Capitulo 12

The Cajun Bar & Grill era decididamente mejor que el Blue Choctaw, aunque todavía no era el tipo de lugar que Francesca habría escogido como el sitio para salir con sus amigos. Localizado cerca de diez kilómetros al sur de Lake Charles, estaba situado al lado de una carretera de dos carriles en medio de ningúna parte.

Tenía una puerta mosquitera que golpeaba cada vez que alguien entraba y un ventilador chirriante de aspas con una hoja doblada. Detrás de la mesa donde ellos se sentaban, un pez espada azul iridiscente había sido clavado a la pared junto con un surtido de calendarios y un anuncio de la panaderia Evangeline Maid.

Los manteles individuales eran exactamente como Dallie los había descrito, aunque se hubiera olvidado de mencionar los bordes dentados y la leyenda impresa en rojo bajo el mapa de Louisiana: "El País de Dios."

Una camarera bonita de pelo marrón, con vaqueros y un top color burdeos, inspeccionó a Francesca con una combinación de curiosidad y envidia, para nada sana, y se giró hacía Dallie.

– Oye, Dallie. He oído que estás solo a un golpe del lider. Enhorabuena.

– Gracias, cariño. Mi juego ha sido verdaderamente bueno esta semana.

– ¿Dónde está Skeet? -preguntó.

Francesca miró inocentemente el azucarero de cromo y cristal colocado en el centro de la mesa.

– Algo no le sentó bien al estómago, y ha decidido quedarse echado en el motel -Dallie lanzó a Francesca una mirada dura y le preguntó si quería algo de comer.

Una letanía de alimentos maravillosos le pasó por la cabeza… consomé de langosta, paté de pato con pistachos, ostras barnizadas… pero ahora era mucho más sabía de lo que lo había sido cinco días antes.

– ¿Qué me recomiendas? -preguntó a la camarera.

– Los perritos con chili están buenos, pero los cangrejos de río están mejor.

¿Qué en el nombre de Dios eran los cangrejos de río?

– Cangrejo de río sería estupendo -dijo, rezando para que no fuera fritura-. ¿Y podrías recomendarme algo verde para acompañarlo? Comienzo a preocuparme por el escorbuto.

– ¿Quieres pastel "llave de lima"?

Francesca miró a Dallie.

– ¿Eso es un chiste, no?

El sonrió y se volvió a la camarera.

– Tráele a Francie una ensalada grande, por favor, María Ann, y al lado de mi bistec me pones unos tomates en trozos. Trae también un plato de pan frito y algunos de esos pepinillos en vinagre que me pusiste ayer.

Tan pronto como la camarera se marchó, dos hombres acicalados y con camisas de polo se acercaron a su mesa. Era evidente por la conversación que eran profesionales de golf que jugaban en el torneo con Dallie y que habían venido a ver a Francesca.

Se pusieron a cada lado de ella y no dejaron de decirle cumplidos mientras la enseñanaban como extraer la carne dulce del cangrejo de rio hervido que habían llevado en una gran fuente blanca. Se rió de todas sus historias, los halagó igualmente, y, en general, los tuvo comiendo de su mano antes que se hubieran terminado la primera cerveza.

Se sentía maravillosa.

Dallie, mientras tanto, se ocupaba con un par de aficionadas de una mesa próxima, las dos dijeron que eran secretarias en una planta petroquímica de Lake Charles. Francesca miraba de reojo como hablaba con ellas, su silla inclinada atrás sobre dos patas, la gorra azul marino puesta al revés sobre su rubia cabeza, la botella de cerveza apoyada sobre el pecho, y esa sonrisa perezosa que se extendía en su cara cuando una de ellas le decía algo subido de tono.

Poco después, se lanzaron a una serie de nauseabundas expresiones relativas a su "putter."

Aunque Dallie y ella mantenían conversaciones separadas, Francesca comenzó a tener la sensación que había algún tipo de conexión entre ellos, que él era tan consciente de ella como ella lo era de él.

O quizá eran ilusiones. Su encuentro con él en el motel la había conmocionado. Cuándo se encontró en sus brazos, había notado como desaparecía una barrera invisible, pero tal vez ya era tarde, aunque ella estuviera segurísima de querer hacerlo.

Tres musculosos granjeros arroceros a quien Dallie presentó como Louis, Pat y Stoney arrastraron sus sillas para unirse a ellos. Stoney se puso en frente de Francesca y continuamente le llenaba el vaso con una botella de Chablis malo que uno de los golfistas había pedido.

Coqueteó con él descaradamente, mirándole a los ojos con una intensidad que había puesto a hombres mucho más sofisticados de rodillas. El se removía en su silla, tirando inconscientemente del cuello de su camisa de algodón mientras trataba de actuar como si las mujeres hermosas coquetearan con él cada día.

Finalmente los corrillos individuales de conversación desaparecieron y todos se unieron en un sólo grupo, empezando a contar historias graciosas que les habían pasado. Francesca se rió de todas sus anécdotas y bebió otro vaso de Chablis. Una neblina tibia inducida por el alcohol y un sentido general de bienestar la envolvía.

