido.

Quizá la más lograda de todas las revistas extranjeras fuese la japonesa SF Magazine. Dirigida por Masami Fukushima (nacido en 1929), se presentó en febrero de 1960 con la acostumbrada mezcla de ciencia ficción inédita y reimpresa. Siendo la única publicación de su tipo en Asia, que contaba con una floreciente comunidad de aficionados a la ciencia ficción, sus ventas se dispararon, y pronto pasó a una periodicidad mensual regular, con una circulación superior a los cien mil ejemplares.

A pesar de este desarrollo mundial, todos los ojos seguían volviéndose hacia Estados Unidos para comprobar las tendencias. Y al iniciarse la década de los sesenta, la ciencia ficción estadounidense mostró por fin los indicios de un renacimiento.

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Un soplo de vida

Seis revistas tan sólo sobrevivían aún en la nueva década, aunque entre las seis abarcaban toda la gama de la ciencia ficción. Señalemos como detalle interesante que, en 1960, las revistas tuvieron que anunciar por primera vez su tirada obedeciendo a una ley del Congreso. Dicha tirada estaba ya antes a disposición de quien quisiera saberla (anunciantes, por ejemplo) en la publicación americana Publishers Weekly. Ahora, se revelaba a los lectores en general. Al principio, no todas las revistas cumplieron con la ley, y las cifras de algunas que sí lo hicieron parecieron sospechosas. No obstante, al cabo de un cierto tiempo, pudo calcularse en cierta medida sus tendencias y su autenticidad. Figuraban en cabeza Astoundíng y Galaxy, con una tirada en torno a los ochenta mil ejemplares. A continuación, venían If y F and SF, con un total aproximado de cincuenta y cinco mil. Amazing tiraba cincuenta mil ejemplares, y Fantastic unos cuarenta mil. Las posiciones no se alteraron radicalmente en 1965, aunque sí las cifras. Puesto que la venta mínima para cubrir gastos en la mayoría de los casos giraba alrededor de los veinticinco mil ejemplares, todas se hallaban a salvo, lo que no significaba que pudieran dormirse en los laureles. ¿Sobrevivirían?

La primera en desaparecer fue Astounding… Es decir, no la revista, sino su título. John Campbell llevaba largo tiempo insatisfecho de la impresión beatificante que causaba dicho título, y había realizado varios intentos de hacer casi invisible en la portada la palabra Astounding (asombrosa), recalcando el término Science Fiction. Pero comprendía que esto no engañaba a nadie. El nombre era demasiado evocador de los días de revistas baratas y de maravilla del pasado. Tenía que existir algo más acorde con la era espacial, más análogo al progreso científico…

Un momento… Sí, había encontrado la solución. Ciencia ficción análoga a realidad científica. Así nació Analog. Campbell emprendió la eliminación paulatina del antiguo nombre. A partir del número de febrero de 1960, el título Analog apareció tenuemente bajo el de Astounding. A lo largo de aquel año, se fue definiendo más y más, hasta quedar en solitario en el mes de octubre. Campbell inventó su propio símbolo para representar el término analogía. Y así figuraba en el subtítulo: Science FactScience Fiction. Constituyó el primer esfuerzo de Campbell por convertir a Analog en una revista de ciencia ficción respetable y moderna. El siguiente consistió en liberar la publicación del estigma del formato reducido. El mismo Campbell había encabezado la campaña para que Astounding adoptara en 1943 dicho tamaño, en lugar del normal en las publicaciones baratas (17,8 por 25,4 cm). Era lo obligado en aquella época. Ahora, el formato reducido parecía desfasado, gracias al enorme mercado de las revistas ajenas a la ciencia ficción. Campbell aprovechó un incidente editorial ocurrido en 1961. En ese año, coincidiendo con el número de febrero de Analog, la venerable firma Street and Smith, existente desde 1855, fue absorbida por Condé Nast Publications. Condé Nast aceptó de buena gana el cambio propuesto, y se trazaron planes para convertir Analog en una revista de gran formato y papel de excelente calidad. Campbell sabía perfectamente que SF Plus y Satellite habían fracasado en un empeño semejante, pero las consideró víctimas de las circunstancias. A Analog le iría sin duda mejor.

La transformación tuvo lugar con la edición de marzo de 1963. En realidad, Analog no pasó a ser una revista «normal», al menos no en el sentido de Esquire. ¿Dónde estaban las páginas en papel satinado? Allí, desde luego, pero reservadas a los anuncios y los artículos científicos, puesto que permitían una mejor reproducción de las fotografías. La novelística continuaba en el tradicional papel de calidad inferior. Sin embargo, suponía la oportunidad de presentar brillantes portadas, y John Schoenherr puso en ello su mejor inspiración, en tal medida que en 1965 se le concedió el Hugo al mejor dibujante profesional.

Analog conservó la calidad literaria que se esperaba de ella. Precisamente en la Analog de gran formato se publicaría una de las narraciones más extraordinarias de la década.

Frank Herbert (nacido en 1920) era ya un escritor apreciado, pero, dejando aparte su primera novela, The Dragon in the Sea (El dragón en el mar) (1955), no gozaba de gran reputación. El numero de Analog de diciembre de 1963 incluyó el primer episodio de la última novela de Herbert, Dune World (El mundo de Dune), que suscitó una reacción sorprendente. Los lectores se mostraron más que entusiasmados al verse envueltos en la narración sobre el desértico mundo de Arrakis, sus gusanos de arena y la intriga del joven Paul Atreides, temido por los detentadores del poder como el Muad'dib prometido, el nuevo Mesías.

Dune World fue tan sólo la primera parte de toda una epopeya concebida por Herbert, que aparecería periódicamente en el transcurso de los siguientes doce años. Esta primera parte, combinada con la segunda, The Prophet of Dune (El profeta de Dune), formó la extensa y premiadísima novela Dune.

Sucedió que, con el número de abril de 1965, y mientras se estaba publicado The Prophet of Dune, los lectores se encontraron con que Analog había regresado al formato reducido. ¿A qué se debía esto?

Todo el problema de una revista en gran formato y papel de cierta calidad se reduce a que se apoya desde el punto de vista financiero en sus ingresos por publicidad. Imposible sobrevivir con el dinero de los lectores si desea mantener un precio competitivo. Y los ingresos por publicidad de Analog no iban bien, puesto que las principales empresas no creían que una revista de ciencia ficción contara con lectores adultos capaces de interesarse por sus productos. En consecuencia, Condé Nast aprovechó la primera oportunidad para volver al tamaño reducido antes de que empeorara la situación. Los lectores no pusieron ninguna objeción. Las únicas quejas provinieron de los coleccionistas, para quienes las ediciones en diversos tamaños formaban un desagradable conjunto en su biblioteca.