Se sentía como si los golfistas, las secretarias petroquímicas, y los granjeros arroceros fueran los mejores amigos que hubiera tenido jamás. El sentir la admiración de los hombres, y la envidia de las mujeres renovaba la hundida confianza en sí misma, y la presencia de Dallie a su lado la vigorizaba.

El los hizo reír con una historia acerca de un encuentro inesperado que tuvo con un caimán en un campo de golf de Florida, y quiso de repente poder contar también algo, una parte pequeña de ella misma.

– Tengo una historia de animales -dijo, dirigiéndose a sus nuevos amigos. Todos la miraron expectantes.

– Oh, chico -murmuró Dallie.

Ella no le hizo caso. Dobló un brazo en el borde de la mesa y compuso su mejor sonrisa deslumbrante del tipo espera-a-oír-esto.

– Un amigo de mi madre había abierto un nuevo y encantador alojamiento cerca de Nairobi…-empezó. Cuándo vio una vaga vacuidad en varias caras, puntualizó-. Nairobi… en Kenia. Africa. Un grupo de amigos volamos hacía allí para pasar una semana. Era un lugar super. Una larga y encantadora galería daba a una hermosa piscina, y nos sirvieron el mejor ponche que podaís imaginaros.

Trazó con gestos elegantes con las manos una piscina y una fuente de ponche.

– El segundo día allí, algunos de nosotros nos montamos en un Land Rover y nos marchamos fuera de la ciudad con nuestras cámaras a tomar unas fotos. Hacía más o menos una hora que llevabamos viajando cuando el conductor tomó una curva, no iba demasiado rápido, realmente… y un ridículo jabalí saltó delante de nosotros.

Se detuvo para dar efecto.

– Bien, hubo un ruido tremendo cuando el Land Rover golpeó a la pobre criatura y la dejó tirada en la carretera. Todos saltamos fuera, por supuesto, y uno de los hombres, un violonchelista francés realmente odioso llamado Raoul.

Hizo girar sus ojos para que entendieran que tipo de persona era ese tan Raoul…

– Trajo su cámara con él y tomó una fotografía de aquel pobre y feo animalejo en la carretera. ¡Entonces, no recuerdo muy bien como, pero mi madre le dijo a Raoul, "Sería graciosísimo si le hicieras una foto con la chaqueta de Gucci!.

Francesca se rió recordando.

– Naturalmente, todos pensaron que sería divertído, y como no había sangre en el animalejo para arruinar la chaqueta, Raoul accedió. Así que, él y otros dos le pusieron la chaqueta al bicho. Era espantosamente insensible, por supuesto, pero todos se rieron con la imagen de ese pobre animalejo muerto en esa maravillosa chaqueta de Gucci.

Fue imprecisamente consciente del silencio que de repente se hizo en la mesa, junto con las expresiones de incredulidad de todos ellos.

Su falta de respuestas le provocó la necesidad de hacer que les gustara su historia, que les gustara ella. Su voz creció más animada, intentando ser más descriptiva.

– Estabamos todos allí, de pie en la carretera mirando hacía la pobre criatura. Cuando…

Se detuvo por un momento, se cogió el labio inferior con los dientes, para hacer más efecto, y siguió:

– Apenas cuando Raoul levantó su cámara para tomar la foto, el animalejo se puso de pie, se sacudió, y corrió hacía los árboles.

Se rió triunfalmente, inclinando la cabeza a un lado, esperando que se unieran a ella.

Todos sonrieron cortésmente.

Su propia risa se desinfló cuando se dio cuenta de que la habían malinterpretado.

– No lo veís? -exclamó con un toque de desesperación-. ¡En algún lugar de Kenia hay un pobre jabalí cojo corriendo por los cotos de caza vestido de Gucci!

La voz de Dallie finalmente flotó por encima del silencio que había caído irreparablemente.

– Sí, está bien tu historia, Francie. ¿Qué dices de bailar conmigo?

Antes de que pudiera protestar, la agarró firmemente del brazo y la llevó a un pequeño cuadrado de linóleo delante de la máquina de discos. Cuando comenzó a moverse al compás de la música, le dijo suavemente:

– Una regla general para convivir con gente normal, Francie, nunca termines una frase con la palabra 'Gucci.'

Su pecho pareció llenarse de una pesadez terrible. Había querido hacerlos como ella, y sólo había hecho una tonta de ella misma.

Había contado una historia que no habían encontrado graciosa, una historia que viéndola ahora con otros ojos, nunca debería haber contado.

Su serenidad estaba pendiendo de un hilo muy fino, y ahora se rompió.

– Perdona -dijo, con una voz que le sonó ronca.

Antes que Dallie tratara de detenerla, comenzó a andar por el laberinto de mesas y abrió la puerta mosquitera.

Fue invadida por el aire fresco, un olor húmedo de la noche mezclado con el olor de gasóleo, del alquitrán, y de la comida frita de la cocina de dentro. Tropezó, todavía mareada por el vino, y se estabilizó inclinando contra el lado de una camioneta con las llantas llenas de barro y un anaquel de fusiles en la parte trasera.