En las demás revistas de importancia, estaban en vías de realizarse cambios editoriales. La deficiente salud de Horace Gold le impedía continuar dirigiendo Galaxy e If. En 1961, le sustituyó Frederik Pohl, que ya se había hecho cargo de buena parte del trabajo. Pohl tenía por fin la oportunidad de trabajar en una revista, tal como deseaba desde la aparición de la malograda Star SF. Iban a producirse transformaciones milagrosas.

Robert P. Mills abandonó la dirección de F and SF en 1962, en favor de sus intereses como agente literario. Fue sucedido por Avram Davidson, que se encargó de la revista desde México. Davidson, a instancias de la editorial, creó los números especiales dedicados a un solo autor, siendo el primero de ellos Theodore Sturgeon (septiembre de 1962) y el segundo Ray Bradbury (mayo de 1963). Siguieron otros.

Aunque todas estas revistas publicaban obras excelentes, aprovechaban también el trabajo de los escritores noveles, que aprendían su oficio en las páginas de Amazing, Fantastic e If.

Amazing jamás había disfrutado de una política editorial determinada. En Analog, era bien conocido el gusto de Campbell por su ciencia ficción. Pohl hacía especial hincapié en la sátira futurista o la aventura espacial en general. F and SF exigía calidad literaria, y pese a abarcar la esfera de acción más amplia de todas, no se aventuraba más allá de los estilos ensayados y confirmados. Cele Goldsmith, al contrario, porfiaba por hallar algo nuevo. Ya en 1961, Amazing se había convertido en una revista muy atrayente, con una presentación pulida y una portada llamativa, obra por lo general de Alex Schomburg.

Sam Moskowitz ejercía cierta influencia en la revista. Con el número de septiembre de 1960, Amazing inició la publicación regular de sus perfiles de autores de ciencia ficción. Poco después, lanzó una sección de reediciones clásicas, con relatos procedentes de los archivos de Amazing, seleccionados y presentados por Moskowitz. Fantastic contaba con una sección similar, con narraciones elegidas de una fuente más amplia. El número del trigésimoquinto aniversario, correspondiente a abril de 1961, apareció repleto de dichas reimpresiones, aunque con un editorial escrito por Hugo Gernsback y con una original cubierta de Frank R. Paul, su canto del cisne. El decano de los ilustradores de ciencia ficción, cuya obra supo plasmar el mundo dominado por las máquinas concebido por Hugo Gernsback, no proporcionaría más dibujos a las revistas a partir de entonces. Paul falleció el 29 de junio de 1963, a los setenta y nueve años de edad.

Los indicios de la predilección de Amazing por los talentos inéditos se hicieron más que obvios en los primeros años sesenta. Así, David R. Bunch efectuaba apariciones regulares. Su obra no debía nada a ningún otro escritor. Poeta por naturaleza, escribía como un poeta: aturdidoras y exóticas imágenes del mundo, instantáneas incongruentes y sin embargo apasionantes. Su debut en el campo de la ciencia ficción había tenido lugar en If, en 1957, pero la mayoría de las revistas rechazaban sus obras, excepto Amazing y Fantastic. Bunch conquistó la fama mediante sus relatos, extremadamente originales, sobre el mundo Moderan y sus habitantes, seres en parte humanos y en parte metálicos.

Amazing brindó a sus lectores varias narraciones de J. G. Ballard y Brian Aldiss, a partir de enero de 1962. Ambos escritores se hallaban en aquel momento en un estadio de transición, habiendo completado su aprendizaje con todos los honores y empezando a establecer el rumbo de la ciencia ficción. El número de Amazing de marzo de 1962 constituye un ejemplo espectacular, con Tyrant's Territory (El territorio del tirano), de Aldiss, un relato de la serie PEST; The Thousand Dreams of Stellavísta (Los mil sueños de Stellavista), uno de los relatos de Ballard desarrollados en Vermilion Sands, y otras muchas narraciones, la mayoría bellamente ilustradas por Virgil Finlay.

1962 y 1963 fueron años grandiosos para las dos revistas. Una combinación de talentos nuevos y veteranos se unió para crear un enfoque francamente excitante de los viejos temas de la ciencia ficción. Basta con fijarse en los nombres de los autores noveles cuyas primeras obras fueron publicadas en Amazing o Fantastic: Keith Laumer (abril de 1959), Phyllis Gottlieb (septiembre de 1959), Albert Teichner (enero de 1960), Ben Bova (febrero de 1960), Robert Rohrer (marzo de 1962), Larry Eisenberg y Roger Zelazny (agosto de 1962), Ursula K. LeGuin (septiembre de 1962), Thomas M. Disch (octubre de 1962), Sonya Dorman (enero de 1963) y Piers Anthony (abril de 1963).

En la actualidad, los nombres más famosos de esta relación son los de Roger Zelazny y Ursula LeGuin, aunque en mi opinión se menosprecia enormemente a Piers Anthony. Zelazny causó el impacto más inmediato. Sus primeros relatos se parecían mucho a los de Bunch, instantáneas de apariencia absurda. Pero se desarrollaron con gran rapidez, y Zelazny se mostró tan prolífico que algunos de ellos se publicaron firmados con seudónimo. Eligió a capricho el de Harrison Denmark, con lo cual provocó una enorme confusión, ya que Harry Harrison, que también escribía para las revistas, residía por entonces en Dinamarca (en inglés, Denmark).

Casi todos los autores de talento intervinieron en Amazing y Fantastic durante este período. Philip K. Dick, que casi había abandonado el campo de la revista para pasar al del libro, regresó como colaborador regular, con cuentos como The Days of Perky Pat (Los días de Perky Pat) (Amazing, diciembre de 1963), base de su novela The Three Stigmata of Palmer Eldritch (Los tres estigmas de Palmer Eldritch) (1965). También Robert Silverberg había dejado el género al fracasar sus revistas, para concentrarse en temas ajenos a la novelística y en obras de consulta infantiles, pero empezó a resurgir, ocupándose además de la sección de crítica de libros. Hay que citar igualmente a Frank Herbert, Cordwainer Smith, Fritz Leiber, Philip José Farmer, Raymond F. Jones, James H. Schmitz, Lester del Rey, Daniel F. Galouye, John Jakes, Arthur Porges, Leigh Brackett, Jack Sharkey, Henry Slesar, Harlan Ellison y Edmond Hamilton. Este último hizo una reaparición en las revistas con varias soberbias narraciones, como Sunfire! (Fuego solar) (Amazing, septiembre de 1962), en torno a una vida energética sensible en Mercurio.

Amazing y Fantastic bullían de actividad. Las novedades se sucedían. El lector se sentía fascinado de antemano. Autores veteranos y noveles experimentaban codo a codo nuevos estilos. La revolución empezaba. La ciencia ficción sufría una metamorfosis, renacía. Los números de ambas revistas entre 1962 y 1964 son comparables a los aparecidos durante la edad de oro de Astounding, de 1938 a 1942, época en la que se produjo un brote similar de nuevos talentos. Campbell había proporcionado a la ciencia ficción, aún adolescente, los criterios finales, antes de ponerla en camino hacia la edad adulta. Alcanzó su madurez a finales de los años cuarenta, pero durante la década de 1950 comenzó a envejecer. Y tras pasar una fase de crisálida en los últimos años cincuenta, la mariposa empezaba a emerger.

Fantastic, casi a solas, revivía el género de espadas y brujería. Se trataba de jactanciosas narraciones sobre magos y guerreros, en la vena del Conan de Robert E. Howard. John Jakes contribuía con las aventuras de Brak, una imitación del anterior, en tanto que Fritz Leiber proseguía su epopeya de los inimitables bribones Fafhrd y Grey Mouser. Fantastic adoptaba una política editorial extremadamente abierta, y ofrecía numerosos relatos grotescos y fuera de lo normal, un género exclusivo. No hay que sorprenderse, por tanto, de que reapareciera en ella el Harlan Ellison del nuevo estilo, con sus obras experimentales Paingod (El dios dolor) (junio de 1964) y Brighteyes (Ojos brillantes) (abril de 1965).

También Amazing logró un éxito sensacional al adquirir un relato inédito de Edgar Rice Burroughs, Savage Pellucidar (El salvaje Pellucidar), y ofrecerlo en noviembre de 1963.

¿Qué más podían pedir los lectores?

Así pues, en 1965, se recibió como un gran golpe la noticia de que Ziff-Davis había decidido que las dos revistas no rendían. Después de todo, a los editores les interesaban los beneficios, no las revoluciones en la ciencia ficción. Ni Amazing ni Fantastic resultaban lo bastante provechosas, y por eso fueron vendidas a Sol Cohen. Éste, que había sido durante algún tiempo el editor de Galaxy, había creado su propia editorial, Ultimate Publishing Company, en Flushing, Nueva York. Su única preocupación se centraba en la rentabilidad, y disponía de un arma excelente. Ziff-Davis había adquirido todos los derechos de las narraciones publicadas, y dichos derechos pasaban a Cohen. Lo que significaba, simple y llanamente, el derecho a reeditar las viejas páginas de Amazing y Fantastic Adventures sin pagar un solo centavo a los autores.

Otro golpe adicional fue asestado a las revistas por la retirada de Cele Goldsmith (o Cele Lalli, como se llamaba después de su matrimonio en 1964). Cohen dio instrucciones al director de sus revistas, Joseph Ross, para que se basara casi por entero en reimpresiones y usara parcamente los nuevos manuscritos heredados de Ziff-Davis. Al principio, la cosa no resultó tan terrible. Se guardaban numerosas narraciones de primera clase en los archivos, y éstas, combinadas con excelentes relatos inéditos y una atractiva presentación, hacían a Amazing y Fantastic muy legibles. Pero el proceso se deterioró con rapidez. Sin la menor duda, Amazing había dejado de ser el crisol del que surgía la nueva ciencia ficción.

Frederik Pohl le seguía los pasos muy de cerca a Cele Goldsmith en cuanto a cultivar su equipo de autores noveles y sonsacar material de la vieja guardia. Cuando Amazing y Fantastic perdieron su electrizante encanto, Pohl fue el único en beneficiarse.

Pohl no había efectuado cambios inmediatos al hacerse cargo de la dirección, pero poco después de tomar posesión, la imprenta en que se editaba entonces If estropeó por completo un número de la revista. Pohl recurrió a un nuevo impresor, que dio a Galaxy y a If, aunque a ésta en grado menor, una presentación mucho mejor. Con ello se marcó un nuevo rumbo. Galaxy empezó a perder su aspecto vulgar e insulso, en favor de una presentación más acabada. Las ilustraciones mejoraron de modo espectacular, con nuevos artistas como Gray Morrow y veteranos de confianza como Virgil Finlay. La calidad de If, en cambio, siguió siendo escasa, y ciertos experimentos sobre el color, imprimiendo en azul o rojo algunos encabezamientos y títulos, sólo derivaron hacia un aspecto más juvenil del producto final.

Pohl empezó a presionar al editor, Robert M. Guinn, para que promoviera Galaxy a publicación mensual, pero Guirm se mostraba indeciso. Galaxy daba un beneficio. ¿Para qué arriesgarse? El argumento contrario valía para If, cuyas pérdidas no harían sino agravarse al aumentar su periodicidad. El resultado de esta porfía fue la creación de una nueva revista, Worlds of Tomorrow, la primera desde la breve publicación de Vanguard en 1958.

Worlds of Tomorrow, planeada en principio como mensual, apareció con carácter bimensual a partir del primer número, fechado en abril de 1963, con el mismo diseño en su portada que Galaxy e If, de modo que apenas se distinguían. Pohl pugnó por adquirir la colaboración de diversos escritores de nota para lanzar la revista y se aseguró la última novela de Arthur Clarke, People of the Sea (El pueblo del mar). La obra, escrita para lectores jóvenes, se publicó asimismo en forma de libro bajo el titulo Dolphin Island (La isla de los delfines). Relataba las aventuras de un chico de quince años rescatado por dichos animales. El mismo número incluía también relatos de Keith Laumer, Murray Leinster y Fritz Leiber y señalaba el regreso de Robert Silverberg a la ciencia ficción, con una narración sobre una forma de castigo en el futuro, To See the Invisible Man (Ver al hombre invisible).

Worlds of Tomorrow presentaba, al igual que If, ilustraciones interiores en dos tonos que resultaban desalentadoras. La técnica superior de Virgil Finlay lograba sobrevivir al tratamiento, pero otras ilustraciones, en especial los «rellenos a esquemáticos de Jack Gauglian, resultaban poco más que borrones de tinta. El defecto fue sustancialmente corregido en números subsiguientes. No obstante, el nivel literario continuaba por debajo de la media, y Worlds of Tomorrow recibía más críticas que alabanzas por los relatos que ofrecía. La obra más conocida entre las que publicó es sin duda The Dark Light-Years (Los oscuros años luz), de Brian Aldiss, con su muy original descripción de una raza extraterrestre, avanzada en el terreno científico, pero repulsiva en sus hábitos.