Oía los acordes de "Behind Closed Doors" que sonaba en la máquina de discos.

¿Qué sucedía? Recordaba lo mucho que se había reído Nicky cuando le contó la anécdota del jabalí, cómo Cissy Kavendish había llorado de risa enjugándose las lágrimas con un pañuelo de Nigel MacAllister.

Una tremenda ola de morriña la invadió. Había intentado localizar de nuevo a Nicky otra vez hoy por teléfono, pero no había contestado nadie, ni siquiera la criada. Trató de imaginarse a Nicky sentado en el Cajún Bar & Grill, y no lo consiguió. Entonces trató de imaginarse sentada a la mesa Hepplewhite, cenando en el salón de Nicky, y llevando las esmeraldas de la familia Gwynwyck, y eso lo veía sin problema.

Pero cuando se imaginó quién estaba al otro lado de la mesa, el lugar donde debería estar Nicky, vio a Dallie Beaudine en su lugar. Dallie, con sus vaqueros desteñidos, con sus camisetas demasiado ajustadas, y con la cara de estrella de cine, mirándola por encima de la mesa de comedor siglo XVIII de Nicky Gwynwyck.

La puerta mosquitera sonó, y Dallie salió. Llegó a su lado y le tendió su bolso.

– Hey, Francie.

– Hey, Dallie -cogió el bolso y miró al cielo de la noche salpicado de estrellas.

– Te has portado realmente bien ahí dentro.

Su risa sonó suave y amarga.

El se puso un palillo de dientes en el rincón de la boca.

– No, te lo digo de verdad. Una vez que te has dado cuenta que has hecho el burro, has reaccionado con gran dignidad. Nada de escenas en la pista de baile, apenas una silenciosa salida. Estaban todos realmente impresionados. Me han pedido que te diga que vuelvas.

– De eso nada -dijo ella en tono de mofa.

El rió entre dientes, y la puerta mosquitera se abrió y apareciendo dos hombres.

– Hey, Dallie -lo saludaron.

– Hey, K.C., Charlie.

Los hombres subieron a un Jeep Cherokee y Dallie se volvió hacía ella.

– Creo, Francie, que me vas gustando algo más. Creo que eres todavía como un dolor de muelas, y que no eres mi tipo de mujer en absoluto, pero tengo que reconocer que tienes tus momentos. Querías divertir a la gente con ese cuento del jabalí. Me gustó la forma que tuviste de terminar la historia, a pesar que era obvio que te estabas cavando una fosa bien profunda.

Un estrépito de platos sonó dentro cuando en la máquina de discos sonaban las últimas estrofas de "Behind Closed Doors". Ella removió con el tacón de su sandalia la grava.

– Quiero ir a casa -dijo bruscamente-. Odio esto. Quiero volver a Inglaterra donde entiendo las cosas. Quiero mi ropa y mi casa y mi Aston Martin. Quiero tener dinero otra vez y a los amigos que me quieren.

Quería a su madre, también, pero no lo dijo.

– ¿Estás realmente asustada, no es verdad?

– ¿No lo estarías tú si estuvieras en mi lugar?

– Eso es decir mucho. No puedo imaginarme ser feliz llevando ese tipo de vida tuya tan sibarita.

Ella no sabía exactamente que significaba eso de "sibarita", pero en general sabía a que se refería, y la irritó que alguien cuya gramática hablada podía ser descrita caritativamente como de calidad inferior utilizara una palabra que ella no entendía del todo.

El puso el codo en el lado del retrovisor.

– Dime algo, Francie. ¿Tienes algo remotamente parecido a un plan para hacer en la vida dentro de esa cabecita tuya?

– Pienso casarse con Nicky, por supuesto. Ya te lo he dicho -¿por qué se sentía tan deprimida de pensarlo?

El se sacó el palillo de dientes y lo tiró lejos.

– Aw, vamos suéltalo, Francie. Tienes las mismas ganas de casarte con Nicky que de tener el pelo sucio y desgreñado.

Se encaró con él.

– ¡No tengo mucha elección en el asunto, creo, desde que no tengo ni dos chelines para hacerse compañía!Tengo que casarme.

Vio como él abría la boca, preparado para arrojar fuera otro de sus tópicos odiosos de clase baja, y lo cortó.

– ¡No lo digas, Dallie! Algunas personas están en el mundo para ganar dinero y otras para gastarlo, y yo estoy en éste último. Para ser brutalmente honesta, no tengo la más mínima idea de cómo mantenerme. Ya has visto lo que me ha pasado cuando traté de ser actriz, y soy demasiado baja para ganarme la vida de modelo de pasarela. Si tengo que elegir entre trabajar en una fábrica o casarme con Nicky Gwynwyck, puedes tener bien claro qué eligiré.

Él pensó en esto durante un momento y dijo:

– Si puedo hacer dos o tres birdies mañana, conseguiré bastante dinero. ¿Quieres que te compre un billete de avión a Inglaterra?