Poco después del lanzamiento de Worlds of Tomorrow, Guinn decidió dar el visto bueno para que If pasara a mensual. El ambiente era obviamente más propicio en aquel momento que unos años antes, debido a una diversidad de causas. El boom del libro de bolsillo, a finales de la década de 1950, y el advenimiento de la era espacial, habían atraído nuevos lectores a la ciencia ficción. Dichos lectores -además de los nuevos reclutas interesados por la carrera espacial- empezaban a expandir sus horizontes desde los libros a las revistas, y aunque éstas se veían reducidas a un papel secundario al lado de aquéllos, el hecho de que existiera sólo un puñado de ellas les valió una mejor acogida.

Así pues, If pasó a mensual a partir de su número de julio de 1964. Frederik Pohl preparaba nuevos detalles para captar a los lectores. Por ejemplo, apenas se veía el nombre de Theodore Sturgeon en una revista de ciencia ficción por aquel entonces. Pohl consiguió que se encargase de la sección principal. Sturgeon colaboraba en todos los números con un artículo breve sobre diversos tópicos, y a veces con un editorial. Las ilustraciones de If mejoraron, y Pohl utilizó al máximo el poder comercial del nombre de Virgil Finlay. El número de marzo de 1963 estaba exclusivamente ilustrado por éste. Asimismo, Pohl inició una sección de «primeras obras», comprometiéndose a que en todos los números de la revista aparecería al menos el primer relato de un autor novel. La serie comenzó en septiembre de 1962, con Once around Arcturus (Una vez, en torno a Arturo), de Joseph Green. Sin embargo, cuando dicho relato se publicó, Green había colocado ya varios otros en New Worlds, pertenecientes a su serie sobre colonizadores planetarios, que más tarde se pondría a la venta con el título The Loafers of Refuge (Los holgazanes del refugio) (1965). A partir de aquel momento, If ofreció siempre una o dos primeras narraciones, lo cual, combinado con los talentos que llenaban Amazing y Fantastic, da una idea del renacimiento que experimentaba la ciencia ficción.

En 1963 tuvo lugar la presentación de Gary Wright (enero), Robert Lory (mayo), Bruce McAllister y Alexei Panshin (julio). El año siguiente nos dio a conocer a Norman Kagan en julio, a Robert E. Margroff en octubre y, sobre todo, a Larry Niven en diciembre. Niven recuerda que su relato, The Coldest Place (El lugar más frío), se quedó anticuado apenas publicado, ya que se supo entonces que Mercurio no siempre ofrecía la misma cara al sol. Entre otras primeras obras, hay que citar la de Larry S. Todd, en junio de 1965, la de Dannie Plachta, en septiembre del mismo año, y la de H. H. Hollis, en marzo de 1966.

Los autores citados no fueron los únicos que hicieron sus primeras armas en las revistas. C.C. MacApp se había presentado en If en mayo de 1960, y se había convertido en un colaborador regular de las tres revistas, a menudo con Gree, su serie sobre tiranos extraterrestres. Fred Saberhagen, que se había dado a conocer en Galaxy, en febrero de 1961, se ganó infinidad de lectores, en este caso con su serie Berserker, sobre las máquinas bélicas.

Además, el hallazgo de Cele Goldsmith -Keith Laumer- proporcionó a If su faceta más ligera, con sus humorísticos relatos de las proezas diplomáticas de Jame Retief. Curiosamente, Retief había comenzado en serio. La primera narración, Diplomat-at-Arms (Diplomático para armamento), apareció en Fantastic en enero de 1960. El personaje revivió en If en septiembre de 1961, con The Frozen Planet (El planeta helado), y la serie se fue haciendo cada vez más extravagante.

Además de asegurarse el futuro mediante la promoción de nuevos escritores, Pohl acaparó buena parte del mejor material escrito por autores famosos, nuevos y veteranos. Gracias a ello, If alcanzó la vanguardia del género, ganando el Hugo en 1966.

En primer lugar, Pohl, como escritor, formó equipo con Jack Williamson para producir dos excelentes novelas de aventuras, The Reefs of Space (Los arrecifes del espacio) (1963) y Starchild (El hijo de las estrellas) (1965). A continuación, If publicó por entregas tres de las novelas de Robert Heinlein: Podkayne of Mars (Hija de Marte), en 1962-1963, Farnham's Freehold (Los dominios de Farnham), en 1964, y The Moon Is a Harsh Mistress (La luna es una cruel amante), en 1965-1966, esta última ganadora de un Hugo.

Uno de los mayores alardes de If consistió en adquirir por adelantado todas las nuevas obras de A. E. van Vogt. El número de septiembre de 1963 ofreció The Expendables, incluida en este libro. Luego siguieron The Silkie (El sedoso) en 1964 y The Replicators (Los duplicadores) en 1965, todo un preludio del renacimiento de Van Vogt que iba a tener lugar.

El 11 de mayo de 1964 fue un número especial dedicado a los Smith. Figuraron en él: Jack Smith, el constante y veterano George O. Smith, el siempre original Cordwainer Smith, con un relato de su serie Underpeople, The Store of Heart's Desires (El almacén de deseos del corazón), y el avezado E. E. Smith, con The Imperial Stars (Las estrellas imperiales), la novela corta que dio origen a la serie de La familia d'Alembert. Con anterioridad, If había ofrecido por episodios Masters of Space (Maestros del espacio), la novela que E. E. Smith terminó a partir de un manuscrito que dejó inacabado el aficionado y escritor E. Everett Evans (1893-1958). Pero la auténtica «bomba» llegó con el anuncio de que If iba a publicar por entregas la más reciente novela de «Doc» Smith, Skylark DuQuesne. Al cabo de medio siglo, Smith volvía al punto de partida, haciendo revivir al malvado maestro de villanos Blackie DuQuesne para que batallase una vez más contra Richard Seaton.

El folletín se inició en junio de 1965. Poco después, fallecía Doc Smith, quizá mientras retocaba aún su novela conforme se iba publicando y cuando su nombre volvía a estar en labios de todos los aficionados. Había muerto el inventor de la superciencia ficción, el hombre que más había hecho por empujar al género fuera del sistema solar. Pero había vivido lo suficiente para contemplar el renacimiento de la ciencia ficción, y sobre todo para ser testigo del lanzamiento del hombre al espacio. E. E. Smith murió en septiembre de 1965, cuando contaba setenta y cinco años de edad. Como si el destino decidiera intervenir, el mismo número de If en que se publicaba la esquela de defunción de Smith, el de diciembre de 1965, presentaba el primer relato de Stephen Goldin, el hombre que una década más tarde asumiría la personalidad del fallecido para proseguir la serie de La familia d'Alembert.

A finales de 1965, If era sin duda alguna la revista más apasionante del género. El número de sus páginas había aumentado en septiembre de dicho año, y todo estaba dispuesto para que su preponderancia se incrementase sin interrupción.

Pohl no había descuidado Galaxy ni Worlds of Tomorrow durante la época en que se dedicó a revitalizar If. Cuando Ziff-Davis vendió Amazing, la segunda de estas revistas heredó la sección que trazaba los perfiles de las personalidades de la ciencia ficción, sección creada por Sam Moskowitz. Por su parte, Galaxy aprovechaba su número extra de páginas para sus vigorosas novelas cortas y sus grandes folletines. En junio de 1963, había publicado la primera parte de Here Gather the Stars (Aquí se concentran las estrellas), de Clifford Simak, que después obtendría el Premio Hugo, aunque se la conoce mejor con el título de su publicación como libro, Way Station (Estación de tránsito). Cordwainer Smith aparecía con regularidad, y hacia 1965 se había convertido en uno de los autores de ciencia ficción de los que más se hablaba. Pohl escribió así de él:


«De entre todos los autores de ciencia ficción, aquel cuya visión abarca más lejos en la totalidad de la vida futura es uno de mis colegas, Cordwainer Smith. Smith no escribe historias sobre los viajes interestelares, la longevidad o la relación entre los hombres del futuro y sus creaciones, ya sean robots o animales sometidos a mutaciones. Él escribe sobre personas que viven en una civilización donde todas esas cosas, y muchas más, constituyen elementos de sus vidas cotidianas».


Pero el destino se mostró cruel con Smith. Perfectamente situado para convertirse en un escritor permanente de ciencia ficción, falleció en agosto de 1966, cuando sólo contaba cincuenta y tres años. Su temprana muerte le hizo entrar en la leyenda, pero privó a la ciencia ficción de un talento sin par; y al mundo, de un genio político y lingüístico.

Un indicio de que el bienestar había vuelto al campo de la revista lo proporcionaba el nacimiento de nuevas publicaciones. Sin embargo, no hubo un verdadero boom, no se produjo una inundación de la noche a la mañana. Aparte de Worlds of Tomorrow, sólo aparecieron tres revistas, y ni una sola se dedicó al nuevo estilo.

Gamma no difería gran cosa de F and SF; diseño similar, formato y política editorial idénticas, una mezcla de todos los tipos de literatura fantástica. El primer número salió en la primavera de 1963, en tamaño reducido y con una portada atrayente, aunque poco imaginativa, obra de Morris Scott Dollens, ostentando los nombres de Tennessee Williams, Ray Bradbury y Rod Sterling. Y como subtítulo, no «Ciencia Ficción», sino «Nuevas Fronteras de la Ficción».

Gamma procedía de Hollywood, y la publicaba y dirigía un trío de celebridades, Charles E. Fritch, Jack Matcha y William F. Nolan. Fritch había contribuido de modo regular al género, y se le conocía sobre todo por su minuciosa descripción de una sociedad futura tan drogada como para desconocer la realidad, Big, Wide, Wonderful World (Gran, extenso, maravilloso mundo) (F and SF, marzo de 1958). Nolan era el coautor de Logan's Run (La carrera de Logan), y famoso también como antologista, biógrafo y bibliógrafo de Ray Bradbury.

Viniendo de Hollywood, no sorprendió que en Gamma escribieran autores de ciencia ficción cuyos mayores ingresos procedían de los estudios de cine y de televisión: Charles Beaumont, Ray Bradbury, Ray Russell, Robert Bloch, George Clayton Johnson y Richard Matheson. Los relatos transparentaban este tipo de literatura refinada propia del estilo «cinematográfico», y los mejores no pertenecían a la ciencia ficción, sino al puro horror, como The Snail Watcher (El observador de caracoles), de Patricia Highsmith, o la reimpresión de The Vengeance of Nitocris (La venganza de Nitocris), de Tennessee Williams, tomada del Weird Tales de agosto de 1928. Incluso las narraciones de ciencia ficción estricta sacaban provecho del tratamiento terrorífico, como la extraordinaria Food (Comida), de Ray Nelson, en torno a la creciente locura de un náufrago del espacio.

Gamma no dejó nunca de ser experimental, y al parecer hubiera obtenido más beneficio de adoptar la elegante presentación de una revista normal, ajena a la ciencia ficción. Todos los números ofrecían una interesante entrevista con personas como Rod Serling, Forrest Ackerman o Robert Sheckley. La segunda edición incluyó una inteligente y artificiosa poesía de Ib Melchior, que tomó varios versos de William Shakespeare y los dispuso para dar una exacta descripción del sistema solar.

Obviamente, Gamma sólo significaba para sus editores un negocio adicional y no demasiado provechoso. Sus apariciones eran muy erráticas: el número dos salió en otoño de 1963; el tres, en el verano de 1964; el cuatro, dedicado al espacio exterior y con una portada de gran atractivo, en febrero de 1965; el cinco, en septiembre de 1965… Y ahí acabó todo, aunque se anunció la publicación de otro número al cabo de varios meses. Gamma nunca comprendió sus posibilidades. Aquejada de problemas de distribución, no podía asegurarse un público lo bastante conocedor. Así, los lectores perdieron una de las mejores revistas de ciencia ficción de todas las épocas, pese a su excesivo hincapié en el horror.

A propósito de éste, en agosto de 1963 fue presentada Magazine of Horror. La dirigía Robert Lowndes, que, tras abandonar los Columbia Magazines en 1960, había entrado en la Health Knowledge Inc. como director de la revista de información sexual Real Life Guide y de la publicación Exploring the Unknown, dedicada a ensayos y artículos sobre ocultismo. En 1963, convenció a sus superiores de que una revista con relatos de terror sería la compañera ideal de esta última, y así nació Magazine of Horror. Una distribución deplorable perjudicó a la revista durante toda su existencia, pero Lowndes redujo los costos al mínimo, ateniéndose sobre todo a reimpresiones, que desenterró con admirable gusto, en especial de viejos números de Weird Tales y Strange Tales. Magazine of Horror se interesó a menudo por la ciencia ficción. Su primer número, por ejemplo, presentó The Last Dawn (El último amanecer) (1907), un excelente relato catastrófico de Frank Lillie Pollock. En números posteriores se reeditaron algunas narraciones de la serie Stranger Club, de Laurence Manning, publicadas por primera vez en Wonder Stories. Lowndes se apuntó también un buen tanto al adquirir varios relatos inéditos de Roger Zelazny, entre ellos Comes Now the Power (El poder llega ahora) (verano de 1966), uno de los mejores ejemplos de una vida a la inversa.