Lo miró parado tan cerca a ella, los brazos cruzados en el pecho, sólo visible esa boca fabulosa bajo la visera de su gorra.

– ¿Harías eso por mí?

– Ya te dije, Francie. Mientras tenga el depósito del coche lleno de gasolina y pueda pagar las facturas de los moteles, el dinero no significa nada a mí. No soy materialista. Para serte sincero, aunque me considero un verdadero patriota americano, soy bastante parecido a un marxista.

Ella se rió de eso, una reacción que le dijo claramente que no gastaba demasiado tiempo en su compañía.

– Estoy agradecida por la oferta, Dallie, pero a pesar de que adoraría volver, necesito permanecer en América un poco más de tiempo. No puedo volver a Londres así. Tú no conoces a mis amigos. Se lo pasarían en grande hablando sin parar de mi transformación en una indigente.

El se recostó contra la camioneta.

– Que amigos más agradables has dejado allí, Francie.

Sintió como si él hubiera golpeado con sus nudillos sobre una fibra sensible dentro de ella, una fibra que nunca se había permitido saber que tenía.

– Vuelve dentro -dijo -voy a quedarme aquí fuera un ratito.

– Creo que no.

El giró su cuerpo hacia ella, para que su camiseta le rozara el brazo. Una luz amarilla salía por la puerta mosquitera y lanzó una sombra inclinada a través de su cara, cambiando sutilmente sus facciones, haciéndolo parecer más viejo pero no menos espléndido.

– Creo que me gustaría que tú y yo hiciéramos algo más interesante esta noche, ¿te parece?

Sus palabras produjeron un revoloteo incómodo en el estómago, pero su timidez en ese aspecto era tan parte de ella como los pómulos de Serritella.

Aunque una parte de ella quisiera salir corriendo y esconderse en los servicios del Cajún Bar & Grill, dijo con una sonrisa inocente e inquisitiva.

– ¿Ah? ¿Y de que se trata?

– ¿Un pequeño revolcón, tal vez? -su boca se transformó en una sonrisa lenta, atractiva-. ¿Por qué no te subes al asiento del Riviera y nos ponemos en camino?

No quería subir al asiento delantero del Riviera.

O quizá sí quería.

Dallie le producía unos sentimientos poco familiares a su cuerpo, una sensación que hubiera estado feliz de aceptar si ella fuera una mujer que disfrutara con el sexo, una de esas mujeres que no tenía inconveniente en liarse con alguien y tener el sudor de otra persona sobre su cuerpo.

Todavía, incluso si quisiera, apenas podría retirarse ahora sin parecer una tonta. Cuando se dirigió hacia el coche y abrió la puerta, trató de convencerse de que si ella no sudaba, un hombre tan magnífico como Dallie puede que apenas lo hiciera.

Miró como él se dirigía a su puerta del Riviera, silbando de forma poco melodiosa y sacando las llaves de su bolsillo de atrás. No parecía en absoluto preocupado. No había ningún pavoneo de macho en su zancada, nada del engreimiento que había advertido en el escultor de Marrakech antes de que la llevara a la cama.

Dallie actuaba de forma casual, como si acostárse con ella fuera algo cotidiano, como si no fuera importante, como si ella fuera uno más de los miles de cuerpos femeninos que hubiera tenido.

El entró en el Riviera, puso el motor en marcha, y empezó a juguetear con el dial de la radio.

– ¿Quieres música country, Francie, o algo más movidito? Maldición. Me he olvidado de dar a Stoney ese pase para mañana como le prometí-.

Abrió la puerta.

– Regresaré en un minuto.

Ella lo miró andar a través del parking y advirtió que él todavía no se movía con nada de prisa. La puerta mosquitera se abrió y los golfistas salieron. Se paró y habló con ellos, metiendo un pulgar en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

Uno de los golfistas dibujó un arco imaginario en el aire, y después un segundo dibujo. Dallie sacudió la cabeza, haciendo una especie de simulación del swing, y otra especie de arco imaginario con los brazos.

Ella se desplomó con desánimo en el asiento. Dallie Beaudine ciertamente no se parecía a un hombre consumido por una pasión desenfrenada.

Cuándo finalmente volvió al coche, estaba tan mosqueada que ni lo miró. ¿Eran las mujeres en su vida tan magníficas que ella era meramente una más en esa multitud? Un baño lo arreglaria todo, se dijo cuando empezó a andar el coche.

Pondría el agua tan caliente como pudiera para llenar el cuarto de baño de vapor y la humedad formaría en su pelo esos pequeños y suaves rizos alrededor de su cara. Se pondría un toque de lápiz de labios y algún colorete, rociaría las sábanas con perfume, y cubriría una de las lámparas con una toalla para poner una luz tenúe, y…

– ¿Pasa algo malo, Francie?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Estás tan pegada a la puerta que se te debe estar clavando la manija.

– Estoy bien así.

El jugueteó con el dial de la radio.

– Como quieras. ¿Así que qué deseas?¿Country o algo más suave?

– Ninguna de las dos. Me apetece rock -tuvo una inspiración repentina, y la puso en marcha-. Me ha encantado el rock desde que puedo recordar. Los Rolling Stones son mi grupo favorito. La mayoría de la gente no lo sabe, pero Mick escribió tres canciones para mí después de que pasáramos algún tiempo juntos en Roma.

Dallie no pareció especialmente impresionado, así que decidió embellecerlo un poco. A fin de cuentas, no era demasiado mentira, puesto que Mick Jagger le había dicho una vez hola. Bajó su voz en un susurro, como confiándole un secreto.

– Estuvimos en un apartamento maravilloso con vista a la Casa Borguese. Todo fue absolutamente super. Tuvimos una intimidad completa, incluso hicimos el amor afuera en la terraza. No duró, por supuesto. El tiene un ego terrible… -no mencionó a Bianca -y además conocí al príncipe.

Se detuvo.

– No, no es cierto. Salí primero con Ryan O'Neal, y fue más tarde cuando salí con el príncipe.

Dallie la miró, se sacudió la cabeza de forma que parecía que se estaba sacando agua de los oidos, y continuó mirando la carretera.

– ¿Quieres que hagamos el amor a la intemperie, no, Francie?

– Claro, ¿no lo hacen la mayoría de las mujeres? -realmente, no podía imaginarse nada peor.

Viajaron varios kilómetros en silencio. De repente tomó un desvío a la derecha y cogió un estrecho camino de tierra dirigiéndose directamente a una zona con unos cipreses.

– ¿Qué haces? ¡Adónde vas! -exclamó ella-. ¡Da la vuelta al coche inmediatamente! Quiero volver al motel.

– Pienso que quizás te guste este lugar, con tu caracter aventurero sexual y todo eso -llego entre los cipreses y apagó el motor.

El sonido de un extraño insecto le llegaba por la ventana abierta de su lado.

– Eso parece ser un pantano -gimió desesperadamente.

El miró por el parabrisas.

– Creo que tienes razón. Mejor no salimos del coche; la mayoría del los caimanes se alimentan de noche -se quitó la gorra, la puso en el salpicadero, se giró hacía ella. Y esperó expectante.

Ella se arrebujó un poco más contra su puerta.

– ¿Quieres hacerlo tú primero, o quieres que empiece yo? -finalmente él preguntó.

Ella mantuvo su contestación cautelosa.

– ¿Hacer primero qué?

– Calentarnos. Ya sabes…caricias estimulantes. Como has tenído todos esos amantes de tanto nivel, me tienes un poco acomplejado. Quizá podrías llevar tú el ritmo.

– Vamos…vamos a olvidarnos de esto. Yo…pienso que quizá cometí un error. Volvamos al motel.

– No es buena idea, Francie. Una vez que has puesto a un hombre ante la Tierra Prometida, no puedes volverte atrás sin ningún problema.

– Ah, creo que no. No creo que tenga problemas. Realmente no era la Tierra Prometida, apenas un pequeño flirteo. Ciertamente no será dificil para mí, y espero que no lo sea para ti…

– Sí, si que lo es. Será tan difícil que no creo que sea capaz de jugar mañana medianamente decente. Soy un deportista profesional, Francie. Los deportistas profesionales tenemos nuestros cuerpos ajustados, como motores bien engrasados. Una pequeña mota de dificultad tiraría todo por la borda. Como suciedad. Me podrías costar unos buenos cinco golpes mañana, querida.

Su acento se había vuelto increíblemente espeso, y se dio cuenta de repente que no le comprendía.

– ¡Maldita sea, Dallie! No me hagas esto. Estoy suficientemente nerviosa como para que te burles de mí.

El se rió, le puso la mano en el hombro, y tiró de ella para darle un amistoso abrazo.

– ¿Por qué no me dijiste desde un principio que estabas nerviosa en lugar de contarme todas esas tonterías extravagantes? Tú misma te complicas la vida.

Se sentía bien en sus brazos, pero aún no podía perdonarle por molestarla.

– Eso es fácil para tí decirlo. Tú que seguro estás cómodo en cualquier tipo de cama, pero yo no. -respiró, tragó saliva y dijo lo que tenía en mente-. Realmente… no hago bien el sexo.

Ya está. Lo había dicho. Ahora podría reírse realmente de ella.

– ¿Y eso, por qué? Una cosa tan buena como el sexo y que además es gratis debería estar a la cabeza de tus prioridades.

– Yo no soy una persona atlética.

– Uh.Huh. Bien, eso lo explica, bien.

No podía dejar de pensar en el cercano pantano.

– ¿Podríamos volver al motel, Dallie?

– Creo que no, Francie. En cuanto lleguemos te encerrarás en el baño, preocupada por tu aspecto y te echarás perfume en cierto sitio -le retiró el pelo del lado del cuello e inclinándose le acarició esa parte con los labios-. ¿Nunca te has dado el lote en el asiento trasero de un coche?

Ella cerró los ojos contra la deliciosa sensación que le provocaba.

– ¿Cuenta la limusina de la familia real?

El agarró el lóbulo de la oreja suavemente entre sus dientes.