La tercera de las nuevas revistas constaba exclusivamente de reimpresiones. En 1957, Ned Pines, editor de las antiguas revistas baratas «Thrilling», había publicado una antología en formato reducido, compuesta de relatos procedentes de Thrilling Wonder. Titulada Wonder Stories, continuaba la numeración de aquélla, ya que Pines había tomado la decisión de vertirla en reedición anual, en caso de una venta satisfactoria. Los relatos, seleccionados por Jim Hendryx hijo, formaban una excelente muestra representativa, en la que destacaban Shadow on the Sand (Sombra en la arena), de John D. MacDonald, una novela corta sobre humanoides, y algunos cuentos de Ray Bradbury, Arthur Clarke y Anthony Boucher. Su peor detalle consistió en una cubierta francamente mala de William Powers, cuya obra jamás se acomodó a la ciencia ficción.

Ned Pines dudó mucho sobre la conveniencia de publicar otros números cuando la depresión afectó al campo de la ciencia ficción. En 1963 realizó un segundo intento y reeditó el mismo número, con mínimos cambios en los relatos, pero en esta ocasión con el formato de las antiguas revistas baratas. Las ventas fueron buenas, y así, en 1964, surgió el primer ejemplar de Treasury of Great Science Fiction Stories, con el mismo formato y una nueva selección de Jim Hendryx. Como antología en tamaño de revista, obtuvo buenos resultados. Y la idea fue imitada por Frederick Pohl, quien en 1964 compiló dos Best Science Fiction, con relatos extraídos de If y de Worlds of Tomorrow.

En 1966, Treasury acortó su título, pasando a llamarse Great Science Fiction Stories. Pronto surgió la confusión, puesto que Sol Cohen acababa de crear una revista de reimpresiones llamadas Great Science Fiction, a fin de aprovechar los archivos de Ziff-Davis. Cohen mantuvo el título, ya que su revista había aparecido unos meses antes, y Treasury cambió de nuevo el suyo por Science Fiction Yearbook.

Bizarre Mystery Magazine, una combinación de ciencia ficción con obras policíacas y de horror, incluyendo una versión condensada de Planet of the Apes (El planeta de los simios), de Pierre Boulle, sacó a la venta tres números en el invierno de 1965.

F and SF merece ciertos elogios por su calidad uniforme. Rara vez decepcionó a lo largo de toda la década, y en general fue excelente. En 1961, publicó la magnífica serie de Brian Aldiss Hothouse (Invernadero), desarrollada en una agonizante Tierra de clima tropical. Roger Zelazny recurrió asimismo a F and SF para sus obras más logradas, una vez que decayó el mercado de Amazing. En número de noviembre de 1963, se incluía su punzante combinación de religión y vida en Marte A Rose for Ecclesiastes (Una rosa para el Eclesiastés), seguida, en marzo de 1965, por The Doors of His Face, the Lamps of His Mouth (Las puertas de su cara, las lámparas de su boca), una de las últimas narraciones en el marco de un Venus acuoso, antes de conocerse la realidad de su corteza seca, turbulenta y tropical. En el breve espacio de tres años, Zelazny se abrió paso entre los famosos. Su novela And Call Me Conrad (Y llámame Conrad), publicada por entregas en F and SF en 1965, obtuvo el Premio Hugo junto con Dune.

El predominio de F and SF se demuestra con sólo enumerar las nominaciones y premios Hugo conseguidos en el período que va de 1961 a 1965 (premios de 1962 a 1966). Otorgando un punto a cada nominación y dos a cada premio en las categorías de revista y obras cortas, el resultado es el siguiente: F and SF, dieciocho puntos; Analog, doce; Galary, once; Amazing, Fantastic y Science Fantasy, cuatro; If y Worlds of Tomorrow, dos.

Al finalizar la cuarta década en la historia de las revistas de ciencia ficción, el cargo de director de F and SF volvió a cambiar de manos. Avram Davidson dimitió para continuar escribiendo. Joseph Ferman (1906-1974), titular de la editorial, le reemplazó durante un año, hasta el número de enero de 1966, pasando luego la dirección a su hijo Edward L. Ferman, de veintiocho años. Ferman hijo llevaría F and SF a cimas todavía más elevadas, en el curso de los diez años siguientes.

Mediada la década de 1960, se produjo una revolución en la ciencia ficción americana. Roger Zelazny combinaba osadamente ciencia, religión y mito en una fusión pirotécnica. Robert Silverberg resurgió de su época de escritor mercenario como el ave fénix de sus propias cenizas, llegando a un enfoque nuevo por completo de la ciencia ficción, que empezó a tomar forma en las páginas de Galaxy. Pero el auténtico símbolo de lo que se avecinaba fue «Repent Harlequin!», Said the Ticktockman («¡Arrepiéntete, arlequín!», dijo el hombre Tictac), de Harlan Ellison, publicado en Galaxy en diciembre de 1965. Ellison había vuelto del revés la historia convencional del rebelde que no se adaptaría a una sociedad futura, dándole un tratamiento original. Ellison, Zelazny, Silverberg y muchos otros encabezaron la revolución americana de los años sesenta. Sin embargo, la batalla principal no se libraría en Estados Unidos, sino en Gran Bretaña.

8

El camino hacia la revolución

En 1960, New Worlds, Science Fantasy y Science Fiction Adventures tenían una rival, por más que su calidad competitiva fuera irrisoria. De hecho, Science-Fiction Library resultó tan patética que sólo vale la pena señalar el hecho de que la publicaba Gerald G. Swan, el hombre que había producido similares abortos durante la segunda guerra mundial. Mezcla de reimpresiones tomadas de revistas publicadas en la Columbia durante la guerra (Science Fiction y afines) y nuevas obras compradas a finales de la década de 1940 o principios de la siguiente, que sólo entonces veían la luz del día, la revista no señalaba en absoluto ese detalle, dejando al incauto lector ante una selección mal impresa de literatura tremendamente anticuada. Su compañera, Weird and Occult Library, la mejoraba en mínimo grado.

Por fortuna, no hubo más que tres números de SF Library, y a partir de entonces Gerald G. Swan no volvió a mancillar los umbrales de la ciencia ficción.

A finales de 1960, ciertos desgraciados acontecimientos ocurridos en otras partes del mundo tuvieron efectos de largo alcance. Las condiciones económicas de Australia provocaron restricciones en la importación de todas las publicaciones periódicas británicas, lo cual supuso un tremendo golpe para las revistas de Carnell. Una gran parte de su tirada se dirigía hacia Australia, factor que suscitó la vocación de una nueva generación de escritores en dicho país, Lee Harding y John Baxter entre ellos. La barrera legal se eliminó posteriormente, pero el daño ya estaba hecho.

Al mismo tiempo, Carnell había llegado a un acuerdo con Great American Publications para una edición estadounidense de New Worlds, caso extraordinario, si se consideraba el diluvio de ediciones británicas de las revistas americanas. En marzo de 1960, al salir el primer número, Hans Stefan Santesson figuraba como director titular, sin mención alguna del nombre de Carnell y sin la menor alusión al hecho de que las narraciones habían sido publicadas con anterioridad en Gran Bretaña. En mayo de 1960, Carnell expuso sus quejas en su editorial de la New Worlds británica. No obstante, su homónima americana sólo editó cinco números, al ritmo de uno al mes. Posteriores intentos para distribuir New Worlds en Norteamérica resultaron desastrosos desde el punto de vista financiero.

Y por último, en los primeros años de la década de los sesenta, se notó la expansión en el mercado del libro de bolsillo. Las ventas de las revistas cayeron en vertical. En 1959, se habían levantado en Gran Bretaña las restricciones a la importación de revistas americanas y, como mal menor, los lectores británicos se decidieron a adquirir el producto auténtico, con obvias repercusiones para las reimpresiones británicas. La circulación menguó. La Analog inglesa desapareció tras el número de agosto de 1963. F and SF siguió imprimiéndose en el Reino Unido hasta junio de 1964. Atlas Publishing, que había editado ambas, no se arredró. Valientemente, en septiembre de 1963 puso a la venta una edición británica de Venture para reemplazar a Analog. Sin un solo relato inédito, estaba integrada por narraciones extraídas de Venture, pero también de números concurrentes de F and SF, es decir del período 1957-1958. Fue bien acogida, puesto que ofrecía relatos de difícil adquisición. Vista desde este ángulo, se trataba de una revista más bien única en el país. Conservó una periodicidad mensual mientras publicó sus veintiocho números, cerrando en diciembre de 1965 porque, según la editorial, se había agotado todo el material disponible.

Por si la desaparición de las ediciones británicas no fuera ya bastante mala en sí, las publicaciones nativas comenzaron a tambalearse. SF Adventures desapareció en mayo de 1963. La revista había sido siempre de gran calidad, pero con la tirada más baja. En sus últimos años, brindó al lector una versión reducida de la novela catastrófica de Ballard The Drowned World (El mundo sumergido); la fascinante serie de John Brunner sobre la Sociedad del Tiempo, desarrollada en una Tierra alternativa y publicada como libro en 1962, con el título Time without Number (Tiempo sin número), y The Sundered Worlds (Los mundos separados) (1962), de Michael Moorcock.

Science Fantasy no había perdido su popularidad, obteniendo varias nominaciones para el Hugo. Incluso, en el verano de 1963, se discutió su paso a mensual. No obstante, en la reunión del consejo de administración de la Nova, celebrada el 19 de septiembre de 1963, se acordó que Science Fantasy y New Worlds dejaran de publicarse.

Carnell no se amilanó. En diciembre de 1963, firmó un contrato para editar una serie de antologías originales de la nueva ciencia ficción. Iba a llamarse New Writings in SF, y aparecería trimestralmente. El primer volumen salió en el verano de 1964, con excelentes ventas. A partir de entonces, se publica de manera esporádica. New Writings perpetúa en efecto la New Worlds de antaño, en muchos casos con obras de los mismos autores.

La noticia de que las revistas quebraban causó conmoción entre la fraternidad de la ciencia ficción. Por un lado, Science Fantasy se encontraba por aquel entonces en su mejor momento, en especial para los amantes de la literatura fantástica. No sólo ofrecía con regularidad la excelente fantasía heroica de Michael Moorcock en torno a su lord albino, Elric, sino que presentaba las muy originales y superiores fantasías históricas del fallecido Thomas Burnett Swann. El mayor talento de Swann se expresaba al evocar la realidad del amanecer de la civilización, cuando la expansión de la humanidad amenazaba a las criaturas, ahora míticas, que vivían en paz, dríadas, faunos y similares. Pese a ser americano, Swann había ganado su reputación en Gran Bretaña. El bellísimo relato Where Is the Bird of Fire? (¿Dónde está el pájaro de fuego?) (abril de 1962), referente a la leyenda de Rómulo y Remo, fue nominado para el Hugo.

Además de estas fantasías supremas, la revista presentaba ciencia ficción tan excelente como Matrix (Matriz) (octubre de 1962), una aventura de mundos paralelos, y Skeleton Crew (La dotación del esqueleto) (diciembre de 1963), extendido hasta novela con el título Earthworks (Terraplanes), extraño panorama de una Tierra futura, ambos de Brian Aldiss. Y también la torsión temporal de John Brunner, Some Lapse of Time (Cierto lapso de tiempo) (febrero de 1963).

Próxima a su fin, New Worlds no ofrecía tanta excelencia, aunque tal descenso de calidad era de esperar al enfrentarse la revista a su inminente desaparición. Con todo, en la primera mitad de la década hubo en ella numerosas narraciones de primera clase. Aparte de las más famosas de Ballard y Aldiss, subrayemos los cautivantes problemas científicos de Donald Malcolm, en la vena de Hal Clement y Arthur Clarke, como por ejemplo su serie sobre el Equipo de Exploración Planetaria, iniciada con Twice Bitten (Dos veces mordido) (febrero de 1963). Colin Kapp, un científico igualmente aficionado, colaboró con un excitante relato interdimensional, Lambda 1 (diciembre de 1962), al que siguió su primera novela, The Dark Mind (La mente oscura) (1963-1964), relativa a los reticulados transdimensionales y donde cuenta cómo un hombre enviado al limbo existente entre las dimensiones regresa con la facultad de controlar la antimateria.

En el número de septiembre de 1962, apareció The Streets of Ashkelon, un relato demoledor de tabúes, obra de Harry Harrison, que reeditamos en este libro. Otro autor popular de la Nova era Ian Wright, con su novela Dawn's Left Hand (La mano izquierda del amanecer) (1963), una de las numerosas precursoras de Cyborg (1972), de Martin Caidin, sobre un hombre biónico.

El número de abril de 1963 reviste un interés histórico. Contenía un editorial de Michael Moorcock en el que éste llamaba la atención de los escritores especializados respecto a la necesidad de aumentar el nivel medio de la ciencia ficción, evitando así que los autores de géneros mayoritarios utilizaran su técnica literaria para manipular aquélla en favor de sus intereses particulares. Moorcock revelaba así sus futuras intenciones editoriales, aunque por entonces ni siquiera se las había planteado. Al enterarse del cierre de las revistas, escribió a Carnell una carta, publicada en la última New Worlds (abril de 1964). Uno de sus párrafos decía así:


«Como ya he afirmado en otras ocasiones, la ciencia ficción suele autoproclamarse muy avanzada, cuando en realidad sólo lo es raramente. Debería ser muy avanzada. Precisa de editores dispuestos a arriesgarse a publicar un relato, aun cuando atraiga las críticas sobre sus personas».


Cuando Moorcock escribía esto, ignoraba que una nueva empresa editora se había hecho cargo de las revistas. Roberts and Vinter, de Londres, estaba lanzando un sello editorial, Compact Books, dedicado a los libros de bolsillo. Tenía la intención de continuar con ambas revistas, aunque en formato de bolsillo, no diferente de la primitiva Authentics.