– No a menos que las ventanas estuvieran empañadas.

Ella no estaba segura quién se movió primero, pero de algún modo la boca de Dallie estaba sobre la suya. Las manos se movían arriba por la nuca y se desplazaron por su pelo, esparciéndolo sobre sus antebrazos desnudos.

Le enmarcó la cabeza con las palmas de sus manos y la inclinó antes de que su boca se abriera involuntariamente. Ella esperó la invasión de su lengua, pero no llegó. En vez de eso, jugó con su labio inferior. Sus propias manos se movieron alrededor de sus costillas a su espalda e inconscientemente se desplazaron por debajo de su camiseta dónde podía sentir su piel desnuda.

Sus bocas jugaban y Francesca perdió todo deseo de mantener la ventaja. Poco después, se encontró recibiendo su lengua con placer… su lengua hermosa, su boca hermosa, su piel hermosa tensa bajo sus manos. Se dedicó a besarlo, concentrándose sólo en las sensaciones que él despertaba sin pensar en que ocurriría luego.

Él retiró la boca de la suya y viajó a su cuello. Oyó una risa suave y tonta…su propia risa.

– ¿Tienes algo que quieras compartir con el resto de la clase -murmuró él sobre su piel -o es un chiste privado?

– No, solamentente me divierto -rió cuando él besó su cuello y tiró del nudo de la cintura que ella se había hecho en su larga camiseta.

– ¿Qué es un Aggies? -preguntó ella.

– ¿Un Aggie? Uno que ha estudiado en la Universidad de Tejas A &M es un Aggie.

Ella se echó para atrás bruscamente, haciendo un arco perfecto con sus cejas del asombro.

– ¿Tú fuiste a una universidad? ¡ No me lo creo!

El la miró con una expresión ligeramente agraviada.

– Tengo una licenciatura en Literatura inglesa. ¿Quieres ver mi diploma o podemos seguir con lo nuestro?

– ¿Literatura inglesa? -estalló de risa-. ¡Ah, Dallie, eso es increíble! Apenas si sabes hablar bien el idioma.

Estaba claramente ofendido.

– Bien, eso es realmente agradable. Sabes decirle a la gente cosas agradables.

Todavía riéndose, se tiró en sus brazos, moviéndose tan de repente que le desequilibró y le hizo golpearse con el volante. Entonces ella dijo la cosa más asombrosa.

– Podría comerte entero, Dallie Beaudine.

Le tocaba a él reírse, pero no pudo hacerlo mucho porque su boca ya estaba en todas partes. Ella se olvidó de lo cerca que estaban del pantano y de que no era buena en el sexo cuando se subió a sus rodillas y se apoyó contra él.

– Me dejas sin espacio para maniobrar así, dulzura -finalmente dijo él contra su boca. Extendiendo un brazo, abrió la puerta del Riviera y salió. Extendió la mano para ella.

Ella permitió que la ayudarla a salir, pero en vez de abrir la puerta trasera para entrar en un lugar más espacioso, le sujetó las caderas con sus muslos contra el lado del coche y la involucró en otro beso.

La luz que salía por la puerta abierta producía un área débilmente iluminada alrededor del coche que hacía que la oscuridad más allá pareciese aún más impenetrable. La imagen vaga de sus sandalias descubiertas y los caimanes que pudieran estar al acecho alrededor del coche parpadeó por su mente.

Sin perder un momento del beso, subió sus brazos sobre los hombros puso una pierna envolviendo la parte de atrás de una de sus piernas y el otro pie plantado firmemente encima de su bota de cowboy.

– Me enloquece tu forma de besar -murmuró él.

La mano izquierda se deslizó arriba por su espina dorsal desnuda y desabrochó su sostén mientras su derecha alcanzó entre sus cuerpos para abrir el botón de sus vaqueros.

Ella podía sentir los nervios volviendo otra vez, y esta vez no tenía nada que ver con caimanes.

– Vamos a comprar una botella de champán, Dallie. Yo… creo que un poco de champán me ayudará a relajarme.

– No te preocupes, yo te relajaré -sacó el botón y empezó a trabajar en la cremallera.

– ¡Dallie! Estamos fuera.

– Uh-Huh. Sólos tú, yo y el pantano -la cremallera bajó.

– Yo…yo no creo que estoy preparada para esto -metiendo la mano por debajo de su camiseta floja, tomó un seno con la mano y sus labios siguieron un rastro desde la mejilla a la boca.

El pánico se instaló de nuevo dentro de ella. El frotó su pezón con el pulgar y ella gemió suavemente. ¿Quería que pensara de ella que era una amante maravillosa y espectacular… y cómo podía hacerlo en medio de un pantano?

– Yo…necesito champán. Y luces suaves. Necesito sábanas, Dallie.

El retiró la mano del pecho y lo puso suavemente alrededor del lado del cuello. Mirándola hacia abajo, a los ojos, dijo:

– No, eso no es verdad, dulzura. No necesitas nada, sólo tú misma. Debes empezar a comprender eso, Francie. Tienes que depender de lo que eres tú no de esos absurdos accesorios que necesitas establecer a tu alrededor.

– Yo, yo tengo miedo -trató de hacer que sus palabras sonaran desafiantes, pero no tuvo éxito. Desenvolviéndose de sus piernas y bajándose de su bota, le confesó todo-. Podría parecer tonto, pero Evan Varian dijo que era muy fría, y también un escultor sueco en Marrakesh…

– ¿Quieres contarme esa historia otro día?

Sintió que volvía su espíritu guerrero, y le fulminó con la mirada.

– ¿Me has traído aquí a porpósito, no es verdad? Me has traído porque sabías que yo lo odiaría -dió un par de pasos inestables y señaló con un dedo el coche-. No soy el tipo de mujer que hace el amor en el asiento de atrás de un coche.

– ¿Quién dijo algo acerca de hacerlo en el asiento de atrás?

Ella le miró fijamente un momento y exclamó

– ¡Ah, no! Yo no me acuesto en este suelo infestado de criaturas. Te lo advierto, Dallie.

– No creo que a mí me guste el suelo tampoco.

– ¿Entonces cómo? ¿Dónde?

– Anda, Francie. Para ya de tramar y planificar, tratando de cerciorarte siempre que tienes tu mejor lado girado a la cámara. Besémonos un poco y dejemos que las cosas sigan su curso natural.

– Quiero saber donde, Dallie.

– Sé lo que quieres, dulzura, pero no te lo diré para que no empieces a preocuparte por si el color está cordinado o no. Por una vez en tu vida, ten la oportunidad de hacer algo sin preocuparte de si tienes tu mejor aspecto.

Ella sentía como si él tuviera un espejo arriba delante de ella…no un espejo muy grande y con cristales ahumados, pero un espejo al fin y al cabo. ¿Era tan superficial como Dallie parecía creer? ¿Tan calculadora? No quería pensar eso, y sin embargo… Levantó el mentón y empezó a bajarse los pantalones.

– Bueno, lo haremos a tu manera. Pero no esperes nada espectacular de mí -la tela delgada de sus pantalones estaba sobre sus sandalias. Se inclinó para sacarlos, pero los tacones se engancharon en los pliegues. Dió otro tirón a los vaqueros y apretó aún más la trampa-. Te pone esto, Dallie? -echaba humo-. ¿Te gusta mirarme? ¿Te estás excitando? ¡Maldita sea! ¡Maldita sea el infierno sangriento!

El empezó a moverse hacia ella, pero ella miró arriba hacía él por el velo del pelo y le mostró los dientes.

– No te atrevas a tocarme. Te lo advierto. Yo lo haré sola.

– No hemos tenido un comienzo prometedor aquí, Francie.

– ¡Vete al infierno! -cojeando por los vaqueros en sus tobillos, dió tres pasos hasta alcanzar el coche, se sentó en el asiento delantero, y finalmente se sacó los pantalones. Entonces se quedó con la camiseta, las bragas y las sandalias-. ¡Ya está! Y no me quito otra cosa hasta que no te lo quites tú.

– Me parece justo -él abrió sus brazos a ella-. Arrimate aquí un minuto para recobrar el aliento.

Ella lo hizo. Lo hizo realmente.

– De acuerdo.

Ella se apoyó en el pecho. Estuvo así un momento, y entonces él agachó la cabeza y empezó besarla otra vez. Sentía tan baja su propia estima que no hizo nada para tratar de impresionarlo; le permitió que hiciera su trabajo. Después de un rato, se dio cuenta que se sentía agradable.

La lengua tocaba la suya y la mano se paseaba por la piel descubierta de su espalda. Ella levantó los brazos y los envolvió alrededor de su cuello. El metió las manos de nuevo por debajo de la camiseta y los pulgares comenzaron a juguetear con los lados de los senos y acto seguido hacía sus pezones. Se sentía tan bien…estremecida y tibia al mismo tiempo.

¿Había jugado el escultor con sus senos? Debió hacerlo, pero no lo recordaba. Y entonces Dallie subió su camiseta por encima de sus senos y empezó a acariciarla con su boca… esa boca hermosa y maravillosa. Suspiró cuando él chupó suavemente un pezón y después el otro.

Para su sorpresa, se dio cuenta de que sus propias manos estaban también debajo de su camiseta, acariciando el pecho desnudo. El la cogió en sus brazos, andando con ella subida a su pecho, y la tumbó.

Sobre el capó de su Riviera.

– ¡Absolutamente no!

– Es la única posibilidad.

Ella abrió la boca para decirle que nada en el mundo la convencería para quedar destrozada por hacerlo encima del capó de un coche, pero él pareció tomar eso como una invitación.

Antes de darse cuenta, la estaba besando de nuevo. Sin ser demasiado consciente como ya le había pasado antes, se oyó gemir cuando sus besos crecieron más profundos, más calientes. Ella arqueó el cuello hacía él, abrió la boca, empujó la lengua, y se olvidó por completo de su posición humillante. El rodeó un tobillo con sus dedos, y tiró suavemente de su pierna.