Después de que Moorcock estableciese con tanta claridad sus intenciones, no parecía haber nadie más idóneo para director de New Worlds que él, en aquella época un joven de veinticuatro años. Y así, en mayo de 1964, renació New Worlds SF como revista bimensual. Sorprendentemente, el precio había bajado de tres chelines a dos chelines y seis peniques.

También Science Fantasy fue salvada. La responsabilidad directiva recayó en este caso en Kyril Bonfiglioli, marchante de arte establecido en Oxford. La elección supuso una sorpresa para muchos, ya que Bonfiglioli era un perfecto desconocido en este campo. A pesar de que carecía de todo conocimiento sobre las tareas editoriales al tomar posesión del cargo, numerosas personas se mostraron de acuerdo posteriormente en alabar su excelente trabajo. Nacido en Eastbourne, en mayo de 1928, Bonfiglioli había dirigido dos galerías de arte, una librería y una tienda de antigüedades. Y en cierta época, había sido campeón de sable. En las primeras ediciones, admitió su antipatía hacia los subgéneros de espadas y brujería y ópera espacial, exigiendo calidad literaria para su revista. Lo logró en un grado notable, quizá porque Science Fantasy se ganó la estrecha colaboración de la pluma magistral de Keith Roberts.

Roberts fue un hallazgo de Carnell, que había adquirido varios de sus relatos para New Writings. Pero la mayor parte de las narraciones de Roberts no encajaban en aquella serie. Carnell las pasó a Bonfiglioli, y éste las publicó al instante, nada menos que tres en el tercer libro de bolsillo de Science Fantasy, en septiembre de 1964. Dos de ellas narraban las aventuras de la adorable bruja adolescente Anita. Al poco tiempo, Roberts -y su alter ego, Alistair Bevan- aparecía en todos los números de Science Fantasy, con relatos cada vez de mayor calidad.

Entre los escritores que Kyril Bonfiglioli puede ufanarse de haber lanzado se encuentran Josephine Saxton, cuya misteriosa y aturdidora fantasía The Wall (La pared) engalanó el número de noviembre de 1965, y Brian Stableford, cuya colaboración firmada con seudónimo, Beyond Time's Aegis (Égida más allá del Tiempo), salió en el mismo número. Science Fantasy ofreció también las ingeniosas viñetas de Johnny Byrne, un hombre que abandonó el género nada más iniciarse en él, para escribir novelas de moda y gozar así de mayores ventas. Su nombre ha sido visto más recientemente en los rótulos de la serie televisiva Espacio 1999.

Bonfiglioli no se sentía satisfecho con el título Science Fantasy, que según él evocaba una imagen falsa para el público, ya que un nombre así se asociaba con la literatura juvenil. De modo que Science Fantasy acabó en el número de febrero de 1966, y un mes después nacía la primera edición de Impulse. Se trataba de una colección formada en exclusiva por primeras figuras con relatos especialmente encargados en torno al tema del sacrificio, aunque el punto culminante fue The Signaller (El más señalado), de Keith Roberts, el primer relato de su serie Pavane.

Impulse 1 fue una edición magnífica, que suscitaba grandes esperanzas para el futuro.

Por la misma época, New Worlds hacía hincapié de manera evidente en el enfoque literario de la ciencia ficción y su recobrada aceptabilidad. Moorcock deseaba atraerse a las camarillas artísticas y literarias, a los académicos. Este interés por la ciencia ficción se puso de evidencia con el surgimiento de Science Fiction Horizons, revista ajena a la novelística, dedicada a la crítica del género y editada por Brian Aldiss y Harry Harrison. Tal vez se adelantaba a su tiempo. Su distribución fue prácticamente nula, y la publicación sólo vio dos números, con meses de diferencia entre ambos. Sin embargo, dio la alerta sobre lo que se avecinaba.

La primera New Worlds en formato de bolsillo adoptó un enfoque similar, presentando un artículo de J.G. Ballard sobre el discutido exponente de la nueva literatura William S. Burroughs.

Moorcock imprimió rápidamente obras que, pensaba, sólo New Worlds podía publicar. Su esposa, Hilary Bailey, colaboró con un sorprendente retrato de una posible Inglaterra dominada por los nazis, The Fall of Frenchy Steiner (La caída del afrancesado Steiner) (julio de 1964), y E. C. Tubb con una descriptiva secuencia de alucinación causada por drogas, New Experience (Nueva experiencia) (septiembre de 1964). Pero, sin lugar a dudas, la narración más polémica de aquellos primeros números fue la titulada I Remember, Anita… (Yo recuerdo, Anita…), de Langdon Jones, que pormenorizaba sobre el sexo y el amor en un futuro devastado por las armas nucleares y que provocó un diluvio de cartas de los lectores. La sección de correspondencia se convirtió en un campo de batalla para los que estaban a favor o en contra del sexo en la ciencia ficción. De forma espontánea, llegaron a la revista más narraciones de ese tipo, y la revolucionaria bola de nieve de Moorcock se echó a rodar. En un principio, la mantuvo bajo control. En la siguiente década, la vería explotar en todas direcciones.

New Worlds incrementó rápidamente sus ventas, y en enero de 1965 recobró su periodicidad mensual (Science Fantasy hizo lo propio un mes después). Se atrajo a todo un nuevo grupo de autores, Charles Platt, George Collyn, Thom Keyes y David I. Masson, aparte de los ya seguros J. G. Ballard, Brian Aldiss, John Brunner, etc. El número de octubre de 1965 señaló la vuelta de Bob Shaw al campo de la revista, con una descripción de posibles hostilidades espaciales, …And Isles Where Good Men Lie (…E islas donde yacen hombres buenos). Shaw se estaba forjando una reputación como uno de los talentos más originales de la ciencia ficción.

Los escritores americanos comprendieron también que la ciencia ficción se emanciparía precisamente en New Worlds. Aunque Estados Unidos se hallaba también en plena revolución, las restricciones editoriales eran mucho más severas que las padecidas por Moorcock. Muy pronto, Roger Zelazny, Thomas M. Disch y Judith Merrill encabezaron el torrente de talento americano que fue a confluir con los crecientes hallazgos británicos para dar nacimiento a la denominada «nueva ola».

Dicha ola rompería contra la costa de la ciencia ficción en 1967, aunque todos los indicios apuntaban ya hacia tal fin en marzo de 1966. Los últimos años habían visto un increíble brote de nuevos talentos, que aportaban un punto de vista totalmente renovado. Todo comenzaba a hervir. Cuando llegara al punto de ebullición, la ciencia ficción jamás volvería a ser la misma.

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