– Directamente aquí -canturreó él suavemente-. Pon tu pie justamente aquí al lado de la matrícula, dulzura.

Ella lo hizo así cuando de nuevo le pidió.

– Mueve las caderas un poco hacia adelante. Así está bien -Su voz sonó ronca, no calmada como de costumbre, y su respiración era más rápida de lo normal cuando él la volvió a acariciar. Ella tiró de su camiseta, queriendo sentir la piel descubierta contra sus senos.

El se la quitó por la cabeza y empezó a quitarle las bragas.

– Dallie…

– Está bien, cariño. Está bien -sus bragas desaparecieron y su trasero se estremeció por el frío y por los granos de arena del polvo del camino-. ¿Francie, esa caja de píldoras anticonceptivas que vi en tu neceser no estaba allí de decoración, no es cierto?

Ella negó con la cabeza, no dispuesta a romper el hechizo ofreciendo alguna larga explicación. Cuándo sus períodos de forma sorprendente cesaron, su médico le dijo que dejara de tomar las píldoras, hasta que volviera a tenerlos. El le había asegurado que no podría quedarse embarazada hasta entonces, y actualmente era todo lo que importaba.

Dallie puso una mano en el interior de uno de sus muslos. Lo separó suavemente del otro y empezó a acariciarle la piel levemente, cada vez acercándose más a una parte de ella que no se encontraba hermosa, una parte de ella que siempre había mantenido escondida, pero que sentía ahora caliente, y palpitante.

– Y si alguien viene? -gimió cuando él la rozó

– Espero que alguien lo haga -contestó con voz ronca. Y entonces dejó de acariciarla, dejo de bromear y la tocó ahí… Realmente la tocó. Incluso por dentro.

– Dallie… -su voz era medio gemido, medio grito.

– Te gusta? -murmuró él, deslizando suavemente los dedos dentro y fuera.

– Sí. Sí.

Mientras él jugaba con ella, ella cerró sus ojos contra la media luna de Louisiana encima de su cabeza para que nada la distrajera de las maravillosas sensaciones que se apresuraban por su cuerpo. Ella giró la mejilla y ni sintió la tierra del capó frotar su piel.

Las manos crecieron menos pacientes. Le separó más las piernas y tirando de sus caderas la acercó más al bode. Los pies se equilibraron precariamente en los parachoques, separados por una matrícula de Texas de cromo polvorienta. El manoseó en la bragueta de sus vaqueros y ella oyó que la cremallera bajaba. El levantó las caderas.

Cuándo lo sintió empujar dentro de ella, respiró trabajosamente. El se inclinó, los pies todavía en el suelo, pero retrocedió levemente.

– ¿Te estoy haciendo daño?

– Ah, no…me siento tan bien.

– Por supuesto, dulzura.

Quería que creyera que era una amante maravillosa, hacerlo todo bien, pero el mundo entero parecía estar deslizándose lejos de ella, haciéndola marearse, pesándole el calor.

¿Cómo podía concentrarse cuando la tocaba de esa manera, moviéndose así? Quiso de repente sentirlo más unido a ella. Levantando los pies del parachoques, envolvió una pierna alrededor de sus caderas, y la otra alrededor de la pierna, empujando contra él hasta que absorbió tanto de él como pudo.

– Despacio, dulzura -dijo él-. Toma su tiempo.

Empezó a moverse dentro de ella lentamente, besándola, y haciéndola sentir tan bien como nunca en su vida.

– ¿Vienes conmigo, cariño? -murmuró él suavemente en su oido, con voz levemente ronca.

– Ah, sí… Sí. Dallie… Mi maravilloso Dallie… Mi encantador Dallie… -una cacofonía de su voz parecía estallar en su cabeza mientras le inundaba una hola de placer, y placer, y placer.

Él entró y entró con fuerza, y dejó escapar un grave gemido. El sonido le dio un sentimiento de poder, llevándola a un estado de increible excitación, y llegó otro orgasmo. Él tembló sobre ella durante un momento maravillosamente interminable y luego se dejó caer.

Ella giró la mejilla para apretarla contra el pelo, lo sentía querido y hermoso y auténtico contra ella, dentro de ella. Advirtió que la piel se pegaba junta y que su espalda se sentía húmeda. Sentía una gota pequeña de sudor de él en el brazo desnudo y se dio cuenta de que no le importaba.

Era esto lo que significaba estar enamorada? se preguntó como soñando. Los párpados seguían abiertos. Estaba enamorada. Por supuesto. ¿Por qué no se había dado cuenta mucho antes? Eso era lo que estaba equivocado con ella. Por eso ahora se sentía inmensamente feliz.

Estaba enamorada.

– ¿Francie?

– ¿Sí?

– ¿Estás bien?

– Ah, sí.

El se apoyó en un brazo y sonrió.

– ¿Que te parece si continuamos el revolcón en el motel en medio de esas sábanas que pareces querer tanto?

A la vuelta, ella se sentó en medio del asiento delantero y apoyó la mejilla contra su hombro mientras masticaba un trozo de Double Bubble y soñaba despierta acerca de su futuro.

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